Conflictos familiares
Por Amanda Browning
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Cuando su guapísimo jefe le encomendó aquella misión fuera de las horas de trabajo, Ginny se quedó de piedra. Roarke quería que se hiciera pasar por su novia durante una semana en la que estarían juntos día y noche. Roarke había elegido a Ginny porque sabía que no tendría la tentación de llevársela a la cama. Sin embargo, en cuanto estuvieron juntos, empezaron a echar chispas y Ginny no tardó en convertirse en su amante fuera de las horas de trabajo... ¿Aquello era solo una aventura sin compromiso, o acaso Roarke tenía otros planes?
Amanda Browning
Amanda Browning began writing romances when she left her job at the library and wondered what to do next. She remembered a colleague once told her to write a romance, and went for it. What is left of her spare time is spent doing gardening and counted cross-stitch, and she really enjoys the designs based on the works of Marty Bell. Amanda is happily single and lives in the old family home on the borders of Essex, England.
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Conflictos familiares - Amanda Browning
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Amanda Browning
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Conflictos familiares, n.º 1448 - enero 2018
Título original: His After-Hours Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-731-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Ginny Harte oyó un golpe que procedía de la habitación de al lado y miró sobresaltada la puerta que comunicaba los dos despachos. Por lo que ella sabía, su compañero y director de la cadena de hoteles que poseía su familia, Roarke Adams, todavía estaría comiendo. Esperó a que se produjera otro ruido e inmediatamente se oyó con claridad cómo algo grande, probablemente una papelera, chocaba contra la pared. Sonrió malvadamente. Parecía que las cosas no le habían ido bien. Qué pena. Un hombre tan agradable no se merecía eso, pensó con gesto irónico.
Se levantó de la silla con elegancia y se dirigió hacia la puerta de la habitación que por el momento permanecía silenciosa. Ginny era alta, incluso sin tacones, delgada pero voluptuosa, tenía unos ojos verdes fulminantes y un carácter tempestuoso que se reflejaba en una abundante y envolvente melena pelirroja, pero la experiencia le había enseñado a contenerse y, a los ventiséis años, mostraba ante los demás una apariencia fría y tranquila.
Llevaba trabajando junto a Roarke Adams poco más de un año, desde que el abuelo de él, el propietario de los hoteles, la contratara para coordinar la modernización y la decoración de todos los edificios. Los demás aspectos del negocio pertenecían al terreno de Roarke, pero cuando compraba una propiedad nueva era ella quien decidía lo que se necesitaba para igualarla a los demás hoteles. Cuando Roarke realizaba sus habituales giras, ella lo acompañaba para supervisar las reformas que se habían proyectado. Mantenían una buena relación laboral, lo cual no dejaba de ser curioso si se tenía en cuenta que no se tenían mucha simpatía.
Habían tardado un mes en evaluarse y en darse cuenta de las carencias del otro. La batalla había empezado y los intercambios verbales se habían convertido en una fuente de gran interés y diversión para los empleados. Tenían conflictos diariamente. Roarke nunca perdía la oportunidad de atacarla y, como ella no era de las que rechazaba ninguna contienda, siempre encontraba la manera de contraatacar.
Ginny sabía que él pensaba que por sus venas corría agua helada en lugar de sangre y que en todo su cuerpo no había ni un gramo de pasión, que no sabría qué hacer con un hombre de verdad. Roarke se burlaba abiertamente de Daniel, su novio, porque representaba todo lo que él no era: leal, estable, sin complicaciones… De acuerdo, no era una relación apasionada. En otras ocasiones, Ginny ya se había dejado arrastrar por las pasiones y las consecuencias habían sido desastrosas. Daniel era todo lo que ella quería en ese momento, y estaba bastante segura de que pronto le iba a proponer matrimonio. Cuando lo hiciera, ella sin duda aceptaría.
Si Roarke se burlaba de su estilo de vida, Ginny solo podía sentir desprecio por el de su jefe. En su opinión, este era poco más que un mujeriego sin principios. Las mujeres entraban en su vida y salían de ella constantemente. Cualquiera que se le acercara le parecía bien, las mujeres se deshacían cuando él las miraba con aquellos ojos luminosos y con una sonrisa que las desarmaba. No le sorprendería lo más mínimo que tuviera una lista de todas sus conquistas.
Aunque Ginny no se ocupaba mucho de su alocada vida amorosa, sabía que era generoso y que trataba bien a las mujeres mientras le siguieran interesando. Y, para ser justos, nunca se acercaba a las casadas, o a las que ya estaban comprometidas. Roarke tenía su propio código: solo jugaba con las mujeres que conocían las reglas y nunca tenía relaciones con las que trabajaban para él. Su vida tenía dos áreas claramente diferenciadas y únicamente se mezclaban cuando Ginny tenía que consolar a la última víctima, una tarea que no le gustaba.
Ella ya le había criticado su comportamiento, pero Roarke no se había sentido ofendido, más bien le había divertido su actitud y, en tono de burla, la había informado de que no se iba a dejar reprender por una regañona aburrida. Así había empezado todo, así estaban las cosas entre ellos en el momento en que Ginny se acercaba a la puerta. Una mujer más sensata habría retrocedido, pero no podía seguir trabajando sin saber lo que había pasado, así que se decidió a entrar.
Al abrir la puerta tuvo que esquivar un objeto que venía hacia ella. Al levantarse, observó los lápices que se acumulaban en el suelo como si fueran confeti, y miró al hombre que permanecía inmóvil al lado de la mesa.
Ginny tenía que admitir que, sin duda, Roarke era el hombre más apuesto que había visto en su vida. A los treinta y dos años estaba en su mejor momento: era alto, esbelto y musculoso, tenía el pelo denso y negro, unos pícaros ojos grises y una sonrisa que dejaba sin respiración. Pero en aquel momento no sonreía, su expresión de furia hizo temblar a Ginny.
–¿Qué tal la comida? –le preguntó ella.
–Pues no muy bien, la verdad. En realidad acabo de pasar las peores horas de mi vida.
–No me digas que alguna cabeza hueca ha tenido la sensatez de decirte no.
–Yo no salgo con ninguna cabeza hueca, cariño. Prefiero a las mujeres inteligentes, ya lo sabes –replicó Roarke mientras contemplaba cómo a Ginny se le subía la falda al agacharse para recoger los lápices del suelo–. Bonitas piernas –murmuró–. ¿Te he dado? –le preguntó cambiando el tema al ver la mirada asesina de Ginny.
–No, pero a lo mejor te doy yo a ti si no dejas de mirarme.
–Tú tienes la culpa por ponérmelo tan fácil. Un hombre no se puede contener –estaba coqueteando con ella, una táctica que había utilizado antes, cuando quería que se irritara todavía más. Y como siempre, ella no le hizo ningún caso–. Un hombre siempre lo tiene que intentar –añadió él con firmeza–. Eres una mujer dura. ¿Es que hay algo que te pueda afectar? ¿Alguna vez sientes pasión? ¿Acaso sabes lo que es? ¿Y qué pasa con Daniel? ¿Cómo funciona esa relación? ¿Le dejas que te bese o se va todas las noches a casa muriéndose de frustración mientras tú duermes profundamente en tu cama virginal?
–De verdad no esperarás a que te conteste a eso solo porque estás de mal humor, ¿no?
–No, en realidad esperaba que me dieras una bofetada. ¿Por qué no lo has hecho?
–Probablemente porque era lo que tú querías.
–Estás aprendiendo, cariño. Todavía te queda alguna esperanza –le dijo mientras miraba por la ventana y contemplaba la ciudad.
–No me llames «cariño», Roarke. Desde luego, no aspiro a ser una de tus amantes– contraatacó Ginny.
–Un hombre se podría congelar intentando calentarte. Me compadezco de Daniel.
–Afortunadamente Daniel no necesita tu compasión –le respondió con rabia.
–Es cierto, él mismo es también como un témpano de hielo.
–Yo no creo que Daniel sea nada frío. Como se suele decir, las apariencias engañan.
–Eso también se podría referir a mí, cariño –respondió Roarke.
–De eso nada –negó Ginny con rotundidad–, tú eres un libro abierto, Roarke, y donde tú apareces todo el mundo sabe el argumento. Las más sensatas te devuelven a la estantería –le respondió con burla.
–Quizá, pero las que no lo hacen se lo pasan mucho mejor.
–Eres incorregible –afirmó Ginny–. Tengo cosas más importantes que hacer que malgastar el tiempo discutiendo contigo –hizo ademán de irse, pero Roarke se lo impidió.
–Eso puede esperar. Cierra la puerta y siéntate. Tengo que hablar contigo –le ordenó.
Ginny percibió algo intrigante en el ambiente y cerró la puerta obedientemente.
–Pensaba que no me creías cualificada para ser tu consultora sentimental.
–Un día de estos te vas a envenenar con esa lengua que tienes –le advirtió Roarke.
–Si buscas compasión, has acudido a la mujer equivocada. El hecho de que no hayas conseguido lo que querías no significa que tengas que destrozar el despacho. Así que has conocido a una mujer que tiene un poco de cerebro, ¿no? Tenía que pasar en algún momento.
–¿Sabes una cosa, Ginny? –le preguntó con desaprobación–, estás obsesionada con mi vida amorosa. ¿Quién ha dicho que esto tenga algo que ver con una mujer?
Roarke era como un imán para las mujeres, parecía desnudo cuando no llevaba una del brazo, lo cual no quería decir que no trabajara de manera incansable en el negocio familiar. Si no lo hiciera, la cadena de hoteles no sería de las mejores de su categoría. Pero también jugaba duro. Ginny ya había escuchado sus penas en otras ocasiones y, en general, siempre había una mujer en la historia. Esa vez no parecía ser así, si es que se le podía creer.
–¿No tiene que