El banco del instituto
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¿Te has emocionado en alguna ocasión al pasar por la puerta de tu antiguo instituto?
¿Has querido en algún momento de tu vida volver a vivir situaciones de tu pasado?
El banco del instituto te dará todo eso, explorando las relaciones humanas, el amor, la amistad, la nostalgia, a través de los recuerdos asociados a un banco de instituto.
Una novela que narra, en diferentes espacios temporales, las interacciones de nuestros protagonistas, haciéndolos vivir una historia de amor llevada hasta el límite.
Acompaña a nuestros personajes y descubre hasta dónde se puede llegar por amor, cuánto se puede entregar a otra persona y hasta dónde puede llegar la ética.
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El banco del instituto - Daniel Gómez Ibáñez
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Daniel Gómez Ibáñez
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-635-9
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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Dedicatorias
Dedicado a todos los fantasmas que he conocido, a los que conozco y a los que me quedarán por conocer.
Dedicado a cualquiera que se vea identificado con las situaciones que se narrarán.
Por último, quiero dedicar este libro a las personas que todos los días se despiertan para luchar contra la vergüenza, contra los silencios y por no dejar que el pasado les nuble el presente.
Presentación
Hay tanto cariño y tantos recuerdos en el título que es difícil para mí empezar a presentarlo sin usar esa palabra, y es que si tuviera que describir rápidamente esta novela sería con dos conceptos muy genéricos, como son el amor y el tiempo.
Tuve la suerte en mi vida de poder tener un banco de instituto, tuve la suerte de no salir corriendo cuando veía el autobús y tuve la suerte de quedarme un ratito allí sentado junto con más personas que no corrían, y hasta tuve suerte de que me apadrinaran en varios bancos de otros institutos, y en ello me he basado para escribir esta novela.
Es curioso cómo, sin saberlo, algunos objetos inanimados, dormidos e inmóviles durante su vida, crean y forjan recuerdos maravillosos generación tras generación, y cómo la ausencia de los mismos hace tambalear y apena las historias maravillosas que allí se produjeron y que solo ellos y sus protagonistas conocen.
Cuántas aventuras podrían contar aquellas maderas; cuántas risas, lloros, quedadas, rupturas, encuentros, noviazgos, abrazos, besos, miradas; y cuántas relaciones quedaron grabadas a modo de tatuaje en la madera, como se veía en las películas, para que cuando sus protagonistas, sesenta años después, volvieran a sentarse allí pudieran recordar que año tras año, en aquel preciso instante cuando lo grabaron, estaban enamorados, y que aquellas iniciales junto a un corazón atravesado por una flecha les mantendrían unidos durante el infinito tiempo que aquella madera pudiera durar.
Seguro que más de uno, consciente o inconscientemente, ha regresado allí; se ha sentado tratando de revivir como espectador lejano en edad aquellos momentos y ha hecho de Indiana Jones buscando aquellas felices muescas en la madera. Seguro que ahora estás sonriendo, seguro que diriges tu mirada hacia la puerta del instituto y te ves saliendo, o ves a tus amigos/as o a tu novia/o y los acompañas caminando o corriendo hacia el banco, ¿a qué sí? Tiran la mochila al suelo, dejan aquellas carpetas decoradas con fotos en el exterior y con miles de secretos en su interior reposando encima y se afanan por hacerse un hueco en aquel maravilloso lugar.
Si escuchas atentamente oirás risas, muchas risas, cotilleos, el consuelo al enfadado, el plan para el fin de semana, las promesas eternas de juventud o de amor… Solo hay que escuchar con atención. Lo único malo es que al rato se silenciarán y tendrás que seguir andando por aquellos escenarios para seguir escuchándolos… o volver en otra ocasión dentro de unos años. Y es que una de las cosas malas que tiene hacerse viejo es que cada vez estás más sordo.
Unos años, ¿verdad?, como si fuera tan fácil garantizar que en unos años puedes volver; quién sabe. Ni tú mismo, cuando grabaste en la madera aquellos jeroglíficos, podías garantizar que treinta años después volverías a buscar aquel garabato, más que nada, porque también eres consciente, ahora, de que más de uno ya no puede volver a sentarse.
Los echo de menos, es verdad; echo de menos el banco, las personas, los escenarios, las situaciones, los autobuses; todo… Pero no tengo claro que sea recíproco.
Ahora, en la mejor de las situaciones, recuerdo vagamente los nombres de algunos de aquellos compañeros de asiento, pero por desgracia la mayoría se han convertido en fantasmas eternos con quince años, imposibles de localizar, desaparecidos en la historia y en el tiempo, vivos únicamente en alguno de mis recuerdos y zombis cuando en algún encuentro esporádico alguien dice: «¿Te acuerdas de Pepe? Sí, hombre, aquel chico bajito con gafas que se sentaba junto a la ventana en la fila cuatro…».
Pero ¿y si hubiera una opción de volver justo ahí? ¿Y si pudieras regresar a cualquier recuerdo que tú quieras y volver a vivirlo como si fuera el presente?
En esencia, eso es lo que vas a descubrir, eso es lo que quise: que recuperéis a vuestros fantasmas durante un ratito, que cerréis los ojos y que viajéis a otra época, a la que tú elijas, pero a otra época tuya. Recordar es viajar en el tiempo, ¿no? Es viajar al pasado, es volver a vivir situaciones en punto concreto de nuestras historias pasadas… Pues haremos ese viaje junto a mis personajes.
Viajar en el tiempo es un tema que siempre me ha llamado la atención y sobre el que tenía muchas ganas de escribir. Se lo debía, sobre todo, en agradecimiento a tantas horas de lectura e investigación que me ha proporcionado y porque, además, el hecho de tener que encontrar una manera como mínimo original para realizar esos viajes temporales supuso un reto importante en mi cabeza, aunque me generó una duda moral sobre la invasión de la tecnología en nuestra privacidad.
Y como no, todo ello engarzado con una historia romántica, como no podía ser de otra manera en un escrito mío…
He querido mostrar también la importancia de personas que están en nuestras vidas y que, sin ser familia, su comportamiento las hace partícipes de dicha calificación.
Esas personas son mis principales personajes, a los cuales sumerjo en el dolor, la ternura, la inocencia; pero, sobre todo, con ellos he querido profundizar en el comportamiento humano ante situaciones límites que nos presenta la vida en ocasiones y hasta dónde puede llegar el amor desinteresado entre dos personas.
Para ello, tuve que volver a bajar al abismo, a las tinieblas, a la oscuridad, y llevarme al límite una vez más a mí mismo para tratar de plasmaros los sentimientos que mis personajes sufren a lo largo de su historia, y eso, aunque me duela, me gusta: rozar esos límites oscuros hace que pueda escribir, hace que esto sea de verdad, que lo pueda sentir para poder explicároslo, pero reconozco que cuesta regresar a luz otra vez.
En esta ocasión, mi querida Patri y mi querido Javi protagonizan su historia, la de sus recuerdos, sus secretos, sus sentimientos, y sobre todo la del cariño que existe entre ellos. Iba a deciros que los personajes irán cambiando a lo largo de la historia, pero no es así, y es que al final creo que somos lo que somos y no cambiamos, pero otra cosa es lo que queremos mostrar al exterior, y a ellos les pasa precisamente eso.
Muchas veces construimos esas fachadas para ocultar realidades que nos pueden hacer vulnerables hacia inoportunos aprovechados de la vida, lo cual sirva de paso para decir que los odio profundamente y que ojalá en algún momento del futuro las personas puedan ser lo que son simplemente porque esos «vampiros» han desaparecido.
En fin, pues esto es El banco del instituto: una historia de amor en la que podrás cambiar el pasado sin modificar el presente, o puede que si lo puedas modificar o a lo mejor prefieras regresar al pasado para volver a vivirlo exactamente como tú lo recuerdas. ¿Cuál será tu elección? Tú decidirás dónde te quieres quedar.
Prólogo
En un mundo tendente a adjetivar la inteligencia con palabras «artificiales», «emocionales» o «sociales», la vertiginosidad de nuestras vidas hace que propendamos a considerar trascendentes segundos inocuos, minusvalorando horas vitales. Por ello, es imprescindible encontrar nuestro sitio especial, el de cada uno, donde profundizar sobre el propio sustantivo, sentados ante nuestro pasado, mirando nuestro presente e imaginando nuestro futuro; y, por Dios, ¿dónde mejor que en El banco del instituto, una loa al empirismo más romántico, al romanticismo más racional, al racionalismo más desgarrador? (Hume, sin duda, aplaudiría).
La narración comienza en términos actuales para ya no parar de viajar al pasado desde el más brutal de los presentes; navegamos por recuerdos a bordo de nuestro banco, el de cada uno, recorriendo el pasado de dos de nuestros protagonistas, Javi y Patri, adentrándose, sin encontrar a Ariadna, en un laberinto que el mismísimo Dédalo habría reclamado como suyo.
Los pasajeros son tres soñadores que, por no despertar, mutan su sangre en Valium, entrelazándose íntimamente, formando un trío literario e indivisible. Son uno y el mundo.
Los propios lectores podremos vernos reflejados tanto desde un punto de vista ético como psicológico, ahondando en los sentimientos más humanos. ¿O es que no recuerdas tu barrio?, sí, ese en el que creciste; o el primer beso, quizás el que no diste; ¿y qué me cuentas de esas riñas inocentes acompañadas de la mejor de las reconciliaciones?; ojo, espera, ¿qué tienes que decir de tus travesuras castigadas con recompensas de amor?
Cada capítulo de este libro es un viaje infinito a nuestro propio yo, compuesto por tus miedos más mundanos y tus filias más platónicas, con paradas que cicatrizan heridas y destinos que bien pueden ser huidas.
Ah, por cierto, Ariadna sí aparece disfrazada de Silvia, la de cada uno, para, con su laberíntico hilo, salvar a nuestro héroe de su mitológica existencia.
No puedo terminar sin antes agradecer al autor que un escritor que no escribe haya tenido la oportunidad de ser feliz leyendo un libro que no se lee, se late, e intentar plasmar en un modesto prólogo lo escuchado desde su estetoscopio.
Por ti, Dani, por ti, amigo.
Moisés Baena.
Mi memoria
Hoy empecé a andar, como cualquier otro día, sin importarme lo más mínimo lo que pueda pasar, con la mente despejada y limpia, en uno de esos momentos en los que disfrutas simplemente con el hecho de estar contigo mismo. Dejé hace tiempo de preocuparme por esas cosas que normalmente atormentan a las personas en su presente, y no es por creerme diferente o mejor que los demás… Bueno, qué demonios, sí que lo creo, soy diferente a los demás. ¿O es que todos somos iguales? Lo de mejor ya es otra cosa…
Si preguntas a los que me conocen que es lo que más caracteriza esa diferencia, te dirían que es mi capacidad de vivir en el pasado.
A día de hoy se considera enfermedad, ya que te hace incapaz de vivir el presente en plenitud y no ser totalmente consciente de todo de lo que te rodea, porque lo asocias a algo positivo ya vivido anteriormente. El caso es que tiene sus lados buenos y malos; buenos porque puedes evadirte continuamente de todo, y malo porque te hundes pensando que todo momento anterior fue mejor que el que estás viviendo.
Todo castillo tiene sus cimientos, y en el mío, mi burbuja se soporta en una memoria reconocida por la ciencia como magistral. Mi cabeza es capaz de reproducir cual vídeo cualquier escena vivida por mí a lo largo de toda mi historia con un nivel de detalle increíble. ¿Genialidad o tortura? Puede que enfermedad, y se llama hipermnesia.
¿Te imaginas no poder olvidar? ¿Te imaginas recordar absolutamente todo de todos los días de tu vida?
Para los recuerdos bonitos es maravilloso, pero anda que los malos… ¿Quién no quiere olvidar esos momentos que a todos nos toca vivir y que deseamos apartar de nuestras cabezas lo más rápido posible?
En mi caso, si encontrara esa lámpara mágica, no pediría ni dinero ni amor ni salud, ni nada por estilo, pediría volver; volver donde creo que fui feliz; donde, como viví aquella realidad, sé que no me puede pasar nada porque ya ha pasado y la conozco; volver a un recreo conocido, volver a mi vida pasada… Espero que no sea todo esto una depresión. En fin.
Al final, tanto pensamiento me ha abierto el apetito y creo que debo de descansar un poco esta cabezota mía. Iré a tomar algo al restaurante de Patri.
Patri es una amiga que conozco desde hace muchos años y a la que de vez en cuando me gusta ver. Es un encanto, pero se mete mucho conmigo, por lo que la aguanto un ratito cada determinado tiempo y ya está.
—Hola, Patri, cariño.
—Hola, flaqui. ¿Te has puesto a dieta de engordar ya? De lado no se te ve…
—Yo también te quiero, ¿te has puesto el pelo rojo y con rizos?
—Sí, ja, ja, ja. Original, ¿verdad?
—Estás loca, chica… ¿Qué? ¿Cómo marcha la vida?
—Va, que no es poco. No están las cosas muy bien, ya sabes, y la gente si puede se ahorra el café de la mañana y la cervecita de la tarde. Esperemos que ahora con el verano y la terracita mejore algo, y si no, me veo yéndome a vivir a tu casa, ja, ja, ja, así me mantienes.
—No tengo otra cosa que hacer que aguantarte a ti, lo que me faltaba. Mira, me tiño yo el pelo de azul, y si nos juntamos seremos la camiseta del Barcelona.
—No te vendría nada mal, flacucho, porque ahora está claro que llevas la camiseta del Real Madrid con todas esas canas que tienes.
—¿Qué quieres tomar?
—Ponme un café solo, anda.
—¿Y algo de comer?
—No, tengo que mantener la dieta y este cuerpazo que me ha dado Dios.
—Pues, si te lo dio Dios, aquel día estaba el pobre bastante afectado… Anda, mejor no comas nada, no sea que engordes y no puedas pasar por la puerta a verme. Mira que eres soso, hijo. ¿Y tu día cómo se presenta?
—Como siempre, uno más; esto no cambia.
—Eres como un rayo de luz que entra por la ventana, chacho, madre mía, deprimes al último ganador de la primitiva; dejaron de emitir Tu sí que vales porque nadie vale para ti, y los cómicos de este país te han puesto una orden de alejamiento para que no puedas pasar al cine y que la gente se pueda reír con sus películas.
—Uy, mira qué simpática ella, yo tomo café por la mañana y ella payaso a la plancha.
—Me voy, Patri, ya he tenido suficiente ración de ti por hoy.
—Adiós, soso.
—Yo también te quiero…
No sé ni por qué vuelvo, al final siempre salgo de mala leche, valga la redundancia. Siempre consigue sacarme de mis casillas.
A Patri la conozco desde que íbamos al instituto; no es que fuera al mío, sino que nosotros teníamos actividades extraescolares y se permitía la asistencia de jóvenes de otros institutos, y como ella estudiaba en el instituto de al lado pues venía por las tardes a aprender a tocar la guitarra.
Ya de joven era bastante molesta, pero en el fondo siempre fue buena chica; siempre podías contar con ella para cualquier cosa y sobre todo siempre se portó muy bien conmigo, la quiero mucho.
Patri es de esas personas que se quedan donde nacen, o por lo menos es lo que parece… Hará unos quince años, abrió un restaurante-asador imitando el estilo de los asadores tradicionales vascos en nuestro barrio y lo reformó hace poco. Francamente, le ha quedado muy bien; es de esos lugares que huelen a madera vieja, al asado de siempre, a grandes comilonas y, sobre todo, a casero. Se llama Bakarrik, supongo que no encontró un nombre menos rebuscado que ponerle.
Muchas veces pensé en que terminaríamos juntos. Que es muy guapa es verdad, desde que la conocí fue un pibón, pero creo que habríamos terminado tirándonos los trastos a la cabeza desde el primer día, y ahora con casi cincuenta ni te digo. Y es que de eso sí que me he dado cuenta y es que a medida que vas cumpliendo años, o yo, por lo menos, te vas volviendo o convirtiendo en un ente bastante maniático e intransigente, y eso de que entre alguien a cambiarte tus rutinas y el modo de vida es complicado.
Sí, soy consciente de que estar acompañado es más sano para la salud, pero ¿quién no quiere estar malo de vez en cuando?
Vamos, eso de llegar a casa sin dar explicaciones, cenar lo que te dé la gana, ver en la tele lo que quieras, acostarte solo y cuando quieras, pero como si te quedas dormido en el sofá… ¡No pasa nada!
Ya no estamos para aguantar tonterías de nadie, ¿no? A lo mejor es lo que me quiero creer…
Lo de vivir cerca del trabajo y poder ir andando, algún día en autobús si hace mucho frío, me parece un lujo difícil de igualar. Me refiero a que puedes tener la situación bajo control, cosa que cuando tomas cualquier medio de transporte te arriesgas a multitud de factores ajenos a ti que te pueden afectar. Sí, soy un poco cuadriculado.
Me quedé a vivir en el mismo barrio donde nací, no quise cambiar… El hecho de querer ver y recordar los mismos sitios que me vieron pasar durante toda mi vida me motivó más que la compra de cualquier vivienda en otro lugar.
De este modo he sido espectador de los cambios, las renovaciones generacionales, las nuevas construcciones realizadas, etc., algo que para mí consigue llenarme de recuerdos maravillosos y de pena por ver como todas aquellas imágenes guardadas se han ido modificando.
Al andar cualquier día por sus calles, puedo revivir los sitios de juegos infantiles,