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La Revolución mexicana, 1908-1932
La Revolución mexicana, 1908-1932
La Revolución mexicana, 1908-1932
Libro electrónico406 páginas7 horas

La Revolución mexicana, 1908-1932

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En el tomo 4 se examinan de las ideas y procesos que nos explican cómo llegaron al Constituyente de 1916-1917 temas como el proyecto agrario y sus nociones de justicia, el lugar de los extranjeros en el nuevo Estado o la cuestión político-constitucional del anhelo de un presidencialismo fuerte.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2019
ISBN9786071660671
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    La Revolución mexicana, 1908-1932 - Fondo de Cultura Económica

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

    Serie

    Historia Crítica de las Modernizaciones en México

    La Revolución mexicana, 1908-1932

    Historia Crítica de las Modernizaciones en México

    Coordinadores generales de la serie

    CLARA GARCÍA AYLUARDO,

    División de Historia, CIDE

    IGNACIO MARVÁN LABORDE,

    División de Estudios Políticos, CIDE


    Coordinadora administrativa

    PAOLA VILLERS BARRIGA, CIDE

    Asistentes editoriales

    ANA LAURA VÁZQUEZ MARTÍNEZ, CIDE

    ADRIANA VÁZQUEZ MARÍN, CIDE

    La Revolución

    mexicana, 1908-1932

    Coordinador

    IGNACIO MARVÁN LABORDE

    4

    Primera edición, 2010

    Primera edición electrónica (ePub), 2018

    Esta publicación forma parte de las actividades que el Gobierno Federal organiza en conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de Independencia Nacional y del Centenario del inicio de la Revolución Mexicana.

    Revisión editorial: Paola Villers Barriga

    Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

    Imagen de portada: Diego Rivera, Paisaje zapatista (1915), Colección Museo Nacional de Historia, CNCA-INAH

    D. R. © 2010, Centro de Investigación y Docencia Económicas

    Carretera México-Toluca, 3655 (km 16.5), Lomas de Santa Fe; 01210 Ciudad de México

    D. R. © 2010, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México

    Francisco I. Madero, 1, San Ángel; 01000 Ciudad de México

    D. R. © 2010, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

    Av. Paseo de la Reforma, 175, piso 14, Cuauhtémoc; 06500 Ciudad de México

    D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-0409-5 (volumen 4, impreso)

    ISBN 978-607-16-0442-2 (obra completa)

    ISBN 978-607-16-6067-1 (volumen 4, ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    Siglas

    Introducción. Revolución mexicana y modernización: 1908-1932

    Ignacio Marván Laborde

    Campesinos y obreros en la Revolución mexicana. Entre la tradición y los afanes modernizadores

    Anna Ribera Carbó

    El proyecto económico de la Revolución mexicana: tierra, trabajo y dinero

    Sergio Silva Castañeda

    La modernización revolucionaria del discurso político liberal: el problema agrario entre 1895 y 1929

    Luis Barrón

    Constitución, Revolución y reformas. Derechos individuales y derechos sociales

    María del Refugio González

    La inmigración: el ocaso de una utopía modernizadora

    Pablo Yankelevich

    La Revolución mexicana y la organización política de México: la cuestión del equilibrio de poderes (1908-1932)

    Ignacio Marván Laborde

    Bibliografía

    Siglas

    AALyP: Archivo Personal de Andrés Landa y Piña.

    AGN: Archivo General de la Nación.

    AHDSRE: Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

    AHINM: Archivo Histórico del Instituto Nacional de Migración.

    AHSSA: Archivo Histórico de la Secretaría de Salud y Asistencia Pública.

    BUAP: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

    CEE: Centro de Estudios Económicos, Colmex.

    CEHAM: Centro de Estudios Históricos sobre el Agrarismo en México.

    CIDE: Centro de Investigación y Docencia Económicas.

    CIESAS: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

    Colef: El Colegio de la Frontera Norte.

    Colmex: El Colegio de México.

    Colmich: El Colegio de Michoacán.

    Colsan: El Colegio de San Luis.

    Conaculta: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

    ENAH: Escuela Nacional de Antropología e Historia.

    FCE: Fondo de Cultura Económica.

    IIH: Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

    IIJ: Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM.

    INAH: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

    INEHRM: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

    INM: Instituto Nacional de Migración.

    Instituto Mora: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

    PGR: Procuraduría General de la República.

    PNR: Partido Nacional Revolucionario.

    PRI: Partido Revolucionario Institucional.

    SCJN: Suprema Corte de Justicia de la Nación.

    Segob: Secretaría de Gobernación.

    SRA: Secretaría de la Reforma Agraria.

    SRE: Secretaría de Relaciones Exteriores.

    UAM: Universidad Autónoma Metropolitana.

    UNAM: Universidad Nacional Autónoma de México.

    Introducción

    REVOLUCIÓN MEXICANA

    Y MODERNIZACIÓN: 1908-1932

    IGNACIO MARVÁN LABORDE*

    Con rigor, el término moderno nos remite a una era de la historia del mundo occidental que se inicia en el siglo XVIII, a la Ilustración, a la explicación del mundo a partir del individuo y la razón, así como a una idea de progreso continuo. Sin embargo, la idea de modernización, como categoría de análisis histórico de los procesos de cambio, nos ubica de inmediato en un momento y en un lugar determinado, y está vinculada a la noción de poner al día o actualizar un determinado estado de cosas con respecto a cambios o tendencias de reforma que están sucediendo o están presentes en el mundo.

    El objetivo de este libro es examinar la Revolución mexicana desde esta perspectiva, es decir analizando las ideas y los procesos de cambio que se plantearon en el periodo 1908-1932; sin anacronismos, ubicando el significado que el término tenía en ese lapso que abarca tanto los antecedentes inmediatos y el hecho mismo de la Revolución como la llamada reconstrucción y su agotamiento.

    Debo destacar que, sin tratarse de un libro sobre la Constitución de 1917, de manera involuntaria o quizá inevitable ésta quedó como una referencia central. En los seis ensayos que los autores presentamos en este tomo de la Historia Crítica de las Modernizaciones en México, en los que se abordan los temas del surgimiento de nuevos actores sociales, la economía, el proyecto agrario y sus nociones de justicia, la tensión que se vivió en los años inmediatamente posteriores a la Revolución entre garantías individuales y garantías sociales, el asunto del lugar de los extranjeros en el nuevo Estado y, por último, la cuestión de la organización política de México, en cada uno, se da cuenta de las ideas y procesos que nos explican cómo llegaron esos temas al Constituyente de 1916-1917, qué fue lo que ahí se resolvió y cuál fue la evolución posterior de los mismos hasta el punto en que, a principios de la década de los años treinta, los acontecimientos de México y del mundo llevaron a la crisis y un replanteamiento sustancial de enfoques y del curso que llevaba el país. Me explico un poco más: la movilización campesina que imprimió el carácter social a la Revolución entró en una fase de organización en la década de los años veinte, no logró grandes avances y a fines de esa década aparecieron nuevos movimientos agrarios que revitalizaron la demanda de tierras, hicieron que se incrementara la intranquilidad en el campo mexicano y se lograron reformas sustanciales a las leyes e instituciones encargadas de la materia, que modificaron el contenido del concepto de justicia social para llevar a cabo la reforma agraria. En lo que respecta a las organizaciones obreras, el arreglo con los sonorenses se agotó en menos de una década, el movimiento obrero entró en crisis, sufrió divisiones y se radicalizó, al mismo tiempo que se hicieron reformas al artículo 123 para consolidar a las juntas de conciliación y el amparo en materia laboral y, después de años de discusión, emitir en 1931 una ley federal del trabajo que daría cauce a la movilización y reorganización del movimiento obrero mexicano en la década de los años treinta. El rechazo a los extranjeros expresado en la Constitución de 1917 se tradujo en leyes migratorias restrictivas en la década de los años veinte que, en los años posteriores, se endurecerían aún más. Y, por último, en lo que se refiere al equilibrio de poderes establecido en 1917, fue cuestionado casi de inmediato, no funcionó y en 1928 y 1932 se hicieron sendas reformas a la Constitución de 1917 para hacer efectivo el fortalecimiento del Ejecutivo, en menoscabo de la independencia de los poderes Legislativo y Judicial.

    Quiero destacar que, desde una perspectiva comparada, lo que sucedió con la modernización en México durante ese periodo tiene por supuesto sus especificidades pero que, como tendencia general de los cambios que se estaban dando en el mundo, no fue algo único ni original. Coincidió, primero, con las transformaciones que introdujeron en el liberalismo la cuestión social en Europa y el movimiento progresista en los Estados Unidos a fines del siglo XIX y principios del XX hasta antes de la primera Guerra Mundial y, después, fue algo en cierta medida paralelo al replanteamiento de políticas que trajeron consigo el paso de las reformas legales y políticas para hacer frente a la cuestión social, a los planteamientos radicales de transformación social a partir de 1918, así como a la crisis de las instituciones liberales y el crack del paradigma mercado y democracia que siguió a la Gran Depresión de 1929. Como escribió Luis Cabrera, el 20 de noviembre de 1935:

    En la situación actual del mundo la Revolución mexicana no puede ir más que por uno de estos dos caminos:

    O el comunismo.

    O el nacionalismo.

    ¿Quiénes son los verdaderos revolucionarios?

    ¿Los que nos aconsejan imitar a Rusia, o los que nos ponen a Italia como ejemplo?

    Ecco il problema!¹

    La validez y el derrotero que siguió la disyuntiva que se planteaba Luis Cabrera, ya es materia de otro momento de las diferentes ideas y procesos de modernización que ha habido en México.


    * División de Estudios Políticos, CIDE.

    ¹ La Revolución. Sus hombres y sus ideas, en Luis Cabrera, Obras completas, t. III, Obra política, Oasis, México, 1975, p. 777.

    Campesinos y obreros

    en la Revolución mexicana

    ENTRE LA TRADICIÓN

    Y LOS AFANES MODERNIZADORES

    ANNA RIBERA CARBÓ*

    Seña distintiva del variado y heterogéneo proceso de la Revolución mexicana de 1910 es la participación popular. El llamado de Francisco I. Madero a alzarse en armas en contra del régimen de Porfirio Díaz, contenido en el Plan de San Luis, convocó a distintos grupos sociales que hasta entonces habían manifestado sus descontentos o propuestas de manera aislada y se habían enfrentado infructuosamente al Estado porfiriano desde sus particulares trincheras. Campesinos de distintas procedencias geográficas, históricas y culturales, artesanos recién transformados en obreros, así como trabajadores de dinámicas ramas industriales se convirtieron en los actores colectivos que constituyen la imagen emblemática de la década de 1910. Estos grupos sociales, vinculados o no a las dirigencias visibles de la Revolución, elaboraron sus propias agendas, demandas y proyectos, y, en algunos casos, las instituciones que los cobijaron. Cabe preguntarse, sin embargo, si dichas agendas, demandas, proyectos e instituciones eran modernizadoras, ya que la modernidad está asociada a los proyectos liberales que personifica el mundo burgués.¹

    Desde esta perspectiva, no cabe duda de que, en el contexto de la Revolución mexicana, tan diversa en las propuestas ideológicas que la animaron y en las acciones colectivas que le dieron contenido, hubo un claro sesgo modernizador que pretendió poner al día el proyecto liberal del longevo general y presidente Díaz. Los clubes liberales de principios de siglo, el Programa del Partido Liberal con todo y sus propuestas sociales y, desde luego, el maderismo, consideraban la urgencia de construir espacios de participación verdaderamente democrática, de recuperar las posturas liberales respecto de las relaciones con la Iglesia y de buscar medidas que moderaran las injusticias que laceraban la vida nacional. Ya en el transcurso de la lucha armada fueron surgiendo propuestas de modernización de la propiedad rural, para actualizar el sistema de haciendas y hacerlo más competitivo. Pero hubo también propuestas revolucionarias que pretendieron ir más allá de la modernización liberal, como aquellas que plantearon los obreros de la Ciudad de México, de la mano del pensamiento anarquista. Otras intentaron restaurar modelos sociales y económicos de un pasado idealizado en la memoria colectiva, como la de los pueblos comuneros del sur. Estas propuestas revolucionarias populares vivieron sus particulares itinerarios a lo largo de la década de 1910, en que se modificaron conforme las circunstancias fueron cambiando, se adaptaron a las nuevas realidades o posibilidades políticas e influyeron finalmente en el texto constitucional de 1917.

    Las revoluciones protagonizadas por trabajadores urbanos fueron, por lo regular, preparadas ideológicamente por medio de la prensa y de las asociaciones mutualistas y los sindicatos. Se pensaba que la revolución social que liberaría a la humanidad del triple yugo del capital, del clero y del Estado, requería un prolongado esfuerzo de organización en sindicatos, de educación en escuelas afines a sus ideas y de propaganda realizada en periódicos, en reuniones e inclusive en actos de resistencia como la huelga, que eran considerados ensayos de la lucha definitiva. Las organizaciones de trabajadores procuraron rebasar la modernidad burguesa, empezando desde sindicatos y escuelas la construcción de la sociedad futura que se erigiría sobre la base de la justicia social. Sus ideas tenían dimensión y pretensión universal y eran compartidas por trabajadores de todo el orbe, quienes se inspiraban en los mismos pensadores y conmemoraban las mismas efemérides de un calendario militante cuyos momentos estelares eran la Comuna de París, el 1º de mayo y el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia.

    La presencia revolucionaria de los campesinos, en cambio, no estuvo motivada por la visión de un mundo futuro, sino pasado. Las revoluciones campesinas del siglo XX, incluyendo la mexicana de 1910, se alzaron contra el despojo universal que significó la expansión de las relaciones capitalistas. La presencia popular campesina intentó detener la destrucción de las estructuras tradicionales ante el avance de las nuevas relaciones económicas y sociales. En 1950 Octavio Paz escribía en El laberinto de la soledad que

    el movimiento zapatista tiende a rectificar la historia de México y el sentido mismo de la nación, que ya no será el proyecto histórico del liberalismo. México no se concibe como un futuro a realizar, sino como un regreso a los orígenes. El radicalismo de la Revolución mexicana consiste en su originalidad, esto es, en volver a nuestra raíz, único fundamento de nuestras instituciones.²

    Veinticinco años más tarde, en "Vuelta a El laberinto de la soledad", Paz abundaba en el tema:

    En los trastornos de México entre 1910 y 1929 debemos distinguir varios fenómenos. Primero, una revolución de la burguesía y de la clase media para modernizar al país […] Frente a esta revolución progresista y que continúa al liberalismo y al porfirismo, está su negación, la revuelta de los campesinos mexicanos del sur […] Por más contradictorias que nos parezcan sus figuras y sus ideas, hay una continuidad entre Lorenzo de Zavala, Mora, Gómez Farías, Juárez, Ocampo, Porfirio Díaz, Justo Sierra, Limantour, Carranza, Calles, Bassols, Lombardo Toledano, etc., etc. Esa continuidad es el progresismo, la tentativa de modernizar a México. Todos esos proyectos tienen en común el querer borrar, por así decirlo, la mancha, el pecado original de México: el haber nacido frente y contra el mundo moderno. Zapata es la negación de todo eso.³

    Las revoluciones que obreros y campesinos hicieron en el contexto de la Revolución mexicana, resultan desde esta perspectiva luchas en contra de la modernidad burguesa, cuya más lograda expresión fue el proyecto de la Reforma liberal que sostenía, como decía Francisco Zarco en El Siglo XIX, que no hay adelanto físico, moral, intelectual, político, económico, social, que no haya venido en guerra abierta contra la costumbre […] todo lo grande, todo lo útil, todo lo bello, ha sido progreso del triunfo sobre la costumbre.⁴ Los obreros hicieron su propia revolución dentro de la Revolución animados por las ideas de pensadores como Miguel Bakunin, Pedro Kropotkin, Anselmo Lorenzo, Francisco Ferrer Guardia y Ricardo Flores Magón. Buscaban erradicar las injusticias derivadas del capitalismo industrial, haciendo de la ciencia y la técnica herramientas de liberación y no de sujeción de los hombres. Los campesinos no necesitaron de inspiración teórica. Sus referentes estaban en la noción de una edad de oro mítica que había que recuperar. El zapatismo en un sentido profundo niega la obra de la Reforma, pues constituye un regreso a ese mundo del que, de un solo tajo, quisieron desprenderse los liberales.⁵

    Ni la revolución de los campesinos ni la de los obreros libertarios triunfó. Y su derrota se debe, en parte, a que unos luchaban mirando hacia el pasado y otros con la vista puesta en el futuro y a que no tuvieron la capacidad política para tejer alianzas entre sí. Pero la facción liberal, modernizadora y nacionalista que se impuso finalmente, se radicalizó con la presencia de sus demandas e ideas, y con la fuerza y el poder de sus ejércitos. El Estado se reservó para sí, por supuesto, el derecho de decidir los tiempos y las formas en que habrían de atenderse las cuestiones agrarias y laborales. Hizo concesiones, restituyó tierras, reglamentó jornadas y salarios, pero canceló cualquier vía de autogestión que pusiera en riesgo su propio proyecto modernizador.

    En las páginas siguientes se presentan 10 episodios de la Revolución mexicana con los que se intenta sustentar estas ideas. Escenas de la participación popular en la década de 1910 durante la cual obreros y campesinos navegaron entre la tradición y los afanes modernizadores.

    Los zapatistas

    Éste es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución. Nunca imaginaron un destino tan singular. Lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su lugar, lo único que querían era permanecer en sus pueblos y aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados, por centenas de años, vivieron y murieron: en ese diminuto estado de Morelos del centro-sur de México.

    Así empieza, hablando de unos pueblos que hacían una revolución porque no querían cambiar, Zapata y la Revolución mexicana de John Womack, Jr., uno de los libros de historia más conocidos acerca de la Revolución mexicana y concretamente sobre la revolución zapatista de Morelos. Es un hecho que los pueblos querían cambiar las condiciones existentes que les parecían intolerables, lo cual era a todas luces revolucionario, pero su referente utópico se hallaba en un pasado idealizado y no en un futuro indeterminado. Las comunidades agrarias no eran estáticas, ni lo habían sido desde el siglo XVI; se adecuaron a los cambios y modificaron su discurso y sus argumentos. Pero todo ello tenía una finalidad única: mantener el control de su patrimonio de tierras, aguas y bosques, sustentada en la memoria de que un monarca español había ratificado lo que ellos sabían desde antes, que aquel patrimonio era suyo desde siempre.

    Lo sorprendente es que la rebelión tuvo su origen y mayor arraigo en los valles centrales de Morelos, la región en la que durante el Porfiriato había tenido lugar el más destacado proceso de modernización de la propiedad y el trabajo agrícolas con la consolidación de las haciendas azucareras, auténticas empresas agroindustriales, y en la que, paradójicamente, no hubo muchas muestras de resistencia abierta antes de 1911. Lo que sí había habido era una aguda crisis política dentro del grupo gobernante, a propósito de las elecciones locales de 1909, en las que aparecieron en escena, como personajes secundarios, algunos de quienes dos años después serían los dirigentes de la revolución zapatista.⁷ Quienes formaron el núcleo inicial de la rebelión y la dirigieron en los años que siguieron provenían de las clases medias y bajas de la sociedad rural; algunos eran pequeños propietarios y contaban con tierras y animales; había también pequeños comerciantes, tenderos o arrieros, peones de las haciendas de Cuautla o leñadores y carboneros, más dos profesores rurales. Sus edades fluctuaban entre 31 y 42 años y eran reconocidos en sus comunidades, en las que contaban con cierto prestigio y arraigo local. Algunos, como Emiliano Zapata y Genovevo de la O, habían sido nombrados representantes tradicionales en sus comunidades y encabezado la resistencia de sus pueblos. Muchos tenían además vínculos de parentesco y amistad entre sí, lo que facilitó la coordinación y afianzó lazos de confianza, lealtad y solidaridad.⁸ Éstos eran los hombres que estaban al frente de los indios morelenses que amenazaban el sueño de la razón, a decir del diputado conservador José María Lozano.⁹

    La revolución maderista ofreció a estos activistas agrarios la oportunidad de sumar fuerzas contra un mismo enemigo, obtener cobertura política y aliarse con un movimiento de alcance nacional que, de triunfar, podría solucionar los viejos problemas de tierras de sus comunidades. Pero cuando en mayo de 1911 se hizo evidente que el cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis, que prometía revisar la situación de las tierras, no sería muy puntualmente cumplido, una revolución que no era nueva, que había estallado al calor de la convocatoria maderista y que ahora tenía su propio proyecto, ya estaba teniendo lugar. El gobernador maderista de Morelos, Patricio Leyva, declaró en Cuernavaca sus simpatías por ese movimiento campesino en el discurso de su toma de posesión el 1º de diciembre de 1912. Dijo que la reconstrucción de ejidos encerraba todo el problema que agitaba a la región:

    No es verdad que los zapatistas pretendan la repartición de terrenos; su deseo, y creo que tienen derecho a exigirlo, es la reconstrucción de los ejidos, que se les devuelvan las pequeñas propiedades que les fueron decomisadas […] [este acto de justicia] hará volver a las labores agrícolas a muchos que hoy tienen el carácter de revolucionarios.¹⁰

    La verdad era otra. Los revolucionarios de Morelos no querían sólo la reconstitución de los ejidos y las pequeñas propiedades decomisadas. En el Plan de Ayala del 25 de noviembre de 1911 se planteaba claramente que se nacionalizarían todos los bienes de los enemigos de la revolución y, además, que los campesinos despojados de sus tierras entrarían en posesión de ellas desde luego y que la posesión se mantendría a todo trance y con las armas en la mano. Los terratenientes inconformes serían en todo caso quienes, al triunfo de la revolución, deberían acudir ante los tribunales especiales a defender su derecho a las tierras ocupadas por los campesinos. Se trataba de una revolución que ponía la iniciativa en manos de los trabajadores del campo y que con ello subvertía el orden establecido. El Plan de Ayala recuperaba el pasado y era revolucionario en función de un argumento histórico restauracionista: los pueblos tienen derecho a unas tierras que les pertenecían y de las que fueron despojados a la mala. En una carta escrita el 3 de septiembre de 1914 por Manuel Palafox, secretario de Emiliano Zapata, a Antenor Sala, quedaba de manifiesto cuál era el camino zapatista para enfrentar el problema agrario:

    La repartición de tierras no se hará precisamente como usted lo indica, por la división parcelaria del suelo, sino que se llevará a cabo esta repartición de tierras de conformidad con la costumbre y usos de cada pueblo, y entiendo que es lo más justo, es decir, que si determinado pueblo pretende el sistema de comuna, así se llevará a cabo, y si otro pueblo desea el fraccionamiento de la tierra para reconocer su pequeña propiedad, así se hará, y en esta forma con gusto cultivarán las tierras apoyados por la Revolución.¹¹

    Los pueblos y sus usos y costumbres serían, para los zapatistas, los árbitros del campo de Morelos. Mientras tanto, era el Ejército Libertador del Sur quien garantizaría la propiedad de la tierra por los pueblos, así como la legalidad revolucionaria. Con la desaparición de facto de las instancias del gobierno huertista, así como del ejército federal en los territorios bajo dominio revolucionario, los pueblos asumieron las tareas de gobierno, fundamentalmente las de carácter agrario y administrativo, siempre ratificadas por el Cuartel General. Promovieron su revolución agraria en el centro-sur de México inspirando movimientos populares desde Puebla y Tlaxcala hasta Guerrero y el Estado de México. La Revolución en la Mesa Central dependió de Morelos: ahí —dice Alan Knight— enfrentó Huerta su amenaza más cercana y encontró el constitucionalismo del norte el reto más severo a su hegemonía revolucionaria.¹²

    Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda sostienen que los objetivos zapatistas consistían en

    la implementación de un gobierno que los reconociera como originales y verdaderos dueños de la tierra, pero sobre todo, de acuerdo con un régimen que creara una legislación campesina pensada y planteada por ellos mismos. La intervención —no la dirección— directa en un gobierno que los tomara en cuenta en iguales circunstancias que a los demás ciudadanos y no en la forma paternalista y opresiva que había venido haciéndolo, como si no tuvieran la misma capacidad e iguales derechos.¹³

    Los zapatistas buscaban el establecimiento de un gobierno que respetara su derecho a la tierra y a gobernarse en sus pueblos conforme a sus usos y costumbres, no la creación o dirección de un nuevo Estado.

    La mirada hacia el pasado y la reivindicación de usos y costumbres tradicionales que inspiraba las acciones y los proyectos de futuro de los campesinos armados del Ejército Libertador del Sur, enfrentados a la expansión y auge de las modernas haciendas azucareras que amenazaban su supervivencia, es explicada por Adolfo Gilly:

    En este sentido, si nos atenemos al imaginario de sus protagonistas, antes que al de sus dirigentes, estas revoluciones se parecen a la visión de Walter Benjamin, para Marx las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Tal vez las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, jala el freno de emergencia.¹⁴

    La Casa del Obrero Mundial

    Con el sindicalismo como medio de defensa contra la explotación de nuestra época y la Comuna de París como el ejemplo de lo que el hombre común era capaz de hacer se fundó la Casa del Obrero el 22 de septiembre de 1912 en la Ciudad de México. La organización se vinculó a la tendencia anarcosindicalista tanto en su apuesta por la acción directa como en el rechazo a la política. Sus fundadores y primeros militantes provenían de organizaciones mutualistas o de resistencia, como el sastre Luis Méndez y el herrero y mecánico Jacinto Huitrón, quienes habían pasado por el Partido Obrero Socialista y junto con Eloy Armenta habían sido fundadores del Grupo Anarquista Luz. Otro sector importante provenía de la clase media e intelectual radicalizada, muchos de cuyos integrantes habían constituido el ala moderada del magonismo. La diversidad de ideas entre los miembros fundadores y las posiciones previas de sus militantes se subsanaron porque el anarquismo aportó un vocabulario que articuló las diferencias de origen de sus militantes y rebasó los límites del mutualismo.¹⁵ La Casa del Obrero alentó la creación de sindicatos y el ejercicio de la acción directa, y tan sólo unos meses después de su fundación había ampliado su énfasis original en el modelo de Escuela Racionalista y la regeneración moral de los trabajadores en un sentido sindicalista. En su primer año de existencia participó en más de 70 huelgas.¹⁶

    La Casa del Obrero empleó ideológicamente mitos históricos que reforzaron su labor de propaganda con la toma de calles, con mítines, con manifestaciones y conmemoraciones a propósito de las efemérides internacionales de la Comuna de París, el 1º de mayo, el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia y la mexicana represión de la huelga de Río Blanco. De hecho, la primera manifestación por el Día del Trabajo en la capital fue resultado de su convocatoria. Las organizaciones obreras de resistencia invitaron a las sociedades mutualistas a la primera celebración en México del Día del Trabajo, jornada mundial por las ocho horas. La conmemoración se llevó a cabo conforme al tono solemne que le daba el movimiento anarquista. Del Zócalo salió a las 10 de la mañana la manifestación clamorosa, potente, turbadora, y en medio de un delirante entusiasmo, que hizo vibrar el sentimiento de clase de esa multitud ansiosa de libertad y justicia. Los paladines de la Casa del Obrero portaban, por primera vez, una bandera roja cruzada por una franja negra.¹⁷ Fue ese día cuando los miembros de la Casa del Obrero decidieron agregar a su nombre la palabra Mundial, en homenaje al principio de solidaridad internacional de los trabajadores y en homenaje también al sublime sacrificio de los mártires de Chicago.¹⁸

    Atraídos por el discurso de la Casa del Obrero, numerosos trabajadores se afiliaron. El anarquismo ofrecía educación y organización para llegar en un futuro impreciso a una indefinida emancipación universal. El sindicalismo promovía soluciones inmediatas a problemas concretos con sus demandas por la jornada de ocho horas, el descanso semanal, el salario mínimo. El primero ponía énfasis en la libertad del individuo y en la crítica a la autoridad encarnada por el Estado; el segundo, en la acción colectiva para el mejoramiento de los trabajadores. Organizar sindicatos y fundar escuelas inspiradas en las de Francisco Ferrer Guardia fueron por ello las prioridades de la Casa del Obrero. La revolución, su propia revolución libertaria que acabaría con el poder del Estado, la Iglesia y el capital, requería todavía mucho tiempo de maduración.

    Durante los gobiernos de Francisco I. Madero y de Victoriano Huerta, la Casa del Obrero Mundial navegó al cobijo de sus posturas apolíticas y sus ideas encontraron desde septiembre de 1913 una eficaz vía de divulgación en las páginas de El Sindicalista. En ellas se explicaba a los lectores las ventajas de la organización y la lucha obrera por medio de sindicatos, así como los peligros de la acción política.

    Antonio Díaz Soto y Gama publicó al respecto el artículo Los políticos no salvarán nunca a la clase obrera, a pesar de todas sus promesas. Afirmaba que la democracia ha sido un fiasco ya que no acaban de pasar las elecciones, cuando ya empieza a abrirse un abismo entre electores y elegidos, entre ciudadanos y representantes, entre el pueblo que tuvo el candor de conferir un mandato incondicional e ilimitado, y los hombres investidos por la omnipotencia de ese mandato. En contraposición abogaba por el sindicalismo que

    busca la liberación del proletariado lejos de las añagazas electorales, de las promesas de sufragio efectivo, de las locas quimeras de redención por medio de la política, y substituye esas ilusiones y esas fantasmagorías por las realidades de la vida económica, por el franco espectáculo de la lucha de clases, por la obtención de conquistas efectivas de bienestar y más altos salarios.¹⁹

    El Sindicalista daba cuenta de los conflictos a que se enfrentaban los trabajadores de los sindicatos afiliados, así como de los intentos del gobierno por intervenir en los asuntos laborales mediante el Departamento del Trabajo. El tipógrafo Anastasio S. Marín alertaba:

    Recordad las palabras de Carlos Marx que dice: La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos. Y a fe que tiene razón, porque lo que no hagamos nosotros a nuestro favor, nadie lo hará; y si esperamos que el Departamento del Trabajo mejore nuestra situación, bien podemos esperar morirnos de hambre antes que ver realizado semejante absurdo.²⁰

    Un grupo de oradores conocido como la Tribuna Roja fue eje de las reuniones de reclutamiento de los trabajadores. Rafael Quintero, Antonio Díaz

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