El Hijo Del Zapatero

Por Gayle Ramage

1807. Siendo todavía un pequeño, Brogan O'Malley se encuentra con la extraña y enigmática Darcy en las calles de Edimburgo. Diez años después, Brogan, convertido en ladrón de poca monta, la encuentra una vez más y se sorprende al notar que no ha envejecido ni un día.
Transcurren otros diez años más, corre el año 1827 y la vida de Brogan ha empeorado. Está a punto de involucrarse con los inescrupulosos ladrones de cadáveres William Burke y William Hare, y la reaparición de la siempre joven Darcy llevará a Brogan a descubrir un secreto que cambiará su vida para siempre.

• Idioma: Español
• Editorial: Babelcube Inc.
• Fecha de lanzamiento: 8 dic 2014
• ISBN: 9781633397811

Vista previa del libro

autora

EL HIJO DEL ZAPATERO

(Precuela #2 de la colección Asesinos en el tiempo)

Por Gayle Ramage

Publicado por Smashwords

Copyright 2011 Gayle Ramage

Licencia

Se otorga la licencia de este libro al lector únicamente para uso personal. Este libro digital no debe ser revendido o entregado a otra persona. Si quisiera compartirlo con otras personas, compre una copia adicional para cada uno, por favor. Si está leyendo este libro sin haberlo comprado, o si no ha sido comprado únicamente para su uso personal, por favor diríjase a Amazon.co.uk y compre su propia copia. Gracias por respetar el trabajo de la autora.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido a gente real, viva o muerta, es mera coincidencia.

Sin embargo...

William Burke, William Hare y la señora Hare fueron personas reales, pero la autora ha empleado la licencia creativa donde lo ha considerado necesario.

Sobre el libro

Cuando Brogan O’Malley se encuentra con una mujer extraña y enigmática en las calles de la Edimburgo del siglo XIX, no le da demasiada importancia. En el transcurso de veinte años, vuelve a encontrarla y, cada vez, ella parece no haber envejecido ni un día. Ahora, en su último encuentro, Brogan se encuentra solo y sin dinero, y es entonces cuando descubre un secreto que cambiará su vida para siempre.

#####

1807

—¡Brogan!, ¡Brogan!

Aún en medio del bullicio normal y cotidiano de la ciudad, Brogan era capaz de distinguir el agudo sonido de la voz de su madre, con su acento irlandés, acercándose. Se quedó donde estaba, oculto de la vista de todos debajo del puesto del carnicero, apretándose la nariz para protegerse del olor a carne fresca.

—¡Brogan Michael O’Malley, si no me contestas ahora terminarás durmiendo en la calle hoy por la noche!

Vislumbró el cabello con vetas plateadas de su madre entre el gentío que caminaba por la calle principal. Sacudía la cabeza de un lado a otro, como un cuervo, buscándolo. Él no respondía. Todo lo que lo esperaba en casa era una paliza de su padre. Además, no lo asustaba estar en las calles pasado el anochecer. Después de todo, ya tenía casi doce años. Lo suficientemente grande como para manejarse solo, sin dudas.

Esperó a que su madre se hubiera alejado y se arrastró fuera de su escondite. El carnicero, un hombre tan grueso y rosado como su mercancía, no se percató de la súbita aparición de Brogan al lado de la mesa, como tampoco había notado cuando el muchacho se había deslizado allí en primer lugar. Por un momento tuvo la intención de llevarse una de las piezas de carne; pero la imagen de un muchacho al que conocía siendo colgado en la horca semanas antes por robarse una hogaza de pan lo hizo cambiar de parecer. En lugar de ello, se mezcló con la oleada de gente que caminaba cuesta arriba por la calle empinada que llevaba al castillo. Había habido una ejecución y el gentío todavía estaba dispersándose. Algunos se detenían a examinar los artículos ofrecidos por los vendedores en los puestos que habían armado esa mañana temprano. Brogan no se había molestado en ir a ver la ejecución. Cuando ves una, es como si las hubieras visto todas. Además, habría pasado la mayor parte del tiempo saltando de un lado a otro, tratando de ver por sobre la cabeza del resto. A veces no era nada divertido ser pequeño.

La estatua de Carlos II montado a caballo era una de las más antiguas de la ciudad. Se encontraba en el centro de la Plaza del Parlamento, frente a la catedral de San Gil. Brogan se apoyó contra la baranda que rodeaba la estatua, preguntándose qué travesura podría hacer. La decisión fue tomada por el clima cuando, segundos después, se desató un diluvio. Esquivando el amontonamiento de gente que se precipitaba para evitar empaparse, Brogan cruzó el camino y buscó refugio en una de las calles techadas sin salida que nacen en la calle principal. Llegó justo en el momento en que dos mujeres pasaban corriendo y chillando como si las gotas de lluvia fueran dolorosas al tacto. Las nubes eran de un gris espantoso, lo que indicaba que el mal tiempo había llegado para quedarse.

—¡Por Dios! —exclamó una voz a sus espaldas.

Brogan dio un salto.

—No me mintieron sobre el clima escocés, ¿no? Es