Ficciones
Por M.J. Pais
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Ficciones - M.J. Pais
M. J. Pais
FICCIONES
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Tabla de contenidos
FICCIONES
PRÓLOGO
EL OLIMPO CLANDESTINO
CÉSPED PARA SU JARDÍN
EL ANILLO DEL DRAGÓN
SUEÑO PENDIENTE
CARNE PREMIUM
LICENCIA DE CONDUCIR
UNA VISITA INESPERADA
THE JUNGLE
DE PLUMAS PROFESIONALES
FICCIONES
M. J. Pais
A Marcelo Alejandro Pais
En una sala de paredes grises aguardé por tu imagen. Junto a rostros fortuitos del momento incierto me senté en un banco frío y esperé por el nombre de tu querida madre. Por un estrecho pasillo caminé apretando los dientes y frotando mis manos, luchando contra el pánico de lo novedoso. El tiempo es constante y estático, es lo que sella las reglas, es lo que en ese momento no me dejaba llevarte a casa. Sin embargo, ese día nos conocimos un poco más a través de una pantalla. ¿Qué has visto del otro lado? Debo admitir que no soy un hombre de grandes logros. No soy mi padre, tampoco mi abuelo, soy otro y a veces soy ellos. Aquí sigo esperando por tu materialidad, por el saludo, por el aliento, por el perfume y por la eterna compañía.
PRÓLOGO
Las siguientes ficciones son mis días de campo, son mi compañía, son el cálido del coñac una mañana fría, son el aroma a pan casero recién horneado, son la cebada, son la rutina, son los viajes por recurrentes caminos, son mi trabajo, son mis gatos y sus crías, son el olor a pasto recién cortado una tarde moribunda, son las luces amarillas luego de la lluvia, son la música de Paganini y Vivaldi, son Chaconne de Bach y La Fille Aux Cheveux De Lin de Debussy interpretadas por el maestro Heifetz, son la luna brillante y presente en mi ventana, son mis sueños y las llanuras y colinas que allí habitan, y a las que anhelo regresar. Son ficciones modestas y espontáneas que carecen de compleja explicación, por lo que este prólogo no tiene sentido.
Aún recuerdo la casa alpina cerca del colegio, las semillas que planté, el anillo de perla azul, los enormes barcos, la carne, las historias poco probables del tío, las visitas lejanas, los viajes y las aves. Quizá estas ficciones son producto de los ojos curiosos de aquel niño tímido que un día fui.
EL OLIMPO CLANDESTINO
Hace millones de años por sobre las nubes se encontraba una casa alpina en la cual ciertos dioses solían reunirse para apostar sus calderos llenos de oro. El gran entretenimiento de estos dioses comunes era observar las distintas civilizaciones que habitaban la tierra y debatir sobre la volatilidad de sus decisiones.
Apostar estaba prohibido por los dioses supremos y violar la ley podía tener serias consecuencias como prohibir el acceso al cielo, ser enviado al infierno, o el peor de todos los castigos: ser enviado a la tierra a vivir con las personas.
Los dioses supremos eran los hijos directos de Traskull el creador. Ellos no tenían acceso a la vida de las personas como sí tenían los dioses comunes. En cambio, los supremos se encargaban de la creación de leyes y ejercer el orden y justicia.
Los dioses comunes —denominados de esa manera por el mismísimo Traskull— eran los hijos de los seis supremos. Cada generación de dioses comunes le brindó algo a la tierra: desde su forma, su riqueza geográfica, hasta el conocimiento de las civilizaciones, el cual les permitió avanzar… o retroceder.
Pero, en este caso, vamos a hablar de la séptima generación: la generación inútil —denominada así, nuevamente, por Traskull—. Esta generación no le brindó nada a ninguna civilización. Ellos sólo existieron y vivieron del fruto del trabajo de sus padres. Muchos de ellos reposaban por milenios en asientos largos y suaves como nubes, sin importarles la vida de las personas. Y muchos otros se dedicaban a quebrantar las leyes que sus ancestros habían creado. Y sí, ¿quién querría obedecer leyes creadas hace millares de años? Ciertamente, no la séptima generación.
La casa alpina en cuestión estaba cubierta por un hechizo de invisibilidad y flotaba sobre las nubes. De está manera no podía ser vista por ningún dios, salvo por los cinco amigos que solían reunirse todas las noches a crear teorías locas sobre las civilizaciones y apostar sus resplandecientes monedas.
— Bueno, muchachos, ¿están listos para darme su oro? —dijo Danagrios al entrar al living de la casa. Tres otros dioses ya se encontraban sentados en un sofá morado de paño mágico: Stus, Thelles y Silily.
— ¿Cómo demonios entraste? —preguntó Stus, el más formidable físicamente. Ya saben: torso al descubierto, polainas y botas de oro. Todo un guerrero, aunque sólo de apariencia.
Danagrios sacudió un juego de llaves que traía con él.
— Todos tenemos copias de las llaves —dijo Silily, la diosa más hermosa, no porque fuera la única mujer en la casa. Realmente era la más hermosa de todas las generaciones de dioses gracias a su habilidad para cambiar el color y largo de su cabello y maquillarse sólo con sus manos.
— Un momento, yo no tengo llave —dijo Thelles, el dios enano.
— Tú podrías forjar una de oro. Eres el maldito dios enano —dijo Danagrios colgando su saco de cuero en un perchero de pie plateado.
Cuando los cuatro se acomodaron en el sillón, Stus encendió la televisión y sintonizó el canal de la tierra —¿Apuestas?
—