Un mundo fantástico
Por Jacques S. Roch
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El autor hace un amplio análisis de la civilización occidental moderna desde el punto de vista de diferentes historiadores de las ciencias sociales: De Corte, Danilevsky, Mouravieff, Spengler, Evola, Berdiaev, Toynbee, Sorokin, etc. con las citas más significativas de sus libros.
Jacques S. Roch, basándose en las numerosas consideraciones de ilustres pensadores, sociólogos, historiadores, antropólogos y filósofos, tanto europeos como norteamericanos del siglo XX y XXI, analiza el destino de la civilización occidental desde su actual estado de caos debido a su irresponsable desarrollo tecnológico que ha supuesto una profunda involución de sus tradicionales valores éticos y morales basados en la cultura judeo-cristiana. La hecatombe podría tener lugar más pronto que tarde; una realidad donde la humanidad finalizará como experimento sobre la Tierra, ese gran laboratorio; un experimento cuyo plan es la evolución espiritual de la humanidad.
Jacques S. Roch (París, 1957), pseudónimo de Santiago Roch Pendería, es licenciado en Astrofísica y tiene un posgrado en Física Fotovoltaica. Habla francés, español, ruso e inglés. Ha vivido y trabajado la mayor parte de su vida en Europa, África y Sudamérica y trabajó como director de una compañía internacional de suministros a barcos y plataformas petroleras.
Entre sus aficiones destacan la escritura de ensayo y la cosmología. Dedica mu-chas horas al estudio de las culturas eslavas, del cristianismo ortodoxo oriental y de las escuelas esotéricas occidentales.
Es autor de otros dos ensayos: Una vida inmortal y Desde el caos a la hecatombe,
¿destino de la civilización occidental?
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Un mundo fantástico - Jacques S. Roch
PRÓLOGO
Escribió, hace ya casi cien años, el gran científico, pensador y escritor francés, hoy en día, muy injustamente olvidado, Pierre Lecomte du Noüy¹ en su libro El hombre y su destino, en relación a los grandes peligros físicos que un pequeño número de hombres primitivos tuvo que sortear para no perecer, despejando así el camino hacia el progreso de la humanidad que:
«No es seguro que el elemento evolutivo de la humanidad, el que habrá alcanzado un grado superior de desarrollo moral, no será en el futuro sometido a peligros tan grandes, pero proveniente, esta vez, de la masa humana subevolucionada. Podría ser que esta vanguardia del progreso espiritual estuviera obligada un día, y quizás más pronto de lo que se piensa, a refugiarse en el desierto».
Así lo pienso y así lo creo ante los hechos incontestables del estado actual de muerte asistida de nuestra actual civilización occidental. Al igual que Lecomte du Noüy, muchos otros grandes pensadores la han constatado. Podríamos incluso remontarnos a dos mil años atrás, con las palabras proféticas de Pablo de Tarso el cual, en su Segunda epístola a Timoteo (2 Timoteo 3; 1-5), pintó un cuadro exacto del desolador panorama de incertidumbre moral y espiritual de nuestros tiempos:
«Quiero que sepas que en los últimos tiempos sobrevendrán momentos difíciles porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios y, aunque hagan ostentación de piedad, carecerán realmente de ella».
Las palabras de Lecomte du Noüy son también igualmente exactas y contienen la fuerza expresiva de una profecía autocumplida. Por otra parte, el filósofo y esoterista italiano Julius Evola² aseguraba en la introducción a su Revuelta en contra del mundo moderno que:
«Existen enfermedades que se incuban durante mucho tiempo, pero de las que no se toma conciencia más que cuando su obra subterránea casi ha concluido. Otro tanto ocurre con la caída del hombre a lo largo de las vías de una civilización que glorificó como la civilización por excelencia. Es solamente hoy, cuando los modernos han llegado a experimentar el presentimiento de un destino sombrío que amenaza a Occidente; desde hace siglos algunas causas han actuado provocando tal estado espiritual y material de degeneración, que la mayor parte de los hombres se encuentran privados, no solo de toda posibilidad de revuelta y retorno a la normalidad y a la salud, sino igualmente y, sobre todo, de toda posibilidad de comprender lo que esta normalidad y salud significan».
Este ensayo trata de culturas y de civilizaciones, de las diferencias que existen entre ambos conceptos, del nacimiento, florecimiento, decadencia y muerte de nuestra civilización cuyos orígenes se hunden en la tradición judeo-cristiana y, además, de algo quizás aún más importante que el simple tratamiento histórico-sociológico de nuestro tema de interés; quise rescatar del olvido las aportaciones de pensadores que aportaron lucidez en el análisis de las causas de la agonía de nuestra civilización. Experimentamos sus efectos, en este preciso momento, de forma abrumadora, sin que, por ello, en nuestro sueño hipnótico, esta situación nos preocupe en exceso.
En particular, citaré a un importante pensador, el cual, al igual que Lecomte du Noüy, permanece, hoy en día, ignorado y sus obras están relegadas a los anaqueles polvorientos de la biblioteca de algún departamento de sociología o filosofía e, incluso, no estaría muy seguro de ello. Su nombre es Marcel de Corte³. Fue un importante pensador belga, discípulo de los filósofos franceses Gustave Thibon⁴ y Jacques Maritain⁵. Se preocupó por la involución moral de nuestra civilización actual. A menudo, a lo largo de este estudio, citaré fragmentos de sus textos, irrepetibles en cuanto a la profundidad y a la certeza de su visión profética. Sus libros son difíciles de conseguir, al estar agotadas sus ediciones desde hace ya mucho tiempo.
Encontré un ejemplar de su Ensayo sobre el fin de nuestra civilización por casualidad (o puede que, mejor dicho, por causalidad), en un puesto de venta de libros antiguos. El otro, quizás incluso más difícil de hallar, se titula Encarnación del hombre y pertenece, desde hace mucho tiempo, a la biblioteca familiar.
Titulé este ensayo Un mundo fantástico porque estoy convencido de que, tras las épocas de crisis y decadencia, renacerá la cultura de una forma fantástica, puesto que todo es cíclico, incluido el tiempo. La semilla de un fruto debe morir obligatoriamente para que la vida, de forma recurrente, retorne a la vida anterior que le dio nacimiento. Solve et coagula era una de las consignas de los alquimistas medievales y con toda razón.
Nuestra civilización actual es la del progreso tecnológico, las máquinas y la dictadura económica que la sustenta, y, lo que es incluso peor, el hombre-máquina, idea central de las doctrinas esotéricas del Cuarto Camino⁶, traídas al Occidente por G.I. Gurdjieff⁷; es la civilización del hombre-masa, neologismo orteguiano, término apreciado por el filósofo Elías Canetti⁸ y que desarrollará, más tarde, de forma magistral, en su libro Masa y poder, como veremos más adelante. Vivimos en un mundo de máquinas y para las máquinas; asunto que trataremos con más detalle en el capítulo
iii
de este ensayo. Samuel Butler⁹ escribió su magnífica novela distópica Erewhon o allende las montañas, un grito de advertencia sobre los peligros que encerraba el maquinismo; incluso, antes que él, el escritor norteamericano Henri D. Thoreau¹⁰, en su famoso diario Walden o la vida en los bosques. En dicho libro intuyó la transformación de la sociedad norteamericana de su tiempo, de sus valores tradicionales, etc., a causa de la amenaza que ello representaba. Como bien señaló Erich Fromm¹¹ en su libro La condición humana actual:
«Los hombres son, cada vez más, autómatas que fabrican máquinas que actúan como hombres y producen hombres que funcionan como máquinas; su razón se deteriora a la vez que crece su inteligencia, dando lugar a la peligrosa situación de proporcionar al hombre la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla».
En los diferentes capítulos hablaremos de las consecuencias de todo lo que esto supuso como flagelos destructores del alma humana. No quiero exponer una visión antimoderna o tradicionalista al estilo de un Oswald Spengler¹², de un René Guénon¹³ o de un Julius Evola, pero me aproximaré bastante a sus puntos de vista que no debimos nunca olvidar o menospreciar. Todos ellos poseían un lado esotérico, vocablo que proviene del griego ἐσωτερικός (esoterikós), a su vez de ἐσώτερος (esóteros), que significa relativo a lo de dentro, a lo más interno; es decir, al carácter de sabiduría interna que va más allá de lo literal, un término lamentablemente usado de forma torticera por toda clase de falsos astrólogos, tarotistas sin escrúpulos y charlatanes en general. Debido a esta circunstancia, eran tradicionalistas, en el sentido que le dio Hans Krofer¹⁴ cuando definía la tradición de la manera siguiente:
«Es necesario comprender lo que significa el concepto de tradición, generalmente negado, desnaturalizado o mal conocido. No se trata de colorido local, de costumbres populares, ni de costumbres curiosas recogidas por los folklóricos, sino del origen de las cosas.
La tradición, en el sentido exacto del término, consiste en la transmisión innata e inmanente de los principios del orden universal, de origen no humano, puesto que el hombre no se da a sí mismo sus motivos para vivir […] se trata de un conocimiento interior, coexistente con la vida, de una coexistencia y, al mismo tiempo, una conciencia superior reconocida como tal, de una consciencia inseparable de la persona que nace con ella y constituye su razón de ser.
Desde este punto de vista, el ser es enteramente lo que transmite, no existe más que por esta transmisión, y en la medida en que transmite».
Citaré a menudo a Pitirim A. Sorokin¹⁵y a Arnold J. Toynbee¹⁶, entre otros importantes pensadores, referencias clave del investigador y del profano interesados en comprender hacia dónde se dirige nuestro gran barco llamado civilización occidental. Por otra parte, incluí algunos comentarios de filósofos contemporáneos, introduciendo la visión economicista del mundo del politólogo y sociólogo norteamericano Francis Fukuyama¹⁷ cuyo libro El fin de la historia y el último hombre es de obligada lectura, la del filósofo, sociólogo, historiador y escritor francés Jean Baudrillard¹⁸ cuyo análisis de la realidad y de lo que él llamó hiperrealidad aportaría, sin duda, reflexiones interesantes; de Alain Finkielkraut¹⁹ cuyo libro, La humanidad perdida, me fascinó.
Existe en el campo de la filosofía social una enorme lista de sociólogos y politólogos tanto europeos como norteamericanos, excelentes especialistas en el estudio de las sociedades denominadas posmodernas, en la crítica política social y económica de las ideologías de todo tipo; desde las dictaduras modernas a las democracias liberales nacidas tras la caída del muro de Berlín, pero, evidentemente, el análisis de este enorme material se saldría del ámbito de este ensayo. Aquí, en las raíces, en el pasado, están las claves de este presente ¡no deberíamos olvidarlo! no solamente, como dijo George Santayana²⁰, para no estar condenado a repetirlo, sino para recordarlo y recuperarlo. No se puede estar en la vanguardia si no se consolida la retaguardia; pero como expuse un poco más arriba, una de las metas que me propuse al escribir Un mundo fantástico fue rescatar de las oscuras aguas del Leteo la memoria de grandes hombres injustamente olvidados. Para finalizar, me gustaría citar a la extraordinaria filósofa, escritora, periodista y editora Ruth Nanda Anshen²¹ cuando escribió el siguiente texto, perteneciente a su serie Perspectivas mundiales incluido en el prólogo del libro de Erich Fromm ¿Tener o ser?:
«La historia bíblica de Adán y Eva contiene una profunda lección, que difícilmente se capta en una lectura superficial. Después de que comieron del fruto del árbol de la sabiduría, el mundo cambió. El nuevo mundo fue modelado por el conocimiento, no por una orden de Dios. La historia bíblica es más interesante aún porque dice que el nuevo mundo es peor que el estado idílico de ignorancia. Hoy día empezamos a preguntarnos si esto es verdad. Sin embargo, nos sentimos intranquilos, con miedo, y nuestros temores quizá causarán la ruina de la civilización. Por ello aceptamos que el conocimiento y la vida son indivisibles, así como la vida y la muerte son inseparables. Somos lo que sabemos, pensamos y creemos; estamos vinculados con la historia, con el mundo y con el universo, y la fe en la vida se afirma por sí misma».
Espero que las jóvenes generaciones puedan concienciarse de las graves consecuencias que tendrán para ellos si no se remedian a tiempo los desastres de la civilización actual, resultado de la infinita codicia de los hombres que ha terminado por arrasar los recursos naturales; nuestra civilización se puede considerar moribunda, es decir, en sus últimas fases de su existencia.
Como dijo una vez Einstein: «Ciencia sin conciencia llevará al planeta a su perdición»; este análisis lamentablemente pesimista no es, sin embargo, inexorable; si el progreso tecnológico, en algún momento, dirige sus pasos hacia el pleno desarrollo integral del ser humano, quizás la última parada del experimento humano no sea su suicidio o su Auschwitz. Abrigo, pues la esperanza en un mundo mejor, en una civilización nueva y fantástica, pero, de momento, todo queda en función de las decisiones trascendentales que los gobiernos mundiales tendrán que tomar forzosamente; de un cambio radical de actitud, desde un diferente enfoque, más en la línea del humanismo cristiano acerca de los grandes problemas presentes, si no quieren asistir en directo al cataclismo final de la humanidad. Si no fuera así, otro experimento tomará el lugar del hombre y relevará a la presente humanidad en la inexorable evolución cósmica, como así sucedió, en el remoto pasado, en algún otro momento de la Historia.
INTRODUCCIÓN
ACERCA DE LO FANTÁSTICO
«Nuestra capacidad de admiración se marchita
con la niñez. Muchos años más tarde,
cuando cede el ímpetu de la vida, puede reaparecer.
La mente entonces se siente tan inclinada
a la admiración, que todo el mundo
nos parece maravilloso».
Charles Sherrington, El hombre en su naturaleza
«En la escala de lo cósmico
(toda la física moderna nos lo enseña)
sólo lo fantástico tiene probabilidades
de ser verdadero».
Pierre Teilhard de Chardin
El escritor y periodista francés Louis Pauwels²² escribió en el prólogo de su magnífico libro La rebelión de los brujos este interesante texto heterodoxo que reproduzco aquí por su fantástica lucidez:
«Nuestra civilización, como toda civilización, es un complot. Numerosas divinidades minúsculas, cuyo poder sólo proviene de nuestro consentimiento en no discutirlas, desvían nuestra mirada del rostro fantástico de la realidad. El complot tiende a ocultar que hay otro mundo en el mundo en que vivimos, y otro hombre es el hombre que somos. Habría que romper el pacto, hacerse bárbaro. Y, ante todo, ser realista. Es decir, partir del principio de que la realidad es desconocida. Si empleásemos libremente los conocimientos de que disponemos; si estableciésemos los hechos sin prejuicios antiguos o modernos; si nos comportásemos, en fin, entre los productos del saber con una mentalidad