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Industria y revolución: Cambio económico y social en el valle de Orizaba, México
Industria y revolución: Cambio económico y social en el valle de Orizaba, México
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Industria y revolución: Cambio económico y social en el valle de Orizaba, México

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Hubo una época en la que el valle de Orizaba se encontraba en un estado de esplendor industrial y, por consiguiente, en un estado de crecimiento económico. Sin embargo, a partir de dos sucesos importantes en la historia de dicho lugar, la ciudad veracruzana sufrió una dramática transformación económica y social, marcada por bajos salarios, malas condiciones de vida y desempleo. En Orizaba, el crecimiento industrial en el valle -derivado de la revolución industrial- y el desarrollo de la Revolución mexicana, fueron los principales factores que transformaron la estructura política, social y económica de la región. Por ello, la autora analiza en esta obra las causas y consecuencias de tales acontecimientos, explorando la vida de una de las compañías industriales más importantes de la época, así como el papel que desempeñaron los trabajadores textiles y los empresarios dentro de estas revoluciones, considerando los momentos previos y posteriores a ésta.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2017
ISBN9786071649447
Industria y revolución: Cambio económico y social en el valle de Orizaba, México

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    Industria y revolución - Aurora Gómez Galvarriato

    AURORA GÓMEZ-GALVARRIATO FREER es doctora en historia por la Universidad de Harvard. Durante varios años fue profesora investigadora en la División de Economía del CIDE y directora general del Archivo General de la Nación de 2009 a 2013. También ha sido profesora visitante del David Rockefeller Center for Latin American Studies de la Universidad de Harvard y profesora en el ITAM. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores nivel II. Se especializa en la historia económica y social de México. Dentro de este campo, sus principales líneas de investigación han sido el proceso de industrialización en México y América Latina, la historia empresarial y del trabajo, el impacto económico y social de la Revolución mexicana y la evolución de los niveles de vida en México. También de su autoría es México y España: ¿historias económicas paralelas? (2007).

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

    INDUSTRIA Y REVOLUCIÓN

    Traducción

    ENRIQUE G. DE LA G.

    AURORA GÓMEZ-GALVARRIATO

    Industria y revolución

    CAMBIO ECONÓMICO Y SOCIAL EN EL VALLE DE ORIZABA, MÉXICO

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    EL COLEGIO DE MÉXICO

    UNIVERSIDAD VERACRUZANA

    Primera edición, 2016

    Primera edición electrónica, 2017

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    Fotografías: Arriba: Fábrica textil de Río Blanco en Orizaba, ca. 1950. © 194791 Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México. Reproducción autorizada por el INAH / Abajo: Marcha de trabajadores textileros, ca. 1915. © 196245 Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México. Reproducción autorizada por el INAH

    D. R. © 2016, El Colegio de México, A. C.

    Camino al Ajusco, 20

    Pedregal de Santa Teresa

    10740 Ciudad de México

    www.colmex.mx

    D. R. © 2016, Universidad Veracruzana

    Dirección Editorial, Apartado postal 97; 91000 Xalapa, Ver.

    diredit@uv.mx

    D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4944-7 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    A mis padres,
    Elizabeth y Mario

    SUMARIO

    Introducción

    La industria textil mexicana. Panorama general

    CIVSA: la naturaleza de la empresa

    La naturaleza de la fuerza de trabajo

    La organización laboral durante el porfiriato

    Los obreros de la industria textil

    y la Revolución mexicana

    Los trabajadores y los primeros regímenes

    posrevolucionarios

    Una revolución en el trabajo: los salarios reales

    y la jornada laboral

    Una revolución en la vida cotidiana: comunidad

    y condiciones de vida en los pueblos fabriles

    El impacto de la Revolución mexicana

    en el desempeño de CIVSA

    Conclusión

    Abreviaturas

    Archivos y prensa consultados

    Agradecimientos

    Bibliografía

    Índice general

    INTRODUCCIÓN

    Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, el valle de Orizaba experimentó dos revoluciones de gran envergadura que transformaron radicalmente lo que había sido la forma de vida en aquella región desde que pudiera tenerse memoria. La primera consistió en la introducción de industrias mecanizadas, de vías férreas y otras innovaciones importantes que se venían desarrollando a partir de la Revolución industrial. La otra fue la revolución social ocurrida durante la segunda década del siglo XX en México, que tuvo profundas raíces y consecuencias en aquella región. Este libro explora cómo se desarrollaron tales revoluciones, cómo interactuaron y cuál fue su impacto en la vida de aquellos que vivieron a través de ellas, quienes tuvieron que vérselas con esos hechos y configuraron las transformaciones a que dieron lugar.

    Es importante entender el papel que estas revoluciones desempeñaron en la historia de México y, a este respecto, el valle de Orizaba clama por explicaciones. Sus viejas fábricas hablan de un pasado industrial esplendoroso; sus escuelas, bibliotecas públicas, campos deportivos, cines y edificios sindicales remiten a una época de utopía. En la actualidad, todo aquello está en un estado de deterioro y las fábricas textiles han cerrado. Existe un alto nivel de desempleo y subempleo y los sindicatos, otrora poderosos, sufren un serio declive y confusión. Muchos trabajadores que buscan trabajo deben emplearse sin contrato ni protección legal; otros emigran. ¿Cómo se dio el crecimiento industrial y el desarrollo de las fuertes organizaciones obreras del pasado? ¿Por qué decayeron la industria y sus sindicatos? ¿Era inevitable el estado actual de abatimiento?

    La historia del valle de Orizaba es particularmente fascinante porque los cambios que experimentó entre 1880 y 1930 no se circunscribieron exclusivamente a dicho valle. Las revoluciones con las que tratamos aquí son las fuerzas que configuraron la historia mundial durante los últimos dos siglos. Echar un vistazo al valle de Orizaba durante esta época nos ofrece una perspectiva privilegiada, puesto que ahí las dos revoluciones se manifestaron con enorme fuerza en un breve periodo de tiempo.

    El arribo de nuevas tecnologías de comunicación, de transporte y de producción, que llegaron como consecuencia de la Revolución industrial, ha sido una de las mayores transformaciones en la historia de la humanidad. Desde sus orígenes en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, la Revolución industrial se extendió al resto del mundo y cambió la vida en todos los sitios adonde llegó. A pesar de que, de una u otra manera, sus efectos se fueron sintiendo alrededor de todo el mundo, su impacto ha variado de acuerdo con el momento y la fuerza de adopción de las nuevas tecnologías en los distintos lugares. En México, los cambios que trajo consigo esta revolución comenzaron a darse con mayor fuerza durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, pero estaban circunscritos a regiones particulares. Uno de los lugares en que tuvieron el efecto más dramático fue el valle de Orizaba, donde la industria textil —uno de los sectores decisivos para la industrialización temprana— se desarrolló fuertemente al establecerse ahí, en la última década del siglo XIX, dos de las compañías textiles más grandes y mejor equipadas de México: la Compañía Industrial de Orizaba, S. A. (CIDOSA), y la Compañía Industrial Veracruzana, S. A. (CIVSA). Este libro explora de qué manera se llevó a cabo la introducción de la industria textil mecanizada en esta zona y los cambios económicos y sociales que trajo consigo.

    Las revoluciones sociales —violentas guerras civiles que provocaron el colapso de los órdenes de propiedad sociopolíticos establecidos mediante la rebelión generalizada de pequeños propietarios y de quienes carecían de tierra y capital— se convirtieron en acontecimientos históricos de gran importancia en la historia del mundo moderno.¹ En los países donde ocurrieron, estas revoluciones se convirtieron en el eje alrededor del cual giró su historiografía posrevolucionaria y, a menudo, los historiadores han pugnado a propósito del carácter de su naturaleza y consecuencias.² En México, donde la Revolución mexicana —como mito o como realidad— ha sido una fuente de identidad y de orgullo nacionales y donde su legado se ha utilizado tanto para legitimar como para protestar contra el régimen, la revolución y la manera como se le entiende ocupan, todavía, un lugar central en el discurso político. Este libro, por lo tanto, intenta explorar también la naturaleza de la Revolución mexicana.

    El estudio del valle de Orizaba nos permite entender mejor el papel que los trabajadores industriales desempeñaron en la Revolución mexicana. Al despuntar el siglo XX, los trabajadores de aquella región veracruzana crearon la organización laboral más poderosa del país y cobraron una trágica celebridad como consecuencia de la represión militar que sufrieron en 1907. Durante los años revolucionarios y los años veinte constituyeron uno de los grupos de obreros más fuertemente organizados en el país. ¿Cómo participaron los trabajadores industriales del valle de Orizaba en la revolución y cómo le dieron forma? ¿De qué manera cambió este suceso sus vidas y su bienestar? ¿Cómo se transformó el desarrollo económico de esa región?

    Este libro es un esfuerzo por describir la naturaleza y las consecuencias de esas dos grandes revoluciones a través de los cambios que provocaron en el desarrollo de las empresas y de las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias. Para ello, examina la historia empresarial y laboral de una compañía textil, la Compañía Industrial Veracruzana, S. A., y de una región industrial —el valle de Orizaba—, desde el inicio de la década de 1890 hasta el final de la década de 1920, para entender la manera en que estas dos revoluciones modelaron la historia del México moderno.

    La información necesaria para este tipo de análisis no está disponible en las fuentes gubernamentales del periodo. Sin embargo, se la puede encontrar en los archivos de las compañías y de sus sindicatos. Aún existen los archivos de las dos compañías textiles principales del valle de Orizaba. Desgraciadamente, sólo una pequeña parte del archivo de CIDOSA estuvo disponible para efectos de esta investigación. Con todo, el archivo de CIVSA aportó abundante información, que completaron numerosas fuentes de muchos otros archivos.

    El observar casos específicos ofrece la riqueza de contar con información vasta y detallada, pero plantea preguntas acerca de su representatividad y la posibilidad de generalizar sus hallazgos. Este libro intenta poner a esa compañía y a esa región en una perspectiva nacional e internacional, lo que resulta posible gracias a la extensa literatura que existe sobre la industria textil —el sector constante y clásico en cualquier experiencia de industrialización temprana—.

    De forma distinta a las aproximaciones acostumbradas, este libro contempla la historia empresarial y laboral en conjunto. En ocasiones, las fuentes ofrecen lecciones metodológicas importantes al historiador. En este caso, los archivos de las compañías mostraron que el estudio separado del trabajo y la empresa arrojaría sólo respuestas parciales. El capital y el trabajo son dos partes necesarias de la producción, así que la historia completa puede inferirse únicamente si se estudian en conjunto.

    Los obreros y los empresarios realizan esfuerzos de colaboración y competencia: los primeros desean mejorar sus condiciones de vida y de trabajo; los segundos buscan maximizar las utilidades y sobrevivir de cara a la competencia interna y extranjera, y a las presiones de los trabajadores y del Estado. Este libro reúne las dos historias para comprender la evolución del bienestar de los trabajadores y de la gestión empresarial y de producción de las compañías. De esta forma, muestra que el papel que desempeñaron los obreros organizados en el valle de Orizaba fue decisivo para modelar el camino que tomó la Revolución mexicana en cuanto a proveer mejores condiciones de vida y de trabajo a los obreros industriales en el valle de Orizaba y más allá de esta región. Asimismo, describe el papel que el Estado posrevolucionario jugó en su relación con la fuerza laboral y con los propietarios para forjar una solución en la que todos ganaron en el corto plazo. Muestra también cómo dicha solución resultó insostenible a largo plazo, pues al detener el cambio tecnológico la condenó a volverse cada vez menos competitiva internacionalmente. Cuando México abandonó el proteccionismo, después del colapso económico y financiero de 1982, ello trajo consigo el cierre de la industria y una fuerte disminución en el bienestar de los trabajadores.

    El estudio conjunto de la empresa y del trabajo conlleva otra divergencia importante en relación con buena parte de la historiografía existente al abordar la Revolución industrial y la revolución social que tuvieron lugar en México entre 1880 y 1930, como dos procesos interrelacionados e indivisibles. Partimos de la base de que para comprender el modo particular en que la Revolución industrial, como fenómeno mundial, se expandió y desarrolló en México —cómo y cuándo se incorporaron las nuevas tecnologías— a partir de 1910, es necesario incluir en el análisis a la Revolución mexicana y a las estructuras y procesos institucionales que ésta dejó. De manera análoga, consideramos que para comprender los cambios sociales y económicos que trajo consigo la revolución, deben reconocerse los cambios, aun mayores, que ocurrieron como resultado de la difusión de la Revolución industrial en el país. Finalmente, las consecuencias a largo plazo de la Revolución mexicana pueden entenderse solamente cuando tomamos en cuenta las fuerzas desatadas por la Revolución industrial a nivel global, que continúan presentes todavía hasta la actualidad.

    I. LA INDUSTRIA TEXTIL MEXICANA

    Panorama general

    La larga y excepcional historia de la industria textil de México se desarrolló a través de un panorama histórico complejo y fascinante. Muy pocos países comparten con México una historia tan prolongada y continua de manufactura textil. El hilado de algodón y el tejido con telar de cintura estaban bastante extendidos en la América prehispánica y continuaron ininterrumpidamente después de la llegada de los españoles. A principios del siglo XVI se desarrollaron una nueva tecnología y una nueva organización de la producción en lo que respecta a la manufactura textil: los obrajes introdujeron grandes talleres que integraban verticalmente las distintas partes de la producción de telas de lana y que empleaban de 20 a 100 trabajadores, por lo general bajo cierta forma de trabajo forzado. México es uno de los dos países latinoamericanos actuales donde los obrajes cobraron gran relevancia económica durante el siglo XVI; el otro es Ecuador.¹

    La producción de textiles de lana aumentó hasta finales del siglo XVII, pero para la década de 1750 había pasado ya su apogeo, como resultado de costos de la mano de obra cada vez mayores, de una feroz competencia de los tejidos británicos y catalanes, y de una producción creciente de textiles de algodón en la Nueva España. Cuando comenzaron a decaer los obrajes se desarrolló un sistema coordinado de trabajo a domicilio —putting-out—, parecido al que floreció en la Europa preindustrial, en México, Tlaxcala y Guadalajara; pero en ningún otro lado encontró suelo tan fértil como en Puebla.²

    Las regulaciones coloniales otorgaron una protección sustancial a la manufactura textil de la Nueva España. Incluso después de que se extendiera en ese territorio el así llamado decreto de libre comercio de 1778, los textiles extranjeros, importados a través de los puertos españoles, se mantuvieron suficientemente caros como para vestir sólo a las clases altas. Más aún, las guerras napoleónicas en Europa cortaron las comunicaciones entre España y el Nuevo Mundo, lo que impulsó la expansión de la manufactura textil en la Nueva España.³

    La producción interna de textiles de algodón se enfrentó a serios problemas a partir de 1805, cuando la política española permitió que potencias neutrales comerciaran directamente con las Indias, con lo que aumentaron las importaciones textiles. Las guerras de Independencia, junto con la creciente competencia extranjera, acabaron con los obrajes. Mientras que en Querétaro, hacia 1810, había todavía 19 obrajes con 291 telares, para 1812 quedaban solamente cuatro de éstos activos. La producción textil del algodón disminuyó también considerablemente. La producción textil de Guadalajara, que en 1802 tenía proporciones similares a las de Puebla, fue virtualmente eliminada por la competencia de importaciones a través de los puertos del Pacífico recientemente abiertos.

    La irrupción de la Independencia de México no mejoró la situación de los productores textiles. Los primeros gobiernos mexicanos adoptaron políticas liberales diseñadas para aumentar los ingresos fiscales, y no para proteger a los productores nacionales. Entre 1821 y 1830, los textiles representaban de 60 a 70% de las importaciones totales, y sus aranceles significaban alrededor de 50% de los ingresos estatales.⁵ A pesar del deseo de implantar políticas proteccionistas, el gobierno no las puso en práctica por la pérdida de ingresos que implicaban.

    LOS ORÍGENES DE LA INDUSTRIA TEXTIL

    MECANIZADA EN MÉXICO

    Desde 1750 se presentaron cambios importantes en el mundo, a los cuales quedó expuesta súbitamente la Nueva España. La política europea se alejó del mercantilismo antiglobal y se acercó a un comercio libre proglobal; la revolución de la transportación a nivel mundial redujo los costos de transporte e integró mercados mundiales de productos; y los importantes cambios tecnológicos en los procesos de producción —primero en Inglaterra y más tarde en otras economías noroccidentales— condujeron a una veloz expansión de la producción industrial y su productividad, con lo que los costos de producción disminuyeron sustancialmente. En el mundo se desplomó el precio de los productos manufacturados en relación con los agrícolas y otros productos primarios basados en recursos naturales. El costo de los textiles de algodón británico cayó hasta 70% entre 1790 y 1812.

    Como el resto de la periferia pobre, México tuvo que lidiar con las fuerzas desindustrializadoras que resultaron de la Revolución industrial, pero en este rubro le fue mejor que a la mayor parte de los países de la periferia. Incluso, la industria textil de México no sólo sobrevivió, sino que prosperó. Cinco condiciones explican el crecimiento industrial temprano de México, respecto de otros países en la periferia: 1) Su población relativamente grande proveyó el mercado consumidor necesario para que la industria se desarrollara. 2) Durante este periodo hubo una mejora relativamente pequeña en los términos de intercambio (la relación del precio de exportaciones respecto de las importaciones) en México, en comparación con el que se presentó en la mayor parte de los países de la periferia. 3) En comparación con los otros países periféricos, México mantuvo una mejor competitividad salarial gracias a una mayor productividad agrícola relativa. 4) El importante desarrollo de la producción textil artesanal significó un número importante de artesanos y comerciantes que generaron apoyo político a medidas proteccionistas, y debido a la Independencia, México gozó de la autonomía necesaria para llevar a cabo dichas medidas, a diferencia de muchos otros países en la periferia que se encontraban en condiciones de colonialismo.⁷ Por último, 5) los altos costos de transporte, producto de la concentración poblacional apartada del mar por terrenos montañosos, coadyuvaron a otorgar protección adicional contra la competencia que representaban las importaciones.

    A pesar de que el sector de los textiles de algodón estaba seriamente menguado, sobrevivió a las tres décadas de competencia extranjera y de insurgencia. Incluso, en medio de la competencia extranjera, unos 6 000 telares se mantuvieron en operación en Puebla.⁸ Más aún, a pesar de la difícil situación, dos comerciantes en Puebla hicieron fuertes inversiones en el negocio textil durante la década de 1820. Uno de ellos, el catalán Francisco Puig, introdujo en Puebla hacia 1820 la primera maquinaria moderna —las brocas— para producir paños entrefinos, jergas y colchas en un edificio de dos pisos. La Casa Puig mantuvo su producción hasta 1850 y se convirtió en un importante proveedor tanto de tejidos de lana como de hilaza de algodón para los tejedores artesanales, además de que vendía sus propios productos. El otro menudista fue Estevan de Antuñano, de Veracruz, quien había estado involucrado en el comercio de algodón en rama antes de la Independencia. En 1821, estableció modernas hiladoras mecánicas en una casa en el barrio de tejedores de San Francisco, en Puebla. Pero la fábrica cerró en 1824, derrotada por las importaciones extranjeras baratas.

    Entre 1830 y 1840, el gobierno nacional, bajo la influencia de funcionarios públicos de la talla de Lucas Alamán y de industriales como Estevan de Antuñano, proveyó tanto una protección arancelaria como medios de financiamiento a través de un banco público de desarrollo: el Banco de Avío para Fomento de la Industria Nacional.⁹ Los industrialistas, como se hacían llamar, establecieron en México las primeras fábricas mecanizadas en la década de 1830, alrededor de la misma época en que se construían fábricas en Lowell, Massachusetts, y sólo 20 años después de que se estableciera en los Estados Unidos la primera fábrica mecanizada. La Constancia Mexicana, que estableció Estevan de Antuñano en 1835 y que financió el Banco de Avío, fue la primera fábrica textil mecanizada que operó y que perduró en México. Las fábricas textiles mecanizadas aparecieron en México antes que en cualquier otro país fuera de Europa y de la Norteamérica británica, salvo la notable excepción de Egipto.¹⁰ Brasil, el otro país latinoamericano tempranamente industrializado durante esta época, estableció sus primeras fábricas en la década de 1840. Sin embargo, para 1853 tenía sólo ocho fábricas con 4 500 husos, mientras que la manufactura textil mexicana incluía ya —10 años antes— 59 fábricas con más de 100 000 husos.¹¹

    Lucas Alamán (1792-1853), quien en 1830 se convirtió en ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, dirigió el Banco de Avío.¹² Alamán diseñó una política industrial precisa y coherente. Su objetivo no era simplemente proteger la producción artesanal ineficaz de la época de la Colonia, sino promover una industria mecanizada que pudiera producir a un precio y con una calidad equivalentes al de los competidores extranjeros. Creía que la mano invisible no conduciría, por sí misma, hacia la industrialización.¹³

    Alamán concibió un plan por el cual una quinta parte de los impuestos recaudados mediante las importaciones textiles se utilizaría para conformar el capital del Banco de Avío, hasta alcanzar la suma de un millón de pesos. El banco daría crédito con intereses bajos a empresarios que propusieran el establecimiento de fábricas modernas.¹⁴ A pesar de que el banco jamás alcanzó el capital planeado de un millón de pesos, pudo financiar proyectos industriales hasta 1840, cuando cesó de funcionar como agencia de crédito industrial.

    A pesar del funcionamiento accidentado del banco en aquellos años de inestabilidad, fue capaz de implantar un programa de compra de maquinaria. Trece de los 40 créditos otorgados entre 1830 y 1840 se destinaron a establecer fábricas textiles de algodón; el resto fue para financiar fábricas de papel y fundidoras de acero. La mitad de las fábricas textiles de algodón que abrieron con créditos provenientes del Banco de Avío operaban todavía en 1845. Tres de aquellas fábricas —La Constancia Mexicana, Cocolapan y la Industrial Jalapeña— funcionaban todavía en 1893.¹⁵

    Sin embargo, no debe exagerarse el impacto del Banco de Avío en la industrialización mexicana. De las 59 compañías que Alamán enlista en su reporte sobre la industria y la agricultura de 1843, sólo seis recibieron un préstamo bancario. Con todo, es posible que el establecimiento de las primeras compañías, que recibieron créditos del banco, estimulara la creación de compañías posteriores, al mostrar con claridad que el gobierno estaba comprometido con la industrialización.

    La política industrial de Alamán exigía condiciones políticas duraderas y estables, que debían asentarse sobre finanzas públicas bien organizadas, sobre un sistema recaudatorio de impuestos eficaz y sobre una transición gradual hacia una era de crecimiento económico continuo.¹⁶ Desgraciadamente, la inestabilidad política —causa y consecuencia de un desorden permanente en las finanzas públicas— imposibilitó que México alcanzara estos requerimientos durante la mayor parte del siglo XIX.¹⁷ La inestabilidad política generó debilidad institucional, por lo que resultó imposible para el gobierno implantar una política industrial coherente.¹⁸

    En 1836, los representantes de las regiones algodoneras de Veracruz y de Oaxaca consiguieron pasar un proyecto de ley para prohibir la entrada de algodón en rama. Es importante señalar que en aquel entonces la industria textil, con la que competía México, se abastecía de algodón proveniente del sur de los Estados Unidos, cuyo precio estaba muy por debajo del mexicano y del de casi cualquier otro lugar del mundo, al producirse en grandes plantaciones esclavistas. Los manufactureros textiles no se opusieron al proyecto de ley en un primer momento, pero la prohibición del algodón en rama trajo pronto terribles consecuencias.¹⁹ En cuestión de meses, la cosecha nacional de algodón dejó de bastar para surtir el algodón que requerían las fábricas establecidas. A partir de 1838 comenzó a escasear; y su precio, que en aquel entonces era sólo de 16 o 17 pesos por quintal, alcanzó la cifra de 40 pesos. Los manufactureros tuvieron que detener la producción completamente o disminuir la producción diaria en un esfuerzo por continuar, mientras esperaban ansiosamente el arribo de nuevas cosechas.²⁰

    En 1843, Estevan de Antuñano escribió varias cartas al presidente Santa Anna para explicarle los problemas que la prohibición de la importación de algodón creaba para la industria textil. Santa Anna, el jefe político de una región algodonera de importancia, tenía demasiados compromisos con los agricultores de algodón como para eliminar la prohibición y la protección que les había otorgado. En lugar de levantar dicha prohibición, Santa Anna concedió arbitrariamente licencias especiales de importación de algodón, que terminaron casi siempre en las manos de prestamistas agiotistas. Uno de aquellos agiotistas era Cayetano Rubio, un hombre de considerable influencia que, además de vender algodón, era dueño de una fábrica textil.²¹ Es probable que el gobierno haya concedido las licencias de importación como parte de sus negociaciones para obtener más crédito que apoyara su déficit permanente.²²

    Los industriales textiles tenían que hacer frente también a la concesión de licencias para la importación de textiles. La precaria situación fiscal del gobierno mexicano volvió muy frágil su compromiso de proteger las manufacturas textiles. En 1841, por ejemplo, para financiar la guerra contra Texas, el general Mariano Arista autorizó la venta de licencias de importación especiales para manufacturas textiles. Guillermo Drusina y Cayetano Rubio compraron dichas licencias, pasando por encima de la férrea oposición de otros productores textiles. Más aún, los industriales se quejaban a menudo por el contrabando que, a la postre, limitaba su mercado.²³

    Otro problema al que se enfrentó la industria textil durante este periodo fue el retraso de las instituciones financieras. Además del Banco de Avío, que cerró sus puertas en 1840, no hubo más créditos institucionales a la industria hasta la década de 1880. No fue sino hasta 1864 que comenzó a desarrollarse en México un rudimentario sistema bancario con instituciones especializadas y prácticas estables. Los estudios de fábricas particulares durante esta época señalan las serias dificultades que los propietarios encontraban para obtener un crédito, lo que, con frecuencia, los conducía a la bancarrota.²⁴ Los empresarios exitosos eran quienes se dedicaban, como parte de sus negocios, a actividades de especulación, como prestarle dinero al gobierno. A mediados del siglo XIX, algunos agiotistas como Cayetano Rubio, Pedro Berges de Zúñiga y Manuel Escandón se convirtieron en grandes propietarios de fábricas textiles.²⁵ Además de los problemas a los que se enfrentaba la expansión industrial por el flanco del abastecimiento, el lento aumento de la demanda nacional debió haber ejercido también un considerable freno al crecimiento de la industria textil. En los Estados Unidos, el aumento de la demanda interna representó más de la mitad de la expansión de su industria textil entre 1815 y 1833, periodo en el que las ventas crecieron 15.4% anual, en promedio. Esto fue gracias a un rápido crecimiento demográfico, que promedió 3% anual durante el periodo que va de 1815 a 1840, al aumento de los niveles de ingreso que gozó la población creciente, y a las mejoras en los medios de transporte.²⁶ En México, la demanda permaneció estancada mientras la población crecía lentamente entre 1800 y 1845, con una tasa anual promedio de 0.51%, y los ingresos per cápita decrecieron a un promedio anual de 0.6% durante ese mismo periodo.²⁷

    A pesar de estas dificultades, la industria algodonera fue capaz de crecer durante este periodo. El cuadro I.1 muestra un patrón de crecimiento continuo de la industria textil. La producción fabril de textiles de algodón creció rápidamente en la década de 1830 y a principios de la siguiente, elevándose de una cantidad menor a los 30 000 kilos de hilado producidos en 1838 a más de 3.5 millones en 1843.

    La industria textil mexicana de este periodo podía compararse con las industrias británica y estadunidense en términos de eficiencia. Entre 1841 y 1842, la razón capital-trabajo en la industria textil mexicana era de 20 husos por empleado, prácticamente el mismo de los trabajadores estadunidenses en 1830.²⁸ Sin embargo, los precios de los productos eran bastante diferentes a los de los Estados Unidos. En 1846, un reporte estadunidense sobre la economía mexicana aseguraba que los artículos de algodón que se venden en los Estados Unidos en seis centavos por yarda, en México valen 30 centavos.²⁹ De acuerdo con el autor de dicho reporte,

    esto es consecuencia del alto precio del algodón crudo, que se vende entre 40 y 50 centavos por libra, y de la circunstancia de que toda la maquinaria es importada y se transporta por tierra con costos enormes; y también debido a la dificultad y al retraso que implica repararla cuando se descompone.³⁰

    Al parecer, la industria algodonera era rentable. En 1843, los márgenes de ganancia de la industria entera eran de 10% por pieza de tela producida; para La Constancia eran de 20% por pieza de tela.³¹ Sin embargo, hay evidencia proveniente de la fábrica de Miraflores que sugiere que la prosperidad de una fábrica textil dependía más de la habilidad para especular en el mercado del algodón que de su productividad.³²

    CUADRO I.1. Crecimiento de la industria textil del algodón en México (1837-1878)

    FUENTES: [Alamán], Memoria sobre el estado de la agricultura e industria. México, 1843, tabla 5; [Alamán], Memoria sobre el estado de la agricultura e industria. México, 1845, tablas 2, 3, 4; Secretaría de Fomento, Estado de las fábricas de hilados y tejidos de algodón existentes en la República Mexicana, México, 1857; Pérez Hernández, Estadísticas de la República Mexicana, pp. 136139; [Busto], Estadísticas de la República Mexicana, vol. 1, México, 1880; [Peñafiel], Anuario estadístico de la República Mexicana, 1893.

    A pesar de que reinó un amplio grado de inestabilidad política en México a lo largo de las primeras seis décadas del siglo XIX, no se mantuvo constante durante todo este periodo. Después de las guerras de Independencia (1810 a 1821), cuando eran generalizadas la violencia y la inestabilidad política, hubo un periodo de relativa calma entre 1821 y 1836. La inestabilidad aumentó como resultado de las guerras con Texas (1836) y los Estados Unidos (1846 a 1848), pero tuvo breves y relativamente pequeñas consecuencias en comparación con el aumento en la inestabilidad política que surgió en el periodo de 1854 a 1867.³³ Este periodo de guerra civil entre liberales y conservadores aumentó la inestabilidad política a través de sus diversos episodios: la Revolución de Ayutla (1854), la Guerra de Reforma (18581861), la Intervención francesa (1861) y el Segundo Imperio (1864-1867). Durante algunos de estos años, la violencia y la destrucción alcanzaron niveles similares a aquellos sufridos durante las guerras de Independencia.³⁴

    Con todo, tal y como se muestra en la gráfica I.1, las importaciones mexicanas de bienes de producción y de maquinaria entre 1845 y 1878 refieren una historia de una industrialización relativamente alta durante aquellos años, comparada con el periodo que va de 1830 a 1845.³⁵ Parece que hubo dos periodos de crecimiento relativamente alto: el primero, en el intervalo entre el final de la guerra contra los Estados Unidos y antes de la Guerra de Reforma (1849-1857), y el otro durante el Segundo Imperio (1864-1867). La industria comenzó a crecer a un paso más acelerado y constante después de 1870, una vez restaurada la República.

    Es en sí mismo sobresaliente que la industria textil haya sobrevivido los años de invasiones extranjeras, una guerra civil mayor y el lento crecimiento de la población;³⁶ aún más notable es que la industria se haya incluso expandido. El número total de telares y husos aumentó en 132 y 234%, respectivamente, entre 1843 y 1878. Inclusive, a pesar de no hacerlo al mismo ritmo que en los Estados Unidos, la compañía promedio creció y multiplicó el número de husos en 58% y el número de telares en 126 por ciento.³⁷

    GRÁFICA I.1. Importaciones mexicanas de maquinaria manufacturera de los Estados Unidos y el Reino Unido (1823-1878)

    NOTA: Las barras punteadas están calculadas a partir del estimado, por Robert A. Potash, de capital invertido durante este periodo.

    FUENTES: Reino Unido, Documentos parlamentarios, Return to an Order of the Honourable House of Commons, 1823-1879; Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, Oficina de Estadísticas, The Foreign Commerce and Navigation of the United States, Washington, D. C., Government Printing Office, 18351877; Robert A. Potash, Mexican Government and Industrial Development in the Early Repúblic. The Banco De Avio, Amherst, University of Massachusetts Press, 1983, p. 151.

    Durante este periodo, la industria integró satisfactoriamente el hilado y el tejido, y transformó completamente sus fuentes de poder. En 1843, 37% de las compañías utilizaban hombres o mulas (lo que se llamaba sangre) como fuente de poder; sólo 3% operaba mediante vapor. Para 1878, ya ninguna fábrica operaba con tracción animal. Por el contrario, 64% de las fábricas utilizaban energía de vapor. De la cantidad total de manta común producida, únicamente 2% se elaboró mediante la fuerza del vapor en 1843, pero para 1879 representaba 70%. En 1843, solamente 56% de las compañías utilizaban la fuerza hidráulica; para 1879, esta cifra había aumentado a 91%. Más de la mitad de las compañías (55%), combinaba la fuerza de vapor y la hidráulica.³⁸ Al parecer, el progreso tecnológico tuvo un impacto positivo en los niveles de productividad de las fábricas. Las tasas de productividad laboral y la productividad total de los factores en el periodo de 1850 a 1890 indican que, anualmente, aumentaron 3.3 y 2.6%, respectivamente, si la producción se mide por unidades físicas.³⁹

    El crecimiento industrial entre 1843 y 1878 no es fácil de explicar dadas las severas condiciones económicas y políticas de la época.⁴⁰ Más aún, hubo una reducción sustancial en los aranceles de la producción algodonera en 1856.⁴¹ Con todo, el efecto de esta reducción quedó balanceado por la decisión simultánea del gobierno de levantar la prohibición que se cernía sobre las importaciones de algodón.⁴² Además, la Guerra Civil estadunidense tuvo un efecto positivo en la industria textil algodonera de México. El bloqueo que ejerció la Unión sobre el Sur —que se hizo efectiva en Texas a mediados de 1861— forzó a los confederados a canalizar las exportaciones de algodón a través de la frontera mexicana.⁴³ El creciente abastecimiento de algodón y el aumento en la demanda de algodón manufacturado por parte del sur estadunidense, hundido en la guerra, permitió que las fábricas textiles mexicanas compitieran en circunstancias más favorables contra las importaciones extranjeras y llegaron, incluso, a exportar sus productos. En el periodo de 1861 a 1862, la fábrica Ibernia, en Saltillo, produjo aproximadamente 11 500 piezas de manta, las cuales eran vendidas a los sureños por 4.50 dólares cada una.⁴⁴ Éste era un nivel de comercio exterior del que no se había escuchado antes de la Guerra Civil estadunidense.

    Finalmente, la demanda nacional comenzó a aumentar después de 1860, lo que dio un empuje adicional a la producción textil. Mientras que la población aumentó en el periodo entre 1845 y 1860 a un paso todavía menor al de los 45 años anteriores, la tasa demográfica aumentó considerablemente entre 1860 y 1877. Además, el ingreso per cápita, que no dejó de caer entre 1845 y 1860, comenzó a recuperarse después de esa fecha, y creció a un índice promedio de 1.48% entre 1860 y 1877.⁴⁵ El crecimiento de la industria textil mexicana entre 1843 y 1879 estuvo acompañado por la dispersión regional. En 1843, había compañías en sólo ocho estados, y 64% de ellas (57% de husos y 65% de telares) se localizaban en la Ciudad de México, en el Estado de México y en Puebla. Para 1879, casi cada uno de los estados tenía su propia fábrica textil y sólo la tercera parte (46% de los husos y 44% de los telares) se concentraba en la Ciudad de México, en el Estado de México y en Puebla.⁴⁶ Los elevados costos de transporte en México explican la dispersión geográfica de la industria textil mexicana durante su desarrollo temprano. La mayor parte del transporte se efectuaba por mula y carreta, hasta la década de 1880.⁴⁷ Además de las dificultades propias de estos medios de transporte por terrenos agrestes, los aranceles interestatales —las alcabalas— aumentaban aún más los costos de transporte. El propietario de la fábrica La Estrella, en Coahuila, escribió en 1877:

    Las alcabalas son, pues, una verdadera gangrena en el cuerpo social, algo mas peligrosas todavía que las mismas turbulencias de que somos presa á cada momento, y que si no se pone un remedio pronto y eficaz, suprimiéndolas, acabaran con la poca industria que fomentan unos cuantos hombres atrevidos, que quieren ver á su patria llena de fábricas, y á sus conciudadanos ocupados con provecho y desarrollándose moral y materialmente.⁴⁸

    La Constitución de 1857 abolió formalmente las barreras comerciales interestatales. Sin embargo, debido a la gran importancia que tenían como fuente de ingresos para los estados, fue imposible poner en práctica la ley hasta 1896. Los elevados costos de transporte y los aranceles interestatales redujeron el tamaño del mercado y contribuyeron a una dispersión en la geografía de las compañías.⁴⁹

    La naturaleza geográficamente dispersa de la industria textil mexicana contrastaba con la de los Estados Unidos, de Gran Bretaña y de España, en donde la industria se concentraba más por regiones. En México, las regiones con ventajas comparativas sobre otras en términos de los costos del algodón, la energía y la mano de obra, no concentraron a la industria. Fábricas relativamente eficientes coexistieron con otras altamente ineficientes. Más aún, la dispersión regional redujo las externalidades positivas que unas podrían haber aportado a las otras, limitando el gran empuje industrial que hubiera propiciado la concentración de la industria en ciertas regiones.⁵⁰

    Un gobierno más efectivo pudo haber permitido que el proceso de industrialización en México fuera más robusto durante las primeras tres cuartas partes del siglo XIX. Con todo, lo que México alcanzó fue sustancial en comparación con otros países de la periferia. En 1879, México producía alrededor de 60 millones de metros cuadrados de tela e importaba 40 millones de metros cuadrados. La producción nacional, por lo tanto, reclamaba 60% del mercado local, que es una cifra significativa en relación con los otros productores textiles importantes a principios del siglo XIX, como la India —que producía sólo de 35 a 42% de su consumo total de telas de algodón en 1887— y el Imperio otomano, donde el abastecimiento nacional era sólo de 11 a 38% del consumo total durante la década de 1870.⁵¹ México alcanzó también una reducción sustancial en los precios de tela de algodón nacional. Mientras que en el periodo de 1834-1835 el precio de la vara (0.835 metros) de tela era de alrededor de 30 centavos, para 1850 había caído a 12 y en 1877 a 11 centavos.⁵²

    LA INDUSTRIA TEXTIL DURANTE EL PORFIRIATO

    Durante el régimen porfirista (1877-1910) hubo cambios fundamentales en el ambiente económico mexicano. Tras la restauración de la República en 1867 terminaron las guerras catastróficas que socavaron la capacidad del gobierno mexicano para poner las finanzas públicas en orden y establecer una serie de instituciones confiables que hicieran posible un entorno más pacífico. El gobierno federal mexicano ganó control gradualmente sobre toda la nación. Este objetivo, que Lerdo de Tejada alcanzó con mayor éxito que Juárez, se cumplió a cabalidad mediante la combinación de represión y concesión que Porfirio Díaz ejerció hacia los caciques políticos locales.⁵³

    Después de largas y complicadas negociaciones para determinar los préstamos extranjeros y restablecer el calendario de pagos, el gobierno porfirista recuperó en 1886 el acceso al sistema financiero internacional, y en tan sólo dos años negoció su primer préstamo internacional desde 1829. Más aún, la prima de riesgo que pagó el gobierno mexicano sobre su deuda extranjera disminuyó considerablemente de 1893 a 1910, lo cual muestra la creciente confianza de la que gozó México en los mercados financieros.⁵⁴

    Este ambiente de mayor confianza para las inversiones extranjeras, que generaron las administraciones posteriores a 1867, además de las políticas activas que otorgaron concesiones y subsidios para el tendido de vías férreas, condujeron a la construcción de una red ferroviaria. El puerto de Veracruz quedó finalmente conectado con la Ciudad de México mediante un tren que inauguró la nueva línea del Ferrocarril Mexicano, en 1873. Un importante auge en la construcción de ferrocarriles tuvo lugar en la década de 1880, de suerte que, a la década siguiente, la red ferroviaria conectaba ya a la mayor parte de las regiones central y el norte del país. La red ferroviaria de México pasó de medir 665 kilómetros en 1878, a una extensión de 19 748 kilómetros en 1910.⁵⁵

    Apoyado por la estabilidad política, por la eficacia del gobierno nacional y por el acceso a mercados crediticios extranjeros, el gobierno porfirista reorganizó, paulatinamente, sus finanzas públicas.⁵⁶ Un mayor control del gobierno central sobre las políticas de los estados y la mejora en las finanzas permitieron que el gobierno finalmente aboliera las alcabalas en 1896, cuando se compensó a los estados con los ingresos provenientes de los impuestos federales recién legislados.⁵⁷ Más aún, las importantes reformas legales generaron un ambiente institucional más favorable y predecible. Los códigos de comercio de 1884 y de 1889 definieron los derechos de propiedad, los cuales propiciaron la inversión extranjera y, progresivamente, fueron garantizando la operación de compañías en sociedades anónimas organizadas por acciones.

    Para 1883 se había alcanzado ya la estabilización y la ampliación de los mercados de dinero de corto plazo, y para 1890 fue posible la creación de un mercado interno relativamente abierto de bonos gubernamentales y los bonos públicos comenzaron a venderse a nivel tanto nacional como internacional.⁵⁸ Comenzó a extenderse el sistema bancario por toda la nación. Mientras que, hasta 1880, un único banco comercial había operado en México —el Banco de Londres y México, fundado en 1864— en el transcurso de los siguientes dos años abrieron numerosos bancos.

    La protección arancelaria durante el porfiriato fue parte de una política coherente para promover la industrialización.⁵⁹ En términos generales, después de la reforma hacendaria de 1891 se redujeron los aranceles, aunque se modificaron selectivamente con la intención de proteger la producción nacional. El esquema arancelario prestó una efectiva protección a la industria a través de precios más elevados para productos terminados, que para los insumos importados necesarios para confeccionarlos.⁶⁰ Los impuestos nominales sobre la tela de algodón eran de 96%, en promedio, en 1890; pero para 1905 se habían reducido a 65%. Estas tasas tan altas para la tela de algodón, combinadas con tasas más bajas para el algodón en rama (de 30% en 1890 y 20% en 1905), ofrecieron una protección efectiva sustancial. Adicionalmente la protección a la industria fue apoyada, durante la mayor parte de este periodo, por una importante depreciación del peso mexicano, a la que no acompañó una similar elevación de los precios nacionales. México experimentó una depreciación real de la moneda de 137%, entre la mitad de la década de 1870 y 1902, a la que siguió una apreciación real de la moneda de 24% entre 1902 y 1913.⁶¹

    La importante caída que sufrió México en términos comerciales durante el porfiriato estimuló a la industria en general y a la manufactura textil en particular, puesto que los artículos textiles representaban un porcentaje grande de las importaciones mexicanas. A diferencia de la mayor parte de los países en la periferia, los términos de intercambio cayeron 37.2% entre 1870-1874 y 1910-1913. Más aún, a pesar de la disminución en los términos de intercambio, una rápida aceleración en la productividad de la minería mexicana durante este periodo generó un aumento en las tasas totales de exportación y en los ingresos netos del exterior, con lo que se generó un crecimiento impulsado por las exportaciones.⁶² Esto empujó aún más la producción industrial, al aumentar la demanda nacional y la oferta de capital para inversión. El cuadro I.2 muestra el rápido crecimiento de la industria textil durante el porfiriato, periodo en el que casi se triplicó el número de husos, telares y operarios. El crecimiento ocurrió aunado a un aumento en la eficiencia del trabajo, que se evidencia por el incremento, en este periodo, de la cantidad de

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