De seres queridos: Historias de animales
Por Ilse Hampe
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Se nos muestra por un lado la inteligencia, el amor, la capacidad de sentimiento que los animales poseen al igual que los humanos, y por otro lado la amistad profunda que se entabla entre ellos y los humanos. Se describen encuentros, escenas, algunas alegres, otras con fin triste, pero todas dan prueba de la sensibilidad animal.
Ilse Hampe
Ilse Hampe, M.A. en romanística y anglística, ha publicado varias obras sobre temas diversos, por un lado en alemán, dos históricas, un diario acerca del cuidado casero del marido hemiplégico por parte de su esposa, otro sobre la amistad, uno sobre la amistad, otro más en tono ligeramente irónico sobre las experiencias de una abuela, finalmente uno acerca de la invasión de anglicismos en el idioma alemán; por otro lado en castellano "Buscando la luz" sobre dos peregrinajes, y "De seres queridos", un relato de experiencias enternecedoras con animales. En la actualidad la autora vive en Múnich, después de largos períodos en Turquía, Argentina y Uruguay.
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De seres queridos - Ilse Hampe
Índice
De animales grandes
De animales de menor tamaño
Las historias de Pippi
El pato Ernesto
Voy a contarles de seres queridos, pero de aquellos pertenecientes al reino animal. Porque uno llega a amarlos como a los verdaderos amigos humanos, recibiendo alegría y sufrimiento de los unos al igual que de los otros.
De animales grandes
Mi querida yegua Picaflor tuvo una potranca adorable. Al poco tiempo empecé a montar nuevamente a la madre y Palomita seguía detrás. Un comportamiento natural. La mamá, preocupada, a menudo volteaba la cabeza para observar a su progenitura. Otro comportamiento natural. En cambio menos natural me pareció la reacción de Paloma, al oír los relinchos desesperados de un caballo, Capitán, que acostumbraba pastar en su compañía: la potranca, muy curiosa, regresaba al galope hasta el alambrado para calmar al abandonado, pero al escuchar los llamados de su madre volvía hacia su paradero a paso acelerado. Capitán se sentía solo, añoraba la presencia de las dos amigas, y a Paloma le partía el corazón la soledad del camarada. No entendía por qué se le dejaba allí, mientras las dos partían. Era el compañero a diario, el viejo amigo, fiel, que no le hacía mal a nadie, al contrario, era seguramente como un tío para ella.
Ante las continuas idas y venidas de la hija, la madre se puso cada vez más nerviosa. Era imposible avanzar. Mi yegua tan mansa normalmente estaba descontrolada, desconocida, únicamente preocupada por el bienestar de su hija.
¿Por cuál solución opté? ¡Por darme por vencida, es decir, volver al portón, abrirlo para que el desesperado y ansioso tío pudiera reunirse a su familia caballuna y así todos contentos y felices, libres de toda preocupación, pudiéramos seguir el rumbo emprendido media hora atrás!
Un día estaba durmiendo la siesta, acostada en mi reposera en la sombra, boca abajo, cuando siento un mordisqueo en los pies desnudos.
"Seguro que no son hormigas", me pasa por el cerebro, tampoco son ni moscas, ni otros insectos molestos.
Volteo la cabeza y ¿a quién veo a mi lado? A mi hermosa potranca que, a mi movimiento un tanto brusco, da un brinco y se va galopando. ¡Qué suerte tuve! ¡Porque muy bien hubiera podido arrancarme un pedazo de piel o unos dedos! Pero no sería la última vez que me despertarían los jóvenes dientes juguetones.
No solo mis pies amaba Paloma. En su curiosidad, al igual que un niño que descubre el mundo en su derredor, hincaba sus dientes en el cuero de una silla olvidada en el parque o probaba el gusto o la firmeza de la madera del banco recién pintado; a veces se quedaba parada a mi lado, mientras yo pintaba un artefacto, parecía querer ayudarme o al menos aprender el oficio de pintor, mientras yo, claro está, me sentía reconfortada y gozosa por la compañía de un ser tan querido; o se paraba al lado de mi esposo, pacientemente sentado a la espera de la salida de Venus para observarla por su telescopio, y ella como haciendo cola para no perderse esta oportunidad de ampliar sus conocimientos terrenales y celestiales.
La inteligencia del caballo la aprendí a medir en su verdadera magnitud recién años más tarde cuando mi otra joven yegua, Cenizas, estuvo herida. Estando en celo, se había llevado por delante el alambrado lindero con el campo vecino en el que se encontraba un padrillo. Esta fue la explicación que los expertos le dieron a su accidente.
Estábamos por salir en el auto cuando veo llegar hacia mí a Cenizas acompañada de su madre Paloma.
"¡Qué extraño!", me dije. "A esta hora de la mañana no entran por lo general al parque. Recién a mediodía vienen a tomar agua en el bebedero."
Y las comienzo a observar más detenidamente. ¡Ay, qué horror! Le veo a Cenizas un gran tajo en la pierna trasera. Todo ensangrentado y estamos en pleno verano, es decir, hay que actuar de inmediato, ponerle un espray antibichera que impedirá que las moscas pongan sus huevos carnívoros en la carne viva del animal. Cenizas, ya de tres años y domada, de mala gana se deja aplicar la medicina que representa un choque de frío en la herida caliente. Es evidente que las dos yeguas han llegado a la casa en busca de ayuda humana. Es de su conocimiento caballuno que los hombres no solo las utilizan, sino que también poseen objetos y artes con los cuales les alivian el dolor.
Esto apenas es el principio de un muy largo tratamiento, que incluye inyecciones de antibióticos, lavados de la herida con la manguera, luego con desinfectante y finalmente la puesta de la medicina antibichera. Durante el tratamiento, los otros caballos se mantienen en la cercanía, parecen ocupados en su pastoreo, pero es