La ciudad sintética
Por Julie Farrell
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"La ciudad sintética" es una novela corta, que sigue las aventuras de Ruby mientras intenta escapar y liberar su mente de los complejos aparatos de control de la ciudad Domo, donde tanto el aburrimiento como el pensamiento libre son un crimen, y el sexo y el amor están prohibidos.
A salvo del mundo post-apocalíptico del exterior, la vida en el interior de la ciudad Domo se resuelve alrededor de la histéria colectiva por las celebridades, la efusión de la televisión pública y placer a corto plazo. Todo lo que ocurre en el Domo queda grabado, convirtiendo la vida en una especie de videojuego. Después de que Ruby accidentalmente dejara de tomar la droga del sueño, se ve inmersa en un hormiguero de insatisfacción y se da cuenta de que la vida es mucho más de lo que el gobierno de la Alianza impone.
Junto al deseado Harry Heaven empezará su camino hacia una libertad distinta de la que se respira en la ciudad, una libertad alejada de sus calles.
Esta excitante novela, inspirada en la gran obra de ciencia fícción 1984 de Orwell, entrecruza el arte de la narración distópica con una historia verdaderamente romática.
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Comentarios para La ciudad sintética
3 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Novela muy recomendable, que te hace reflexionar y te transporta a Domo rápidamente. El componente romántico acaba de ligar la trama, que te atrapa hasta que terminas el libro.
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La ciudad sintética - Julie Farrell
La ciudad sintética
El Centro Comunitario Doce palpitaba como un programa de tertulias de la televisión basura. Manos pegajosas daban palmas con ritmo desenfrenado. Se sentía el golpear de botas contra el suelo. Los cantos alcanzaron un frenesí.
—¡Ha-rry! ¡Ha-rry! ¡Ha-rry!
El maestro de ceremonias sabía perfectamente cuando tenía que soltar a la bestia.
—Ciudadanos, deeeen la bienvenida al anfitrión de nuestra sesión de confesiones de hoy: ¡Harr-eeeey Heaven!
Se abrió el telón para revelar a Harry el rompecorazones en pose de modelo de catálogo. Veinticinco años, delicioso y mortal. Los fans se asfixiaban entre sí con vítores de adoración al verlo avanzar por el escenario chocando palmas con el público y lanzando besos a los creyentes. Una mujer gritó. Otra se desmayó. Harry, profesional como siempre, ignoró la demencia y se mostró ante su público, absorbiendo en silencio su pasión.
—¡Cómo me gustaría reventarle la cara a ese idiota con un ladrillo!
Ruby se giró para ver quien había dicho eso, pero lo único que vio fueron caras extasiadas, babeantes. No habían echado ni pegado a nadie, lo que quería decir que la voz había venido de su propia cabeza. Raro. Esto es lo que pasaba cuando dejabas de tomar las pastillas para dormir, puede que hubiese llegado el momento de recuperar rápidamente la dosis diaria.
Harry se colocó una mano en la cintura.
—¡Bienvenidos al Show de Confesiones del Miércoles!
—¡Ha-rry! ¡Ha-rry! ¡Ha-rry!
Harry acalló a la multitud con un movimiento de cabeza.
—Gracias. Ahora ha llegado el momento de que seáis vosotros las Super Estrellas. ¡Qué suban los primeros cinco participantes!
Llamaron a Ruby. Echó un vistazo a su reflejo en la pared de espejos y vio su piel inmaculada, pestañas postizas, los labios rojos y el pelo brillante. Casi perfecta. Cogió una aguja de su bolso y se inyectó un poco de colágeno en las mejillas. ¡Ahora sí! Ahora estaba exactamente igual que las muñecas drag-queen que se movían a su alrededor, hombres y mujeres por igual.
Ruby hizo una mueca por el sabor a jabón en su boca y se dirigió al escenario junto con los otros, pelándose por la segunda silla de la fila. Un hombre que ella conocía de su bloque de apartamentos se quedó de pie, listo para confesar. Un evento similar tenía lugar en cada centro comunitario de la Ciudad Domo, con otro puñado de Super Estrellas como huéspedes. Mañana miles de ciudadanos perderían su precioso tiempo viendo este circo; se podía desperdiciar la noche entera inmersa en los primeros planos de las confesiones de desconocidos. Sólo con verlo, Ruby se sentía violada.
Harry Heaven levantó su ceja perfectamente delineada.
—Rajan Singh, ¿en qué siniestralidades has estado tú metido esta semana? ¡Habla, habla, habla!
Rajan se retorció las manos.
—Tengo que confesar que esta semana he echado de menos a mis hijos.
La multitud vociferó. Harry hizo un chasquido con la lengua.
Rajan suplicó:
—Sé cuánto perfectas son las cosas ahora que la Alta Casa se ocupa de ellos, pero los echo de menos. Sé que es deshonroso por mi parte, pero antes he deseado que volvieran los tiempos anteriores. ¡Lo siento!
Harry fulminó a Rajan con la mirada.
—Tú, desagradecido trozo de mierda.
—¡Ha-rry! ¡Ha-rry! ¡Ha-rry!
Harry se abalanzó sobre la audiencia.
—Ciudadanos, hacednos un favor, recordad a Rajan porqué la gloriosa Alianza ha abolido el arduo trabajo de