Las olas
Por Virginia Woolf
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Virginia Woolf, figura esencial de la historia de la literatura tanto feminista como modernista, es una de las principales autoras del siglo xx. En esta novela atrevida, desafiante y experimental que es considerada su obra maestra, Woolf vuelve a demostrar su inigualable talento y por qué ocupa un lugar destacado entre los clásicos.
Virginia Woolf
VIRGINIA WOOLF (1882–1941) was one of the major literary figures of the twentieth century. An admired literary critic, she authored many essays, letters, journals, and short stories in addition to her groundbreaking novels, including Mrs. Dalloway, To The Lighthouse, and Orlando.
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Las olas - Virginia Woolf
El sol no había salido aún. No era posible distinguir el mar del cielo, salvo porque el agua estaba ligeramente fruncida como una tela arrugada. Poco a poco, a medida que el cielo se aclaraba, una línea oscura se instaló en el horizonte dividiendo el mar del cielo, y la tela gris se llenó de franjas como gruesas pinceladas que, una tras otra, se movieron, bajo la superficie, siguiéndose, persiguiéndose, sin descanso.
Al acercarse a la orilla, cada franja se alzaba, se colmaba, se quebraba y extendía un delgado velo de agua blanca sobre la arena. La ola descansó un momento y, luego, volvió a estirarse, suspirando como alguien cuyo aliento va y viene mientras duerme. Poco a poco, la franja oscura en el horizonte se hizo más clara, como si el sedimento de una vieja botella de vino se hubiese posado dejando limpio el cristal verde. Detrás, el cielo se aclaró como si también su sedimento blanco se hubiese posado, o como si el brazo de una mujer tumbada bajo el horizonte hubiese levantado una lámpara, y franjas horizontales de blanco, verde y amarillo se extendiesen por el cielo como las varillas de un abanico. Luego, levantó la lámpara más alto y el aire pareció hacerse fibroso y desprenderse de la superficie verde para refulgir e inflamarse en hebras rojas y amarillas como el fuego humeante que crepita en una hoguera. Poco a poco, las hebras de las llamas se fundieron en una calima, una incandescencia que levantó el peso del lanoso cielo gris y lo convirtió en un millón de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y se rizó y centelleó hasta que las rayas oscuras casi se hubieron borrado. Despacio, el brazo que sostenía la lámpara la levantó más y más hasta que una ancha llama se hizo visible; un arco de fuego ardió en el borde del horizonte y, todo alrededor, el mar resplandeció dorado.
La luz tropezó con los árboles del jardín, haciendo una hoja transparente y luego otra. Un pájaro trinó en lo alto; hubo una pausa; otro trinó más abajo. El sol definió las paredes de la casa y descansó como el final de un abanico sobre una persiana blanca y dejó una huella azul de sombra bajo el follaje junto a la ventana del dormitorio. La persiana se agitó apenas, pero dentro todo era tenue e insustancial. En el exterior, los pájaros cantaban su melodía virgen.
—Veo un anillo –dice Bernard–, que cuelga sobre mí. Tiembla y cuelga en un halo de luz.
—Veo una pincelada amarillo pastel –dice Susan–, que se extiende hasta tropezar con una raya morada[1].
—Oigo un sonido –dice Rhoda–: piu, pío; piu pío; que sube y baja.
—Veo una esfera –dice Neville[2]–, que cuelga en una gota contra las inmensas faldas de una colina.
—Veo una borla carmesí –dice Jinny–, retorcida con hilos dorados.
—Oigo algo que patea –dice Louis–. Una gran bestia tiene la pata encadenada. Patea, y patea, y patea.
—Mirad la telaraña en la esquina del balcón –dice Bernard–. Hay perlas de agua en ella, gotas de luz blanca.
—Las hojas se reúnen en torno a la ventana como orejas puntiagudas –dice Susan.
—Una sombra cae sobre el sendero –dice Louis–, como un codo doblado.
—Islas de luz bañan la hierba –dice Rhoda–. Han caído a través de los árboles.
—Los ojos de los pájaros brillan en los túneles entre las hojas –dice Neville.
—Los tallos están cubiertos de pelos ásperos, cortos –dice Jinny–, que retienen gotas de agua.
—Una oruga se enrosca formando un anillo verde –dice Susan–, los pies romos.
—El caracol de concha gris atraviesa el sendero y deja aplastadas las briznas de hierba –dice Rhoda.
—Y las luces en los cristales de la ventana se encienden y apagan sobre el césped –dice Louis.
—Noto las piedras frías bajo los pies –dice Neville–. Las noto todas y cada una, redondas o puntiagudas, por