Inocencia sin prueba
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Gabriel Brabanti quería ver a la pequeña que se suponía era su hija, pero no a su ex esposa. Por eso fue Eve Caldwell, la prima de su ex, la que fue a la villa con la niña.
Rico y poderoso, Gabriel no era de los hombres a los que se podía traicionar o desobedecer. La belleza y el cuerpo de Eve lo cautivaron inmediatamente, pero después descubrió que había un plan para engañarlo y dio por hecho que Eve también estaba implicada. Pero cuando ella se marchó de su casa... y de su cama, Gabriel se quedó con el corazón roto.
Catherine Spencer
In the past, Catherine Spencer has been an English teacher which was the springboard for her writing career. Heathcliff, Rochester, Romeo and Rhett were all responsible for her love of brooding heroes! Catherine has had the lucky honour of being a Romance Writers of America RITA finalist and has been a guest speaker at both international and local conferences and was the only Canadian chosen to appear on the television special, Harlequin goes Prime Time.
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Inocencia sin prueba - Catherine Spencer
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Catherine Spencer
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Inocencia sin prueba, n.º 1551 - mayo 2019
Título original: The Brabanti Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises
Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-893-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
TEN cuidado y deja bien claros tus derechos desde el primer momento porque Gabriel Brabanti es un tiburón y, si le das la oportunidad, te comerá viva. Nunca hay un término medio con él. O haces lo que dice, o te vas… y yo elegí irme»
La advertencia de su prima sonó amenazadoramente en la mente de Eve mientras sujetaba con firmeza la sillita en la que llevaba a su sobrina mientras esperaba en la terminal del aeropuerto internacional de Malta.
Se suponía que el ex marido de Marcia y padre de la dulce Nicola Jane iba a estar esperándolas, aunque no se había molestado en estar presente en el nacimiento de la niña. De hecho, hasta cuatro meses después del parto no había hecho llamar a madre e hija para que volaran desde Manhattan para reunirse con él.
¿Pero había cooperado Marcia? No. Marcia sólo hacía lo que quería, y lo que quería era siempre cómodo y glamuroso. El resto se lo encasquetaba a algún otro, algo de lo que Eve era tan consciente que sólo podía culparse a sí misma por encontrarse en aquella situación.
Todo empezó inocentemente con una llamada de Marcia al apartamento de Eve en Chicago.
–¿Cómo estás, Evie? ¡Te echo tanto de menos! Hace mucho que no hablamos.
Los preliminares dieron rápidamente paso al verdadero motivo de la llamada. Gabriel Brabanti había empezado a exigir sus derechos como padre de Nicola.
–No pienso ir a Malta sólo porque su excelencia lo ordene –dijo Marcia con firmeza por el manos libres que había insistido en usar para que su nuevo marido, Jason, pudiera intervenir en la conversación–. Por lo que a mí concierne, nunca he recibido esa carta.
–Me has dicho que te la han enviado certificada, lo que significa que la habrás firmado –dijo Eve.
–¡Me da igual! ¡Su excelencia se puede ir al diablo! Puede que sea un rico italiano viviendo en Malta, pero no es nadie en Nueva York.
–Puede que lo mejor sea seguirle la corriente, cariño –dijo Jason–. Por el tono de su carta parece que va en serio. O vas tú allí, o viene él aquí, y no queremos eso, ¿verdad?
–Si crees que se conformará con que me presente allí con Nicola estás muy equivocado. Esto es sólo el principio.
–¿Qué opinas tú, Eve? –preguntó Jason.
–Por lo que he oído estoy de acuerdo con Jason, Marcia. O vas tú o viene él. Es obvio que tiene derecho a ver a su hija.
–En ese caso tendrás que llevarla tú, porque yo no pienso ir a Malta y me niego a que Gabriel se presente aquí. Y antes de que digas que no, deja que te recuerde quién fue a Chicago a ocuparse de tu gato y tus plantas la última vez que pasaste un mes holgazaneando por Nuevo México.
–¡Eso fue hace cinco años, y te las arreglaste para matar todas mis plantas!
–De todos modos estás en deuda conmigo.
–Soy consciente de que cuando haces un favor te lo cobras con creces. Pero si crees que voy a llevarme a Nicola a…
–¿Por qué no? –interrumpió Marcia–. Siempre estás diciendo que quieres conocerla. Ésta es tu oportunidad.
–¡Te has vuelto loca!
Al parecer, Eve no era la única que pensaba aquello.
–Eso es ir un poco lejos, cariño –dijo Jason.
–También lo sería marcharme a Malta cuando tu carrera está en un momento crítico y me necesitas cerca para proteger tus intereses. ¿Quién crees que me importa más, tú o Gabriel?
–Si lo pones de ese modo…
–¿Y qué otro modo hay de ponerlo? –replicó Marcia–. Vamos, Eve, sé buena.
–Llevarse a un bebé del país implica algo más que presentar un billete de avión –protestó Eve–. También está el pequeño detalle del pasaporte, del permiso paterno…
–Me ocuparé de que tengas toda la documentación necesaria. Tú concéntrate en Nicola y asegúrate de que sepa que su mamá la adora.
–¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?
–Ya encontrarás el modo. Después de todo, no es como si estuviera entregando mi hija a una desconocida sin experiencia. Eres enfermera. Tratas con bebés y niños todo el tiempo. ¡Piénsalo, Eve! Has pedido la excedencia en tu trabajo porque estás cansada de trabajar veinticuatro horas en la clínica. Necesitas urgentemente unas vacaciones, y yo te estoy dando la oportunidad de pasarlas en una preciosa isla del Mediterráneo. Sea cual sea la opinión que tengo de mi ex, soy la primera en reconocer que sólo se conforma con lo mejor, de manera que serás tratada como una princesa mientras estés en su casa. Tendrías que estar loca para rechazar una oferta como ésa.
¡Y aún más loca para aceptarla! Sin embargo, allí estaba, en el aeropuerto de Malta, con Nicola, esperando al señor Brabanti, un hombre al que no conocía, con el que Marcia se casó sin previo aviso y del que se separó antes de que su familia se hiciera a la idea.
«Es alto, moreno y tan arrogante que lo reconocerás enseguida. Simplemente dirígete al hombre que se comporte como si estuviera a cargo de todo».
Así lo había descrito Marcia, pero Eve no lograba ver a nadie que encajara con la descripción. En lugar de ello vio que un hombre de pelo gris y estatura media vestido con unos pantalones blancos y una chaqueta azul marino se acercaba a ella.
–¿Señora Brabanti? –preguntó.
–Caldwell –corrigió Eve, preguntándose por qué pensaría que era su prima, pues Marcia había avisado a Gabriel de que iba ella en su lugar–. Señorita Caldwell.
–Scusi. Busco a una mujer americana con un bebé…
–La ha encontrado –Eve señaló a Nicola que, agotada tras haber llorado durante todo el vuelo desde Amsterdam, finalmente se había quedado dormida–. Ésta es la hija del señor Brabanti.
–Comprendo. Yo soy Paolo. El señor Brabanti me ha enviado a recogerlas.
–¿No tenía tiempo de venir en persona?
–El señor les envía sus excusas –dijo Paolo en tono neutral–. Ha surgido un asunto de importancia que le ha impedido venir.
–¿Más importante que reunirse con su hija? –dijo Eve sin ocultar su desdén.
El chófer tosió y apartó la mirada. Era evidente que no estaba acostumbrado a escuchar críticas sobre su jefe.
–Han tenido un viaje muy largo, signorina –murmuró en tono apaciguador–. Si me espera en el coche, yo me ocuparé de ir por el equipaje.
Paolo condujo a Eve hasta una limusina Mercedes Benz y, tras ayudarla a instalarse con la niña, fue a buscar el equipaje.
En el trayecto hacia la casa de Gabriel, Eve comprobó que los comentarios de Marcia sobre la belleza y las antigüedades de Malta no habían sido exagerados, pero los olvidó todos en cuanto la limusina cruzó las verjas que llevaban a Villa Brabanti. La casa se alzaba enorme y oscura sobre una pequeña colina. Ni una sola luz iluminaba sus ventanas. Sólo la luna, fría como el hielo, brillaba sobre sus ventanales.
–¿Está seguro de que nos esperan? –preguntó Eve, aprensiva–. No veo indicios de la alfombra de bienvenida.
–Es debido a la emergencia de la que le he hablado –explicó Paolo cuando le abrió la puerta–. Hay un problema con la caja de fusibles de la villa que podría provocar un incendio. Como sabrá, signorina, Malta ha adoptado el sistema de corriente inglés de doscientos cuarenta voltios. Cuando surgen problemas no deben ignorarse, o podríamos acabar todos achicharrados.
Eve permaneció sentada.
–¡Qué reconfortante! Tal vez sería mejor que me fuera con el bebé a un hotel hasta que el problema quede resuelto.
–No será necesario. El señor Brabanti tiene la situación controlada.
Como si el chófer acabara de hacer un conjuro, la villa se iluminó de pronto. La luz se derramó sobre el patio en que aguardaba la limusina.
–Per favor, signorina –dijo Paolo a la vez que ofrecía su mano a Eve–. El señor nos habrá oído llegar –por su tono, no hizo falta que añadiera que a su jefe no le hacía ninguna gracia esperar.
–De acuerdo –Eve soltó la silla de Nicola–. Vamos, tesoro. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
–Por aquí, signorina.
Paolo le hizo pasar a un vestíbulo