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El destino de Moira
El destino de Moira
El destino de Moira
Libro electrónico480 páginas7 horas

El destino de Moira

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Estructurada en tres grandes partes cada una narrada desde la perspectiva de una mujer, las tres de la misma familia, una saga judía que pudo haberse formado en la Europa de preguerra y consolidado en la España franquista.

Ingrid es poco agraciada que ha de pagar por tener sexo, se casa para guardar las apariencias de un embarazo no deseado y va sustituyendo poco a poco su compulsivo deseo sexual por otro no menos compulsivo, su afán de poder. Odia a su hija Moira porque tiene el atractivo que ella nunca tuvo. Esta lucha por su supervivencia en Londres, Hamburgo, Berlín, Perpiñán y Barcelona, cuando todavía es una niña, huyendo de su madre, en una época difícil y convulsa por los estragos de las dos guerras, la civil española y la mundial. Es víctima de un destino que no puede controlar.

La tercera mujer, Casandra, se impone el trabajo de investigar a fondo en el pasado de su madre Moira y de su abuela Ingrid. Esta novela, que no me atrevo a catalogar en ningún género, tiene como marco, escenarios y situaciones clave en la España de antes y después de la guerra civil y en la Europa de antes y después de la guerra mundial. Empieza en 1934 y termina en 1981. Los hechos históricos son auténticos, no así la trama argumental y muchos personajes, ambientes y situaciones se han inspirado en vivencias del autor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento20 feb 2015
ISBN9788416339167
El destino de Moira
Autor

Ángel Comas

Àngel Comas es Doctor en Ciencias de la Comunicación por la UAB. Periodista, escritor, crítico e historiador cinematográfico. Ha publicado una treintena de libros sobre cine, entre los que destacan estudios sobre figuras como Coppola, Clint Eastwood, Jean Gabin, William Wyler, Anthony Mann, Josep Maria Forn, Miguel Iglesias o Preston Sturges, o monográficos sobre el New Hollywood o el Neo-noir. En el terreno de la ficción, ha publicado más de cien relatos, un libro de relatos sobre la Barceloneta y otro sobre San Cugat del Vallés y cinco novelas: El destino de Moira, La experiencia McGuffin, Femme fatale, No te liarás con la chica del metro y Anys d'Infàmia.

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    El destino de Moira - Ángel Comas

    El destino de Moira

    Àngel Comas

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    Título original: El destino de Moira

    Primera edición: Febrero 2015

    © 2015, Àngel Comas

    © 2015, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ÍNDICE

    Introducción

    Barcelona, junio 1973

    Primera Parte: Ingrid

    1. Barcelona, 3 agosto 1934, tarde.

    2. Barcelona, 3 agosto 1934, noche.

    3. Costa Brava (Cataluña), 4 agosto 1934.

    4. Barcelona, 6 agosto 1934.

    5. Barcelona, septiembre 1934

    6. Quién es quién en la familia Skarowski

    7. Barcelona, octubre 1934

    8. Selección de cartas de Rodolfo Valverde a su amigo de toda la vida, Jorge Santín, que sigue viviendo en la ciudad argentina de Córdoba.

    Segunda parte: Moira

    1. Estoril, de finales de 1934 a principios de 1940

    2. Barcelona, 1940-1946

    3. Barcelona, 1947

    4. Vallvidrera (Barcelona), 1947.

    5. Barcelona, 1947. El Lycée Français.

    6. Londres, 1948-1949

    7. Berlín, 1949

    8. Berlín, 1950

    9. Un paréntesis: Barcelona, 1950

    10. De nuevo en Berlín, 1950

    11. Hamburgo y Perpiñán, 1951

    12. Perpiñán, 1951

    13. Tres cartas de Rodolfo Valverde a su amigo Jorge

    14. Perpiñán, 1952

    15. Barcelona, 1952

    16. Barcelona, principios de 1953. Nacimiento de Casandra

    17. La Barceloneta (Barcelona), 1953

    18. Barcelona, 1953. Lorenzo

    19. Barcelona, 1953. Almacenes El Halcón

    20. La Barceloneta, 1953. Gente del barrio

    21. Barcelona, 1953. La herencia de la guerra

    22. La Barcelona canaille, 1953

    23. Barcelona, 1953. el peligro cotidiano

    24. Barcelona, 1954. La proposición de Lorenzo

    25. Barcelona 1955. La nueva vida de Moira

    26. Barcelona,1956. Un presente esperanzador

    27. Barcelona, 1956. Una chica con suerte

    28. Massanet de la Selva (Gerona), 1957

    Tercera parte: Casandra

    1. Barcelona, 1975

    2. Amelie les Bains (Francia), 1975

    3. Montpellier (Francia), 1975

    4. 1977. La verdadera historia de Moira

    5. El desenlace

    Epílogo

    Ventalló, 23 febrero 1981

    Registre Propietat Intel·ectual Catalunya,

    B-4520-12

    Aunque se haya inspirado en la realidad y en experiencias propias, los personajes y situaciones de este relato son fruto de la imaginación del autor. Los nombres de ciudades, lugares y pueblos catalanes se han españolizado para respetar los oficiales de aquellos años.

    Vigila tus pensamientos porque se convierten en tus palabras,

    Vigila tus palabras porque se convierten en tus acciones,

    Vigila tus acciones porque se convierten en tus hábitos,

    Vigila tu carácter porque se convierte en tu destino.

    (Lao Tzu, filósofo chino, siglo VI antes de Cristo)

    La vida es lo que te está pasando mientras tú estás ocupado haciendo otros planes.

    John Lennon (músico)

    Introducción

    Barcelona, junio 1973

    Casandra Manén Bellpuig entra en su piso, se saca los incómodos zapatos de tacón alto impulsándolos hacia arriba con un brusco golpe de pierna, deja caer al suelo el vestido de gala y se tumba medio desnuda en un sillón de la sala de estar. Lanza un suspiro de alivio por estar ya sola en casa y por no tener que hacer ningún parabién a nadie. Está hasta las narices de las bodas y decide que no irá a ninguna otra, quedándose satisfecha de haber tomado una decisión que sabe que no cumplirá. Deja la mente en blanco y no tarda en adormecerse. Nadie turbará su tranquilidad porque ha descolgado el teléfono y vive sola. Difícilmente vendrá nadie a visitarla.

    A los pocos minutos acaba la media vela y se levanta totalmente despejada. Se desnuda del todo, dejándose puestas las medias y el liguero, y se mira en el gran espejo. Por delante. Por detrás. Desde todos los ángulos, de puntillas para mejorar la esbeltez de las piernas. Deja suelto su pelo rubio. Se da la vuelta varias veces. Se acerca al espejo para explorar de cerca la cara. Normalmente lleva gafas que no necesita pero que le sirven para sentirse protegida. Sus ojos inteligentes y pícaros no delatan ninguna miopía. Son azules pero vivaces, nada que ver con los lánguidos de las vampiresas rubias del cine americano, quizá teñidas para la ocasión. Ella no se tiñe y el espejo lo prueba mostrando de forma elocuente lo que normalmente no se le ve vestida. Pasea lentamente sin perderse nunca de vista en el cristal explorándose como un voyeur. Piensa que está mucho mejor desnuda que vestida, al contrario que la mayoría de mujeres. No lleva faja porque apenas tiene vientre, el justo para hacerla más atractiva, ni mucho menos michelines. Sus piernas son largas y esbeltas, fruto de sus muchas horas en la piscina, entrenando para participar con su club, el Cataluña, en competiciones de ballet acuático, una especialidad de la natación de la que es una de las grandes estrellas del país. Sus pechos más bien rotundos se mueven palpitantes como un flan recién cocinado. Vuelve a sentarse en el sofá y deja de ocuparse de su cuerpo para relajarse tratando de no pensar en nada haciendo unos pequeños ejercicios de yoga que le enseñó un amigo oriental.

    Hoy no está tranquila. Ni el yoga ni verse en el espejo la han relajado. No sabe el porqué pero se siente insegura. Vuelve a levantarse y vuelve a pasear frente al espejo. Se palpa la dureza de las piernas y de las nalgas, se acaricia los pechos y nota que su excitación va en aumento. Las bodas no le gustan, no sabe el por qué, pero la excitan. Hoy ha decidido que no va a masturbarse ni va a llamar a ningún amigo a que la ayude a calmarle ese deseo aun incipiente. No quiere ceder a su impulso, una actitud que adopta con frecuencia como ejercicio para aumentar su fuerza de voluntad. Y no sólo lo hace con el sexo sino con cualquier tipo de situación cotidiana. Practicar deporte le ha enseñado que con entrenamiento se puede conseguir cualquier cosa. Esta vez se pregunta si vale la pena resistirse, ¿para qué?, pero consigue vencer el deseo y se siente contenta. Se saca las medias, se prepara un baño frío y se pasa casi una hora en la bañera reflexionando, preguntándose una vez más a quién se parece, porque no tiene nada de su padre ni de su madre. Les quiere mucho pero no se siente identificada con ellos. Se seca con una gran toalla, se pone el pijama y se mete en la cama. Son las once la noche y nota el cansancio del inútil ajetreo de aquel día. Recuerda de repente la carta que le dio en la boda un señor anciano que se presentó como don Abel, el abogado de siempre de su padrino, Eugenio Miravent, ya fallecido. Ya la leeré mañana, es lo último que piensa antes de caer en un sueño profundo. Al cabo de unas horas, se despierta sobresaltada por una de sus pesadillas recurrentes. Reproduce siempre la misma situación pero en escenarios y desde perspectivas diferentes: la persigue un hombre que se parece mucho a una mujer a quien no conoce y cuando consigue atraparla, se despierta sobresaltada, igual que ocurre en las situaciones límite de los sueños. Todo esto le sucede en ciudades en que nunca ha estado, rodeada de gente a la que no ha visto en su vida, que nunca hace nada para ayudarla. Nunca le ha dado demasiada importancia y hoy también se limita a describirlo en su libretita especial para sueños. De vez en cuando la ojea y trata de buscarles algún sentido ayudándose con un breviario de Freud.

    Después del copioso desayuno, imprescindible para sentirse con fuerzas, coge el 124 blanco y abollado y conduce sin agobios por las calles de Barcelona, toma la carretera de la Rabassada y llega hasta la Universidad Autónoma. Se ha vestido en plan informal y efectivamente está mucho mejor desnuda que vestida, con sus amplias ropas no se parece en nada a la chica que ayer se deleitaba mirándose al espejo. Estudia Económicas, una carrera que no le gusta nada impuesta por su padrino para poder estar preparada pero que le sirve para aprender cosas que nunca le interesarían, hay que saber de todo. Uno de sus profesores la ha convencido de que en la Universidad sólo aprendes disciplina del trabajo y saber investigar, lo cual es muchísimo. A ella lo que realmente le gusta es escribir y se ha propuesto ser escritora, estimulada por autoras tan variadas como Edith Wharton, Colette, Simone de Beauvoir, Casandra Highsmith, Susan Sontag o Jane Austen, o por un montón de hombres, muchos más que mujeres. A todos los puede leer sin intermediarios, en sus lenguas originales, francés, inglés, italiano y alemán. Se da cuenta de que apenas ha encontrado algo interesante en la novela española contemporánea, pero sí en escritores latinoamericanos afincados en Barcelona, otro cosa son los clásicos. Aunque sabe que nunca será un genio de la literatura, ¿cuántos hay realmente?, ha publicado media docena de cuentos cortos en un periódico de Valladolid con el rimbombante pseudónimo de Casandra Moore, para preservar el anonimato por la vergüenza de que la reconozcan sus amistades, pero todavía no se ha atrevido a escribir una novela larga. Tiene muchas historias en la cabeza pero no se acaba de decidir a dar el gran paso. Con los relatos cortos se atreve, pero una novela son palabras mayores, al menos eso le parece de momento.

    Hace dolorosas curas de humildad para no dejarse deslumbrar por la vanidad. Suele ir algún domingo por la mañana al mercado de libros de San Antonio y se desmoraliza ante la ingente cantidad de libros que se amontonan a precios tirados. Allí están enterradas las ilusiones de millares de escritores, buenos, mediocre, malos y también de algún genio. Cada libro es como un grano de arena de una inmensa playa formada por millones de granos de arena sin ninguna otra función que ser una pequeña parte de un todo. ¿Cómo puede apetecerle dedicar toda su vida a ser un simple grano de arena? ¿Para qué? ¿Para que, aun en caso de éxito, termine su obra perdida en aquellas montañas de papel, sucias y polvorientas, en las que se mezclan obras maestras con basura literaria?

    Entendió el punto de vista de su padrino y aceptó estudiar Económicas. Estuvo de acuerdo con él porque sabe que todo lo hace por su bien y sin pedir nada a cambio. Es un hombre muy generoso. Le contrató un seguro de vida vitalicio con una entidad francesa que le garantiza una suculenta asignación mensual mientras viva, pagándole además un piso en Ensanche de Barcelona y un coche. La única condición fue que estudiase Económicas. Su padrino la quiere y es un hombre sabio, está preparado, sabe de todo y tiene experiencia ¿Para que llevarle la contraria? Y ella se esfuerza. Estudia fuerte. Es una alumna aplicada, ha quemado etapas y este mismo año terminará la carrera, sólo tres años después de haberla empezado, saltándose dos cursos. Su padrino estuvo muy contento. A ella le hubiese gustado saber más de su vida privada, de su familia, de su mujer, de sus hijos… pero él siempre esquivó su curiosidad. Es mejor que no lo sepas. Algún día lo sabrás. En el momento oportuno. Ahora no. Pero la muerte impidió que llegara nunca ese momento.

    Vuelve a casa sobre las cuatro de la tarde y como siempre vuelve a desnudarse y a mirarse al espejo pero esta vez durante muy poco rato. Es como un ritual pero hoy no puede sentir ninguna excitación, quizá porque dispone de poco tiempo y los rituales no pueden llevarse a cabo con prisas. Por eso, hoy tampoco puede sentarse a escribir como suele hacer cada día. A las seis ha quedado con unos amigos de la universidad para ir al cine y después, según cómo, se traerá alguno a casa. Se pone una bata y abre el bolso para comprobar si tiene las entradas. Las tiene, pero también encuentra la carta que recibió ayer. Dentro del sobre hay otro sobre. Lee: Para Casandra, el día que cumpla los veintiún años. Es la letra de su padrino. Murió hace tres años pero la recuerda perfectamente. Lo abre precipitadamente, en su interior hay una nota y la llave de una caja de seguridad. Lee la nota y no puede creérsela.

    Los bancos no abren por las tardes y no le queda más remedio que esperar hasta el día siguiente. Lee la nota una y otra vez y cada vez se siente más confusa. ¿Será cierto lo qué dice? Ha de serlo, porque su padrino nunca la engañaría y menos después de muerto. Cancela la cita con sus amigos para ir al cine, inventándose un compromiso familiar y se queda pegada frente al televisor hasta que se acaba la emisión, sin saber lo que ve ni lo que oye. Ni siquiera se mete en la cama, durmiendo a intermitencias en el sofá, soportando las pesadillas más horribles que nunca ha tenido, variantes horrendas de la persecución de aquel hombre con la cara de aquella horrible mujer, esta vez en un burdel de Estambul. Y entre sueño y sueño vuelve a leer la nota hasta aprendérsela de memoria y creérsela.

    A las siete de la mañana, se ducha, desayuna y se va a la oficina central de un gran banco al comienzo del paseo de Gracia. Tapa sus ojeras con unas grandes gafas de sol para difuminar la tenue luz del día imposible de soportar después de aquella noche de insomnio. El trámite es muy sencillo. Se identifica, va con un empleado hasta las cajas de seguridad, los dos la abren al mismo tiempo con sus llaves, saca una caja metálica de tamaño regular y la abre sola en una pequeña instancia en la que hay una mesa y una silla. Sin apenas mirarlo, mete en una bolsa todo su contenido, muchos papeles, un talonario y algo de dinero, dólares y francos, y regresa a casa. Esta vez también se desnuda pero ni se mira al espejo. El ritual pasa a ser pura rutina. Descuelga el teléfono para que no la molesten y distribuye el contenido de la caja de seguridad sobre la mesa del comedor:

    Un documento nacional de identidad español a nombre de una tal Moira Skarowski Valverde nacida en diciembre 1934 en Estoril, con la fotografía de una chica preciosa.

    Una cédula personal española (nunca había visto ninguna pero había oído hablar de ellas) a nombre de la misma Moira Skarowski Valverde, sin fotografía.

    Un pasaporte francés a nombre de Geneviève Cibrinsky, nacionalidad francesa. La foto es la del pasaporte de Moira. ¿Cómo es posible que la misma mujer tenga dos nombres y dos pasaportes diferentes?

    Un pasaporte portugués a nombre de Moira Skarowski Valverde. La foto es de una niña que se parece ligeramente a Moira y Geneviève.

    Correspondencia entre dos hombres, Rodolfo Valverde y Jorge Santín. Y entre Rodolfo Valverde con una mujer, Constanza Cunqueiro.

    Un árbol genealógico de la familia Skarowski acompañado por un relato esquemático de la vida de Moira y de su madre Ingrid.

    Una libreta de direcciones y teléfonos en la que se especifica la relación de cada persona con Moira, con Ingrid o con otros miembros de la familia Skarowski. Ve con sorpresa que su padrino Eugenio fue el marido de Ingrid.

    Recortes de prensa sobre la misteriosa muerte de una joven.

    Mil dólares y doscientos mil francos en billetes.

    Un talonario y un extracto de cuenta corriente a su nombre en el banco donde tiene la caja fuerte. El saldo a su favor es superior al medio millón de pesetas. Documento acreditativo de la pensión vitalicia.

    Informes comerciales sobre las empresas de la familia Skarowski. Ingrid es la accionista minoritaria y Eugenio figura como administrador.

    Una caja de zapatos con un montón de notas escritas a mano en todo tipo de papeles incluso billetes de tren.

    Lo examina todo por encima, guiada por la carta de Eugenio, y se siente atrapada por aquellas historias que insinúan todos aquellos documentos y que su padrino le ha servido en bandeja. Queda fascinada por aquellos aspectos insospechados de su familia, una familia que no sabía que existiese Y en un momento decide que ya tiene la historia que necesita para escribir su primera novela. Pero tiene que ir con cuidado, mucho cuidado, aquellos documentos hablan de grandes ambiciones, jugadas sucias, amoralidades y hasta de una muerte. Sería peligroso que alguien se enterara de que investiga. Coge un cuaderno y traza un plan. Antes que nada terminará Económicas, es sólo cuestión de un par de meses para tener la licenciatura. No le gusta dejar las cosas a medias, una de sus virtudes que encantaban a su padrino. Después viajará al extranjero oficialmente para hacer prácticas, sin decirle a nadie por dónde, aunque en realidad se encerrará en algún lugar aislado para reflexionar y escribir. Ha de tomar precauciones. Terminará Económicas y desaparecerá. Antes ha ido a Ventalló a visitar a quienes hasta entonces creyó que eran sus padres. Aunque ahora cambiará la situación, para ella siempre serán sus padres. Nunca les dirá nada del legado de su padrino.

    Primera Parte: Ingrid

    1. Barcelona, 3 agosto 1934, tarde.

    Ingrid Skarowski Abadal descolgó el teléfono y marcó un número.

    - Peggy, Hola soy Lucía.

    Peggy era la mujer a la que Ingrid llamaba su agente sexual. Lucía era el nombre adoptado para ocultar su identidad real. No podía permitirse que se hiciese pública su adicción y aunque confiaba en la discreción de Peggy no estaba de más tomar precauciones. Lo que nunca imaginó es que Peggy sabía perfectamente quién era. Solía enterarse con discreción absoluta de todo lo relativo a sus clientes por si algún día se viese obligado a utilizar aquella información.

    - Sí, lo has adivinado. Búscame algo para dentro de una hora.

    Le dio más detalles. Hoy estoy especialmente motivada pero no quiero que la sesión dure más de un par de horas. Luego tengo un compromiso social. Quiero una sesión intensa ¿Dos chicos? Me parece mejor un chico y una chica. ¿Puede ser doble, blanco y negro? Pues perfecto. En el último sitio, ¿no? En media hora estoy con vosotros. ¿Tendrás tiempo para montarlo?

    Hoy tenía ganas de sexo. Como ayer, como mañana, como siempre. Ingrid Skarowski Abadal era adicta al sexo. Lo practicaba como la cosa más natural del mundo, sin agobiarle ningún sentimiento de culpabilidad, lo que hubiese sido completamente lógico por su condición de católica practicante, aunque su padre fuese judío, por la época y por la sociedad en que le había tocado vivir, la Barcelona de 1934. Clase alta adinerada. Universidad después de formarse en colegios religiosos. Amistades aparentemente puritanas y conservadoras. Padres tolerantes, devotos defensores de las buenas costumbres pero temerosos de cualquier escándalo. ¿Sexo antes del matrimonio?, se echó a reír, ¡jamás! Ni su padre ni su madre se lo hubiesen consentido. Sus amigas le hubiesen dado la espalda de haberlo sabido. La habrían despreciado. Pero sus amigas, pensó Ingrid, eran unas mojigatas frígidas.

    Para Ingrid, el sexo no tenía ninguna limitación. Todo lo que surgía en su fértil imaginación solía ponerlo en práctica: hombres, mujeres, parejas, tríos… Y nunca acababa de sentirse satisfecha, masturbándose incluso después de intensas sesiones que dejaban exhaustos a sus compañeros o compañeras, probados profesionales. Y nada la detenía. Leía novelas francesas o La Novela Popular española y Peggy le pasaba regularmente las tres películas pornográficas rodadas especialmente, según decían, para el rey Alfonso XIII, antes de exiliarse, El ministro, El confesor y Consultorio de señoras. Cuando a la alcahueta se le bloqueaba su imaginación, lo que ocurría muy raramente, echaba mano de lo que leía o veía, contribuyendo así a ampliar los conocimientos de los empleados de madame Peggy, que se quedaban con la boca abierta ante aquella chica de 19 años que pasaba de ser clienta a maestra. No había ninguna como Ingrid. Ni siquiera mujeres hechas y derechas, veteranas con apabullante experiencia sobre sus carnes.

    Gastarse el dinero en profesionales era lo que menos le gustaba a Ingrid pero así tenía sexo cuándo lo necesitaba, cuando quería, sin tener que consumirse atormentada por su irrefrenable deseo. Podía permitírselo. Pero no se conformaba con las sesiones de madame Peggy y siempre andaba con la caña en ristre para seducir a hombres o mujeres aparentemente respetables. Aunque su único atractivo fuese su juventud, porque era más bien feilla y sin formas, sabía como arreglárselas para convertir en infiel al más fiel de los maridos o en descubrirle nuevos caminos a las más devotas de las esposas. Casi nunca erraba cuando intuía que alguien – hombre o mujer – podía ser presa fácil. Físicamente era una mujer vulgar y corriente, del montón, de aquellas que no merecen una segunda mirada, pero su rostro rezumaba una sensualidad morbosa irresistible si ella se lo proponía creando la situación ideal.

    Ayer, por ejemplo, sedujo a un abogado amigo de su padre en su propio despacho, un cincuentón casado con una señora más enjuta que ella, de comunión diaria y con tres hijos mayores que Ingrid. Fue a verle por encargo de su padre para llevarle unos documentos y dio la casualidad de que llegó fuera del horario de oficina. ¿O no fue casualidad? Todos los empleados habían salido y aquella intimidad creó en seguida un ambiente cargado de erotismo, terreno abonado para que Ingrid desplegara su poder de seducción. El hombre no resistió demasiado y fue una de las presas más fáciles de su historial.

    Anteayer se lo hizo con su propio confesor, el padre Jerónimo. Fue cuando le contaba sus pecados en el mismísimo confesionario, inspirándose en el mencionado film de Alfonso XIII. Los dos se excitaron tanto con los pormenores de sus aventuras sexuales que pasaron del confesionario al camastro de la sacristía donde sólo les vio un avispado monaguillo que se había ocultado rápidamente bajo los faldones de la mesa al verles llegar tan abrumados por su excitación y que tuvo el descaro de guiñarle un ojo cómplice a Ingrid. A ella no le importaban los testigos mientras callasen y el cura, muy joven e inexperto acabado de profesar, no se enteró de que se había convertido en protagonista de un espectáculo público para un solo espectador. Cuando Ingrid le dejó derrengado y entonando un Mea culpa mientras se golpeaba el pecho, trató de tranquilizarle diciéndole que todo formaba parte de su confesión y que, por tanto, era un secreto, para ella y para él. Al pasar junto a la mesa le largó unas monedas al inesperado espectador mientras se llevaba sonriendo dos dedos a lo labios.

    Una semana antes hizo perder la inocencia a una amiga de la familia felizmente casada que se encontró de repente con que se derrumbaban ideas arraigadas desde siempre sobre el sexo. Era una mujer de unos cuarenta años, de carnes algo abundantes pero todavía lozanas, guapetona y con ojos que delataban cierta frustración que Ingrid detectó en seguida. Le había abierto la puerta en bata transparente, diciéndole que se acomodase mientras ella acababa de ducharse. Ingrid le hizo caso y después de desnudarse en un santiamén se metió con ella en la ducha. La sorpresa de la señora duró muy pocos instantes y sus protestas aun menos y cómo que hacerlo de pie era bastante incómodo pasaron en seguida al lecho conyugal para rematar la faena. Pero antes de poder rematarla al gusto de Ingrid, oyeron que la puerta se abría y no tuvieron ni siquiera tiempo de separar sus cuerpos. La doncella les sorprendió desnudas y abrazadas, en una situación que hubiese hecho las delicias de Alfonso XIII, pero una cosa es el cine y otra la realidad. La doncella se retiró con una media sonrisa en el rostro pero no se encamó con ellas como sucedía en aquellas películas pornográficas. ¿Qué hubiese pensado la señora? y además nunca le apetecieron las mujeres, y menos una tan gorda y otra tan flaca. Se fue muy discretamente, cerrando la puerta, dejándolas que finalizaran lo que habían empezado porque una interrupción tan brusca en esas circunstancias suele ser fatal para la salud. Ingrid no se preocupó en absoluto de la criada pero le aconsejó a su amiga que comprase su silencio. Su matrimonio valía todo el oro del mundo, porque a su esposa le salía el dinero por las orejas.

    Sabía escoger astutamente a sus parejas para asegurarse su complicidad y su silencio, hombres o mujeres más interesados que ella en la discreción absoluta. Y normalmente, no repetía con nadie. Evitaba riesgos y ataduras comprometedoras pero lo hacía porque le excitaba más la conquista, la caza, que el propio acto sexual, un rasgo típico de los grandes seductores de la historia. La diferencia es que todos habían sido hombres. Había aprendido muchísimo de las memorias de aquel mítico Casanovas.

    En los contactos de pago, sus sensaciones y su comportamiento eran todo lo contrario. Tampoco repetía pero le excitaba toda la parafernalia que rodeaba los encuentros: ir hasta una casa casi siempre desconocida y encontrarse con hombres o mujeres nuevos que podrían sorprenderla, aunque cada vez fuese más difícil ya que cada vez necesitase más estímulos. Peggy era una gran psicóloga, conocía las aficiones de sus clientes y era una experta en la mise-en-scène, sorprendiéndola con insospechados escenarios y situaciones o decoraciones excitantes. Se esforzaba para conservarla como clienta sabiendo que podría perderla si no subía el listón. Sabía por experiencia que ese tipo de adicciones se cortan el día pensado por pequeños detalles. Sus chicos y chicas eran excelentes actores que interpretaban a la perfección los papeles que les asignaba. Luces, olores, manjares, bebidas, afrodisiacos, película, sorpresas… formaban parte de la puesta en escena urdida por la inacabable imaginación de la anfitriona. Para Ingrid, aquí también lo de menos era el acto sexual. Aquí, la excitación de la conquista se substituía por la morbosidad de la búsqueda de nuevas sensaciones.

    Cuando reflexionaba sobre su adicción – porque no se engañaba y reconocía que era una adicta al sexo - Ingrid se mantenía firme en conservarla. Nunca tuvo ningún reparo moral en ir contra las normas que pregonaba su sociedad, y sabía mantenerse en la línea de hipocresía justa para no ser descubierta. Vivía en un mundo en que se podía hacer cualquier cosa reprobable mientras no se hiciese pública. ¡Hubiese sido desastroso que la descubriesen! Si hablaba de sexo con sus amigas cuando se descubría alguna infidelidad o algún desliz, condenaba enérgicamente a las adúlteras o pecadoras santiguándose y clamando a Dios: No sé hasta dónde iremos a parar. ¡En que sociedad tan podrida vivimos! Era la más puritana de todas las puritanas hasta el punto que la tenían por mujer inflexible de moral inquebrantable. Mujer, piensa que todos podemos tener un momento tonto. No seas tan dura- Tenía que guardar las apariencias con sus despiadadas condenas mientras que interiormente despreciase a quienes eran descubiertos. A ella no le pasaría nunca. Sabía como tomar precauciones. Y no quería privarse del sexo por nada del mundo. "¿Por qué he de hacerlo si me lo paso muy bien?" Gratis o pagando, lo que fuese porque, además podía permitírselo. Era hija de millonario y su padre no reparaba en gastos. Le daba una generosa asignación sin pedirle explicaciones de cómo lo gastaba. A su madre le resultaba más cómodo no entremeterse.

    Se puso rápidamente un vestido de organdí algo pasado de moda, una creación de su amigo Pedro Rodríguez, ligero y atrevido por su transparencia, que conseguía el milagro de darle un atractivo que no tenía. Le llegaba hasta el tobillo pero el amplio escote insinuaba un prometedor pecho y dejaba al descubierto parte de su huesuda espalda. Ella conocía sus defectos y sabía como ocultarlos sacando incluso gran partido de sus limitaciones, lo cual no le impedía lamentarse interiormente de su escasa belleza. A quién me pareceré? Mi padre y mi padre son muy atractivos. ¿Por qué seré yo así? Lo paradójico era que su padre le había puesto Ingrid inspirándose en la diosa escandinava que significaba hija bella del héroe. A medida que iba creciendo, nunca se atrevió a decírselo.

    En la intimidad jugaba hábilmente con la excitación de sus conquistas y las luces de la habitación para evitar que viesen su desnudez, sabiendo que estimular la imaginación de tu pareja es la base del sexo perfecto. En sus encuentros de pago eran los otros quienes se encargaban de excitar la suya. Se miró al espejo y se palpó con preocupación su vientre que, como en otras dos ocasiones empezaba a estar un poco abultado. -Tendré que ir a ver al doctor Stendhal - se dijo. Pero en seguida dejó de lado cualquier pensamiento pesimista sobre un posible embarazo. "¿Para qué preocuparse ahora?" Se cubrió la cabeza con un enorme sombrero de anchas alas y un holgado abrigo de verano, aun más pasado de moda que el vestido, prendas no habituales escogidas con el único propósito de pasar lo más desapercibida posible y sacó el coche del garaje, un Rolls Royce 20/25 Open Tourer Faetón, que le regaló su padre en su último aniversario, 19 años. Mientras salía vio, que como siempre, se movían las cortinas de la habitación de su madre. Esta vez no tendría que inventarse nada para contestar sus habituales preguntas mañana por la mañana, salía con sus amigas Pili y Lucía y sus novios. Si su madre hubiese descubierto su doble vida, no lo hubiese entendido y se habría armado una muy gorda. ¿Cómo hubiese reaccionado al descubrir que una Hija de María como ella, conocida por sus acciones piadosas, su misa y comunión diaria, fuese una adicta al sexo? ¿Qué hubieran pensado también las monjas de la parroquia o las amigas? Tampoco estaba muy segura que su madre fuese tan tonta que no se enterase de nada. Lo más probable era que no quisiese complicaciones. En cuanto a su padre, nunca se había metido en lo que hacía. Le estaba dando la mejor educación posible según sus ideas y nunca le preguntaba nada pero Ingrid estaba segura que no estaba al corriente de sus aventuras.

    Condujo sin problemas desde la gran torre de Sant Justo Desvern en la que vivía con su familia, hasta una torrecilla aislada del barrio de Sarriá de Barcelona. La recibió en la puerta, Peggy, una cuarentona de muy buen ver, aunque con ese maquillaje excesivo y un escote exagerado que parecían formar parte del uniforme de las madames de postín. Primero hizo que tapara la matrícula del coche y en seguida la hizo entrar. Sin, apenas hablarle ni mirarle la cara, la condujo hasta una habituación en la que, efectivamente, la esperaban una chica blanca y un chico negro, jóvenes y guapos, que besaron a Ingrid en la boca. Peggy, salió discretamente, cerró la puerta y les dejó solos.

    2. Barcelona, 3 agosto 1934, noche.

    A las ocho y media, Ingrid abandonó la torre. La sesión había sido más satisfactoria de lo que había supuesto. Peggy nunca le fallaba y además la había orquestado en un santiamén. De momento, se sentía relajada pero sabía que no pasaría demasiado rato sin sentir nuevas urgencias. Siempre le ocurría lo mismo, cuando mejor se lo pasaba más deprisa necesitaba repeticiones. Pero ahora tenía compromisos sociales que servirían al menos para distraerla. Detuvo su automóvil en un descampado y se cambió completamente la ropa pero antes se fumó un purito de Canarias, un ritual que complementaba sus experiencias sexuales. Ingrid nunca fumaba en publico, ni siquiera en familia ni con sus amigos, estaba mal visto y lo hacia a escondidas, a solas, después de sesiones como la que acaba de vivir.

    Su nuevo vestido era una variante del anterior pero con otros colores y sin apenas escote, substituyendo su ampuloso sombrero por una pequeña boina de tipo francés que le daba un toque muy europeo. Se retocó el maquillaje mirándose en el retrovisor, tapándose las omnipresentes ojeras y atiborrándolas de rimel y carmín. Ahora ya no tenía que ocultarse. Dejaría el abrigo en el coche. Hacía bastante calor, 23 grados, pero por precaución se llevó un chal porque en el cine Bosque la temperatura llegaría a los 17 grados, una barbaridad. Aparcó fácilmente casi a la puerta del cine y se reunió en el bar de al lado con sus amigos del Centro Católico de Gracia, dos chicas y dos chicos que estarían rondando como ella los veinte años. Parecían dos parejas perfectas, Esteban con Pili y Enrique con Lucía, aunque ellos ni siquiera lo supieran. Habían nacido para ser felices juntos. Los mismos gustos, las mismas creencias, el mismo nivel de vida, la dependencia del dinero de los padres…y parecían profundamente enamorados o en calentura permanente. Ellos soportaban el calor con rígidos trajes, americana y corbata, y ellas ocultaban sus formas embutidas en austeros vestidos oscuros que se cerraban en el cuello. Los cinco iban a la Universidad. Las dos parejas estudiaban Historia mientras que Ingrid estaba matriculada en Farmacia. Para ella, los cuatro eran unos amigos cómodos, previsibles, sin problemas de trato, incluso casi obligatorios por las estrechas relaciones profesionales y personales de las tres familias. Se preguntó más de una vez si siendo novios tendrían algún tipo de relación intima o se limitarían a cuatro tocamientos furtivos. Se meterán mano por los rincones y ellas les mantendrán a raya haciéndose las estrechas, que es lo que son, No les veía en situaciones como la que ella acababa de vivir, pero ¿quién sabe?, podrían ocultarlas como hacía ella. Sólo lo harán cuando se casen y me pregunto cómo. ¿A oscuras? ¿Vestidos? No veo ni a Pili ni a Lucia teniendo un orgasmo con Esteban y Enrique. Desde su perspectiva, encontraba que los cuatro eran más bellos que atractivos pero ella no hubiese dado ni un paso para conquistarles aunque no sé. Quizá por curiosidad, ¿quién sabe? porque sabía que el deseo sexual no tiene nada que ver con la belleza física. Más de una vez sorprendió en los chicos una mirada furtiva que tal vez hubiese merecido respuesta pero nunca se dejó arrastrar por sus habituales impulsos de cazadora nata. ¿Para qué? ¿Por qué arriesgarse por un encuentro que sería, como mínimo, igual que todos y que, además, no le apetecía? Nunca descartaba a nadie pero, de momento, acostarse con uno de los cuatro la dejaba fría. Sonrió interiormente al darse cuenta que se sentía más atraída por Pili y Lucia que por Esteban y Enrique. Lo divertido hubiese sido que los cinco montasen una pequeña orgía, más por curiosidad que por otra cosa. ¿Cómo se hubieran comportado? Tuvo que esforzarse para evitar una carcajada.

    - ¿De que te ríes, Ingrid? – le dijo Pili al ver que se reprimía.

    - De nada, mujer, de nada. Ya te lo contaré. No es nada importante.

    Su conversación puede calificarse como de trivial, como siempre. Entraron en seguida en el cine y, después de los dibujos animados y un cortometraje cómico (Se necesita un rival), vieron un auténtico festival del trío argentino Yrusta, Fugazot, primero protagonizando la película Boliche, un bombazo comercial que llevaba ya mucho tiempo en aquel local y después por su actuación en persona. Desde que vinieron por primera vez a Barcelona a mediados de los años 20, las actuaciones del terceto eran constantes, siempre triunfales y siempre grandes acontecimientos. Eran queridos y admirados y mantenían vivo el fuego del tango, contribuyendo a convertir Barcelona en la tercera capital mundial del famoso baile, después de Buenos Aires y París. Al día siguiente actuarían en el teatro Romea para festejar las cincuenta representaciones del "gran éxito cómico de Marzo y Abril y el domingo en el Salón Cataluña del Pueblo Nuevo, donde interpretarían sus canciones más populares, especialmente las de sus películas Boliche y Aves sin rumbo. Ingrid era una admiradora incondicional de los tres cantantes y no le hubiese importado nada llevarse a los tres a la cama, a los tres juntos mejor que uno a uno. Pero nunca había conseguido acercarse a ellos ni siquiera para pedirles un autógrafo y esta noche tampoco. El tango la excitaba, sobre todo viéndolo bailar tal lo bailaban los argentinos, con sensualidad extrema, con pasión, fundiéndose los bailarines en un solo cuerpo, como si el baile fuese una representación del acto sexual. Lo prefería a otros bailes calientes caribeños porque en el tango tenía más importancia la pareja que el individuo aislado. Los bailarines del espectáculo del terceto eran de primerísima categoría y, como siempre, Ingrid sintió un irrefrenable deseo sexual con fantasías que iban dese el tango hasta la sesión del palacete pero que ahora no podría hacer realidad ni tampoco era cuestión de repetir sesión con Peggy esta noche. Sabía como refrenarse. Miró a sus amigos pero no les descubrió ningún indicio parecido. Echó una rápida mirada a los espectadores más cercanos y no advirtió ninguna alteración especial. Había visto más excitación en una corrida de toros o en un partido de futbol.

    Durante el entreacto se cruzó con un muchacho de unos veinticinco años que parecía trabajar en la compañía y que le dirigió la palabra como la cosa más natural del mundo. Llevaba en la mano una copa de champagne.

    - Sos muy bonita señorita. Brindo por vos.

    Levantó la copa, bebió un pequeño sorbo y desapareció casi corriendo entre bastidores, seguramente porque le llamaron. Debía trabajar en la compañía. Sus amigos no se habían dado cuenta de nada, absortos en ellos mismos. No volvió a verle durante toda la función. Estaba claro que ni cantaba ni bailaba.

    Al salir del cine volvieron al mismo bar de antes para tomar un ligero resopón. Ingrid vio que parecía que las dos parejas no hubiesen visto el mismo espectáculo que ella. Trató de hablar de la sensualidad del baile pero, al ver que no sabían de lo que hablaba, prefirió cambiar de tema, entrando en otras cosas y haciendo planes. Ingrid fingió sorprenderse cuando le anunciaron que las dos parejas se habían prometido y que se casarían en un par de años. Las dos el mismo día y en el mismo lugar, la catedral de Barcelona y por el mismo cura, el de su parroquia, aunque no podría ser el padre Jerónimo, porque ya no estaba.

    - ¿Cómo que no está el padre Jerónimo? ¿Qué ha pasado? – estaba realmente sorprendida recordando que hacía solamente unos días que se vio con él muy íntimamente en la sacristía.

    - ¿No sabes que le han trasladado? Se va a una parroquia de las quimbambas. En plena montaña. – Pilar se lo dijo con cierta preocupación - ¿Qué habrá hecho?

    - ¿Y por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿No estará enfermo? – lo dijo por decir algo porque ella le había encontrado en plena forma.

    - Pues no lo sabemos.

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