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Píldoras Para Pensar: Selección De Refranes Y Dichos Populares
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Píldoras Para Pensar: Selección De Refranes Y Dichos Populares

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Ms de 6.500 refranes y dichos populares, archivo de lo ms castizo y genial que tiene nuestra lengua, cuerpo inmenso de doctrina en que vive y palpita cono en ningn otro cuerpo el alma hispana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 feb 2007
ISBN9781425194345
Píldoras Para Pensar: Selección De Refranes Y Dichos Populares
Autor

Marcelo Blazquez Rodrigo

Nacido el 7 de Octubre de 1936 en Serradilla (Cáceres) Extremadura – España, ingresó en 1948 en el Seminario Diocesano de Plasencia (Cáceres), donde cursó los estudios de Humanidades, Filosofía y Teología. Pianista, Organista y Diplomado por la Escuela Superior de Música Sagrada de Madrid, habiendo realizado Cursos de Gregoriano en Vitoria y Salamanca. Ordenado sacerdote el 19 de Junio de 1960 en su parroquia natal de Nuestra Señora de la Asunción, desarrolló los primeros cuatro años de su ministerio en Monroy (Cáceres), destacando en la organización de la Catequesis y preocupación por la juventud, para la que creó un Centro Recreativo y Cultural, con Grupo Teatral y Rondalla. Nueve años en Jaraiz de la Vera, (Cáceres) , alternó su labor pastoral con la docencia, siendo durante cuatro años profesor de la Academia “Nuestra Señora del Salobrar” y cinco años Profesor de Religión del Instituto Nacional de Enseñanza Media “Gonzalo Korreas”. Corresponsal de la emisora “La Voz de Extremadura”, colaborador de los periódicos “HOY” de Badajoz y “EXTREMADURA” de Cáceres. Fundador y Director del periódico local “Afán Jaraiceño”, Delegado de Educación Física y Deportes dio un gran impulso a todas las modalidades deportivas de la juventud verata. Fundador y Director del Club Juventud “La Concordia” que en 1.969 consiguió el Primer Premio Nacional, otorgado por el Ministerio de Información y Turismo. Desde 1973 se encuentra en los Estados Unidos de América habiendo sido nombrado en mayo de 1974 Director del Apostolado Hispano de la Diócesis de Albany, New York. Fundó y dirigió en Troy la emisión en lengua castellana titulada “Atena Hispana”. Licenciado y doctorado por la Universidad de Nueva Cork consigue Premio Extraordinario con su tesis doctoral sobre Lope de Vega, tesis dirigida por Don Manuel Alvar, Director de la Real Academia Española de la Lengua. Durante cuatro años enseña en la Universidad del Estado de Nueva York en Albany. Sin embargo, Marcelo Blazquez Rodrigo no ha hecho de la Literatura su profesión sino su “hobby”. Porque su misión primordial como sacerdote la ha desarrollado entre uno de los sectores más conflictivos y marginados de la sociedad: los presos. Veintiséis años ha dedicado a la difícil tarea de aliviar las penas y ayudar a los encarcelados, tanto humana como cultural y espiritualmente. Lo mejor de sus energías han quedado silenciadas tras las rejas en cárceles de Máxima Seguridad (Comstock, Cocsackie, Sullivan) o Seguridad Media (Hudson, Sullivan Annex, Woodbourne, Ulster) a la vez que ha servido en las parroquias de Monticello y Livington Manor, o en una granja agropecuaria “La Patera”, donde crían 40.000 patos más de cien emigrantes mejicanos. Jubilado ya, ha dado a luz “Un cura entre rejas”, publicado por ediciones La Goleta, en Pamplona y cuya traducción al inglés se espera pronto. Le han precedido otras publicaciones, como “ Pinceles para la Paz”, biografía del pintor Besilario Sánchez Mateos, publicada por Editora Nacional de Madrid en 1.975 y “La Dama del Arpa”, biografia de la célebre concertista internacional María Rosa Calvo-Manzano y un Estudio exhaustivo sobre “La Gatomaquia” de Lope de Vega que publicó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid en el ano 1.995.

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    Píldoras Para Pensar - Marcelo Blazquez Rodrigo

    Copyright 2006 Marcelo Blázquez Rodrigo

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.

    Aviso a Bibliotecarios: La catalogación bibliográfica de este libro se encuentra en la base de datos de la Biblioteca y Archivos del Canadá. Estos datos se pueden obtener a través de la siguiente página web: www.collectionscanada.ca/amicus/index-e.html

    ISBN: 978-1-4120-8126-9 (Tapa Blanda)

    ISBN: 978-1-4251-9434-5 (Libro Electrónico)

    Image493.JPG

    Oficinas en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido e Irlanda

    Venta de libros en América del Norte y al extranjero:

    Editorial Trafford, 6E-2333 Government St. Victoria, BC V8T 4P4 CANADÁ Teléfono: 250 383 6864 (llamadas sin cargo: 1 888 232 4444) Fax: 250 383 6804; email: pedidos@trafford.com

    Venta de libros en Europa

    Trafford Publishing (UK) Limited, 9 Park Street, 2nd Floor

    Oxford, UK OX1 1HH UNITED KINGDOM Teléfono: +44 (0)1865 722 113 (tarifa local 0845 230 9601) facsimile +44 (0)1865 722 868; pedidos.ru@trafford.com

    Pedidos por Internet:

    Trafford.com/05-3123

    10 9 8 7 6 5 4

    Contents

    INTRODUCCIÓN

    DEDICATORIA

    PILDORAS PARA PENSAR

    *A CUESTAS CON EL REFRANERO

     A 

     B 

     C 

     D 

     E 

     F 

     G 

     H 

     I 

     J 

     L 

     M 

     N 

     O 

     P 

     Q 

     R 

     S 

     U 

     V 

     Z 

    END NOTES

    INTRODUCCIÓN

    Los refranes—en boca de don Quijote—son sentencias breves sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios (Cap. LXVII). O como dice en otro lugar: Sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas (Cap. XXI).

    Los refranes son—en frase de Lope de Vega en su Dorotea,-"libros del mundo en quinta esencia, porque muchos dellos son tan verdaderos y sentenciosos, que enseñan más en aquel modo lacónico, que muchos libros de filósofos antiguos en dilatados discursos. Los refranes son esa moneda literaria que intercambiamos en nuestra conversación diaria tan seguros de su eficacia como descuidados de la solera que los garantiza. Se ha dicho que los refranes son como apoyaturas de una amena conversación".

    El refrán es un dicho breve, sentencioso y a menudo socarrón, como corresponde a su carácter popular, al medio campesino en que vivió durante siglos. Sus raíces atraviesan la época en que se atropellaban por salir de los labios de Sancho Panza, apenas los despegaba; siguen por la centuria en que Blasco de Garay los hilvanaba para escribir sus artificiosas Cartas; penetran en la siguiente, esmaltando las páginas del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, y aun traspasan las fechas legendarias en que viviera el buen Cid Campeador, el de las barbas floridas, Don Rodrigo Díaz de Vivar.

    La primera consecuencia de su indudable antigüedad es que no tienen origen conocido. Están ahí, en boca de todos nosotros, jóvenes y viejos, de cualquier clase social y en distintas latitudes. Pero vienen de muy lejos. Tanto, que no hay manera de señalar su infancia. Para rastrear el origen de muchos refranes acaso sea preciso remontarse al origen del propio idioma, es decir, a tiempos donde faltaría el testimonio escrito.

    Los refranes unos provienen de proverbios vulgares latinos, como sapientis est mutare consilium (es de sabios mudar de opinión), verba volant, scripta manen (las palabras vuelan, los escritos permanecen); otros provienen de sentencias bíblicas más o menos acomodadas, por ejemplo, Initium sapientiae, timor Dei (el temor de Dios es el principio de la sabiduría); y muchos de ese caudal de la sabiduría común que los pueblos primitivos se transmitían oralmente de padres a hijos. Lo cierto es que todos los refranes sintetizan experiencias de la vida real, comprobadas y repetidas una y mil veces.

    La definición que el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos da del refrán es la siguiente: Dicho agudo y sentencioso de uso común, repetido tradicionalmente de modo invariable. Más conciso es Julio Casares en su Diccionario Ideológico de la Lengua Española: Dicho sentencioso de uso común. En la condición de sentencioso se encierra precisamente la verdadera identidad del refrán, la que le aparta de otros dichos populares. Habría que añadir de origen anónimo para que quedasen delimitados por completo.

    Son muchos los vocablos que funcionan practicamente como sinónimos suyos a lo largo de nuestra historia, tales como adagio, proverbio, dicho, evangelios chicos, evangelios abreviados y paremias, entre los más actuales. Remontándonos a la Edad Media, podemos verlos nombrados como palabra, verbo, en-siemplo, fabliella, etc.

    Semejantes a los refranes son los axiomas: "verdades tan evidentes que no necesitan demostración";—los aforismos: "sentencias breves o doctrinales que se proponen como máximas";—los apotegmas: "dichos breves y sentenciosos que se hicieron célebres por la persona que los expresó";-las máximas: "reglas o sentencias admitidas generalmente en una disciplina o ciencia";—las moralejas: "enseñanzas morales que se deducen de un cuento o fábula"-; etc. Pero, en general, se diferencian de aquellos bien por su carácter culto y académico, bien por ser conocido el autor que los compuso o cualesquiera condición que rompa la identidad de anonimato y tradicionalismo popular que les son inherentes a los refranes, entre los cuales tampoco deben incluírse las frases hechas populares carentes de contenido doctrinal sentencioso. Lo interesante son las afinidades que acabaron por reunirlos, aunque no siempre mezclarlos. De todas formas, frases y refranes tienen la virtud de su gran fuerza expresiva, conseguida casi siempre con un lenguaje llano y preciso, que contrasta a menudo con el sentido directo de las palabras, aprovechando la concisión y la luminosidad que en ocasiones tiene la metáfora. Sin embargo, en PILDORAS PARA PENSAR hemos querido recoger de todo, dichos y refranes, como expresión corriente de nuestro acerbo popular.

    Los refranes compendian, en breve síntesis, la filosofía popular transmitida de generación en generación. Y es que los refranes son una de las herencias más ricas de nuestra cultura y por ende, no podemos—no debemos—renuciar a ella. Renuciar a nuestra herencia sería tanto como renunciar a lo mejor de uno mismo. Porque, esa herencia es, justamente, lo que nos hace ser como somos o, más aún, como debiéramos ser.

    La lectura de los buenos libros—escribió Descartes—es como una conversación con los hombres mejores de los tiempos pasados. Y es que leyendo a un clásico—diría Clifton Fadiman—no te ves en el libro como si hubieras muerto antes, sino que es como si antes hubieras vivido. Es lo mismo que, con un alarde de maestría barroca, escribiría Quevedo, retirado al yermo para tener unos pocos libros en los que leer y permitiera la meditación:

    Retirado en la paz de estos desiertos

    con pocos, pero doctos libros juntos,

    vivo en conversación con los difuntos

    y escucho con mis ojos a los muertos.

    Lo mismo que otro de nuestros refranes sintetiza:

    Los que dan consejos ciertos

    a los vivos, son los muertos.

    El refrán es algo más que la voz del pueblo. Es la voz de la experiencia y la filosofía popular. El pensamiento que encierra, la sabiduría que encarna el conocimiento del corazón humano y la experiencia que rezuma le hacen ser algo más que una pura forma literaria. Es el reflejo de una cultura popular. Ese conocimiento del hombre y de la vida es la sabiduría de los antiguos y la ponderación y el aplomo para andar por el mundo. Y esto es lo que transciende de los refranes, porque están llenos de ese conocimiento vital y humano. Los refranes están llenos de contenido doctrinal, de carga moralizante, y ésto, al igual que su sentido didáctico, pedagógico y de moraleja abreviada, no es más que el fruto de una experiencia largamente confirmada por las generaciones posteriores. Y si la filosofía que rezuman los refranes está salpimentada con no pequeñas dosis de socarronería es porque la sabiduría que dan los años sabe mucho de la malicia humana, de los desengaños y de las zancadillas.

    El refrán es hijo del pueblo humilde, sin paternidad reconocible, sin techo, sin albergue, sin el ropaje de la erudición o de la frase bien hecha. Por eso se diferencia del adagio y del proverbio, de la máxima y de la sentencia. Los refranes son del pueblo, se diría que recogidos del arroyo, del estrado más bajo de la capa social, perdidos en el desván o caídos del arzón a algún desocupado caballero que no se dignó siquiera recogerlos. Pero están ahí, recorriendo ufanos el mundo de la coversación galana, al estilo del Marqués de Santillana, en las cuidadas frases al modo de Sancho Panza, en las reuniones elegantes, en las citas amorosas, en las sesudas juntas de los ejecutivos, en las tertulias, en la calle y en la plaza. Y no pasan de moda. Están bien vistos por unos y por otros. Y, desde luego, son una fruicción lógico-verbal del hablante y un regocijo para el que escucha.

    El valor del refrán en el campo de la filosofía práctica y sentenciosa estriba en su calidad de conclusión, de colofón, de corolario, a un problema filosófico, como si se dieran por sentadas las premisas o se las dedujese en la propia conversación. El refranero generaliza poco, distingue mucho, alaba o vitupera según los momentos. Y es en estos casos cuando el valor paradigmático y sentencioso del refrán cobra categoría porque es el resultado de un estudio psicológico del alma humana. El alma humana es un misterio impenetrable en el refranero. A veces se muestra enérgico y decidido en las cosas de la virtud, como la honradez, la amistad, el valor, la fama, la honestidad. Pero a veces también juega con los conceptos y a veces con los vocablos. El refrán es también consecuencia y fruto de la experiencia propia o ajena expresada con habilidad y con pocas palabras, cuyo contenido moralizador o diatriba contra la sociedad cae en gracia en el auditorio, que lo repite una y otra vez, elevando la anécdota y la casuística a la categoría de modelo de sentencia y de generalización. De esta manera, quien se encuentra en parecidas circunstancias no saca su razonamiento o experiencia, ni su propia hilvanación de los hechos, ni su moraleja sino la gratuita afirmación de los refranes. Y esta corroboración confirma, a su entender, su punto de vista.

    Con frecuencia, también hay que considerar el refrán como el broche de oro, el corolario o la demostración final de algo. Sucede un hecho, se comenta, se quiere reafirmar uno en un juicio, quiere basar su experiencia en algo que no sea su propio ordeno y mando, y se busca el refrán. Con ello parece que no hay más que objetar, y la conversación se acaba. No hay diálogo, es el broche, el cierre tajante de quien cree tener razón o teme que se la quiten.

    Es lo mismo que Sancho Panza, quien le parecía a don Quijote un costal lleno de refranes, expresa en el cap. LXXI: No sé qué mala ventura es ésta mía que no sé decir razón sin refrán, ni refrán que no me parerezca razón.

    Que este libro sirva para conocer un poco más el rico acervo cultural de nuestras más hondas raíces hispanas, para enriquecimiento del léxico y, sobre todo, como diría Sebastián Horozco, para sacar muchas moralidades y aviso para nuestras vidas y provecho de nuestras consciencias.

    DEDICATORIA

    A quienes gustan saborear los refranes y dichos populares,

    archivo de lo más castizo y genial que tiene nuestra lengua

    y cuerpo inmenso de doctrina en que vive y palpita

    como en ningún otro cuerpo el alma hispana.

    El Autor

    PILDORAS

    PARA PENSAR

    Image502.JPG

    Marcelo Blázquez Rodrigo

    *A CUESTAS CON EL REFRANERO

    Petrita Hernández, Directora del Departamento de Asuntos Hispanos, me pidió anoche que preparase una lista de veinticinco o treinta refranes para ser leídos aquí y ahora, como expresión genuína de nuestra cultura. En vez de hacer esa lista—que como todas las listas pueden resultar frías y desarticuladas—he optado por ensartar en este trabajo un conjunto de ellos, encuadrándolos en una inventada y supuesta historia joco-seria.

    Y lo primero que tengo que decir es que cuando Petrita me pidió esta tarea, no la pude decir que no, porque Quien manda manda y cartuchos al cañón. No me tocó más que obedecer, ya que Donde hay patrón, no manda marinero. Así es que callé, porque no olvidaba aquello de que Al buen callar, llaman Sancho. Y, sin decir una palabra, hice mutis por el foro, acordándome de que En boca cerrada, no entran moscas. Lo único que dije entre mí fue ésto: ¡Dios mío! ¡Con las cosas que yo tengo que hacer! Y para colmo, ¡ahora me encargan ésto! Y me vino a la memoria el refrán que dice: Eramos pocos, y parió abuela. Pero como yo soy una persona optimista, me dije: A mal tiempo, buena cara. Y decidí poner manos a la obra enseguida, acordándome de lo que tantas veces me decía mi madre: No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. No me fue difícil ante la necesidad que tenía de hacerlo, porque no olvidéis que Discurre más un necesitado, que cien abogadosy como Principios quieren las cosas comencé mi tarea con ilusión. Enseguida noté que aquello iba miel sobre hojuelas, porque Comenzar las cosas, es tenerlas medio acabadas.

    A mi mente acudían refranes y más refranes. Aquello me parecía como El comer y el rascar, que todo es hasta empezar. La dificultad era escoger unos pocos entre unos muchos, porque no quería ni cansaros ni aburriros, ya que estoy convencido que Lopoco agpaday lo mucho enfada. Y ésto es lo que más preocupado me ha tenido. Si os digo la verdad, anoche mismo no cené mucho, porque me acordé del refrán que dice: De cenas buenas están las sepulturas llenas. Pronto me fui a la cama para no faltar al consejo de mis padres: A las diez, en la cama estés. Quise olvidarlo todo y pronto cerré los ojos, ya que Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero a las cuatro de la madrugada me desperté. Al querer levantarme me pregunté a mí mismo: ¿Para qué levantarme a estas horas de la mañana? Si Nopor mucho madrugar amanece más temprano. Así es que me dí otra media vuelta en la cama, contento de haber cumplido con esta sentencia verdadera. Pero pronto me acordé de otro refrán que dice: Alque madruga Dios le ayuday éste pudo más que aquél, con el peso de otro refrán que me decía muchas veces mi padre" El que se levanta tarde, ni oye misa ni come carne. Estoy seguro que si no me decido entonces a levantarme, todavía estaría ahora o en la cama o de prisa y corriendo, hecho un zascandil, yendo De la Teca a la Meca, porque Quien tarde se levanta, todo el día trota.

    La noche anterior no había reparado mucho en mi habitación, pero ahora, al encender la luz, me dí cuenta que la habitación tenía dos puertas. Y eso me preocupó, porque siempre se ha dicho que Casa con dos puertas, mala es de guardar.

    Es posible que todos ustedes digan que este Hotel es muy bueno. Y no lo dudo. Pero hay una cosa que a mí no me gusta. Y esa cosa es que la cama es muy dura, así que No todo el monte es orégano, porque ya saben ustedes que La cama dura, hace la noche larga. El caso es que no quise hacer mucho ruido a esas horas de la mañana y opté por leer un libro que tenía sobre la mesilla de noche, ya que Libro cerrado, no hace letrado, y aunque como os he dicho, la cama estaba muy dura, decidí leer echado sobre ella, que al fin y al cabo La cama es buena cosa: quien no puede dormir, reposa. Así, sin darme cuenta Maté dos pájaros de un tiro. Pero al poco rato, aunque no lo creáis, sentí hambre. La cena—os dije—había sido frugal. Y me dije: Tengo que comer algo, porque "Tripa vacía, corazón sin alegría’’. Y decidí bajar a la cafetería por si estaba abierta.

    Al salir al pasillo sentí miedo, porque estaba Oscuro como boca de lobo. No sé si a propósito alguien había apagado la luz. El caso es que como De noche todos los gatos son pardos, Tomé el orinal por la palangana, quiero decir, tropecé contra un sillón y no me caí de puto milagro. Pero como Tropezar y no caer, adelantar camino es, me planté en la cafetería En menos que canta un gallo.

    Contra lo que yo en principio esperaba me sorprendió la cantidad de gente que allí había. Y eso me encojonó, porque yo sabía muy bien que tendría que esperar mucho y, ya sabéis, Elque espera, desespera. Pero como buen español, me hice el tonto y como quien no quiere la cosa, me puse el primero en la fila. ¡No veáis las protestas de aquellas sufridas gentes! Pero yo no me dí por enterado, "Que no hay peor sordo que el que no quiere oír". Pero las voces iban subiendo de tono. Algunos insultaban. Más yo me acordaba del refrán que dice: Apalabras necias, oídos sordos. Más protestas. Algunos incluso llegaron a amenazarme. Pero yo siempre a cuestas con mi filosofía refranera, ni me inmuté, ya que Más son los amenazados, que los acuchillados. Allí se armó Troya: gritos, voces, protestas, amenazas. A decir verdad, yo creía que ésto sólo pasaba en mi país. Pero ya veo que En todas partes se cuecen habas y en algunos sitios a calderadas.

    El único que no gritaba era yo. Enseguida me dije: O todos o ninguno Y como hay un refrán que dice: Donde fueres, haz lo que vieres me puse yo también a gritar y a insultar a todos aquellos cabezas cuadradas que parecían niños de colegio de monjas. Por supuesto que me acordé de la madre de todos ellos—que, sin duda alguna, deberían ser unas santas-, pero ellos..., ellos, son todos unos hijos de puta, unos gilipollas, unos cabrones, unos maricones y toda la letanía de epítetos y de malas palabras que se venían a mi mente. Claro, que eso de malas palabras es un decir, porque No habría palabra mala, si no fuera mal tomada. El caso es que me volví a la camarera y la pedí un café. Bueno, eso de un café es otro decir, porque el café americano es peor que Agua pasada por un calcetín. Pero no había otra cosa. Y como A la fuerza ahorcan y La necesidad obliga’, me bebí dos tazas, aunque fuera con repugnancia. Entonces comprendí cuán verdad es aquello de que Nadie diga de este agua no beberé. Eso sí, tuve que hacer de tripas corazón y por si fuera poco, la camarera, extremando su delicadeza, me sirvió otra taza. ¡Ahí va!—me dije-. ¡Esta también sabe refranes! Porque estaba haciendo verdad aquello de que Al que no quiere caldo, tres tazas;y la última, rebosando. Lo importante es que aplaqué mi sed, que es una de las peores cosas que hay en este mundo. Ya lo dice otro refrán: Mala es la hambre, peor la sed; si una mata, la otra también.

    La camarera estaba empeñada en ayudarme a olvidar todo aquello y a complacerme. Y me sirvió una rebanada tostada y me la comí,

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