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¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?
¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?
¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?
Libro electrónico293 páginas2 horas

¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?

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El pensamiento y la escucha del psicoanalista en su actividad clínica deben distinguirse de otras formas de pensamiento lineales, racionales. La escucha analítica debe atender siempre los que está más allá de lo aparente, lo que subyace a lo fenoménico; así, el analista debe dirigir su pensamiento a la comprensión de lo inconsciente y es imposible
IdiomaEspañol
EditorialGedisa
Fecha de lanzamiento3 feb 2024
ISBN9786078866069
¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?
Autor

María Lourdes Quiroga Etienne

Lourdes Quiroga Etienne Psicóloga clínica, maestra en psicoterapia psicoanalítica y doctora en clínica psicoanalítica. Estudió también una maestría en subjetividad y violencia. Obtuvo mención honorifica por unanimidad en los grados de maestría y doctorado en psicoanálisis. Ha impartido clases en prestigiosas universidades de nuestro país a nivel de grado y posgrado, obteniendo en repetidas ocasiones el premio a la excelencia docente. Es presidenta de Psique y Cultura, asociación de estudios transdiciplinarios y directora del programa académico de la maestría en psicoterapia psicoanalítica en la Universidad de Londres. Fue fundadora y presidenta de Mundo Psique, revista de psicología y cultura. Trabajo en el Hospital Juárez de México, institución en la que fue psicóloga adscrita y profesora titular de los congresos de psicología hospitalaria que se llevaron a cabo en dicho nosocomio. Participa en programas de radio y televisión. Se dedica a la consulta privada.

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    ¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista? - María Lourdes Quiroga Etienne

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    ¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista?

    ©Lourdes Quiroga Etienne

    Imagen de la cubierta: Tragedia, Gustav Klimt (1897)

    Primera edición junio de 2021, Ciudad de México, México.

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano.

    © Editorial Gedisa, S.A.

    Avda. Tibidabo 12, 3º

    0822 Barcelona, España

    Tel. 93 253 09 04

    gedisa@gedisa.com

    www.gedisa.com

    ISBN: 978-84-18525-29-2

    IBIC: JMA

    Impreso y hecho en México

    Printed and made in Mexico

    Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier idioma.

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2022.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    … Pero no estaba arrepentido ni me sentía culpable: querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoniaco es el odio.

    José Emilio Pacheco

    Las batallas en el desierto

    A ti.

    Muchos años nos han pasado. Tiempo asombroso, fugaz, eterno, circular, compartido. Tiempo mío que es tuyo, para siempre.

    A mi mamá.

    Con mucho cariño y agradecimiento. Larga vida ¡Cuántas vivencias y recuerdos!

    A mi hermana.

    Compañera de batallas y de alegrías. Reencuentro afortunado. Te has convertido en una de las personas más amadas de mi vida.

    A Edgar y Karen. Mis amados sobrinos.

    En ustedes veo el reflejo de mi propia juventud, hoy lejana.

    A Chantal.

    Cuánto cariño. Cuánta cercanía y solidaridad. Claramente nos encontramos para quedarnos juntas. ¡No lo hubiéramos imaginado!

    Nada más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más imprudente que una prudencia fuera de lugar.

    Erasmo

    Elogio de la locura

    Sea usted misma.

    De repente me sentí perpleja y desamparada. ¿Quién soy?

    Clarice Lispector.

    Revelación de un mundo.

    Índice

    Prólogo

    Introducción

    Capítulo I

    En el principio fue la fuerza

    Capítulo II

    La bruja Metapsicología

    Capítulo III

    Objetividad, subjetividad, saber y verdad

    Capítulo IV

    ¿Qué hay de hermenéutica en psicoanálisis?

    4.1 En el principio estaba escrito: De los surcos pulsionales antecedentes a la escritura discursiva y racional

    Capítulo V

    Consideraciones sobre la escucha y el pensamiento psicoanalítico

    5.1 La palabra

    5.2 El lenguaje mudo del cuerpo y la escucha psicoanalítica

    5.3 El silencio del analista y el cuerpo

    Capítulo VI

    La compleja posición del psicoanalista

    6.1 Yo, el Otro y algunos aspectos político-sociales del mundo contemporáneo que inciden en la psique

    6.2 Del goce superyóico al lazo social del ideal del yo

    6.3 El psicoanálisis es un humanismo

    6.4 Ética, moral, libertad, determinismo y psicoanálisis

    6.5 Ética en psicoanálisis

    Capítulo VII

    El psicoanálisis y el psicoanalista en el mundo actual

    Capítulo VIII

    Psicoanálisis y belleza

    A manera de conclusión

    Referencias

    Sobre la autora

    Prólogo

    ¿Cómo cursa el pensamiento de un psicoanalista? Esta pregunta le da título a un libro singular, el de una autora, Lourdes Quiroga Etienne, quien no acepta respuestas fáciles ni inmediatas, pues es una inquiridora implacable que no da cuartel; una inquiridora que transforma las declaraciones en preguntas, de tal suerte que invita al interlocutor, y principalmente al analizante, a desplegar su palabra. Hace de la tarea del psicoanalista, según Paul Ricoeur, una actividad precedida por la voluntad de escucha, pero también, por la de sospecha. Es una escuchante sabedora que el lenguaje no sólo devela, sino que al mismo tiempo, oculta. Sabe que quien demanda análisis coloca al analista en el lugar del saber, para perpetuar su vida de sometimiento al otro visto como objeto: quiere el reconocimiento de este otro para dispensarse de buscar la verdad en sí mismo, de hacer el esfuerzo por girar en su subjetividad y acceder a ella. Busca la libertad, pero carga con un largo historial de reincidencias en la esclavitud.

    Agradezco profundamente que la lectura de este libro que prologo me haya dado la oportunidad de revisar ideas que he compartido con la autora en un largo recorrido que lleva ya veinte años. La práctica del análisis, por su parte, permite hacer modestas reflexiones en torno a un texto filosófico que cada vez que leemos nos lleva a plantearnos preguntas que van más allá de los movimientos argumentativos de nuestra razón, y nos invitan –efectivamente– a ahondar en el enigma que somos nosotros mismos. El texto al que aludo está en el Capítulo VII de la República de Platón, y es el símil de la Caverna de Platón, como lo llama Heidegger. Es una comparación entre los supuestos prisioneros de una caverna y los seres humanos, en cada caso, nosotros mismos, como también diría Heidegger. Dichos prisioneros están encadenados desde su infancia, sin poder mover siquiera la cabeza, de tal suerte que sólo pueden ver las sombras que se proyectan en el fondo de la caverna; dichas sombras provienen de unos artificios que portan algunos transeúntes que circulan por un camino situado detrás de los prisioneros, debidamente cercado para que estos no los adviertan, iluminado por la luz de una hoguera localizada en un promontorio, también fuera de la vista de estos insólitos cautivos. Los así sujetos por las cadenas están convencidos de que las sombras son reales, son cosas, a lo que ayuda también que las voces de los transeúntes –que al tiempo que caminan hablan entre sí– sean enviadas por el eco al fondo de la caverna, y sean escuchadas por sus habitantes. Los prisioneros no sólo están sujetos por las cadenas, sino también porque están discapacitados para discernir las sombras, lo cual los lleva a tomar por reales sus propias representaciones.

    El símil aquí aludido viene a cuento en el libro que prologo, porque uno de los temas que desarrolla tiene que ver con lo que se podría denominar la epistemología preparatoria al trabajo psicoanalítico; y digo preparatoria, pues de suyo la clínica psicoanalítica no se resuelve en una teoría, ya que da para proponer las muchas teorías que registra la historia del psicoanálisis; el descubrimiento freudiano –y la práctica que de él se ha desprendido– no se reduce a una episteme, pues se trata fundamentalmente de una praxis o una tekné que concierne a sujetos que no logran discernir su condición de tales. Me atrevo a comparar el símil platónico con el mismo aparato psíquico freudiano, en tanto es una suerte de continente de nosotros mismos, dada nuestra carencia de instintos, como lo advierte Nietzsche. El estado ordinario que tal clausura nos procura es la conciencia como mentira. Sin embargo, el aparato no logra una clausura perfecta, o mejor, una represión total; deja pasar algo de lo reprimido que se torna amenazante o angustiante. Por ello en su Proyecto de Psicología (1895) Freud sugiere una forma –la escucha– para discernir representaciones hiperintensas que habrá de discernir el analizante, y emprender un trabajo que le permitirá llevarlas al sentido y así tramitarlas. Podríamos decir que el prisionero del Símil de la caverna se encuentra sujeto por sombras, y el sujeto del aparato psíquico lo está por representaciones hiperintensas.¹

    Pero este discernimiento del que tratan Platón y Freud, sobre todo este último, supone una observación muy peculiar, pues no se da desde la de la vista, sino, desde la escucha. La atención flotante del psicoanalista no es visual, sino auditiva. Da lugar a una atención semejante a la del fenomenólogo, que además se abstiene de juzgar, sobre todo con respecto a la realidad de lo observado.

    El libro da cuenta de una formación analítica que comprende al psicoanálisis sustraído de la medicina como ciencia positiva y de una psicología del comportamiento. Al modo que propone Paul Ricoeur, la preparación del psicoanalista debe propiciar la visión de la práctica de Freud como la de un Maestro de la Sospecha, es decir, que cuestione la verdad de la conciencia y que caiga en cuenta que ésta miente. Un discernimiento así sólo puede darse si se ha incursionado en un campo aparentemente muy apartado de la práctica psicoanalítica, el de la filosofía. En este punto no hay que perder de vista un lado oscuro en la idea que ordinariamente se tiene de Freud con respecto a la filosofía, al cual el mismo padre del psicoanálisis puso un velo, y a la que de algún modo sus biógrafos han contribuido, al mencionar sólo de paso su interés por la filosofía, y a la posición de que el psicoanálisis nada le debe a la filosofía. Tal vez esto es verdad si se reduce la filosofía a su momento cartesiano, que con su cogito le puso a ésta la conciencia como fundamento. La filosofía previa a Descartes no se arredraba ante la duda ni pretendía lograr ideas claras y distintas. Por eso en este prólogo comparamos el símil de la Caverna platónica con el aparato psíquico freudiano. Son dos tipos de construcciones que desbordan la monosemia para poder expresarse; quizá ambas, más bien, atienden no tanto a la razón sino al deseo, y éste tiene que recurrir a un tipo de lenguaje como el de la metáfora o el del símbolo, ya que "como hombre del deseo avanzo enmascarado –larvatus prodeo; al mismo tiempo el lenguaje, en principio y con mucha frecuencia, está distorsionado: quiere decir otra cosa de lo que dice, tiene doble sentido, es equívoco. El sueño y sus análogos se inscriben así en una región del lenguaje que se anuncia como lugar de significaciones complejas donde otro sentido se da y se oculta –a la vez– en un sentido inmediato; llamemos símbolo a esa región del doble sentido…²

    Freud se inició en la medicina casi al mismo tiempo en que empezó a estudiar filosofía con un maestro que le reiteró la importancia de practicar la observación, Franz Brentano. Este filósofo y estudioso de un precursor de la experiencia, Aristóteles, le permitió también discernir la intencionalidad de la conciencia; para descubrirla proponía una observación del objeto, de lo que aparece, sin emitir juicio alguno, comenzando por el de realidad. Tal vez esta práctica le permitió a Freud descubrir la mentira de la conciencia. En este punto valdría la pena mencionar que otro en quien influyó decisivamente Brentano fue Edmund Husserl, de tal suerte que en cierto modo se le podría considerar condiscípulo de Freud, que con su fenomenología permite ver al mundo desde una perspectiva distinta de la del positivismo. Por su parte Freud accede a una visión singular de lo psíquico –que logra trasponer lo puramente consciente– y entra a una dimensión inconsciente. Lo psíquico de origen no es conciencia; sin embargo, la práctica freudiana logra acceder a una nueva conciencia, que al superar a los ídolos y a las falsas ilusiones –que nos mantienen supeditados al objeto– abre la posibilidad para ser un poco más libres y un poco más felices.

    Estoy convencido de que la lectura de un texto como éste, cuya autora me ha pedido prologar, no sólo nos invita a entenderlo, sino a comprendernos a nosotros mismos, invitarnos a pensar por cuenta propia.

    La condición del ser humano es la de un sujeto ligado a un objeto que le resta vitalidad, del cual tendrá que desvincularse lo más posible para lograr su libertad. El papel de la práctica psicoanalítica estriba

    en descubrir esa condición e ir ganando libertad. De este modo, por una práctica que ya no será necesariamente la psicoanalítica, podemos dejar de considerar a los entes como objetos, y superarnos como sujetos.

    Miguel Ángel Zarco Neri

    Tlalpan, mayo de 2020.


    ¹ Advertimos que este término lo tomamos de la filosofía, ya que Freud no lo utiliza en el sentido que aquí lo hacemos, es decir, como relativo al objeto.

    ² Paul Ricoeur (1984) Freud, una interpretación de la cultura. México, Siglo XXI Editores, p. 10.

    Introducción

    ¿Existe un curso particular o específico en el pensamiento de un psicoanalista? En mi propuesta, presentada a través de este libro, la respuesta es afirmativa, básicamente porque un psicoanalista no puede pensar de manera rutinaria, fácil, obvia. No puede acortar caminos, utilizar vías principales, basarse en lo concreto, olvidar la multisemia, dejar a un lado lo que subyace a lo fenoménico; no puede oír, debe escuchar; no debe atenerse a lo racional, sino caminar a lo irracional: al mundo de las fantasías, los fantasmas, los sueños, los delirios, los anhelos, los deseos, los ideales, los odios, los amores, los dramas, las tragedias cotidianas y las de la vida misma, la locura, pues.

    Un psicoanalista debe reconocer que la consciencia es un estado temporal, lagunoso y hasta falso, y que la escucha y la comprensión de las palabras enunciadas por el paciente a través de su boca, su cuerpo, sus actos, sus tropiezos, sus miradas, sus gestos, sus silencios, sus omisiones, sus resistencias, sus lapsus, su proceder y sus reacciones transferenciales, tendrán que alcanzar lo inconsciente y no sólo lo consciente. Será necesario tocar lo reprimido, una vez que se haya lidiado con las resistencias, guardianas feroces de tesoros ocultos en los que está inscrita, en jeroglíficos, nuestra historia. Una historia que, al salir a la luz, será reconstruida en el consultorio analítico una y otra vez. Si el analista desespera o toma los cambios del relato del paciente por mentira, falsedad o negligencia, se encuentra perdido.

    Es que un psicoanalista debe saber que no hay memoria en lo nuestro; hay construcciones. Que la realidad humana no es real, objetiva; que está falseada por la mirada subjetiva del que vivió aquellos acontecimientos lejanos, pero al mismo tiempo cercanos, íntimos. Acontecimientos que tienen vida propia en el mundo interno. Que no han muerto. Que se repiten o quizá mejor, se actualizan en el día a día, en la cotidianidad, con el prójimo y con el extraño, de manera tan rara que en general se piensa que es el destino el que mete su mano en dichos sucesos. Pero no; no hay dicho destino. Hay inconsciente. Hay un tiempo circular que pasa y no pasa. Un tiempo no lineal que nos habita y un espacio en el que somos niños y ancianos, jóvenes y adultos, negros y blancos, mujeres y hombres, cuerdos y locos, vivos y muertos o, al menos, moribundos.

    Es que el pensamiento de un psicoanalista se gesta durante la sesión, ahí mismo, con el paciente en el diván. Nace en ese instante, ante lo que el paciente dice. El pensamiento analítico no se puede preparar con antelación; es un acto creativo que se recrea en cada sesión, con cada paciente. El pensamiento analítico genera vida; pero no parte ni se desarrolla, ni se basa en un optimismo infundado, no. El pensamiento analítico explora y busca más allá, más lejos. Piensa mal y acertarás, es una consigna común entre los psicoanalistas, precisamente para no dejarse llevar por las apariencias. De eso ya hay bastante.

    Vivimos en un mundo de imágenes. Imágenes hasta el hartazgo, tantas, que ya no asombran, ya no producen nada en el espectador. Sólo si las imágenes nos convierten en espectadores emancipados (J. Ranciere) valdrían, de otro modo, nos transforman en voyeurs, perversos. El pensamiento analítico debe seguir la idea freudiana como base de todo y, antes que nada; precisamente porque es Freud el padre del psicoanálisis y ningún otro.

    ¡Qué difícil! Qué complejo es pensar mal; poner al margen el optimismo, pensar de manera multisémica cada palabra, cada frase; hasta quisiéramos o podríamos decir, muy a la mexicana: ¡el psicoanálisis no tiene madre! Y desde un lugar concreto y claro podríamos responder: es verdad, sólo tiene padre y es Sigmund Freud; pero aquí, en México, eso no fue lo que entendió la mayoría de los lectores o escuchas de esta frase común. La expresión popular, siguiendo la multisemia del lenguaje o, en otras palabras, los múltiples sentidos, significa que el proceso psicoanalítico confronta nuestro pensamiento y comprensión intelectual y emocional, de manera tan abierta y compleja que parece querer reírse de nosotros, del Yo, quien se siente dueño y señor de nuestra vida, cuando en realidad Freud lo pone y expone como un vasallo que sirve a tres amos y con ninguno queda bien. Para colmo, carece de fuerza propia y requiere de préstamos del ello, que es quien, por debajo del trono yoico, manda.

    Así el yo: ni fuerza propia, ni suficiente voluntad como para ascender triunfante sobre las pasiones. De ahí la complejidad de la existencia humana; es que de todos lados aguijonean las exigencias: sentimos la imposición de ideales superyóicos provenientes de aquellos lejanos padres que nos dijeron con su voz y proceder qué era bueno y qué no. Luego introyectamos esas figuras primeras, primarias y ya en el mundo interno, el superyó quizá devino una instancia cruel, que difícilmente deja de juzgar; es exigente, pide más, siempre. Mientras más virtud, más exigencia. Por eso, dice Freud, sólo esta instancia puede ser tan cruel como el ello.

    ¿Y por qué tan cruel? Para explicarlo, Melanie Klein se apoya en su convicción de la existencia de una fuerza agresiva constitutiva, alojada indudablemente en el individuo humano. Fuerza que necesariamente debe ser controlada; mientras más intensa sea, encontraremos un superyó más sádico y controlador, dispuesto a detener el impulso violento; de otro modo, la tendencia del sujeto será a la destructividad (dirigida al mundo externo o al interno) y la vivencia de culpa persecutoria. Dicho esto, queda claro que a más crueldad superyóica, más fuerza agresiva podemos suponer en el individuo. Esto es de enorme importancia para la práctica clínica. Será necesario decirlo de una vez: la clínica que toma en cuenta lo pulsional, es muy distinta a la de aquellos que toman la teoría pulsional de Freud, de 1920, como necedades de un Freud viejo.

    Pero sigamos con las exigencias que a los psicoanalistas nos hacen dudar enormemente de la posibilidad de una existencia tranquila y feliz. Es necesario añadir a las exigencias del superyó, las imposiciones de la realidad externa. Esa que está ahí permanentemente y que espera de nosotros muchas cosas, tantas, que a veces las jerarquías que mandan en las instituciones se hacen de la vista gorda, porque saben que tan extremas y numerosas exigencias, son imposibles de cumplimentar.

    Realidad externa también representada por los miembros de una sociedad, que se encuentran permanentemente atentos a que las reglas establecidas –hasta las no escritas– se cumplan; vigilan también que no se planteen nuevas ideas y que, si esto ocurre, los integrantes y líderes de grupos se encarguen de silenciar voces incómodas, de obnubilar pensamientos, de tachar de locos y, si es necesario, de atacar o acabar a aquellos que han salido de la masa porque han alcanzado a ver más. Porque esos individuos han ampliado su campo perceptual, su consciencia; porque han ido a apoderarse de terrenos ganados por su inconsciente y, por tanto, pueden considerarse peligrosos; con frecuencia se considera seriamente que habría que desaparecerlos o al menos, acallarlos, para que no logren despertar consciencias.

    Pero ¿Quién hace el trabajo de despertar consciencias, de acceder a lo reprimido, de transitar por vías para pensar lo impensable, de enunciar lo políticamente incorrecto, de decir lo que se sale de lo que debe ser y de lo racional? ¿Quién pone al margen el optimismo y lo considerado correcto y normal para conocer lo irracional, lo que no debe ser pero que irremediablemente se sigue deseando? Precisamente el psicoanalista –entre algunos otros–, es aquel disidente, aquel marginal crítico, aquel atípico que sale de la aclamada y deseada normalidad y que así se atreve a ver, pensar, escuchar y observar lo que yo llamo: lo más humano de lo humano: el drama, la tragedia, el sufrimiento. Es verdad, en la vida también hay comedia y alegría, pero

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