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Silencio sempiterno
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Libro electrónico177 páginas2 horas

Silencio sempiterno

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Información de este libro electrónico

La elfa oscura Xélia vive en Zaf junto a su abuela Kirxe. La ciudad está llena de la peor escoria. Nuestra protagonista recibe un regalo de su abuela: el pago para hacer el examen de ingreso a El Gremio. El examinador descubre que posee una magia prohibida y la denuncia ante El Gremio. Xélia y su abuela Kirxe, huyen para sobrevivir. El Gremio las persigue sin descanso. ¿Por qué El Gremio quiere matarlas a toda costa? ¿Que hay en el norte que las salvará?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2024
ISBN9788412531480
Silencio sempiterno

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    Silencio sempiterno - Enano Resiliente

    1.png

    Silencio sempiterno

    Un libro de

    Enano Resiliente

    Correcciones y maquetación

    Laura Ponce

    Diseño de cubierta

    Cristian Arenós Rebolledo

    ISBN 978-84-125314-8-0

    Edición digital abril 2024

    © 2024 Libros descalzos

    Plaza Estación, 9 Bajo 12560

    Benicasim - Castellón (España)

    Libros descalzos

    Servicios editoriales de

    www.uterolibros.com

    A mis padres. Sois maravillosos.

    A mis amistades. Tirad un D20 para iniciativa.

    A mi gran amor. Conocerte fue un gran regalo de la vida. Nos veremos en el cielo, cariño.

    Capítulo 1. Dragón furioso

    La ciudad subterránea de Zaf era conocida por todos, su mala fama la precedía. Aquellos que nada tenían que ver con la ciudad se alejaban como si una enfermedad mortal emanase de ella. Nadie deseaba tener trato con los elfos oscuros. El caos, la crueldad de la compañía de la muerte eran la esencia de la ciudad. Zaf era una ciudad sucia, mugrienta hasta sus cimientos. Supuraba vapores tóxicos por infinidad de grietas. La distribución de las construcciones era caótica, sin sentido ni lógica alguna. Había casas justo al lado de fábricas, con sus productos tóxicos. Y gremios al lado de prostíbulos. Era una ciudad dura, desagradable, extremadamente peligrosa, en la cual imperaba la ley del más fuerte.

    Era famosa por su gremio de asesinos, sus venenos y sus armas especialmente perfeccionadas para matar.

    En la parte más pobre vivía Xélia, junto a su abuela Kirxe. Los padres de Xélia habían muerto en la gran guerra de Petrif. Aceptaron un encargo del gremio, el cual les costó la vida.

    Xélia era una joven de dieciocho años. Bajita, delgada, con brillantes ojos rojos, una larguísima melena violeta recogida en una poderosa trenza y una sonrisa perturbadora. Kirxe era una anciana de la que ni siquiera su nieta sabía la edad. Muy alta, delgada. Llevaba una larga melena blanca como la nieve suelta, pero perfectamente peinada. Sus ojos eran negros como un pozo insondable y su sonrisa, un misterio.

    Kirxe había criado sola a Xélia. Desde muy pequeña la había adiestrado en el único arte que conocía, el asesinato. Le había enseñado el sigilo, la ocultación, como conseguir información, a pelear con o sin armas. Kirxe era muy estricta, muy dura con Xélia. Pero quería que pudiera valerse por sí misma en caso de que ella muriese. Xélia aprendió a usar cualquier tipo de arma, así como a dominar todos los estilos de lucha conocidos.

    Cuando Xélia cumplió los dieciocho años su abuela le hizo dos regalos muy especiales: unas dagas Kroch y la inscripción para el examen de El Gremio. Las dagas Kroch eran del metal más resistente jamás conocido, el klertal, un metal muy ligero, flexible y resistente.

    Cuando Xélia recibió el regalo tan solo contesto con un seco gracias. Su abuela se sentía orgullosa, la había educado bien. Mostrar emociones era una debilidad, debía ser fría como el hielo. La abuela sabía que Xelia estaba emocionada y que quería abrazarla para darle las gracias, pero que no lo hiciese la hacía feliz.

    Las grandes leyendas de El Gremio tenían un arma como esa. Ese regalo significaba que su abuela confiaba en ella, no estaba dispuesta a decepcionarla.

    Kirxe: ¿A qué esperas para ir a hacer tu examen?

    Xélia: Estaba comprobando las dagas Kroch, siempre me dices que compruebe las armas por si tengo que usarlas.

    Kirxe: ¿Todavía sigues aquí? No he pagado tu examen para que pierdas el tiempo. Vamos, tendré que llevarte yo misma.

    Kirxe no se perdería el examen de ingreso por nada del mundo. Se cobró unos cuantos favores para poder asistir al debut de su protegida.

    Xélia, sin decir nada, salió de la casa en dirección a El Gremio de Asesinos. Su abuela la seguía de cerca.

    El Gremio de Asesinos apenas estaba a unos pocos pasos junto a la casa. Que su abuela hubiese elegido aquella casa no era una simple casualidad. A la entrada de El Gremio esperaban dos guardias. Xélia enseñó su inscripción para el examen. Los guardias revisaron el papel.

    Guardia joven: Jajaja ¿No eres demasiado pequeña para el examen?

    Xélia se acercó al guardia. Con un rápido movimiento le cortó el cinturón de cuero, lo cual provocó la caída de sus pantalones.

    Xélia: Más pequeña es tu verga.

    El guardia estaba rojo de ira, pero su compañero lo detuvo.

    Guardia veterano: Estate quieto, imbécil, si no quieres morir. ¿Acaso no ves quien la acompaña?

    El primer guardia miró a Kirxe, se subió los pantalones y recogió su cinturón roto.

    Guardia joven: Joder, mierda de cinturón. Voy a ir a repararlo, solo será un momento.

    El guardia veterano, como si nada hubiese pasado, abrió la puerta para que pudieran pasar. El Gremio de Asesinos apestaba a sangre, a sudor, a vómito… Era un olor penetrante que se metía en la garganta.Toda esa amalgama de olores estaba incrustada en la humilde y vieja madera del edificio. Cada uno de los presentes era miembro de El Gremio. Hicieron como si no ocurriese nada, pero Kirxe sabía que estaban observando con atención a su nieta. Ella conocía ese juego, fingían no mirar pero observaban con atención evaluando el peligro que podría suponer su nieta. Vio mequetrefes de medio pelo que la miraban como si fuese un inocente gatito, pero también vio miradas de asombro contenidas cuando se daban cuenta del arma que portaba. Esos, al menos, tenían el cerebro suficiente como para no subestimarla.

    Ellas, serenas, se dirigieron a la sala de exámenes, presentaron el papel a los guardias y las recibió un anciano. Su abuela saludó primero.

    Kirxe: Buenos días, Razga, ¿Así que tú eres el examinador? Excelente.

    Kirxe sonrió. Razga inclinó levemente la cabeza a modo de saludo. Pasó a la sala, se colocó en un rincón sin decir una palabra.

    Kirxe: Xélia, pasa por favor. En cuanto pongas un pie en la sala el examen habrá empezado.

    Xélia pasó de forma tranquila. En cuanto puso un pie en la sala recibió un ataque a traición por la espalda, pero en un parpadeo ya había sacado su daga Kroch convirtiéndola en dos dagas. Con una paró el golpe. Con la otra desvió el puñal de Razga para que chocase contra la pared de madera. El puñal se quedó atorado. Cogió una de sus dagas para ponerla en el cuello de su oponente.

    Razga: Buenos reflejos, buena técnica. Sigamos pues.

    Se apartaron un poco para ponerse en posición. De forma súbita, Razga sacó una pequeña ballesta de repetición de debajo de su capa. Comenzó a disparar sin piedad. Xélia, como si de un baile se tratase, esquivó ágilmente todas las flechas dando volteretas, cabriolas, saltos. Era ágil como un gato, a la vez que escurridiza como una serpiente. Unió sus dagas Kroch para colocarla por debajo de las costillas de Razga, en ángulo hacia su corazón.

    Razga: Buena agilidad, buena capacidad de esquive, correcta elección del ataque.

    Volvieron a ponerse en posiciones.

    Esta vez Razga usó una bomba de humo. De varias trampillas en el suelo, así como en las paredes, salieron varios asesinos y asesinas con el fin de herir a Xélia.

    No se veía nada, pero se fueron escuchando choque de metales, maldiciones y algún que otro grito de dolor.

    Cuando se disipó el humo, Kirxe pudo ver como su nieta había desarmado a todos los oponentes. Algunos estaban heridos, pero no de muerte. De nuevo Razga, con unos reflejos extraordinarios, tiró una bomba de luz directa hacia a los ojos de Xélia. Ella cerro los ojos, recordaba donde estaba su oponente, podía oír el crujir de las tablas. Fue a por él, pero escuchó un siseo metalico. Eran cables de metal cortantes, así que realizó su mejor acrobacia para dar un fuerte salto. Tomó suficiente altura, sentía el siseo de los cables pero sabía dónde estaba su origen. Como si fuese un torbellino, cayó en picado girando sobre sí misma a gran velocidad. Con sus dagas y la rapidez de giro fue capaz de desviar los cables cortantes, los cuales dejaron de girar frenéticamente. Ella cayó con elegancia. Cuando sus pies tocaron el suelo una daga apuntaba a las partes bajas de Razga, mientras otra apuntaba a su estómago.

    Razga: Dominio del ukma, buena toma de decisiones, perfecta ejecución de las contramedidas. Señorita Xélia, mis felicitaciones. Dejeme estrechar su mano.

    Xélia: Cuando tire esos guantes con veneno de basilisco se la estrecharé. Si fuese necesario.

    Razga: Excelente Xélia, has aprobado. Permíteme que rellene tu licencia.

    El anciano se acercó a una pared, pulso un botón para abrir una puerta secreta que daba a una pequeña habitación muy sencilla. Una mesa, una vela, un tintero con su pluma, unos papeles de licencias y un orbe de cristal.

    Razga: Pasa, por favor. Terminaré enseguida.

    Entró para no ofender. El anciano no tardó mucho en rellenar la licencia, en ponerle todos los sellos visibles junto a aquellos invisibles a simple vista.

    Razga: A ver, veamos. No hay heridas ni envenenamiento. Tampoco dudas ni fallos… Tampoco mataste a nadie… Mmm.. Sí, como pensaba, obtienes el grado de maestra asesina, el más alto posible. Xélia, eres digna nieta de tu abuela.

    Xélia: ¿Por?

    Razga: Ella también tiene el mismo grado que tú, pocas personas lo alcanzan.

    Xélia levantó los hombros en un gesto de indiferencia. Por dentro estaba eufórica pero mantenía su máscara de indiferencia. Razga le dio su licencia. Xélia la tomó y la guardó debajo de su capa.

    Razga: Tenías razón, Kirxe. Dijiste que iba a disfrutar del primer examen del día. Pena que el resto del día será un aburrimiento.

    Kirxe: Tú has sido el único de esta ciudad que ha entregado licencias del máximo grado. Quise mantener la costumbre y hacerles saber, a aquellos que dudan de tus capacidades por tu edad, que podrían morir por ello.

    Razga: Como siempre, tienes razón Kirxe. Gracias.

    Kirxe: Bueno, cuando sientas que el tedio llega hasta ti, recuerda este combate. Puede que te aligere un poco el día.

    Razga sonrió con un brillo especial en los ojos.

    Razga: Creo que hoy los exámenes acabarán rápido, no será demasiado tedio.

    Kirxe: No lo dudo, te veo emocionado. Esos inútiles no saben que van a morir hoy.

    Razga no dijo nada, pero sonrió abiertamente con una mirada de picardía.

    Razga: Por favor Xélia, vierte una gota de sangre sobre el orbe. Debo escribir si tienes aptitudes mágicas o no. Se paga un gran extra por aptitudes mágicas.

    Xélia, con una de

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