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Sucesos Angustiosos
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Libro electrónico46 páginas36 minutos

Sucesos Angustiosos

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Sucesos angustiosos es una antología de cinco cuentos, donde prevalece el suspenso, la intriga y el amor. Cada uno contiene una trama distinta. Durante sus inquietudes, los personajes principales, ingeniarán la consistencia, el fortalecimiento y el entusiasmo. Acciones imprescindibles en las aventuras.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 mar 2024
ISBN9798224773282
Sucesos Angustiosos

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    Sucesos Angustiosos - Alberto Carbó Fernández

    San Juan de los Lagos

    Yo, Marcelo Conti, un historiador italiano, viajé en mi juventud a un país misterioso, México. En mi laptop describiré minucioso la nostálgica estancia, más mi desventura sentimental.

    Llegué un lluvioso atardecer de 1986, al antiguo pueblo en San Juan de los Lagos, Jalisco. Un taxi me trasladó de la terminal camionera a la basílica. En mi trayecto oí el resonante relampagueó, pero creí avistar algo fantasmagórico. Seis gatos negros huyeron a través de las ventanas rotas de las viejas casas, porque de las obscuras sombras de los espantapájaros horribles, aparentaron surgir fantasmas terroríficos. El taxista burlón miró mi espanto. Me concentré en mi cita con el veterano Profesor Hernández. Nos reuniríamos a las 20:00 horas.

    Bajo el cielo tempestuoso, entré presuroso. Durante el sermón de la misa, un rayo potente causó un apagón. El entorno aparentó lugar tenebroso. Las velas irradiaron sombras lúgubres del coro gregoriano y el anciano Padre Salvador. Me impresionó una tradición. Vi una interminable hilera humana avanzar del pasillo central al altar. Adonde unos fieles devotos se dirigieron arrodillados. No importaron sufrimientos, ni heridas. Estuvieran adoloridos, lesionados, cicatrizados, quemados o mutilados; las mujeres y ancianas rezaron.

    Admiré la estatuilla de la Virgen local, su peculiar postura en plegaria y su cabecita inclinada en forma de oración. Lució coronita de oro. Estatuas de santos y ángeles la rodearon como custodios.

    Visité la pinacoteca del santuario. Exhibieron cuadros artísticos. Uno era del pintor Rubens. En los confesionarios tres clérigos juzgaron a los confesantes. Regresé del aposento de dádivas. Un trueno iluminó el vitral opuesto a mí. Vislumbré un ángel. Al momento dudé.

    Me cercioré. No era una criatura celestial, sino una quinceañera, Mercedes Pérez. Me cautivó su cara bonita, cabellera larga y vestimenta blanca. Relucieron de otras chicas. Se alejó ante mi mirada. Quise acercarme. La multitud lo impidió. El profesor me reconoció. Me alojaría, porque yo estudiaría la cultura regional. Al volver la luz, salí con el anfitrión a su hogar, pero ya no vi a la adolescente.

    Me recosté en la cama frente al balcón. La lluvia aligeró. Evoqué adormilado a la jovencita. Ayudó al Padre Salvador en la basílica. Un halo divino traspasó del vitral al altar y la elevó liviana. Inútilmente traté de detenerla de su tobillo. Me desperté, pero medité cómo amistar a la provinciana.

    Amaneció. El profesor fue a su cátedra y yo a la basílica. Anhelé mirar a la chica. La busqué por todo lugar sin resultado. Sobrellevé mi desilusión al iniciar mi estudio. Filmé al Padre Salvador rociar agua bendita. Los católicos alzaron sus escapularios o rosarios. Salí por la Puerta de los Peregrinos. La mañana clareó encantadora a la noche estremecedora.

    Luego deambulé el colorido alrededor. Noté la amabilidad pueblerina al turismo. Entré a la oficina postal, anoté mi infortunada llegada y envié una postal a mi madre y otra a mi anterior novia, Andrea Moro. Incluso con autorización del profesor, escribí el poder visitarme. Al salir insistí en hallar a dicha adolescente. Me gustó. Como me enamoré,

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