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Ciencia y ficción en Freud: ¿Qué epistemología para el psicoanálisis?
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Libro electrónico253 páginas5 horas

Ciencia y ficción en Freud: ¿Qué epistemología para el psicoanálisis?

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El psicoanálisis tiene por objetivo la cura. Para su inventor es, sin embargo, una práctica inseparable de una hipótesis científica: el inconsciente. El psicoanálisis no puede prescindir de la comprensión y la comprobación de los procesos psíquicos inconscientes. Si pierde su estatus de ciencia, se convierte en una creencia o una religión. Lo cierto es que el inconsciente no es un objeto de experiencia directa: solo se manifiesta oblicuamente en sueños, lapsus, actos fallidos... ¿Cómo salir, entonces, del atolladero de una ciencia cuya causa es tan necesaria como inaprehensible? Para lograrlo, Freud elabora sucesivos modelos epistemológicos, desde la ciencia detectivesca de los Estudios sobre la histeria hasta el mito científico de Moisés y la religión monoteísta. Contra toda expectativa, propone un modelo epistemológico que se basa en la ficción.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2023
ISBN9789875009806
Ciencia y ficción en Freud: ¿Qué epistemología para el psicoanálisis?

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    Ciencia y ficción en Freud - Isabelle Alfandary

    1

    El inconsciente como hipótesis

    Freud no veía un divorcio entre la ciencia y su ciencia, el psicoanálisis, aun cuando este último defendiera puntos de vista considerados erróneos por la ciencia.

    André Green, El trabajo de lo negativo

    El inconsciente es una hipótesis que su inventor no dejaría de intentar apuntalar, confrontar con la multiplicidad de los casos y los sueños, comunicar y aplicar a contextos culturales e históricos distintos del de la clínica en el cual surgió. Al proponer la hipótesis del inconsciente, Freud se internó resueltamente en el camino de la ciencia. A sus ojos, el psicoanálisis que ha fundado no es solo un método terapéutico o acaso una hermenéutica, y tampoco un anexo de la psicología o la psiquiatría, sino nada más y nada menos que una ciencia nueva e independiente.

    Lo que justifica la fundación de una ciencia nueva radica en el hecho de que el psicoanálisis pone de relieve y explica manifestaciones que antes pasaban inadvertidas o se consideraban como desdeñables, y las relaciona con un principio único. La ciencia del inconsciente identifica nuevos fenómenos en los que ningún campo del saber se había interesado, y aísla determinados hechos o actos cuya aparición explica mediante una nueva conceptualidad e inferencias inéditas. Ciencia de la naturaleza,¹ según Freud, el psicoanálisis extrae pues de la clínica –y para empezar, de la clínica de la histeria– una serie de principios y leyes.

    En la conferencia Sueño y ocultismo (1933), Freud expone su método: Nos proponemos proceder con esas cosas como con cualquier otro material de la ciencia: primero comprobar si tales procesos son efectivamente demostrables, y luego –pero solo luego–, una vez que su facticidad no deje lugar a dudas, empeñarnos en su explicación.² La primera etapa del proceso consiste en aislar lo que la nueva ciencia reconoce como fenómenos. Estos suponen un nuevo recorte de la realidad: al lado de la realidad material, Freud pone de manifiesto otra no menos irreductible, la realidad de los deseos inconscientes y las fantasías, la realidad psíquica.

    El psicoanálisis identifica fenómenos que considera inteligibles y cuyo estatus renueva de manera radical. Así sucede con el sueño. No se trata de que haya sido Freud el inventor de la interpretación de los sueños –esta práctica humana se remonta a la más alta antigüedad–, pero el método perfeccionado por él carece, sin embargo, de precedentes. Freud estableció que ciertos fenómenos que hasta entonces pasaban inadvertidos suponían una lógica estricta que ahora podía describirse. La curación de las histéricas con la cual se inaugura el método psicoanalítico se acompaña de una elaboración teórica de tipo científico. Freud pone de manifiesto un conjunto de fenómenos y sostiene el principio de la universalidad de los procesos psíquicos que conciernen tanto a los enfermos, que acuden a consultarlo, como a las personas que no padecen trastornos nerviosos.

    Este último punto se revela capital para la fundación de una ciencia independiente de las ya existentes y en particular de la psiquiatría, ocupada en describir y tratar lo que se entiende de ordinario por enfermedad mental. A diferencia de la medicina, el psicoanálisis se interesa esencialmente en los fenómenos normales, relativos a los sujetos normales. Como recordó Georges Canguilhem, Friedrich Nietzsche había establecido en su tiempo, tras los pasos de Claude Bernard, una relación de homogeneidad entre la enfermedad y la salud que no es ajena a la concepción freudiana: El valor de todos los estados mórbidos consiste en que muestran bajo una lente de aumento ciertas condiciones que, aunque normales, son de difícil visibilidad en el estado normal.³ No es que el psicoanálisis no reconozca la existencia de manifestaciones patológicas como tales, pero los caminos del padecer no proceden de esquemas de causalidad fundamentalmente diferentes de los llamados procesos normales. La fenomenalidad psíquica descubierta por Freud tiene una vocación terapéutica pero no una base estrictamente mórbida. La lógica inconsciente que él identifica concierne tanto a las personas sanas de cuerpo y mente como a las otras. Frente al sueño, Freud se ve en la imposibilidad de distinguir lo normal de lo patológico. El principio de causación de los fenómenos psíquicos confunde categorías de lo normal y lo patológico que son, sin embargo, bien distintas. La causa de los trastornos descritos por el psicoanálisis y de los que este se ocupa no participa de un modelo idéntico al que tiene por resultado los síntomas orgánicos.

    En una primera instancia, los fenómenos estudiados por el psicoanálisis pueden parecer heterogéneos entre sí:⁴ actos fallidos, acciones fortuitas, errores, sueños, delirios, visiones, ideas compulsivas, ensueños diurnos, lapsus, juegos de palabras. Este inventario, que concierne tanto a los llamados sujetos normales como a quienes presentan trastornos nerviosos, solo es heteróclito en apariencia. Bajo la contingencia presunta de acontecimientos que se creen fortuitos, la nueva ciencia freudiana deduce una necesidad y una comunidad profundas. Lo que esas manifestaciones percibidas como insignificantes comparten es el hecho de que puede relacionárselas con un principio de inteligibilidad único. El psicoanálisis presta atención a indicios sumamente débiles,⁵ aquellos sucesos inaparentes que las otras ciencias arrojan al costado por demasiado ínfimos […], la escoria del mundo de los fenómenos.⁶ Freud no ignora lo audaz y hasta escandaloso que es su enfoque. Incluso llega a simular que da la palabra a sus detractores más enconados: pero si [el psicoanálisis] no puede hacer otra cosa que ocuparnos en las razones por las cuales un orador en un banquete dijo una palabra por otra o un ama de casa extravió sus llaves y tonterías parecidas, entonces sabremos emplear en algo mejor nuestro tiempo y nuestro interés.⁷ Esa escoria del mundo de los fenómenos abre sin embargo el camino a una investigación científica y la revelación de un orden de determinación paralelo a lo que él designa como encadenamiento del acaecer universal. La necesidad de los fenómenos psíquicos no está menos establecida que la de los fenómenos físicos y se da en otro plano lógico: Si alguien quebranta de esa suerte en un solo punto el determinismo de la naturaleza, echa por tierra toda la cosmovisión científica.⁸ En 1907, Freud sostiene la tesis del determinismo psíquico estricto: Pero en la vida anímica hay mucho menos libertad y libre albedrío de lo que nos inclinamos a suponer; acaso ni siquiera los haya. Harto sabido es: lo que llamamos contingencia en el mundo ahí fuera se resuelve en leyes; y también descansa en leyes –oscuramente vislumbradas por ahora– lo que en lo anímico llamamos ‘libre albedrío’.⁹ Tal como él mismo lo intuye, las repercusiones epistemológicas de su descubrimiento no son desdeñables. Una ciencia del inconsciente digna de ese nombre hace tambalear los fundamentos de la idea de ciencia, nuestra concepción de lo fenoménico y hasta nuestra representación del mundo.

    Freud sostiene así que algunos de nuestros pensamientos –que designa con el nombre de actos psíquicos–,¹⁰ aun los que nos parecen más anodinos o insensatos, son parte de procesos que pueden describirse con precisión. Incluso lo que la psiquiatría llama idea delirante participa de un derrotero que, por complejo y entorpecido que sea, puede llegado el caso explicarse. Si bien la idea se designa como delirante, su formación es estrictamente necesaria. En la huella de la tesis nietzscheana de que la razón no constituye la totalidad del pensamiento, Freud sostiene que la conciencia dista de constituir la psique entera.¹¹ El psicoanálisis no sustancia ningún proceso a la racionalidad en cuanto tal: solo acomete contra el imperio de la conciencia irrevocablemente reducido bajo el efecto de su hipótesis. Desde Platón, la historia de la filosofía se consagró a explicar nuestras ideas racionales; el psicoanálisis se asigna la tarea de dar cuenta y razón de algunos de nuestros pensamientos –aunque sean absurdos o fantasiosos– y de nuestras ideas incidentales y su encadenamiento, que escapan a la mera jurisdicción de la conciencia y al orden cartesiano de las razones. Las ideas que nos atraviesan y nos obsesionan, incluidas las que atraviesan u obsesionan al llamado hombre normal, las de la vida diurna, las que acarrean nuestros sueños, no deben nada al azar.

    Hasta aquí, sugiere Freud, el origen de nuestros pensamientos corrientes o fortuitos se tenía por indiferente porque era incognoscible. El psicoanálisis recusa este doble postulado. Y el psicoanálisis freudiano procede, en efecto, a una extensión del campo de lo cognoscible. Como destaca François Roustang: La cosa va muy lejos. Para Freud, el discurso consciente, cuya expresión más elevada se encuentra en el discurso de la ciencia, está impregnado e invadido en su totalidad por los mecanismos inconscientes.¹² Esa extensión, sin embargo, no se realiza sin límites ni métodos.

    El descubrimiento freudiano consiste en sostener la hipótesis de lo psíquico inconsciente que determina al individuo aun en su pensamiento consciente y da consistencia a las formaciones o producciones que constituyen la realidad de su vida psíquica y sus actos. La diferencia entre el psicoanálisis y la psicología está, en consecuencia, en el hecho de que la ciencia freudiana no se interesa de manera prioritaria en la conciencia, cuya soberanía socava indirectamente. Según su hipótesis, las perturbaciones del alma no son el resultado de la psique consciente. Se relacionan con una causa o un principio que, si bien escapan a la conciencia, la determinan. El psicoanálisis procura demostrar la existencia de un sistema inconsciente que ocasiona los estados y mecanismos psíquicos conscientes estudiados por la psicología. Sin buscar, al menos explícitamente, englobar la psicología en la ciencia psicoanalítica naciente, el psicoanálisis, debido a su hipótesis estructural, si bien no priva a aquella de su objeto –el estudio de los mecanismos conscientes–, limita de hecho su campo de aplicación y la fuerza de sus explicaciones. La primera tópica freudiana reduce así la conciencia a un islote en el mapa de la psique.

    La hipótesis

    Hay que volver a la fórmula de la hipótesis del inconsciente tal como se enuncia en el artículo Lo inconciente (1915), extraído de lo que debía constituir el proyecto de metapsicología finalmente abandonado, para comprender la razón por la cual el inconsciente se propone bajo la forma de una hipótesis:

    Desde muchos ángulos se nos impugna el derecho a admitir algo anímico inconsciente y a trabajar científicamente con esa hipótesis. En contra, podemos aducir que la hipótesis de lo inconsciente es necesaria y es legítima y que poseemos numerosas pruebas en favor de la existencia de lo inconsciente.

    Es necesaria porque los datos de la conciencia son en alto grado lagunosos; en sanos y en enfermos aparecen a menudo actos psíquicos cuya explicación presupone otros actos de los que, empero, la conciencia no es testigo.¹³

    Freud no ignora que, en comparación con las otras ciencias experimentales, la ciencia analítica presenta la anomalía de apoyarse en un principio que, propiamente hablando, no puede considerarse como una causa, ya que no es de naturaleza fenoménica. Si el neurólogo que él era había practicado la disección del cerebro, el analista en que se convirtió se rindió a la evidencia de la imposibilidad de fundar su descubrimiento en una base orgánica. En ese aspecto, las dos tópicas sucesivas que propuso solo tienen una función heurística: las instancias y las fuerzas representadas por ellas no tienen ni sustancia ni localización somática. Por otra parte, Freud insiste en que no hay coincidencia entre formaciones psíquicas y elementos orgánicos. Para justificar el principio del no ha lugar del inconsciente, se vale de un argumento de tipo dinámico a fin de caracterizar la naturaleza de la huella mnémica: "Evitaremos cualquier abuso de este modo de figuración recordando que representaciones, pensamientos y, en general, productos psíquicos no pueden ser localizados dentro de elementos orgánicos del sistema nervioso, sino, por así decir, entre ellos, donde resistencias y facilitaciones constituyen su correlato".¹⁴ Las formaciones psíquicas entendidas como facilitaciones no son unidades compuestas y localizables anatómicamente debido a que su naturaleza es, en esencia, intersticial: participan de la estructura del entre.

    Antes de examinar más en profundidad la razón de la elección freudiana de la hipótesis, consideremos una de las primeras apariciones de este término en la obra. Se lo encuentra en la discusión del primer caso clínico presentado por Freud, el de la señora Emmy von N.:

    Quizá me sea lícito recordar aquí un pequeño trabajo en que he intentado dar una explicación psicológica de las parálisis histéricas. En él llegué a la hipótesis de que la causa de estas residiría en que el círculo de representaciones de una de las extremidades, por ejemplo, sería inaccesible para nuevas asociaciones; y a su vez esta inaccesibilidad asociativa se debería a que la representación del miembro paralizado permanece englobada en el recuerdo del trauma, gravado este por un afecto no tramitado.¹⁵

    Freud formula aquí una hipótesis que retomará y apuntalará en La interpretación de los sueños (1900) y el caso Dora (1905), y en virtud de la cual sostiene que el síntoma histérico procede de la represión. La idea o las ideas inaccesibles se traducen en una manifestación sintomática cuya causa no hay que buscar en un disfuncionamiento orgánico sino en lo que Freud designa como una inaccesibilidad asociativa. Por rudimentaria y limitada que sea en esta etapa muy precoz de su formulación, esta definición del inconsciente que todavía no tiene ni siquiera su nombre es de un modo u otro la que Freud mantendrá a lo largo de toda su trayectoria. Propuesta aquí como mera hipótesis de trabajo –destinada a confirmarse o desmentirse– se mantendrá y se transformará en lo que yo calificaría de hipótesis de principio. Freud se ceñirá al inconsciente como hipótesis, aun cuando haya adquirido una experiencia clínica consecuente y lo que tendrá por pruebas irrevocables de su descubrimiento. El vínculo entre un estado de hecho somático y una causa correspondiente a un orden que aquel describe como una inaccesibilidad asociativa quedará marcado por el sello de la hipótesis. El espinoso problema sobre el cual se funda la ciencia analítica naciente obedece a que [l]a posibilidad de una represión no es fácil de deducir en la teoría.¹⁶

    Habida cuenta de que su interés es fundar el psicoanálisis como ciencia, Freud solo puede suponer por inferencia el principio de un vínculo entre los actos psíquicos y un principio explicativo y unificador de la psique. Si bien el inconsciente no es un objeto de experiencia directa, son una multitud, en cambio, sus formaciones y efectos que dan testimonio, no de su existencia, sino de su necesidad lógica. La ciencia analítica exhibe la particularidad, si no la anomalía al menos aparente, de apoyarse en una causa que tiene la forma de una hipótesis. La razón de esa elección freudiana es que el inconsciente tiene una función específica: es explicativo y exploratorio y su demostración se hace por defecto, a falta del testimonio de la conciencia. La prueba del inconsciente es de carácter lógico y no experimental, y se obtiene por inferencia. Freud jamás postula el inconsciente como fenómeno –en ese concepto, este no tiene, propiamente hablando, existencia–, sino como condición de posibilidad de los fenómenos calificados de psíquicos.

    La exigencia trascendental

    Lo que Freud quiere evitar a toda costa es que el inconsciente incumba al noúmeno, es decir al registro de lo incognoscible de la cosa en sí, tal como la define Immanuel Kant. La tesis de un inconsciente nouménico constituiría un obstáculo insuperable para el psicoanálisis y privaría al psicoanalista de toda posibilidad científica de remitirse a él. Por esa razón, Freud procura por todos los medios negociar para el inconsciente un estatus epistemológico específico y garantizarle una legitimidad epistemológica propia aunque paradójica. La hipótesis del inconsciente tal como él la elabora se apoya in fine en la filosofía kantiana, que le hace las veces de salvaguardia y de ideal cuando, al mismo tiempo, pone en crisis al sujeto trascendental.

    En sus recuerdos de Freud, el psiquiatra Ludwig Binswanger confirma la naturaleza hipotética del inconsciente freudiano y la relaciona con la distinción kantiana:

    Como auténtico explorador de la naturaleza, Freud no dice nada acerca de la naturaleza del inconsciente, justamente porque a ese respecto no sabemos nada de cierto y porque todo lo que de él sabemos lo deducimos a partir de lo consciente. Freud consideraba que, así como detrás del fenómeno Kant postulaba la cosa en sí, detrás de lo consciente, que es accesible a nuestra experiencia, él postulaba lo inconsciente, que nunca puede ser objeto de una experiencia directa.¹⁷

    Binswanger recuerda incluso el día en que Freud lo interpeló precisamente sobre la relación entre cosa en sí e inconsciente: Freud me preguntó si la ‘cosa en sí’ de Kant no era lo que él entendía por ‘inconsciente’.¹⁸ Esta confirmación biográfica indirecta es muy valiosa porque demuestra que Freud no ignoraba en modo alguno el problema epistemológico que representaba su idea prínceps. En sus escritos, el psicoanalista se afana en callar ese tipo de preocupaciones, manteniéndose de manera deliberada, con respecto a la filosofía, en una actitud que Jacques Derrida calificó justamente de evitación,¹⁹ hasta llegar a veces al límite de la denegación, aunque fuera estratégica. De todos modos, y como es evidente, eso no le impidió pensar con y contra la exigencia trascendental kantiana.

    Freud era muy consciente de la exigencia epistemológica que tenía que satisfacer si pretendía fundar el psicoanálisis como ciencia: superar lo que se emparentaba con un callejón sin salida –la tesis de un inconsciente no fenoménico– y elaborar un estatus que, sin ser derogatorio del derecho común de los fenómenos, tuviera en cuenta la especificidad de su descubrimiento. Se comprende hasta qué punto el inventor del psicoanálisis caminaba sobre una cuerda floja. En el artículo de sus Trabajos sobre metapsicología titulado Lo inconciente menciona de manera explícita el nombre de Kant, cuya presencia espectral, por lo demás, se hace sentir en todo momento:

    La hipótesis psicoanalítica de la actividad anímica inconsciente nos aparece, por un lado, como una continuación del animismo primitivo, que dondequiera nos espejaba homólogos de nuestra conciencia, y, por otro, como continuación de la enmienda que Kant introdujo en nuestra manera de concebir la percepción exterior. Así como Kant nos alertó para que no juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incognoscible, descuidando el condicionamiento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso psíquico inconsciente, que es el objeto de la

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