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Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto
Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto
Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto
Libro electrónico296 páginas4 horas

Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto

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Débora Gianluppi acaba de ser despedida de una de las mayores empresas de ingeniería del país. Viendo sus sueños desmoronarse, junto con los edificios del condominio sustentable que proyectó, y avergonzada por el fracaso profesional ante el mandamás con cara de mafioso italiano Dr. Víctor Hugo, no le queda otra alternativa que aceptar una inusual propuesta de un caballero que desea huír de la guerra de Egipto.Sin hablar muy bien el idioma portugués, ni conocer la cultura brasilera, el misterioso Ahmed Mir necesita una visa de permanencia en Brasil. La solución más rápida, y la única viable, es encontrar una mujer brasilera que acepte ser la esposa de un completo extraño y además, aguantar el mal humor de su amigo y fiel compañero Aban.De forma inesperada e hilariante, el destino los une con un objetivo en común: encontrar el amor y la verdadera felicidad.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 feb 2018
ISBN9781547516254
Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto

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    Ahmed Mir - El Príncipe de Egipto - Raquel Pagno

    Ahmed Mir – El Príncipe de Egipto

    Raquel Pagno

    Sinopsis:

    Débora Gianluppi acaba de ser despedida de una de las mayores empresas de ingeniería del país. Viendo sus sueños derrumbarse, junto con los edificios del condominio sustentable que proyectó, y avergonzada por el fracaso profesional ante el mandamás con cara de mafioso italiano Dr. Víctor Hugo, no le queda otra alternativa que aceptar una inusitada propuesta de un caballero que desea huir de la guerra de Egipto.

    Sin hablar muy bien el idioma portugués, ni conocer la cultura brasilera, el misterioso Ahmed Mir necesita de un visto de permanencia en Brasil. La solución más rápida, y la única posible, es encontrar una mujer brasilera que acepte ser la esposa de un completo desconocido y además, aguantar el mal humor de su amigo y fiel escudero Aban.

    De forma inesperada e hilarante, el destino los une en un objetivo común: encontrar el amor y la verdadera felicidad.

    Capítulo 1 - Viernes

    Era un viernes de sol.

    Viernes siempre me pareció un buen día. Es el último día de trabajo de la semana, es el día de la cerveza, es la víspera de sábado, por lo tanto, un día en que se puede dormir tarde sin tener que preocuparse con despertarse temprano al día siguiente. Es los viernes que las personas se divierten, encuentran sus amigos para distraerse de los problemas de trabajo. El tan esperado último día útil de la semana. Día de encuentros románticos, quedarse solo en casa viendo un film, o emborracharse, sea para olvidar o para celebrar. Yo podría estar aquí eternamente discurriendo sobre las ventajas de los viernes. Si ellos me trajesen buenos recuerdos. Hasta traían, un tempo atrás, pero...

    ...lo que yo no sabía, es que justo en un viernes mi vida comenzaría a desmoronarse.

    Soy Débora Gianluppi, la ingeniera Débora Gianluppi. O solo una ingenierita recién-recibida, como todos preferían desdeñosamente se referir a mí en la empresa. El diminutivo en la expresión que nombra mi profesión no se debe a la poca edad, sino a la poca experiencia profesional. Si ingenieros tienen manía de comprar currículos, que puedo hacer? Soy recibida en ingeniería hace apenas un año y tengo 30 de edad. Eso mismo: TREINTA! Una solterona.

    Demoré para conseguir realizar mi sueño profesional, pero conseguí iniciar mi carrera con honores. Mejor alumna de la clase, mejor proyecto de conclusión de curso y un empleo conseguido en una de las mayores constructoras del país, conseguido a través de decenas de indicaciones y privilegiadamente saltando la etapa ingeniero júnior para partir directo para coordinadora del equipo de construcción. Yo tenía todo para ser un suceso, por lo menos hasta que mi brillante sistema de construcción sustentable, que yo convencí al directorio a implantar en la empresa, comenzase a desmoronar. Ahora, consiguen adivinar en qué día de la semana eso sucedió? Eso mismo.

    En un viernes, cuando ya juntaba mis cosas, lista para dejar la empresa y partir para una cervecita con los amigos, entra en mi sala Don Joaquín, el maestro de obras, sudando frío, con los ojos desorbitados y la ropa cubierta de un polvo verde-grisáceo que me heló la sangre sólo de verlo. No preciso ni decir que tres tipos de escalofrío recorrieron mi cuerpo, y aquella adorable sensación de que algún desastre acabó de suceder, y que eso cambiará toda tu vida. Intuición femenina, de aquella que nunca falla. 

    El jefe ya se había ido, gracias a Dios. Yo avisé, pero Don Joaquín gesticulaba y llamaba su nombre, sin conseguir articular las palabras, idiotizado por su tartamudez de manera que no se comprendía casi nada. En verdad yo ni quería comprender, quería que algún tipo de magia ocurriese e hiciese desaparecer de mi vista a Don Joaquín con su tartamudez. Pero magia no existe y yo sabía que ya estaba grandecita para creer en esas cosas. Pero la esperanza es la última que muere.

    Esperé hasta que mi esperanza de resolver el asunto en un pase de magia muriese, lo que no demoró más que algunos minutos, y traté de lidiar con la situación. Quien sabe no fuese una oportunidad de demostrar madurez profesional? Si yo resolviese el problema, cualquiera que fuese, podría hasta ganar una promoción! Durante un segundo la agonía desapareció y mi pecho se infló de expectativa. Pero todo lo bueno dura poco, y mi animación sólo duró hasta que Don Joaquín se calmó y largó lo que le afligía.

    Le pedí que se sentase, hice de todo para calmarlo, desde servirle un vaso de agua, después un té, después un café. Mientras tanto el tiempo pasaba, haciendo que el nivel de adrenalina en mi sangre bajase poco a poco hasta llegar casi a la normalidad. Algunos minutos después, habiendo recuperado un poco la calma y la capacidad de hablar sin tartamudear, Don Joaquín me explicó lo sucedido. Fue el peor descubrimiento de mi vida! Descubrí que el condominio de casas populares ecológicamente correctas, implantado por la empresa – a través de mi brillante, innovadora y sustentable invención – estaba viniéndose abajo...  

    Mis piernas temblaron. Don Joaquín sólo podía estar jugando conmigo, aunque por su cara pálida, el sudor que le brotaba de la frente y el tembleque en sus manos no parecía para nada que estuviese jugando. Espié de reojo para el almanaque, sólo para asegurarme que no era el día primero de abril. No, era tres de febrero. El año mal había comenzado y yo ya desesperada. Alguna cosa me decía que no sería un buen año para mí. Yo había hecho todas las pruebas posibles y estaba segura de que mis ladrillos de arena, cemento y polvo de botellas pet eran lo suficientemente resistente. A menos que...Maldición! 

    Se me ocurrió que antes de convencer a mi jefe a utilizar el nuevo material en el condominio ecológico, yo podría, quien sabe, haberme olvidado de un pequeño detalle, casi insignificante: ninguna prueba práctica real había sido hecho con el material. Todos mis cálculos indicaban que tenía la resistencia exigida, entonces no pensé que la prueba de fuego fuese así tan necesaria y utilicé en mi proyecto apenas gráficos estimados. Tendría que haber dado cierto, en cinco años yo había aprendido a calcular todo perfecto. O no?

    Abandoné al maestro de obras ahí mismo en el escritorio, donde los señores ingenieros detestaban recibir a los peones de la construcción, y volé para la obra. El corazón y el rosario de Nuestra Señora Aparecida en las manos, rezando para Don Joaquín no encontrar a nadie más y no recuperarse lo suficiente para llamar al jefe, Dr. Víctor Hugo, con su culo gordo, su cabeza blanca y su arrogancia. Un hombre poderoso, cuya voz resonaba como un trueno, los pasos hacían la Tierra entera temblar, y la mirada era una lanza de hielo clavada en el pecho de los enemigos. Ok, puedo estar exagerando un poquito, pero él me atemorizaba. Por cierto, atemorizaba a todo el mundo.

    Después de minutos que me parecieron horas, llegué a la bendita obra. Abrí el portón de la valla de aluminio bien lentamente y en el medio del proceso, apreté los ojos y pronuncié una pequeña oración para que, cuando volviese a abrirlos, todo estuviese en su lugar y quien sabe el equipo usando sombreritos de fiesta y soplando lenguas-de-suegra, gritase un sonoro: SORPRESA! Entonces los abrí y...silencio.

    La tragedia era evidente. La tensión que flotaba en el aire había contagiado a todos los trabajadores. La visión era siniestra. Paré delante de uno de los bloques de departamentos, pasmada con la cantidad y el tamaño de las rajaduras en las paredes, que ahora brillaban en un tono verdoso de polvo de pet. Era un efecto bonito al sol, mas eso no sería lo suficiente para salvar mi pescuezo de la guillotina en que el Sr. Víctor Hugo lo colocaría. Maldita la hora en que inventé los ladrillos de pet.

    De lejos, vi el Mercedes Benz negro del jefe doblando la esquina. Pensé en poner el candado que cerraba el portón de la valla, pensé en salir corriendo, o tirar una bomba casera en la obra y mentir que la culpa fuera de un atentado terrorista o, mejor aún, tirar una bomba en el carro del jefe e impedirlo de llegar a destino (y colocar la culpa en la competencia). El único problema era no haber traído una bomba casera, ni saber cómo fabricar una, lo que era una verdadera lástima.

    Como último y desesperado recurso, aún tenté encajar algunas astillas de ladrillos de pet entre las fisuras de las rajaduras para disminuirlas, pero cuando vi que no sería suficiente, me recosté delante de la mayor de las fisuras en la pared, las manos escondidas atrás del cuerpo, la cabeza gacha y la mirada fija en el piso, como un niño que hizo una grande tontería.

    Mi vida entera pasó delante de mis ojos cuando el Dr. Víctor Hugo bajó del auto, apoyado en su bastón de marfil, y me fusiló con la mirada. Involuntariamente, yo que ya no era gran cosa, sentí mis hombros curvándose, como si me estuviese encogiendo, encogiendo, y en cualquier momento fuese a desaparecer. En lugar de sus pupilas pensé haber visto cifras, pero fue sólo una impresión. Personas ricas siempre me causaban esa impresión. Cosa extraña!

    Mi corazón parecía querer saltar para afuera del pecho. Mis piernas temblaban tanto que creí que me desplomaría al piso en cualquier momento. Yo sabía que estaba perdida. Adiós pos-graduación, adiós departamento financiado, adiós posibilidad de conseguir otro empleo en el área de ingeniería civil. El jefe era alguien con mucha influencia, y con seguridad no escribiría una carta de referencias para mí. Qué sería de mi vida? Las perspectivas eran casi nulas, yo estaba total y definitivamente arruinada.

    El Dr. Víctor Hugo no dijo una palabra. Rodeó el cantero de obras, observando atento el perjuicio. Al final, levantó la mano derecha y a una seña de su indicador la retroexcavadora se puso a derribar lo que aún no se había desmoronado por sí solo. Apreciamos el espectáculo por algunos minutos más y en medio al alarde de las máquinas el Dr. Víctor Hugo pronunció dos palabras que yo sólo conseguí comprender a través de la lectura labial: Recursos Humanos. Retiró del bolsillo del blazer de corte italiano unos anteojos oscuros de aro dorado – yo podría apostar que eran bañados en oro – se los puso y embarcó en el banco de atrás del Mercedes reluciente. Parecía una versión más modera del Padrino.

    Todavía me quedé ahí por un tiempo, analizando los proyectos y tratando de entender dónde era que había fallado. E imaginando la reacción de mis compañeros de trabajo, especialmente la de los ingenieros que coordinaban otros equipos, y los que aún no tenían ningún equipo para coordinar, siempre rondando a mi vuelta y a la de los otros encargados como una bandada de buitres listos para devorar nuestros cadáveres. Y ahora, para su felicidad, tenían mi cadáver fresquito para devorar.

    Fernando Aurelio Albuquerque. Yo apostaría cualquier cosa que aquel era el nombre de mi substituto. Por lo que todo indicaba, el miserable, arrogante y medio tarado, nerd y granujiento, era el próximo a subir en la jerarquía de la empresa, de ingeniero junior a ingeniero coordinador. Era un salto y tanto en la carrera, su sueldo prácticamente triplicaría. Yo quería estar feliz por él, pero él no lo merecía. Y, al final de cuentas, aquel no era un momento muy apropiado para sentirme feliz por alguien.

    — Que será de mí? — hablé sola, pero el sub-maestro de obra, el segundo en el comando después de Don Joaquín, intentó consolarme en la medida de lo posible. No había mucho para decir, no lo culpo.

    En fin, analicé todas las planillas y no encontré nada anormal en ellas, Tendría que revisar la programación de todos mis softwares de cálculo, esa era la única explicación posible que me restaba: una falla en uno de los programas. Ya encontraría una forma de verificar después, por el momento mis sesos hervían tratando de encontrar una forma de subsistir sin sueldo, y no tenía la menor condición de concentrarme en programación. Además, aquella no era mi especialidad y dependería de terceros, lo que significaba compartir mi derrota con alguien más, cosa para la cual no me sentía preparada. Quizás nunca estuviese.

    El sol comenzaba a ponerse cuando decidí abandonar todo de una vez e irme para casa. No había nada más que hacer por ahí, todo estaba irremediablemente perdido, todos los predios ya habían sido demolidos. No había nada más para ver. Mismo así yo vi, escondiéndose atrás de un montón de escombros, el reflejo de la sonrisa metálica de los aparatos dentales de Fernando Aurelio Albuquerque. Yo no estaba tan cerca, sólo lo suficiente para contemplar la sonrisa socarrona y los ojos, cuya expresión me decía yo bien que avisé que no era buena idea colocar una mujer para administrar la obra!. Y, si, aquel borrador de machista avisó mismo. Lo ignoré, pero me sentí aún peor, una completa incompetente.

    Yo era eso mismo, no? Por más que fuese, no quería aceptarlo. El orgullo era algo que dolía. Y cómo dolía!

    Capítulo 2 - Post-catástrofe

    Volví a casa destruida.

    Ya al entrar advertí la pila de papeles sobre la mesa, las cuentas que yo había dejado ahí el día anterior. Las tomé mirando atentamente cada una y los valores de repente me parecieron demasiado altos. Hice cálculos mentales y concluí que mi indemnización, junto al Seguro de Desempleo (vulgo Seguro de Desespero) no alcanzarían para cubrir las deudas del mes, ya que hacía apenas 1 año que fuera contratada por la empresa después de un corto plazo de prueba. Suspiré y las tiré de vuelta en la mesa de vidrio fumé, nuevita, que aún no había terminado de pagar.

    Fui hasta la cocina y saqué de mi bodega, también nueva, una botella de Cabernet Suavignon, chileno, mi preferido. Estaba guardando esa botella para una ocasión especial, por ejemplo, una promoción en la constructora. Ahora ya no haría el menor sentido privarme de aquel néctar de los dioses ni por un minuto más. Será que esa historia de beber para olvidar era verdadera? Bien, yo lo descubriría.

    Llené la copa y volví para el comedor, integrado, separado por la grandiosa e imponente mesa fumé, entre la cocina y el living. Bebí media copa de lo que me había servido de un solo trago, sin disfrutar la exquisitez. Arrepentida, volví a la cocina y de ésta vez, traje la botella conmigo, y me senté delante de las cuentas, mirando los sobres uno por uno y suspirando. Estoy casi segura que los oí suspirar de vuelta para mí. Después de analizar todas las cuentas, y de desistir de armar planos delirantes de asalto a bancos, devolví los sobres al local de origen del otro lado de la mesa, bien lejos de mí, para el caso de que intentaran morderme.

    Allí, en la otra extremidad de la mesa, estaba el notebook criteriosamente puesto en frente a la silla tapizada de respaldo alto (que tampoco había terminado de pagar aún, como casi todos mis muebles). Agarré el artefacto, abrí la tapa, viendo la manzana comenzar a parpadear. Decidí navegar en internet, antes que ésta fuese cortada por falta de pago. Así como el teléfono, la luz y el agua no demorarían a ser cortados también.

    Recientemente había financiado aquel maldito departamento, en aquel maldito edificio donde siempre quise vivir. Pensaba que nunca podría, y conseguir uno con una cuota que podía pagar fue una grata sorpresa del destino. No actué de manera precipitada, esperé acabar el tiempo de prueba en la empresa hasta tener una estabilidad laboral, antes de endeudarme. Estaba todo bien, todo yendo a las mil maravillas. Yo casi tenía la vida que le pedí a Dios, si no fuera por las cuentas que acumulé, pero los pobres no tenemos que hacer así si queremos tener algo en la vida?

    Ok, talvez mi filosofía fuese un poco errada. Debería haber escuchado a mi abuela, que creía que la gente tenía que vivir con lo básico de lo básico y acumular lo máximo de dinero posible...Sí abuelita, tenías razón. Si yo hubiese escuchado tu concejo, no estaría arruinada ahora, a punto de perder todo lo que construí.

    Construir. La simple mención de la palabra hacía volver a mi cabeza la escena en el cantero de obras. Nunca olvidaré la expresión en el rostro del Dr. Víctor Hugo, mientras su emprendimiento era destruido por la fuerza de tres retroexcavadoras. Tuve miedo de pasar el resto de mi vida sin dormir, teniendo pesadillas con la horrible cara del Dr. Víctor Hugo.

    Acerqué el notebook. Hacía días que no accedía a las redes sociales. Pensé que talvez pudiese encontrar algún amigo conectado para conversar, a lo mejor eso ayudase a aliviar mi desesperación. No pretendía compartir el desastre con mi familia. Sabía cómo se decepcionaría mi padre cuando se enterase. Ya era suficiente con mi propia decepción.

    Prendí el computador y me senté. No había ningún e-mail para responder en ninguna de mis tres direcciones. Realmente, no tenía muchos amigos ni siquiera para enviarme chistes o cadenas. Por lo menos los comercios, ah, esos no se olvidan de mandar e-mails promocionales que llenan mi caja de entrada y me dan falsas esperanzas de encontrar algún mensaje decente. Pensé en los acontecimientos del último año y concluí que estuve demasiado ocupada con la empresa como para relajarme y tener algunos momentos de esparcimiento con mis antiguos amigos. Yo siempre fui medio solitaria, nunca tuve una mejor amiga.

    Novio entonces...hace muchos años que no sé lo que es eso. De repente me di cuenta que perdí momentos preciosos de mi vida, los sacrifiqué en nombre de los estudios, de las ganas de tener una carrera y ahora la carrera se fue al diablo y los cinco años que estudié no valdrían más para nada. Era el fondo del pozo, no tenía dudas.

    Intenté abrir mi página en Facebook. Hacía tanto que no entraba que ni recordaba la clave. Tuve que pasar por varias etapas de verificación antes de recuperar mi cuenta. Casi desistí, pero era mi última y desesperada estrategia para encontrar alguien con quien desahogarme. Código de seguridad, número de celular, confirmación de e-mail y finalmente vi brillar en la pantalla una foto mía de la época de la facultad. Me miré, desde entonces había envejecido. De repente sentí el peso de la edad pesar sobre mis párpados, pero resistí al sueño y continué.

    Había dos mensajes. Uno de un vendedor de cosméticos ofreciéndome sus productos milagrosos capaces de suavizar las arrugas y hacer nacer más pelo en las pestañas y las cejas en menos de dos semanas! Estuve tentada de abrir el spam, pero resistí. La otra era de una antigua compañera, que no conseguía recordar, reclamando por todo el tiempo en que no le había dado atención.

    Bueno, esa era una buena candidata a oír mis lamentos y servir de hombro virtual. Cliqué sobre su nombre, Gabriela Muniz. La ventanita del chat se abrió y di gracias a Dios por estar conectada.

    "Hola! Cómo estás?, escribí. En menos de veinte segundos vino la respuesta:

    Disculpa, creo que te confundí con una amiga. Perdón!

    Y así se fue mi hombro virtual. Debe haber sido por eso que no la reconocí.

    Seguí mi búsqueda por la lista de amigos conectados y, no había definitivamente nadie con quien pudiese conversar. Yo ni conocía a la mayoría de aquellas personas, no podía simplemente abrir mi vida así, de la nada, para un montón de desconocidos. O será que podía? Eran tiempos modernos, al fin y al cabo yo no tenía idea de si ese era un hábito que las personas venían cultivando últimamente.

    Fue entonces cuando vi en pedidos de amistad, 52 pedidos me esperaban. Uau! Creo que era mi record. Media sonrisa llegó a formarse en mis labios morados de vino. Nunca fui muy selectiva con la elección de mis amigos virtuales, pero tampoco había conversado con extraños. Ellos estaban ahí apenas por estar, sin ninguna intención y ninguna pretensión. Pero ahora, después de toda esa tragedia y mitad de la botella de vino, cuál era la diferencia?

    Cliqué con la flecha del mouse y otra ventana se abrió. Recorrí los nombres con la esperanza de encontrar algún conocido, pero la mayoría de mis candidatos a amigo estaban sin camisa, o usando gorras y pareciendo niños bobos con los pantalones casi en las rodillas. Debo haber hecho algo muy feo y malo en otra encarnación para merecer semejante castigo.

    Sí, los tempos habían cambiado bastante. Me sentí una vieja de 30 años. De los 52 elegí 15 para componer mi equipo de amigos virtuales. Algunos bien particulares como una joven que sólo se sacaba fotos de espaldas, un joven con sombrero de vaquero y otro que, por el nombre, creí que era árabe.

    Éste me intrigó más que los otros. Qué diablos un árabe estaba queriendo con alguien de tan lejos? Será que hablaba mi idioma? O será que solo estaba buscando un hombro, como yo? De todas formas, ni bien acepté su pedido de amistad se abrió una ventana en el lado derecho de mi pantalla donde leí las palabras:

    Bienvenido.

    Bienvenido, respondí, medio que agradeciendo por haber alguien conectado, medio con la curiosidad por ser alguien tan extraño, o mejor, tan diferente.

    Eres bonita, escribió enseguida. Por el uso formal y sin abreviaturas, como acostumbramos a usar en los chats, concluí que él realmente no hablaba mi idioma. Agradecí y esperé. Pasaron algunos minutos y cuando llegué a los dos tercios de mi botella de Cabernet Suavignon oí el alerta.

    Te casar conmigo? Si o no?

    Me reí sola por varios minutos, impulsada por el vino, imaginando la clase de loco con quien estaba hablando. Pensé en bloquearlo o borrarlo de mis contactos, pero pensé que podía ser bien divertido y divertirme en ese momento era todo lo que estaba necesitando.

    "Casar? Pero como se quiere casar? No deberíamos conocernos antes, salir, ser novios y sólo después casarnos?

    Yo no entiendo, respondió. A lo mejor debería expresarme de forma más simple en conversaciones con extranjeros. Pensé por un momento, entonces escribí:

    Muy pronto para casarnos. Precisamos conocernos.

    No poder esperar. Egipto en guerra, yo escapar. Precisar visto extranjero urgente. Precisar casar.

    Pensé por un momento, sin responder. Hasta que en esas circunstancias,

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