Un zorrito salvaje, las leyes universales del juego libre
Por Maria Raiti
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En una secuencia de postales tan sencillas como poéticas, Un zorrito salvaje acompaña a explorar, casi desde la activación de la memoria personal, por qué la primera infancia es una etapa crucial que merece profunda atención y cuidado.
Se retrata en sus páginas algunas de las maravillas que suceden en un encuentro de juego libre, desde que se barre y limpia el espacio antes de abrir la puerta hasta el momento en que las familias se retiran y el aire queda colmado de una calma vital.
En sus líneas, María Raiti nos muestra cómo crear hábitats ideales en los que el juego libre puede prosperar, cómo identificar a sus principales depredadores y cómo sostener una perspectiva ética para prevenir su extinción. A partir de la metáfora de los distintos zorruelos del mundo, nos guía a una comprensión profunda de aquella edad en la que el cachorro humano, gracias a su quehacer lúdico, sienta sólidos cimientos para el futuro despliegue de su potencial.
Ofrece así una experiencia de lectura accesible y amena para las familias, a la vez que aporta información de avanzada para educadores, terapeutas y toda persona interesada en favorecer el desarrollo humano desde el origen mismo de la vida.
Maria Raiti
Me alegra que estés aquí porque te estaba esperando. Soy María Raiti, escritora, experta en educación en valores humanos e investigadora del juego libre. De chica fui tremendamente tímida y me daba vergüenza contestar incluso cuando me decían buen día. Nací en las montañas y le fui fiel toda mi infancia al juego de recolectar piedras grises a la orilla del lago que al mojarlas se transformaban en resplandecientes gemas. De alguna manera he seguido dedicándome a eso mismo durante el resto de mi vida. Ahora bien. ¿Cómo es posible que te estuviera esperando? Porque sé que mi tarea no es para un solo individuo sino que pertenece a un nosotros. Con este libro entre tus manos, estás en el umbral de mi mismo camino. Ya se percibe cómo aparecen a tu lado un par de orejitas atentas y una naricita renegrida que desde hace —quizás— muchísimo tiempo anda rastreando un delicioso bocado. Los zorruelos de tu propia infancia, curiosos y despabilados están listos para llevarte de regreso a aquellos días en los que fuimos más encantadores, insobornables y salvajes. Si mi presencia te complace, me sentiría muy honrada de recorrer este peregrinaje a tu lado. Es tiempo de jugar, es tiempo de brillar. Acerca de mi tarea profesional Facilito grupos para primera infancia en mi espacio La Casa Naranja, que es mi propio cielo en la Tierra. Deseosa por compartir esta apasionante experiencia, desarrollé un método de aprendizaje autodirigido y lo comparto en diversos cursos y talleres. También ofrezco una formación online de Facilitadores de Juego Libre que se ha convertido en un sorprendente campo lúdico al servicio del desarrollo personal de mis aprendices adultos. En el ámbito editorial dirigí revistas pedagógicas, participé como autora de propuestas de aprendizaje en destacadas colecciones infantiles y escribí libros de crianza y orientación educativa para instituciones y editoriales. Además de Un zorrito salvaje, publiqué de forma independiente múltiples obras, ensayos, artículos y cuentos. Escribir me sana y me hace feliz.
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Un zorrito salvaje, las leyes universales del juego libre - Maria Raiti
Hay tiempo para todo
Gustavo Roldán
Amanece el juego de escribir
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Barro y limpio
esperando la lechigada de zorruelos
––––––––
Abrir la puerta para entrar a jugar
presencia en equilibrio dinámico
––––––––
La zorra pitoca
María, una guardiana del juego libre
––––––––
El zorruelo de arena y la osa parda del Tíbet
Antonio y Leticia, una díada capaz de romper el hielo
––––––––
La zorruela roja
un puerto seguro para el juego de Amparo
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Los zorruelos de Santa Bárbara
Bernardo y Valentín descubren la amistad
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El zorruelo del desierto
Pedro, el tren del juego y el aprendizaje vivo
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La zorruela del ártico
Dalila, cazadora de letras y lecturas
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La zorruela gris
Sol abre el juego a su neurogenialidad
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El zorruelo orejudo
protector del llanto de Catalina y Rubén
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Los zorruelos azules de Chiloé
el juego medicina de Luciano; Mateo y Mimí; Rogelio, Martina y Pablo
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Otros zorruelos en peligro de extinción
Olivia, Agustín, los límites y el amor
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Ética en los bosques
los zorruelos se miran con buenos ojos y se valora la conexión al deseo
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Constelación La Zorra
la partida de los zorruelos y el silencio cósmico
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Glosario
y reflexiones de juego libre
––––––––
Epílogo
Mi historia: tu gente ya te está esperando
Gracias a mis abuelas Yeya y Mamina. Gracias a mis abuelos Tata y Papino. Especialmente, gracias por sus largas siestas cuyanas en las que yo podía robar sin reproches la leche condensada y el jugo de naranja en caja.
––––––––
Gracias a mi mamá y a mi papá por regalarme el don de la libertad y el respeto al natural.
––––––––
Gracias a mi hermana y mi hermano, por aprender a escribir antes que yo y hacerlo descomunalmente bien. Me inspiran y dan aliento.
––––––––
Gracias, Ricardo Cavalli, amor de mi vida, por sostenerme a diario con conmovedora transparencia y por nuestros tres hijos.
––––––––
Gracias, Felicia Stern, por leer el borrador de este libro mientras sembrabas campos de amapolas rojas en mi alma.
––––––––
Gracias, Ciela Asad, por ser una guía tan amorosa y dejarte conmover de tal modo por mis zorros.
––––––––
Gracias a Janet Lansbury y a todas y cada una de las familias de La Casa Naranja, lo que hemos compartido le da sentido profundo a mi vida.
––––––––
Y, por sobre todo, gracias a los zorruelos del mundo por su incansable juego que me inspiró para escribir con el corazón.
Amanece el juego de escribir
Me miro al espejo y noto que aquella mancha de sol que tengo desde hace un buen tiempo en mi pómulo derecho ha ganado pigmentación, destacándose por contraste en mi piel lechosa. No me termina de convencer tener esa marca, cada vez más notoria, en medio de la mejilla. De pronto, recuerdo aquella caricia...
La entrevista estaba llegando a su fin cuando mi maestro, Sathya Sai Baba, me pidió que sostuviera la canasta de sobrecitos de vibhuti –ceniza sagrada– que solía dar como regalo de despedida a los presentes.
No sé cuánto medía en su forma física (¡mucho menos aún en la inmensidad de su forma divina!), pero calculo que no sería más de un metro sesenta y cinco incluyendo su voluminosa cabellera tipo afro. Teniendo yo una estatura mayor, me incliné hacia él para que llegara a meter cómodamente la mano dentro de la canasta. En ese instante estuvimos tan cerca que su suave pelo acarició mi mejilla derecha, creando en mí una disolución inmediata de toda percepción distinta a esa: una desaparición masiva del pensamiento y una paz profunda.
Supe después, mediante relatos como el de Yogananda y de otros, que este tipo de contacto iniciático y fugaz es una experiencia frecuente. Consiste en dar a conocer al aspirante la infinita dulzura del verdadero Ser para activar la fuerza de voluntad y el foco en el anhelo de alcanzar la autorrealización.
Hace ya veinticinco años de aquella experiencia y aún cuando la rememoro me parece que ha sucedido tan solo un momento atrás. ¿Vivo entonces en bienaventuranza? Bueno, no. Porque no la rememoro tan seguido... solo muy de vez en cuando. Hoy, por ejemplo. Fue exactamente allí, donde ahora está mi mancha de sol. La acaricio, rozándola apenas con la yema del dedo, tratando de imitar la infinita suavidad de aquel día que marcó mi alma.
Siento que al fin estoy lista para empezar a escribir. Tomo mi cuaderno con un zorrito en la tapa y mi lapicera favorita; la que fluye sola al deslizarla sobre el papel. Salgo al parque y busco ese primer rincón de la mañana donde ya da el sol. Alrededor trinan bandadas de diversos pájaros, incluso creo escuchar algunos cuervos. Me siento y percibo la deliciosa tibieza de la luz dorada matinal que acaricia mi rostro, mi pómulo derecho, mi mancha de sol. Cierro los ojos y el perfume de una incipiente primavera me colma.
Sí, este libro, que hace meses se venía gestando en la madriguera de mi corazón, está pronto a nacer. Me propongo retratar en sus páginas algunas de las innumerables maravillas que suceden en un encuentro de juego libre, desde que barro y limpio el espacio antes de abrir la puerta a las familias y hasta el momento en que todos se retiran y el aire queda colmado de una calma profunda y vital.
Intuyo que la metáfora de los zorruelos salvajes es ideal para presentar los elementos constitutivos del juego libre que he podido observar en detalle por más de una década en mi ludoteca La Casa Naranja de Castelar. Siempre supe que quería facilitar juego libre no solo como un servicio a mi comunidad sino también para crear un laboratorio donde poder investigar y sistematizar las características naturales del juego libre mediante la experiencia directa. Este propósito afianzó mi capacidad autodidacta y pude redefinirme en mi tarea pedagógica como una humilde guardiana del aprendizaje.
En una secuencia de postales tan sencillas como poéticas, Un zorrito salvaje explora las grandes temáticas del desarrollo humano en los primeros mil días de la vida y acompaña a comprender, casi desde la activación de la memoria personal, por qué esta es una etapa crucial que merece profunda atención y cuidado. Presenta también casos reales acerca de cómo lograr que se abra el juego en aquellos que enfrentan dificultades y desafíos en el aprendizaje, muchas veces englobados bajo uno u otro diagnóstico de trastornos del desarrollo.
A partir de anécdotas recopiladas de mi experiencia cotidiana, exploro las características del hábitat ideal en el que el juego libre puede prosperar, cuáles son sus principales depredadores y cómo sostener una perspectiva ética para prevenir su extinción. Es aquí donde el juego libre revela su particular capacidad de ofrecer límites que son vínculo, punto de encuentro gracias al cual el potente río de luz de la vida puede hallar su destino.
Por último, este libro entiende al juego libre como una metainteligencia, un espacio en el cual todas las otras líneas de desarrollo pueden prosperar. El juego es una condición inherente al universo manifestado, una delicia esencial que da valor, sentido e identidad; un atributo universal capaz de ser hallado –al menos latente– en todo y en todos. Cambiará su forma, pero no su valor.
Tras rozar los bordes del cosmos, el libro regresa a la primera infancia, a esos tres primeros años de vida humana en los que el zorruelo del juego libre es más travieso, astuto e indomable. Es aquella edad en la que podríamos decir que el cachorro humano está en estado salvaje y su quehacer de zorruelo habrá sentado sólidos cimientos para el futuro despliegue de su potencial.
He captado todo esto en tan solo un instante, me queda ahora por delante la paciente tarea de darle voz a mi intuición.
A lo lejos el graznido de los cuervos y el silbido de los benteveos se entremezcla con el gorjeo de los horneros, los gorriones y las palomas. Una abeja liba, a mi lado, florecillas amarillas. Con los ojos cerrados puedo ver que en este mismo instante, allí, en lo profundo del campo lúdico, una zorra está pariendo una lechigada de zorruelos y en sus diminutos quejidos ya se puede percibir la belleza de su canto.
En medio de esta sinfonía cósmica abro los ojos y amanece el juego de escribir.
Barro y limpio
esperando a la lechigada de zorruelos
Antes de que lleguen las familias al espacio de juego libre, barro y limpio. Rescato poco a poco el espacio que los otros juegos de la vida familiar desplegaron sobre el territorio. Las zapatillas de uno de mis niños, las camperas, algún libro, las raquetas de tenis.
Después miro y vuelvo a mirar.
Si hay raquetas de tenis debe haber pelotas también, como mínimo una. Me detengo y observo. Ya he permitido que quede traspapelada en el espacio de juego, pero es demasiado dura y su forma circular es una clara invitación a ser lanzada. Si un peque la arroja con fuerza, tiene la contundencia de una piedra.
¿Dónde estará escondida?
A veces la encuentro en el carro de grandes ruedas, o en la bolsa de las verduras de madera y velcro. A veces no la encuentro.
Esos días, cuando los peques despliegan su magia lúdica en el territorio, estoy especialmente atenta. Aquellos resabios de otros juegos, trazas de otro tiempo y espacio, no logran permanecer ocultos por mucho tiempo ante los maestros del juego.
Y no solo estamos hablando de pelotas de tenis. Quizás haya una bala nerf, un alicate, una birome, una moneda. Diminutos restos que se me pasan desapercibidos y los pequeños librejugantes captan casi al instante.
Puede que detecten incluso una emoción perdida o una palabra cortante, una mirada mal dicha, una falsedad. También debo barrer y limpiar mi mente y mi corazón mientras preparo el espacio. Solo así podré abrir la puerta y estar impecable.
Si vengo de un mal día, de aquellos en los que la embarro, de aquellos en los que el ping pong de mis emociones y mi mente dejan más de un sentipensar boyando a la deriva con la consistencia de una piedra, perdido en mi territorio interno; esos días estoy especialmente atenta.
Sé que los maestros del juego me lo traerán, como devuelve el mar los objetos y seres perdidos a la orilla de la conciencia. Para que los rescatemos, por un lado. Pero también, para limpiarse a sí mismo.
Sí, antes de que lleguen las familias libero el territorio del pasado. Recorro la costa al alba y con paciente perseverancia me barro, me limpio.
Al hacer mi trabajo, libero al niño, a la niña de tener que ser él o ella quien me muestre aquello que evidentemente está presente, pero a los ojos de mi mente se mantenía escondido.
Esta no es una tarea de un día. Quienes cocinamos debemos preparar muchos, muchísimos guisos. Quienes lavamos platos debemos lavar tantísimos cacharros cada día. Y los que hacemos el jardín debemos sintonizar la danza verde con delicado y perseverante esfuerzo a lo largo de todas las estaciones. Así también, los guardianes del juego libre debemos mantener limpia la mente y disponible el espíritu.
No una vez. No dos. Siempre.
De este modo, mientras barremos y limpiamos seguimos aprendiendo y nos mantenemos vivos. Hasta que conozcamos al Uno que todo lo conoce, termine el juego y volvamos a casa.
Abrir la puerta para entrar a jugar
la presencia en equilibrio dinámico
—¿Qué hay que hacer? —dijo el principito.
—Hay que ser muy paciente —respondió el zorro—.
Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba.
Yo te miraré de reojo y no dirás nada.
El lenguaje es fuente de malentendidos.
Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
––––––––
El movimiento de vaivén de las transiciones nos recuerda, quizás, a la fecundación y a nuestro nacimiento. Ambos requieren de un esfuerzo que desconoce la existencia del tiempo. Forzarlo es, en todos los casos, violento. Cuando abro la puerta del espacio de juego libre por primera vez a una familia, sé