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La Mentira del Investigador
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Libro electrónico303 páginas4 horas

La Mentira del Investigador

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“Me gusta mucho leer a Lee Child, Robert Crais, Tess Gerritson. Así que creo que Keith Dixon esta a la altura de los grandes”. – Critico de Amazon.

En la emocionante entrega que sigue del libro Giro de Tuerca, el hijo perdido del investigador privado Sam Dyke le pide que encuentre a su novia, Kelly, que está desaparecida. Al principio, Sam se muestra reacio porque su hijo le está amenazando (no es un buen comienzo para una relación). Pero cuando comienza la investigación, rápidamente se topa con dos abusivos liverpulineses, Los Gemelos Pelirrojos, que lo provocan con su arrogancia y crudo comportamiento criminal que incluye corrupción y, posiblemente, asesinato. También se entera de que los Gemelos están bajo vigilancia por una operación de policías en cubierto, la cual él amenaza con descubrirlos y ponerlos en su lugar. Así que a Sam lo atacan por todos lados conforme intenta llegar al fondo del imperio criminal de los Gemelos. Al final Sam y los Gemelos tienen una confrontación cara a cara que solamente puede terminar en muerte o destrucción. Sam Dyke es un trabajador de clase media que trabaja entre los ricos y privilegiados de la zona de Cheshire; aquellos cuyos morales y niveles de discreción son ofensivos para él y van en contra de sus propios valores, que creció en un fuerte ambiente familiar. Los misterios que desvela se convierten en cruzadas personales contra el derecho, la riqueza y el abuso de poder. Aunque no moralice, se enoja cuando e a las personas que mienten, roban y asesinan para salirse con la suya. Al igual que Philip Marlowe y Sam Spade, tiene una visión clara de lo que realmente es el mundo, pero quiere que los malhechores regresen al camino de la rectitud y hará lo que pueda para ayudar. Lleno de personajes fascinantes, situaciones intrigantes y acción emocionante, La mentira del investigador ha superado las listas de “delincuencia dura” de Amazon tanto en Reino Unido como en los Estados Unidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 feb 2017
ISBN9781507164815
La Mentira del Investigador
Autor

Keith Dixon

Keith was born in Durham, North Carolina in 1971 but was raised in Bellefonte, Pennsylvania. He attended Hobart College in Geneva, New York. He is an editor for The New York Times, and lives in Westchester with his wife, Jessica, and his daughters, Grace and Margot. He is the author of Ghostfires, The Art of Losing, and Cooking for Gracie, a memoir based on food writing first published in The New York Times.

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    La Mentira del Investigador - Keith Dixon

    CAPITULO UNO

    ––––––––

    No me importa que tan experimentado seas como investigador privado, cuando tu hijo te apunta con una Desert Eagle semiautomática, y no está sonriendo, definitivamente llama tu atención.

    — ¿Está cargada?— pregunte.

    —No sería divertido si no lo estuviera— dijo él.

    Consideré mis opciones. Podría embestirlo, pero mi escritorio estaba entre nosotros. Podría hablarle bonito, pero no estaba de humor y creo que él tampoco lo estaba.

    —Tienes un plan para salirte con la tuya— le dije.

    —Ninguno que puedas percibir. Estoy tan asombrado como tú de llegar hasta este punto. —­ Por la manera en que sonó saliendo del cuerpo flacucho de un adolecente, su voz fue  sorprendentemente confiada y fuerte.

    —Necesitas un plan si le vas a disparar a alguien— le dije—. No creo que hayas pensado bien esto­.

    —Si lo hubiera pensado bien, no hubiera venido. Tuve que hacerlo por impulso.

    —Impulsividad no es una buena característica para alguien sosteniendo un arma.

    —Y estar de hablador no es bueno para alguien viendo el fondo del cañón.

    El tenía razón. Lo mire a los ojos y medí su respiración. Su mano no temblaba y no había ni gota de sudor. Dos minutos antes había estado hojeando un ejemplar de la revista Uncut cuando el llamo a mi puerta y entro sin esperar respuesta. Un joven delgado de cabello negro usando una gabardina negra con capucha junto con pantalones de mezclilla deslavados y unos tenis Nike maltratados. Se aseguro de que yo fuera Sam Dyke, el investigador privado de este municipio, luego busco en el bolsillo interno de su gabardina y saco el arma como un arqueólogo sostiene un artefacto único, con mucho cuidado pero lo suficientemente firme como para no soltarla. Con esa misma confianza en su voz, me dijo que su nombre era Dan y si sabia quien era él. Se sorprendió cuando le dije que si sabía.

    — ¿No quieres saber porque estoy aquí?- Movió un poco la pistola como para fomentar curiosidad en mí.

    —Ya me lo dirás. Estoy más interesado en saber cómo me encontraste.

    —No importa cómo— dijo—. El punto es que, estoy aquí y tu ahí.

    Cruce mis brazos y el dio un paso atrás.

    —Despacio— me dijo.

    Mi oficina es cuadrada, con una puerta y una ventana dando hacia el centro de Crewe, y tiene un escritorio, un asiento de piel para mí y dos sillas firmes para los clientes.

    Nunca he tenido más de dos clientes en la oficina al mismo tiempo. No creo que pueda aguantar la energía.

    —Déjame ver si entendí— le dije—. Me imagino que descubriste que yo soy tu papá y crees que soy responsable por la muerte de tu madre. Nunca conociste a ninguno de los dos y después de cinco minutos buscándome, estas dispuesto a matarme.

    Por primera vez, vi un rastro de duda cruzar su mirada.

    — ¿Quién dijo algo sobre matarte?— me pregunto. Asentí mirando el arma.

    —A menos que esté equivocado, eso con lo que me estas apuntando, no es el nuevo Nokia.

    Miró el arma y se quedo callado por un momento. Luego dijo:

    —Eres justo como pensé que serias.

    — ¿Y cómo soy, entonces?

    —Un hombre engreído de Yorkshire. Mostrando que tan rudo eres. No te interesa quien soy o que hago aquí. Encantado de conocerte, papá.

    —Toma asiento y platiquemos. ¿Te apetece una taza de té?

    —No te burles de mí.

    —Entonces, ¿qué te parece si me cuentas que es lo que quieres antes de que tu brazo se canse y me dispares por accidente? Empiezas a verte somnoliento.

    Esta vez no dijo nada pero jalo una de las sillas para clientes y se sentó en ella, dejando caer su cuerpecito como si solo fueran huesos envueltos en ropa. Se puso a admirar la oficina por un rato.

    —Así que aquí es donde te ganas la vida— me dijo—. ¿Qué es lo que hacen los investigadores privados en estos días? ¿Juntar evidencias para el juzgado? ¿Fotografiar a esposos infieles?

    —Estás hablando de los trabajos mejor pagados aquí.

    —Te busque en internet. Tu no existes, ¿o sí? No hay nada sobre ti en la web. Probablemente sea lo mejor. Los sitios que vi parecían un chiste; un montón de fotos de hombres casi ancianos tratando de verse de confianza usando traje y corbata.

    —Nos juntamos en el club de golf y nos divertimos contándonos historias de nuestros clientes más absurdos.

    La lluvia de Abril empezó a caer de repente y ambos nos quedamos viéndola golpear mi ventana.

    — ¿Entonces, en que nos quedamos? — pregunté.

    —Estoy pensando— me dijo—. Estoy empezando a dudar si estarías dispuesto a hacerlo.

    — ¿Hacer qué?

    —Quiero que me ayudes— dijo—. Hay una chica, Kelly. Estábamos saliendo pero hace un par de meses me dejó.

    — ¿También me vas a culpar por eso?

    —Cállate y escucha. Estábamos viviendo en un departamento y de la nada, desapareció. Llevábamos juntos cerca de seis meses y ni siquiera me dejó una nota. Por eso creo que algo no anda bien. No le dijo a nadie a donde iba. No hay señales de ella por ningún lado. Y luego, alguien que conozco me dice que ella está en Manchester y que  no va a regresar.

    — ¿Quién es esta persona que conoces?

    —Ya lo descubrirás.

    —Ok. ¿Ella trabaja? —. El se rió.

    —No es lo que tú llamarías un trabajo decente. No va encaminada en el ambiente ejecutivo. Más bien como lo que sea que le deje dinero.

    — ¿Tiene alguna adicción?

    —Demasiados cigarros. Y prefiere la fiesta a leer un libro. Una chica mala.

    Sonreí sombríamente.

    —Suena a que mi hijo y heredero se saco la lotería.

    El miro hacia otro lado, como si de repente estuviera más interesado en la lluvia que golpeaba mi ventana. Había bastante dolor en su mirada. Me di cuenta que tenia las pestañas largas como las de su madre. Su madre muerta. Sentí una punzada de culpa atravesar mi pecho pero seguí sonriéndole. Al menos creo que la expresión en mi rostro era una sonrisa.

    —Sí, bueno— dijo después de un rato—. Así que tu trabajo es ayudarme a encontrarla.

    —No lo creo.

    —Me lo debes— su voz sonó fría—. Botaste a mi madre, me botaste a mí, me dejaste con personas que no tenían ningún interés en mí, más que saber cuándo podría empezar a trabajar. Creo que un poco de ayuda no es mucho pedir.

    —Si enserio hubieras investigado bien, te habrías dado cuenta de que yo no sabía que estabas vivo. Tu madre no me lo dijo. Tus padres adoptivos no me lo dijeron. Mi angelito de la guarda no me lo dijo cuando susurraba en mi oído. Ahora que estas aquí me alegro de conocerte y de poder tener una conversación, pero no me culpes por no hacer algo que yo no sabía que tenía que hacer.

    — ¿Cómo intentar saber algo sobre mi? —. Comenzaba a molestarse—. Mi madre ha estado muerta por cuatro meses y yo no he sabido nada de ti. Y no me digas que no sabias de mi porque eso no es verdad—. Se detuvo en seco, casi sin aliento.

    Así descubrí quien le había dicho; una mujer que conocí cuando investigaba un caso hace unos meses. Ella estaba casada con el hombre que asesino a Tara, la madre de Dan. Al final del caso, maté a su esposo.

    Había sido un caso complicado.

    —No creo que comprendas como funciona esto— le dije—. Yo me gano la vida haciendo esto. La gente me paga dinero. Yo llevo a cabo un servicio. No puedo darme el lujo de tomar casos para la caridad, especialmente cuando la policía sería la mejor opción para tu caso.

    El levanto su arma de nuevo. La punta del cañón me apunto fijamente. Ver al fondo del barril de un arma, siempre es una experiencia religiosa; cualquiera que sea tu creencia religiosa, rápidamente te lleva a tener fe.

    —No creo que me estés entendiendo— me dijo—. No tienes opción.

    — ¿Qué? ¿Me vas a seguir a todos lados apuntándome un arma a la cabeza? Ir al baño se va a convertir en un problema.

    —Si no dices que si, ya no tengo nada porque vivir.

    — ¿Has estado leyendo novelas de tragedias griegas, verdad?

    — ¿Qué?

    —Olvídalo. Leo mucho. El resultado de tener mucho tiempo que matar mientras hago vigilancia. Mira, incluso si te ayudo a encontrar a esta chica...

    —Kelly

    —... ¿qué tal que ella no quiere regresar? ¿Qué tal que quiso huir de ti?

    —Ya se me había ocurrido eso. No lo creo, pero si ella dice que así es, entonces está bien. Solo quiero que me lo diga en mi cara. Quiero saber que se encuentra bien.

    Lo mire y sentí pena por él, de nuevo. La necesidad de corroborar las cosas permanecía en su mirada como  un recuerdo del cual no pudiera deshacerse.

    —Mi agenda está llena de trabajo— mentí—. No puedo irme y abandonar todo solo porque tú me estas apuntando con una pistola.

    — ¿Puedes pensar en una razón mejor para hacerlo?

    —La gente espera a que termine lo que empecé. Eso no podrá significar algo para ti, pero es mi reputación la que está en riesgo.

    —Piensa que le pasara a tu reputación cuando se enteren de que te negaste a trabajar con tu propio hijo. Y créeme, se enteraran.

    Nos miramos fijamente a los ojos por encima del escritorio mientras la lluvia azotaba mi ventana. Me admire de su persistencia, tal vez hasta supe de donde provenía.

    —Está bien, te ayudare a encontrar a Kelly— dije al mismo tiempo que levantaba mis manos—. Pero tú y yo tenemos que hablar seriamente. Suena a que varias personas te han llenado la cabeza de basura por 18 años. No me gusta eso.

    —Bueno, tal vez debiste haber estado ahí para evitarlo.

    —Tal vez debí haber sido un astronauta y volar a la luna. Eso nunca iba a pasar. Ahora, por el amor de Dios, guarda ese juguete y vamos a comer algo.

    Volteo la pistola hacia él y miro hacia el fondo del cañón. Me miro, luego jalo el gatillo lentamente hasta que sonó el percutor, como si dos plásticos chocaran entre sí.

    — ¿Cómo lo supiste? —me pregunto.

    —Por eso yo soy el detective y tú no.

    No le dije que de haber sido una Desert Eagle de verdad, y cargada, el nunca hubiera sostenido apuntándome tan fijamente durante tanto tiempo sin que le temblara la mano. Es muy pesada.

    Tienes que guardarte ciertos secretos de detective, de otra manera, cualquiera podría tener una licencia y no habría suficiente trabajo en las calles.

    CAPITULO DOS

    ––––––––

    Estábamos sentados en mi viejo Cavalier afuera de la estación de trenes de Crewe, evitando las miradas enfurecidas de los taxistas cuyos espacios de estacionamiento estábamos ocupando. Mantuve el motor encendido para mantener la cabina caliente. Los viajeros nos miraban cuando pasaban a través de las puertas deslizables entrando y saliendo de la estación. Antes era una de las estaciones de trenes más transitadas, la estaban modernizando cada vez más; lo que parecía significar menos personal y más maquinas para hacer su trabajo.

    Mire a Dan sentado en el asiento del copiloto. De vez en cuando alcanzaba a ver un rastro de su madre en su rostro; una mirada ligeramente amargada cuando notaba algo y lo juzgaba al mismo tiempo.

    — ¿Cuándo dijo que llegaría? — pregunte.

    —Estará aquí en un minuto.

    —Llevamos veinte minutos esperando. ¿Por qué va a llegar a la estación si él vive aquí en Crewe?

    — ¿Siempre eres así de impaciente? Creí que habías dicho que salías a hacer vigilancia y seguías a la gente durante varios días.

    —Eso es porque me pagan. Se le llama trabajo.

    —Tuvo asuntos familiares en Yorkshire— dijo—. Ah, pero tú no lo entenderías, ¿o sí?

    Me miro fijamente esperando mi respuesta, luego se volteo en su asiento y miro de nuevo hacia las puertas de la estación. Otro taxista sonó su claxon al pasar.

    —No me has contado nada sobre ti— le dije—. Debió ser difícil ser adoptado. ¿Te cambiaban de casa seguido? Se encogió de hombros.

    —Es un poco tarde para eso, papá. Tuviste tu oportunidad y ahora no estoy interesado.

    —No me pusiste atención cuando te dije que tu madre me mintió, ¿verdad?

    —Me suena a que te rendiste muy fácilmente. ¿Sale huyendo a Londres y ni siquiera la sigues? ¿No tenias curiosidad? ¿O no estabas enojado?

    —Las cosas eran diferentes en ese entonces— dije—. Yo apenas tenía 20 años y nada de dinero. No era tan fácil.

    —Sí, claro. Fue antes de que los trenes y los carros fueran inventados. Lo olvide.

    —Tu madre dejo muy en claro que no quería que la siguiera. Hasta donde yo supe, el matrimonio estaba terminado. Me mintió sobre el aborto y supuse que se sentía culpable. O enojada. No se contacto conmigo en 18 años, así que, ¿Cómo se supone que yo iba a saber?

    —La familia feliz— dijo Dan. Mire su perfil; vi mi nariz recta sobre su rostro y reconocí la torpeza que yo tuve cuando tenía su edad. Ejercicio y salir a correr habían cambiado mi físico, pero hubo un tiempo donde tenía el mismo estomago sumido y muñecas delgadas.

    Le di un minuto pero no me pregunto sobre su madre. En este punto, no parecía interesado en ella en lo absoluto.

    —Cuéntame sobre Kelly— dije—. Apenas y me dices algo de ella. ¿Cómo se conocieron? ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? Ya sabes, la clase de cosas que normalmente le cuentas a tu papá.

    — ¿Por qué debería contarte? Todo lo que necesitas saber es como luce y ya te di su fotografía.

    —Compláceme. Se volteo.

    — ¿Qué te cuento? — dijo—. Ella cambia de parecer todo el tiempo, por todo. Generalmente quiere lo que no puede tener y viceversa. Es una relación divertida.

    — ¿Pero, la quieres?

    — ¿Quién dijo eso?

    —Has hecho bastante para encontrarla. Me amenazaste con una pistola de plástico. Eso debe valer algo.

    — ¿Tienes que hacer bromas al respecto todo el tiempo?

    —Es mi manera de llevar el dolor fundamental de la existencia humana. ¿Cómo la conociste? — Me miro de golpe.

    —En una casa de drogas. ¿Dónde más crees que se juntan los jóvenes hoy en día?

    — ¿Comprando o vendiendo?

    —Ah, por el amor de Dios— dijo. Se volteo en su asiento. Casi enseguida murmuro—. Aquí esta— y salió del carro.

    La puerta de atrás se abrió y en segundos, un olor desagradable a sudor lleno la cabina. Los discos que tenía en el asiento trasero hicieron ruido cuando los empujaron descuidadamente haciendo espacio, y cuando mire en el espejo retrovisor, vi a un elfo regresándome la mirada, con una sonrisita cruzando su cara triangular. —Buenas, papá—dijo—. Soy John. La gente me dice Revendedor John, y no me molesta.

    Se acomodo en su asiento y estiro los brazos para descansarlos en el respaldo roto y deslavado del asiento.

    —Afelpado— dijo, sin ser irónico aparentemente.

    Dan cerró la puerta trasera y se volvió a sentar a mi lado.

    —Vámonos— dijo.

    Revendedor John era lo opuesto a Dan. Dan era taciturno y John era curioso y ruidoso. Dan era seco; John era ingenuo y se sorprendía con facilidad. Pareciera que tenía la necesidad de explicar cada una de sus acciones. Mientras nos dirigíamos hacia el norte, se la paso hablando todo el tiempo. El aire en la cabina había recuperado un poco de su frescura cuando cambie el control del clima para que tomara aire del exterior. Note ese contraste entre Dan y Revendedor John; Dan olía a limpio y su cabello se veía cuidado.

    Sam Dyke, asesor de belleza.

    Cuando Revendedor John hizo una pausa para respirar, pregunte:

    — ¿Por qué te dicen Revendedor John?

    Parecía contento, como si la gente rara vez le hiciera preguntas.

    —Tengo una pequeña rutina— dijo—. Cuando me las veo negras, saco mi bolsota, voy hasta Poundstretcher y la lleno con equipo de limpieza, entonces ando de puerta en puerta. Me consigo una credencial falsa que muestro más rápido de lo que el ojo puede captar y vendo los bienes al doble de lo que pagué.

    Cruzamos miradas en el espejo retrovisor.

    —Amas de casas solitarias— guiño un ojo—. ¿Sabes a que me refiero?

    Dan se rio. Yo mantuve mi vista en el camino.

    Revendedor John había estado revoloteando en la parte trasera.

    —Oye, papá, tienes un buen de discos pero no conozco a ninguna de estas bandas. ¿Quién rayos son los Whiskeytown? ¿Y Richmond Fontaine? ¿Es esto basura antigua o qué?

    Respire hondo y me pregunte si valía la pena gastar mi tiempo en educar a un filisteo en las maravillas de la música alternativa americana de la década de los 90’s. El carro estaba atiborrado con CD’s que eran muy difíciles de encontrar, a menos que estuvieras dispuesto a sumergirte en internet.

    —Oye— dijo— a este ya lo he escuchado. Ryan Adams. Como Country o algo así.

    —Mantén tus manos alejadas de los bienes— le dije—. Si no te gusta, no tienes porque escucharlo.

    —No quise decir eso. Pon algo; toma, pon este.

    Aventó el disco Being There de Wilco a mi regazo.  Lo agarre y se lo di a Dan. —Ponlo— le dije. Había reemplazado el lector de casetes del Cavalier con un reproductor de CD marca Blaupunkt pero me imagine que pasaría desapercibida la calidad de este con mis pasajeros. Después de unos segundos, el extraño solo de batería de Misunderstood y la afligida voz de Jeff Tweedy llenaron la cabina del Cavalier. Pude notar que Dan y Revendedor John se miraban a mis espaldas, pero no pude distinguir que significo esa mirada.

    Me concentre en manejar y decidí que ser padre era muy difícil. Definitivamente no lo volvería a hacer hasta que tuviera el entrenamiento adecuado.

    CAPITULO TRES

    ––––––––

    El cielo oscuro aun soltaba una lluvia ligera para cuando llegamos a Manchester y nos estacionamos detrás de los Jardines de Piccadilly. Aunque apenas eran las 4:15 pm, las luces del centro de la ciudad ya estaban encendidas. Viajeros y ciudadanos pasaban entre nosotros de camino a la estación del tren, refugiándose en el cuello de sus abrigos como tortugas.

    —Dime de nuevo que hacemos aquí— dije, sacudiéndome el agua de mi chamarra de piel. Tienes que mantenerte limpio si quieres mantener tu buena reputación como investigador privado. Dan se veía irritado.

    —Eres un poco lento entendiendo las cosas para alguien que hace esto para ganarse la vida— dijo.

    —He sido amenazado con una pistola de plástico y mi gusto musical fue cuestionado por un duendecillo maloliente— dije—. Perdóname si no estoy entendiendo todos los matices de nuestra conversación.

    —Sí, ve despacio— dijo Revendedor John—. El no sabe lo que nosotros sabemos, ¿o sí?— Dan suspiro.

    —Mantendré corta la historia para que no la olvides. Nos presentaron a John a Kelly y a mí en Londres hace un par de meses. Estaba visitando a su amigo Billy, al que nosotros conocíamos. Los cuatro anduvimos juntos por una semana, luego John se aburrió y regreso a casa, en Crewe. Unas cuantas semanas después Kelly se fue, no se adonde.

    —Luego yo recibí un mensaje de texto— añadió Revendedor John.

    —Sí, uno de los amigos de Billy había venido aquí a ver a los United en la semi-final. El andaba caminando por la ciudad esa noche, después del partido, y se topo con Kelly afuera de Marks and Spencers. Ella apenas y lo saluda, y se va. No sin antes darle una buena idea de que es lo que estaba haciendo. Al día siguiente, este tipo se pone a pensar en lo que vio y le manda un mensaje a John.

    — ¿Por qué haría eso?— pregunte—. ¿Por qué no se contacto contigo?

    —Porque no tenía mi numero pero tenía el de John.

    —Así que le llame a Dan y le conté— Revendedor John dijo, aparentemente satisfecho consigo mismo.

    — ¿Qué estaba haciendo ella?— pregunte.

    Dan no dijo nada pero miro las esquinas a nuestro alrededor. Seguí su mirada. De repente lo entendí. Estábamos en esa parte de Manchester a la que llaman Pequeño Soho, donde las trabajadoras sexuales se colocan en las noches cuando los antros y los hoteles hacen su mejor transacción por las noches.

    —Genial— dije—. Así que trabaja en las calles.

    Dan evito mi mirada. Revendedor John se dio cuenta de esto y hablo.

    —Dan sabia que tu trabajas como investigador. Nos subimos al tren y investigamos un poco y encontramos tu anuncio en la Sección Amarilla.

    —Resido en Crewe. Ustedes también. Que coincidencia.

    Ni se inmuto. —Es lo que hace que el mundo gire. — Mire a Dan.

    — ¿Y para que me necesitas? Te ha ido muy bien sin mí

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