Mi error fue tu promesa. Parte II
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Cuando el hombre muere, Aiden debe hacerse cargo de todo, pero hay algo con lo que no contaba y es que ese hombre tiene una nieta a la cual ha dejado la mitad de su herencia, la herencia que tanto le ha costado mantener a Aiden, sin importarle que pueda ser como su madre, alcohólica y ladrona, y que pueda acabar con lo que tanto esfuerzo les ha costado conservar.
Aiden conocerá a Katherine, la nieta, no con pocos prejuicios, ya que conoce la historia del abuelo con su madre y teme que ésta pueda ser el mismo tipo de persona. Lo que no esperaba Aiden es que Kath no sea como se imaginaba y ver en ella a una joven fuerte y luchadora como él, alguien de quien podría estar comenzando a enamorarse.
Pero existe un problema: Una promesa que le hizo al 'abuelo' en su lecho de muerte. Aiden nunca rompería una promesa pero tampoco había creído nunca en el amor… hasta conocer a Kath.
¿Puede una promesa ser más fuerte que el verdadero amor?
Moruena Estríngana
Moruena Estríngana nació el 5 de febrero de 1983. Desde pequeña ha contado con una gran imaginación, pero debido a su problema de dislexia no podía escribir bien a mano. Por eso solo escribía pequeñas poesías o frases en sus libretas mientras su mente no dejaba de viajar a otros mundos. Dio vida a esos mundos con dieciocho años, cuando su padre le dejó usar un ordenador por primera vez, y encontró en él un aliado para dar vida a todas esas novelas que estaban deseando ser tecleadas. Empezó a escribir su primera novela antes de haber acabado de leer un solo libro, ya que hasta los diecisiete años no supo que si antes le daba ansiedad leer era porque tenía un problema: la dislexia. De hecho, escribía porque cuando leía sus letras no sentía esa angustia y disfrutaba por primera vez de la lectura. Sus primeros libros salieron de su mente sin comprender siquiera cómo debían ser las novelas, ya que no fue hasta los veinte años cuando cogió un libro que deseaba leer y empezó a amar la lectura sin que su problema la apartara de ese mundo. Desde los dieciocho años no ha dejado de escribir. El 3 de abril de 2009 se publicó su primer libro en papel, El círculo perfecto, y desde entonces no ha dejado de luchar por sus sueños sin que sus inseguridades la detuvieran y demostrando que las personas imperfectas pueden llegar tan lejos como sueñen. Actualmente tiene más de cien textos publicados, ha sido número uno de iTunes, Amazon y Play Store en más de una ocasión y no deja de escribir libros que poco a poco verán la luz. Su libro Me enamoré mientras mentías fue nominado a Mejor Novela Romántica Juvenil en los premios DAMA 2014, y Por siempre tú a Mejor Novela Contemporánea en los premios DAMA 2015. Con esta obra obtuvo los premios Avenida 2015 a la Mejor Novela Romántica y a la Mejor Autora de Romántica. En web personal cuenta sus novedades y curiosidades, ya cuenta con más de un millón de visitas à http://www.moruenaestringana.com/ Sigue a la autora en redes: Facebook à https://www.facebook.com/MoruenaEstringana.Escritora Twitter à https://twitter.com/moruenae?lang=es Instagram à https://www.instagram.com/moruenae/?hl=es
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Mi error fue tu promesa. Parte II - Moruena Estríngana
Índice
Dedicatoria
MI ERROR FUE TU PROMESA
PARTE II
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Agradecimientos
Biografía
Próximamente
Créditos
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MI ERROR FUE TU PROMESA
PARTE II
CAPÍTULO 10
corazones.epsKATHERINE
—¡Katt! —Me vuelvo hacia la carretera y veo llegar a Albert en un coche negro—. Entra.
Escucho como quita el seguro del coche y entro en él. Lo saludo y no me inquieto cuando pone el coche en marcha.
—Entonces es verdad que estás buscando trabajo.
—De hecho, lo llevo haciendo desde hace tiempo, pero puesto que no me respondían a los currículos que envié, he decidido dejar otros nuevos. ¿Cómo lo sabes?
—Este pueblo tiene fuentes muy mal intencionadas y no han tardado en llegarme los rumores, tú sabrás quién quiere hacerte daño.
—¿A mí? Nadie. —Miro extrañada a Albert, y más cuando detiene el coche en la heladería de Elen y me dice que me invita a un helado.
Pedimos uno de dulce de leche y el especial de la casa y espero a que me diga algo más.
—La gente murmura que las cosas no nos van bien y por eso tienes que buscarte trabajo.
—¿Y eso en tan solo un día?
—Sí, quien te quiere hacer daño sabe cómo mover sus hilos para que los chismes te afecten.
—No era mi intención haceros daño…, solo quería poder valerme por mí misma.
—Lo sé, pero así es esta gente. Si hubieras buscado trabajo en nuestras empresas, hubiera sido distinto, pero la persona que lo comentó, al parecer, te vio dejando tu currículo en una tienda de ropa.
—No veo nada malo en trabajar allí…
—Yo tampoco, de verdad, creo que cualquier empleo es bueno. Pero la gente, con tal de hacer daño… Mira, comprendo que quieras trabajar, es muy respetable, pero sigue mi consejo.
Nos callamos un momento cuando la camarera nos trae los helados, hasta que se marcha.
—Lo que te decía. Aiden me dijo que querías estudiar Derecho para ayudar a los más necesitados. —Asiento—. Pues estudia, sé la mejor abogada, y un día podrás trabajar, incluso puede que para nosotros, como nuestra representante legal.
—No lo había pensado, pero la verdad es que sí, me gustaría poder hacer algo por vosotros, en agradecimiento.
—Pues hazme caso, céntrate en los estudios, esfuérzate. Aprovecha esta oportunidad y dentro de unos años verás tu esfuerzo recompensado.
Asiento y pruebo mi helado.
—Y si quieres trabajar, yo conozco un lugar donde puedes hacerlo a la vez que aprendes. Y nadie podrá ver nada malo en ello.
—¿Dónde?
—Termínate el helado y te llevo.
Asiento curiosa.
* * *
—Estás de coña, ¿no? —Albert alza las cejas y luego sonríe, o eso parece. Siempre es tan serio…
Antes incluso de que Albert detenga el coche reconozco el lugar.
—Me debía algunos favores y ha accedido a entrevistarte y ver tu capacidad para aprender.
—Pero este es el mejor abogado del país…
—Y eso significa que aprenderás del mejor. ¿Tienes miedo?
—No.
¡Claro que tengo miedo, qué tontería! He seguido la carrera de Jon Graham, que así es como se llama, desde hace años. Es muy buen abogado… ¿Qué digo bueno?… Es el mejor. Casi nunca pierde un caso y eso es porque solo acepta casos que sabe que puede ganar porque tienen la verdad de su lado; nunca ha representado a ningún desgraciado que se mereciera estar en la cárcel. Por eso me gusta, porque sigue sus principios. Y yo siempre he tenido claro que querría ayudar a las personas que merecen que les hagan justicia, no a los que pagan al mejor abogado para salir inocentes en el veredicto sin serlo.
Jon nos está esperando y recibe a Albert con un caluroso abrazo. Es más mayor de lo que me imaginaba; debe de rondar los sesenta años pero, pese a la edad, impone mucho tenerlo cerca.
—Así que tú eres la joven que quiere ser abogada.
—Sí.
Me tiende la mano y se la estrecho con fuerza y determinación, algo que aprendí hace años cuando buscaba trabajo. A la gente le gusta ver la seguridad en tu gesto.
—Empiezas bien joven. Ven, tenemos mucho de que hablar. Albert, espéranos en la cafetería. Te invito a lo que quieras.
Albert asiente y se va sin más. Estoy tentada de irme con él y salir corriendo de aquí, pero sigo a Jon decidida a demostrarle que puedo aprender de él.
* * *
Salgo algo desanimada de la entrevista. Me ha hecho muchas preguntas y me he sentido algo torpe con mis respuestas. Me ha dado varios casos para que los repasara y me ha preguntado cómo me plantearía yo la defensa. Solo me ha mirado mientras respondía y no he visto nada en sus ojos que me indicara si lo estaba haciendo bien o mal. En fin, que no sé si cree que merece la pena tenerme cerca para que aprenda de él; solo me ha dicho que ya me llamará si lo considera oportuno.
—¿Qué tal ha ido? —Levanto la cabeza y me encentro con los hermosos ojos de Aiden—. Albert me llamó; tenía que volver a su empresa.
—Podía haber vuelto sola. —Llego a su lado y empezamos a andar hacia la salida.
—Sí, pero yo no tenía nada mejor que hacer.
—Lo dudo, siempre tienes mucho trabajo —le digo retrasando la respuesta a su pregunta el máximo tiempo posible.
—Tal vez por eso mismo necesite un respiro.
—Necesitas muchos respiros, pero para eso tienes a tu prometida. Lo mejor es que te vayas acostumbrando a ella, la vas a tener que soportar el resto de tu vida.
Llegamos a su coche y abro la puerta para entrar. Me siento y, mientras me pongo el cinturón, entra Aiden.
—Bueno, ¿me vas a contestar ya a mi pregunta o no? —me dice poniendo el coche en marcha.
—Ha ido… No creo que me llame; no he visto en su semblante intención de hacerlo.
—Katt, es el mejor abogado, sabe esconder sus emociones para que la gente no sepa por dónde va a salir. Dale tiempo y concéntrate en estudiar.
Asiento. Me fijo en Aiden mientras conduce y me percato de que se ha quitado la chaqueta antes de entrar, y la corbata también. La camisa que lleva es azul claro y le queda como un guante. Es moderna y elegante y no puede ocultar su musculatura… Cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, sonrojada, miro por mi ventanilla y me entretengo contemplando el paisaje.
—¿Tú también piensas que buscando trabajo de camarera o vendedora os podría perjudicar?
—Me han llegado los rumores…, pero me da igual lo que digan. Aun así, pienso como Albert: es mejor que te esfuerces y concentres tus energías en ser la mejor abogada y no compagines la carrera con un empleo. Pero si quieres trabajar, yo no diré nada. Es tu decisión.
—Pero es mejor no alentar los rumores… ¿Por qué la gente es tan mal intencionada? ¿Y quién ha hecho circular la noticia tan rápido?
—La gente es envidiosa por naturaleza. Cuando hace daño a los demás y los ve desgraciados, siente que su vida es mucho mejor. Pero no tengo ni idea de quién ha podido filtrar la noticia.
—Voy a haceros caso… pero no me gusta la sensación de que me estoy aprovechando de vosotros…
—Primero, es tu dinero. Segundo, ahora somos un equipo y nos vendrá bien que el día de mañana nos ayudes con tus conocimientos. No te estamos dejando al margen de lo que te pertenece, queremos que seas la mejor y trabajes a nuestro lado.
—La idea me gusta.
—Me alegro. Y ahora te invito al cine…
—No hace falta.
—Me apetece —dice sin más y no puedo más que asentir, pues mi corazón está pegando botes de alegría, aunque sabe que no debe, ante la perspectiva de pasar más tiempo a solas con él.
* * *
Aiden me pasa las palomitas y trato de centrarme en la película, pero es muy difícil, no dejo de pensar en lo cerca que estamos. Las palomitas se terminan y acabamos poniendo las manos en el apoyabrazos que tenemos en medio. Siento el calor de su brazo atravesar el mío y fantaseo con la idea de que coge mi mano y la acaricia en la oscuridad. Pero como sé que eso es algo que no va a pasar, me deleito con el placer de sentirlo tan cerca.
Noto a Aiden mirarme y decido entrelazar mis ojos con los suyos y olvidarme de la película. No sé qué esperaba ver cuando lo hiciera, pero seguro que no era una mirada tan intensa. No puedo evitar perderme en lo que me trasmite. Cuando aparta la mirada, estoy a punto de rogarle que no se aleje, pues es lo que he sentido, un distanciamiento.
Termino de ver la película sin saber cómo valorar lo que ha sucedido y preguntándome si lo que he sentido ha sido solo producto del momento, de la oscuridad reinante, de la película… Entonces las luces se encienden y me convenzo de que todo ha sido producto de mi mente.
—Te invito a cenar.
Asiento y vamos a un restaurante que hay cerca del cine.
Pedimos la cena y hablamos de mis clases. Aiden me escucha como siempre, pero no tardo en sentir que algo no va bien.
—¿Qué te preocupa? —le pregunto cambiando radicalmente de tema.
Aiden se toca la barbilla y me observa con intensidad.
—¿Qué pasa? —le digo retadora cuando los segundos pasan y sigue sin decir nada.
—Muchas veces me pregunto cómo es posible que me conozcas tan bien. —Toma aire y pide la cuenta—. Te lo cuento en casa con un vaso de…
—No bebo.
—… leche. —Acaba la frase con una sonrisa—. No te he visto beber nada en este tiempo, y me imaginé que se debe a la adicción de tu madre.
—El alcohol me recuerda a ella…, siento asco hacia él.
—No te pierdes gran cosa.
—Ya, pero seguro que tú sí bebes de vez en cuando —le digo con una sonrisa cómplice.
—Bueno, no soy un santo, si te refieres a eso.
Nos traen la cuenta y, tras pagar, volvemos al coche de Aiden.
Llegamos a casa y, después de preparar unos vasos de leche con galletas, vamos hacia la biblioteca y nos sentamos cerca de la chimenea —aunque está apagada, la mullida alfombra invita a ello.
Nos quitamos los zapatos y nos ponemos cómodos mientras mojamos las galletas en la leche. Aiden ahora está más distraído que antes y espero a que hable.
—Hemos cogido a un trabajador de nuestra empresa robando…, lo hacía para