Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Carlos de Izak'as: Libro 2: Un largo viaje a Desierto
Carlos de Izak'as: Libro 2: Un largo viaje a Desierto
Carlos de Izak'as: Libro 2: Un largo viaje a Desierto
Libro electrónico403 páginas5 horas

Carlos de Izak'as: Libro 2: Un largo viaje a Desierto

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Izak'as, Desierto, Nix y Urbium son los cuatro planetas de las cuatro historias, de lectura independiente, de esta saga.

En Desierto, la IA ya no es una preocupación, sino la CA (conciencia autónoma) que poseen los Programas de Asgard. La Humánica, la ciencia creada por los Kenkó, tendrá que comprenderla y explicarla.

Los Túneles de Frío hicieron posible la «Expansión», pero nadie sabe qué son ni cómo o por qué aparecieron.

Carlos y su amigos llegan a un mundo muy primitivo, pero con un asombroso lenguaje; un mundo sin tecnología. El lugar de origen del Yume, uno de sus secretos mejor guardados.

Las capacidades especiales, como las que Carlos ha comenzado a tener, pueden transformarse en un arma de dominación.

Uno de los Ocultos, una desviación genética, será clave para salvarles la vida.

Ha desaparecido una colonia entera. La causa es un error.
Una ayuda inesperada, una criatura casi mística adopta a Carlos.
En medio de una tormenta de arena surgen los rastros de una vieja leyenda, anterior incluso a los humanos de la Vieja Tierra.

Varias trampas y un juicio en que se juegan sus vidas y el posible futuro de la humanidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2024
ISBN9788410685901
Carlos de Izak'as: Libro 2: Un largo viaje a Desierto

Relacionado con Carlos de Izak'as

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Carlos de Izak'as

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Carlos de Izak'as - J. J. Mazzuco de León

    Portada de Carlos de Izak´as hecha por J. J. Mazzuco de Leon

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Juan José Mazzuco de León

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-590-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    El tiempo tarda más en el desierto.

    A Karina Minutti,

    nuevamente, y por siempre.

    Y, a Jack Vance y sus mundos,

    por obvias razones.

    Prólogo

    Mis primeros acercamientos a la ciencia ficción fueron a través de los cuentos y novelas clásicas, como la saga de La Fundación (Asimov), Mundo Anillo (Niven), Flores para Algernon (Keyes), La luna es una cruel amante (Heinlein), Más que humano (Sturgeon), El ciclo de Tschai (Vance), El ciclo de Lord Valentine (Silverberg) y tantos otros.

    Muy de vez en cuando, pude agregar algunos otros títulos de otros lados del mundo, como La Nebulosa de Andrómeda (Yefrémov), Solaris (Lem) y muy pocos más; por entonces no llegaban o era casi imposible conseguir otra ciencia ficción.

    Desconocía, incluso, la existencia de la ciencia ficción de mi propio país y fue hace poco tiempo (gracias a Pablo Dobrinin, periodista, escritor uruguayo y amigo) que pude comenzar a enterarme de algo de lo mucho que está, y muy bien hecho, aquí.

    Hace pocos meses un grupo de escritores y editores nos reunimos con el sueño de crear la Asociación de Ciencia Ficción del Uruguay. De lograrse esto, se podría rescatar y revalorizar muchas de las obras que no pude conocer a tiempo.

    La ciencia ficción, en todas sus formas, es para mí la mejor parte de la literatura fantástica, sea narración, cine, serie, anime, historieta, teatro u otro formato. El porqué de ello, no logro explicarlo por completo.

    Lo que me deja más tranquilo por cierto.

    La ciencia ficción me gusta, me gusta realmente…

    Cuando veo algo de ciencia ficción siento una atracción irracional, íntima, me entusiasmo en el sentido originario del término.

    Además de disfrutar de la ciencia ficción desde hace muchos, muchos años, he dedicado unos cuarenta a la enseñanza de Filosofía, otro disfrute racional e irracional que he vivido y disfrutado junto a muchos queridos jóvenes que debieron soportar mis locuras.

    ¡Varios hasta me recuerdan bien!

    Además, he comenzado a bucear en el mundo de la escritura (de hecho nada nuevo para un profesor de secundaria), pero no en el ámbito de cátedra sino en el de la ficción.

    Mi biblioteca se puede dividir en cinco partes: una parte es de filosofía, sobre todo clásicos antiguos; tres partes son de ciencia ficción, clásicos y no tanto; y una más es de todo un poco: religión, ciencia (física y química) y algo de literatura.

    Por cada texto de filosofía que leía, leía tres o cuatro de ciencia ficción e intentaba llevar algunas ideas al aula (no fueron pocas, por cierto).

    Recientemente me preguntaron por qué escribir de ciencia ficción y no de Platón. Si bien los griegos antiguos me parecen increíbles, la ciencia ficción me gusta más. Pero no sería del todo sincero decir que solo el gusto es lo que ha primado. El gusto es importantísimo, como decía Borges: «Si un libro no te gusta, no lo leas…», pero no alanza para sostener una tarea por mucho tiempo.

    Entonces, ¿por qué ciencia ficción y no otra cosa?

    Creo que recién ahora estoy comenzando a comprender que la ciencia ficción y la filosofía tienen más en común de lo que me había dado cuenta. Es que, una vez metido seriamente en ambos mundos, se puede descubrir que su finalidad es muy similar.

    ¡La ciencia ficción busca encender el mismo entusiasmo y admiración que pretende lograr la filosofía cuando espera que uno piense!

    Tal vez varios docentes más serios ,y mejor formados que yo, no estén del todo de acuerdo con esta afirmación. Pero es una idea que se ha ido haciendo cada vez más clara (y distinta) en mí.

    Hace unos tres o cuatro meses di una charla en la 45º Feria Internacional del Libro de Montevideo y me atreví a citar a uno de mis autores predilectos en filosofía: Bertrand Russell.

    Leí un fragmento de uno de sus textos, que había trabajado muchas veces con mis alumnos en clases, y cambié la palabra «filosofía» por «ciencia ficción». No solo quedó un texto sumamente coherente, sino que me resultó realmente esclarecedor para poder explicar por qué escribir ciencia ficción.

    Dice así:

    «De hecho, el valor de la ciencia ficción (filosofía) debe ser buscado en una larga medida en su real incertidumbre. (…) Desde el momento en que empezamos a hacer ciencia ficción (filosofía), hallamos (…), que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales solo podemos dar respuestas muy incompletas.

    La ciencia ficción (filosofía), aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta… es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Al disminuir nuestro sentimiento de certeza (nos introduce) en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar.»

    (Texto de Bertrand Russell, Los problemas de la Filosofía, capítulo XV. Los paréntesis y la negrita son míos, no del original). Si he entendido algo de Bertrand Russell, al estudiarlo y discutir lo con mis alumnos, creo que no estaría ofendido por esta «extrapolación» de su texto.

    Con la ciencia ficción nunca dejamos de hacer ficción, pero una ficción que debe ser posible. No es una fantasía de sucesos imposibles en términos físicos, pero no debe ser tan rígida que nos haga dejar de sentir que estamos frente a la magia. La magia de descubrir lo increíble detrás de lo real. Si no me equivoco fue Isaac Asimov quien lo resumió diciendo que «es querer buscar el saludable sentido de la maravilla».

    En esta segunda novela, de la saga de Izak’as (planeta nombrado en memoria, justamente, de Isaac Asimov), intenté hacer que esa magia de descubrir lo increíble simplemente nos siga maravillando.

    Juan J. Mazzuco.

    —I—

    Hacía apenas unas horas que estamos en la Asgard1 y, como me había propuesto, me puse frente a mi bitácora. Me gustaba mucho esa palabra: bitácora.

    El despegue de Asgard fue tan poco escandaloso que casi no me había dado cuenta de la partida. Dentro de la astronave uno queda aislado del universo.

    Cuando los robots-guía nos llevaron a la sección de camarotes, cada uno se dedicó a reconocer el suyo. Allí nos encontramos con Tina, quien nos dio la bienvenida como encargada de esa sección. Se trata de una robot excelente, grande, gris y con pequeñas ruedas que la hacen parecer muy anticuada, pero sigue siendo genial en su trabajo y es muy simpática. Aunque casi no habla.

    Los camarotes eran copias exactas de nuestras domatios2. Solo que el mío estaba un poco más ordenado y limpio. Creo que los acondicionaron así para que no extrañásemos tanto.

    Recuerdo que había pensado que la bitácora debía ser una especie de bloc de notas en el que se grababa, pero resultó ser un poco más sofisticada. Se trataba de un pequeño cubo holográfico, de varios colores, sobre mi escritorio. La podía «llamar» cuando quisiera y de donde quisiera, pero la usaba, sobre todo, en mi camarote. Solo debía mirarla y decir: «Bitácora» para comenzar y lo mismo para finalizar. Y ya estaba todo hecho. Ni siquiera necesito hablar en voz alta, con solo pensar claramente lo que quería decir, se recogía la información desde mi chip temporal y traducía en palabras. Luego podía escuchar con los tipos de voz que deseara.

    Lo probé. No una, sino varias veces. Y, al final, decidí usarla en voz alta. Solo para no meter más la pata, por las dudas.

    Tendré que poner un poco de orden en mis pensamientos y, como dice mi querido amigo Bertrand, conviene empezar por el principio, seguir por el medio y terminar por el final. Así que decidí que era momento de empezar a trabajar en serio.

    —Bitácora.

    —Soy el comandante Carlos (me seguía sonando demasiado ampuloso ese cargo) en nuestro primer día de vuelo saliendo de Izak’as en la fecha 23-03-19-61 de la Expansión Humana, C.H.G.3.

    —La tripulación humana está constituida por solo tres, no, cuatro personas más: Inés Constanza Chie Eirini4, tiene diecinueve años, estudia Biofísica Molecular Superior, es científica, su padre ya muerto era el Kengen Diego, su madre quedó en Izak’as. Idolatra a mis padres y por ellos es que decidió su vocación en Ciencias. Con Inés comenzamos a descubrir los engaños de Izak’as. Es mi amiga…

    —Bitácora.

    Claro que yo quería que fuera algo más, al menos ese fue el motivo real por el que todos estos líos habían comenzado.

    —Bitácora.

    —Roxi Serena Kimió Chicara5 tiene dieciséis años, era estudiante de Ciencias, pero la expulsaron; es una genio en Matemáticas aplicadas a la Robótica y la Música. A pesar de su corta edad, comenzó una revolución, y la ganó. Mis padres medio la adoptaron cuando a los dos años había perdido a los suyos, supuestamente por negociados del Panókratos Ariel V. Si le digo «hermanita» podría asesinarme, pero hasta «hermana menor» lo soporta.

    Sebastian Yujó Cara Tamashí6 tiene veintitrés años, es mi amigo y, durante mucho tiempo, mi único amigo. Estudiaba conmigo Cocina Molecular, entre otras cosas. Es hijo del Panókratos Ariel V y llegó a ser Ariel VI, al menos por un día. Perdió a su madre, Heiwa Tamashi (Paz del Alma) cuando tenía siete años y está seguro de que fue por los negocios turbios de su padre. De chicos debimos habernos encontrado más de una vez, pero ninguno reparó demasiado en el otro.

    El cuarto integrante es Sileo, un exautómata rehumanizado por el trabajo de mis padres. Casi dio su vida protegiéndome, cuando destruimos la máquina que estaba perforando Izak’as, extrayendo transelementos de su corteza profunda. Me trajo con vida aún no sabemos cómo. Algo que le costó estar aún en una cámara, recuperándose de sus heridas y de la falta de suero, que necesita, para mantenerse humano. Hay demasiadas cosas de él que desconozco. Es casi un misterio para mí, pero estaba dispuesto a morir por salvarme. Eso cuenta y mucho.

    Y, por supuesto estoy yo, Carlos Ilios Kenkó Zoí, que quiere decir algo como «hombre libre al sol que sana y da vida». Desde hace muy poco soy el comandante Carlos, aparentemente. porque mis padres lo dejaron así estipulado, no por mis cualidades ni por mis estudios, algo que no parece llamarle la atención a nadie, más que a mí. Solo espero no defraudarlos: son mis amigos.

    Tengo veintiún años y no soy especialista en nada, ni destaco en ningún área de trabajo. Aunque tengo algunas cosas extrañas, que mis amigos tratan de ver como casi normales. Entre otras, tengo sueños premonitorios, he hablado con un planeta, tengo tres «amigos imaginarios» insertados de mi cabeza, consumo chocofé especial con ciertos neuroestimulantes; a veces, recuerdo cosas que no puedo haber vivido y perdí otros recuerdos que debería tener. Y algunas otras pequeñeces, como estar en los lugares equivocados en los momentos menos oportunos…

    —Carlos, lo de «amigos imaginarios» no fue una expresión muy feliz que digamos. Sabes muy bien que no somos imaginarios…7

    —Bitácora.

    —Sí, tienes mucha razón Michel, discúlpame. Es que no sé bien cómo debo explicar qué son sin que suene «algo extraño». Tal vez alguien pueda llegar a leer esto alguna vez.

    —Carlos, ¿y por qué te preocupa eso?…

    No sabía por qué me preocupaba.

    Creía sentirme un poco desubicado en este cargo y estaba teniendo sensaciones extrañas, que no podía explicar bien. Suponía que solo necesitaba tiempo para irme adaptando. Pero el tiempo solo no alcanza…

    —Bitácora.

    —Mis amigos en mi cerebro no son imaginarios, son una de las creaciones más increíbles y maravillosas de mis padres, que hicieron que siempre estuviera bien cuidado y acompañado.

    —Bitácora.

    Lo de meter la pata de forma tan seguida y otras pequeñeces pensé que podía obviarlo. No era necesaria una presentación minuciosa de mí mismo. Además, ¿a quién le interesaba?

    —Bitácora.

    —El resto de la tripulación no es humana y debe haber en algún lado un registro minucioso de cada uno de ellos. Algo que voy a tener que aprender. Así como las secciones de Asgard que desconozco.

    —Bitácora.

    Esperaba que hubiera quedado bien. Esa era mi primera grabación, o como se diga, en la bitácora de la astronave. Creí que debía haber intentado ser un poco más formal y más objetivo, así alguien podría leerlo alguna vez. Después de todo, nadie me había explicado nunca por qué o para qué hay que grabar una bitácora.

    —Carlos, muchos costumbres se mantienen porque se han mantenido y nada más, como edificios viejos sin sentido alguno…

    Sí, es cierto José, muchas veces mantenemos cosas porque sí, y las seguimos haciendo porque las venimos haciendo. Nada más. Tal vez antes tenía más sentido llevar una Bitácora que ahora. Igual lo seguiré haciendo, si puedo.

    Debía ponerme al día con muchas cosas. Ver las secciones de la astronave, las famosas dieciocho secciones que decía Albert, cuando no sabíamos de qué hablaba. Conocer a los encargados o jefes de cada una de ellas. Algunos eran PAFM y otros eran robots. Además, estaba la propia Asgard. Sabía que era algo muy especial, pero no sabía por qué. Creía que podía comunicarme directamente con ella, pero aún no sabía cómo. Y, tenía que tener una charla con Freya, la capitana de Asgard, y Albert me había adelantado que era muy peculiar, y que debería tener mucho cuidado con ella. Aunque era de total confianza, como todos en Asgard. Cada uno a su manera. Solo debía descubrir cuál era.

    —II—

    Como me había parecido que las secciones de Asgard no tenían un orden, ni jerárquico ni de algún otro tipo, las comencé a numerar de acuerdo a como las iba conociendo.

    La Biblioteca era la Sección 1, con Albert de encargado. Nuestro lugar originario en Asgard, cuando no sabíamos qué era Asgard. Donde teníamos nuestras primeras reuniones en Izak’as. Debía hablar más seguido con Albert, realmente me inspiraba mucha confianza, aunque no siempre era claro en lo que nos decía.

    Sección 2 era Enfermería, con Isha8 como encargada. Donde Inés me visitó durante mis veinte días de coma, y donde hice mi rehabilitación. Es un lugar muy completo. Lo de «Enfermería» no indica todo lo que allí sucede. Hay otras secciones relacionadas, como el gran laboratorio clínico-biológico y el de química, donde lograron reproducir el suero que necesitaba Sileo, pero en ese momento no sabía ni dónde quedaban.

    Llamé al sector de los Camarotes, Sección 3. Eran realmente excelentes en cada detalle y estaba Tina como encargada.

    Justamente iba hacia mi camarote cuando, de repente, me encontré con Freya. Sabía que en algún momento debía pasar, aunque la estaba esquivando. Me encontré con ella al natural y fue un encuentro algo especial… por decirlo de un modo decoroso. Creo que el hecho de que Albert me hubiera puesto en antecedentes ayudó, en parte, a que mantuviera un mínimo de cordura. No estoy seguro de haberlo logrado.

    ¡Freya es espectacular! Por donde la mires lo es…Tiene el físico privilegiado de una diosa guerrera de una mitología ya olvidada. Una cabellera, entre rubia y pelirroja, que se mueve a su alrededor como si hubiera viento aunque no lo haya. Vestía, en ese momento, una capa, que luego me enteré, era de piel de oso.

    Sí, vestía una capa, solo una capa. Que tapaba el aire detrás de su espalda, pero nada más. Nada más. Creo que llevaba unos collares y unas pulseras de oro, pero no podría jurarlo. E iba descalza.

    Y era espectacular (¿ya lo había dicho?), y lo sigue siendo.

    ¡Qué ojos que tiene!, con razón narra una leyenda que llora lágrimas de oro.

    Si no hubiera sabido que es una PAFM, que es un holograma, aunque muy bien diseñado, si no fuera porque mide apenas unos ochenta centímetros…

    Y venía derecho hacia mí, como perturbada por algo, se frenó, cruzó sus brazos, y muy enojada me preguntó:

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, ¿puedes decirme, por favor, cuál es el defecto que ves en mí? —Y se paró muy erguida delante de mí—. ¿Es que, acaso, puedes indicar alguna parte de mi cuerpo que desagrade a vuestros ojos o que vuestras manos no deseen poseer?

    «¡Deustelos! —pensé—. ¿Cómo se contesta a una pregunta así, hecha de este modo?». Y me repetía mentalmente: «Carlos, es un holograma… Carlos es un holograma… Carlos es un holograma…» y mi respiración fue volviendo a niveles cercanos a lo normal, escapando apenas de la hiperventilación. Pero…

    —Carlos, es… es-pec-ta-cu-lar… —me dijeron los tres juntos.

    ¡Qué graciosos! Si hasta hablan los tres a la vez. Pero, sí, tienen razón, aunque debo mantener la calma, soy el comandante de esta astronave, recuérdenlo y recuérdenmelo de vez en cuando, por favor.

    Atiné a decir con muy poco calma.

    —Freya, es un gusto poder conocerte, al fin, personalmente. Creo que no nos han presentado aún. ¿Qué es lo que te perturba de esta forma?

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, disculpa mi vehemencia y atrevimiento, pero he sido atacada y ofendida por dos esclavas, en mi propia nave… bueno, en realidad, en tu nave, desde ahora.

    —Carlos, dime si este no es uno de esos momentos en los que preferirías suponer que es un sueño…

    ¡Qué gracioso! Michel, qué gracioso. Pero cierto. Hice un esfuerzo extra para enfocarme, solo, en lo que Freya me estaba diciendo.

    —Freya, en mi astronave no hay esclavas. ¿A quién te refieres? —Aunque ya lo sabía, las opciones eran muy pocas.

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, fui ultrajada por esas recién llegadas que se hacen llamar Inés y Roxi…

    Albert me había advertido que Freya era una PAFM bastante difícil de tratar, muy celosa de lo que consideraba suyo, y acostumbrada a ser el centro de todo, aunque era realmente eficiente en lo que hacía. Originariamente había sido la creación de un genio alumno de mis padres, un tal Óscar Kraken9. Y parece que ellos estuvieron a punto de quitarle esas rutinas tan melodramáticas, pero que nunca llegaron a hacerlo. Su consejo más reiterado fue que le debía mostrar quién era el que mandaba en Asgard. Si no tendría demasiados problemas en el futuro. Creo que Freya no le cae del todo bien a Albert. Son muy diferentes. También me había dicho que Freya me trataría de seducir, muchas veces y de diferentes formas.

    —Freya… —dije muy pausadamente, en un intento de dar una orden—, en mi astronave, te repito, no hay esclavos humanos. Tanto Inés como Roxi, y cualquiera de los humanos que habiten Asgard, son mis iguales y merecen el mismo respeto que yo.

    Su rostro pasó a ser el de una adolescente a punto del llanto. ¡Demasiado teatral! O así me pareció en ese momento.

    —Pero, divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, tú eres el ser superior aquí, en toda Asgard y, por tanto, no hay nadie que se te iguale.

    Era divertido que me trataran así, pero no estaba bien.

    —Freya, creo que eres lo bastante inteligente como para entender y obedecer lo que te he dicho. Aquí tengo una función que cumplir, y es como comandante. Pero no soy más que nadie y espero que pueda contar contigo para hacer bien mi trabajo.

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, puedes contar con mi total lealtad, sea lo que sea que desees de mí… estaré más que dispuesta a complacerte. —Creo que sus ojos se iluminaron un poco y sonriendo agregó con un tono muy dulce—. Cualquiera sean los deseos que tengas para conmigo.

    «¡Deustelos! Sus ataques eran constantes y me distraían. Me distraían demasiado —pensé—, ¿qué más me había dicho? Algo se me escapaba».

    —Freya, ¿en qué creíste que te habían molestado Inés y Roxi? —le dije, aunque había algo más, y no lograba darme cuenta de qué era.

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, las dos… humanas, me quisieron obligar a tener que usar ropas en mi… en tu propia nave, en los territorios que he usado durante toda mi vida.

    —Y es muy atendible su pedido, no te piden nada que ellas no estén cumpliendo, ¿no crees, Freya?

    —Divino y amado señor de Asgard, comandante Carlos, permite que te reitere mi primera pregunta, sin querer ofenderte —Hizo una pausa muy bien medida y se paró más derecha si era posible, sacando más pecho aún—. ¿Puedes acaso indicar una parte de mi cuerpo que no sea deseable o que tenga siquiera un defecto que te moleste, mi señor? ¿O, gustarías decir, qué parte debería cambiar y cómo hacerlo ya que así como está no es de tu agrado? Mírame fijo, divino Carlos, y muestra en tu rostro el desagrado, así sabré que debo cubrir mi cuerpo por fealdad.

    —Carlos, reacciona a tiempo. Carlos, están cambiando drásticamente tus signos vitales…

    Debía hacer un esfuerzo en concentrarme. Debía dejarle en claro cómo eran las cosas desde ese momento. A pesar de la dulce tentación que pretendía usar en mi contra. ¿Qué es lo que me molestaba más de todo esto? No es que pretendiera seducirme, sin lugar a duda, eso le agradaría a cualquiera. No era mirar su cuerpo desnudo, eso era… «No, Carlos —me recordé a mí mismo— no va por ahí. Te estás desviando de nuevo».

    ¡Qué dulce es perder la batalla frente a lo que te agrada!

    Y, de golpe, sacudiendo un poco la cabeza e intentando dejar de lado la cara de estúpido que debía tener en ese momento, le respondí.

    —Freya, querida capitana de Asgard, lo que me parece desagradable y lo que quiero que cambies no está en tu cuerpo. Lo que me molesta está en lo que dices.

    —Pero mi señor, yo… —comenzó en un intento de suavizar lo ya dicho—, yo solo pretendía…

    Había algo más y ya me había dado cuenta.

    —Freya, escúchame con atención —traté de poner el tono de voz más serio que pude y no salió tan mal, creo—. Dejarás de llamarme por todos esos títulos que has estado usando. No soy divino, no soy amado, no soy «mi señor». Soy Carlos o, si prefieres, comandante Carlos.

    El rostro de Freya estaba empezando a cambiar.

    —Sí, señor… comandante Carlos.

    —Además, en presencia de las personas de esta astronave, te presentarás vestida. No porque tu cuerpo tenga ningún defecto; no nos vestimos por ser defectuosos. Ni Roxi ni Inés lo hacen por eso, sino simplemente porque es nuestra costumbre hacerlo y así nos sentimos mejor, tu desnudez nos resulta chocante.

    —Pero ¿acaso mi cuerpo no es bello y no merece ser visto y disfrutado? —interrumpió, esta vez, sin ningún título al referirse a mí.

    —Algo nos puede agradar y aun así no ser el lugar adecuado para mostrarlo. —Me estaba empezando a doler la cabeza; sabía que me estaba metiendo en líos de nuevo—. Tu cuerpo no es desagradable, pero tu falta de ropa nos resulta chocante. Muchas gracias por haberlo comprendido —le dije, recordando lo que hacían los robots de informes para terminar un diálogo.

    —Gracias a ti, comandante Carlos, por aclararme la situación.

    Se dio media vuelta lentamente con un gesto que parecía estar mostrando todo lo que me estaba perdiendo y se marchó, mascullando sus quejas en un volumen, que tenía que poder escuchar, pero que me permitía hacer como si no.

    —¡Humanos! ¡Tenían que ser humanos! ¿Quién los entiende? Seguro que ni ellos mismos. Teniendo delante algo tan apetecible y deseable como yo. Y negarse a tomarlo. ¡Y todo por tontas costumbres! ¡Qué estupidez!

    —Carlos, hay algunos de los planteos de Freya que no carecen de cierta razón…

    Aunque tuviera la razón en todo, Bertrand, no me confundas más de lo que ya estoy, por favor. Siento que he hecho un esfuerzo que me supera a mí mismo.

    Mi razón parecía tener las cosas claras, al principio. Mis deseos, también. ¿Pero terminé queriendo algo en contra de lo que deseaba?

    Era raro. Al menos, para mí.

    Sabía que, en algún momento de frustración, me iba a arrepentir, pero, por otro lado, sentía una gran satisfacción. Y era muy agradable.

    —III—

    Había pensado encontrarme con Inés al mediodía para almorzar juntos, en lo que sería la sección 4, el Comedor.

    Evidentemente, el Comedor es para uso humano. Todavía éramos muy pocos los que habitamos Asgard, pero esta sección podía dar cabida a muchos más. Y era también una excelente y grande Sala de Estar.

    Recordé a Eduardo que había tenido que quedarse en Izak’as…

    Me sentía un poco mal por él. Había dudado en seguida de sus actos, cuando se llevaron a Inés y Sebastian a Palacio con aquel Kengen tan extraño, creo que se llamaba Héctor o algo así. Sin embargo, Eduardo había arriesgado su vida para liberarlos y había incluso tenido que matar al psicópata de Fuko. Luego se hizo cargo del gobierno y la restauración de Izak’as. Creía que todos le debíamos mucho.

    En realidad, lo estaba extrañando y esperaba que pudiera volver con nosotros al próximo año, como habíamos quedado.

    Llegué al Comedor y vi a Inés. Siempre me entusiasmaba verla, parece mucho más adaptada que yo a todo esto.

    También llegaban, en ese momento, Roxi y Sebastian. Había pensado que podríamos estar solos Inés y yo, aunque fuera un rato. Otra vez sería.

    —¡Hola, mi querido grupo de inadaptados! —dije sin medir demasiado mis palabras y al instante me di cuenta del error.

    Roxi me miró con cara de «qué desubicado que eres querido, hermano adoptivo», Sebastian solo dijo «Hola» e Inés me miró con cierta condescendencia, aunque nunca había entendido del todo qué quería decir esa palabra, creo que en ese momento la comprendí.

    —Está bien, disculpen, perdón. He estado algo confundido con todo esto de ser comandante y de tener responsabilidades extras. Creo que el inadaptado soy yo.

    —Carlos, tienes demasiado miedo de meter la pata y es algo exagerado— me dijo muy seguro Sebastian—. Además, temes que eso tenga alguna consecuencia más importante de lo que te imaginas.

    —No, es que en realidad estoy bastante… Sí, tienes razón. Estoy nervioso por todo y, además, he tenido trabajo extra y nadie me dijo cómo debo hacer las cosas ni cómo llevarlas a cabo. Ni siquiera cuáles son las cosas que debo hacer. —Mientras hacía mi discurso de quejas acumuladas, las caras de mis amigos se iban suavizando.

    —Carlos, todos estamos metidos en este viaje. Y creo que todos debemos hacerlo juntos —dijo Inés y me regaló una sonrisa que me levantó el ánimo.

    —Hermanito, todos estamos juntos en esto, no lo olvides.

    —Gracias. Es que ser comandante, y de un lugar que desconozco, no me resulta muy agradable que digamos. ¡Asgard es realmente gigante!

    —¡Y no

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1