Identidades obreras pretéritas.: Culturas obreras vivas en localidades de intensa reestructuración productiva en México. (2023)
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Identidades obreras pretéritas. - Eleocadio Martínez Silva
Introducción
Un problema es relevante –escribió Wright Mills en su fervorosa defensa de la sociología artesanal– cuando afecta a muchos. Fórmula sencilla, impresionista, pero también objetiva, que justifica la selección de un problema. La reestructuración industrial de la empresa estatal (electricista, siderúrgica, minera, petrolera) no solamente es relevante porque dejó sin empleo a miles de trabajadores y sin posibilidades de retorno al trabajo industrial, también es socialmente significativo, siguiendo a Delich (1999), porque anunció el punto de inflexión de un modelo de organización de la sociedad y, consiguientemente, un modelo de explicación de esta.
El cierre y privatización de la empresa estatal anunciaron nuevas formas de organización del trabajo que cuestionaron la significación que había tenido este en las vidas de comunidades y de trabajadores de la empresa nacional (trabajo de por vida, salarios justos, seguridad social), así como la ética con la que se habían socializado amplias mayorías sociales (solidaridades, proyectos en común), tras verse trastocadas la cohesión e identidad sociales. Sin embargo, tomando prestada una idea de Bluestone y Harrison (1982), más allá de las ruinas que ha dejado la desindustrialización (fábricas cerradas, trabajadores desplazados y un grupo emergente de pueblos fantasma), no todo ha sido pérdida; los trabajadores de la industria nacional realizan enormes esfuerzos por mantener una cultura e identidad obreras en medio de procesos sociales, culturales e institucionales generados por los cambios en la estructura industrial y ocupacional del país.
Esta trama social se hace visible en el presente estudio a partir de las experiencias de los obreros del sector siderúrgico tras la liquidación de Fundidora de Monterrey (FUMOSA) en 1986 y tras la modernización y privatización de Altos Hornos de México (AHMSA) y de la Siderúrgica Lázaro Cárdenas, Las Truchas
(SICARTSA) entre 1991 y 1992.
El contexto del drama social en el que están inmersos los trabajadores siderúrgicos es la crisis del acero y, con ella, la pérdida de centralidad que ocupaba la industria siderúrgica en el proceso de industrialización capitalista desde el siglo XIX. La crisis de la industria del acero no fue solamente económica, también fue una crisis social y cultural en las regiones y comunidades en donde se ubican las plantas siderúrgicas. Con la pérdida de relevancia económica de la industria acerera, las regiones pierden importancia nacional, los trabajadores son despedidos y los sobrevivientes del despido pierden muchos de sus privilegios.¹ Debido a estos procesos, miles de personas son empujadas a un desempleo de larga y corta duración, al subempleo, a empleos vulnerables, precarios y flexibles, todo lo cual tiene un profundo efecto destructor en la vida de los individuos y de sus familias: pérdida de estatus, degradación social, desarticulación familiar, destrucción (transformación) de identidades individuales y colectivas, así como el agregado de nuevas formas de desigualdades que alimentan fuertes malestares en las sociedades.
Sin embargo, de estos procesos de reestructuración productiva surgieron nuevas categorías sociales que se han hecho visibles, como las de nuestro estudio: la de los ex obreros y la de los trabajadores sobrevivientes a la reestructuración; culturas obreras vivas que tienen una relación de alternativa o incluso de oposición con la cultura dominante en la arena laboral.
El material empírico que se analiza en esta obra es rico y brinda ejemplos que buscan desafiar los hallazgos corrientes en el campo: situaciones en las que identidades obreras sobreviven, aun cuando los trabajadores han estado sometidos a largos períodos de desocupación o de desplazamientos hacia formas precarias y/o alejadas de su trayectoria/calificación previa. La investigación recupera relatos acerca de las experiencias de vida y trabajo transcurridas muchos años después de la pérdida de un empleo obrero de larga duración.
Planteamiento:
Las identidades obreras en América Latina
El estudio de la clase obrera mexicana en la presente obra se inscribe dentro de la gran corriente intelectual que se preocupa por la identidad y la cohesión social (Beck, Rifkin, Castel, Bauman). Pero, a la vez, es una crítica a postulados centrales sobre el fin del trabajo y de las identidades o, al menos, pone en entredicho sus pretensiones de generalización para América Latina.
La verdadera metamorfosis en nuestra modernidad, tal como refiere Robert Castel (2010), no es el fin del trabajo, como se postula en la corriente posmoderna, sino la fragilización de la estructura salarial, es decir, el deterioro, no desaparición, de la sociedad salarial. Tal fragilidad se expresa en la degradación de las condiciones laborales salariales y la multiplicación de formas de subempleo que no son empleos de pleno derecho y que el mundo académico ha denominado como el precariado, una especie de infra salariado en el seno del salariado.
Siguiendo a Castel (2010), muchas cosas han cambiado en los últimos años en la sociedad industrial, como la transferencia del centro de gravedad de la industria hacia el territorio, en donde la conflictividad social ya no se cristaliza en torno a los problemas relacionados con el trabajo y los grupos definidos por su lugar en la división del trabajo; no obstante, para las mujeres y hombres, el destino se sigue jugando en torno a las formas de equilibrio o de desequilibrio que anudan entre el mercado y el trabajo. Por lo tanto: buena parte de nuestro destino social se sigue jugando alrededor de la consistencia del salariado, porque, en contra de las ilusiones del posmodernismo, sigue siendo cierto que nuestro destino está aún inscrito en el marco de una modernidad todavía estructurada por las relaciones conflictivas que mantienen el trabajo y el mercado
(Castel, 2010, p. 47).
En la realidad latinoamericana, el trabajo sigue desempeñando un papel fundamental en las personas. No se sustituye al trabajo como actividad generadora de sentido y de significados sociales y como un elemento importante en la preservación de los vínculos sociales. Las relaciones de los trabajadores con su mundo social mediato e inmediato: no son simples estaciones a lo largo de su vida
(Bauman, dixit). Ser obrero es una categoría que sigue funcionando para identificarse, aun cuando la factoría desaparece. Los trabajadores no han buscado la autoafirmación en otra parte: generan una continuidad de la identidad social en espacios fabriles y extra-fabriles, no como nostalgia del pasado, sino como un presente vivenciado (Schütz, dixit).
Lo que caracteriza los análisis que postulan el fin del trabajo o su pérdida de significado es su condición pesimista. Así se observa al menos en los trabajos de Hannah Arendt (1998) y Zygmunt Bauman (2005). Arendt nos recuerda que el progreso tecnológico y el aumento de la productividad estaban generando cuotas descendentes de trabajo en los países industrializados, por lo que nos enfrentamos con la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, sin la única actividad que los
caracteriza. Esta posibilidad de una sociedad sin trabajo
está siendo experimentada por las personas como una amenaza existencial debido a la glorificación del trabajo. En tanto, para Bauman, la sociedad moderna se caracteriza por la desinstitucionalización de los cursos de vida, en la medida que el Estado y otras instituciones ya no influyen en los acontecimientos sociales y acciones de personas y colectivos, por lo que ya no hay espacio para las identidades sociales. Los que predominan son las aprensiones y miedos existenciales, en lugar de la voluntad de configuración y redefinición (Arendt), ambientes extraños donde son poco claros los significados de la mayoría de los casos y donde sus frutos son borrosos. Predomina un sentimiento creciente de inseguridad y, también, una suma de confusión llamada ambivalencia (Bauman, 2005).
Si bien ambos autores coinciden en el pesimismo, no así en la salida que proponen. Desde sus ataduras feno-menológicas, la salida para Arendt está fuera de la esfera del trabajo, en otras actividades en donde también puede ser sentida y experimentada la existencia humana. En Bauman, la salida propuesta está en acostumbrarse a la
confusión llamada ambivalencia: en cancelar toda idea de
proyecto social buscando salidas individuales a los proble-mas de las identidades.
Lo que se tratará de mostrar a lo largo de la presente obra, con un enfoque fenomenológico y empíricamente informado, es que, en nuestros contextos regionales, la fragmentación de las identidades obreras puede ser evitada, aun en contextos de intensa reestructuración productiva, lo que hacemos visible a través de la figura de ex obreros y los sobrevivientes a la reestructuración industrial.
Marco Estrada nos recuerda que las sociedades periféricas y descolonizadas, como la mexicana, tuvieron su propia experiencia de industrialización, urbanización, crecimiento demográfico, formación de Estado y mercado nacionales, secularización, individualización (Estrada, 2009, p. 307). Dada la particularidad de sociedad periférica y descolonizada que apunta Estrada, en la región de América Latina no se formaron culturas exclusivamente obreras, como en las sociedades centrales y colonialistas. Por lo que, a decir de Francisco Zapata (2009), los obreros mexicanos experimentan una fragmentación en la que coexiste lo propio del mundo fabril con lo propio del mundo pre-fabril, que fue el lugar de su primera socialización. De manera que, cuando la fábrica desaparece, los trabajadores siguen manteniendo pautas de relaciones en el barrio y en el enclave obrero. Esto permite identificar características particulares de los ex trabajadores, que resultan por el hecho de que pueden conservar sus antiguas costumbres y reproducir la cultura obrera en el ámbito urbano y no en el ámbito fabril.
Con esta mirada se rompe todo análisis lineal que, a decir de Bialakowsky (2004), nos lleva a la idea de que detrás del fin del trabajo está el vacío, la desubjetivación por efecto del despido: Al abandono, la fragmentación, la identidad resquebrajada se le oponen ahora las experiencias marcadas por una reconversión laboral y subjetiva por medio de la ocupación de nuevos espacios. A través de la resistencia emergen identidades que por la calidad de sus atributos identitarios se distinguen y, que si bien no constituyen una fuerza mayoritaria dentro de la clase trabajadora alcanzan un impacto social relevante
(2004, p. 10).
La evidencia empírica de estas explicaciones nos la proporcionan los sujetos de E. P. Thompson que enfrentaron los valores emergentes del capitalismo laissez-faire y de la política económica liberal con su cultura plebeya (conocimientos, tradiciones y costumbres), la cual no fue simplemente barrida; más bien fue la base para la acción y la reacción a las formas sociales y económicas del orden
capitalista emergente (Strangleman, 2016). Se trata de una
cultura residual que se forma en el pasado, pero todavía está muy viva en el presente, todavía está activa en el proceso cultural, tal como nos lo cuenta Raymound Willams: Así, ciertas experiencias, significados y valores que no pueden ser expresados o verificados sustancialmente en términos de la cultura dominante se viven y se practican a través de los residuos, culturales o sociales, de alguna insti-tución o formación cultural y social previa
(Strangleman, 2016). O bien, como lo explicitamos en la obra Convertirse en ex obreros (2009), en donde definimos esta figura obrera como un proceso contradictorio de reforzamiento y de resignificación de rasgos identitarios que vienen de los vestigios y residuos del pasado. Esto involucra tensiones entre el pasado, el presente y el futuro, ya que la identidad pasada atraviesa las vidas de las personas y obliga a ajustes y adaptaciones, no solamente sobre la base de tomas de conciencia individuales de los cambios, sino también con los significados que los demás le asignan a esas experiencias y a la forma que asumen las acciones