Voces de la mística I: Invitación a la contemplación
Por Javier Melloni y Arianne Faber
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El jesuita Javier Melloni nos ofrece la oportunidad de meditar a partir de una selección de textos y testimonios de todos los tiempos y religiones. Una antología que nos ayudará a conocer el umbral de la experiencia de lo inefable. Y así, iluminar la propia vida.
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Voces de la mística I - Javier Melloni
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Presentación
Ante la agitación y la persistente sensación de estar corriendo sin dirección ni sentido, anhelamos otra calidad de existencia. Buscamos alimentarnos, nutrirnos de palabras matriciales que recalifiquen nuestra percepción de la realidad y de la propia vida.
Por ello, recurrimos cada vez más al testimonio de los místicos, aquellos de entre nosotros que han alcanzado o vislumbrado un Fondo que sostiene todas las cosas y un Horizonte que las amplía. Lo que en otro tiempo se podía haber considerado raro o exótico hoy lo buscamos como una necesidad, porque intuimos que nos habla de lo que verdaderamente importa, más allá de los afanes cambiantes de cada época. Por ello los místicos han sido llamados «esos empedernidos buscadores de lo Real». Su legado pertenece al patrimonio de la humanidad. De ahí que los textos que hemos recogido procedan de diversas tradiciones religiosas. Incorporamos también testimonios contemporáneos que no se adscriben a ninguna tradición. Y es que la experiencia mística desborda cualquier delimitación confesional o conceptual. Las religiones son marcos interpretativos de tales experiencias, territorios cada vez más cuestionados. Ello también explica el interés contemporáneo por los místicos: apuntan a ese lugar o estado que es previo y posterior a una confesión particular.
Los textos que ofrecemos son una selección enriquecida de una columna que viene apareciendo desde hace casi diez años en El Ciervo, una revista literaria y de opinión. Desde diversos ámbitos se insistió en que merecía la pena reunir esos rincones dispersos y ofrecerlos en un solo volumen, como una recopilación de voces esenciales de diversos autores y corrientes que invitaran a la contemplación. Me ha resultado arduo elegir las más significativas entre las más de setenta que ya han aparecido y que seguirán apareciendo. Me he decantado por las que tenían rostro, es decir, por testimonios de nombres concretos, identificables en el tiempo y en el espacio, aunque he hecho algunas excepciones al incorporar anónimos con el fin de ampliar o equilibrar el muestreo de las distintas tradiciones
Los treinta y tres textos que presentamos se podían ordenar de modos muy diferentes. Los podríamos haber organizado en función de las cualidades o modos de la experiencia mística: como explosión de un Tú en clave teísta o como inmersión en un Todo en clave no-personalista o advaita; como la diafanidad de la naturaleza y de las cosas; como aumento fugaz del conocimiento... Hubiese sido posible ordenarlos de un modo más neutro: alfabéticamente, para facilitar la identificación de los autores; o bien agruparlos en función de las tradiciones religiosas a las que pertenecen; o, finalmente, presentarlos por orden cronológico, mostrando algunos hitos de cómo esta experiencia ha estado presente en la humanidad a través del tiempo, uniendo lugares y marcos interpretativos. He optado por este último criterio —casi en todos los casos considerando la fecha del fallecimiento de su autor— porque es el que mejor responde a mi motivación a la hora de recopilar estos rincones: convocar el testimonio de algunos seres humanos ante quienes se ha abierto algo del Fondo oculto que yace en el corazón de las personas y de las cosas; una profundidad y una espaciosidad que, de vez en cuando, se iluminan. Ellos, con su vida y sus escritos, han sabido evocarlo contagiándonos su anhelo.
Los lectores que deseen ahondar en los maestros espirituales y autores citados pueden remitirse a la bibliografía que se halla al final de esta obra, donde encontrarán las fuentes de las que proceden los textos aquí compilados.
Lao Tse
Comenzamos con unos fragmentos radicalmente abiertos al horizonte último de lo existente, ante el cual el lenguaje balbucea y se resiste a nombrar lo innombrable. Son algunos poemas del Tao te king, obra atribuida a Lao Tse (entre los siglos VI-IV a. de C.), probablemente una figura mítica que encarna la esencia del taoísmo. Lao significa «anciano» y Tse «maestro», lo cual da a entender la redoblada sabiduría que rezuma el texto. «El Libro de la vía y de la virtud», tal es la traducción del título, está compuesto por ochenta y un poemas, en los que se destila la doctrina taoísta con una sobriedad exquisita Tao es un término de múltiple significación. Se puede traducir por «camino», «vía» o «curso», pero pretender verterlo en una única palabra implicaría empobrecerlo. Más que un sustantivo, sería un verbo que procura indicar el dinamismo primero y último de todas las cosas. En definitiva, se trata de un vocablo primordial —casi sólo un sonido— que designa la realidad original y originante de la que todo procede. Ella no puede asirse, no puede ser controlada ni poseída. Tan sólo puede ser vivida. La virtud, te, que también significa eficiencia e influencia, es el resultado de configurar la existencia desde la profundidad y la libertad del Tao.
El Tao que se intenta aprehender
no es el Tao mismo;
el nombre que se le da no es su nombre adecuado.
Su nombre representa el origen del universo;
con su nombre, constituye la Madre
de todos los seres.
Por el no-ser, aprehendemos su secreto;
por el ser abordamos todos sus accesos.
No ser y ser salen de un fondo único,
no se diferencia más que por sus nombres.
Y ese fondo único se llama Oscuridad.
Oscurear esa oscuridad,
tal es la puerta de toda maravilla. (Poema 1)
Treinta radios convergen en el medio
pero es el vacío intermedio
el que hace marchar el carro.
Se trabaja para hacer vasijas,
pero del vacío interno
depende su uso.
Una casa está agujereada de puertas y ventanas,
pero sigue siendo el vacío
el que permite que se habite.
El Ser da unas posibilidades,
y es por el no-ser que se las utiliza. (Poema 11)
Al mirarlo, no se lo ve. Se lo llama invisible.
Al escucharlo no se lo oye. Se lo llama inaudible.
Al tocarlo, no se lo siente. Se lo llama impalpable.
Estos tres estadios cuya esencia es indescifrable
se confunden finalmente en uno. (Poema 14)
Alcanza la suprema vacuidad
y mantente en la quietud;
Ante la agitación hormigueante de los seres,
no contemples más que su regreso. (Poema 16)
El Tao se expande como una oleada,
es capaz de ir a izquierda y a derecha.
Todos los seres han nacido de él
sin que él sea su autor.
Él consuma sus obras
pero no se las apropia.
Él protege y nutre a todos los seres
sin que se adueñe de ellos.
Así, él se puede llamar «Grandeza».
Y porque no conoce su grandeza,
su grandeza lo consume y perfecciona. (Poema 34)
Valmiki
Una de las aportaciones más genuinas del hinduismo a la mística universal es la noción de la no-dualidad (advaita): el Absoluto (Brahman) y el mundo no son dos ámbitos incomunicables, abismal y eternamente separados (dualismo), pero tampoco forman un todo indiferenciado y confundido (monismo). La mística advaita intuye que los dos ámbitos de lo Real —el Uno, el Creador, y lo múltiple, lo creado— no están en relación de discontinuidad sino de participación. La intuición advaita no es una especulación metafísica sino una percepción existencial que conduce a la plenitud de la conciencia y del amor: todo lo existente es manifestación y participación del Uno, que es lo único que realmente existe y en lo que todo encuentra su