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Felicidad
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Libro electrónico157 páginas2 horas

Felicidad

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Higinio y Felicidad son dos personajes cuya vida se sitúa entre el final del franquismo y la Transición. Nacidos en un pueblo de la provincia de Badajoz, emigran a Barcelona y viven en San Adrián del Besos. Al quedarse Higinio sin trabajo como consecuencia de la crisis de 1973, comienzan las vicisitudes que tienen que afrontar para conseguir su aspiración: ser una pareja "normal".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2017
ISBN9788417011291
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    Felicidad - Gloria de la Llave Cuevas

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    Colección: Novela

    © Gloria de la Llave Cuevas

    Edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

    Diseño de portada: Antonio F. López.

    Fotografía de cubierta: © Fotolia.es

    ISBN: 978-84-17011-28-29-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).»

    I

    — Nos vemos dentro de nada, nen. Me llamas sin falta en cuanto salgas.

    Echó una mirada a Julián que dormitaba en la litera, abrazó a Nelson y recogió la bolsa de deporte.

    La primera, la de la celda. El sonido del manojo de llaves.

    La segunda, la cancela que separa el panóptico de las galerías. El funcionario que le precedía abrió y cerró tras él. Bajaron un piso.

    La tercera, la del corredor abovedado que atravesaba el patio entre las galerías uno y dos y que comunicaba con la zona de los funcionarios.

    La cuarta, una enorme puerta de madera pulimentada, con remaches dorados, que se abría al distribuidor de los dormitorios de los funcionarios.

    La quinta, una exactamente igual que la anterior, que comunicaba con la zona de ingresos. Allí le condujeron a la izquierda, el funcionario dio dos golpes secos en una puerta y entraron en un despacho en penumbra. Un capitoste que llevaba puesta la gabardina le dio una copia del documento de libertad, le hizo firmar el original, le cambió por novecientas sesenta pesetas los vales de peculio que aún le quedaban y llamó a otro funcionario que le devolvió su cinturón y un par de zapatos de cordones, comprados en la zapatería Querol de la calle Pelayo.

    La sexta, una cancela modernista con formas que recordaban dos cisnes y que se abría al patio de carruajes. Lo atravesó mirando al cielo.

    La séptima, la que daba a la calle Entenza, estaba abierta. En el dintel vio a Rabbit, el funcionario de ojos verdosos y dientes de conejo.

    —Venga, Higinio, que vaya muy bien. A ver si no volvemos a verte por aquí —le dio una palmadita en el hombro.

    Aquella mañana de febrero del año ochenta y uno, un sol ambarino iluminaba la ciudad. Higinio rebuscó en la bolsa donde llevaba su escaso equipaje. Se puso las Ray-Ban y miró a izquierda y derecha. La vio en la esquina con la calle Rosellón, delante de la boca del metro. ¿Quién le habrá dicho que salía hoy?, pensó.

    Corrió hacia ella y al llegar a su altura se paró en seco.

    — ¿Cómo has venido?

    — En taxi.

    —No… ¿Cómo se te ha ocurrido? ¿Desde cuándo me esperas? ¿Quién te ha dicho la hora? Te dije que esperaras en casa…

    Feli le abrazó llorando.

    —Ya está, mi vida, nunca más, prométemelo. Vámonos de aquí. Y quítate las gafas, ojazos; y mírame.

    Higinio se apretó contra ella.

    —Estás guapísima. ¡Qué bien hueles!

    —Es Eau de Rochas.

    — No sé lo que será, pero vamos a casa —le desabrochó los dos primeros botones del abrigo e intentó meterle la mano por el escote del vestido. Feli le dio un manotazo.

    —Para, Higinio; a ver si ahora te van a detener por escándalo público. Venga, sí, vamos rápido a casa

    Higinio recogió la bolsa del suelo. Pasó a Feli el brazo por los hombros y la condujo hacia la boca de metro.

    —¿Dónde vas?

    —¿Dónde voy a ir? Al metro.

    —Vamos en taxi. He traído dinero. Vamos andando hacia el Clínico, seguro que allí hay una parada.

    —¡Pero qué rumbosa estás, Feli! No sé qué vamos a hacer hasta que encuentre trabajo, si lo encuentro.

    —Pero Higinio, eso estoy harta de decírtelo: me han hecho oficiala en el taller y Doña Adelina me paga muy bien. He aprendido mucho de coser...

    —En cuanto encuentre trabajo se acabó el taller. Si te gusta la costura te compro una Singer y te coses blusas, falditas, algún picardías negro...

    Fue bajando lentamente el brazo que le pasaba por los hombros hasta tocarle el culo. Feli le susurró al oído:

    —Anteayer dieron en el telediario que en algunas cárceles se puede estar a solas con la mujer, en una habitación, con cama y todo. Se llama vis a vis. Me extrañó que no te hubieras apuntado…

    —La mierda de la Modelo no reúne las condiciones, decían. Aquí, o te haces maricón o te matas a pajas o te hinchas a bromuro.

    —Te habrás matado a pajas. Porque muy maricón no te veo. ¿Qué es bromuro?

    —A lo mejor de camino a casa te vas a enterar si me he hecho maricón o no.

    Pararon un taxi en la esquina de Rosellón con Calabria. Higinio se volvió a mirar la fachada de la Modelo. Nunca más, pensó.

    Bajando por la Gran Vía, se dio cuenta de que ya no se llamaba Avenida de José Antonio, sino Gran Via de les Corts Catalanes, así, en catalán. ¡Lo que había cambiado todo en cinco años escasos! La silueta de las chimeneas de la Térmica le devolvió enseguida a su pasado en San Adrián, pero el pueblo estaba distinto, con muchas tiendas que no conocía. El quiosco de periódicos que había debajo de su casa estaba lleno de revistas con mujeres desnudas en la portada. Tendría que bajar a ver si eran para vender.

    Mientras Feli pagaba al taxista Higinio esperó en la acera. Le pareció que la puerta de su casa era diferente, más recia, y que el portal estaba más limpio.

    —Hemos cambiado la puerta y hemos pintado la escalera —aclaró Feli.

    —¿Cómo hemos? ¿Quiénes?

    —La comunidad. ¿Quiénes van a ser?

    —¿Qué es eso?

    Feli le dio un beso en la mejilla.

    —La comunidad de vecinos, Higinio. Yo fui presidenta hace dos años, no sé si te lo dije.

    —Bueno, pues nada. Me va a costar adaptarme a la vida de fuera. Este país no lo conoce ni la madre que lo parió.

    Cuando entraron en el piso, el orden, la limpieza, el olor familiar paralizaron a Higinio. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Qué apañada había sido siempre su chica. Abrió la puerta de la habitación y dio un paso atrás. Feli se reía.

    —¿Qué, te gusta?

    No quedaba nada de los muebles que habían comprado cuando se casaron. La fórmica había sido sustituida por madera lacada en blanco. La cama era enorme, mucho más grande que la que compro él en Barimueble, antes de casarse, acompañado de su prima la Mari. Estaba cubierta por una colcha en tonos granate, adamascada, a juego con las cortinas abiertas sobre los visillos color crema. Un armario de seis puertas —dos de ellas de espejo— ocupaba una pared. En la otra, bajo la ventana, había una cómoda con un juego de tocador de cristal tallado y a su lado un chifonier de seis cajones.

    —Es muy bonita, vamos, todo lujo. Pensar que anoche dormí en el chabolo con aquel par de manguis y hoy voy a dormir en este cacho cama, contigo. Pero, ¿por qué no me has dicho nada?

    —Quería darte una sorpresa, Higinio. La estoy pagando a plazos. ¿Así que te gusta?

    La mirada de Higinio se ablandó.

    —Tú si que me gustas, ladrona. Ven aquí —le quitó el abrigo y la empujó sobre la cama.

    —Son las dos y cuarto, Higinio. ¿Por qué no comemos antes? Se nos va a hacer muy tarde…

    —Ahora mismo voy a comerte. A quitarme el hambre atrasada de cinco años.

    Ella se levantó, retiró la colcha adamascada, bajó un poco la persiana, conectó el radiador de aceite y se quitó la ropa, dejándola doblada en una silla.

    A las seis y diez de la tarde, Feli se desperezó. Higinio le sonreía.

    —Te he estado mirando mientras dormías. Te caía una gota de sudor por la nuca, saladita. Te la he quitado con la lengua y ni te has enterado.

    —¿Tienes hambre? He juntado pan seco y tengo unos chorizos que mandó madre del pueblo. Iba a hacer unas migas para comer, pero como no hemos comido…

    —No sé; ahora lo que tengo es sed. Hace mucho calor en esta habitación tan moderna que has puesto.

    —Desconecta el radiador, Higinio. Estírate un poco, que alcanzas el interruptor desde la cama. Ahora mismo te traigo agua

    —¿Una cervecita no hay?

    —Sí hay cervecitas, pero la sed te la quitas con agua. Mira, ¿sabes que te digo? Que me voy a hacer las migas; te las comes con una cervecita y así no hace falta cenar. Ya no nos levantamos hasta mañana.

    Higinio le dio un beso en el cuello; se tapó la cabeza con la sábana y le mordisqueó un pezón.

    —Antes no eras tan mandona, Feli.

    —Antes era hace cinco años, Higinio. En cinco años pueden cambiar muchas cosas.

    Se sentó en la cama y buscó las zapatillas con los pies. Higinio miraba su cuerpo reflejado en la doble luna del armario. Qué buenísima está, pensó. El culo duro y en su sitio. ¿Podrá ser que le hayan crecido las tetas?. Recordó lo que solía decir Nelson cuando discutían de estas cosas en el patio: Teta que mano no cubre, no es teta, es ubre. Ni puta idea, esta juventud.

    Se incorporó sobre un codo.

    —¿Adónde vas en cueros? Ponte ahora mismo una bata. ¿No ves que te pueden ver por el patio de luces?

    Se puso una bata de invierno, azul celeste, de lana pirineo.

    —¿Manda algo más el señor?

    —Pues sí. Tráeme también la radio.

    Feli volvió arrastrando los pies. Se reía:

    —Ya me hacen figa las piernas. No quiero pensar cómo estaré mañana.

    Higinio se puso la camiseta que había tirado en el suelo. Colocó la almohada de Feli sobre la suya y de un trago vació el vaso de agua.

    Y ahora, un cigarrito.

    Estaba sintonizada la Cadena SER.

    "Don Manuel Núñez Encabo

    Sí.

    Algo…

    En estos momentos se ha oído…

    Se ha oído un disparo…

    —Un golpe muy fuerte… en la Cámara, no sabemos lo que es porque, porque… se ve la policía… la guardia civil entra en estos momentos en el Congreso de los Diputados. Hay un… teniente coronel que con una pistola sube hacia la tribuna…

    ¡Quieto todo el mundo!

    En estos momentos apunta… es un guardia civil.

    ¡Silencio!

    Está apuntando con la pistola…

    Entran más policías, entran más policías…

    Está apuntando al Presidente del Congreso de los Diputados con la pistola…

    ¡Al suelo, al suelo todo el mundo!

    Y vemos como…

    Cuidado, la policía…

    No podemos emitir más porque nos están apuntando

    Llevan metralletas

    (Se oyen ráfagas de ametralladora).

    Cuidado, eh…

    No intentes sacar la cámara, que te mato. Desenchufa eso; desenchúfalo"

    Higinio saltó de la cama.

    —¡Feli, Feli! ¡La Guardia Civil está ametrallando a los diputados! ¡Va a empezar una guerra!

    Lo que le vino a la cabeza a Higinio en ese momento fueron las mujeres desnudas del quiosco.

    II

    San Adrián de Besos, 8 de octubre de 1965

    Inolvidable y muy apreciada Feli:

    Me alegrará que a la llegada de estas cortas líneas te encuentres bien, en compañía de tus señores y demás familia. Yo quedo bien, gracias a Dios.

    Feli, estas líneas son para comunicarte mi llegada a Barcelona, la cual no tuvo contratiempos, aunque el viaje duró un día y medio.

    Sabrás que el día 4

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