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Sin temor a la noche
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Libro electrónico71 páginas45 minutos

Sin temor a la noche

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Un trepidante día de vacaciones entre un padre y su hija de tres años que sirve como excusa para reflexionar sobre el amor, la vida, la muerte, la necesidad de educar a los hijos en libertad, y, sobre todo, la obsesión por vivir cada instante como si fuera único e irrepetible.
Una historia cargada de ternura y de sentido del humor que no dejará indiferente a los que buscan vivir con pasión e intensidad.
>>Sin temor a la noche<< consigue transformar un sencillo día de vacaciones entre un padre y su hija en un acontecimiento extraordinario.
IdiomaEspañol
EditorialPlataforma
Fecha de lanzamiento15 sept 2016
ISBN9788416820504
Sin temor a la noche

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    Sin temor a la noche - Carlos Rebate

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    1.

    Un patio en

    el centro del universo

    8:12 AM

    Lucía se despierta temprano.

    Cuando estamos en casa de mis padres o de mis suegros ella duerme en una cama pequeña, junto a la nuestra, acompañada de sus juguetes favoritos. Es bastante fiel a Piolín y de fidelidad transitoria con el resto.

    Tan pronto como su reloj interno detecta que es de día, que no es necesariamente lo que un ser humano considera de día, se levanta y corre a buscarnos a nuestra cama. Se orienta bastante bien en la oscuridad.

    El sonido de sus pequeños pasos sobre el suelo resultaría simpático con más de seis horas de sueño, pero me gusta aprovechar las noches de verano y acostarme tarde, así que a menudo un día y otro quedan separados por apenas unas horas.

    Siempre pruebo suerte y finjo seguir dormido. Pero Lucía no se deja engañar, ni se rinde con facilidad. Así que, al instante, noto una pequeña mano que me toquetea la cara, y siento cómo sus dedos comprueban con habilidad si mis ojos ya están abiertos.

    Seguir fingiendo es arriesgarse a acabar tuerto, así que me rindo, los abro con cuidado, y… allí está su cara, pegada a la mía, con sus ojos mirándome desafiantes. Señal de que un nuevo día acaba de comenzar.

    A partir de ahí sabes que puedes retenerla algo menos de media hora. Con suerte el tiempo suficiente para un colacao.

    Cualquier esfuerzo por prolongar ese tiempo es como tratar de detener un jabalí en plena carrera por el campo. No te lo aconsejo, y no sé muy bien por qué, pero existe una poderosa fuerza que la empuja hacia un lugar mágico y lleno de misterios: el patio. Un patio de pueblo, rodeado de otros patios, a modo de epicentro.

    Hemos pasado allí unas catorce horas diarias, al menos diez de ellas a más de 40 ºC, con la única referencia horaria del sol cruzando una raya que trazábamos sobre la arena, indicando que ya era hora de bañarnos; de su madre trayendo un zumo de naranja, señalando la media mañana, y de su madre, de nuevo, con una caña y unos panchitos, marcando el mediodía.

    A simple vista, el patio parece un patio normal; salvo por una pared blanca con un marco negro alrededor, mucho más alta de lo habitual, y por una construcción pequeña sostenida por cuatro pilares de ladrillo, que se encuentra en el otro extremo, y a la que se accede por una escaleras de cemento.

    Si subes por aquellas escaleras y cruzas una pequeña puerta de hierro verde, descubrirás, cubierta por unas sábanas, una antigua máquina de cine. Y, si te asomas por la diminuta ventana de enfrente, observarás la gran pared blanca enmarcada en negro, donde hace muchos años, cada noche de verano, se proyectaban películas bajo un manto de estrellas.

    Yo encuentro que aquel viejo cine de verano reconvertido en patio, por el que Lucía también parece mostrar predilección, contiene una energía muy especial.

    En el centro del mismo, a la luz de las estrellas que forman el triángulo de verano, se encuentra nuestro pequeño universo, un curioso sistema solar formado por una vieja piscina de lona, unas planchas de césped artificial, un par de sombrillas y tres sillas de plástico.

    Nuestro pequeño oasis.

    Justo en el centro del universo.

    «Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó.»1

    2.

    Cuarenta entre los dos

    «Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de haber vivido. Son

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