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El perfume mortal del eucaliptus
El perfume mortal del eucaliptus
El perfume mortal del eucaliptus
Libro electrónico246 páginas3 horas

El perfume mortal del eucaliptus

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Información de este libro electrónico

Bajo las formas narrativas de la novela criminal contemporánea, el autor muestra la corrupción y amoralidad de la sociedad a través de una historia ambientada en la imaginaria ciudad de Montpelat, que se sitúa entre San Cugat del Vallés y Rubí.

El relato mezcla la intriga, la acción y el erotismo partiendo de la muerte aparentemente accidental del alcalde de la localidad, que actúa como detonante de imprevisibles situaciones inspiradas en personajes y hechos reales.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 nov 2020
ISBN9788417505660
El perfume mortal del eucaliptus
Autor

Ángel Comas

Àngel Comas es Doctor en Ciencias de la Comunicación por la UAB. Periodista, escritor, crítico e historiador cinematográfico. Ha publicado una treintena de libros sobre cine, entre los que destacan estudios sobre figuras como Coppola, Clint Eastwood, Jean Gabin, William Wyler, Anthony Mann, Josep Maria Forn, Miguel Iglesias o Preston Sturges, o monográficos sobre el New Hollywood o el Neo-noir. En el terreno de la ficción, ha publicado más de cien relatos, un libro de relatos sobre la Barceloneta y otro sobre San Cugat del Vallés y cinco novelas: El destino de Moira, La experiencia McGuffin, Femme fatale, No te liarás con la chica del metro y Anys d'Infàmia.

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    El perfume mortal del eucaliptus - Ángel Comas

    0. Personajes que participan en este relato

    (por orden de aparición):

    Rafa Gutiérrez Gutiérrez. Alcalde saliente de Montpelat.

    Olga, secretaria del ayuntamiento de Montpelat.

    Mireia Ordóñez. Becaria. Contratada temporalmente por el ayuntamiento de Montpelat.

    Camionero sin nombre. Decisivo para el devenir de la historia.

    Gabriel Virgil. Protagonista absoluto del relato. De profesión, sus negocios.

    Nereida Bower. Esposa de Gabriel. Co-protagonista. De profesión, psicóloga.

    Amelia, sirvienta filipina; Porfirio, chofer-jardinero ecuatoriano y Montserrat, cocinera del Alt Empordà, los tres al servicio del matrimonio Gabriel y Nereida.

    Héctor. Psicólogo que trabaja en uno de los dos consultorios de Nereida.

    Ginés Obiols. Investigador privado.

    José Ruiz. Gestor.

    Georges Villain. Investigador a nivel internacional.

    Clara. Viuda de Gutiérrez, el alcalde saliente.

    Monique. Propietaria del restaurante Titus.

    Pedro Igüelda Muñiz. Amigo íntimo de Clara.

    Waldo Valdez y Johnny Solanas. Mercenarios procedentes de Miami.

    Armand Llusá. Empresario.

    Hipólito Cabrero. Empresario.

    Vera Salmerón. Mujer de negocios diversos. Esposa de multimillonario.

    María y Luis. Padres del alcalde Rafa Gutiérrez.

    José Delgado. Comisario de la policía y compañero de timba de Gabriel.

    Eudaldo Tejero. Militar retirado y compañero de timba de Gabriel.

    Bonifacio Lardín. Archivero de vocación y compañero de timba de Gabriel.

    Mosén Clapés. Sacerdote. Compañero de timba de Gabriel.

    Consol Culflorit. La nueva alcaldesa de Montpelat.

    Doctor Rabat. Médico de siempre de Montpelat.

    Mercedes. Esposa del propietario de la casa de muebles de Montpelat.

    Carlos Martínez. Crítico de cine.

    Segurata del PRYC Club. No se sabe su nombre

    Irene. Encargada de relaciones públicas del PRYC.

    Carlos. Ayudante de Ginés Obiols.

    Jeanne. Novia de Ginés Obiols.

    Otros personajes con menos presencia:

    Lupe. Administrativa fija del Ayuntamiento de Montpelat.

    López. Policía a horas del Ayuntamiento de Montpelat.

    Gaspar Garrí. Famoso escritor del pueblo.

    Mr. Bower: padre de Nereida. Vive en Londres. Ocupación, sus borracheras.

    Xavier y Jofre Virgil. Hijos de Nereida y Gabriel. Estudian en Cambridge.

    Mónica. Amante actual de Gabriel.

    Luis Sánchez Rodriguez. Alcalde de Montpelat desde 1976 a 1980.

    Marius Pont Vinuesa. Alcalde de Montpelat desde 1980 a 1983

    Pedro Lozano Deco. Sustituto del anterior por muerte.

    Marià Abella Puig. Alcalde de Montpelat de 1984 a 1988.

    Silvia Distefano Cuellar. Efímera alcaldesa de Montpelat. Solo duró medio año.

    Claudi Simó Montornés. Su sustituto en el cargo. Acabó el mandato en 1992.

    Fulgencio Figueruelo En 1994, el alcalde

    Celia. Compañera sentimental de Bonifacio Lardín.

    Lucia. Administrativa de uno de los centros de psicología de Nereida.

    Hilario. Psicólogo. Encargado del segundo centro de Nereida.

    Mercedes. Administrativa de este centro.

    Uno

    Entra en su despacho, cuelga la chaqueta en la percha, se afloja la corbata y se sienta tras la mesa. Abre la ventana y aspira con deleite el profundo olor a eucalipto que viene del exterior. Luego la cierra y se sumerge en el aséptico aire acondicionado. Ni por un momento le pasa por la cabeza que su vida finalizará bruscamente dentro de cuatro horas. Exactamente, dentro de cuatro horas y quince minutos. Son cosas que suelen pasar y en las que nadie suele pensar.

    Siguiendo su costumbre, pone los pies sobre la mesa y mira por la ventana que da al patio repleto de espectaculares plantas tropicales, uno de los caros caprichos que le sufraga el erario público. Es un jardín espectacular pero los eucaliptos de Montpelat le han matado el olor.

    Si Felipe González cultivó bonsáis en la Moncloa, — se justificó en su momento — ¿por qué no voy a poder tener plantas exóticas en mi ayuntamiento? Son más decorativas y mucho más baratas. Aunque no huelan, claro.

    Este va a ser el último día de su vida política y hoy dejará de verlas, al menos desde este despacho. ¿Quién sabe si las cuidará como él su sucesora o morirán por falta de interés? Mañana cederá la alcaldía de Montpelat a Consol Culflorit, farmacéutica de profesión y líder del partido antes opositor que le ha ganado ampliamente en las elecciones. Todavía no acaba de creérselo. No está acostumbrado a las derrotas.

    No me lo explico — se lamenta una vez más — Mi campaña electoral ha sido de puta madre y, además, siempre me pareció que la gente estaba muy satisfecha con todo lo que hacía. Al menos, esto me decían... Son unos capullos desagradecidos… y falsos.

    Le duele que le hayan derrotado, él se considera un ganador nato, pero reconoce que es solo por pura vanidad. Por eso lo ha aceptado sin ningún problema. Nunca le pasó por la cabeza aferrarse al poder desde la oposición para esperar una nueva oportunidad, como hace la mayoría de políticos. Se retira definitivamente y nunca volverá. ¿Para qué si su montaje ha sido perfecto? Todo le ha salido casi perfecto. En lo político ha cumplido con creces los objetivos marcados por el partido y en lo personal, todavía ha conseguido mucho más. Antes de ser alcalde era un don nadie, sin oficio ni beneficio ni una peseta en su cuenta corriente, ni siquiera había conseguido tener tarjeta de crédito, un parado sin futuro que había caído ya en la peligrosa rampa de los cuarenta. Ahora, y gracias a estos cuatro años como alcalde, ya es alguien, un don alguien. Ha entrado en la sociedad de los triunfadores, la formada por quienes tienen influencias y dinero. Aún no tiene tanto para que le consideren un igual y le abran de par en par las puertas de sus casas, pero sí el suficiente para darse la gran vida y aspirar a una mejor. A partir de mañana se dedicará plenamente a ganar todo el dinero que pueda, ahora sin ningún recato ni precaución. Lo del reconocimiento social ya vendrá con el tiempo. Ahora lo que vale son las muchas puertas giratorias que ha abierto.

    Decidió dejar la política desoyendo las siniestras advertencias de los mandamases del partido, veladas amenazas en forma de consejos amistosos. Sin apreciar su demostrada lealtad ni los servicios prestados, debieron temer que se fuese de la lengua y desvelase lo que no se puede desvelar. La despedida del secretario general de la zona le había dejado helado, con el miedo en el cuerpo.

    No nos gusta que nadie nos deje — le dijo mientras le miraba con aquellos ojos tan fríos como un cristal. La frase, corta pero contundente, le recordó aquella escena de ‘El padrino’ en que Al Pacino ordena la muerte de uno de los miembros que quiere abandonar la Familia para volar por su cuenta. Pero en seguida se tranquilizó. ¿Qué podrían hacerle desde el partido? Ser alcalde durante cuatro años le había proporcionado buenos contactos y dominaba, aunque todavía a pequeña escala, lo que los politólogos denominan tráfico de influencias, un eufemismo que engloba términos más comprensibles como corrupción, sobornos, dinero fácil, saltarse la ley en provecho propio, etc. También había sido muy escrupuloso en preservar la legalidad de su gestión (¡qué fácil es burlar la ley desde la misma ley si tienes el poder!), aunque su patrimonio al dejar el cargo no resistiría una investigación mínimamente rigurosa, de esas que nunca se hacen. Su mejor salvaguarda es su previsión, poniendo a buen recaudo copias u originales de documentos comprometedores que le protejan en caso de denuncias o juego sucio. Siempre los ha considerado como su plan de pensiones, como su seguro de vida.

    La plantilla de su ayuntamiento es ínfima. Solamente cuenta con dos funcionarias en plantilla, con plazas ganadas por oposición, Olga la eficaz secretaria de toda la vida y Lupe, la oficinista para todo, reforzadas por Mireia, una becaria a punto de terminar su contrato temporal de seis meses y por López, que trabaja solo por las tardes como policía municipal y que suele circular con un viejo seiscientos que no puede sobrepasar los cuarenta por hora y que ni siquiera es capaz de perseguir a delincuentes de a pie con buenas piernas. No podía reprochársele que nunca tuviera tentaciones de imitar a Bullit aunque, a decir verdad, tampoco se había encontrado en situaciones que lo necesitase, ya que Montpelat es un lugar tranquilo donde nunca ocurre nada, un auténtico paraíso. López acostumbra a pasar su jornada laboral dormitando en el coche.Me paro para ahorrar, gasolina, ¿sabe usted?; empinando el codo en el bar Las Flores del Mal, el más antiguo del lugar, o charlando con sus numerosas amistades. Lógicamente, conoce a todo el mundo. Para que su tranquilidad sea completa, ni siquiera se le puede contactar por teléfono, ya que suele excusarse en la socorrida falta de cobertura. Resulta lógico su amodorramiento crónico, ya que, para ganarse la vida decentemente, trabaja de cuatro a diez de la mañana descargando frutas en Mercabarna y por la noche canta boleros y tangos en cafetuchos del Barrio Gótico de Barcelona. Su único descanso se limita a dormitar a ratos perdidos, recuperando sueño frente al televisor de su casa los sábados y domingos por la tarde. Suele decir que no tiene problemas como los demás porque ha conseguido que su cuerpo funcione como una gran batería que se va cargando a voluntad durmiendo cuando puede. Su mujer está encantada porque vive como una reina sin un marido que la moleste y le deja todo el tiempo y tranquilidad del mundo para sustituirle en la cama sin problema alguno. López va tan cansado que, si lo sabe, prefiere no darse por enterado. Sus relaciones con el alcalde son excelentes. Gutiérrez le tolera todo lo que sea porque le utiliza para pequeños trabajos de carpintería, jardinería o albañilería en su domicilio, gratuitamente y en horario del ayuntamiento. No es extraño ver el seiscientos frente a su torre mientras López tira de pico y pala en el jardín.

    El resto de servicios municipales se llevan y ejecutan desde el ayuntamiento de Poble de Cacera, del que Montpelat depende jerárquicamente. Se trata de una población de unos veinte mil habitantes que ejerce, en casi todos los ámbitos, las funciones de cabecera de comarca, excepto las de urbanismo que un alcalde anterior había conseguido, después de un dramático toma y daca. Los alcaldes de Montpelat y Poble de Cacera suelen reunirse una vez al mes y los secretarios cada semana. No suelen surgir problemas graves porque las funciones están bien delimitadas y no suelen producirse discrepancias.

    Gutiérrez sabe que hoy habrá muchas llamadas telefónicas y que las tendrá que atender personalmente porque no hay nadie más en la alcaldía. Todos están trabajando en el acto de despedida de mañana. Lupe y Mireia preparando el local donde se celebrará y Olga escribiendo el discurso de despedida que ahora mismo le están dictando en la sede comarcal del partido, también en Poble de Cacera, ya que sus jefes no dejan nada a la improvisación. López debe estar como siempre durmiendo en su coche.

    Sí?. Hola, ¿cómo estás?. Ya ves..., el último día... Coño, no te preocupes por tu asunto. Todo está arreglado..., ¿cómo quieres que te lo diga? Sí, claro que sí, hombre, lo haces como siempre y nadie te pondrá ninguna pega... Mira que eres plasta... Nos veremos dentro de unos días. Ya te llamaré.

    En su casa habla siempre en catalán, incluso con su mujer que es andaluza pero, por imperativos del partido, emplea el castellano en sus funciones públicas a menos que su interlocutor se le dirija primero en catalán. Un día descubrió que estaba haciendo lo mismo que los dependientes de El Corte Inglés. Gutiérrez pertenece a la tercera generación de una familia de paletas de un pueblecito murciano que había emigrado al completo a L’Hospitalet de Llobregat durante la República y se siente más catalán que otros étnicamente más puros o con apellidos más catalanes. Su partido no es precisamente catalanista pero no le importa en absoluto. No había llegado a la alcaldía por ideología ni por ser nacionalista. Le hicieron una oferta y la aceptó porque fue la única que tuvo y venía de uno de los dos grandes partidos del país. Si se la hubiese hecho el otro partido, también la habría aceptado. El objetivo era la alcaldía.

    Naturalmente. Gracias... ¿Qué no vendrás, mañana?... ¿Por qué no, mujer?... Tantas ganas como tengo de verte. Quiero ver si estás tan buena como ayer... Bueno, como quieras. Te echaré de menos... pero ya nos veremos otro día. ¿Mañana por la tarde te va bien? Quedemos ya. A las cuatro en el mismo sitio de siempre. Vayamos con los dos coches. Es más discreto... Besos y recuerdos a tu marido.

    Montpelat es un pueblo de pocos habitantes — unos seis mil — y gran extensión superficial que él nunca conseguía recordar con exactitud pero que sobrepasa la de otros municipios de cincuenta o sesenta mil personas, una población lógica porque se había diseñado para casas aisladas. Lo había creado a principios de siglo un inglés llamado Henry Oliver Pearson — pariente lejano del fundador de la Floresta Pearson — como colonia de una fábrica textil de la que era propietario. Lo construyó en torno a una enorme piedra, casi una pequeña colina, sin ningún tipo de vegetación, a la que puso el nombre de Naked Mountain. Con la efímera catalanización de la República, la Fábrica y Colonia Naked Mountain, pasó a llamarse Fábrica y Colonia Montpelat. Fue entonces cuando Pearson reveló que la había bautizado así en honor de la ciudad francesa de Montpellier — que adoraba — fundada en el siglo XII con el nombre latín de Monspessulanus, que significa precisamente Mont Pelat. Como buen alpinista que era, homenajeaba también el Mont Pelat, un pico de 3.051 metros de los Alpes desde el que podía verse el Montblanc. Y no hace falta decir que le encantaba escuchar en su viejo fonógrafo la ‘Danza en el monte pelado’ del ruso Modest Mussorgsky. Gutiérrez conocía toda la historia porque se la habían escrito para más de un discurso. Detalles como este se han de cuidar con mucho esmero aunque a ti no te no sepa la historia de dónde vive ni tampoco que no dé dinero, público naturalmente, para crear un centro cultural o de la tercera edad o para que alguien escriba un libro histórico sobre la gente ilustre o las masías del pueblo.

    Después de la guerra civil, la empresa desapareció y los trabajadores abandonaron sus viviendas — gratuitas y construidas dentro de la más pura tradición de la caseta i l’hortet — para buscar trabajo en otra parte. Las casas fueron deteriorándose poco a poco hasta acabar en ruinas pero gente pudiente y con influencias consiguió recalificarlas para convertirlas en segundas residencias, ideales para pasar los calurosos meses de verano, tan cerca pero al mismo tiempo tan lejos de Barcelona. Collcerola siempre ha sido una muralla perfecta para impedir la entrada del calor. En aquella época, el único aire acondicionado lo movían los ventiladores y los abanicos. Un pequeño pantano y un riachuelo con poca agua ayudaban a crear la sensación de vivir en un pequeño paraíso natural, un entorno infinitamente más atractivo que el de las vecinas Valldoreix y Vallvidrera (Vallvidriera, como decían los castellano-parlantes) con las que Montpelat limita. Aunque llegó muchos años después de aquellos nuevos pioneros, Gutiérrez siempre recordó la tremenda impresión que le produjo, tan grande que le hizo creer, irracionalmente por supuesto, que allí nadie podría morir nunca. Cuando asistió al primer entierro se curó de repente de su momentáneo desvarío. Quizá contribuyera a su sensación la masiva presencia de eucaliptos — una auténtica rareza en la zona porque crecía en condiciones desfavorables — que aromatizaban todo su entorno.

    Cuando Montpelat empezó a crecer, el automóvil solo estaba al alcance de los muy ricos y era toda una aventura llegar hasta las casas veraniegas. Se tenían que tomar los abarrotados trenes de los Ferrocarriles Catalanes que salían de la Plaza de Cataluña de Barcelona y, al llegar a la estación de Valldoreix, se podía elegir entre tomar un taxi o ir a pie hasta la casa veraniega con los paquetes, los niños y toda la comida que se podía cargar. Los dos colmados que había entonces — el Dominguín y el Vicente — eran carísimos y lo más aconsejable era ignorarlos so pena de tener que acortar el veraneo por pasarse del presupuesto. Pero siempre faltaba algo y el Dominguín y el Vicente nunca tenían piedad de sus clientes. Les fue tan bien que llegaron a ser los propietarios de casi una cuarta parte de los terrenos del pueblo. Gutiérrez siempre decía, en voz baja naturalmente, que aquella situación no había cambiado. Los nietos del Dominguín y del Vicente seguían forrándose, aunque les hubiese aumentado la competencia, pero ahora todo el mundo podía escaparse de su tiránico monopolio yendo a comprar en coche a las cercanas grandes superficies. Con la boca pequeña les prometía a los tenderos que el ayuntamiento promocionaría el comercio local, pero él era el primero en buscar fuera mejores precios. Sufragó campañas publicitarias de esas que no sirven para nada pero que suelen hacer los políticos para quedar bien: Compra en Montpelat, tu pueblo, Com a Montpelat no hi cap mercat o Confia en el comerç amic de Montpelat tan a prop de casa teva. Todos los comerciantes son, por supuesto, muy amigos de sus vecinos, llaman a todos de tú y por su nombre, lo saben todo de cada familia... pero no solo siguen teniendo precios que escandalizarían a un japonés sino que sus básculas ponen en entredicho las normas del sistema métrico

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