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Waenremib, la guerra secreta de Horemheb
Waenremib, la guerra secreta de Horemheb
Waenremib, la guerra secreta de Horemheb
Libro electrónico286 páginas4 horas

Waenremib, la guerra secreta de Horemheb

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Novela histórica, antiguo Egipto. El general Horemheb, tildado de usurpador y plebeyo, borra de la Historia el nombre de Waenre, también llamado Akhenaton. Pero el verdadero rey legítimo, Waenremib (Waenre-en-el-Corazón), logrará vengarle eternamente. Ésta es la historia de Waenremib, nombre dado aquí a un personaje histórico real, cuya vida constituye el gran secreto de Horemheb. Esta novela contiene, además de ficción e historia conocida, varias hipótesis históricas serias. incluye, en anexo, un vocabulario de los términos egipcios que aparecen, y listas de los personajes y hechos históricos y ficticios (para distinguirlos), además de explicaciones de las hipótesis ofrecidas y de los propósitos de la obra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 feb 2018
ISBN9781370400836
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    Waenremib, la guerra secreta de Horemheb - Louis-Aldonze Mazan

    Chapter 1. El príncipe de Amurru

    En su campamento cercano a Gaza, el rey Abdi-Ashirta de Amurru, vasallo de Egipto, recibe a las tropas del faraón Amenhotep Neb-Maat-Re, que han venido en misión especial de escolta.

    Cuando la formación militar se presenta ante Abdi-Ashirta, se abre y da paso a Neby, príncipe de la marca egipcia de Palestina y jefe de las tropas del Camino de Horus. Neby acompaña al príncipe Aziru, de cuatro años, hijo del primogénito de Abdi-Ashirta, Tutu, que está en la corte egipcia. Forman el resto de la comitiva los cuidadores sirios del niño, que llevan su equipaje.

    Un escriba egipcio y otro sirio toman nota del acto: el joven príncipe amorreo es entregado a su abuelo Abdi-Ashirta por el marqués Neby en nombre del faraón, tras lo cual la escolta se retira al castillo egipcio de Gaza.

    Cuando ya se han ido los soldados del faraón, el rey Abdi-Ashirta entra en su gran tienda de campaña, con el pequeño en brazos.

    ―Mirad qué guapo es vuestro sobrino -dice el rey a sus hijos-. Lleva un feo peinado egipcio, pero pronto le crecerá el pelo alrededor de esa ridícula trenza.

    Tras mostrarlo a la familia, Abdi-Ashirta deja al niño junto al equipaje.

    ―Di, pequeño, ¿te ha dado tu padre algo para mi?

    ―Ahí dentro -dice el chiquillo, señalando la caja de sus juguetes.

    Abdi-Ashirta mira dentro de la caja y ve una tablilla de barro. Parece cruda y sin escribir, pero el rey sabe, por una señal en una esquina, que está cocida y cubierta de barro crudo para tapar la escritura. La pone en agua hasta que el barro crudo se desprende y se puede leer el mensaje. Abdi-Ashirta lo lee con delectación y lo pasa a sus hijos. Está en escritura cuneiforme, pero en lengua amorrea, que muy pocos egipcios entienden.

    ―¿Qué dice? -pregunta el pequeño a su abuelo.

    ―Dice que dentro de unos años serás coronado rey.

    La carta habla de Aziru, pero también de Djehuty-Messu, primer hijo del faraón, que acaba de nacer. Hasta ahora, los grandes ejércitos del faraón han disuadido a sus enemigos, pero la falta de herederos varones del trono ha creado una apariencia de debilidad, que algunos no dudan en aprovechar.

    Siendo así las cosas, resulta muy tentador conquistar Egipto desde dentro. Los amorreos ya no son, como los hititas o los asirios, un pueblo muy poderoso, pero ahora, gracias a Tutu, tienen la insólita ocasión de adquirir poder en el mismísimo corazón del imperio egipcio.

    Si el faraón tiene descendencia, el proceso será mucho más arduo y difícil. Pero nada detiene a Tutu, enviado por Abdi-Ashirta para hacerse con las riendas. Ya ha conseguido mezclar su sangre con la de su enemigo para poder arrebatarle el trono.

    (De Tutu a Abdi-Ashirta)

    Desde mi llegada estoy cumpliendo todas tus órdenes, por más que surjan obstáculos a nuestros planes. El faraón, sin hermanos ni hijos varones cuando me enviaste, tiene ahora un hijo apto para sucederle.

    Me gané la confianza del faraón al rogarle, tal como me ordenaste, que me dejara quedarme a servirle hasta el fin de mis días, y así me dio por esposa a una hija suya, nacida de una esclava; sabes bien que él no concede ni estas hijas a otros reyes, lo cual demuestra que hago bien mi trabajo.

    Cuando nació mi hijo, dije al faraón que me rogabas que te lo enviara para sucederte. Obtuve el permiso al decir que Amurru sería siempre fiel a Egipto con un rey de la sangre del faraón y de la mia, y para recalcarlo puse a mi hijo por nombre Aziru, que en acadio, que el faraón entiende, significa Esclavo, aunque en nuestra lengua, que él ignora, tiene otro significado. Mi pequeño es tan egipcio

    como exige nuestro plan, tan nieto del

    faraón como tuyo, aunque, por suerte, parecido a ti en todo.

    Si pudieras verme te horrorizarías: ahora soy sacerdote de unos dioses en los que no creo; no tengo ni un pelo en el cuerpo y estoy circunciso. Pero así he obtenido un buen puesto para vigilar nuestros intereses, ya que, además de enseñar la escritura cuneiforme a los escribas egipcios, traduzco documentos oficiales y correspondencia, tanto del faraón como de todos los reyes que tienen tratos con Egipto. Más adelante intentaré acercarme al hijo del faraón con la excusa de enseñarle acadio y cuneiforme.

    He renunciado al trono de Amurru, pero estoy obteniendo el control de Egipto.

    ***

    Chapter 2. Los hijos de Neby

    Las tropas egipcias que escoltaron al pequeño príncipe sirio han ido regresando, según avanzaban, a sus cuarteles respectivos. Aunque ha habido relevo de soldados en cada castillo de la ruta, el marqués ha viajado desde el castillo de Tjaru, en el acceso al Sinaí, hasta el palacio del faraón en Waset, al Sur de Egipto; desde allí, custodiando al príncipe Aziru, ha ido otra vez hacia el Norte, hasta Gaza. Ahora regresa de nuevo a Tjaru.

    Al llegar al castillo, tras las formalidades de rigor entre oficiales, Neby se dirige, agotado, a sus aposentos. Allí le espera su esposa Ta-Tjuia. Sin decirse nada, al verse, se abrazan. Se besan. Después Neby, exhausto, se acuesta. Una niña de tres años sube al lecho desde un escabel y se acurruca junto a Neby con un hipopótamo azul de trapo.

    Ta-Tjuia intenta llevarse a la niña.

    —Déjala, mujer. Sólo quiere que vea el juguete que le has hecho. Es muy bonito, con esas flores de loto que le has pintado.

    —Es la gran madre Ta-Weret. Por cierto, ha venido un mensajero desde Hut-Nen-Nesut. Nuestra hermana ha dado a luz hace unos días.

    Neby se incorpora de golpe.

    —¿Qué?... ¿Ya?... ¿Cómo está ella?

    —Gracias a Hathor, está viva. Le ha resultado muy difícil, quizá ya no pueda tener más hijos.

    —¿Y el niño?

    —Tienes un hijo varón muy hermoso. Ya ha sido consagrado a Horus en los lagos, como tú querías.

    —¿Sí?

    — Sí, con el nombre del padre de nuestra madre. Una niña nació agarrándole un pie, y ella también ha sido consagrada a Horus. Por ahora, parecen muy sanos los dos.

    —¿Cómo se llama la niña?

    —Meret-Hor.

    —¡Bendito sea Horus!… ¡Bendita sea Hathor!... Y bendita seas también tú, amada mía.

    Neby acaricia el vientre preñado de Ta-Tjuia.

    —Éste se llamará como tú o como yo -dice ella, sonriente-. Por cierto, podríamos aprovechar el viaje a casa para dejar ya allí a nuestra niña. Este castillo no es lugar para ella.

    —Tienes razón. Que Amenia crezca con sus hermanos. Más adelante traeré aquí al chico para que se haga un hombre.

    ***

    Chapter 3. Nuevo obstáculo

    En Hut-Nen-Nesut, en el jardín de la casa familiar, la señora Ta-Useret, primera hermana y esposa del príncipe Neby, da lecciones de lectura, escritura y canto a la pequeña Amenia; al otro lado del jardín juegan los gemelos, de tres años, vigilados por una niñera. Mientras, en Tjaru, Neby ejerce sus funciones militares y Ta-tjuia cría a su hijito, pequeño y frágil, para llevarlo también a Hut-Nen-Nesut cuando sea destetado.

    Al mismo tiempo, en Sumur, Siria, Abdi-Ashirta supervisa la cosecha. Un soldado sirio le entrega una lista de las provisiones que debe enviar a los campamentos egipcios más cercanos. La lista parece una tablilla de barro crudo, pero en una esquina tiene la señal de Tutu. Después de usar la lista de la manera normal, el rey la entrega al pequeño Aziru.

    —Lávala, chico. A ver qué nos dice tu padre.

    El niño lava la tablilla, hasta dejar al descubierto el barro cocido al que se había aplicado el crudo.

    "El faraón tiene, de su esposa principal, un segundo hijo varón; con las demás esposas tiene sólo hijas.

    Voy ascendiendo puestos en su confianza.

    Procuraré acercarme a los obstáculos, ya sea para eliminarlos o para utilizarlos".

    El nuevo obstáculo se llama Amenhotep, como el actual faraón. Él y su hermano Djehuty-Messu, destinado a reinar, son hijos de la reina Tiye, la Gran Esposa Real. Las hermanas del faraón murieron siendo niñas, y por ello se designó a su prima Tiye como primera esposa, cuando ambos tenían tan sólo ocho años. Tiye es hija de Yuya, Comandante en Jefe de la Caballería, y de la esposa de éste, Tuya, hermana y viuda del anterior faraón

    ***

    Chapter 4. El joven Horus

    Una reunión de altos mandos militares tendrá lugar en Men-Nefer, gran sede del ejército y antigua capital, y Neby deberá asistir. Sus hijos gemelos ya tienen ocho años, y él quiere llevar consigo al varón, a quien, en tono solemne, llama siempre Hor, aunque toda la demás familia le llama Mehy, diminutivo de nombres que, como el suyo, denotan fiesta.

    —Tengo una gran noticia para ti, Hor: vendrás conmigo a Men-Nefer y verás por dentro los cuarteles. Así podrás ver qué hacen los soldados. Tengo amigos allí, y te enseñarán muchas cosas mientras estoy en la reunión.

    —¡Qué bien!... ¿Iremos a ver la pirámide de Djoser? He oído que está en Men-Nefer y hace mucho que quiero ir.

    —Creo que no tendremos tiempo. Pero quizá, dentro de tres meses, podremos ir a ver la pirámide de Khufu, que es la más grande de todas.

    —Pero yo sólo quiero ver la de Djoser, padre. Ya sé que no es la más grande.

    —¿Es acaso por su antigüedad, por ser la primera, o quizá por su forma?

    —Es por Djoser, el mejor faraón de todos después de Osiris y Horus.

    —¿Sí?

    —Hacía siete años que no crecía el rio y la gente ya se moría de hambre. Djoser fue muy, muy lejos, hasta el comienzo del Nilo, para rogar a los dioses que salvaran a la gente, y fue escuchado.

    —Hijo, no puedo asegurarte cuándo, pero prometo que iremos en cuanto surja una ocasión.

    Una tarde, las sesiones de la reunión acaban pronto. Neby sale del cuartel con su hijo y montan en el carro de Sethy, un joven oficial de caballería, amigo de Neby.

    Van al monumento de Djoser Netherkhet.

    —Ahí la tenéis, en forma de escalera hacia el cielo —dice Sethy al llegar.

    —Qué suerte haber salido hoy tan temprano, ¿verdad, Hor?

    —¡Acerquémonos más, padre!

    —¿Podemos ir a la entrada del recinto, Sethy?

    —Sí, pero es muy estrecha, y el carro no podrá pasar. Me quedaré fuera cuidando de los caballos. Hay que entrar a pie y de uno en uno. Yo ya he venido algunas veces con mis hermanos.

    Una vez junto a la puerta, el marqués y su hijo bajan del carro. Sethy lleva a los caballos a una zona de sombra, y, con un cuenco, les da de beber agua de un odre. Neby y Hor entran en el recinto. Por el corto y angosto pasillo de entrada, acceden a una sala con grandes columnas estriadas, y desde allí a un patio estrecho, bordeado por una hilera de edificios de caliza. Son de una belleza sobria pero extraña.

    —No tienen puertas, padre. ¿Qué hay dentro?

    —Sólo piedras y arena. Relleno. No hay puertas porque no hay un espacio al que entrar.

    —Entonces, ¿para qué sirven esas casas?

    —Representan los tabernáculos de la fiesta Heb-Sed, y eternizan su imagen para conservar su espíritu.

    Por otro paso angosto llegan a un gran patio, donde la atención de Hor se centra en dos pares muy separados de construcciones bajas. Parecen representar en el suelo el perfil repetido de un montículo.

    Neby y Hor caminan hacia uno de ellos.

    —¿Son panes o montañas? —pregunta el niño.

    —No estoy seguro, hijo. Solo sé que simbolizan los djenbu, o territorios de Egipto, y que el faraón, tanto al ser coronado como en el Heb-Sed, tiene que correr a su alrededor para representar que abarca los territorios con su poder.

    —Pero así no se escribe djenbu, padre. ¿Qué dice aquí?

    —No lo sé, Hor. Parecen panes, como el de la letra t; quizá sea la letra t de Tawy, Las Dos Tierras, aunque ha cambiado el modo de escribir Tawy.

    —¿Y no pueden ser las montañas que marcan nuestras fronteras?

    —En tal caso habría tres montículos, y tres son los djenbu en los relieves de los templos, quizá porque antes de haber dos hubo tres reinos, pero allí los djenbu tienen otra forma, como de luna creciente, o como el número diez, que parece una curva pero no un pan. Puede que signifiquen a la vez el tiempo y el espacio del reinado del faraón, pero no sé el modo exacto de...

    Un palomo se posa sobre uno de los montículos, al lado mismo de Hor.

    —¡Mira, padre, qué grande!... ¡Y brilla como el oro, pero en todos los colores!

    El niño intenta cogerlo, pero escapa volando a escasa altura. Hor corre detrás de él siguiendo el mismo trayecto de la carrera ritual del rey. El jovencito corre, desnudo, con la trenza de la niñez en su cabeza rapada, y Neby no puede evitar recordar la imagen de Horus niño que suele haber en los templos. Su hijo se llama Horus, parece Horus, fue consagrado a Horus al nacer, y lo hizo en Hut-Nen-Nesut, la Casa del Niño Faraón, dedicada a Horus...

    De repente, el palomo vira en dirección contraria y vuela hacia el chico; se le posa en un hombro, salta a su cabeza y asciende a la cima de la pirámide. Instantes después, sube al cielo y desaparece en el Sol.

    —¡Es el ba de Djoser, padre, seguro que es él! —grita el muchacho, dando saltos de alegría.

    Entonces Neby sujeta al chiquillo por los hombros y le mira fijamente, con expresión severa.

    —Escucha, hijo: ¡no digas nunca nada de esto a nadie!

    —Era Djoser, ¿verdad?

    —Tanto si lo era como si no, debes callar, pues tú no sabes quién oirá a los que te oigan.

    —Si era Djoser, ¿por qué ocultarlo?... Y si no era más que un ave, ¿qué mal hay en decirlo?

    —Si alguna vez mencionas lo ocurrido hoy, alguien podrá, dentro de un tiempo, hacer que parezca que pretendes el trono.

    —¡Pero no es verdad!

    —Escucha, Hor: por esto pueden matarte, incluso matar al faraón y a sus hijos, y acusarte de ello. Bastaría interrogarte en un tribunal sobre lo ocurrido hoy. Así, al decir la verdad, parecerías culpable.

    —¿Culpable?... ¿Por decir la verdad?... ¿Por jugar con un pájaro?...

    —La esencia del mal es estúpida, Hor, por más que use todo el saber como instrumento.

    —¿Y los dioses?... ¿No me ayudarían?

    —Lo están haciendo al inspirarme consejos para que evites las trampas.

    —¿Qué crees que habrán querido decirnos, padre?

    —Por ahora no lo sé. Presta atención a las señales; pueden llegar muy pronto, o dentro de muchos años.

    —¿Cómo podré reconocerlas?

    —Nada es divino si no es Maat: verdad, justicia y bondad.

    —De todos modos —dice Hor, conteniendo el llanto—, quizá no era Djoser... No era un halcón...

    —O quizá Horus te reserva la misión de poner fin a una guerra... Ahora volvamos al carro, hay que estar en la ciudad antes de que anochezca.

    Una vez en marcha, Sethy conversa con el chico.

    —¿Qué, muchacho, has disfrutado?

    —Muchísimo, señor. Me encanta este lugar.

    —Tu padre ha hecho bien, pues. Dentro de unos años, traeré aquí a mi Ramsés. Ahora es muy pequeño, todavía está mamando.

    —¿Me dejaréis venir con vosotros?

    —Claro, pero entonces ya serás comandante, o quizá general.

    Durante el resto del trayecto, Sethy, Hor y Neby hablan del ejército y de los caballos. Cuando llegan a su alojamiento, Neby apenas toma nada y se acuesta enseguida.

    Ya acostados, tanto Neby como Hor siguen pensando en lo ocurrido junto a la pirámide.

    El niño, tras dar muchas vueltas, se calma al recordar que, según dicen los sacerdotes, las señales divinas pueden llegar en un sueño. Se duerme y se ve a sí mismo, ya casi viejo, entrando en la pirámide de Djoser en vez de quedarse en el patio que la rodea; le acompaña un general de más de cuarenta años: Ramsés, el hijo de Sethy.

    Neby, agotado, se duerme rápido, pero pronto tiene una pesadilla. Los egipcios se matan unos a otros, lo cual atrae a los enemigos extranjeros. Muere el faraón y la familia real, y un jefe militar de excelentes cualidades logra restaurar la paz. Es coronado faraón, pero le espera un largo reinado de sufrimiento en el que verá morir a sus hijos. Al final, una escena desgarradora: el rey llora junto al cadáver de un niño idéntico a Hor.

    El sobresalto despierta a Neby. Piensa que una enfermedad, un hechizo o un demonio le ha provocado la horrible visión. Ruega a Amón, a Horus y a Djoser perdón por cualquier ofensa inconsciente, cometida por él o por su hijo.

    "¡Amado Horus!... ¿Será éste el precio por no haber dado muerte a mi hijo al ofrecértelo?... Mi corazón se niega a creerlo, pues nada es divino si no es maat, y antes ya tomaste a mi primogénito. Ordené no soltar a Hor en el agua al hundirlo en el lago... no dejé que lo salvaras con un milagro. Pero tú ya lo habías salvado al nacer. Yo creí en ese milagro... y que deseabas que viviera. Mi hijo adora a tu hijo Netherkhet, y fue por ello que entramos en su sepulcro. Yo no deseo sino lo que tú quieras... pero has dado a mi hijo tu divina forma, y ello me hizo pensar en ti, oh mi Rey Horus-en-Fiesta... mi amado Dios, Hor-em-Heb..."

    Neby tiembla, bañado en lágrimas y sudor. Trata de serenarse, pero no puede.

    "Es un wehedu, una simiente de enfermedad que viaja por el aire y me ha dado fiebre", piensa.

    Se duerme en cuanto ve que, ocurra lo que ocurra, su deber será el mismo: hacer de Hor el mejor militar de todo Egipto, ya sea para que obtenga el puesto de su padre, o para convertirlo en rey salvador.

    ***

    Chapter 5. Más cerca

    El faraón acaba de enviar refuerzos a sus vasallos sirios. Un sherden que ha venido a Ullaza con un grupo de hombres para ayudar en la tala de cedros entrega unas listas a Baaluya, hijo de Abdi-Ashirta, que continúa su trabajo con toda normalidad, supervisando las cuadrillas y los cargamentos. Al final de la jornada, Baaluya entrega a su padre la tablilla con la señal. El rey disfruta viendo al jovenzuelo Aziru lavar y leer la carta de Tutu.

    Nos acercamos ya al objetivo No nacen más que niñas, y he logrado que el rey me deje enseñar acadio a los niños.El mayor tiene una fuerte vocación militar, y elmás joven desea con toda su alma ser sacerdote, que es su destino de todos modos. Ambas cosas pueden resultarnos muy útiles si sabemos aprovecharlas.

    Abdi-Ashirta sonríe. A pesar de los obstáculos, el control de Egipto está cada vez más cerca.

    ***

    Chapter 6. Los niños del faraón

    Dos años después de visitar la tumba de Djoser, Hor acompaña de nuevo a su padre a una reunión de altos mandos militares. Esta vez, Neby ha obtenido permiso para que Hor presencie las sesiones, aunque en las de alto secreto deberá salir. En los patios del cuartel observará los desfiles, entrenamientos y trabajos varios que le esperan en el futuro.

    Al concluir la reunión, Neby debe regresar a su puesto. Pero, antes de volver a Tjaru, viaja con su hijo al palacio que está junto al lago Mer-Wer, anexo a un harén del faraón. Allí está la escuela en la que se educó, y que es ahora la de sus hijos.

    Tras hablar con el recepcionista, Neby se despide de Hor.

    —No puedo esperar a tu hermano ahora. Dale un beso mío.

    —Se lo daré, padre.

    Hor nota, al entrar, que algo muy importante ha sucedido en la escuela durante su ausencia. Siempre hay guardia alrededor del recinto y centinelas ante las puertas exteriores, pero ahora están también junto a las interiores; hay soldados en el jardín, y también dentro del edificio, en todos los pasillos, aunque parece reinar la calma. De haber sabido esto, mi padre no me habría llevado a Men-Nefer, piensa.

    Mientras da una vuelta buscando a su hermano, le saluda un chico de unos siete años, al que no conoce. Parece extranjero, o más bien producto de una extraña mezcla. Tiene la piel muy blanca, pero sus labios son gruesos, como de kushita. Sus ojos son del color del cielo, como los de los libios, pero rasgados y oblícuos, como si procediera del último confín del Este. A un lado de su alargada cabeza cuelga una trenza de cabellos dorados, que al sol brillan más que sus pendientes de oro.

    —Hola, muchacho. No te he visto antes. ¿Eres nuevo?

    —No, es que he estado unos dias fuera con mi padre. Tú sí eres nuevo, ¿verdad?

    —Sí, mi hermano y yo acabamos de llegar de Waset. Aquí estamos más

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