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Atrapados en el Más Allá
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Libro electrónico325 páginas7 horas

Atrapados en el Más Allá

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Información de este libro electrónico

Un terrible accidente cambiará para siempre el destino de una familia. Una aventura con espíritus condenados, ángeles y demonios, que no te darán un segundo de respiro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 dic 2011
ISBN9789563458527
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    Atrapados en el Más Allá - Roberto Avaria

    Atrapados en el Más Allá

    A Novel by

    Roberto Avaria

    Published by Roberto Avaria

    Smashwords Editions

    Copyright © 2011 Roberto Avaria

    Dibujo Portada Copyright © 2011 Roberto Avaria

    Registro de Propiedad Intelectual: Inscripción N°:210.990

    r.avaria@gmail.com

    Smashwords Editions Licence Notes

    All rights reserved. Without limiting the rights under copyright reserved above, no part of this publication may be reproduced, stored in or introduced into a retrieval system, or transmitted, in any form, or by any means (electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise) without the prior written permission of both the copyright owner and the above publisher of this book.

    INTRODUCCIÓN

    ¿Qué tan malo puede ser un chico para ser condenado al Infierno?

    ¿Ignacio tendrá el valor suficiente para rescatar a su insoportable hermano?

    Descúbrelo en esta fantástica aventura, donde ángeles y espíritus se verán envueltos en el complot que preparan los jinetes del Apocalipsis, para comenzar el Armagedón en la Tierra.

    CAPÍTULO 1

    El presente.

    Ignacio de diez años, se encontraba detenido esperando ser enviando a las Unidades de Reencarnación. Dos ángeles armados custodiaban la entrada de la celda, pues se trataba de un prisionero peligroso.

    —No quiero qué me lleven de nuevo. Se llevaron a mi mamá y mi papá se quedó abajo. Mi hermano cayó al Abismo y nadie me cree. Yo no quise qué pasara todo esto. Todo fue culpa mía.

    Ignacio lloró desconsolado.

    —No sé qué hacer, ni a donde ir. Esto es una pesadilla. Debo despertarme como sea.

    Ignacio se abofeteó la cara y se pellizcó el brazo. Le dolió.

    Era peor que una pesadilla… Era real.

    CAPÍTULO 2

    Veinticuatro horas antes.

    —Papá, ¿falta mucho?

    —Es la quinta vez que me preguntas. Sí, falta mucho —dijo Agustín irritado.

    —Emilia, dile a ese niño que no me pregunte más. Me tiene hasta la coronilla. Llevo horas manejando y me duele la espalda.

    —Tú quisiste hacer el viaje por tierra para disfrutar del paisaje. Llevamos todo el día dentro del coche y los niños se aburren —contestó Emilia.

    —Dijiste que sería divertido —se lamentó Matías

    —¡Por qué no te quedas tranquilo como tu hermano? —dijo Agustín.

    —Matías, está jugando con el juego de video y no me lo quiere prestar —respondió Matías.

    —Ignacio. Pásale el juego a Matías, para que no moleste.

    —Estoy jugando.

    —Pásale el juego a Matías. Es una orden —dijo Agustín.

    —Solo me falta un nivel para ser campeón mundial de patineta —alegó Ignacio.

    —Ignacio ¡Pásale el juego a tu hermano de una maldita vez! —dijo Agustín mirándolo por el espejo retrovisor.

    Ignacio se rindió y le pasó el juego a Matías, quien lo tomó feliz.

    —¿Estás contento? Me regañaron por tu culpa —dijo Ignacio molesto.

    —Sí, súper —se burló Matías.

    —Ignacio, ¿tienes hambre?, ¿te paso un emparedado? —interrumpió Emilia.

    —Bueno —contestó Ignacio malhumorado.

    —Tengo de atún con lechuga y pollo con mayonesa. ¡Cuál!

    —Pollo con mayo.

    —Es el último, toma.

    —Ah, yo quiero el de pollo con mayo —se quejó Matías.

    —Mi rey, es el último ¿No quiere de atún con lechuga?

    —No, quiero el de pollo con mayo, no me gusta el atún.

    —Entonces lo partiré y les daré la mitad a cada uno, para que nadie pelee —sonrió Emilia.

    —Yo lo pedí primero —murmuró Ignacio.

    —Ignacio, Matías es tu hermano menor, tienes que cuidarlo y no pelear por un emparedado.

    —Matías siempre hace lo que quiere, y cuando lo mando no me obedece —reclamó Ignacio

    —Dije cuidarlo, no mandarlo —sonrió Emilia.

    —Sí, tienes que cuidarme, porque soy pequeñito y me puede pasar algo —se burló Matías.

    Ignacio le dio un puñetazo en el hombro a Matías.

    —¡Mamá mira!, ¡Ignacio me pegó!

    —Mamá, dile que no sea escandaloso. Apenas lo toqué —contestó Ignacio.

    —Es la última vez que los escucho pelear. A la próxima los castigaré a los dos —gruñó Agustín.

    —Es injusto, yo no hice nada —alegó Ignacio.

    —Ignacio. Dije por última vez, ¿está claro?

    —Sí papá.

    —No veo la hora de llegar a las cabañas, tengo la espalda molida.

    —Mi amor cálmate, ya llegaremos y lo pasaremos bien —respondió Emilia.

    Mientras Matías se comía la mitad del emparedado, Ignacio tomó el juego de video y se puso a jugar.

    —¡Mamá! ¡Mira! Ignacio me quitó el juego.

    —Tú estás comiéndote el emparedado —respondió Ignacio.

    —Ya terminé. Pásame el juego.

    —No, no te lo paso.

    Los niños agarraron el juego de video y ninguno lo soltaba.

    —Les advertí. No les aguantaré más sus peleas ¡Pásenme el juego! —explotó Agustín.

    Los niños siguieron peleando por el juego, ignorando al papá.

    Agustín se giró hacia los niños. Con una mano sujetó el volante y con la otra, les quitó el juego portátil.

    —¡Agustín!, ¡cuidado con el camión! —gritó Emilia.

    El coche se pasó al carril contrario. Al mirar el camino, Agustín vio un enorme camión de carga que se le enfrentaba a toda velocidad. La bocina del camión sonó una y otra vez. Agustín desesperado, giró el volante, evitando por un pelo chocar con el camión. El parachoques del camión se enganchó al coche, rasgando la puerta. Emilia y los niños gritaron aterrados. Agustín trató de controlar el volante, pero no pudo. Pisó el pedal del freno hasta el fondo, las ruedas rechinaron, el coche perdió el control y atravesó las barras de contención de la carretera. Las bolsas de aire del interior del automóvil explotaron y se inflaron. El coche comenzó a dar vueltas de campana ladera abajo, hasta quedar incrustado en un árbol.

    CAPÍTULO 3

    El humo blanco del radiador del coche no dejaba ver nada. Una rueda desencajada giraba rozando las latas deformadas del vehículo y del estanque de combustible, brotaba abundante gasolina.

    Agustín salió del coche con dificultad, tratando de mantener el equilibrio. Miró el vehículo destrozado y se colocó las manos sobre la cabeza unos instantes hasta que se acordó de su esposa y los niños.

    —¡Emilia! —gritó Agustín.

    Agustín dio media vuelta alrededor del coche y encontró a Emilia tumbada en el piso. La volteó y la remeció desesperado. Emilia abrió los ojos y gritó:

    —¡Los niños! ¡Cómo están los niños!

    —Yo estoy bien —dijo Ignacio, atontado dentro del coche.

    —Matías, ¿estás bien? ¡Matías, contéstame!

    —Matías no está aquí —dijo Ignacio.

    —Matías, ¿dónde está Matías?

    Emilia desesperada trató de levantarse pero cayó al suelo. Emilia fuera de sí, empujó a Agustín tratando que gatear por la maleza.

    —¡Matías! ¿Dónde estás? —lloriqueó Emilia.

    —Emilia, cálmate, puedes estar herida.

    —No me calmo, no me interesa si estoy herida o si tengo la cabeza rota, quiero encontrar a mi hijo.

    —¡Mamá, aquí estoy! —gritó Matías a lo lejos.

    —¿Estás bien? —preguntó Emilia.

    —¡Sí mamá, estoy bien!

    Matías aún asustado por el choque, salió de entre los matorrales y corrió hasta su madre, abrazándola con fuerza.

    —Hijo mío, ¿estás bien?, ¿no te pasó nada? —dijo Emilia, tocando a Matías con desesperación buscándole alguna herida.

    —No, mamá no me pasó nada, estoy bien, suéltame.

    —No se acerquen al coche, puede explotar —advirtió Agustín.

    La familia se sentó bajo la sombra de un árbol a unos metros del coche estrellado.

    —Tuvimos suerte, esta no la contamos dos veces —dijo Agustín.

    —Fue un milagro —indicó Emilia

    —El coche quedó convertido en chatarra y aún lo estoy pagando —comentó Agustín.

    —Cómo se te ocurre hablar del coche, preocúpate de cómo estamos nosotros — reclamó Emilia.

    —Sí, no, eh… era solo un comentario.

    —Ve a buscar ayuda será mejor —protestó Emilia.

    —Pediré un camión grúa para que remolquen el coche... y eh, uhm… una ambulancia para que nos lleve al hospital.

    Agustín se registró los bolsillos, pero no pudo encontrar su celular. Se dirigió con cautela al coche y vio que aún salía humo del radiador mezclado con un penetrante olor a gasolina. Agustín prefirió no arriesgarse.

    —¡Iré a la carretera a buscar ayuda! —gritó Agustín.

    CAPÍTULO 4

    Agustín llegó hasta las barras de contención de la carretera, las que fueron sacadas de raíz por el coche. Agustín le hizo señas a los pocos vehículos que pasaban, pero ninguno se detuvo.

    La espera se tornó tediosa. Agustín miró la hora, pero su reloj ya no funcionaba.

    «Piensa Agustín, piensa. Primero, que a Emilia y a los niños se los lleven al hospital, mientras yo espero el camión grúa. No quiero que me roben el radio digital con los parlantes. Ojalá me devuelvan el pago de la cabaña que arrendé».

    Agustín vio a lo lejos un coche policial y le hizo señas. El coche se detuvo a unos metros de Agustín, e hizo sonar la baliza. Dos policías se bajaron y Agustín se acercó a ellos.

    —Qué alegría verlos. Ningún coche se dignó a detenerse y no sé cuánto tiempo estuve esperando.

    Los policías bajaron con Agustín hasta el lugar del accidente. El primer policía sacó del cinturón el radio y ajustó uno de los canales.

    —Atento uno, ocho, tres.

    —Atento uno, ocho, tres, ¿me copia?

    —No tengo señal. Llama a la estación y diles que necesitamos una ambulancia y un vehículo de rescate urgente.

    —Comprendido.

    El segundo policía se dirigió a medio trote hasta la patrulla.

    El primer policía, sacó una libreta e inspeccionó el coche estrellado.

    —No se olvide de pedir la grúa, así se llevan el coche antes del anochecer. No quiero que me roben algo valioso, je, je —dijo Agustín tratando de ser simpático.

    El policía siguió anotando en su libreta garabatos que solo él entendía.

    Al ver que el policía no le prestó atención, Agustín prefirió reunirse con Emilia y los niños a esperar a que los rescatasen.

    CAPITULO 5

    A los pocos minutos llegó una ambulancia, seguida de un camión de rescate. Los paramédicos sacaron de su interior una camilla y la maleta de primeros auxilios. Los rescatistas conectaron la tijera hidráulica y se dirigieron al accidente.

    Agustín se acercó a los paramédicos, pidiendo ayuda para su esposa y los niños, pero estos no le prestaron atención.

    —¿Qué pasa? —preguntó Emilia.

    —No sé, no me hacen caso —contestó Agustín molesto.

    Los rescatistas metieron la tijera hidráulica por el techo del coche y cortaron el metal hasta formar un gran agujero. El coche quedó como una lata de anchoas recién abierta.

    —¡Cuidado con los parlantes! ¡Son caros! —gritó Agustín.

    Dos paramédicos corrieron con la camilla desplegable hacia el coche y Agustín furioso trató de detenerlos, pero los paramédicos pasaron a través de Agustín.

    Agustín quedó paralizado. Los paramédicos cortaron el cinturón de seguridad y sacaron del asiento del conductor, un cuerpo inconsciente. Agustín se acercó al cuerpo y horrorizado se vio a sí mismo.

    Los paramédicos le colocaron al accidentado un cuello ortopédico y lo sacaron en la camilla portátil. Agustín vio su cuerpo lleno de sangre y vidrios incrustados en su rostro.

    Emilia y los niños se acercaron a Agustín.

    —Agustín qué pasa, ¿por qué aún no nos ayudan? —preguntó Emilia.

    Agustín aturdido, se acercó a Emilia y a los niños y los abrazó.

    —El accidente fue más grave de lo que pensamos.

    —¿Cómo qué más grave? Explícate —dijo Emilia.

    —Mejor no mires.

    —Nosotros estamos bien, ¿de quién es ese cuerpo que llevan en la camilla?

    —Es el tuyo Emilia.

    —¡No! ¡No puede ser! ¡No!

    Emilia trató de acercarse, pero Agustín se lo impidió.

    —¿Y los niños? ¿Cómo están los niños?

    Los paramédicos sacaron otro cuerpo de la parte de atrás del coche y lo cubrieron con una manta.

    —¡Aquí hay otro cuerpo! —gritó uno de los policías a lo lejos.

    —Papá, ¿estamos muertos?

    —No sé hijo, no sé —contestó Agustín con la mirada perdida.

    Los paramédicos llevaron la camilla, hasta donde se hallaba el policía. Levantaron el cuerpo y lo llevaron a la ambulancia.

    El chofer de la ambulancia hizo sonar la sirena, puso la tracción y subió por la empinada ladera.

    Los rescatistas guardaron sus herramientas y se fueron en el camión de rescate. Los últimos en irse fueron los policías.

    —Te apuesto a que el conductor se durmió al volante.

    —No me gustaría quedar vivo y saber que murió toda mi familia por mi culpa.

    Los policías se metieron dentro de la patrulla, prendieron la baliza y se fueron del lugar.

    El bosque quedó en silencio.

    CAPÍTULO 6

    —Papá, ¿qué haremos ahora? —preguntó Ignacio.

    —No sé. Es la primera vez que me muero.

    —Papá, tenemos que seguir el túnel de luz —afirmó Ignacio.

    —¿Quién te dijo esa estupidez?

    —Lo vi en una película.

    —¿Y qué más viste?

    —Si no seguimos la luz, nos quedamos en la Tierra como fantasmas para siempre.

    —Ignacio, como se te ocurre creer las estupideces que salen en las películas. Las películas son puras mentiras. Cuentan cosas que no existen y además nadie ha vuelto de la muerte como para saber, así que no hables más tonteras —dijo Agustín irritado.

    —¿Te quedó claro?

    —Sí.

    —Sí, qué.

    —Sí, papá.

    —¡Papá!,¡ papá!, ¡mira, puedo atravesar el árbol! —gritó Matías tratando de llamar la atención.

    Agustín miró a Matías y le hizo una mueca parecida a una sonrisa.

    —Matías no te alejes de nosotros —dijo Emilia.

    —Mamá, ya no nos pasará nada.

    —Igual, no te alejes.

    —Iré al coche a ver si puedo sacar algo —dijo Agustín.

    Agustín quiso abrir la puerta del coche, pero su mano la atravesó. Se metió y trató de prender la radio para escuchar noticias del accidente, pero sus dedos también atravesaron el radio. Un agudo dolor en el pecho hizo caer a Agustín al suelo, produciéndole fuertes espasmos.

    Emilia corrió hacia Agustín asustada.

    —¡Qué te pasa, por dios!

    —No sé, siento un dolor horrible en el pecho —dijo Agustín con la voz entrecortada.

    Agustín se quedó inmóvil unos momentos por si el dolor regresaba. Trató de levantarse, pero otra vez sintió como si le estuvieran sacando el corazón.

    —¡Ah, de nuevo el dolor…! ¡Qué fuerte!

    —¿Qué te pasa mi amor? —preguntó Emilia, mientras les sujetaba las manos.

    —No sé, el dolor es insoportable —gimoteó Agustín.

    —¡De nuevo, no!, ¡por favor!, ¡no lo soporto!

    Agustín sintió un tirón en su cuerpo y soltó las manos de Emilia. Agustín horrorizado fue arrastrado hacia la carretera por una fuerza invisible, desapareciendo en un segundo.

    Emilia quedó sin habla.

    —Mamá ¿Qué le pasó al papá? —preguntó Matías aterrado.

    —Mamá, ¿Qué le pasó al papá?

    —¡Mamá!

    —No sé hijo, no sé —respondió Emilia, llorando y abrazando a Matías.

    —¿Se lo llevaron al Infierno?

    —Cómo puedes decir eso, por dios. Tu padre no es malo.

    —No tonto. Para irte al Infierno tienes que matar a alguien, y cuando llega tu hora, un montón de demonios se agarran de tu sombra y te llevan al Infierno —contestó Ignacio.

    —¿Y cómo sabes eso? —interrogó Matías.

    —Lo vi en una película.

    —Mi papá dijo que las películas son mentiras.

    —No, no son mentiras.

    —Niños no peleen, por favor. Debemos estar unidos, porque no sabemos lo que pasará.

    CAPÍTULO 7

    Una columna resplandeciente se abrió del Cielo. Miles de hebras luminosas de colores, giraban inundando el ambiente con una sutil neblina.

    —¡Mamá mira!, ¡mira!, ¡la luz! —gritó Matías.

    —Es el túnel de luz —dijo Ignacio.

    —Yo lo vi primero —contestó Matías.

    Matías se dirigió al túnel de luz y su espíritu se despegó del suelo, levantándolo como si fuese una pluma.

    —Matías no te acerques, puede ser peligroso —dijo Emilia.

    Ignacio tomó la mano de Matías, quien se hallaba en el centro del túnel de luz. El espíritu de Ignacio se elevó unos centímetros del suelo.

    —Mamá, mira, es divertido.

    Emilia aún asustada, tomó la mano de Ignacio y sintió un hormigueo en todo el cuerpo. Su cuerpo se encontraba suspendido en el aire.

    —Niños, no se suelten por ningún motivo —dijo Emilia.

    —Mamá es divertido, puedo volar —dijo Matías.

    —Mamá, ¿dónde vamos? —preguntó Ignacio.

    —No sé hijo, pero no se suelten.

    Emilia y los niños entraron al túnel de luz sintiendo una fuerza que los elevaba del suelo. Ascendieron lentamente al principio, pero a los pocos segundos el coche estrellado comenzó a alejarse, así como el bosque, la carretera, la ciudad, el país… la Tierra.

    Nubes aisladas pasaban como un suspiro por el túnel de luz, hasta que las nubes se hicieron cada vez más densas.

    Al final del túnel, un punto luminoso más brillante que el sol, se hizo cada vez más grande hasta cubrirlos en su totalidad.

    CAPÍTULO 8

    Las nubes comenzaron a disiparse. A lo lejos, cientos de espíritus esperaban en distintas filas. Los niños pisaron con cuidado la superficie hecha de nubes grises. El primero en soltarse de la mano de Emilia fue Matías, quien caminó y saltó sobre las nubes grises.

    —Mira mamá, se siente como caminar sobre mi cama.

    —Hijo, tenga cuidado.

    —Mamá, ya no nos puede pasar nada.

    —Sí, pero me da miedo todo esto.

    Ignacio apretó la mano de Emilia. Estaba asustado.

    Un espíritu de túnica gris sentado sobre una nube, daba instrucciones por un megáfono metálico.

    —Por favor respeten la fila y esperen su turno para ser atendidos.

    —Señor, señor —gritó Emilia.

    —Señora, ubíquese en la fila correspondiente para que pueda ser atendida. Si se equivoca de fila tendrá que hacerla de nuevo.

    —Señor, ¿cuál es la fila que nos corresponde?

    —Según el tipo de muerte que tuvo, obviamente —contestó el funcionario gris irritado.

    —Al parecer tuvimos un accidente.

    —¿Al parecer tuvieron un accidente? Deberían saber cómo murieron, para así asignarles sus discos de identificación.

    —Tuvimos un accidente en coche y...

    —Eso es más claro, accidentes fatales, fila tres.

    —¿Y cuál es la fila tres?

    —¿Cómo?, ¿no sabe cuál es la fila tres? Todos saben cuál es la fila tres. La fila tres corresponde a los espíritus humanos que murieron en accidentes —Exclamó el funcionario gris.

    —¿Me podría indicar cuál es la fila tres? —preguntó Emilia.

    El funcionario gris hastiado, dio vuelta en su nube, dirigiéndose hasta la fila correcta. La nube al moverse producía el sonido como de cientos de burbujas de jabón explotando. Emilia con los niños de la mano, siguieron al funcionario gris.

    —Mire, cuente. Uno, dos, tres, esta es la fila tres. Esperen aquí hasta que les toque su turno y les den sus discos de identificación.

    —¿Tú eres un ángel? preguntó Ignacio.

    —Ja, ja, yo, ¿un ángel? Ja, ja, ja, no me hagas reír, ¿tengo cara de guardián acaso?

    —Estamos en el Cielo, ¿no es cierto?

    —Cómo quisieras, como quisieran todos estar en el Cielo. Están en el Purgatorio, en la Antesala de Selección

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