El Viajero del Tiempo y la Princesa
Por Joe Corso
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Lucky Campo, agente de la CIA, no puede quedarse quieto. Viajar en el tiempo viene muy bien a veces. En prmer lugar hizo de Lucky un hombre rico. Ahora, continúa proporcionándole un escape a una tierra de aventura medieval y peligrosa. Por suerte para Lucky, está armado con tecnología del siglo XXI o... ¿puede ser contraproducente?
La reina reza por el regreso del mago, pero esta vez, Lucky puede haber cogido mas de lo que podía abarcar. La historia puede ser alterada. Puede haber resultados devastadores. Una princesa está muriendo y un multimillonario griego loco, conocido por llevar países a la quiebra y elegir a dedo a líderes de naciones extranjeras, está tratando de gobernar el mundo.
¿Pueden Lucky y su amigo Mickey ocuparse de esto antes de que anochezca?
Se ocupan de la maldad y la oscuridad en todo el mundo, en diferentes siglos, pero sólo pueden hacerlo... con el portal del tiempo.
Joe Corso
I grew up in Queens, New York. I'm a Korean Vet, FDNY Retired and I started writing late in life hoping to help my grandchildren pay for their college education. I found to my surprise that I could tell a good story which resulted in my writing 30 books (so far) while garnering 19 awards and a 4 time top 100 Best Selling Author.
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De Joe Corso
El viajero del Tiempo Y La Princesa
Libro 3
Joe Corso
Copyright 2016 de Joe Corso
Publicado por
Ediciones Black Horse
Imagen de la cubierta de Marina Shipova
Formato de BZHercules.com
––––––––
Esta novela es un trabajo de ficción. Nombres, personajes, lugares y sucesos son producto de la imaginación del autor, o, si real, usados de un modo ficticio. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por cualquier modo electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiar, grabar, o almacenar la información sin el anterior consentimiento escrito del autor o editor, excepto cuando lo permita a ley o por un revisor que puede citar breves pasajes en una revisión para ser publicada en un periódico, revista o diario.
Todos los derechos reservados
Tabla de Contenidos
Prefacio 6
Capítulo Uno 11
Capítulo Dos 16
Capítulo Tres 19
Capítulo Cuatro 21
Capítulo Cinco 23
Capítulo Seis 26
Capítulo Siete 29
Capítulo Ocho 32
Capítulo Nueve 43
Capítulo Diez 46
Capítulo Once 50
Capitulo Doce 55
Capítulo Trece 61
Capítulo Catorce 66
Capítulo Quince 76
Capítulo Dieciséis 79
Capítulo Diecisiete 82
Capítulo Dieciocho 90
Capítulo Diecinueve 94
Capítulo Veinte 103
Capítulo Veintiuno 113
Capítulo Veintidós 123
Capítulo Veintitrés 125
Capítulo Veinticuatro 134
Capítulo Veinticinco 136
Capítulo Veintiséis 140
Capítulo Veintisiete 147
Capítulo Veintiocho 150
Capítulo Veintinueve 152
Capítulo Treinta 160
Capítulo Treinta y uno 166
Epílogo 169
PREFACIO
Inglaterra Siglo XII
Había estado lloviendo torrencialmente durante seis días. En las últimas horas, el diluvio había disminuido a un riachuelo hasta que finalmente, la lluvia paró. Se le daba la bienvenida a rayos de luz que asomaban a través de las nubes. Viajar era difícil debido al fango y los baches del camino. Los caballeros en sus caballos alzaron la vista y fueron capaces de ver la luna llena, anteriormente escondida tras nubes grises, interponiéndose en la vista. La luz de la luna rebotaba en la armadura de cota de malla de la escolta de la Reina Alexandra, centelleando como estrellas brillantes contra el cielo nocturno. Era una visión radiante y fascinante especialmente tras la semana anterior de viaje lleno de humedad y miseria.
El Rey Robert, junto con su escolta de diez caballeros, había salido antes de que las lluvias hubieran comenzado, y estaba viajando mucho más rápido que la caravana que llevaba a su mujer y su cuñada. Quería llegar hasta su suegro, el Rey William, rápidamente para tenerlo todo organizado para la Princesa cuando llegara.
Era un placer viajar ahora y aunque la lluvia había sido una molestia, era una bendición para las tierras secas. Los granjeros habían rezado por la lluvia. Las semillas plantadas en la primavera tenían una sed desesperada por algo de humedad. Sí, la lluvia significaba una buena cosecha para la gente del reino y aseguraba que los trabajadores podían llenar los almacenes del Rey con trigo, maíz y verduras para los residentes de la torre. El Rey, también, estaba encantado, sabiendo que habría comida disponible para su gente durante los fríos y duros meses de invierno. La sequía había pasado y las lluvias eran vistas como una bendición de la buena Reina que siempre llevaba buena suerte a las villas que cruzaba, o eso creían los campesinos y los siervos. Lo que no sabían era que su Reina estaba viajando con dolor en su corazón, transportando a su seriamente enferma y querida hermana, la Princesa Krystina, a su padre para consejo y examen de su equipo de doctores.
Los doctores del Rey eran los físicos más preparados del país. Este viaje era el último recurso ya que el resto de hombres sabios no habían sido efectivos. La habían sangrado, haciendo que se pusiera más débil, y finalmente la Reina paro sus prácticas médicas, e insistió para que visitaran el castillo de su padre con la esperanza de encontrar una cura. La Reina ni siquiera tuvo que pedir a su marido que enviara un mensajero a su padre informándole de la gravedad de la enfermedad de la Princesa y su llegada. Su marido, el Rey Robert, envió decir que llegarían en un mes y entonces él mismo viajó al castillo de su suegro para asegurarse de que recibía su mensaje y juntos esperarían la llegada de la Reina y la Princesa.
La Reina, con cincuenta hombres armados, había salido al comienzo de la primavera antes de que la nieve se hubiera derretido y la lluvia hubiera parado. Viajaban hacia el norte por el día y pasaban las noches en pequeñas tiendas que marcaban el camino al Norte de Inglaterra, el camino hacia el castillo de su padre. Historias sobre el viaje de la Reina se extendieron rápidamente a través del país, a través de los pueblos. La gente de las villas se colocaba en los caminos esperando conseguir ver, aunque fuera solo un momento a su hermosa Reina. Pacientemente, esperaban a que pasara el carruaje, esperando ver a una persona de la realeza. Cuando su caravana aparecía, había música y baile y regocijo y jóvenes chicas, lanzaban hermosas flores hacia el carruaje, flores autóctonas de todos los colores, escogidas específicamente para esta ocasión.
Más de una vez, la Reina insistía en parar para poder agradecer a sus súbditos. Era emocionante para los pueblerinos que adoraban a su Rey y a su Reina. La amabilidad de la Reina Alexandra hacía mucho que había conquistado los corazones de su gente. Ellos expresaban su afecto del único modo que sabían... con sonrisas y flores.
Cuando la comitiva real paraba por la noche para descansar y cenar, los dueños del terreno estaban encantados al ver que su territorio había sido elegido. Nadie rechistaba. Sí, el Rey y la Reina traían definitivamente prosperidad en los negocios. Los posaderos se aseguraban de que el Rey, que pasó mucho antes, y la Reina y su compañía, tuvieran lo mejor que su villa tenía para ofrecer. Cocina, cuidadosamente preparada por los cocineros locales, era siempre acompañada por una elección de bebidas, tomadas de un stock selecto de las bodegas polvorientas – sólo lo mejor para el conjunto real.
El tiempo había seguido claro y aunque la Reina paraba a menudo, ella y sus protectores disfrutaban del viaje mientras se acercaban al hogar de sus ancestros. En el camino, pasaron por granjas poco pobladas, en la periferia, pero mientras los días pasaban, la población de las aldeas crecía a la vez que viajan más profundo hacia el reino de su padre hasta que finalmente, una mañana vieron en la distancia, alto en un promontorio, la silueta del castillo del Rey. Con cada paso del camino, cuanto más se acercaban más granjas aparecían. Entraron a un asentamiento cerca del castillo. Había tiendas familiares con vendedores ofreciendo diferentes, diversos artículos. Rápidamente llegó al Rey que la Reina y su séquito se estaban aproximando. Se ordenó que un contingente de diez caballeros les diera la bienvenida y les escoltara hasta el interior del castillo.
Mientras la Reina se acercaba al palacio, los pueblerinos competían por el mejor sitio para asegurarse una vista sin obstáculos de ella. Muchos le gritaban que parara para que pudieran ofrecerle flores. Y para su sorpresa, ella de hecho ordenó a la caravana que se detuviera y comenzó a caminar entre ellos, como uno de ellos, como había hecho tantas veces en otros pueblos. Aunque esto suponía un peligro para sus protectores, Alexandra pensaba por ella misma. No tenía sentido discutir con ella. Tenía un fuerte carácter. Era amada. Ella lo sabía.
En esta mañana, el último día de su viaje, la Reina quería lucir lo mejor posible para su padre, el Rey William, y así lo hizo. Cada centímetro de ella lucía como una Reina, con su tiara dorada, llena de diamantes y su capa de zorro blanca cubriendo su largo vestido blanco de seda. Las chicas jóvenes miraban, boquiabiertas, a las joyas encriptadas en su cabeza. Qué contradicción-
Paseando entre la gente de la ciudad, a lo largo de caminos polvorientos, mientras vestía tan regiamente. Habló distendidamente con una muchacha aquí y un chico allí, hasta que el capitán de sus caballeros la cogió gentilmente del brazo y la llevó de vuelta a su carruaje. La Reina, sus Damas de Compañía, y sus caballeros continuaron su camino a través de las puertas de la plaza de armas del castillo.
El Rey William había perdido a su mujer, Beatrice, por las fiebres y cuando murió, pensó que moriría con ella, así era el amor que le tenía. Pero tenía dos hijas de las que ocuparse, así que vivía por ellas... y por su gente. No había visto a sus hijas durante tres años y las echaba de menos. Ansiosamente, esperó su llegada, para abrazarlas una vez más.
Pesados pasos, seguidos por otros más suaves, se acercaron a la cámara del Rey. Desde dentro, dos guardias abrieron las puertas que llegaban desde el techo hasta el suelo y permitieron a dos hombres entrar, uno significativamente más bajo que el otro. El más pequeño se quedó junto a la puerta mientras que el caballero se acercó al rey y se arrodilló.
Su Majestad, el doctor está aquí. ¿Dónde le gustaría que le llevara?
Llévelo a la cámara de la Reina Alexandra
, contestó el Rey. La Princesa Krystina está descansando con su hermana. Dígale a la Reina Alexandra que estaré allí para verla muy pronto.
Entonces, acercando al caballero más a él para que el doctor no escuchara lo que le estaba diciendo, el Rey William dijo en voz baja, Quiero que el doctor la trate sin interrupciones, completamente antes de que yo entre. No quiero molestar o ponerle nervioso mientras lleva a cabo su examen. Necesito que haga su trabajo y lo haga bien.
El Rey Robert, habiendo llegado dos días antes, estaba de pie junto a su suegro y escuchó sus susurros. Se sentía impotente.
Por los dioses
, murmuró el Rey Robert, Ojalá supiera cómo contactar con el mago
.
UNO
––––––––
Lucky estaba ahora solo. Samantha, su enfermera, su confidente, su novia, le había dejado. Al principio, estaba devastado, destrozado por su partida física y emocionalmente, creyendo que estaba realmente enamorado de ella. Pero a medida que pasaba el tiempo, fue aparente que no era un amor tan real ya que eran dos personas a las que se les había empujado, víctimas de las circunstancias. Lo que sentía por ella era algo diferente al amor. Flechazo tal vez, pero no amor. Los pacientes se enamoran de sus doctores y enfermeras. Las enfermeras se enamoran de sus pacientes. Eso era la vida. Sam había estado ahí cuando la necesitaba. Estuvo allí cuando la agencia había intentado matarle y le había cuidado en su recuperación. Lucky había creído que ella le quería. No podía entender por qué le dejaba. El hecho era que Sam se dio cuenta de que nunca podría tenerle – no en el sentido clásico, al menos, donde chica ama a chico, chico ama a chica, se casan, tienen una familia y viven felices para siempre. Ella comprendió que Lucky y ella (si es que era parte de este dúo) siempre tendrían que preocuparse por un viejo enemigo que volvería algún día y les haría daño, y dañaría a otros a su alrededor. Sam notó como Lucky comenzó lentamente a alejarse de ella. Era confuso. Él la llenaba con cosas
materiales pero lo que ella más quería era su amor, su cariño, y no lo estaba consiguiendo. Tal vez Lucky era sólo uno de esos hombres incapaz de amar de verdad, siempre en guardia con sus sentimientos. Cuando hablaban, Lucky siempre insistía en que todo estaba bien, que a él realmente le importaba la relación, y que ella no debería confundir su tiempo de soledad con una falta de compromiso emocional. Pero tras semanas de lucha con este conflicto emocional, Sam decidió seguir con su vida. Una mañana, Lucky encontró una carta en la mesita de noche. En ella, Sam decía que tenía mucho que buscar en su alma y que tal vez contactaría con él de nuevo en algún punto del futuro, pero por ahora, necesitaba tiempo para pensar. Añadía que éste era el mejor modo de decir adiós ya que las despedidas son desagradables. Lucky se lo tomó mal, pero sabía que ella tenía razón, al menos financieramente la tenía. Lo había visto. Pero para decir la verdad, dejó un vacío al irse.
Las semanas pasaron. Lucky aprendió que la rutina se convierte en costumbre y cuando la costumbre cambia, se anhela lo que se tenía. Por ejemplo, si cada viernes por la noche durante años vas al cine con tu novia y de repente tu novia se va, entonces debes comprender que no es tanto a la novia lo que echas de menos como la rutina de ir al cine los viernes por la noche. Cuando esa rutina es cambiada, los viernes por la noche son difíciles hasta que sustituyes ese recuerdo, o rutina, con algo más, igual de placentero. Eso es lo que Lucky sintió durante meses tras el abandono de Sam. Pero mientras pasaba el tiempo, el vacío se disipó y junto a él llegó un sentimiento de libertad. No había nadie por quien preocuparse a parte de él mismo. Comenzó a sentirse como el viejo Lucky de nuevo.
Ahora Lucky tenía pensamientos e ideas a parte del amor y el romance. Estaba preocupado por el pensamiento de que algún día su habilidad para viajar en el tiempo podría terminar en algún punto, tener un final, en un tiempo propicio. ¿Qué pasaría si entrara a un portal y no pudiera volver al presente, a su propio tiempo, su propio país, su propia era? ¿Podría acostumbrarse a vivir donde quedara atascado? ¿Podría alguna vez acostumbrarse a no ver nunca un lugar familiar o a sus amigos de nuevo? Éstas eran preocupaciones reales que siempre ponía en suspenso racionalizando que él era un superviviente, capaz de manejar cualquier cosa que la vida pusiera en su camino. Pero había algo más. Algo en su interior estaba cambiando, algo que no podía tocar y cualquier cambio que llegaba, no podía hacer otra cosa que sentir que sería de algún modo para mejor.
Lucky recordó cuando empezó. Todo comenzó cuando cayó en una trampa de su entonces jefe, Dirk Sommerville. Explosiones destrozaron el edificio y la fuerza expulsó a Lucky justo por la ventana, catapultándole seis pisos hasta el suelo de cemento del patio de abajo. Era un viejo edificio de viviendas pero afortunadamente, se encontró con la colada a la que agradecer por su vida. Se balanceó de una cuerda de tender a otra como una pelota de ping-pong. Las cuerdas colocadas en zigzag interrumpieron su caída, salvando su vida. Tumbado allí semi-inconsciente, no podía mover un músculo de cualquier parte de su cuerpo. Tenía un montón de huesos rotos, pero la herida más seria de todas fue en su cabeza. Un trozo de su cráneo, con la piel todavía pegada a él, se rasgó casi quirúrgicamente del cráneo de Lucky. Necesitó numerosas operaciones de los mejores cirujanos del ejército, incluyendo a John Vigiano, el Jefe de Cirugía en persona, para salvar su vida. El Jefe, relevado hacía tiempo de sus deberes civiles, fue readmitido por el gobierno, sólo para llevar a cabo la larga y compleja operación de Lucky.
Tras meses de convalecencia, los vendajes de Lucky fueron finalmente quitados pero los punzantes rayos de luz cegadora que agujereaban sus corneas eran demasiado para poder soportarlos y necesitaba una cubierta especial protectora de ojos, gafas que fueron expertamente creadas por un científico brillante. No había nada en los libros de texto que explicaran su estado. En cuanto a la operación, era experimental, como algo bueno. Su situación se asemejaba a un objeto caro, como un intricado reloj con mil partes moviéndose, que se cayera de un edificio de seis pisos, golpeando