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Tristán E Isolda
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Libro electrónico228 páginas3 horas

Tristán E Isolda

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Tristán e Isolda

JD Smith

La historia de una promesa. La leyenda de un amor.

En una tierra llena de niebla y de pueblos desesperados, Tristán pelea para defender a Britania oriental de la invasión sajona. En el despertar de la batalla, vuelve a Cornualles portando graves noticias, provocando un cambio en el orden de poder.

Mientras Tristán defiende el este, su tío, el rey Marcos, enfrenta al enemigo que se encuentra al oeste, más allá del mar: Los Escudo de Sangre irlandeses. Marcos está decidido en unir los pueblos de Britania e Irlanda y forjar una alianza que permitiría ver el final de la guerra y el comienzo de la paz.

Isolda, hija de reyes irlandeses y una mujer de sangre, se resigna a su inevitable destino: casarse con el señor Morholt. Un duelo sangriento cambia el curso de su vida, provocando que se encuentre parada en las costas de Cornualles trayendo posibilidad de paz. Pero cuando pierde su corazón en un hombre y se casa con otro, su futuro, junto con el de Britania, se vuelve gris.

Tres personas y una esperanza que nunca se extinguirá. Esta es la historia de una promesa. La leyenda de un amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2015
ISBN9781507101858
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    Tristán E Isolda - Jd Smith

    Para Marcus, un gran lector, que quizás algún día lea este libro.

    Quédate tranquilo que a pesar de ser una historia de amor, también hay espadas.

    PARTE UNO

    Las promesas son una muestra de fe cuando la duda eclipsa a los hombres,

    un reflejo de la persona que deseamos ser,

    y una unión hacia un camino que deseamos tomar.

    Es éste el que probablemente se conserve.

    Capítulo 1

    Tristán

    El sonido de las hojas se expande desde el denso bosque a pesar de que el viento se detuvo. Nos rodea la blanca niebla. Me tenso para que los escalofríos no se apoderen de mi cuerpo. Hay una lluvia fina, pero cuando paso una mano por mi cabello, compruebo que en él hay tanta agua como en los arroyos en primavera. Mis pisadas se arrastran entre la hierba y el fango mientras elegimos nuestro camino a través de la maleza.

    A mi lado esta Rufus, que observa a nuestros soldados marcar el territorio. Su expresión parece ser indiferente dado que trata de parecer tranquilo.

    -No puedo creer que esta escoria de los sajones se hayan trasladado a esta parte del lejano oeste. ¿Quién lo hubiera pensado cuando éramos niños, eh?

    Solo dieciséis Todavía un niño, me parece. Y solo tengo tres años más.

    -Ojalá estuviéramos en Cornualles en vez de estar en este desierto -continuó-. Extraño la costa, la brisa marítima y las comidas decentes.

    Cuando miro alrededor, me doy cuenta del poco conocimiento que tengo de estas tierras y lo extensas que son. Nunca estuve tan al oeste en mi vida de lo que estamos ahora. Nos llamó nuestro vecino, el Rey de Dumnonia, para proveer una defensa y con suerte, empujar a los sajones de vuelta. Me dijeron que más allá de aquí yace Atrebatia y Lundein, pero ningún bretón ha pisado ninguna de estas tierras desde que los invasores la conquistaron.

    -Creo que este invierno es más duro que el anterior -dice Rufus-. No puedo sentir mis pies. ¡Espero que los bastardos lleguen hoy antes de que se me congelen!

    Asiento con la cabeza distraídamente. Escucho un sonido a la distancia. Pareciera que fuera el sonido de unos cuernos, pero no estoy seguro. Algunos dicen que después de un tiempo, tu mente te puede engañar. El frío y la quietud de la espera dejan que los pensamientos corran libremente.

    La niebla del terreno y el humo del aliento parecen lo mismo. Rufus está en lo correcto: Ya no puedo sentir mis pies, a pesar de las capas de tela que me envuelven. De pronto sé lo que escucho. Los cuernos... y los golpes de tambor.

    -Tu silencio me preocupa -dice Rufus.

    -No hables muy alto.  El enemigo está cerca -La cara de Rufus está blanca y sus ojos están bien abiertos mirando al amanecer.

    -¿Estás seguro?

    -Escucha. ¿Puedes escuchar los tambores? -Muevo mi cabeza de un lado a otro, tratando de determinar la ubicación del sonido. Rufus cae en silencio y también escucha. Siento a otros soldados olfateando el aire, sintiendo que los sajones se acercan. 

    -Puedo oírlos -dice.

    -Son unos cobardes -susurro-. Vienen por los bosques para golpear y retirarse. Con un arroyo a nuestra izquierda  y un terreno irregular a la derecha, no podemos rodearlos desde aquí.

    Mientras hablo el bosque comienza a brillar y emergen unas figuras oscuras.

    -Dios, tienes razón. ¿Por qué no estás dando las órdenes, eh? Los comandantes dumnonianos dirigen como mujeres.

    Yo sé como él se siente. La seguridad de cada hombre depende de las habilidades de los guerreros que estén a su lado y del comandante. Aquí somos todos hermanos y debemos confiar entre nosotros. Pero ¿cómo fiarse en los dumnonianos? Dejan que los invasores entren en sus tierras y ahora necesitan nuestra ayuda. ¿Cómo vamos a quedarnos tranquilos ante esa actitud?

    -Deja de preocuparte -le digo-. Este es territorio dumnoniano. Estaremos en casa pronto.

    -Ojalá pensara lo mismo que tú. 

    En la quietud del aire se hace más evidente la formación de hombres en el límite del bosque. Rufus jala de mi brazo. 

    -Debemos volver y reportar el progreso.

    Aumenta el volumen de las voces del enemigo, quieren que nuestro ejército las escuchen. Desean sembrar miedo en nuestros corazones y hacer temblar a los hombres que sostienen nuestras espadas.

    Coloco mis manos bajo mis brazos para que estén listas en el momento que necesite empuñar mi arma. La desenvainé varias veces hoy para asegurarme de que no se atasque en la funda. El acero es romano. Éste es mejor forjado que todo el hierro de Britania.

    -Vamos antes que nos vean -le digo, mientras que las señales se repiten una y otra vez entre los soldados distantes, apenas visibles en la niebla.

    Nos desplazamos de vuelta hacia nuestros montes.

    -Tuvimos suerte -dice Rufus-. Enfrentamos a los sajones tres veces este verano. Hemos escapado las tres veces con nuestras vidas. ¿Piensas que podemos volver a hacerlo? -Sonríe como un tonto confianzudo. Conozco esa mirada, en esa sonrisa perduran la duda e incertidumbre.

    -¿Por cuánto tiempo tendremos el favor de los dioses? Por lo menos unas pocas batallas más, con suerte -Su expresión decae.

    -Escúchame, Rufus, escúchame cuidadosamente -se desliza y yo tomo su brazo para sujetarlo fuerte-. ¿No somos mejores luchadores que los dumnonianos? -Él asiente con la cabeza-. Entonces si caemos, caeremos últimos y fuertes. Eso es todo lo que tienes que saber. Mientras tanto, diviértete.

    Estoy seguro que creo en mis propias palabras. Son más las veces que he herido a mi primo con espadas de madera que levantado del suelo luego de una caída o consolado las chicas cuyos corazones él había roto. No le quiero mentir. Nunca podría torcer la verdad como lo hacen otros hombres. Pero el pequeño Rufus me necesita. Necesita que yo sea fuerte. ¿Por cuánto tiempo un hombre puede permanecer en batalla antes que lo anormal se torne en contra de él? La suerte estará de nuestro lado por unas semanas más. Luego se desvanecerá, como todo en este maldito mundo.

    Alcanzamos a los caballos. El mío bufa irritado cuando pospongo el pastoreo mientras me elevo en la montura y arrastro las riendas para hacer girar a la bestia.

    -Apúrate, Rufus.

    No me gusta estar tan cerca del enemigo. Sus maneras son extrañas. Frotan su piel con grasa apestosa y aúllan como perros. Escucho sus voces y gemidos que hacen eco a través de la maleza embarrada del terreno. Mandarán sus propios soldados adelante y no los quiero tan cerca de ellos.

    Rufus desliza su pie hasta el estribo. La impaciencia me atrapa hasta que finalmente se entrega y nos alejamos, mientras que las pisadas de los caballos se deslizan en la tierra mojada.

    Nuestros guerreros rompen filas a ambos lados de un camino romano. Muchos levantan la bota de aguamiel hacia sus labios para que su coraje se encienda, sospechando que éste será el día de la pelea, o también para calentar la sangre y evitar el frío que cosquillea las articulaciones. Los rostros se ven grises, sucios y cansados mientras nos miran expectantes. Los sirvientes se hacen cargo de nuestras monturas mientras Rufus y yo caminamos entre la multitud de hombres sin hablar con ninguno. Estoy seguro que ellos saben las noticias que traemos. Pero tendrán que esperar, el rey Geraint debe oírlas primero.

    El rey dumnoniano está con sus consejeros. Escuchan a otro soldado mientras que la cabeza del rey se mueve de arriba hacia abajo analizando como el hombre da su reporte, diciendo que parece que los invasores no llegaron a las tierras del norte hasta ahora. Cuando el soldado termina, el rey sacude su mano y lo acompañan hacia la puerta. Geraint hace seña para que Rufus y yo nos acerquemos.

    -¿Qué hay de nuevo, Rufus? -Mira a mi primo fijo a los ojos, muy serio. Sus ojos están un poco cerrados, y su rostro consumido por la preocupación. Me dijeron que ya no come debido a que un tumor dentro de su estómago deja poco espacio para algo de alimento.

    Mi primo me observa, pero Geraint no se dirige hacia mí, y Rufus tiene que probarse a sí mismo.

    -El ejército se ha movido, mi señor. Nos están esperando en el límite del bosque, media milla al este -Rufus hace una pausa-. Hay un arroyo a un lado y suelo rocoso al otro. Si los enfrentamos ahí, no podemos rodearlos -Habla con seguridad y sonríe para sus adentro al recordar mis palabras.

    El rey Geraint mira al piso, y luego alrededor, a los hombres afilando sus espadas, limpiando sus armaduras, preparando el desayuno sobre las brasas todavía encendidas desde la noche anterior.

    -¡Maldición! -murmura el rey-. Condenen a los paganos a un infierno cristiano, a cada uno de ellos.

    Me estremezco ante su uso de pagano cuando todavía son tantos los hombres de Britania que adoran a los viejos dioses, pero no digo nada.

    -Debemos enfrentarlos hoy -dice otro hombre gruñendo. Una cicatriz corta su barba en dos y solo tiene tres dientes en esa boca salvaje-. Ya están demasiado cerca de nuestro territorio. No podemos soportar otra derrota de Dumnonia.

    Acaricio mi espada otra vez. Sé que lo hago de costumbre, es que necesito estar listo. El día pasa. Todavía no subió el sol y se siente el frío de la mañana.

    -¿Hay algún camino alrededor del bosque? -pregunto.

    -No deberíamos separar nuestras fuerzas -gruñe el hombre de la cicatriz.

    -¿Quien habla de separarla? –contesté-. Separar unos hombres para que parezca que estamos situados aquí, y mover todos nuestros demás guerreros hacia su retaguardia. Aislarlos de su propia gente y hacer una señal para que veamos cómo hacen su retirada hasta el verano.

    Todos me miran. Encojo mis hombros y giro, como si mis palabras fueran solamente una sugerencia sin importancia.

    -¿Cuál es vuestro nombre? -pregunta el rey.

    -Tristán

    -¿Vuestro padre?

    -No tengo padre -las palabras me son tan familiares que no pienso en su significado cuando hablo. La mirada de Geraint se endurece mientras espera.

    -Mi tío, el rey Marcos, responde por mí.

    -¿Tratáis de distraerme, Tristán, sobrino de Marcos? -dice el rey, mientras sus ojos cansados parecen irritados y las líneas de su frente profundas-. ¿Qué retiremos nuestros hombres y les dejemos a los sajones el camino despejado?

    -No, mi señor.

    El aliento del hombre con las cicatrices se expande como si fuera un conjunto de plumas mientras está parado junto a Geraint.  Las llagas de sus mejillas caen desde las sienes hasta su barba

    Miro a Rufus para tranquilizarlo, ya que sé que está nervioso.

    -Tu padre estaría de acuerdo -le dije -, si estuviera aquí.

    -Marcos no está aquí -contesta en rey de Dumnonia levemente, mientras sacudía una mano para que los soldados nos rodearan-. Él no considera que nuestra causa valga la pena su atención personal. Él mismo no vino.

    Las palabras de Geraint pueden parecer suaves, pero sus hombros cubiertos por pieles son enormes y la espada en su cintura tiene su propósito. No quiero hacerlo enojar

    -Mandó a su hijo -contesto, señalando a Rufus-, y a mí, mientras él se enfrenta a la amenaza irlandesa en nuestra propia tierra. No puede daros más.

    Geraint arrastra su mano por su barba sin respuesta. 

    Rufus tenía razón: Ojalá los cornualleses estuviera al mando.

    Ojalá Marcos estuviera aquí.

    Capítulo 2

    Isolda

    Estoy tendida en la costa arenosa. Mis ojos están cerrados y mi cabello está lleno de arena. El viento arrastra el rocío que seca mis labios. Lo saboreo: salado, abrasivo, limpio. Las gaviotas chillan sobre mi cabeza. Siento frío y el suelo, el aire y mis prendas están completamente húmedas. Tiemblo. Cierro los ojos con más fuerza. Contengo las lágrimas. Prevengo que dejen más sal en mis mejillas.

    A la distancia se oye la llamada de mi madre. El viento trae su voz y mi nombre distorsionado. El amanecer vino rápido. Estoy aquí desde las primeras horas. Se preocupa por mí, o quizás siente culpa. 

    No le contesto, ya me va a encontrar. Pienso en la celebración que va a comenzar cuando nuestros hombres estén en casa, la comida, la bebida, el baile y la música. Voy a tocar el arpa como lo hago siempre. Vamos a lanzar al aire las monedas que nuestros guerreros trajeron, y escuchar como tintinean y rebotan contra el suelo de nuestro salón de fiestas. Vamos a dormir luego de que nuestros estómagos estén llenos y nuestros ojos cansados, y al día siguiente estaremos alegres una vez más.

    Se acerca mi madre. Ella tiene el pelo largo y blanquecino como el mío, que se agita a través de su rostro, y sus polleras se adhieren a sus piernas mientras camina a lo largo de la costa hacia donde estoy acostada. Puedo ver su irritación incluso desde esta distancia. Mientras se acerca veo su ceño fruncido y sus labios firmes.

    -Todos te han estado buscando. Pensé que te había llevado la marea y te habías perdido en alguna tierra extranjera -dice, acercándose.

    Me paro, me sacudo la arena y la ropa. Me tambaleo un poco. Estuve acostada por mucho tiempo y mis extremidades están privadas de energía, mi cabeza me da vueltas. 

    -¿Dónde has estado? -me demanda mirándome fijo.

    -Aquí. Estuve aquí todo el tiempo.

    -¿Toda la noche? -No le contesto. No tiene sentido. Ella no quiere excusas. Ella quiere estar enojada. Entonces la dejo estarlo.

    -Háblame...

    -Vi como la noche moría al aparecer el sol.

    -No vas sola a ningún lado -me dice-. Te vas con tu virtud y con cualquiera de nuestros guerreros a cualquier lugar. No puedo tenerte deambulando las costas sola en la noche, o en cualquier otro momento del día.

    -Como tú digas, Madre.

    -Nuestro señor no soportará tus modos independientes, tu egoísmo y tu desobediencia -me dice. Sabía que esa era la razón de su impaciencia. Está preocupada por el temperamento de nuestros señores sobre todas las cosas.

    De seguro luzco cansada por sus palabras, a lo que continúa:

    -Nuestra posición no es segura. No hasta que sea rey y tengas a su heredero en tu vientre. Solo entonces tendremos nuestra posición dentro del pueblo.

    Me estremezco ante sus palabras. Cuando nuestro señor regrese esta vez, voy a ser su esposa. Haré lo que se me pide hacer, rendirme al hombre que lidera a nuestra gente. Me honra haber sido elegida sobre otros que se sientan junto a nuestro guerrero más fuerte.

    Morholt

    -Nuestros tíos fortalecen nuestra seguridad -respondo.

    -No seas estúpida, niña. -Su voz perfora el viento tan agudo como el sonido de las gaviotas-. Ellos gobiernan el norte. Morholt tiene un entendido con ellos solo porque no tienen hombres suficientes para dirigir estas tierras sureñas, y ninguno de ellos está interesado. Te aseguro, el poder de Morholt en estas partes se incrementa con cada viaje a Britania. Los tiene retorciéndose en lo que queda de su lamentable isla.

    Caminamos un rato en silencio. Pienso en Morholt, como toma a las doncellas de nuestro pueblo y se las lleva a la cama. A veces las escucho, gritando, llorando y gimoteando. No puedo imaginarme lo que hace con ellas, no me animo. Pero por las mañanas sus rostros se ven hinchados y con moretones, con la piel arañada y los cuerpos cubiertos de sangre. Ellas no van a hablar de ese tema. Tienen miedo, igual que yo.

    Mi seguridad estaba garantizada cuando mi padre gobernaba estas tierras. A mi madre todavía la nombran reina, pero ya no tiene ningún poder, no hasta que la unión que busca esté completa. Yo soy la hija de una reina. Entonces él ha estado

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