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La pasión está en juego
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La pasión está en juego
Libro electrónico145 páginas3 horas

La pasión está en juego

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Información de este libro electrónico

Había que asumir las sorpresas del destino...
Keir O'Connell supo que tendría que marcharse de Las Vegas cuando se dio cuenta de que se moría de deseo por Cassie, una bailarina que trabajaba en el famoso hotel de su familia. ¡Parecía que el calor del desierto de Nevada le estaba afectando al cerebro! Así que Keir partió hacia el este y allí puso en marcha un nuevo negocio, pero los recuerdos de aquella, bailarina no lo habían abandonado por mucho que lo hubiera deseado. Y entonces Cassie volvió a aparecer en su vida. De algún modo había conseguido que la contrataran en el nuevo restaurante de Keir. Él siempre había creído que no se debía mezclar los negocios con el placer, la única opción que tenía era hacer que su empleada fuera también su amante...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 feb 2018
ISBN9788491707387
La pasión está en juego
Autor

Sandra Marton

Sandra Marton is a USA Todday Bestselling Author. A four-time finalist for the RITA, the coveted award given by Romance Writers of America, she's also won eight Romantic Times  Reviewers’ Choice Awards, the Holt Medallion, and Romantic Times’ Career Achievement Award. Sandra's heroes are powerful, sexy, take-charge men who think they have it all--until that one special woman comes along. Stand back, because together they're bound to set the world on fire.

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    La pasión está en juego - Sandra Marton

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Sandra Marton

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La pasión está en juego, n.º 1457 - marzo 2018

    Título original: Keir O’Connell’s Mistress

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-738-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Final del verano, en la carretera hacia Las Vegas.

    EL SOL, con su luz dorada, teñía el borde del desierto mientras Keir O’Connell cruzaba el estado de Nevada.

    La carretera estaba vacía y él conducía a gran velocidad. El Ferrari negro iba comiéndose las millas como un pura raza que era. Pasó al lado de una señal luminosa tan rápidamente que Keir no pudo leerla, pero no le hacía falta. Sabía lo que decía.

    75 millas a Las Vegas. Bienvenido al Hotel Casino Desert Song.

    Setenta y cinco millas. A la velocidad a la que conducía no tardaría más de media hora. Keir apretó tranquilamente el pedal del acelerador. Llevaba dos días en la carretera, conduciendo prácticamente sin descanso. Sabía que se había entretenido mucho y que si no se daba prisa se perdería la boda de su madre.

    Perderse la boda de la duquesa no era posible. Esperaría hasta que sus seis hijos hubieran llegado antes de pronunciar los votos que la unirían a Dan Coyle y, después, se ocuparía de despellejar al responsable del retraso.

    No, perderse la boda no era una opción, además, Keir comprobó la hora en el salpicadero del coche y tenía tiempo suficiente. La ceremonia no era hasta el día siguiente. Se dijo a sí mismo que conducía tan rápido porque quería pasar algo de tiempo con su familia y eso era verdad, en parte, pero lo cierto era que conducir rápido lo relajaba, también estar con una mujer, pero era la última cosa que necesitaba en aquellos momentos.

    No había tocado a una mujer en tos treinta días en los que había estado fuera. Había pasado un mes desde que se comportó como un idiota bajo la luz de la luna con Cassie Berk.

    Un mes. ¿Solamente había estado un mes fuera? ¿Había tomado tantas decisiones importantes en solamente cuatro semanas? Parecía imposible, sobre todo para él. Se había pasado la vida aguantando las bromas de sus hermanos que le decían que era un previsor vigilante.

    –Ten cuidado –le había dicho su madre el año en el que consiguió su título de piloto. Uno de sus hermanos, probablemente Sean, se había reído mientras le había asegurado a su madre que no había ninguna razón para preocuparse, Keir nunca tendría un accidente a menos que lo hubiera planeado primero.

    Keir frunció el ceño.

    Entonces, ¿cómo era posible que estuviese a punto de despedirse como director general del Desert Song y mudarse a doscientas cincuenta millas de distancia e instalarse en un viñedo en Conecticut, un viñedo donde había invertido una pequeña fortuna?

    Keir se removió en el asiento, intentando encontrar una postura más cómoda para sus piernas.

    Lo que estaba a punto de hacer iba a poner nervioso a más de uno y, para qué iba a engañarse, la idea de volver a ver a Cassie tampoco le gustaba nada. No había nadie que no hubiera hecho algo estúpido alguna vez. A pesar de lo que Cassie le había llamado, no era lo suficientemente arrogante como para pensar que él era una excepción. Lo que había hecho aquella noche…

    Le debía una disculpa, con el tiempo ella se habría calmado. Pero en realidad todo lo que había pasado había sido culpa de la luna, del exceso del champán, de aquel baile agarrado y de que él había sido elegido padrino de boda de Gray Baron y Cassie la dama de honor de Dawn Lincoln.

    Pero la verdad era que todo había sido culpa suya y estaba preparado a admitirlo. Él era el jefe de Cassie y sabía perfectamente las reglas sobre acoso sexual. ¿Lo sabía entonces? Las había escrito para el hotel, no solamente las reglas sobre acoso, sino otras que reflejaban lo que él esperaba de su gente. Lógica, juicio, sentido común. Él creía en aquello principios, había construido su vida sobre ellos… y, aquella noche con Cassie, los había olvidado todos.

    –Eres un arrogante, egoísta hijo de perra –había dicho ella cuando él había hecho lo correcto, retroceder un paso y tratar de disculparse.

    ¿Le había dejado hacerlo? Ni hablar, se había puesto hecha una furia y le había llamado cosas que quizá hirieron su ego, pero que eran verdad. Él nunca tendría que haber intentado nada con ella. La había puesto en una posición que la perjudicaba, tanto si le hubiera correspondido como si no lo hubiera hecho. Pero lo había hecho. Él la había tomado en sus brazos en una oscura esquina del jardín en aquel rancho de Texas. Un segundo más tarde, ella le había correspondido apasionadamente, abriendo la boca, gimiendo cuando él había deslizado las manos bajo su vestido, aquel vestido largo, de gasa que no la hacia parecer una simple camarera de Las Vegas, sino la protagonista de un sueño.

    Él estaba a unas cincuenta millas de Las Vegas y habían pasado treinta días y treinta noches de lo sucedido, de lo que casi había sucedido, en aquel jardín, ¿por qué estaba pensando en ello otra vez?

    Se había ido a Nueva York de vacaciones, aunque ese no había sido el plan original. Había tenido la intención de conducir hasta Tucson y después hasta Phoenix, simplemente para marcharse un par de semanas y disfrutar del coche, que hacía unas semanas que se lo había comprado, en las largas carreteras desérticas.

    Entonces, justamente después de la ceremonia, su madre y Dan Coyle, el jefe de seguridad del Desert Song, lo habían llevado a una esquina.

    –Keir –le había dicho la duquesa agarrada al brazo de Dan Coyle–, sé que esto será una sorpresa para ti… cariño, Dan y yo nos vamos a casar.

    Keir sonrió al volante.

    ¿Una sorpresa? Sí, pero una vez que lo había pensado, se dio cuenta de que no debería de haberlo sido. Él había pillado en numerosas ocasiones a Dan mirando a la duquesa de tal manera que esta se había sonrojado como una colegiala.

    Había dado un beso a su madre y a Dan lo había abrazado, dándole palmaditas en la espalda. Después, todos habían reído y quizá también habían llorado. La duquesa lo había tomado de la mano y le había dicho que por fin se podía ir de vacaciones un mes.

    –Las órdenes del jefe siempre tienen que obedecerse –había dicho Dan guiñándole un ojo.

    –Te mereces unas verdaderas vacaciones –había insistido Mary–, simplemente asegúrate de que vuelves a tiempo para nuestra boda.

    Dan le había dicho el día y la hora que habían elegido para casarse. Keir había besado a su madre y le había estrechado la mano a Dan. Entonces, antes de despedirse, Keir había tomado aire profundamente y había dicho que pensaba que podría ser el momento para que Mary se volviera a hacer cargo de la dirección del Desert Song y así él podría dedicarse a otra cosa.

    –¿Lo dices porque me voy a casar con tu madre? –había dicho inmediatamente Dan–. Keir no es necesario. No hace falta que te marches.

    –No –había dicho Mary suavemente–, por supuesto que no –su sonrisa había temblado ligeramente–, pero él quiere irse, ¿verdad, Keir? Hacerte cargo del hotel nunca ha sido lo que realmente querías hacer en la vida –había añadido acariciándole el brazo–. Creo que siempre lo he sabido.

    Aquello había sido verdad y Keir no lo había negado. Ellos tres estuvieron hablando sobre cómo serían las cosas sin Keir y con Mary al cargo.

    –Compartiendo las responsabilidades con Dan será todo más fácil –había dicho ella firmemente a Keir.

    A él le gustaba Coyle y si alguien podía mantener a la duquesa a raya, ese era Dan.

    Keir volvió a pensar en Cassie, frunció el ceño, tomó sus gafas de sol y se las puso.

    Su intención había sido marcharse a Tucson en la madrugada del día siguiente, pero después del fiasco en el jardín, él había metido sus cosas en el coche y se había dirigido al este en vez de hacia el oeste, no solamente en busca de unas vacaciones sino en busca de su propia vida.

    Era estupendo estar libre de las responsabilidades que había asumido durante seis años, pero libre para, ¿hacer qué? De lo único de lo que estaba seguro era que no quería volver a trabajar en La Bolsa. Había hecho una fortuna en el complicado mundo de las acciones

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