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Fieles Infieles
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Libro electrónico180 páginas3 horas

Fieles Infieles

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Información de este libro electrónico

Adelaide y Anderson eran una pareja de ensueño, hasta que a los seis años de casados llegó la crisis de los siete.

Para no perderse el uno al otro, ya que todavía se amaban, decidieron adherirse al casamiento abierto, lo que salvó su relación. Pero todo está a punto de desmoronarse cuando sus respectivos amantes les anuncian que se van a casar.

En ese momento es que marido y mujer necesitan un plan infalible para impedir el matrimonio que puede decretar el fin de su casamiento.

IdiomaEspañol
EditorialEX Editora
Fecha de lanzamiento19 jul 2017
ISBN9781547509072
Fieles Infieles

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    Fieles Infieles - Samuel Cardeal

    Fieles Infieles

    ––––––––

    Samuel Cardeal

    Prólogo

    Es gracioso pensar en la dinámica de un casamiento.

    Yo no le veo ninguna gracia.

    La cuestión es que ningún otro tipo de alianza social es tan inestable y llena de variables. Una relación puede caerse de la noche a la mañana, como puede renacer de las cenizas a partir de un hecho inesperado, algo que jamás imaginaste que fuera la solución de todos los reveses.

    Reve...¿Qué? No importa. Pero estoy de acuerdo que a veces las cosas se resuelven de manera extraña. Como en nuestro caso. ¿Quién diría que algo que separa a tantas parejas nos iría a unir más que nunca?

    Pero no existen fórmulas cuando hablamos de casamiento, y eso torna todo imprevisible. De la misma forma que nos conocimos a partir de un encuentro estrictamente casual llegamos a nuestra crisis de los siete por motivos que desconocemos.

    Creo que nunca lo vamos a saber, para decir la verdad. Empezando por el hecho de nuestra crisis de los siete sucedió en el sexto año de casamiento. ¿Cómo alguien puede esperarse eso?

    Tal vez sea porque nunca fui buena en matemáticas.

    Pero yo soy administrador. No soy un perito en números, pero sé operar a 12C como pocos...Tá bien, no es tan así, pero me las arreglo bien. ¡Hasta hago la declaración de la renta solo!

    Alguien ha divagado por aquí...Pero volviendo al asunto, esta conversación me recuerda el tiempo en que éramos novios. Nunca pensábamos en problemas, solo creíamos que estábamos hecho el uno para el otro y que nuestro amor sería eterno. Y más aún, que nuestro amor sería suficiente para que jamás tuviésemos problemas.

    La vida era tan simple como un barquillo de helado.

    ¡Nuestro salario mal daba para un barquillo de helado!

    Pero éramos felices con lo poco que teníamos. ¿Será que el dinero complica las cosas?

    Esa es la mayor tontería que he oído. Éramos de esa forma porque éramos unos tontorrones. Dos tontos muy felices, pero mismo así, tontorrones. No me vengas con esas ideas de dejar nuestros trabajos y vivir una vida simple. Sabes que no vas a aguantar mucho tiempo sin tu fútbol en nuestra TV de 60 pulgadas. Y yo no quiero volver a andar en autobús. Eso es más fuerte que cualquier amor.

    Mirándolo por ese lado, es posible que tengas razón.

    Y la tengo.

    Por eso tú eres la mujer de la pareja y yo no. Y ahora fuiste tú quien div...div... ¿Cómo se dice?

    Divagué

    ¡Eso! Divagué

    Divagaste.

    ¿Eh?

    Déjalo. Lo importante es que siempre hay una salida para los problemas, aunque esté disfrazada de un problema más grande.

    ¡Ponle más grande a eso!

    Esta conversación no debe tener mucho sentido para quien está fuera, ¿Verdad amor?

    ¡Ni siquiera tiene sentido para mí, que estoy dentro!

    Pero va a tenerlo. Y el capítulo 1 es el primer paso.

    ¡Entonces, capítulo 1!

    Capítulo 1: Recibiendo la Noticia

    Yo no entiendo el problema que tiene la gente con el cigarrillo. Fumo hace tantos años, que prácticamente forma parte de mí. Adelaide dejó de fumar en la época que noviábamos y con el tiempo terminó obligándome a hacer lo mismo. Pero no duró mucho y ahora aprovecho cada oportunidad para fumar escondido. Trabajar en una empresa que fabrica cigarrillos puede ayudar de poco, pero mis heroínas – no confundir con la droga— son los caramelos de menta. Dejan la boca fragante y mi esposa ni se da cuenta de que fumé, haya sido un cigarrillo o una cajetilla entera.

    Adelaide decía que era un cliché más, el fumar después del sexo, pero yo siempre tuve ese hábito. Aquel día estaba saboreando un cigarrillo sin filtro bien suave porque los fuertes no son buenos para esos momentos, me dejan un poco mareado. Aquello era como una meditación, sentía el humo entrar en mi boca, parar en los pulmones para descansar e inmediatamente después una nube salía por la nariz formando una cortina delante mío.

    Aliane estaba cerca de la cama, en pie, peinándose frente al espejo. Una manta negra y brillante cayéndole sobre la espalda. Vestía solo ropa interior dejando su maravilloso cuerpo a la vista. Su físico era levemente musculoso, creo que practicaba algún arte marcial; nunca le pregunté, solo tenía la impresión. No obstante, con esa diosa delante de mí, no le prestaba mucha atención.

    Yo estaba fumando y me gusta separar las cosas. Sexo es sexo. Cigarrillo es cigarrillo. No sé decir cuál de los dos me da más placer, pero puedo decir que no se deben mezclar. Intenté hacerlo en mi adolescencia, pero casi me quemé el pene. Estaba terminando de fumar cuando Aliane se dio vuelta y vino hacia mí.

    — Anderson, tenemos que hablar.

    Medio distraído, casi me atraganté con el humo. Después de una tos suave, moví la mano para despejar la nube de nicotina y me giré hacia ella sorprendido. No solíamos conversar mucho, principalmente después del sexo y ella sabía que mi cigarrillo era sagrado.

    — ¿Qué pasó? — le pregunté entre una pitada y una soltada de humo.

    — Es muy difícil lo que estoy por decirte, pero quiero que sepas que esto que hay entre nosotros es muy especial y siempre guardaré conmigo cada momento que pasamos juntos.

    — No entiendo.

    — Mira, conocí a un chico, ya estamos saliendo hace algún tiempo y...

    — ¡Aliane, yo estoy casado! No tienes que darme explicaciones, estamos bien de esta manera, no sé...

    — ¡Es que me voy a casar!

    Me quedé en silencio. No por el choque sino por no conseguir comprender donde quería llegar ella. A veces soy un poco lento para interpretar las cosas, principalmente cuando estoy en mi momento de fumar después del sexo. Ella debería saberlo y empezar una conversación tan extraña en un momento más propicio.

    — ¡Felicitaciones! — le dije, intentando sonreír, pero sin conseguirlo por estar un poco confundido.

    — Creo que no me estás entendiendo, Anderson. ¡Me voy a casar!

    — Entiendo, ¡Te deseo felicidades! — ¿Dónde carajo quería llegar?

    — Eso significa que no podemos vernos más. Al menos no de esta forma en que nos vemos, ¿entiendes?

    — ¿Cómo?

    — Yo creo en la monogamia, por más contradictorio que eso pueda parecer.

    ¿Monogamia?¡No sé el significado de esa palabra! Eso no tenía sentido para mí. Ella iba a casarse; ok. ¿Pero nuestra relación qué tenía que ver con ello? Era solo sexo y estábamos de acuerdo en eso; yo era un hombre casado y todos los términos fueron discutidos antes de que empezáramos. Hacía dos años que nos encontrábamos dos veces por semana, excepto en la época de exámenes en la facultad de Aliane. ¿Qué carrera estaba cursando?

    — Yo... bueno...Es que... ¡No te entiendo!

    — En breve voy a casarme y pretendo serle fiel a mi marido. Él sabe lo que tenemos, y la decisión de terminar contigo fue una decisión que tomamos en conjunto.

    Ella me miró con sus ojos grandes y brillantes, parecía una niña que acaba de recoger un gatito lastimado en la calle. Después se levantó y empezó a vestirse. Fue tan rápido que cuando me di cuenta, Aliane me besaba en la cara y ya estaba en la puerta. Me quedé unos segundos parado, hacia la nada, intentando entender la situación.

    —¡Ay, mierda!

    Salí del estado de congelación en que estaba al sentir un ardor entre los dedos; la colilla del cigarrillo se había quemado y ahora estaba sobre la sábana. La tela se chamuscó un poco y apareció una llama. Cogí la almohada rápidamente y empecé a golpear donde se estaba quemando hasta apagar el fuego. Entonces, con falta de aire como si hubiese corrido un maratón, me eché y dejé que el aire entrara y saliera de mis pulmones hasta que mi corazón empezó a latir normalmente.

    Después de un largo tiempo echado en la cama, me puse en pie, me vestí, pagué y salí. Normalmente, Aliane me llevaba hasta el metro, pero hoy se había ido sin esperarme y de acuerdo con lo que me había dicho, para no volver nunca más. Las pocas veces que tuve que salir del motel sin un coche me avergonzó mucho, sintiendo que todos me miraban, me juzgaban; si al menos consiguiera pasar el examen de conducción... Pero después de haber reprobado19 veces, me pareció sensato desistir. Sin embargo, ahora estaba tan trastornado que ni siquiera me importaron las miradas, fuera de curiosos o de quien juzgara.

    Caminé algunos metros hasta darme cuenta de que un taxi se acercaba, le hice una señal y el chófer paró. Entré cabizbajo y le di la dirección y me acomodé como pude, apoyando la cabeza en el vidrio y observando el paisaje de concreto y polvo que pasaba lentamente ante mí. Pero no veía nada de eso, veía solo a Aline diciendo aquellas palabras que no quería comprender: no podemos vernos más.

    Y no sabía todavía que mierda significaba monogamia.

    Capítulo 2: ¿Y ahora?, ¿Quién Podrá Ajudarnos?

    Mientras conducía mi escarabajo rosa de vuelta a casa repasaba en mi cabeza las palabras de Emilio incontables veces.No podemos vernos más, dijo. Yo no podía creerlo. ¡La puta que lo parió! Todo bien, él se iba a casar, no veo nada de equivocado o fuera de lo común en eso. ¿Pero cómo un hombre que era mi amante hacía dos años, sabiendo exactamente la naturaleza adúltera de nuestra relación, pudo venir y decirme que cree en la monogamia en el casamiento?¡Hipócrita, hijo de puta! Lo peor de todo es que lo necesitaba, mi casamiento dependía de él. Y ahora estaba todo perdido, no sabía qué hacer.

    De las más de doscientas canciones grabadas en mi pen drive, ahora estaba tocando Pink Floyd y por más que ame esa banda, Great Gig in the Sky no estaba ayudando ni un poquito en aquel momento. Lo que necesitaba era un lindo porro para relajarme y despejar la mente y solo en ese momento parar para pensar claramente en la situación; pero mi porro se había acabado y el tipo que me la proveía estaba atrasado con mi entrega. Si la maldita hierba fuera legalizada todo sería diferente.

    Casi estaba llegando a casa, e intenté controlar la respiración para calmarme. Aún tenía que contarle a Anderson lo que había pasado y sabía que su reacción no sería de las mejores. En la época en que Emilio y yo empezamos a relacionarnos, fueron semanas delante del ordenador escogiendo al amante ideal y mi esposo no se puso muy contento con eso ya que su amante fue escogida en un día. Claro que lo ayudé bastante, algo que él nunca haría por mí; pero no puedo sacarle toda la razón.

    En fin, llegué a casa, estacioné cuidadosamente; no quería estropear la pintura del coche que era mi tesoro. Recuerdo cuando intenté enseñarle a Anderson a conducir: cada raspón en la chapa se parecía a una puñalada en el corazón.

    Abrí la puerta y entré, extrañada de ver la casa sumida en silencio. A aquella hora mi conyugue ya debía estar en casa y la primera cosa que él siempre hace cuando llega a casa es encender la televisión o poner uno de aquellos CDs de sertanejo* universitario que llegan a darme urticaria. Pero todo estaba extrañamente silencioso. *sertanejo: ritmo musical

    ––––––––

    Encendí la luz de la sala, entonces noté que Anderson estaba allí, sentado en el sofá con un semblante inexpresivo. Sin embargo, yo estaba demasiado absorta con la noticia que Emilio me había dado y no fui capaz de importarme mucho con ello. Solo me senté a su lado e involuntariamente imité su expresión de no sé quién soy, no sé adónde voy, no sé dónde estoy.

    Aquello duró un tiempo incalculable, tal vez horas, tal vez minutos; hasta hoy no tengo la mínima idea. El letargo que compartíamos en aquel momento sólo fue interrumpido cuando un ladrido nervioso irrumpió en medio del silencio que se arrastraba perezoso y nos abrazaba como un veneno gaseoso. Miré al costado y vi a Luke ladrando fuerte y encarándome con una mirada asustada. Solo entonces noté que el televisor estaba encendido, pero mostraba estática.

    Me levanté, todavía un poco letárgica y cogí al perrito y lo puse en mi falda. Luke es nuestra mascota. Ta bien, no es realmente nuestro; es mío. A Anderson no le gustan mucho los animales, pero por lo menos no se quejó cuando lo llevé a casa. El pobrecito había pasado un mal trago siendo usado como conejito de indias en la industria de cosméticos, por eso su suavecito pelo de poodle era verde claro. Le puse el nombre porque siempre imaginé a mi esposo poniéndolo en su falda y diciéndole Luke soy tu padre. Obviamente eso nunca pasó. Lo máximo que podía hacer era decir

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