Historia y Vida

RAMSÉS II ¿EL GRAN FARAÓN?

La egiptología comenzó a desarrollarse como ciencia histórica en el siglo xix, pero el nombre de Ramsés ya era bien conocido en toda la cristiandad como parte del antiguo Egipto desde mucho antes. La responsable de ese conocimiento fue la Biblia, que lo menciona en sus páginas, pero no como uno de los soberanos del Doble País, sino como una de las ciudades construidas por los judíos para el “faraón”: “Así pues, les impusieron capataces que los oprimieran con duros trabajos mientras construían para el faraón las ciudades de almacenaje de Pitón y Ramsés” (Éxodo 1. 11). Como la ciudad fue construida por el segundo soberano con ese nombre, tercero en subir al trono durante la XIX dinastía, su figura quedó relacionada desde entonces con el faraón del Éxodo. Ese poso cultural y el progresivo descubrimiento de la historia de Egipto, donde no son pocos los monumentos que llevan inscrito su nombre, fueron convirtiéndolo en el epítome del monarca triunfante. Algo que recoge a la perfección el soneto Ozymandias (alias de Ramsés), de P. B. Shelley, en el que el poeta británico describe los restos de la colosal estatua del faraón que aparece fragmentada en su templo de la orilla occidental de Tebas, el Rameseo. Así, lentamente, la leyenda de Ramsés II como el más grande de los soberanos del antiguo Egipto fue creciendo hasta convertirse en algo bien sabido por todos. Pero ¿hasta qué punto es cierta?

Equilibrio por encima de todo

La labor principal del soberano de las Dos Tierras era mantener la en el mundo, un término que se refiere al orden cósmico creado por los dioses y que implica “justicia”, “equilibrio”, “lo que es correcto”… Tal como explica la reina Hatshepsut en el Speos Artemidos: “He magnificado la que él [= el dios] ama, /puesto que sé que vive de ella. /Ella también es mi pan /y bebo su rocío, /siendo un único cuerpo, una naturaleza, con él”. En relación con el mundo exterior, era tarea del faraón mantener el caos que son todas las tierras extranjeras por completo alejado de la burbuja de orden que era Egipto. Además, debía esforzarse por conservar las fronteras heredadas de sus antecesores y, de ser posible, ampliarlas. Tierras adentro, su tarea principal consistía en servir de intermediario entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, encargándose de que los primeros fueran adecuadamente atendidos en sus residencias (sus templos) y nunca le dieran la espalda al país. Era de este modo como el rey conseguía que sus súbditos gozaran de una existencia pacífica, en que la justicia era la norma, y la vida era sencilla gracias a las crecidas perfectas que esos dioses perfectamente atendidos les enviaban todos los años.

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