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Alejandro. La arrolladora marcha de la falange
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Libro electrónico136 páginas3 horas

Alejandro. La arrolladora marcha de la falange

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Esta es la historia de Alejandro III, rey de Macedonia, conocido también como Alejandro Magno, cuyas cualidades para la acción fueron demostradas desde muy joven. Descolló por la organización y el adiestramiento de sus tropas, así como por su talento para idear estrategias y responder con ingenio y creatividad en el mismo campo de batalla, pero también por la creación de obras de asombrosa ingenieria para sitiar ciudades, demostrando una avanzada vision geopolítica para asimilar las culturas de los pueblos dominados. Es considerado uno de los más grandes genios de la guerra de todos los tiempos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 dic 2012
ISBN9781939048769
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    Alejandro. La arrolladora marcha de la falange - Gabriel Sanchez

    Introducción

    Capítulo 1. Infancia del centauro

    En el nombre del padre

    De filósofos, dioses y herejes

    Bucéfalo: la alianza primera

    Capítulo 2. El guerrero Alejandro

    La muerte de Filipo

    Un joven rey

    La tradición militar macedónica

    Los persas y el Peloponeso

    Persia en el horizonte de Alejandro

    Inicio del periplo

    Capítulo 3. Falanges que apuntan a oriente

    Conformación de las tropas

    Quién era quién

    Tácticas, estrategias y armas

    Los recursos de Darío III

    Capítulo 4. Las batallas de Gránico e Issos

    Vicisitudes de un guerrero

    Primer duelo con Darío III: Issos

    Derrota y huida

    Capítulo 5. El nudo gordiano, Tiro y Gaza

    Sitiar a Tiro

    Un portento de ingeniería

    El asedio final

    El desafío de Gaza y el camino a Egipto

    Alejandría

    Capítulo 6. El ocaso del rey Darío III

    Nuevos aprestos

    Darío, el prudente

    Los fantasmas de la noche

    Gaugamela: paradigma táctico militar

    La muerte de Darío

    Capítulo7. La marcha se ensombrece

    India como misterio

    El rey Poros y la batalla de Hidaspes

    El doloroso regreso

    Capítulo8. Final de fiesta en Babilonia

    Sórdidos presagios

    Rumor de ocaso

    Un final anunciado

    Grecia sin el Magno

    El legado alejandrino

    Epílogo

    Cronología

    Bibliografía

    Introducción

    Alejandro III, el Magno o Grande, el invicto de toda guerra, es la personalidad militar cuya huella marcó con mayor hondura el mundo antiguo pre-romano. Sus batallas –una victoria tras otra– son tomadas aún hoy como piezas significativas para explicar aspectos tácticos. El manejo de tropas de Alejandro fue casi arquitectónico. Apeló al recurso de las falanges: táctica macedónica de combate, heredada de su padre y refinada por el hijo.

    Entre los veinte y los veinticinco años de edad, Alejandro hizo suyos diez millones de kilómetros cuadrados. Sus enormes conquistas llevaron a los macedonios al dominio de toda Grecia y del Oriente aqueménida con el valle del Indo: eso que se dio en llamar todo el mundo conocido. Todo esto, pues, lo convierte en el conquistador más joven de la Historia. Se lo destaca como el estratega creativo, el conquistador del Asia, arrebatada a Persia. Pero también su historia personal motiva el interés de los investigadores.

    Dos referentes básicos de la Antigüedad para abordar la vida de Alejandro vienen de los comienzos de la era cristiana. Uno de los primeros en plasmar su figura fue Plutarco. Sus observaciones coinciden en parte con las que ya recogían otros cronistas, casi melancólicos de una Grecia en extinción cincuenta años después de Cristo.

    Plutarco aborda lo fáctico, lo objetivo y la versión sobrenatural en un mismo relato, y logra un realismo con colorida carnadura. Más adelante, Flavio Arriano, quien vivió en el segundo siglo de la era, se ocupó también de Alejandro. Arriano, historiador y filósofo griego, oriundo de Nicomedia, había recibido las enseñanzas del filósofo estoico griego Epicteto, y estaba fascinado con la figura del macedonio. Siendo el propio Arriano un militar y hombre de campañas, se había criado muy cerca de la filosofía, como su personaje principal en la Anábasis de Alejandro, obra donde narra las expediciones militares asiáticas del joven rey macedonio.

    Quinto Curcio Rufo (Quintus Curtius Rufus), un escritor e historiador romano que vivió bajo el reinado del emperador Claudio, fue otro de los investigadores que se ocupó de El Magno. Lo hizo en su Historiae Alexandri Magni Macedonis, una biografía compuesta por diez libros que se han reunido en forma incompleta, pero que aportan interesantes detalles de color a la vida del conquistador y a sus campañas.

    También resultan destacables textos como los de un historiador griego del siglo I a. C. Nacido en Agirio, Diodoro Sículo, pese a ser criticado por sus colegas posteriores –se le imputó una suerte de exageración literaria en la narración de los hechos– realizó buenos aportes que ayudaron a entretejer ciertos tramos de la vida del líder macedonio.

    En un registro muy singular tenemos que incluir a Calístenes, sobrino y discípulo de Aristóteles. El caso de Calístenes es notable, porque al convertirse en su historiador personal, trabajó especialmente durante su campaña contra el imperio persa. Su sello fue sazonar muy convenientemente las hazañas de Alejandro, tomando, por ejemplo, como un hecho que el joven rey era hijo de Zeus. No obstante ello, muchos de sus relatos tienen un interesante valor de reconstrucción histórica e, incluso, narrativo.

    Todos estos antecedentes que nos proporciona el trabajo de los cronistas antiguos, amén de la voluminosa bibliografía disponible en la que se aborda la personalidad del conquistador, resultan complementarios e indispensables para comprender la naturaleza de este hombre misterioso, de muerte temprana y vida trágica.

    El emperador, el guerrero y estratega nacido en Macedonia hace dos mil cuatrocientos años pasó a la gran Historia por ser quien más territorio conquistó en una misma campaña, en un lapso record. He aquí al Magno, el hasta hoy no superado.

    Capítulo 1

    Infancia del centauro

    Cuando la Grecia antigua, cuna de la cultura clásica, había comenzado su declinación hacia el año 356 a. C. y las guerras del Peloponeso tendían a definir un nuevo mapa, reyes o príncipes regionales buscaban reposicionarse en un panorama donde todo parecía posible. Algunos con sueños mesiánicos, otros con una codicia sencilla de satisfacer en lo inmediato, otros procurando sólo sobrevivir al reacomodamiento que atravesaban las zonas más frágiles del Occidente.

    Al sur y al este de las grandes ciudades-estado griegas, también proliferaban sueños de conquista en distintos señores de mediano poder. Uno de ellos, Filipo II, se destacó entre el resto, y consiguió una notable transformación política y económica para su pueblo. Es en aquella Macedonia, más precisamente en la ciudad de Pella, capital del reino, donde Filipo, a la par de una serie de logros políticos, ve nacer a su hijo, Alejandro, un bello varón rubio, concebido con Olimpia, heredera de Neoptolomeo el bárbaro, jefe de la tribu Molosia, habitante del Epiro.

    Olimpia era una mujer temible, de aquellas que de tiempo muy antiguo, estaban iniciadas en los misterios órficos y en las orgías de Baco, según señala Plutarco al referirse a esta peculiar señora. La madre de Alejandro, al parecer, profesaba más que las otras un gran fanatismo y:

    "… las excedía en el entusiasmo de tales fiestas, llevando a las juntas báquicas unas serpientes grandes domesticadas por ella, las que saliéndose muchas veces de la hiedra y de la zaranda mística, y enroscándose en los tirsos y en las coronas, asustaban a los concurrentes."

    El padre del primogénito reunía todas las cualidades para ser considerado una figura, fuerte e imponente. Filipo II era además–y especialmente– astuto. Había llegado a rey de manera fraudulenta, aprovechándose de las muertes sucesivas de sus hermanos mayores –los reyes Alejandro II y Pérdicas III–, las que lo convirtieron en regente de su sobrino Amintas IV, a quien le arrebató el trono. Todo esto lo hizo en muy poco tiempo. La velocidad para concretar objetivos, al parecer, sería un sello de la sangre. El joven Filipo II de Macedonia, a los veintidós años de edad había llegado ya muy lejos, ignorando que, sin embargo, su hijo lo superaría con creces. Pero esto era aún inimaginable.

    Con vocación fundacional, al asumir Filipo constituye su sagrario en Pella, su ciudad natal a unos 32 kilómetros al norte del golfo de Termos, decidido a expandir sus dominios desde allí. El hecho no es menor, ya que previo al engrandecimiento político y territorial de la mano de Filipo II, Macedonia era ignorada por la mayoría de los pueblos griegos. Sus habitantes, del mismo origen que los de la región del Epiro, hablaban una lengua similar a la griega pero más rústica.

    A diferencia de los griegos peninsulares del oeste, los macedonios eran menos apegados a la búsqueda del conocimiento racional y más afectos a leyendas, supersticiones y ceremonias. En consecuencia, sus ritos y cultura resultaban también más devocionales y legendarios respecto de sus vecinos, y se jactaban de un origen mítico: según su propia leyenda provenían de un hijo de Eolo –dios de los vientos– llamado Macedón.

    Macedonia comenzaba a trazar sus límites –un tanto imprecisos–al norte de Tesalia, la única gran llanura de Grecia. Geográficamente hablando, presentaba una configuración abrupta, con dos valles encerrados entre cadenas montañosas y espesos bosques, antes de extenderse hasta el mar Egeo a través de la península calcídica, que avanza hacia ese océano formando tres puntas.

    Las poderosas ciudades-estado que limitaban al sur de Macedonia se habían establecido en las costas del Mediterráneo, y en consecuencia gozaban de acceso fluido a la navegación, el comercio y el intercambio de culturas. Los habitantes de estas urbes desdeñaban a aquella población poco desarrollada, integrada por campesinos y algunos guerreros, en cuyo seno no había surgido ni un legislador ni un filósofo, ni un poeta de gran talla. Los notables de Atenas, Tebas y Esparta, no consideraban a Macedonia un Estado real.

    En la zona de Macedonia, sin embargo, en Estagira, había nacido el gran Aristóteles, quien sería el tutor de Alejandro, contratado por su padre Filipo II a fin de darle la mejor formación al primogénito. Aristóteles había vivido en su tierra hasta los dieciocho años, cuando se mudó a Atenas para estudiar en la Academia de Platón.

    Las tribus macedónicas eran aproximadamente ochocientas y presentaban una coordinación

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