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RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN
RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN
RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN
Libro electrónico685 páginas10 horas

RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN

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Una visión desgarrada de una nación que sobrevivió a las invasiones de Cartagineses, Romanos, Árabes y Franceses y supo renacer de sus cenizas, que descubrió un continente al que dotó de su cultura y su lengua, que forjó un imperio donde no se ponía el sol, que hizo un tránsito modélico de la dictadura a la democ

IdiomaEspañol
EditorialParticular
Fecha de lanzamiento20 jun 2024
ISBN9789403741703
RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN
Autor

E Larby

El autor es ingeniero. Su profesión y su espíritu aventurero, le llevaron a trabajar en nueve países alrededor del mundo. Ha estado en la jungla y en el desierto, a 52 grados positivos y a 29 grados bajo cero, ha subido hasta 30 metros en globo y ha descendido a 40 metros de profundidad Ha plasmado algunas de esta vivencias en Hechizo Tártaro. Está casado, jubilado, vive en Madrid, pero añora su ciudad natal, Cádiz, y la pequeña aldea cántabra donde transcurrió su infancia. Le gustaría retirarse allí.

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    RÉQUIEM POR UNA NACIÓN / LA TRAICIÓN - E Larby

    I ÉRASE UNA VEZ

    Érase una vez un pueblo, otrora llamado Hispania por los romanos, que había sobrevivido a toda clase de inclemencias, pandemias, invasiones, traiciones y deserciones.

    Un pueblo del que se decía que era indestructible, que sus propios habitantes llevaban cientos de años tratando de destruirlo y todavía, y enfatizaba el todavía, no lo habían conseguido. Pero sus habitantes seguían con su labor de zapa.

    Un pueblo que había sobrevivido a unos reyes visigodos, lascivos, incultos, y primitivos.

    Que había sufrido las invasiones de Cartagineses, Romanos, Árabes y Franceses y cual Ave Fénix había renacido de sus cenizas.

    Que había soportado, durante casi 800 años, una invasión extranjera que le había impuesto unas costumbres y una religión que le era totalmente extraña y opuesta a la suya.

    Un país que había sido capaz de construir un imperio donde no se ponía el sol. Que había descubierto nuevos mundos y había llevado su cultura, su religión y su lengua a todo un continente.

    El mismo pueblo que había visto como ese imperio, construido con mucho esfuerzo y sacrificio, se desmoronaba como un castillo de naipes.

    Que había transitado sin pena ni gloria por una monarquía que quiso ser liberar pero que terminó siendo un caos.

    Que consiguió salir airoso del tsunami republicano. para caer en una dictadura brutal y duradera que perduró casi 40 años. Una dictadura que se empecinó en dividir al país en dos bandos irreconciliables.

    Que se sobrepuso a los horrores de una guerra entre hermanos.

    Que soportó, estoicamente, una dictadura de casi 40 años y a base de trabajo, tesón y mucho sacrificio levantó un país y lo transformó en una sociedad próspera y moderna, partiendo de una sociedad agrícola, pobre y smianalfabeta.

    El mismo país que llevó a cabo un tránsito modélicoo de la dictadura a la democracia , o algo parecido, y que asombró al mundo. Nunca una dictadura había caído de forma legal. De la ley a la ley, había dicho el impulsor de este tránsito modélico.

    Y que a partir de ahí empezó a deslizarse por un precipicio que amenazaba terminar con su propia existencia.

    Era el año de Gracia de 2024, y el país no solo estaba al borde del precipicio sino que se deslizaba por él, primero lentamente y después de forma acelerada.

    Aceleración propiciada por los mismos que prometieron o juraron respetarla y defenderla. Aquellos que aprovechando los resquicios de una democracia imperfecta se habían infiltrado en la instituciones , con la inestimable ayuda de unos dirigentes nacionales que presumían de progres, pero a los que solo les movía su ambición personal.

    Y unos iluminados separatistas y pseudo comunistas que parecía que , todavía, no se habían enterado de que estábamos en el siglo XXI.

    Unos individuos anclados en el pasado y sin más horizonte que su beneficio personal.

    Unos infiltrados en el sistema, que como termitas lo estaban corroyendo desde su interior.

    Nunca el país, en sus más de 500 años de historia, había estado tan en peligro.

    II EL ESPIRITU ERRANTE

    BRISHEN

    Vine al mundo en una época que no puedo concretar, y lo hice en una cueva del Sacromonte granadino, en el seno de una familia gitana, cuyas raíces se remontaban a los egipcios de la región de Nubia

    Mis padres eran de constitución pequeña, piel cetrina y cabello de color azabache intenso

    Me pusieron de nombre Brishen porque según me contó mi madre, nada más sentir los dolores del parto, sonó un tremendo trueno, a continuación el cielo se llenó de negros nubarrones y comenzó una horrenda sinfonía de truenos, rayos y relámpagos, acompañada de una lluvia intensa con gotas que parecían piedrecitas o huevos de perdiz. Los rayos caían a tierra y mataban a todo bicho viviente e incendiaban los tejados de paja de las chozas.

    Mi madre supersticiosa e ignorante aquello le pareció una señal del cielo indicando que nada bueno iba a ocurrir.

    Cuando asomé la cabeza al exterior, la comadrona, una musulmana timorata, apocada y todavía más supersticiosa que mi madre, pegó un brinco y empezó a chillar desaforadamente, al tiempo que inició una loca carrera hacia ningún sitio, y me dejó abandonado a mi suerte. Gritaba ¡es el demonio, es el demonio!

    Las vecinas que estaban asistiendo al parto, venciendo su natural aversión y su repugnancia a tocarme, se armaron de valor y completaron la tarea que la comadrona no había terminado. Gracias a ellas pude venir al mundo, porque si no me hubiese quedado atrapado entre las piernas de mi madre.

    Se intercambiaban miradas inquisidoras y me lavaban tocándome con mucha renuencia y como con asco.

    Nadie podía explicarse como de una pareja con piel tan cetrina había salido un vástago cuya rala cabellera era dorada y la piel blanquísima, casi transparente, y los abiertos ojos eran de un azul claro, como dos zafiros.

    Se miraban incrédulas sin poder creerse lo que estaban contemplando.

    La más atrevida, o la más desvergonzada, apuntó, entre cuchicheos y susurros: A Fátima la ha poseído y fecundado el mismísimo diablo. Frase que hizo fortuna entre las ignorantes y temerosas comadronas.

    Cuando mi padre me echó la vista encima solo pudo decir: «a este engendro de la naturaleza hay que tirarlo al rio y que se lo coman los cangrejos». He hizo ademán de acercarse a la cama donde mi incrédula madre me miraba con la ternura con que todas las madres miran a sus vástagos recién nacidos. Para ella, su primer hijo, era lo más hermoso del mundo, no le importaba quien la había fecundado, ¡era su hijo! Y solo suyo. Su mirada infantil, solo tenía 15 años, era dulce y suave, con esa ternura que solo dan las madres. Me sentí cómodo en sus brazos.

    Echó una mirada de fuego a su esposo y me apretó contra su pecho. Su lenguaje corporal era claro y terminante, venía a decir: ¡Ni se te ocurra, como te acerques a mi hijo, te mato!

    Antes de cumplir un año, hablaba, como decían las vecinas «por los codos»

    Cuando aún no había cumplido cuatro años, sin haber asistido ni al jardín de infancia ni a la escuela, sabía leer y escribir.

    Estos hechos, en una sociedad ignorante y supersticiosa no hizo sino incrementar mi fama de hijo de Satanás. A mis espaldas y a las de mi familia me llamaban «el endemoniado».

    En ese ambiente tan hostil fui creciendo, pero realmente mi comportamiento era el de un demonio. cuando algo me contrariaba me poseían los demonios, gritaba, pataleaba y me enfrentaba a todo aquel que osara acercárseme.

    Me peleaba con todos los chicos de mi edad, protestaba por todo, bastaba que me prohibieran hacer algo para que yo me empeñara en hacerlo, no obedecía a mis padres y me enfrentaba a mi progenitor., que me respondía golpeándome con una vara de avellano, lo que me enfurecía aún más y me volvía más y más rebelde.

    Me hice un tirachinas y mi diversión favorita era tirar guijarros a las gallinas, cabras, cerdos, perros y gatos. Mi blanco preferido eran las ratas que proliferaban y se paseaban tranquilamente por las callejuelas.

    A los seis años me adentraba en el monte, armado con un estilete, sin miedo a las alimañas y a veces me quedaba un par de días, al caer la noche y ante mi ausencia mi madre, echa un mar de lágrimas, pedía ayuda a los vecinos que salían con candiles a buscarme, yo los veía llegar y me ocultaba en una de las numerosas cuevas para que no me encontraran.

    Repetí esta acción tantas veces que se convirtió en rutina y ya nadie se preocupaba por mis ausencias. Decían: ¡Cosas del endemoniado!

    Un día le clavé en la mano, una pluma de ganso a un chico de mi edad. Y ello aumentó mi leyenda de «poseído por el diablo». Raro era el día que no me había peleado con algún otro chico, llegaba a casa sangrando por una herida en la cabeza causada por una pedrada o con el ojo morado de un puñetazo. Pero si yo tenía heridas los otros niños quedaban peor parados, las quejas de los otros padres eran continuas e incluso mi padre, que no me quería, pero que pensaba que debía defender su honra tuvo alguna que otra reyertas con los que me insultaban.

    Era, para mi madre, un continuo dolor de cabeza, y a pesar de este comportamiento mi madre me amaba con locura, con ese amor que solo una madre es capaz de dar.

    Cuando tenía siete u ocho años, una vecina le comentó a mi madre que había por las veredas de la montaña una mujer judía que hacía exorcismos y le insinuó que quizás, solo quizás, podría extraer el demonio de mi cuerpo.

    Mi madre, reunió las pocas cosas de valor que tenía, aprovechó que su marido estaba buscando trabajo y salió en busca de la bruja, como la llamaban las comadres. Por una vez en su vida mi madre no tuvo contemplaciones conmigo, me agarró de un brazo y me arrastró con ella. Me resistí, le di una patada en la espinilla para que me soltara, pero ella persistió hasta que venció mi resistencia.

    La judía vivía en un chamizo de troncos y hojarasca que ella misma había construido. Su aspecto me horrorizó y por primera vez en mi corta vida sentí miedo, sentí «jindama», aquella visión me causó espanto.

    El pelo, canoso,era largo y lo tenía descuidado le llegaba hasta la cintura, la cara era estrecha, huesuda y llena de verrugas, con ojos saltones y nariz aguileña, y una sonrisa desdeñosa que dejaba ver su desdentada dentadura. Imponía miedo al miedo.

    Me miró como miran los depredadores a la presa que van a cazar.

    Mi madre le explicó el problema y lo que deseaba que hiciera.

    La bruja le dijo: «,Buena mujer, vete a dar un paseo, que a este lo arreglo yo en un santiamén».

    Mi madre no las tenía todas consigo, era renuente a marcharse y dejarme en manos de esa bruja que parecía medio loca. Pero finalmente accedió.

    Nada más perderse mi madre de vista, la bruja me agarró por la pechera y de un empellón me introdujo en su cubículo.

    Estaba tan horrorizado que me quedé inmóvil, petrificado. De un tirón me quitó el sago, la especie de túnica que llevaba y me dejó tal como había venido al mundo.

    De un rincón del chamizo extrajo una afiladísima cimitarra y antes de que pudiera reaccionar y al grito de : «Sal Lucifer del cuerpo de este inocente infante», me asestó un certero golpe en el vientre.

    Mi espíritu quedó libre.

    Mi envoltura corporal fue enterrada, entre las lágrimas y sollozos de mi madre, y consuelo de mi padre que nunca me aceptó, envuelta en una sábana en el cementerio de la localidad.

    La bruja judía que me había enviado al otro mundo misteriosamente desapareció.

    Las comadres decían que ella había sido la reencarnación de Belcebú para impartir venganza.

    Desde entonces mi espíritu vaga por el éter en busca de mi asentamiento final.

    Y desde esta privilegiada posición he podido asistir en fila preferente a las vicisitudes, venturas y desventuras de la tierra que me vio nacer.

    III LA TRANSICIÓN

    El país esperaba con ansiedad, escepticismo y sobre todo preocupación el devenir de los acontecimientos en aquel año de 1975 que estaba llegando a su final

    La larga agonía del dictador en su lecho de muerte, la opacidad de su estado de salud, la impaciencia, parecía que no se iba a morir nunca, pero sobre todo y por encima de todo la inquietud, del : ¿Qué va a pasar?

    El pueblo llano ansiaba, y al mismo tiempo temía, un cambio sustancial en la forma de ser gobernado. Se temía, y con razón, que las fuerzas inmovilistas, el bunker, como lo denominaba alguna prensa algo más crítica con el régimen, torpedeara toda opción de cambio, pero sobre todo se temía la reacción de un ejército moldeado a imagen y semejanza de su líder supremo, ¡El Caudillo!

    La ciudadanía era muy consciente de que este órgano, cuya principal misión era proteger al país, se había convertido en el principal protector de un dictador.

    El 20 de noviembre del año 1975, ¡por fin! Se produjo «el hecho natural», como decían los prebostes fascistas para evitar llamarle «muerte».

    Se produjeron todo tipo de reacciones, en unos hogares, se brindó con cava, en otros se prepararon los bártulos para esconderse o largarse al extranjero si las cosas se ponían feas, se temía la reacción de los ultras, y en otros se hicieron una pregunta, de momento sin respuesta: ¿Y ahora qué?

    LOS ANTECEDENTES

    En la memoria de los ciudadanos estaba grabada a fuego la turbulenta y convulsa historia reciente del país. Etapa que había comenzado allá por el año 1931, cuando por el resultado adverso de una elecciones municipales, amañadas según algunos, el entonces Rey, Alfonso XIII, decidió, en un acto de cobardía según unos y de patriotismo según otros, abdicar y abandonar el país.

    Ello dio lugar a la instauración de la Segunda República, el estado cayó en manos de revanchistas, resentidos y sobre todo de ineptos y de idealistas trasnochados, que confundían deseos con realidad. Gente sin preparación, solo los guiaba el fanatismo, la adhesión inquebrantable a unas ideas que con el tiempo demostraron ser perversas, dañinas y sobre todo falsas, toxicas e incluso obsoletas.

    «Y que sin embargo, hoy en día, siguen calando hondo en una sociedad que, teóricamente, está más preparada, pero que continua siendo tan irracional como en el siglo XIX y sigue, por inercia o intereses espurios votando socialismo, y, con todo el respeto para que cada uno decida hacer con su vida lo que quiera, pero me parece que hay que ser muy «descerebrado» para seguir, como ocurre en este país, apoyando a los demagogos que hacen uso de estas ideas para seguir engañándolos, pero claro si , como algunos afirman: «si me engañan los míos, no me importa», se puede entender que después del desastre que significa el autócrata que tenéis de presidente se puede entender todo».Pontificó Brishen desde su privilegiada posición en el éter

    Las elecciones a Cortes Constituyentes se celebraron pocos meses después de la proclamación de la Republica y siguiendo la corriente fue un gran triunfo para la izquierda, una amalgama de socialistas, comunistas y republicanos.

    Aunque las mujeres no podían votar si se podían presentar com candidatas, dos se presentaron

    «Que incongruencia parecía que no estaban capacitadas para votar pero si para legislar, desde luego si hay alguien que entienda a este país, que venga y me lo explique» Brishen volvió a intervenir.

    «Y lo más paradójico de todo esto resultó ser que mientras la coalición ganadora defendía que la nueva Constitución tendría que ser un instrumento de transformación de la sociedad, en todos su aspectos y en todas las instituciones, jurídicas, políticas y sociales, ¿Quién estaba en la oposición? ¡El PNV (el partido de los negocios vascos) Un partido que a la sazón era profundamente católico y ahora se asocia con asesinos, separatista y golpistas y da su apoyo a un psicópata narcisista».

    En 1930 se había firmado en San Sebastián un pacto por el que se establecían las premisas básicas de una eventual República. A) Establecer la libertad religiosa y proclamar al país como laico. B) Convocar Cortes Constituyentes C) Convertir las regiones en comunidades autonómicas.

    La nueva Constitución fue aprobada en diciembre de 1931, y ya desde el articulo I se podía constatar la utopía en que estaba basada, decía: «España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia». ¿Qué significa eso de trabajadores de toda clase?

    ¿Qué pasaba con la igualdad de todos ante la Ley y el respeto a la propiedad privada?

    Lo que entendía esa Constitución por Libertad y Justicia, era depurar el ejército de aquellos individuos potencialmente golpistas y una reforma agraria que liberase la tierra de los grandes terratenientes. Que se expropiara.

    ¿Quién decidiría que militar era potencialmente golpista y que terrateniente sería expropiado y en base a qué? ¿Quién decidiría si las propiedades habían sido adquiridas legal o ilegalmente? Era una puerta abierta a la arbitrariedad del partido en el poder, que podía interpretar a su manera la Constitución.

    Brishen, el espíritu errante, intervino:«eso parece que está en los genes de los progres de ayer, hoy y mañana, querer dirigir las vidas y haciendas de los ciudadanos, siempre en su provecho particular, y en eso estamos, ahora en este año 2024»

    La constitución nada más echar a rodar ya se enfrentaba a tres poderosos enemigos: La Iglesia, los grande propietarios y el estamento militar.

    El caos y el desorden se apoderaron del país, huelgas salvajes, atentados, robos e inseguridad ciudadana, el país se volvió ingobernable, esta catastrófica situación llevó a la sustitución del presidente del gobierno.

    En 1933 se convocaron nuevas elecciones generales

    El espectro político experimentó un cambio radical, el resultado fue una mayoría absoluta a la derecha. Por primera vez en la historia las mujeres pudieron ejercer su derecho al voto.

    Ya en 1910 el Secretario General del PSOE había dicho en las Cortes: «silasleyes nos favorecen las acataremos, pero= sino lasignoraremos».

    Con estas cartas credenciales ya se podía suponer cual sería la actitud de este partido «genéticamente golpista».

    La derecha ganó las elecciones y la izquierda contestó, como siempre hace, con una ola de atentados.

    GOLPE DE ESTADO DE 1934

    Dice un refrán que «el que avisa no es traidor», y el siniestro Francisco Largo Caballero¹, presidente del POSE ya lo había avisado con antelación ante la previsible victoria de las fuerzas conservadoras. con perlas cultivadas como:«haremos la revolución violentamente», «estamos en plena guerra civil»,«Tenemos que luchar como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee, no una bandera tricolor de una República burguesa, sino le bandera roja de la Revolución socialista». Toda una declaración de intenciones.

    Los anarquistas, compañeros de cama de los socialistas, iniciaron una ola de violencia, atacaron trenes y asesinaron a 23 personas, Las amenazas a las fuerzas conservadoras se volvía cada día más virulenta.

    El PSOE cumplió sus amenazas y encabezó un sangriento golpe de Estado.

    En esta campaña de coacción, el órgano oficial del partido socialista decía en septiembre de 1934«iniciaremos una bendita guerra». Amenaza que se cumplió el 5 de octubre, ese día estalló una rebelión armada auspiciada por el PSOE y apoyada por el PCE, que estaba controlado y dirigido por el Partido Comunista de la Unión Soviética y la Internacional Comunista bajo las órdenes del sangriento asesino Josef Stalin.

    «Una vez más, ¿Y van cuantas? Los propios españoles traicionando y entregando su país a una potencia extranjera y no fue, precisamente, un golpe blando como el que ahora está perpetrando el sátrapa de la Moncloa sino que fue muy violento y sangriento» Brishen dixit.

    En efecto, militares y miembros de las fuerzas del orden fueron asesinados (300), sacerdotes y religiosos fueron ejecutados, se destruyeron 17 iglesias y 40 edificios religiosos.

    En edificaciones civiles se destruyeron, fabricas, puentes y edificios públicos.

    «¿Y cuál fue el castigo?, pues duró hasta que la izquierda llegó al poder en 1936 y los amnistió, esto de ahora no es nuevo para los «buenistas» sociatas, ni para los amigos o compinches» Brishen explotó.

    «Y para más inri los sociatas no solo no se retractan sino que ensalzan este periodo turbulento de su partido, y firman en sus órganos propagandísticos que: «la entrada de los fascistas en el gobierno justifica el hecho» y ensalza el bravo heroísmo de las fuerzas proletarias luchando por sus ideales». «Me cuesta creer que estas afirmaciones sean fruto de la estulticia de su propia historia y si de la manipulación y tergiversación de la historia a que son tan dados los socialistas».

    Y para «calmar las aguas» nada mejor que removerlas, o como se dice popularmente: «vertiendo gasolina para apagar el fuego». El entonces secretario general del PSOE y posteriormente presidente del gobierno, un malvado llamado Largo Caballero, soltaba de cuando en cuando alguna que otra perla cultivada.

    En 1932 pronuncia un discurso en el XIII Congreso del PSOE : «El Partido socialista no es reformista, cuando ha habido necesidad de romper con la legalidad, sin ningún reparo y sin escrúpulo lo hemos hecho. El temperamento, la ideología y la educación de nuestro partido no son para ir al reformismo»

    En 1933 dice: «se dirá: ¡ah esa es la dictadura del proletariado! pero ¿es que vivimos en una democracia? pues ¿qué hay hoy?, nada más que burgueses, se nos ataca porque vamos contra la propiedad, efectivamente. vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. no ocultamos que queremos la revolución social. ¿cómo? (una voz público: «como en Rusia»). asusta eso. vamos, repito, hacía la revolución social, y dudo mucho que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. y en tal caso, camaradas, habrá que obtenerlo por la violencia, nosotros respondemos: legalmente iremos hacia la revolución social. si no queréis, la haremos violentamente. eso, dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil. pongámonos en la realidad. camaradas. lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. el día 19 vamos a las urnas mas no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿excitación al motín? no, simplemente decirle a la clase obrera que debe preparase. tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una república burguesa, sino la bandera roja de la revolución socialista».

    Ese mismo año suelta otra «frasecita» para la eternidad:«Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución, tendremos que conquistarlo de otra manera».

    Y posteriormente, por si no queda clara su vocación y su invitación a la violencia dice: «Tenemos que recorrer un periodo de transición hasta el socialismo integral y ese periodo es la dictadura del proletariado, hacia la cual vamos»

    Otra perla un año más tarde: «No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad».

    Estamos en 1936 y hay un gobierno republicano. ¿Piensan ustedes que el energúmeno se ha calmado? Pasen y lean: ;«La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución».«¿Cómo se llama esto en el lenguaje socialista, acaso fomentar la convivencia?». ¿Creen ustedes que la lerda e ignorante ministra de Da lo mismo, ha leído algo de esto?

    Pero el aspirante a genocida advierte, que el que advierte no es traidor, debe pensar el ínclito personaje: «Quiero decirles a las derechas que, si triunfamos, colaboraremos con nuestros aliados. Pero, si triunfan las derechas, nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos». Hay que agradecerle al sujeto que no mienta, no cambia de opinión como su discípulo Pedrito I el traidor, el sujeto es claro y transparente. ¡Quiere la guerra civil!

    Y para remachar el clavo añade: «La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas. Estamos hartos de ensayos de democracia, que se implante en el país la nuestra».

    «Hay que apoderarse del poder político, pero la revolución se hace violentamente: luchando y no con discursos». ¿Incitación a la violencia? ¡NO!, llamada a la concordia dicen los «sociatas».

    Y por si quedaban dudas sobre las intenciones del sujeto, vean , vean : «Si los socialistas somos derrotados en las urnas, iremos a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos». ¿Alguien da para más? Y este «angelito», tiene un pedestal con su busto en los Nuevos Ministerios de Madrid, donde los, las y les ignorantes afiliados del PSOE depositan ramos de flores, cuando lo que deberían hacer es volarlo. ¿Conocen esos afiliados la verdadera historia de su partido? Estoy seguro de que no saben ni quien era el individuo.

    Este estado de cosas no podía tener otro final que el que tuvo.

    LA GUERRA CIVIL

    Ante el gravísimo deterioro de la convivencia entre los españoles, los había de primera división, (socialistas, separatistas vascos y catalanes, y comunistas) y españoles de segunda e incluso tercera división (los católicos, los monárquicos, los liberales y los patriotas) el ejército se vio obligado intervenir.

    Se produjo un alzamiento del ejército de África y se desató una guerra que duró casi tres años y que terminó por arruinar la ya de por sí paupérrima economía del país.

    Pero con la victoria de los sublevados, el problema de las dos Españas no se solucionó sino que empeoró, los vencedores nunca supieron gerenciar su victoria, nunca supieron o quisieron reconciliar a las dos partes. Durante casi cuarenta años estuvieron pasando al cobro la factura de su victoria.

    Los primeros años de posguerra fueron de una represión brutal, como son todas las represiones del signo que sean al acabar una contienda.

    Pero es difícil discernir donde está la manipulación y donde la verdad.

    Lo único cierto es que la izquierda con su magnífico sentido de la propaganda ha sabido sacar partido de ella, incrementando exponencialmente su número de víctimas y exaltando a simple criminales a la categoría de héroes y mártires. Como hacen los catalanes con Luís Companys². Diversas fuentes aseguran que firmó 8.129 sentencias de muerte , 47 de estas víctimas eran periodistas, sentencias que están confirmadas con el nombre de los ejecutados.

    De lo único de que hay constancia cierta es que hasta dos meses antes de morir, el dictador no tuvo reparo alguno en firmar sentencias de muerte.

    Fueron años oscuros, hambre, enfermedades y terror, un estado que se prolongó hasta la década de los cincuenta, a raíz del convenio militar con los americanos. La represión se fue haciendo más sibilina, menos violenta, menos visceral, pero siempre la hubo, o al menos eso intuía el pueblo llano.

    Hubo algún atisbo de resistencia, un grupo de jóvenes militares fundaron una organización clandestina que, por una parte querían evitar un golpe de estado regresivo y por otra parte la instauración de un régimen democrático, cuyo ideario sería:

    La libertad de expresión, reunión y asociación.

    La Constitución de una Cortes Constituyente emanadas de una consulta general.

    Una amnistía para todos los delitos de orden político y el retorno de los exiliados

    Lucha contra la corrupción.

    En una sociedad donde los confidentes se contaban por millares, muy pronto fueron detectados , detenidos y juzgados. Aunque el número de sus integrantes, entre afiliados y simpatizantes se calcula llegó al millar, solo nueve de ellos, fueron expulsados del cuerpo.

    Salvo este caso, que trascendió a la opinión pública, no hubo otros casos de oposición excepto la llevada a cabo por los comunistas, y su sindicato afín Comisiones Obreras, algunos de cuyos dirigentes pasaron más de 30 años en la cárcel, no hubo ningún otro tipo de resistencia. Como suele decir un conocido locutor de radio: «Éramos cuatro gatos y dos policías infiltrados».

    La opinión pública solo supo de la existencia de un partido socialista (PSOE) hasta que murió Franco y con su sentido del oportunismo se declararon luchadores por la libertad y adalides de la resistencia al dictador. Pura bazofia

    Cuando a partir de 1973 ya se atisbaba en el horizonte que el dictador tenía los días contados fue cuando la oposición se movilizó y como en los genes españoles no está el de la unión ante el enemigo sino el de guerrillero por libre, esta se dividió en dos bandos hostiles e incapaces de actuar juntos.

    El partido comunista, a la sazón el más importante, con casi 100 000 militantes, creó La Junta Democrática que defendía la ruptura democrática con el franquismo mediante la movilización ciudadana pacifica que culminaría con una huelga general, promulgaba el rechazo al nombramiento del príncipe como heredero, proponía un referéndum para decidir entre Monarquía y República y la amnistía general para presos políticos y exiliados.

    Como para los come gambas socialistas el enemigo a batir, (teniendo en cuenta unas posibles elecciones democráticas) era el Partido Comunista de España crearon su propia organización a la que se unieron grupúsculos aislados de independentistas catalanes, vascos y gallegos, algún democristiano desnortado y varios socialdemócratas despistados.

    Pedían los que todos querían, democracia y libertad, pero estos iban algo más lejos, ya alumbraban la idea de las nacionalidades, el derecho a decidir y la autodeterminación.

    En resumen los que la Junta pedía, más bien exigía, era:

    1.La formación de un gobierno provisional que sustituya al actual.

    2 La amnistía absoluta de todas las responsabilidades por hechos de naturaleza política

    3 La legalización de los partidos políticos

    4 La libertad sindical.

    5 Los derechos de huelga, de reunión y de manifestación pacífica.

    6 La libertad de prensa, de radio, de opinión.

    7 La independencia y la unidad jurisdiccional de la función judicial.

    8 La neutralidad política y la profesionalidad de las fuerzas armadas.

    9.El reconocimiento, bajo la unidad del Estado español, de la personalidad política de los pueblos catalán, vasco y gallego

    10 La separación de la Iglesia y el Estado.

    11 La celebración de una consulta popular para elegir la forma definitiva del Estado.

    12 La integración de España en la Comunidades Europea

    «¡Joder!, exclamó el espíritu,aquí se debe haber inspirado Pedro I el Traidor para su alianza Frankenstein porque es calcado, vaya tropa, como nadie se dio cuenta, me sorprenden esos ex altos cargos sociatas que admiten haber votado al sátrapa pensando en que no se atrevería a llegar adonde ha llegado, ¡pero si ya lo hicieron antes de la democracia, no entiendo que unos tíos tan «espabilaos» para sus cosas son tan gilipollas para otras, en fin, ¡cosas veredes amigo Sancho!».

    LA DESIGNACIÓN DE JUAN CARLOS COMO HEREDERO

    Los derechos dinásticos a la corona de España, tras el exilio de Alfonso XIII, correspondían a su hijo Don Juan de Borbón, enemigo declarado de Franco y de su régimen dictatorial. Por lo que el dictador, si como había prometido, algún lejano día decidiese restaurar la monarquía, D. Juan debería ser proclamado el nuevo monarca. Acontecimiento que el Caudillo no estaba dispuesto a que ocurriera.

    Por ello, y en su calidad de dueño y señor del país decidió, por sus «hueviales», saltarse el orden dinástico, y condicionar la instauración de la monarquía a la renuncia de D. Juan, pero este que era muy testarudo se negaba una y otra vez.

    El sátrapa decidió que a él, a gallego y testarudo no le ganaba nadie. Y decidió que sería el hijo primogénito de D. Juan el Heredero, suponiendo que él, ¡El Generalísimo!, decidiese, en un acceso de locura transitoria, renunciar a su derecho divino a manejar a su antojo a un país ganado en una guerra civil.

    En julio de 1969, concretamente el día 22, Franco propuso (lo de proponer es un decir porque él no proponía nunca nada, lo decía y basta) a la Cortes franquistas, como sucesor (mi sucesor dijo) a Juan Carlos de Borbón y Borbón de «una Monarquía del Movimiento Nacional continuadora perenne de los principios e instituciones de nuestra gloriosa cruzada» (vaya tela marinera)

    Y lo nombraba Príncipe de España.

    Y el invicto caudillo, flagelo de comunistas y luz de occidente pronunció una frase que ha quedado para la historia. «Con este nombramiento todo quedará atado y bien atado».

    Brishen no pudo dejar escapar la ocasión de hacer un comentario sarcástico. «Una de dos o el lazo estaba muy mal hecho, mal apretado o los cordones estaban muy bien engrasados, porque la atadura duró menos que un ventosidad mía en el éter, lo que viene a demostrar una vez más, eso de que el hombre propone y Dios dispone, si ahora levantara la cabeza y viera adonde ha llevado al país sus casi cuarenta años de los dos Españas, se volvería a morir. Porque desengáñense toda esta emponzoñada situación, este odio visceral, este resentimiento a todo lo nacional que ahora aflora con tal virulencia es, en parte, debido a la envenenada herencia que nos dejó el franquismo. Por supuesto que no es la única causa, habrá muchas, para que esos años de plomo, sirvan de coartada perfecta para el caldo de cultivo que lerd@s, iletrad@s y oportunist@s saben cocinar tan perfectamente. y que muchos, demasiados descerebrados, han comprado y engullido».

    LA TRANSICIÓN,

    El pueblo español, en su inmensa mayoría, llevaba esperando, entre la esperanza y el temor, que se produjera «el hecho natural», como eufemísticamente decían los franquistas al referirse a la muerte del dictador.

    Esta larga espera se había iniciado en el verano de 1974, Franco fue ingresado en el Hospital de la Paz, aquejado de una tromboflebitis. El tratamiento de esta dolencia le ocasionó una hemorragia digestiva, que le llevó a las puertas de la muerte.

    La expectación en la sociedad era extrema y aunque las noticias eran escasas, por no decir nulas, «radio macuto», transmitía «boca a boca, rumor a rumor» un parte médico diario.

    Para desilusión de muchos y alivio de unos pocos, el enfermo, milagrosamente, se recuperó.

    Aunque su salud había quedado muy mermada, al pueblo se le hizo creer que volvía a estas en plenas facultades físicas y mentales.

    Brishen intervino:«Y debió ser así porque a sus ochenta y tres años tuvo fuerzas suficientes para firmar cinco condenas de muerte y si hubiese habido más habría firmado cincuenta o quinientas, que él el Caudillo era muy suyo y cuando comenzaba una misión, o una cruzada no cejaba hasta terminarla».

    Las cinco condenas .se hicieron efectivas el 27 de septiembre, de nada sirvieron las potestas internacionales ni la súplica del Papa Pablo VI, que el gallego era muy suyo y a él, el hijo de su madre, cuando tomaba una decisión no le bajaba del burro nadie y mucho menos un papa «anticatólico». ¡Vamos, hombre hasta aquí podíamos llegar! ¡Él era Caudillo de España por la Gracia de Dios!

    Ante tamaña escandalera mundial, a los «alfombras» que le rodeaban no se les ocurrió otra solución que convocar a un acto público de desagravio. El uno de octubre y desde el balcón principal del Palacio Real lo mostraron, cual un nuevo Cid Campeador, a una multitud de entregados admiradores.

    Pero si los organizadores quisieron con este acto tranquilizar a sus seguidores, el efecto fue todo lo contrario, para mantenerlo de pie, le pusieron un sillón de cazador, pero cuando la momia viviente comenzó a articular palabra, con una voz temblorosa, vacilante y a punto de echarse a llorar de emoción, (ya estaba tan «gagá» que se emocionaba por cualquier niñería), los televidentes se dijeron: «tate aquí hay tomate», a este le quedan dos telediarios. Y pusieron a enfriar las botellas de cava.

    «Pero ¡joder con la momia, pasaban los días y las semanas y el tío aguantaba y aguantaba, parecía que no se iba a morir nunca, parecía inmortal».

    El quince de Octubre, tres días después de presidir el desfile militar del día de la Hispanidad, empezaron a dolerle los hombros y el pecho, sus médicos, que le controlaban continuamente pensaron que era una simple gripe. Le practicaron un electrocardiograma que señaló que había sufrido un infarto.

    «Y aun así, con dos bemoles, que él era así de «tirao p´ lante», se empecinó en presidir el Consejo de Ministros, del día 17 de octubre, eso sí con más cables en su cuerpo que parecía una marioneta con sus hilos colgando,» como diría posteriormente uno de sus ayudantes: «Se puso en plan legionario pensando que estaba en plena batalla de Brunete».

    El parte médico oficial no tenía desperdicio

    «En el curso de un proceso gripal, Su Excelencia el Jefe del Estado ha sufrido una crisis de insuficiencia coronaria aguda que está evolucionando satisfactoriamente, habiendo comenzado ya su rehabilitación y parte de sus actividades habituales».

    El dictador ya debía barruntar que tenía los días contados, redactó su testamento.

    Pero el mundo seguía girando y como la oportunidad la pintan calva, nuestros hermanos del Sur debieron pensar eso de que: «al que Dios se la dé San Pedro se la bendiga», se aprestaron a apoderarse de lo que no es suyo pero que pretenden que lo es; el Sahara occidental, bajo Administración Española por mandato de las Naciones Unidas, y lanzaron una invasión en toda regla del territorio enmascarada en una marcha pacífica en lo que se dio en llamar La marcha Verde³

    El dictador inició un lento pero inexorable camino hacia el Valle de los Caídos, rodeado de reliquias como los mantos de las vírgenes del Pilar y de Guadalupe y el brazo incorrupto de Santa Teresa.

    A finales de octubre, el parte médico señalaba: «parálisis intestinales, trombosis venos mesentérica y problemas renales».

    El 25 de octubre recibió la extremaunción.

    Al conocerse esto último, unos lloraban y rezaban y otros se frotaban las manos ¡Ya está, pensaban, de esta no sale, ahora sí que la «espicha». aunque tenían sus dudas porque este tío no parece mortal!

    Se le produjo una hemorragia gastrointestinal que obligó a una intervención de urgencia en el botiquín del Regimiento de El Pardo. El 7 de noviembre fue trasladado al Hospital de La Paz, donde se le extirpó el 90% del estómago y le curaron once úlceras sangrantes.

    Y aunque hay una profunda divergencia sobre la fecha de la muerte, si fue el 19 o el 20, lo único verdadero es que murió. Y como dicen en mi pueblo: «Dios castiga sin piedra ni palo». Sus últimos días debieron ser terribles, según lo que refleja el último parte médico: «Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto de miocardio anteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras digestivas agudas recidivantes con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileo-femoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Paro cardíaco».

    Un lacrimógeno y peripatético individuo que se decía presidente del Gobierno, pero que más bien parecía una plañidera llorona, compareció en la Televisión pública para con voz entrecortada por los sollozos y los ojos húmedos por la emoción proclamar, con aire que quería ser solemne pero que resultó ridículo la frase esperada: ¡Españoles, Franco ha muerto.

    Le siguió una perorata de palabras huecas, frases sentimentaloides, referencias a «la lucecita del Pardo» que había iluminado la vida de los españoles.

    Brishen, que no perdía oportunidad de intervenir, fuese o no requerido dijo sarcástico: «Joder, ni que fuese una central térmica que abastece de fluido eléctrico a la ciudadanía, vaya sarta de gilipolleces, si este era el nivel cultural de esos zangolotinos franquistas, no me extraña que todo se fuera al carajo⁴ y para aclaración de muchos ignorantes esto no es una expresión grosera sino un término marinero, específicamente era un castigo a una infracción o desobediencia».

    La noticia corrió como la pólvora, las centralitas telefónicas se colapsaron, algunas estaban tan recalentadas que tuvieron que desconectarlas, los frigoríficos se llenaron de botellas de cava y los kleenex se agotaron, unos lloraban de alegría, otros de pena y otros de incertidumbre.

    Al alba del siguiente día, los restos mortales del dictador fueron expuestos, ataviados con el uniforme de Capitán General del Ejército, en el Salón de Columnas del Palacio Real para que el pueblo le rindiera tributo. El desfile de los ciudadanos ante el féretro se prolongó hasta la madrugada del día 22. Muchos lo hicieron por devoción hacía su amado líder, otros por curiosidad y los más para cerciorarse de que efectivamente había fallecido.

    Querían cerciorase porque ya no confiaban en nada ni en nadie, tantas habían sido las mentiras y las verdades a medias que algunos ya no creían ni las mentiras que veían. Eso decía un chiste en el que narraba la contestación de un individuo al que su esposa cazó con una «amiga» en la cama y el susodicho, le dijo, con una solemnidad extrema: «¡Cariño, no creas las mentiras que veas!».

    Los caciques, huérfanos de su idolatrado caudillo, intentaron que el sepelio fuera todo lo ostentoso, faraónico e imponente como todos los acontecimientos fascistas y nazis de la época. Trataron de que asistieran dignatarios de todo el orbe, pero solo consiguieron la presencia del sanguinario dictador chileno Augusto Pinochet y otras «luces menores» como Imelda Marcos, esposa del dictador filipino Ferdinand Marcos, el rey Hussein de Jordania y el príncipe Raniero de Mónaco. La comitiva fue encabezada por el joven príncipe, que en un alarde de valentía y dignidad lo hizo a pie y a pecho descubierto. Este acto despertó la admiración y el respeto del gentío que se congregó en el recorrido. El gentío asistía entre el respeto de unos y la curiosidad morbosa de otros.

    El día 22 se proclamó Rey de España al hasta entonces Príncipe.

    La ceremonia de proclamación, que fue seguida con enorme interés por el pueblo, tuvo lugar el 22 de noviembre ante las Cortes Españolas, fue una ceremonia con sus luces y sus sombras, ante un discurso prometedor⁵ y lleno de esperanza, aunque con algún que otro halago a la labor del fallecido, se anteponía la aceptación y jurar, sobre la Biblia, guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los principios del Movimiento Nacional. Esto le sonaba al pueblo a más de lo mismo, franquismo monárquico.

    El pueblo, poco dado a sutilezas, no entendía este juramento, pero, a pesar de este forzado juramento, el inminente futuro, el soberano, ya lo tenía perqueñado, lo de la falsa promesa era condición sine qua non, había que hacer creer una cosa para hacer lo contrario. Como dicen en Cádiz «meter espina para sacra corvina».

    Cuando el 25 de ese mes el Rey concedió un indulto general, 5 226 presos comunes y 429 presos políticos fueron liberados. La oposición antifranquista más que un indulto lo considero un insulto. Volvieron los disturbios callejeros exigiendo una amnistía total para todos los presos políticos y el regreso de los exiliados.

    En una solemne Misa de Espíritu Santo oficiada por el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, en la Iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid, Juan Carlos fue exaltado al trono.

    En esta suntuosa ceremonia ya se pudo constatar la sustancial diferencia entre el fenecido régimen y el que se vislumbraba en el horizonte. Al sepelio de Franco, asistieron, en palabras de Henry Kissinger, Secretario de Estado Americano, «luces menores», a la Misa de Espíritu Santo acudieron todos los primeros ministros y presidentes de Europa y América, destacando el presidente de Francia Valéry Giscárd d´Estaing, el de Alemania Walter Sheel y el vicepresidente americano Nelson Rockefeller. Con su presencia querían refrendar el apoyo de las democracias occidentales a los planes reformistas del recién nombrado Rey.

    La Iglesia, a su sibilina manera, también mostró su apoyo. El cardenal Tarancón, que si no era jesuita merecería serlo, había decidido cambiar el tradicional Te Deum , que no permite homilías, por la Misa de Espíritu Santo para así poder expresar el apoyo de la institución religiosa y, salvo una ligerísima referencia a Franco, exhortó al rey a: «ser el Rey de todos los españoles, sin vencidos ni vencedor y a implantar el pluralismo político».

    Los planes del joven monarca, que llevaba años preparando con la avezada experiencia de su preceptor Torcuato Fernández Miranda⁶ tenían que sortear unos obstáculos aparentemente insalvables, la oposición pasiva, y a veces no tan pasiva, del bunker, los inmovilistas franquistas, con el presidente Arias Navarro⁷sup> a la cabeza y con José Antonio Girón⁸ como brigada acorazada.

    El primer gobierno de la monarquía tenía un escollo que salvar, su presidente, heredado de Franco, se negó a presentar su dimisión, como era tradición, y se declaró heredero y albacea del legado de Franco.

    El rey no tuvo otra opción que nombrarle presidente pero le impuso algunos nombres por lo que el nuevo gobierno resultó un hibrido, un gobierno contradictorio y que pronto se demostró que no funcionaba, había liberales como Areilza en Asuntos Exteriores lo que le dio al gobierno un aire de seriedad y respetabilidad, y Garrigues en Justicia, pero también había inmovilistas retrógrados como el Vicepresidente primero el teniente general Fernando de Santiago, los ministros del ejército, marina y aire, todos tenientes generales, o como el de trabajo, Solís, la sonrisa del régimen, y un tardo franquista como Manuel Fraga.

    Era un «totum revolutum», reformistas, inmovilistas y todos narcisistas, con unos egos descomunales.

    Los liberales decían cosas como: «La democracia es imparable pero no lo podemos implantar en unos días, se necesita tiempo y paciencia, la prioridad es tener una asamblea compuesta por miembros electos por el pueblo, las fuerzas armadas han expresado su deseo de que las leyes constitucionales españolas sean respetadas y que el proceso de reformas discurra de acuerdo con las Leyes Fundamentales. ¡Y eso es lo que vamos a hacer».

    Y el presidente del gobierno decía la contraria, como: «Yo lo que deseo es continuar el franquismo. Y mientras esté aquí o actúe en la vida pública no seré sino un estricto continuador del franquismo en todos sus aspectos y lucharé contra los enemigos de España que han empezado a asomar su cabeza y son una minoría agazapada y clandestina en el país».

    Y remachaba la jugada diciendo: «Ni los que usan la violencia terrorista para promover su causa, ni los que promueven la disolución social en todas las formas del anarquismo, ni los que atentan a la sagrada unidad de la patria, en una u otra forma de separatismo, ni aquellos que aspiran con la ayuda exterior y con métodos sin escrúpulos a establecer el comunismo totalitario y la dictadura de un partido, cualquiera que sea la careta con la que se presenten, pueden esperar que se les deje usar las mismas libertades que ellos desean destruir para siempre».

    El país necesitaba drásticas y urgentes medidas económicas, sociales y políticas que requería de un ejecutivo fuerte y unido y lo que había eran tendencias que se contrarrestaban entre sí y llevaba al país a la deriva.

    El rey estaba atado de pies y manos, no podía, o no se atrevía, a cesar al presidente, porque todavía no tenía la corona bien asentada en su testa.

    Tuvo que recurrir a un procedimiento poco ortodoxo pero que demostró ser muy eficaz, concedió una entrevista al acreditado semanario norteamericano Newsweek en la que calificó al presidente del gobierno como: un desastre sin paliativos (unpalliative disaster).

    El 1 de julio el Rey le «convenció», no se atrevió a exigírselo, para que dimitiera y Arias Navarro al que se suponía era un tipo duro (su fama como carnicero de Málaga por sus crímenes en la guerra y en la represión franquista, así lo hacía creer), se rindió sin ofrecer resistencia.

    El camino para la destitución de Arias se había pavimentado y asfaltado pocos meses antes.

    El 26 de noviembre había sido una fecha clave en los planes del monarca, el ultra Alejandro Rodríguez de Valcárcel terminaba su mandato como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, instituciones que bajo Franco eran puramente ornamentales pero que ahora el bunker, los inmovilistas las podían hacer esenciales en el inmediato devenir.

    El Rey tuvo que hacer auténticos encajes de bolillos para que el denostado, por los ultras, Torcuato Fernández fuese incluido en la terna de candidatos.

    Había tres poderes que el rey no podía manejar a su antojo, el Gobierno, el Consejo del Reino y las Cortes. y habría de ganárselos uno a uno, sin algarabías, sin altercados, de forma sibilina y en la sombra.

    Moviendo diestramente a sus peones, con lisonjas, promesas e incluso amenazas veladas, el 2 de diciembre de 1975 su candidato Torcuato fue designado para los dos cargos, Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino.

    Y así comenzó la labor de zapa para nombrar al presidente del Gobierno que el Rey deseaba.

    Este nombramiento dejó a la oposición con los pies fríos y la cabeza caliente. Aquello parecía una monarquía franquista, más de lo mismo con un envoltorio distinto.

    En su toma de posesión hizo alarde de sus dotes para hablar sin decir nada, solo para los que saben leer entre líneas,

    Aseguró: «Me siento total y absolutamente responsable de todo mi pasado, soy fiel a él, pero no me ata, porque el servicio a la patria y al rey son una empresa de esperanza y de futuro»

    Ahora llegaba el momnento más esperado, que mostraría el rumbo que el país iba a seguir, ¡la designación del presidente del gobierno!.

    Las expectativas eran enormes, los vacas sagradas (Areilza, Fraga) se creían en el derecho a ser nombrados, ¡nadie como ellos para llevar a cabo la transición! Ellos eran los más listos, los más espabilaos, estaban tan seguros tan confiados en que sería uno de ellos, que cuando conocieron la noticia, la sorpresa les dejó sin habla durante días.

    El 3 de julio, dos días después de la defenestración de Arias Navarro, el presidente del Consejo del Reino convoca una reunión para elevar al Rey la terna de la que habría de elegir al nuevo presidente de Gobierno, el astuto y sibilino Torcuato sorprende a los consejeros, que acostumbrados a que le digan a quien tienen que incluir en la ternas, no reciben indicación o sugerencia alguna, acostumbrados a no pensar, se quedan perplejos y más aún cuando les propone una especie de quiniela, ir eliminado posibles candidatos. Sutil y habilidoso consigue que en la terna final este incluido el que deseaba, «el candidato del rey», que no es otro que el que él mismo ha propuesto.

    Alguien que, aunque enérgico y ambicioso, será manejable, fácil de guiar y conducir. Es joven, bien parecido y dado su bajo perfil no tiene enemigos en el régimen y las fuerzas armadas le respetan después de su buena actuación en los luctuosos sucesos de Vitoria.

    Al terminar la reunión un hierático Fernández Miranda responde a las insistentes preguntas de los chicos de la prensa con una enigmática frase que dará para muchos titulares: «Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido»

    Adolfo Suárez⁹, que no tenía un pelo de tonto, ya había captado, o eso creía, algunas señales, esperaba ansioso en su domicilio la llamada real, que se demoraba y se demoraba, se mordía las uñas, cuando sonó el teléfono se sobresaltó y experimento un impulso eléctrico en su corazón. Se temió oír una sola frasea: ¡Lo siento!. Por eso cuando el rey le digo: «Quiero que seas presidente del Gobierno», espontáneamente exclamó: ¡Ya era hora!

    Había llegado al poder un chusquero de la política, como se auto títuló a si mismo Adolfo Suárez.

    La sorpresa fue mayúscula, salvo en su casa, era un desconocido, un renombrado historiador escribió un artículo al que tituló ¡Qué error, que inmenso error!

    El tándem Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda era perfecto, un joven atrevido, con valor y dispuesto a comerse el mundo y el profesor sosegado, calculador y maquiavélico. Tenían la responsabilidad de llevar a cabo una hercúlea y peligrosa misión, desmantelar el tinglado franquista de forma legal y sin que se notase. «De la ley a la ley», según la afortunada expresión del propio Torcuato.

    Las vacas sagradas del anterior gobierno, Fraga, Areilza y Garrigues fueron los grandes damnificados. En su tremendo ego se negaron a participar en el futuro gobierno, como así mismo hicieron otros que creían ser de una .especie mejor.

    Los nuevos ministros eran todos de segundo nivel, pero no unos penenes, como peyorativamente les bautizaron, no eran unos novatos, se habían forjado en las categorías inferiores y demostrarían que era tan buenos, sino mejores que esos tótems que se creían imprescindibles.

    La procedencia de los nuevos miembros del gabinete era muy diversa, los había democristianos (Alfonso Osorio, Landelino Lavilla, Marcelino Oreja y Leopoldo Calco Sotelo), le seguían los procedente de la falange, los azules desteñidos (Suárez, Martin Villa y Abril Martorell) y hasta un exministro de Franco, el almirante Pita de Veiga.

    Los comentarios eran mordaces y despreciativos, los comunistas le llamaban un gobierno de verano, los socialistas les llamaban los inocentes parvulitos y los franquistas simplemente le decían traidores.

    Sin embargo el nombramiento de ese Don Nadie, de ese hombre sin patria ni bandera, había sido pensado, meditado, consultado y estudiado a fondo por el rey, con la inestimable ayuda de un auténtico Maquiavelo de la política, un hombre del movimiento al que los franquistas odiaban a muerte., el hombre que había sido preceptor del rey y del que gozaba de plena confianza, Torcuato Fernández

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