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El Peso del Mundo: En las antípodas de Attiria
El Peso del Mundo: En las antípodas de Attiria
El Peso del Mundo: En las antípodas de Attiria
Libro electrónico254 páginas3 horas

El Peso del Mundo: En las antípodas de Attiria

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En las tierras del Oeste del Mundo, dos jóvenes hermanos, Justin y Adriel, pierden a su familia en una espantosa y siniestra tragedia; algo no visto en más de mil años: la reaparición de los tarazat, de los que se creía que solo eran seres mitológicos de las antiguas leyendas.
Como consecuencia, el primero de los hermanos, Justin, hijo mayor del rey, recibe inesperadamente, a sus escasos dieciséis años, la corona de Ivandorus, el reino Azul. Y con ella recibe también un terrible peso, la difícil obligación de proteger a su pueblo de la insidiosa amenaza que se cierne sobre todo Ivandorus. Y también debe cuidar a su ahora único hermano que, en el otro extremo del reino, desconoce aún la desgracia de los suyos. Desgracia que también podría devorar a Adriel, pese a que es el aprendiz de uno de los mas grandes magos del Oeste. Porque el enemigo al que se enfrentan, el Amo de Nonog, es un también un temible hechicero tan despiadado como poderoso. Saciar su gran ambición está por encima de todo y de todos. ¡Y dos niños no han de impedírselo!

IdiomaEspañol
EditorialAlvin Bemar
Fecha de lanzamiento24 nov 2016
ISBN9781370198993
El Peso del Mundo: En las antípodas de Attiria

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    El Peso del Mundo - Alvin Bemar

    Capítulo 1

    ¿Qué hacía un muchacho vagando por la pradera desierta?, ¿de dónde venía y a dónde se dirigía?, ¿y por qué iba tan solitario? El mozo, como un ebrio, caminaba tambaleante sobre el pasto silvestre. Iba mirando hacia las montañas, aquellas de cumbres nevadas que brillaban como plata al sol. Por si no fuera lo bastante insólita esta escena, él portaba sobre su cabeza una refulgente corona enjoyada; las piedras destellaban con sus rojos y azules reflejos. Y en su mano derecha llevaba una espada de doble filo, esta muy deslucida, casi sin brillo. Sus rasgadas vestiduras estaban manchadas de sangre, sobre todo en un costado. Aquellas ropas quizá fueron blancas y de fina tela en otros tiempos, pero ahora estaban tan sucias que de su esplendor pasado ya apenas quedaba nada.

    Finalmente, el muchacho, tras unos bamboleantes pasos más, levantó la vista al cielo azul, murmuró algo, y cayó de espaldas, sobre la hierba.

    Atardecía en las llanuras del norte junto a las Montañas de Plata. Ese paisaje siempre fue hermoso, por la magnificencia de las cumbre y la generosa amplitud verde del llano. Y en esa tarde, tampoco dejó de tener belleza, aunque era una belleza melancólica: el rey caído no oscureció de modo alguno la hermosura del campo, más bien la engrandeció: le imprimió dignidad a la grandeza del valle y majestad al esplendor de las cimas nevadas.

    Justin quedó con la vista al cielo, su espada desenvainada en una mano todavía y la corona en la cabeza. Respiraba con mucha dificultad. Y pensaba en su terrible fracaso, ¡casi a punto de lograr…! Su intenso dolor fue menguando poco a poco, como avergonzado de su inquina con él. Al mismo tiempo, también menguaba la luz en los ojos del muchacho, aunque la noche era aún lejana. Pero los recuerdos seguían con él, invitando a otros recuerdos, muchos recuerdos...

    Capítulo 2

    Bajaba Justin de los Montes de Neblina, en su caballo, a la ciudad de Aguaclara. El camino real todavía estaba cubierto por la ligera bruma matutina. Había pernoctado en los Lindes, una tranquila aldea de leñadores junto al camino, en las orillas del bosque que cubría la montaña.

    Primero se le reveló la vista del famoso lago que le daba su segundo (y más conocido) nombre al reino, el Azul. Era el orgullo de Aguaclara y de todo el reino, de un hermoso azul era sus aguas; azul, el color insignia de Alazar. Justin gozaba siempre con esa vista desde los montes, no solo por su natural belleza, sino también porque le significaban la llegada al hogar. De hecho, comenzó a vislumbrar las torres de la Ciudadela de los Bari, la Grande, destacando sobre la ciudad, que apenas se veía como una gran mancha. ¡El hogar!, iba cansado, y por lo mismo, contento de volver a casa, después de un largo viaje de cuatro meses por el reino que gobernaba su padre Daján. Iniciaba apenas la primavera cuando partió al oeste ¡y ya era verano ahora!

    Al poco rato, ya se mostraba ante él también la boca del río Hermoso abriéndose al Azul, Ya veía más claramente las casas de Aguaclara a un lado y a otro del río. Y entre las dos orillas del Hermoso, ya se manifestaba completa la Ciudadela Grande, imponente como era, en el centro del río, en medio de la ciudad. En esa fortaleza pasaban la mayor parte del año él y su familia, la familia real.

    Lo único que le quitaba la tranquilidad era que tendría que rendirle cuentas a su padre, quien lo interrogaría como si se tratara de un examen de geografía e historia. Por el viaje de vuelta había ido repasando en su mente los saberes en los que sería examinado. Aunque una parte de los conocimientos los aprendió con sus preceptores, otra la adquirió por experiencia; no en vano tuvo que viajar por tres de los Cuatro Señoríos del reino: Oeste, Norte y Este: empezó en Aguaclara rumbo al oeste, de allí hizo un largo rodeo por el norte hasta regresar por el este al centro de su reino, la capital y sus territorios aledaños, de donde salió. Aún le faltaría por visitar en ese año el último señorío del reino, el del Sur, pero eso ya sería en otoño. Así se lo había encomendado su padre; pues como Justin era el hijo mayor, el príncipe heredero de Ivandorus, el Reino Azul, y estaba punto de cumplir los dieciséis años, tenía la obligación de hacer el Recorrido de Principalía dictado por la ley, con el propósito de que conociera a fondo todas la tierras del país y las necesidades de su pueblo y también que las gentes lo conocieran a él.

    Aunque no tenía ganas de pensar en el viaje de Recorrido del próximo año, no podía evitar que se le viniera a la mente. Ese segundo Recorrido oficial sería ciertamente menos denso, menos sitios que visitar, pero sí mucho más vasto. Este pensamiento, en este preciso momento, en que terminaba extenuado un viaje, le hizo sentir más cansado, haciéndole olvidar lo que estaba repasando mentalmente. Debería visitar a los ocho reinos (el suyo era el noveno) de la alianza de los Nueve Reinos Independientes del Norte. Los conocía a todos un poco, también de las lecciones de sus preceptores y de algunos viajes anteriores. En general, no le impresionaban mucho los otros reinos. Tres de ellos delimitaban con el Reino Azul: al oeste estaba Aridia (¡que calor!); al este, Arturia (¡casi pura pradera, poca variedad!), y al norte, pues Aquilonis… ¡Aquilonis!, el reino montañoso, con su precioso lago de aguas verdes y su hermoso castillo solitario a orillas del lago... ¡oh, sí, ese era diferente!, varias veces había estado allí, en Aquilonis, en el castillo del lago, la última vez fue el año anterior. Sus ojos oscuros brillaron mientras sonreía, recordando algo. Y este recuerdo le animó el resto del viaje, haciéndole olvidar el cansancio al punto de ya no molestarle la idea del segundo Recorrido.

    Capítulo 3

    Era casi mediodía cuando Justin llegó a las puertas de la ciudad. Ya la gente lo había divisado y muchos lo esperaban a lo largo del camino para verlo entrar. Desde las casas de la parte exterior del muro de la ciudad hasta el puente oriental, que comunicaba Aguaclara con la Ciudadela, había una concurrencia reunida desde que se enteraron de la llegada del príncipe. Justin los saludaba desde el caballo. Los guardias no dejaban que se le acercaran demasiado, tanto para seguridad de él como de los súbditos.

    En la Grande, lo esperaban a la puerta Carmides, el más anciano de los consejeros de su padre, y Raél, el capitán de la guardia y mayordomo de la Ciudadela en ausencia de los reyes. Después de una inclinación reverente, ellos esperaron a que desmontara.

    —¡Bienvenido, su Alteza real! —dijo Raél.

    Justin, por su parte, abrazó a Carmides, entusiasmado, mientras el anciano se abochornaba.

    —Su Alteza, no debería...

    —Carmides, ¡estoy feliz de verte!, ¡déjate de protocolos por un momento!, ¿no me llevaste en la espalda tantas veces cuando era un chiquito?

    —Su Alteza era un niño en aquel tiempo —contestó Carmides, pero esta vez unas lágrimas escurrieron de sus ojos ancianos mientras sonreía.

    Raél, mientras tanto, tomó el corcel de Justin y se lo entregó al Caballerizo Mayor ordenándole que preparara una cabalgadura fresca para el príncipe.

    —¿Para qué? —preguntó el príncipe, cuando oyó eso—. Si es para nuestro viaje al Castillo del Bosque (que no puede ser hoy mismo), yo iré en la carroza con mi padre.

    —Su Alteza —contestó Carmides—, su familia ya no está aquí, sino en el Castillo del Bosque, salieron desde hace una semana.

    —¿Ya?, ¿no me esperaron?... —dijo, consternado Justin, y él mismo se contestó—: Sí, ¡debí imaginarlo!, se suponía que yo estaría de vuelta en Aguaclara desde hace unas cuatro o tres semanas.

    —El rey dejó este mensaje para usted —Raél le entregó una carta con el sello del Daján—, y me ordenó que le preparara el viaje en cuanto usted llegara, Su Alteza.

    Justin rompió el sello y leyó inmediatamente.

    Pues sí, la familia se le había adelantado, y su padre le pedía que se reuniera con ellos lo más pronto posible, para las celebraciones de los cumpleaños. ¡Y Justin que había pensado que había llegado su hora de descansar, al menos por unos días!, ¡vaya que ser el primogénito del rey era difícil!, Sus hermanos menores, la princesa Celia, de once, y el principito Mark, próximo a cumplir ocho, ya estaban en el Bosque, divirtiéndose. Todos en el Castillo de veraneo... bueno, no todos: Adriel, no, por supuesto.

    Su hermano Adriel, dos años menor que Justin, raras veces salía de la Torre del Mago, donde vivía con su preceptor desde hace tiempo. Por eso, en su lugar, cada año la familia real lo visitaba a él; Daján solamente permanecía unos días; pero los muchachos y la madre, la reina Alexandra, se quedaban hasta un mes, antes de la acostumbrada estancia anual veraniega de la familia en el Castillo del Bosque. Este año no pudo ser así, porque diversos asuntos entretuvieron a su padre en Aguaclara; en consecuencia, la visita a Adriel estaba programada para el final del verano.

    Afortunadamente, durante su Recorrido por el reino, Justin sí pudo pasar tres semanas con su hermano, pues el primer señorío que visitó fue el del Oeste, y la Torre del Mago estaba precisamente en la parte norte de esas tierras del señor Oliverio, y le quedaba de camino en su itinerario. Estuvo poco menos de un mes en las tierras del Oeste, el señorío más extenso de todos, y siguió hacia la Torre del Mago a visitar a su hermano. Después, tomó el camino del paso del norte, entrando a los dominios de Jaén, el señor del Norte, a su vez el señorío más pequeño del reino. Y dos semanas después, cabalgó hasta el del Este, donde lo entretuvieron ¡cinco semanas!

    ***

    Mientras comía aprisa, Justin pensaba en su familia, tenía más de cuatro meses sin verlos y deseaba estar con ellos. Se sintió frustrado, ¡si no fuera por su tío Fabio, el recorrido no hubiese durado más de la cuenta! Fabio, señor del Este y hermano de su padre, apreciaba mucho a Justin, ¡siempre estaba pronto a educarle! y no le dejó partir de sus tierras antes de visitar exhaustivamente todos sus dominios. Fue agotador, pero bueno, ¡así era el tío Fabio!

    Tras comer y luego asearse, fue al Templo del Dios Único a orar. Después, regresó y tomó el corcel que le había preparado el Caballerizo, uno veloz, ya que Justin tenía que hacer a toda prisa tres jornadas antes de llegar a la Fortaleza de Vador, el señor del Sur, pasar allí la noche y luego partir hacia el Castillo del Bosque, lo que eran tres jornadas más. Apenas llegaría a tiempo para el cumpleaños número ocho de Mark… y dos semanas después, Justin mismo cumpliría dieciséis, que los celebraría en familia… excepto por Adriel.

    Se despidió de su gente en la Ciudadela, y salió, nuevamente aclamado por la población de Aguaclara, en cuanto se dieron cuenta de su partida. Un rato más tarde iba solo por el camino. No llevaba compañía, como acostumbraba en la mayoría de sus viajes desde que cumplió los trece años. Iba armado, desde luego, esa era la obligación que le imponía su padre. Y sabía manejar muy bien la espada, así que no temía peligros en los caminos. Para ir al Castillo del Bosque, en el señorío del Sur, cerca la frontera colindante con Nonog, tenía que tomar primero un camino real que rodeaba al Lago Azul, y así entrar en el señorío de Vador.

    Justin aprovechó nuevamente el camino para repasar lo que tenía que saber para su examen. Conocía bastante bien la geografía de su reino, conocía los límites de los Cuatro Señoríos y del Territorio Central de Aguaclara; se había aprendido todos los caminos importantes, no solo por haber estudiado los mapas, sino también porque los recorrió personalmente.

    El Reino Azul era de clima templado, como varios de los nueve reinos independientes, si bien otros de ellos eran francamente fríos. Los más septentrionales de estos limitaban por el norte con el inexpugnable macizo montañoso del centro del continente, cubierto de nieves perpetuas, donde debía estar el polo norte. En cambio, de los nueve reinos, los meridionales, entre ellos el propio Azul, limitaban con los enormes reinos conocidos como los del Sur. En estos el clima era cada vez más cálido a medida que se avanzaba rumbo al Gran Mar del Mediodía. Susa y Media eran tan extensos que llegaban a las orillas del Mar, y tenían cierta variedad de climas por su amplitud, aunque predominara lo cálido. Se decía que en la costa del Gran Mar soplaba una brisa agradable.

    Los Reinos del Sur Reinos eran tan grandes que el territorio total ocupado por los Nueve Reinos Independientes del Norte, a decir de los cartógrafos, era un poco inferior al del gigante reino de Media, el mayor de todos aquellos. Nonog, por otro lado, el país del sur más pequeño, era tres veces más grande que el Reino Azul, según calculaban.

    Ahora, en cuanto al estudio de la historia... eso era más difícil ¿Desde cuando permanecían así los límites entre los reinos?, se preguntó Justin; él sabía que su dinastía, la de su padre, los Bari, tenia poco más de trescientos años gobernando, tras la muerte del último de los Asá. Y ya eran así los límites. Su madre, la reina Alexandra, no obstante, fue una princesa de la familia Forisam, algunos de los Forisam llegaron a gobernar, en otros tiempos, un par de los reinos independientes, entre ellos el propio Aquilonis. De su madre había aprendido Justin que antaño, durante la primera mitad de la época de los Asá hubo un gran flujo de comunicación y de comercio entre las gentes del Oeste (es decir, todos los reinos del Norte y del Sur) y los pueblos del lejano Este, especialmente con un país llamado Attiria. Se cuenta de aquellos tiempos que fueron como una edad dorada, de gran prosperidad en todos los reinos del Oeste. Por aquellas épocas, los límites territoriales eran un poco diferentes a los del presente.

    Después hubo una larga guerra en el lejano Este, y se fue perdiendo la comunicación con ellos poco a poco. Por diversos pretextos, se suscitaron conflictos territoriales entre los pequeños reinos del Norte y los grandes reinos sureños, hasta que los norteños se aliaron. Entonces, los sureños llegaron a acuerdos con los aliados y entre ellos mismos, y los límites territoriales fueron fijados. Pero, mientras tanto, los caminos con el lejano Este quedaron abandonados y el contacto murió, salvo por uno que otro viajero que podía contar algo de lo que ahora eran tierras exóticas. Se decía que entre aquellos viajeros estaba el sabio mago Dalir, preceptor de Adriel, pero él lo había negado cuando la reina Alexandra se lo preguntó. Ya en los tiempos actuales, el mago se ausentaba poco de su Torre, en el extremo norte del Reino Azul, en las fronteras con Aquilonis.... ¡Otra vez Aquilonis...!

    Justin dejó la distracción y volvió a su repaso, ¿Cuándo se fundó el reino de Ivandorus?: año 220, con la dinastía de los Erdat que...

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