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La novia se vistió de muerte
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La novia se vistió de muerte
Libro electrónico397 páginas6 horas

La novia se vistió de muerte

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Información de este libro electrónico

Conoce a Josie Tucker. La comida es su vida, desde el antiguo restaurante de su madre hasta su columna de periódico acerca de restaurantes y cocinas. Alivia cualquier problema con comida o con bebidas. ¿Qué hace cuando pierde el autobús? Se toma un licuado de mango y naranja. ¿Y cuando se siente un poco melancólica? Se come un pedazo de carne seca a la pimienta. Pero últimamente, ni siquiera puede soportar el olor de una taza de caldo aguado. No es fácil estar a merced de un sistema digestivo indignado y vengativo.

 
Entonces, ¿qué sucede cuando a última hora la atan con un lazo para que sea dama en una boda de sociedad? La madre de la novia trata de matarla con su amabilidad. Es una lástima para la novia que Josie no sea la única víctima.

IdiomaEspañol
EditorialEM Kaplan
Fecha de lanzamiento8 ago 2017
ISBN9781507140031
La novia se vistió de muerte

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    La novia se vistió de muerte - EM Kaplan

    Para Pop

    AGRADEZCO EN ESPECIAL A

    ––––––––

    Jeremy, Theo y Riley por su apoyo y

    y su indiferencia total por el espacio personal.

    A Esther Kaplan por su buen ojo,

    sus ideas útiles y sus cenas maravillosas.

    Y a más personas que me ayudaron en el camino:

    Helen Wook y Jane Waldron,

    Eric Frey,

    Geoffrey Wolff

    y The Lost Lounge.

    Prólogo:

    El ensayo

    ––––––––

    Incluso en aquel entonces, Josie pensaba que la boda era algo fuera de la realidad. La novia parecía demasiado perfecta. El novio, demasiado guapo, como si fuera de plástico. Los invitados, de una felicidad demasiado contundente al ver a la pareja darse el sí. Mmm.....el sí. Dar el sí. Una urgencia incómoda contaminó el aire. No era la risa avergonzada que se desata en un casamiento a la fuerza. Era más bien como un derrame de desechos tóxicos que envenenaban el agua, servido en copas brillantes por apuestos camareros de esmoquin.

    Josie se culpó después. Una mirada retrospectiva. Una visión de 20/20. Sentía como si hubiera comido en un buffet, sin darse cuenta de que la carne rancia había estado disfrazada con salsas sabrosas. Se veía bien y tenía buen sabor, pero por debajo estaba podrida.

    Debió de haber detectado el mal desde el principio, pero la enfermedad había desafilado sus sentidos; había estado enferma. Solía estar orgullosa de sus poderes de observación  y de su capacidad de pasar inadvertida por los estratos sociales. Entonces su editora agregó una foto de ella a su columna: una imagen en miniatura que le dio cierto grado de celebridad. La gente empezó a reconocerla...incluyendo sus agresores.

    Antes, pensaba: yo los veo, pero ellos no me ven a mí

    Reconocían su cara y ahora no era capaz de vivir bajo su radar.  No podía . Ya no.

    Parte 1:

    La boda

    ––––––––

    ¿Por qué los recién casados ya no siguen la tradición de guardar su pastel de bodas para comérselo en su primer aniversario? ¿Es por pragmatismo – porque el sabor y la textura del pastel original no tendrá tan buen sabor? ¿O por fatalismo – porque su matrimonio en sí no sobrevivirá el primer año?

    Josie Tucker, Algo para reflexionar

    ––––––––

    —Por el amor de todo lo que es santo... Las maldiciones de Josie al principio fueron piadosas. Y en el siguiente respiro, se volvieron blasfemas. Frente al espejo de cuerpo entero detrás de la puerta de su recámara, su reflejo le respondió y la maldijo. Su vestido de dama era una parodia de raso azul verde con borde lavanda, en cascadas de tela espumosa desde la cintura hasta el suelo.

    Dio una media vuelta y se estremeció del disgusto; intentó aplanar el vestido para que no estuviera tan abultado y para que en vez de tener varios pliegues tuviera uno solo. Rasgó la tela por tener las uñas mordidas al ras.

    —Sí, como no, voy a volver a ponerme esto muy pronto. Eso era lo que le decían las novias cansadas y sicóticas de tanto estrés a sus damas, que por supuesto iban a poder ponerse otra vez estas monstruosidades que les dan en la torre sus presupuestos. Sí, ajá.

    Sin mangas y con el tronco entallado, el azul verde del vestido era lo suficientemente verdoso para resaltar la amarillenta piel de Josie. Odiaba verse amarillenta. Lo que es peor, debajo de la cintura tenía hileras de azul verde que caían en cascada, toda una pesadilla al estilo Olivia Newton-John. Como en esa película vieja Xanadu, en la que estaba de moda patinar sobre ruedas y la moderación no lo estaba. Lo único que necesitaba Josie era un par de patines blancos, una diadema con lentejuelas y un brillo de labios sabor fresa.

    —¿Ponerme el vestido de nuevo? Ni de loca —le dijo al espejo.

    Su perro que era de una perrera y se llamaba Bert, la escuchó con una paciencia practicada. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado y las patas extendidas sobre un cerro de su ropa sucia. Josie tenía un malestar estomacal de reciente adquisición y por eso sus habilidades de limpieza habían disminuido, de patéticas a inexistentes. Estar a merced de un sistema digestivo indignado y vengativo la volvió incapaz de rociar aerosol  abrillantador sobre los muebles de madera. Y de sacar la basura. Y pasar la aspiradora. Y las miles de demás sutilezas que convierten un cuarto rentado en un hogar. Como decorar con paños de cocina del mismo color.

    —¿Qué pasa? —su mejor amiga, Susan, dio un paso - no, más bien se deslizó - para salir del baño. Por supuesto que Susan sí se veía elegante con el vestido. El tono de verde azulado acariciaba su piel, que brillaba como la porcelana. Si el dinero y el estatus le hubieran importado a Josie, diría que Susan era de clase alta. Pero a Josie ese tipo de cosas le importaban un cacahuate. Susan nada más era su amiga distraída, suertuda y leal hasta el final. De eso no tenía la menor duda.

    —No es justo —dijo Josie, con un resoplido. Su cabello se había encrespado y levantado; se había vuelto una oscura y amenazante nube. Había heredado el color de pelo de su madre tailandesa, pero no su sedosidad. En su lugar, a Josie le tocó la textura de pelo gruesa de la familia de su padre: su terquedad era tan penetrante que pareciera salir de las mismísimas raíces de su pelo.

    Josie tenía semicírculos de sudor debajo de los brazos. El clima caluroso y no acorde a la estación del año en Boston en esas fechas no ayudaba nada a su condición. Y no es que ella fuera, por lo general, de esa gente del vaso medio lleno. A propósito, daba lo que fuera por una bebida fría en ese instante. Una espumosa y frutal...en un vaso novedoso...y con un toque de vainilla. Quizá decorado con una sombrillita y una guarnición de piña. Y un hombre interesante pero no demasiado atractivo, que se la sirviera en una bandeja de bambú. En Fiji. Nunca había ido a Fiji. Tal vez su jefa Julieanne, la dejaría trabajar desde allá remotamente.

    —¿Qué es lo que no es justo? —preguntó Susan. La expresión inquisitiva en su cara de huesos definidos hacia que se viera más bonita. Lo único que tenía que hacer era pronunciar de manera elegante la palabra qué y ya con eso era idéntica a Grace Kelly. Susan tenía la cualidad de que parecer que flotaba, como si levitara a unos centímetros del suelo.

    —Te ves muy bien con este atuendo. Y en cambio yo, parece que Disney me vomitó encima. Me veo como lunetas de sabor tropical. —Josie se esponjó un poco la falda para que la brisa pasara por sus piernas. Funcionó durante un minuto y luego el material se hundió y volvió a sellar sus piernas en una sofocante prisión de raso.

    —Hubiera sido de gran ayuda que te hubieras puesto tan solo un vestido en la última década —dijo Susan, arqueando la ceja. —Creo que esa es la mitad de la batalla. —Josie le dio un puñetazo a un adversario imaginario frente al espejo, para recordarse a sí misma que era Josie Tucker, una delincuente juvenil reformada, que no estaba a punto de que la desmoralizara un atuendo tonto. Aunque le hubieran forzado el cabello para peinarlo en bucles...y aunque se pusiera rimel. Se ajustó el anillo grueso de plata y turquesa en el pulgar y enderezó la joroba.

    —Muy macho. Oye, tenemos que irnos YA si queremos salir en las fotos. Susan tronó sus largos dedos.

    —"Macha, dirás —la corrigió Josie, con su conocimiento de cómo se habla en la calle. Me pregunto por qué no se fugaron a un paraíso tropical como cualquier otra pareja hermosa y adinerada. He oído que Maui está bonito. ¿Por qué tienen que arrastrarnos a que participemos en esto? ¿Cuál es la realidad? Que existen los divorcios. La versión de ¡ups! en qué estábamos pensando después de tres meses. O la versión después de treinta años de yo renuncié a mi vida para que tú pudieras ser doctor". Y está también el caso raro sacado de un cuento de hadas: de felicidad conyugal que a veces se confunde con complacencia.

    —Ay, Josie. ¿Estás un poco amargada, no? —Josie no le hizo caso. No podía encontrar sus llaves. —¿Benjy va a vernos en la iglesia? —levantó la sobrecama; su cama no estaba hecha y buscó debajo de las sábanas. No estaban allí. Por fin vio su llavero sobre el alféizar de la ventana, entre un geranio muerto en una maceta y una pecera mugrosa y vacía. Agarró su bolsa azul verde y logró meter los pies en sus tacones apretados, también azul verdes, teñidos para la ocasión. Qué emoción. Otra probadita de boda cursi para la que tuvo que pagar una fortuna.

    ¡En la torre! Quizá sí estaba amargada.

    El futuro del periódico The Daily News era incierto y por eso ella apenas tenía dinero. La gente decía que los periódicos habían llegado a su fin, que estaban sentenciados a morir, que la campana de aviso la tocaba el Internet y comentaban sobre el tema miles de adversarios contentos, con errores gramaticales.

    Aunque Josie se las arreglara para conseguir trabajo en otra publicación, temía abandonar el barco y tener que establecer una relación con un editor nuevo.

    Pero el periódico crujía y gemía como barco que se está hundiendo. El celular que le habían dado ya era historia, así que había devuelto esa irritante carga sin arrepentimiento alguno. Pero lo peor fue que cancelaron los beneficios de su seguro médico cuando se ausentó del trabajo por estar enferma. Qué belleza. Se estaba convirtiendo en la paciente de caridad de su doctor, uno de esos casos médicos pro bono o como se llame.

    Suspiró. La historia se repite una década más en su vida. Además de perder sus beneficios, había aceptado un recorte salarial voluntario. Tal vez estaba prolongando la inevitable desaparición de su trabajo, pero ¿quién querría buscar un trabajo nuevo cuando los calambres en el estómago le estaban destruyendo la cintura cada dos días?

    Su cuenta de ahorros se estaba muriendo de hambre, su sueldo no era más que la mitad de lo que pagaba de renta. Ese monto restándole lo que tuvo que excavar para comprar el espantoso vestido de dama. Fue precavida y por eso abrió una cuenta, pero nunca tuvo los medios para poder hacer depósitos. Destinaba gran parte de su sueldo a pagar la estancia de su madre en un asilo de ancianos que aunque no estaba en el mejor estado, estaba limpio. Por mil cien dólares al mes más, consiguió un cuarto en un edificio sin elevador cerca del estadio Fenway y la línea verde del metro y había enviado por correo el pago de la renta de este mes sin saber si le iban a seguir pagando en el trabajo. Qué nervios. Su casero iba a echarla a la calle sobre su trasero. Tendría que encontrar otro lugar dónde vivir que estuviera al final de la línea del tren de la zona conurbada, más lejos que el infierno, en Lowell o donde fuera. Se abanicó. En ese momento, estaba dispuesta a venderle su alma al diablo por un poco de aire acondicionado.

    —Sí, Benjy nos va a ver allá. Pero el cobarde de Drew nos está dejando plantadas —le dijo Susan.

    —¿Quién puede culparlo? Tiene boda familiar cada maldito fin de semana. Eso le pasa por tener cincuenta mil primos, por eso tiene un millón de bodas, bautizos y funerales...pero también tiene comida hecha en casa garantizada cuando se le antoje. Así que no es tan terrible, se compensa. Josie se volvió a ver en el espejo una última vez, pero su mueca no era alentadora.

    Cerró su departamento con las dos cerraduras de la puerta. El tapete de bienvenida frente a su puerta estaba chueco. Su mensaje en cursivas, descolorido de tantas pisadas de sus amigos, decía Váyanse, pero nadie se fijaba. Había estudios que demostraban que el nivel de comprensión de lectura de la persona promedio estaba disminuyendo en picada. Esta era una prueba viviente de ello, porque nadie leía su tapete.

    —¿Quién podría culparlo? —dijo Susan. —Pues nosotras, tontita —le contestó Josie. Eran polos opuestos, pero a pesar de ello, se habían llevado bien desde que se conocieron en un seminario de arte asiático cuando estudiaban la licenciatura. Susan, con su bolsa de Dolce & Gabbana, un incentivo fallido de un triste ex, se había sentado junto a Josie, con su mochila Jansen que consiguió muy barata con un descuento de casi el precio entero porque era de un tono anaranjado de materiales peligrosos.

    Formaban un conjunto mucho más extraño cuando Benjy y Drew redondeaban el grupo; los cuatro siempre habían sido amigos, nada más. En broma, habían hecho un pacto de que nunca iban a salir románticamente entre sí, pero a Benjy le gustaba Susan. El pobre siempre estaba desempleado y se le notaba a distancia, como si se hubiera echado loción para después de afeitarse de una marca desconocida. Definitivamente no era el tipo de Susan. Decía que era empresario. Era optimista y siempre estaba maquinando algún plan. Por lo pronto vivía en el cuarto de invitados de Drew, pero como les había contado en la comida el día anterior, le había echado el ojo a algo que se veía muyyyyy interesante.

    Lo único que podían hacer era alentarlo... Aunque se notaba que a él lo que más le importaba era la aprobación de Susan. A decir verdad, hasta para Josie era difícil escaparse de la influencia de Susan. Su amiga era la luz misma, con un dinamismo irresistible, incluso en tiempos desagradables. Nada podía alcanzarla. Ni siquiera un asqueroso vestido color azul verde con lavanda.

    Susan había estacionado su camioneta en la calle donde no debía. Josie sonrió, casi era innecesario darse cuenta de que no la habían multado. A su amiga nunca la multaban. Los policías de tránsito la dejaban ir, nada más le daban advertencias y a veces, tímidamente, la invitaban a salir (Josie, en cambio, nunca había conocido a un policía tímido). De la nada aparecían lugares de estacionamiento vacíos cuando Susan manejaba hacia ellos. Nunca llovía cuando llevaba su coche a lavar. Si la memoria no le fallaba a Josie, a Susan nunca se le había ponchado una llanta. Hasta los pájaros evitaban defecar en su coche. Bueno, eso ya es exageración. Lo que sí es que Susan conseguía que le lavaran el coche gratis porque Fazio, un empleado del taller de coches cerca de su casa, estaba enamorado de ella.

    Josie tenía un Lincoln Continental del 75, como de más de metro y medio de largo y de color verde oliva. Sus amigos le llamaban El gigante verde o el Padrote-móvil. La lancha tosió humos nocivos por dentro y por fuera, porque el humo del escape se filtró en las rejillas del aire acondicionado. Para evitar envenenarse, tenía que manejar con los vidrios hasta abajo. Era un coche usado. Se lo había pasado su tío de Arizona y lo había tenido desde sus años universitarios.

    En lugar de ser una lancha, se había convertido en el ancla de una, porque ahora los cajones en los estacionamientos eran más reducidos y los precios de la gasolina se habían disparado. No estaba segura si podía pasar la inspección vehicular sin darles una contribución considerable a los dioses del taller. Así que calzaba el coche para meterlo a su cajón de estacionamiento asignado en su edificio y se iba en metro o en taxi. Su licencia de manejo se había vencido dos meses antes. Esperaba que alguien le hiciera el favor de robarse el coche, pero no era un enérgico Accord con partes en gran demanda en los deshuesaderos. ¿Había sicarios que hicieran ese tipo de cosas...?

    —¿Vamos a llegar tarde para las fotos? —Josie finalmente se concentró en los golpecitos impacientes que Susan daba con un pie. —¿Tengo que estar en las fotos del cortejo nupcial?—

    Josie volteó a ver el gran templete en lo que Susan se deslizaba en el asiento del conductor de la camioneta. Entre ella y el elevado asiento del copiloto, había un canalito lleno de envolturas de comida rápida, acomodadas como fosa putrefacta. No olía nada bien.

    —Si no estás en las fotos, el total de participantes del cortejo va a ser un número impar, querida —le dijo Susan.

    Con una mueca, Josie se jaló el vestido hasta las rodillas y se subió a la camioneta. —Mira, traigo las piernas tan suaves como la seda —le dijo a Susan.

    —Guau y traes medias también. Josie Tucker realmente eres una mujercita. Sé que esto es un gran esfuerzo para ti. Te pusiste tacones altos por primera vez a los veintiséis años..¿algo así, no?—

    Muy agobiada, Josie le contestó— Si te refieres a mi pasado de moretones en los nudillos, te informo que no he estado en una pelea a golpes desde hace como quince años.— Eso, en parte, había sido gracias a la mano firme y constante de su tía Ruth.

    —Está bien, pues —Susan concluyó la conversación, haciendo un gesto en el aire con sus dedos elegantes de un lado a otro. —Te luciste, de verdad. Este es un momento histórico.—

    —Si pudiera escoger, estaría en el sofá viendo el canal de recetas de cocina. ¿Te das cuenta de que ahora mismo me estoy perdiendo su programación estelar? —Josie lo dijo en serio. Ver la comida en la televisión era la única manera en la que podía disfrutarla sin tener consecuencias gástricas severas. Estaba en una etapa en la que sólo comía para evitar perder el conocimiento. Tal vez se había vuelto anoréxica. ¿Era posible a estas alturas de su vida?

    En cuanto Josie cerró la puerta, Susan condujo a su típica velocidad vertiginosa. —Pues apriétate el estómago porque ya vamos tarde. Sólo repítete a ti misma que lo estás haciendo por Leann y Peter.—

    Josie jaló el cinturón de seguridad con torpeza y vio que la parte inferior de su vestido se había atorado por el portazo que dio. —Peter no me cae bien. Ese bastardo se emborrachó y... me echó los perros una vez en un bar.—

    Jaló la parte inferior de su vestido y oyó que de tanto esfuerzo, se rompió. Con un resoplido, se recargó en su asiento un minuto y se propuso dejar de sudar. Ajustó las rejillas de aire y se preguntó si podía apuntarlas en un ángulo para que le llegara por debajo del vestido.

    —¿Fuiste a un bar? ¿A O'Malley's? Nunca vas a O'Malley's si no vamos todos.— Susan se cambió de carril y provocó la ira de otros dos conductores que hicieron sonar su claxon. Eso antes de que reaccionaran con fascinación ante el saludo de Queen Elizabeth y los besos soplados de Marilyn Monroe de Susan.

    Afuera, en la calle de O'Malley's, estaba su clientela. Eran roqueros y jóvenes que fumaban puros, que estaba a la moda. Desde el otro lado de la barra, los ojos de Peter, empañados por la cerveza, se habían clavado en Josie. Estaba completamente sola y por eso debió haber parecido una presa fácil. Él era un hombre alto, ancho y corpulento; jugaba rugby. Su melena oscura de pelo rebelde y su piel bronceada en pleno invierno, eran indicio de indolencia y de pistas de esquí en Suiza.

    La acechó desde el otro lado de la barra; no se acercó sino que más bien se abalanzó sobre ella. Le apretó fuerte la muñeca con dos dedos y la hizo sentir como niñita regañada. Lo reconoció: habían estado juntos en la escuela y él cada semana salía en las noticias deportivas. Pero él no tenía muy buena vista y pensó que era una desconocida. Josie giró la muñeca bruscamente para zafarse de los dedos de él que la apretaban tanto. Cuando por fin se aburrió y se alejó, el corazón le latía tan fuerte a Josie que fue hasta entonces cuando recordó que tenía que respirar. Detrás de la barra, el reflejo de su cara en el espejo estaba negro del coraje y tenía los puños cerrados. Ninguno de los dos dijo nada durante todo el intercambio.

    —Creo que ya te había dicho. Salí sola, no pasa nada hasta que me topé con el neandertal.— Abrió la guantera para buscar un pañuelo y frotarse la frente. Revoloteó un montón de periódicos viejos, una caja de condones y una linterna, pero no encontró pañuelos. Se retorció hacia el suelo del asiento de atrás y detectó que había una caja de pañuelos aplastada que se deslizaba. Susan volvió a dar una vuelta pronunciada y Josie agarró un pañuelo cuando la caja patinó hacia ella. Mientras se secó la frente y el cuello húmedos, se preguntó si sus axilas sudorosas se estaban tiñendo de azul verde. El mito de que las mujeres y sobre todo, que las asiáticas no sudan, era tan gracioso. Qué risa.

    —Es difícil de creer —le dijo Susan, con los ojos en el camino. —O sea, te creo pero es difícil de creer, porque Leann y Peter han estado saliendo juntos desde que ella estaba en la prepa. Bueno, no siempre...más bien la mayor parte del tiempo no. Supongo que cuando eso pasó, era una de esas rachas en las que no.

    —Acabo de verlo en el bar, fue hace poco. Fui a tomarme un Drambuie, a ver si así se me quitaba el dolor de estómago. Él no estaba con nadie conocido. Antes de que pudiera darme cuenta, me estaba respirando fumarolas de cerveza encima y agarrándome de la muñeca como si me fuera a llevar con él de vuelta a su cueva.

    Susan dio un volantazo para rodear una esquina. —¿Y le diste un puñetazo?—

    —Varios hombres muy bien dados tuvieron que frenarme para que no lo hiciera —le dijo Josie. Se sacudió el recuerdo. Aunque sea triste decirlo, ahora era problema de alguien más. —Sabes, he estado usando ese equipo de pesas que tengo en mi casa. Me estoy poniendo muy musculosa. Ya no me voy a dejar.—

    Susan se rió. —Sí, si es que antes no le vomitas en los zapatos.—

    —No cambies de tema; ese asunto no ha terminado.—

    Susan suspiró. —De haber sabido que te ibas a quejar tanto, no te hubiera pedido que vinieras para ocupar el lugar de Lisa. Sabes que también es un favor que me estás haciendo a mí.

    Josie suspiró y trató de bajarle un poco a sus quejas, que eran demasiadas, hasta para ella. —Lo sé. Lo sé.—

    Después de que Susan llevó a Josie a que conociera a Leann, no había manera de que se hubiera negado a suplir a la dama de honor que no pudo asistir. Leann le había apretado la mano - un gesto tan chapado a la antigua - y le dio las gracias por ser parte de su cortejo nupcial de una manera tan solemne y con los ojos tan abiertos, que le tocó el corazón a Josie, en una parte muy profunda de su corazón de tuna.

    Josie nada más era un reemplazo de última hora para que el número total no fuera impar. Estaba en el círculo exterior de amistades, más bien era amiga de las amigas de Leann por Susan. Resultó que Josie y Lisa eran de la misma talla. Fue una plegaria de pánico a última hora...y Josie había accedido. Algo tenían los grandes ojos azules de Leann, que hizo que Josie sintiera que quería ayudarla. Se veía tan inocente, tan joven, tan pura, que Josie le dijo que sí antes de darse cuenta de haberlo hecho. Si Leann tenía ese efecto sobre Josie, ¿cuál tenía sobre el sexo opuesto? ¿Era una sirena? Una zorra? ¿Una conejita indefensa? ¿Qué estarían diciendo esos ojos desesperados? Ay por favor que todo salga bien o Ay Dios mío, ¿estoy tomando la decisión correcta?

    Ya más seria, Susan dijo— Está bien, no voy a discutir contigo. Pero no sé qué pensar de Peter. Supongo que no me sorprende del todo. Es de la realeza de Boston. Como los Kennedy. Pero, por otro lado, quizá haya sido un golpe de suerte...no hay que pensar en eso. Sólo por hoy, muestra tu sonrisa de estrella de cine. Baja la barbilla. Enseña mucho tus dientes. Esconde tus quejas dentro de ti.—

    —No me digas que las fotos son al aire libre. De una vez podría poner la cabeza debajo de una manguera, por qué no. Si ya me estoy empapando.—

    —No —dijo Susan. —Este lugar tiene un jardín hermoso, pero estaríamos entre un montón de zancudos, abejas y mosquitos. Así que no, no tienes que meter la cabeza debajo de una manguera. Aunque con tantos participantes en el cortejo, nadie te va a ver en las fotos.—

    Susan casi atropelló a un peatón - a una preadolescente con una camiseta sin mangas que estaba bajando un pie de la acera a la calle. Josie encogió los hombros y levantó una mano a modo de disculpa porque iban con tanta prisa. Y la chica les hizo un gesto obsceno.

    La mente de Josie volvió al tema anterior. —¿Nadie me va a ver en las fotos? ¿Te pidieron que reemplaces mi cara digitalmente con la de Lisa? ¿Que modifiques las fotos con Photoshop?—

    Susan ponderó la idea, que estaba absolutamente dentro de su conjunto de habilidades, porque diseñaba cubiertas de libros, tanto impresos como digitales; etiquetas para CD, pósters y otros tipos de diseños gráficos. Su departamento era un caos organizado de partes de computadora, escáneres, impresoras y, como prueba de su genio creativo, la proclamación inherente que si bien es cierto que Susan vivía una vida encantada, también trabajaba. —Yo podría hacerlo, ¿sabes?—

    —Sé que podrías —le dijo Josie. —Y lo harás. Será nuestro regalo para la novia y el novio. Para la posteridad.—

    —Por cierto —dijo Susan, lanzándole una mirada seria —¿Qué les vas a regalar?

    Josie hizo una mueca y se apartó el pelo de su sudorosa cara. Mierda, mierda, mierda de mierda. Un regalo. Después de todo esto - de los ensayos, el vestido, los zapatos, por el amor de Dios. Lo último que quiero es ir de compras al centro comercial. Esas repugnantes vendedoras del departamento de novias, con sus listas de regalos. ¿Cómo se supone que voy a recordar conseguirles...? Luego reflexionó y dijo— No sé, ¿tú qué les compraste?—

    —Sabes, me da gusto que me preguntes —subió el pulgar por encima de su hombro para abrir la cajuela. —Todos nos juntamos y les compramos una jarra de martinis de cristal que pusieron en su lista. Por cierto, nos debes cuarenta dólares.—

    Josie suspiró con alivio. —Gracias.— Aunque no estaba segura de dónde iba a sacar cuarenta dólares en el corto plazo, también sabía que Susan volvería a recordarle. Y, por desgracia, Josie tendría que aprovecharse de su amiga un rato más.

    Susan dio una vuelta muy cerrada a la izquierda en el estacionamiento de la iglesia. La mayoría de los participantes en el cortejo, menos el novio y la novia, ya se habían reunido en el jardín de enfrente. Echó sus llaves en su bolsa azul verde. —Bueno —le dijo a Josie. —¿Estás lista para esto? ¿Cómo andas del estómago?—

    —Por lo pronto, bien. Pero cuando nos veo a todas con este mismo vestido...—se estremeció. Liberó el dobladillo de su vestido de las garras de la puerta, evaluó qué tan mal habían quedado las arrugas y la raya de grasa que se embarró. Y, uy, una pequeña rasgadura en el dobladillo.

    Se tropezó detrás de su amiga y murmuró— Está bien, hagamos esto de una vez por todas.—

    

    Después de un vestido de dama feo, la siguiente cosa más inútil del mundo es un crítico gastronómico que no puede comer.

    Para Josie, la comida era su vida, desde el antiguo restaurante de su madre hasta su columna en el periódico, en la que escribía acerca de restaurantes y recetas. Pero últimamente, ni siquiera podía soportar el olor de un tazón de consomé. Antes podía aliviar cualquier problema en su vida con comida o con bebidas. ¿Qué hacía cuando perdía el autobús? Se tomaba un licuado de mango con naranja. ¿Y cuando se sentía un poco melancólica? Se comía un pedazo de carne seca a la pimienta.

    Dos días antes de la boda, se había tenido que poner una bata delgada de algodón para extenderse sobre la mesa de diagnóstico del consultorio de su doctor preferido. Extendido relativamente hablando, por su dolor de estómago.

    Pinchó la almohadita cubierta de papel que estaba sobre la mesa, en un intento por sentirse cómoda. En la pared junto a ella estaba colgado un póster laminado de órganos humanos con cortes transversales - algo que ella esperaba que nunca tuviera que ver en la vida real. Durante los últimos siete minutos había tenido la mirada fija en la cavidad nasal y los conductos bronquiales.

    El consultorio no estaba nada mal. Estaba en una zona de propiedades de gran demanda. Los edificios eran de hace 25 ó 30 años pero remodelados; la alfombra tenía un olor a sintética y nueva. En la sala de espera, las obras de arte enmarcadas hacían juego con el color de la tapicería de las sillas. Había personal de mantenimiento que iba a regar las plantas en macetas y a cortar las hojas secas una vez a la semana. Janice, la administradora, se aseguraba de que las revistas estuvieran al día para que no hubiera revistas Time con George W. Bush en la portada como El hombre del año.

    Había salas de diagnóstico muy bien iluminadas, con paredes pintadas en un tono verde salvia. El doctor había cambiado los pisos; eran de madera laminada. Josie miró a su alrededor y aprobó los modernos banquitos de acero inoxidable, con ruedas.

    Drew o Doctor Cole, como le decían sus demás pacientes - qué sexy sonaba, ¿no? - entró al cuarto con una computadora portátil y estudió su expediente.

    —Sigues bajando de peso —le dijo.

    Los dos habían estudiado filosofía durante su primer año en la universidad antes de cambiarse a otras licenciaturas. Ella siempre se preguntaba si había una repercusión social por llamarle a su doctor por su primer nombre...y haberle sostenido la cabeza mientras vomitaba las tripas. Ese incidente había sido después de cierto comportamiento increíblemente irresponsable, que la hacía maravillarse con la insistencia de sus cuerpos adolescentes por recuperarse.

    A Susan le incomodaba demasiado que Drew fuera su médico de cabecera, pero Josie no concebía ir con otro doctor. Tenían un pasado en común y eso hacía que muchas explicaciones fueran innecesarias. Además, por Dios, ni que fuera su ginecólogo.

    —Pensé que era bueno bajar de peso —le dijo ella. —Quizá haya descubierto una nueva dieta. ¿Crees que debería comercializarla?—

    Él ignoró su comentario. Su apariencia profesional no vaciló en lo absoluto. Josie suspiró. Es tan guapo. —Bajaste más de dos kilos. Trata de ya no bajar más. Lo que sí es que todavía estás en el rango en que debes estar por tu estatura. ¿Cuánto mides, metro y medio?—

    —Uno sesenta y uno. Y no me gusta que me lo mencionen, así que muchas gracias.—

    —Acuéstate y déjame escuchar tu estómago —le dijo.

    Josie sintió un golpeteo extraño en el pecho. Tomó un par de respiraciones profundas para calmarse. Se preguntaba si él podía oír lo rápido que le latía el corazón, con el estetoscopio en su abdomen. Pues claro. Por supuesto que podía. Ella se acomodó en la mesa y se aplanó la bata de algodón. Había dejado lo que traía puesto apilado en una silla cerca de la mesa y sentía que la habían despojado de una pequeña parte de su identidad.

    —Perdón por tener las manos frías —le dijo Drew y sopló sobre su estetoscopio para que se calentara. Le abrió la bata por enfrente y dejó al descubierto su estómago bajo la dura luz fluorescente. Josie sintió sus manos suaves, que de hecho sí se sentían cálidas y presionaban la parte inferior de

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