Kilian: El secreto de las Alas de Isis
Por J.G. Audoriza
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Se despiertan poderosas fuerzas del pasado, criaturas de una belleza y ferocidad inigualables.
El secreto de las alas de Isis.
Un poder ancestral.
Adéntrate en las arenas del tiempo. Acompaña a Kilian en otra emocionante aventura junto a sus amigos y descubre toda la mitología que existe en el corazón del desierto.
¿Podrá Kilian forjar su propio destino?
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Kilian - J.G. Audoriza
Capítulo cero - Luz azul
Los Jery-Hebet eran los sacerdotes que lograron encontrar la vida eterna. Como intermediarios entre los hombres y los dioses, dominaban el Heka —la magia ancestral que emanaba del dios del mismo nombre— y se conectaban con deidades y humanos. Fueron reconocidos como unos de los sacerdotes más poderosos, diferenciándose y superando a las otras especialidades del sacerdocio egipcio, pues sus rituales mantenían el equilibrio en el consejo celestial de todos los tiempos.
Se rumoreaba que dominaron el Heka ejecutando un pacto de legado sacro con la diosa Isis, un toque de luz y gracia que solo ella podía entregar. Este se consideraba más que un resplandor, más que una bella pluma: era una parte del espacio que permitía ir o venir a las variantes del tiempo y sus bifurcaciones, pero su misión era solo el equilibrio entre las deidades, su poder y los mortales. Así se evitaba el caos y se mantenía la jerarquía universal que para las divinidades era necesaria, sin recibir beneficios, pues la diosa entregaba ese don solo a quien soportara su sacrificio; semejante poderío no podía caer en manos ambiciosas.
Además, Heka ( ) era considerado una deidad de la cual emanaba esa magia: encarnaba la aparición de la fuerza divina y la magia en el mundo, pero muchos pensaban que no era más que un rumor y solo buscaban justificar el uso del poder sacro por parte de los mortales, ese poder que les permitía ser más que simples humanos y estar a la altura de los dioses.
Muchos relatos circulaban en torno a los dioses y a aquellos que querían ir un poco más allá de la mortalidad. Un sinnúmero de secretos de la magia y las deidades circulaban en los dominios de la antigüedad. Ya era conocido que los dioses planeaban juegos con las almas humanas y de vez en cuando se encariñaban con sus espíritus peculiares. El papiro sagrado es señal de uno de ellos…
Capítulo I - Toltén
Mientras descendían, Amonet realizó un conjuro protector para que no los pudiesen ver aproximarse desde el cielo, considerando la bestia maravillosa que los llevaba a bordo. Era una vista increíble: la hieracoesfinge y dos muchachos que la cabalgaban constituían una visión majestuosa para cualquier ser humano que los viera, más aún para aquellos que desconocen la magia divina que los rodea; por lo tanto, necesitaban no dejar ver adónde se dirigían.
Llegando al suelo, Kilian notó algo muy diferente en el espacio donde, a pocos metros, debería estar su casa: simplemente, no estaba. No había huella ni mucho menos pistas de que allí alguna vez hubiera habido algo. Se encontraba en Toltén, pero el lugar había cambiado.
—¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está mi casa? ¿Mi familia? —preguntaba Kilian desconcertado, primero corriendo de un punto a otro y luego, con las manos en la cabeza, encuclillándose.
—Kilian, ¡escúchame, por favor! Entiende que esto se debe a la fragmentación que ha de haber causado el guerrero maligno con su intromisión. Por eso es tan importante que me acompañes a ver a los Jery-Hebet, pues ellos nos ayudarán a resolver este dilema. Además, debemos presentarte; posiblemente no sepan que estás aquí —exclamó ella, sin lograr transmitir mucho consuelo con sus palabras.
—¿Los Jery qué? —Kilian, desconcertado, no lograba dimensionar todo lo sucedido—. Antes de ir a cualquier lugar, necesito ver a alguien. Entiende que mi casa no está, no sé dónde están mi mamá ni mis hermanos —continuó. Le pidió a Amonet que antes de ir adonde le señalaba, lo dejara ver a su amigo Max.
Ella accedió, pero le pidió a Rugido que los esperara en ese lugar. Aunque aún los cubría el conjuro protector que impedía que los vieran, ella quería prevenir cualquier alboroto, sabiendo que allí había más público ignorante de la verdad sagrada. Ka quedó en su compañía.
Al avanzar por el sendero, Kilian recordó la última vez que había pasado por allí. Se veía similar, pero no igual. Un maravilloso verdor irradiaba de las plantas y árboles; sin embargo, la sensación era diferente, pues no eran los mismos pasos que recorriera antes. Para él era un nuevo camino; él también era diferente.
Al llegar al pueblo, Kilian se dio cuenta de que la población donde vivía Max se encontraba allí. Eso le dio consuelo, ver la casa maltrecha de su amigo y pensar en todo lo que podía recordar. Se detuvo de golpe unos pasos antes de la entrada, en ese portón de madera podrida que estaba muy presente en su memoria. Por alguna razón, no quería entrar; dudó. Entonces se percató de que se aproximaba alguien a corta distancia: era su amigo, andando a paso lento. Kilian caminó hacia él; rápidamente, Amonet lo siguió.
—¡Espera! Kilian, él no puede verte. ¡Recuerda el conjuro! —exclamó ella mientras apresuraba el paso.
—¡Anúlalo ya! —ordenó Kilian a centímetros de encontrarse con su amigo. Amonet tomó la mano de Kilian y conjuró el ritual corpóreo contra la evanescencia, cerrando sus ojos y murmurando el lenguaje de los antiguos egipcios.
Ambos empezaron a pigmentarse hasta verse por completo. Maximiliano ya había pasado delante de ellos sin notarlos. Se encontraba abriendo el portón para entrar a su casa y entonces escuchó un grito.
Era Kilian.
—¡Maximiliano! —Kilian exclamó esperando que pronto lo viera y corriera a abrazarlo.
Maximiliano volteó y los vio a ambos, pero no respondió.
—Max, soy yo, soy Kilian —dijo con ansias, esperanzado al ver a tan amado amigo.
—¿Kilian? No conozco a ningún Kilian —respondió Maximiliano sin prisa, desinteresado—. Jamás te he visto. Creo que me confundes con otra persona, porque no tengo ningún amigo llamado así. Ahora, si buscas estafar a alguien, ve con alguien más. De mí no vas a conseguir nada —remató Maximiliano, intimidante y sin nada más que decir.
Kilian, sin entender por qué no lo reconocía, lo seguía mirando sin soltar palabra. Amonet se acercó a Kilian tomando su mano e intentando darle consuelo.
—Debemos irnos —murmuró ella, mientras él, acongojado, solo quería abrazar a su amigo.
Hubo un estruendo ensordecedor, que nada pudo disimular: era la hieracoesfinge. Kilian y Amonet notaron de inmediato que se trataba de Rugido, pero Max se espantó con el ruido inesperado. Ya se encontraba sobre ellos volando y con Ka en su lomo. El cielo se tornó gris; Rugido había presentido que algo se acercaba.
—¡Ahora sí! Hay que partir ya —ordenó Amonet.
Comenzó a realizar el conjuro para que ninguno los pudiese ver, mientras Maximiliano miraba impactado por el sonido que desde arriba se emitía, pero que no lograba descifrar. Algo se divisaba desde el cielo, pero los tres jóvenes aún no lograban verlo por su ligero y rápido vuelo entre las nubes grises. Además, para Max era una criatura desconocida e irreal: no podía llegar a concebir lo que era, incluso si la hubiese distinguido con claridad.
Kilian le soltó la mano a Amonet y corrió donde Maximiliano.
—Vendrás con nosotros. ¡Ya no puedo arriesgarme a perder a alguien más! —Se apresuró Kilian tomando el brazo de Max, quien no supo cómo reaccionar: atónito por el ruido y los extraños personajes que lo había interrumpido cerca de su casa, no soltó palabra. Amonet tampoco dijo nada, pues comprendió que Kilian no dejaría a Max.
Kilian le pidió a Rugido que bajara para que se los pudiese llevar y sacar de allí. Amonet siguió haciendo el conjuro, ahora incluyendo a Maximiliano, tomando del brazo a Kilian para traspasar los efectos de evanescencia.
Ahora sí, Maximiliano había visto la criatura. En un abrir y cerrar de ojos, quedó petrificado ante el enorme cuerpo de león con cabeza y alas de halcón y un brazalete dorado en la pata; en shock, comprensiblemente, se resistía a subir, hasta que Kilian le gritó:
—¡Mírame, soy yo! —él ahora sujetaba con firmeza ambos brazos de su amigo. Maximiliano notó cómo los ojos de Kilian estaban brillantes de lágrimas y lo sintió sincero. No se resistió: algo que no comprendía lo impulsó a acceder.
Los tres subieron a la hieracoesfinge, Maximiliano a la cabeza y Amonet al final. Kilian no decía nada; solo observaba a Maximiliano totalmente agarrado de la bestia, sin mirar hacia abajo por ningún motivo. Se dirigieron a un lugar no muy lejano, cerca de la costa del mar, pues Rugido solo los quería sacar de allí y ninguno le había indicado adónde ir.
Al tocar suelo, Rugido se posó para que descendieran de ella. Amonet comenzó a caminar de inmediato para asegurarse de que el lugar era realmente de fiar. Kilian observó el cielo y notó que lo que cubría el pueblo de Toltén no era una nube común y corriente. Ka, por su parte, ya se encontraba en su hombro bien sujeto, como de costumbre, pero también parecía nervioso. Algo extraño estaba pasando en aquel lugar. Maximiliano aún estaba sobre Rugido; ella giró la cabeza y le lanzó un grito con un silbido de por medio, que hizo que Max saltara rápido de su lomo.
—Kilian, por ahora estamos seguros aquí, pero debemos movernos, debemos llegar pronto con los Jery-Hebet —explicó Amonet observando cómo Kilian intentaba entender el embrollo en el que estaban metidos.
—Primero debes ayudarme a que Maximiliano recuerde.