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Martín Centelles Corella: Biografía de las cosas más destacadas de mi vida
Martín Centelles Corella: Biografía de las cosas más destacadas de mi vida
Martín Centelles Corella: Biografía de las cosas más destacadas de mi vida
Libro electrónico329 páginas4 horas

Martín Centelles Corella: Biografía de las cosas más destacadas de mi vida

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La azarosa vida de Martín Centelles Corella (Cedrillas, 1906 - Nyons, 1998) abarca prácticamente todo el siglo XX. Pasó tres años en el bando que perdió la Guerra Civil y otros tres en las terribles cárceles de la posguerra. Atrozmente torturado en el cuartel de Aliaga, logró huir malherido de forma milagrosa. Ingresó en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, donde permaneció más de cinco años, hasta su huida a pie a Francia. En el país vecino, trabajó otros cinco años con la única recompensa del sustento y el alojamiento. Tras conseguir los papeles de refugiado en 1957, pudo reunirse con su mujer y sus tres hijos, que habían padecido en Aliaga el acoso habitual que sufrían los familiares de los perseguidos políticos. En una de sus visitas a España, durante la transición, entregó al autor de este libro el manuscrito 'Biografía de las cosas más destacadas de mi vida'. Sirva su publicación para que el silencio propiciado por el temor con el que crecieron varias generaciones, y que perduró más allá de la muerte del dictador, no envuelva la figura de este luchador antifascista cuyo único delito fue defender unos ideales fraguados en las injusticias sufridas en su infancia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 abr 2024
ISBN9788411183574
Martín Centelles Corella: Biografía de las cosas más destacadas de mi vida

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    Martín Centelles Corella - Luis Pomer Monferrer

    ESTUDIO

    1. PRINCIPIOS DEL SIGLO XX: LA INFANCIA Y LA JUVENTUD DE MARTÍN

    Aunque la estancia en guerrillas ocupa gran parte de la biografía, el inicio en el que se habla de la infancia, la juventud y la Guerra Civil es un documento valiosísimo de las circunstancias sociales y políticas de la España de inicios del siglo XX. Las lamentables condiciones en las que se encontraban los obreros y campesinos, con una tasa de analfabetismo del 90 %, mayor aún en las zonas rurales, motivaron una fuerte conflictividad social que llevó consigo el crecimiento de grupos principalmente socialistas y anarquistas, cuyos sindicatos alcanzaron unas cotas muy altas de afiliación: el padre de Martín y él mismo pertenecieron a la UGT, y la CNT era mayoritaria en la zona de la AGLA. Contribuyeron también otros factores, entre los que destaca la nefasta política internacional para satisfacer a un ejército deseoso de resarcirse de las pérdidas coloniales; las veleidades expansionistas en Marruecos motivaron una gratuita y trágicamente numerosa pérdida de vidas humanas entre los jóvenes de las clases más desfavorecidas.

    En respuesta a esta conflictividad fue ejercida con dureza la violencia de Estado durante la huelga general de agosto de 1917, en la época del pistolerismo de Barcelona (1917-23) y en la dictadura de Primo de Rivera (1923-30). Ya en época republicana, durante el primer bienio, social-azañista, se produjeron los sucesos de Casas Viejas en enero de 1933, y en el conservador o radical-cedista destaca la represión de la Revolución de Octubre de 1934, especialmente virulenta en Asturias. Esta violencia fue una práctica habitual entre los regímenes totalitarios implantados en el primer tercio del siglo XX, especialmente el nazismo alemán, el fascismo italiano y el comunismo soviético y, con la llegada de la dictadura franquista, España fue uno de los últimos países europeos en padecer la persecución y ejecución de los enemigos políticos.

    La instauración de la Segunda República, con sus lógicas deficiencias y errores, trajo consigo la esperanza de conseguir derechos como la igualdad de género,¹ la justicia social, el laicismo, la universalización de la educación o el respeto de las minorías lingüísticas y de las nacionalidades que integran el Estado español. Tras la victoria del Frente Popular el 16/02/1936, los grupos de extrema derecha crearon un ambiente guerracivilista para romper con la normalidad democrática y justificar el golpe de Estado, proclamando la supuesta incapacidad de la República para resolver el problema del orden público y su papel como antesala de una acción revolucionaria izquierdista.² Precisamente, esta mistificación de la revolución comunista inminente y de la violencia social de la primavera del 36 fueron utilizados por el régimen franquista como fundamento jurídico de la función preventiva del golpe de Estado.

    La agitación política, exacerbada por la provocación falangista y la propaganda extremista, culminó con el golpe de Estado, apoyado por los grandes poderes tradicionales –ejército, jerarquía eclesiástica, nobleza monárquica, terratenientes, etc.–, que querían perpetuar sus privilegios y evitar las reformas sociales, económicas y políticas que inició la República para modernizar el Estado, consolidar la democracia y mejorar la situación de las clases populares (Arnabat, 2013: 51-52; Rodríguez Cortés, 2014: 6-8). No se puede pasar por alto la responsabilidad de la monarquía, que apoyó la insurrección y con los años consiguió pactar la herencia del franquismo.

    La Iglesia siempre se mostró hostil al pluralismo cultural y político de la Segunda República, contra la que mantuvo una discrepancia abierta desde el principio, temerosa de perder sus privilegios seculares. Se alineó de esta manera con los sectores políticos y sociales más conservadores, lo que desembocó en episodios contra el clero, que ya se habían producido a principios de siglo por los mismos motivos: la Semana Trágica de Barcelona de 1909, pese a que se desencadenó contra la catástrofe económica y social que significaba satisfacer el militarismo en Marruecos tras el desastre colonial de 1898, se transformó en un movimiento anticlerical que culminó con el masivo incendio de iglesias y conventos. Pero la violencia de los grupos descontrolados de criminales de toda clase contra los miembros de la Iglesia como diana preferida fue producto del desenfreno de la contienda armada ocasionado por el alzamiento fascista: el propio golpe causó la disolución del poder del Estado, lo que motivó, en los primeros tiempos del enfrentamiento, los asesinatos de religiosos, terratenientes y gentes de derechas en general, así como asaltos a la propiedad, hasta que el gobierno republicano consiguió reorganizar el ejército y disolver las milicias.³

    Víctima de esta violencia fue la familia de mi padre. Mi bisabuelo, Domingo Boix Ferrer, alcalde y concejal de La Jana en diferentes ocasiones por el Partido Liberal, fue asesinado a tiros a los 65 años al poco tiempo de iniciarse la Guerra Civil, el 16/10/1936, en las afueras de Tirig, tras ser apresado en casa de su hija Plácida en Albocàsser.

    Mi familia es, pues, un buen ejemplo de la sinrazón del enfrentamiento político y de la Guerra Civil, así como del sufrimiento y las experiencias traumáticas que marcaron a la generación de mis padres: la de mi madre fue víctima de la violencia del fascismo y la de mi padre, de los grupos descontrolados de milicianos. El régimen franquista instruyó una Causa General para examinar los actos represivos del bando republicano, que fueron castigados con la muerte o con la cárcel, y en el mejor de los casos conllevaron el exilio.⁵ Los crímenes fascistas, por el contrario, fueron legalizados e institucionalizados, sin que podamos tener constancia exacta de su dimensión (Chaves, 2007: 191-192). Por otra parte, la represión franquista no se limitaba a ejercer la violencia, sino que atentaba contra la memoria de los fallecidos, como vamos a ir constatando, lo que desembocó en que muchas víctimas republicanas hayan sido olvidadas durante décadas y otras muchas sigan desaparecidas, debido a la tardía y tibia política de reparación que se ha hecho desde la Transición hasta la actualidad.⁶

    Además de la política represiva característica de los totalitarismos, sobre la que trata gran parte de este libro, el régimen nacionalcatólico franquista mantuvo e incluso aumentó los privilegios del clero, al que se confió la educación del Estado y el ejercicio de la censura, y también los de los demás estamentos que le habían apoyado. Las consecuencias fueron, entre otras muchas, la ausencia de derechos legales de las mujeres, dependientes de sus padres o cónyuges, y de los homosexuales, el mantenimiento de las injusticias sociales o la persecución de las diferentes lenguas y culturas del Estado.

    Martín, al inicio de sus memorias, rememora las injusticias padecidas de niño, a principios del siglo XX, que le marcaron para siempre. No es casual que den comienzo con el recuerdo de su tarea como pastor en plena infancia sin otra remuneración que una comida que consistía en pan duro y tocino rancio, en ocasiones agusanado; y con el relato de un viaje con unas cabras a través de una zona muy fría y montañosa para conducirlas a una masía cercana a uno de los lugares más elevados de la sierra de Gúdar, el alto de la Zaragozana, de casi 2.000 metros de altitud. Al final del repaso por su infancia dice unas palabras de gran relevancia para entender su biografía: «a medida que yo crecía y veía las injusticias me hacía más rebelde». Nuestro protagonista nació y se crio en el Molino Alto, que sus padres «tenían a rento», igual que Delfina y Luis, hermana y hermano mayores, y las pequeñas, las mellizas Pilar y Teresa.⁷ Los dueños eran los Lozano, originarios de Valdelinares:⁸ «mis padres se pasaron la mitad de la vida con ellos, unas veces renteros y otras medieros, pero siempre supeditados a ellos».⁹ Aunque afortunadamente la diferencia entre clases no es tan grande como en los inicios del siglo XX, sobre todo porque no hay tanta pobreza, los Lozano siguen teniendo tierras y posesiones en arriendo y un mausoleo propio en el cementerio de Cedrillas.

    Cuando Martín tenía 17 años, sus padres ya se habían ido del Molino Alto, pero se vio obligado a trabajar con ellos. En muchos pasajes de la biografía manifiesta el enfrentamiento con su padre porque el anhelo de toda su vida, desde pequeño, fue independizarse de un patrón. Intentó irse a América, pero tuvo que desistir por falta de medios. A la vuelta del servicio militar, y con su padre siempre en contra, se trasladó a Manzanera para aprender el oficio de carpintero, que de tantos apuros lo salvó a lo largo de su vida. Lo acogieron mis abuelos Delfina, la hermana mayor, y Eleuterio, allí destinado como guardia civil:¹⁰ Martín siempre me habló con gran cariño de ellos y se mostraba muy agradecido por cómo lo trataron.

    En el camino de vuelta a Cedrillas conoció a la que sería su mujer, Inocencia, de Formiche.¹¹ Gracias a la famosa Feria Ganadera de Cedrillas consiguió el alquiler del café del pueblo, hecho que le cambió la vida, pues con el dinero que consiguió arrendó al Ayuntamiento un local donde montó un café y un taller de carpintería. Y también gracias a la generosidad de Florencio Martín Sebastián Cabezón, que se lo dejó barato y lo ayudó a conseguir las provisiones: contrasta el agradecimiento humano con el que habla de él en la biografía y la fría visión política del informe, donde se limita a decir que fue alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera y que se pasó a las derechas en el Bienio Negro, con el consiguiente efecto negativo por su ideología.¹² Pese a que el café era mucho más rentable y menos laborioso, lo vendió para dedicarse a la carpintería, porque él no podía atender los dos negocios. Intercambió su casa con Antonino Górriz, lo que supone otro ejemplo de la buena relación que tenía la gente en un pueblo como Cedrillas más allá de la ideología política: en efecto, como figura en el sumario que se le abrió tras la guerra, Martín lo puso como testigo de su buena conducta, pues Antonino era el delegado de falange del pueblo.¹³ Sus intentos de que la familia lo ayudara en el café fracasaron, pues su hermana Pilar, que se trasladó desde Valencia para estar con su novio Mariano, hijo del secretario de Cedrillas, «se ponía a hablar con el novio en el mostrador y esto hacía mal efecto»;¹⁴ y de Inocencia, con quien se casó el 21/10/1933 en Formiche Alto, dice: «mi esposa era buena para la casa, pero no aprovechaba para el café; no sabía cuentas ni su temperamento era apropiado».

    Para hacernos una idea del ambiente político anterior a la Guerra Civil en Cedrillas, resulta interesante hacer un repaso de algunos nombres que figuran en el informe de Martín. En la lista de ocho dirigentes de la UGT en 1931, cuando se proclamó la Segunda República, figuran tres personas que «se pasaron a las derechas» en el Bienio Negro, llamado así por los de izquierdas porque fue el período comprendido entre las elecciones de noviembre de 1933 y las de febrero de 1936 en el que gobernó la derecha. En realidad, no cambiaron su ideología, sino que, en este bienio, más favorable para ellos que el anterior, «el centro sindical se transformó en centro radical con todos los más ricos del pueblo y algunos obreros y campesinos que ellos dominaban». Dos de estos son los hermanos Martín Sebastián, el mencionado Florencio Cabezón –que había sido alcalde en la dictadura de Primo de Rivera– y Daniel Chané, cuatro años más joven, a quien Martín califica como «el explotador más grande de la provincia de Teruel». El hijo de este último, Alfredo Martín, era el encargado de llevar a Teruel, donde se encontraba el ejército sublevado al inicio de la guerra, a los reclutas que recogía del pueblo, antes de que fuera ocupado por los republicanos: a principios de los años cuarenta fue alcalde de Cedrillas y firmó la libertad condicional para que Martín fuera al pueblo. El tercer sindicalista de derechas era Ricardo Guillén Guillén Casero, quien «tenía el mejor comercio del pueblo y un camión».¹⁵ Este comerciante, natural de El Castellar, corroboró las palabras que Martín le dijo a un hijo de Tomás Lozano: «Marcial, ahora no estamos en aquellos tiempos que en la Palanca de Gúdar vosotros comíais manjares y yo tocino rancio».¹⁶ Este episodio de la biografía previo al estallido de la Guerra Civil, cuando ya se encontraba en una buena posición económica, refleja muy bien la huella que dejaron en Martín las injusticias sociales de su infancia.

    Fig. 6. Anverso del Acta de nacimiento de Martín Centelles Corella. Fuente: Gonzalo Fuentes Sánchez.

    Fig. 6. Reverso del Acta de nacimiento de Martín Centelles Corella. Fuente: Gonzalo Fuentes Sánchez.

    Fig. 7. Estado actual del exterior y del interior del Molino Alto, donde se criaron los cinco hermanos Centelles Corella con sus padres Manuel e Isabel, que «lo tenían a rento».

    Fig. 8. Foto de Martín durante el servicio militar junto a sus hermanas pequeñas, las mellizas Pilar (izquierda) y Teresa (derecha). Como era del reemplazo de 1927, tendría unos 21 años y sus hermanas, 15.

    ¹ Sobre el terrible retroceso en los derechos de las mujeres y sus condiciones de vida con el advenimiento del franquismo y su estrecha moral, véanse Roca (1996), Domingo (2007) y Monlleó (2014).

    ² Sobre los falsos panfletos que proliferaron con planes detallados de una inventada revolución que justificara la sublevación fascista como un movimiento contrarrevolucionario preventivo, véanse Fontana (1986: 11-12) y González Calleja (2016).

    ³ Según las últimas investigaciones, la cifra de asesinados en la zona republicana fue de unos 50.000, de ellos unos 6.700 religiosos, la mayoría en los tres primeros meses de guerra. Se suele partir de la cifra de 6.832 establecida por Antonio Montero Moreno (2004), cuya primera edición es de 1961, a partir de la cual los autores han ido haciendo sus cálculos, normalmente un poco a la baja. En el País Valenciano, casi un millar de religiosos, religiosas y sacerdotes fueron asesinados (Gabarda, 2014: 15). La violencia contra los religiosos se caracterizó por la persecución sistemática y el virulento sadismo con que se produjeron en muchas ocasiones las ejecuciones. Sobre esta violencia en la Guerra Civil, véase Ledesma (2011).

    ⁴ Su nombre figuró en la «lista de caídos por Dios y por España» de la Iglesia de La Jana hasta que fue borrada hace unos años, lo que no supuso consuelo alguno para la familia de mi padre; en efecto, en la medida de mi conocimiento, nadie ha mantenido contacto con la Jana, pues los inductores del crimen eran conocidos del pueblo. Los tres hijos que tuvo de su primer matrimonio con Plácida Pla Escuder –no tuvo descendencia de la segunda, Tomasa Beltrán Prades, fallecida también antes que él– rehicieron su vida en otros lugares: el mayor, Luis, era apoderado de la plaza de Toros de Vinaròs, población donde siguen viviendo sus descendientes; de la mediana, Plácida, establecida en la casa de Albocàsser de donde sacaron a su padre para matarlo, nada sabemos; la hija pequeña, mi abuela Elvira, vivió en el centro de Valencia, donde nació mi padre. Es este un buen ejemplo de las cicatrices que dejó la guerra en los supuestos vencedores, pese a la reparación de su memoria, que les fue negada a los muertos del bando contrario.

    ⁵ Los sospechosos del asesinato de Domingo Boix Ferrer que figuran en la causa abierta en 1941 (AHN, FC-CAUSA GENERAL, 1402, EXP. 5, PG. 4) eran Vicente Balaguer Pavía y Carlos Verge Marco: el primero huyó a Francia y el segundo pasó, desde el campo de concentración de Albatera, a la prisión de Orihuela (27/04/1939), donde estuvo dos años hasta su traslado a Castellón (12/03/1941), en cuya prisión fue fusilado el 27/01/1943: AHPA, Legajo 12574/IP-66. En su declaración, el hijo mayor del asesinado, Luis, dice que no sabía quiénes eran los autores, pero sospechaba de los componentes del «comité marxista» del pueblo, el mencionado Carlos Verge y Tomás Ramón Boix Vallés, alcalde de La Jana en los primeros tiempos de la guerra, que fue represaliado, pero no muerto; el 30/03/1942, cuando hizo la declaración, Luis Boix tenía 47 años, y sus hermanas, Plácida 45, y Elvira, mi abuela, 39: AHN, FC-CAUSA GENERAL, 1402, EXP. 5, PG. 26. Hay otra causa anterior, abierta poco después de la ocupación del pueblo por las tropas franquistas, en 1938, en la que se lee que, sin saber nombres, los autores del asesinato habían sido gente de La Jana y Sant Mateu, y que Domingo Boix había sido alcalde por el Partido Radical (FC-CAUSA GENERAL, 1404, EXP. 81, PG. 4). El nombre de los acusados del crimen figura entre los autores del asalto al Ayuntamiento el 21/09/1936, en el que fueron lanzados por el balcón todos los documentos municipales y quemados tras ser trasladados en un camión a las afueras del pueblo (FC-CAUSA GENERAL, 1404, EXP. 81, PG. 8). Se dice, asimismo, que «Por los individuos que formaban el Comité y Ayuntamiento fueron llamadas las personas de derechas que consideraban adineradas para que entregaran diferentes cantidades, con la amenaza de que serían pasadas por las armas sino (sic) lo hacían en plazo perentorio; por tal motivo se recaudó bastante dinero. También fueron incautadas varias fincas rústicas y urbanas, así como caballerías, aperos de labranza, cosechas y enseres domiciliarios». Según nos dijo nuestro padre, el pago de un rescate no impidió que fuera asesinado su abuelo.

    ⁶ En contraste con esto, la práctica totalidad de los religiosos asesinados fueron identificados, homenajeados e inhumados poco después del final de la contienda, y años después muchos han sido beatificados y santificados (Viana, 2017: 328-329). Paralelamente a estas beatificaciones, la Iglesia española se ha mostrado claramente contraria a la denominada memoria histórica: véase Sánchez Cervelló (2017: 97-99). Llama la atención que muchos políticos de la derecha española hayan acudido a estos actos de beatificación mientras se muestran hostiles a cualquier actuación en favor de la memoria democrática con la excusa de no reabrir las heridas del pasado; pero no menos responsables son los dirigentes socialistas, que han actuado con enorme tibieza a nivel estatal, en contraste con los muchos y buenos ejemplos a nivel municipal de trabajo en favor de la restauración de la memoria de las víctimas del

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