La estupidez estratégica: Cómo construir éxitos fallidos o evitar hacerlo
Por Giorgio Nardone y Gabriel Nunes
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Todos hemos tropezado alguna vez con la estupidez y hemos adoptado comportamientos que, a posteriori, no parecen nada sensatos. A veces es incluso un exceso de razón lo que nos vuelve estúpidos, cuando por ejemplo nos obstinamos en defender nuestras ideas incluso si fracasan, confundiendo determinación con terquedad y tenacidad con cerrazón. Y así, cegados por éxitos efímeros, en vez de corregir estas actitudes, las repetimos con total convencimiento y acabamos convirtiendo manifestaciones ocasionales de imbecilidad en un rasgo permanente del carácter. La estupidez no existe en la naturaleza, no es un defecto biológico; es un producto enteramente humano, pero representa el mayor peligro para la humanidad, un virus taimado al que nadie es inmune. ¿Cuál es el origen de esta actitud? ¿Qué consecuencias tiene en la vida diaria?
Giorgio Nardone
Giorgio Nardone es director del Centro di Terapia Strategica de Arezzo, que fundó junto con Paul Watzlawick. Dirige la Escuela de Especialización en Psicoterapia Breve Estratégica y la Escuela de Comunicación y Problem Solving Estratégico, con sedes en Arezzo, Milán, Madrid y Barcelona. Reconocido internacionalmente como el máximo exponente de los investigadores que impulsaron la evolución de la Escuela de Palo Alto, es autor de numerosos trabajos que se han convertido en una referencia teórica y práctica para estudiosos, psicoterapeutas y managers de todo el mundo.
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La estupidez estratégica - Giorgio Nardone
GIORGIO NARDONE
La estupidez estratégica
Cómo construir éxitos fallidos o evitar hacerlo
Traducción: Maria Pons Irazazábal
Título original: La stupidità strategica. Come construire successi fallimentari o evitare di farlo
Traducción: Maria Pons Irazazábal
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
© 2021, Garzanti S.r.l., Milano. Gruppo editoriale Mauri Spagnol
© 2023, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-5040-2
1.ª edición digital, 2023
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
Índice
PRÓLOGO
1. PRECAUCIONES DE USO
2. LA ESTUPIDEZ ESTRATÉGICA
3. LOS RASGOS ESENCIALES: CINCO RAZONAMIENTOS SOBRE LA ESTUPIDEZ ESTRATÉGICA
4. LOS PERFILES DE LA ESTUPIDEZ ESTRATÉGICA
5. LOS ANTÍDOTOS CONTRA LA ESTUPIDEZ ESTRATÉGICA
6. APOLOGÍA DEL ASOMBRO
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
Prólogo
«Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda». Con estas brillantes palabras, Martin Luther King (1959) resume lo que numerosas personalidades —científicos, literatos, filósofos, mánager y políticos— vienen diciendo desde hace milenios, esto es, que la estupidez, producto enteramente humano ya que no existe en la naturaleza, representa el mayor peligro para la propia humanidad, como forma de sentir, pensar y actuar, con resultados que tarde o temprano serán autodestructivos. No obstante, como el virus más malicioso, la estupidez se insinúa tanto en nuestra mente más primitiva —las emociones— como en la más desarrollada —la inteligencia y la conciencia— evolucionando, cambiando la forma y atacando los distintos ámbitos de nuestro conocimiento y actuación, así como nuestra propia gestión, la de los demás y la del mundo que nos rodea. Por eso es indispensable profundizar en su conocimiento, estudiar su funcionamiento y desvelar los sutiles recursos con que se replica, pero no con la intención de eliminarla del todo porque, como veremos, sería filosóficamente utópico, biológicamente contra natura y lógicamente inviable tener éxito en tal empeño, sino con el objetivo de aprender a convivir con ella de la manera más funcional y estratégica posible, como sucede con muchos virus que albergamos en nuestro organismo y que tienen una función en nuestras homeostasis biológicas. Y también porque parte de lo que se considera estupidez, como tendremos ocasión de ver, es para todos nosotros claramente funcional y útil. Nada es del todo malo, ni siquiera la estupidez, pero todo acaba siéndolo si se lleva al exceso. Como advierte Descartes (1637), «el error es no considerarse errados».
1. Precauciones de uso
Al hablar de estupidez, se corre el riesgo de contagiarse, al igual que sucede cuando se entra en contacto con un virus, de ahí que haya que tomar las debidas precauciones.
En primer lugar, hay que evitar utilizar este término como atributo lingüístico despectivo, es decir, utilizarlo como ofensa, juicio denigratorio y descalificación de una persona o de ideas y perspectivas que no coinciden con las propias. Por desgracia, este es el uso más frecuente de esta palabra que, según el sentido común, que raramente es expresión de sabiduría, se considera una etiqueta equivalente a «tonto», «imbécil», «incapaz», «deficiente» y términos despectivos similares considerados lo contrario a ser inteligentes, razonables y racionales. Pero como está ya ampliamente demostrado, entre quienes actúan o han actuado de manera estúpida encontramos famosos científicos, individuos intelectualmente superdotados, poseedores de una notable sabiduría, además de una gran cultura y experiencia. Esto demuestra que el virus de la estupidez es democrático y está bien distribuido, como afirma Carlo Maria Cipolla (2011), en todos los niveles de la capacidad humana. Cabría afirmar, por tanto, que el uso despreciativo de este término es atribuible a los propios estúpidos: su uso con ánimo de ofender manifiesta la incapacidad de argumentar las propias razones o la incapacidad de gestionar las propias emociones, de modo que al final no queda más opción que la agresión verbal, que representa la derrota de la inteligencia y el fracaso de la sabiduría. Sin embargo, hasta los mejores dan muestras de estupidez. Le ocurrió incluso a quien es considerado el fundador de la mayéutica, o sea, Sócrates. En cierta ocasión fue invitado por su concubino Alcibíades a participar en una exhibición pública de Protágoras, el gran sofista campeón de la heurística, esto es, el arte de vencer al interlocutor en un debate y conseguir incluso que acepte tesis distintas a las suyas. Sócrates no pudo resistirse a desafiar al orador, pero como no consiguió imponerse, lo agredió verbalmente. Puesto que al actuar así hizo patente su derrota, en un exceso de ira pasó a la agresión física, ignorando que se enfrentaba no solo a un maestro de la retórica, sino también a un hábil luchador. Acabó, pues, doblemente humillado. No obstante, si bien podemos perdonar a cualquiera un resbalón en la estupidez, lo que no podemos tolerar es su práctica sistemática y repetida, porque esto es lo que la hace peligrosa y destructiva.
Un segundo aspecto, casi siempre subestimado, del poco cuidado con que se trata la estupidez es el uso impreciso del término. Como ya se ha dicho, se utiliza habitualmente como sinónimo de toda una serie de palabras que indican una forma de deficiencia, en el sentido literal de falta de entendimiento, de racionalidad o de inteligencia, expresión por tanto de las características más bajas y primitivas del hombre no evolucionado. Se tiende a oponer la inteligencia a la estupidez, pero como demuestra David Robson (2020), se trata de un error porque su opuesto es la sabiduría, ya que no es raro ver cómo individuos inteligentes perseveran en acciones estúpidas. También hay versiones que atribuyen a la estupidez una connotación de más baja animalidad aún, desde el punto de vista intelectual, ya que se asocia a características sexuales, como en el término «gilipollez», el italiano coglioneria o el francés connerie. En el caso del francés, como observa Edgar Morin (2020), aparece incluso un valor cultural antifemenino, puesto que la raíz lingüística es con-, o sea, el órgano sexual femenino, lo que significa que lo que proviene como impulso de esa zona del cuerpo femenino sería, por definición, estúpido. Si tenemos en cuenta