Un nuevo rostro: Cattlemans Club (2)
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De familia pobre, Christopher Richardson había jurado ser algún día rico y poderoso y formar parte del Club de Ganaderos de Texas, pero al ver a Macy Reynolds, su amor de adolescencia, supo que ella era el verdadero motivo por el que había trabajado tanto para hacer su fortuna.
Chris se había marchado de la ciudad años antes del accidente que a Macy le había cambiado la vida y el rostro, y el interés que mostraba el millonario por ella le resultó halagador, pero ¿estaba interesado realmente en ella o era solo una más en su lista de mujeres?
Katherine Garbera
Katherine Garbera is a USA TODAY bestselling author of more than 100 novels, which have been translated into over two dozen languages and sold millions of copies worldwide. She is the mother of two incredibly creative and snarky grown children. Katherine enjoys drinking champagne, reading, walking and traveling with her husband. She lives in Kent, UK, where she is working on her next novel. Visit her on the web at www.katherinegarbera.com.
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Un nuevo rostro - Katherine Garbera
Capítulo Uno
–Mírate, Macy, estás todavía más guapa que antes –le aseguró el doctor Justin Webb.
Macy Reynolds sujetó el espejo sin fuerza con la mano izquierda y se lo acercó para poder verse la cara, pero cerró los ojos un segundo antes de hacerlo. Tres años antes había sido una mujer muy guapa. Con dieciocho años había llegado a ser coronada reina de Royal, Texas, pero todo había cambiado en un terrible accidente de tráfico. Había perdido su belleza, a su hombre y la seguridad que tenía en sí misma.
Se suponía que aquella iba a ser la última operación, pero su físico, que en el pasado había dado por descontado, se había convertido en esos momentos en la pesadilla de su existencia. Nunca iba a volver a ser guapa.
El doctor Webb le apoyó una mano en el hombro.
–Confía en mí, Macy.
Ella no estaba segura de poder confiar en ningún hombre que no fuese su padre, que siempre había estado a su lado.
Macy y Harry solo se tenían el uno al otro, pero ella sabía que no podía pasarse el resto de la vida sentada en el despacho del doctor Webb con los ojos cerrados.
Pensó en los niños tan valientes que había conocido en la unidad de quemados del hospital, adonde acudía como voluntaria. A ellos no les daba miedo mirarse al espejo, así que ella tenía que hacerlo también.
Abrió un ojo y, sorprendida por su reflejo, abrió el otro. Tenía la piel clara y sin defectos, como antes. No había cicatrices en ella. Su nariz respingona volvía a ser la de antes. Levantó la mano y se la tocó. Sus ojos no se habían visto dañados en el accidente y su mirada verde era la misma de siempre.
Sus labios eran lo único que había cambiado. Un trozo de cristal le había sesgado el labio superior, dejándole una pequeña hendidura.
–Gracias, doctor Webb –le dijo.
Seguía sin estar perfecta, pero al menos no tendría que volver a operarse.
–Lo ves, estás incluso más guapa que antes –le respondió él.
Macy sonrió y asintió. Dejó el espejo en la cama, a su lado.
–No se lo tome a mal, doctor, pero espero no volver a verlo nunca.
El doctor Webb se echó a reír.
–Lo mismo digo, Macy. La enfermera te traerá el alta dentro de un rato y podrás marcharte.
El médico estaba ya casi en la puerta cuando Macy le dijo de nuevo:
–Gracias. Su duro trabajo supone una gran diferencia en mi vida.
–De nada –le respondió él antes de marcharse.
El teléfono móvil de Macy vibró al recibir un mensaje de texto. Era de su padre: «¿Qué tal ha ido todo?».
Ella pensó en su imagen, aunque sabía que en esos momentos era mucho más que una cara bonita. A pesar del milagro que había realizado el doctor Webb con su rostro, jamás sería la misma.
«Todo bien, papá», respondió.
«Seguro que estás mejor que bien. Nos vemos esta noche en casa».
«Hasta luego».
«Te quiero, mi niña».
«Te quiero, papá».
Su padre y ella estaban más unidos que nunca. Después de que su prometido, Benjamin, la hubiese dejado mientras todavía estaba en el hospital, solo había podido apoyarse en su padre. El accidente de tráfico le había quitado todo lo que tenía.
Pero volvía a ser la de antes. O eso esperaba. Estaba preparada para volver a volar sola y sabía que tenía que abandonar el nido paterno.
La enfermera le llevó el alta y salió de la consulta. Y, por primera vez en mucho tiempo, no se puso inmediatamente las gafas de sol para ocultarse el rostro.
Abrió la puerta del vestíbulo y chocó contra un hombre. Este la agarró de los hombros para que no se cayese.
–Gracias –le dijo, mirando a los ojos más azules que había visto en toda su vida.
Era Christopher Richardson… con el que había salido en el instituto y con el que había roto porque su padre le había pedido que lo hiciera.
Hacía casi catorce años que no se veían y Macy se sintió… como si no hubiese pasado el tiempo. Chris estaba igual de guapo que en el instituto.
–Macy. Algunas cosas no cambian nunca y tú estás cada vez más guapa –comentó él con cierta ironía.
Ella se ruborizó al pensar en cómo lo había dejado tirado.
–Si no me has visto desde el instituto.
–Es verdad. Cuando una mujer me da boleto, intentó no mirar atrás –le dijo él–. ¿Qué haces aquí?
Macy se preguntó si debía disculparse por lo ocurrido catorce años antes. Sabía que se lo debía.
–Yo… tuve un accidente hace un par de años –le respondió.
Luego se maldijo, podía haberle dicho que iba como voluntaria a la unidad de quemados.
–Sí, algo he oído. ¿Y ya estás bien?
Ella asintió.
–Cada día mejor. ¿Y tú, por qué has dejado la gran ciudad para venir a Royal?
–Mi madre está hospitalizada, pero voy a volver a Royal a reformar el Club de Ganaderos de Texas.
–Vaya –dijo Macy. No se le ocurrió otra cosa. Tal vez Chris pensase que todavía medía a la gente por el volumen de su cuenta bancaria.
Decidió cambiar de tema.
–Espero que tu madre esté bien.
Recordaba a Margaret Richardson como una mujer muy amable y que adoraba a su hijo.
–Va a ponerse bien. Tiene un problema cardiaco, pero los médicos la están cuidando –respondió Chris.
Entonces se hizo un incómodo silencio entre ambos. Chris estaba muy sexy mientras que ella se sentía magullada, estropeada.
–¿Dónde vives ahora? –le preguntó Chris por fin.
–Con mi padre, en el rancho.
Después del accidente, no había tenido otra opción.
–Me sorprende, pero supongo que tiene sentido –dijo él.
–Volví a la ciudad hace poco –le contó ella.
Sabía que no tenía que justificarse ante nadie, pero con Chris sintió la imperiosa necesidad de hacerlo.
–Qué raro. Supongo que siempre pensé que encontrarías a un chico rico y te casarías con él –comentó Chris, pasándose una mano por el pelo rubio.
–Me dejó cuando se dio cuenta de que no era la belleza texana con la que había soñado –respondió Macy con naturalidad.
–Qué perdedor –dijo Chris.
Ella se echó a reír.
–Era un hombre muy respetable, de una buena familia.
–Si no fue capaz de hacerte feliz, es un perdedor. Yo siempre te quise como persona.
–Vaya, gracias, Chris. Eres justo lo que me ha recetado el médico.
–La verdad es que, ahora que estoy aquí, me vendría bien la opinión de alguien que vive en Royal para saber qué está pasando en el club. ¿Cenarías conmigo esta noche?
Ella se lo pensó un minuto, a pesar de saber que sí que quería cenar con él.
–Por supuesto. Y, con un poco de suerte, te presentaré a la que será la próxima presidenta del club, Abigail Langley.
–He oído que todas las viudas e hijas de miembros del club están haciendo campaña en su favor. Esa es precisamente la información que necesito antes de ponerme manos a la obra.
–Es verdad. Ya va siendo hora de que las mujeres y los hombres sean iguales en el Club de Ganaderos de Texas. Mi padre y sus amigos todavía no saben lo que van a hacer. Tex Langley fundó el club hace cien años y, desde entonces, siempre habían tenido a uno de sus herederos como miembro. Cuando el marido de Abby falleció, decidieron hacerla a ella miembro honorario.
–Yo no me voy a meter en eso. Solo soy el promotor inmobiliario. ¿Qué te parece si quedamos a las seis y media? Si vas a estar en casa de tu padre, ya sé la dirección.
–Me parece perfecto. Hasta luego.
Macy se alejó consciente de que Chris la estaba observando. Por fin empezó a notar que recuperaba la confianza que había perdido después de que Benjamin la dejase. Quería fingir que era porque no tendría que volver a operarse, pero en el fondo sabía que era gracias a Chris.
Chris Richardson había jugado en el equipo de fútbol del instituto, lo que, en Royal, Texas, convertía a cualquier chico en algo parecido a un dios. Por aquel entonces, ella había estado acostumbrada a conseguir todo lo que se proponía, así que Chris había sido suyo al final del penúltimo año de instituto. Habían salido juntos en verano y al volver a clase, pero después su padre la había obligado a terminar con la relación.
Harrison Reynolds no había querido que su hija saliese con un chico cuyo padre trabajaba en la petrolera, quería que saliese con el hijo del dueño de la petrolera. No quería que saliese con un chico cuyo padre no era miembro del Club de Ganaderos, lo que significaba que él tampoco lo sería nunca.
Echando la vista atrás, Macy deseó haber sido diferente y haber luchado por Chris, pero no lo había hecho y, en ocasiones, se preguntaba si le habría hecho falta el accidente para cambiar.
De lo que sí estaba segura era de que nunca se había olvidado completamente de Chris y de que se alegraba de que hubiese vuelto a Royal.
Chris vio alejarse a Macy. El balanceo de sus caderas y sus increíbles piernas le recordaron por qué se había marchado de Royal al terminar el instituto. Al padre de Macy le había dado igual cómo jugase al fútbol por entonces, porque no procedía de la familia adecuada.
Pero en esos momentos estaba allí para ver a su madre y para trabajar en la reforma del Club de Ganaderos de Texas. Uno de los clubes más lujosos y exclusivos del estado, al que solo podían acceder las familias con el pedigrí y la cantidad de dinero adecuados. Su padre no había tenido ninguna de esas dos cosas, aunque, en esos momentos, él tuviese más dinero del que hacía falta para comprar el club.
Tomó el ascensor hasta el sexto piso y preguntó por la habitación de su madre en el control de enfermería. Atravesó el pasillo, abrió la puerta y la encontró sentada, viendo la televisión.
–Hola, mamá.
–¡Chris! Pensé que no ibas a llegar nunca.
Su madre buscó el mando a distancia, pero Chris estaba a su lado antes de que lo encontrase. Le dio un fuerte abrazo y un beso. Y el mando. Ella quitó el sonido, que estaba muy alto, ya que no oía tan bien como antes.
–Es una exageración, mamá, hasta viniendo de ti. Mira que caerte para que venga a verte. Sabías que iba a venir de todos modos el fin de semana por lo del Club de Ganaderos de Texas.
Ella sacudió la cabeza y sonrió.
–Supongo que Dios ha decidido que te necesitaba antes del fin de semana. ¿Cómo has tardado tanto tiempo en llegar?
–Me he encontrado con Macy Reynolds.
Su madre se puso más recta. Nunca le había gustado que Macy lo dejase.
–¿Y qué le has dicho? –quiso saber Maggie.
–Nada, solo hemos estado charlando un poco. Voy a cenar con ella esta noche –le contó Chris, intentando no darle importancia.
Pero aquella era su madre y lo conocía mejor que nadie en el mundo.
–¿Te parece sensato?
Él se encogió de hombros.
–No tengo ni idea, pero seguro que es divertido. Ha cambiado.
–Ya me enteré de lo del accidente –comentó Maggie.
–¿Qué ocurrió? –le preguntó Chris mientras tomaba una silla y se sentaba cerca de la cama de su