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La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989)
La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989)
La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989)
Libro electrónico963 páginas8 horas

La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989)

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Nadie mejor que François Dosse para asumir semejante reto: escribir una narrativa, panorámica y sistemática, de la aventura histórica y creativa de los intelectuales franceses en su momento de hegemonía mundial.El primer volumen –de 1944 a 1968– abarca los años de Sartre y Beauvoir y sus refutaciones, las relaciones contrastadas con el comunismo, la conmoción de 1956, la Guerra de Argelia, los inicios del Tercermundismo, la irrupción del momento gaullista y su impugnación: una época dominada por la prueba de la historia, la influencia del comunismo y la desilusión gradual que le siguió. El segundo volumen –de 1968 a 1989– abarca desde el utopismo de izquierdas, Solzhenitsyn y la lucha contra el totalitarismo, hasta los «nuevos filósofos», el advenimiento de la conciencia ecológica y la desorientación de los años ochenta: una época marcada por la crisis del futuro y que vio afianzarse la hegemonía de las ciencias humanas. Estos son algunos de los hitos de esta saga, que abarca uno de los periodos más efervescentes y creativos de la historia intelectual francesa y global, de Sartre a Lévi-Strauss, de Foucault a Lacan.«Una panorámica fascinante de cuarenta y cinco años de las batallas libradas por los intelectuales franceses, desde la Liberación hasta la caída del Muro de Berlín». Robert Maggiori, Libération«Aquí están todos: Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Raymond Aron, François Mauriac, Michel Foucault, Claude Lévi-Strauss y tantos otros... héroes de una auténtica saga». Gilles Heuré, Télérama«Lo que tenemos aquí es un monumento que en adelante servirá de referencia a cualquiera que desee conocer el ambiente intelectual de nuestra posguerra, hasta la caída del comunismo en 1989». Jacques Julliard, Le Figaro
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ene 2024
ISBN9788446053408
La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989)

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    La saga de los intelectuales franceses II. El porvenir en migajas (1968-1989) - François Dosse

    cubierta.jpg

    Akal / Anverso

    François Dosse

    La saga de los intelectuales franceses

    II. El porvenir en migajas (1968-1989)

    Traducción: Francisco López Martín y Ana Useros Martín

    Nadie mejor que François Dosse para asumir semejante reto: escribir una narrativa, panorámica y sistemática, de la aventura histórica y creativa de los intelectuales franceses en su momento de hegemonía mundial.

    El primer volumen –de 1944 a 1968– abarca los años de Sartre y Beauvoir y sus refutaciones, las relaciones contrastadas con el comunismo, la conmoción de 1956, la Guerra de Argelia, los inicios del Tercermundismo, la irrupción del momento gaullista y su impugnación: una época dominada por la prueba de la historia, la influencia del comunismo y la desilusión gradual que le siguió. El segundo volumen –de 1968 a 1989– abarca desde el utopismo de izquierdas, Solzhenitsyn y la lucha contra el totalitarismo, hasta los «nuevos filósofos», el advenimiento de la conciencia ecológica y la desorientación de los años ochenta: una época marcada por la crisis del futuro y que vio afianzarse la hegemonía de las ciencias humanas. Estos son algunos de los hitos de esta saga, que abarca uno de los periodos más efervescentes y creativos de la historia intelectual francesa y global, de Sartre a Lévi-Strauss, de Foucault a Lacan.

    «Una panorámica fascinante de cuarenta y cinco años de las batallas libradas por los intelectuales franceses, desde la Liberación hasta la caída del Muro de Berlín».

    Robert Maggiori, Libération

    «Aquí están todos: Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Raymond Aron, François Mauriac, Michel Foucault, Claude Lévi-Strauss y tantos otros... héroes de una auténtica saga».

    Gilles Heuré, Télérama

    «Lo que tenemos aquí es un monumento que en adelante servirá de referencia a cualquiera que desee conocer el ambiente intelectual de nuestra posguerra, hasta la caída del comunismo en 1989».

    Jacques Julliard, Le Figaro

    François Dosse, uno de los mayores especialistas mundiales en historia intelectual, es profesor de historia contemporánea en la Université Paris-Est-Créteil-Val-de-Marne y en el Institut d’études politiques de París. Autor prolífico, entre sus libros más significados están Les vérités du roman, une histoire du temps présent (2023), Amitiés philosophiques (2021) y Castoriadis, une vie (2014), Pierre Vidal-Naquet, une vie (2020), Paul Ricoeur, los sentidos de la vida (2013), Gilles Deleuze y Felix Guattari. Biografía cruzada (2010), Paul Ricœur-Michel de Certeau. La historia, entre el decir y el hacer (2009), Paul Ricœur y las ciencias humanas (2008), La apuesta biográfica (2007), La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual (2006), La historia. Conceptos y escrituras (2003), Michel de Certeau: El caminante herido (2003) y La historia en migajas (1989). En Ediciones Akal ha publicado su magna obra Historia del estructuralismo (2 vols., 2004).

    Diseño de portada

    RAG

    Adaptación de cubierta original

    RAG

    Fotografía de cubierta

    Michel Foucault en París en 1980 (@ Jerry Bauer/Opale/Leemage)

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota editorial:

    Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    Título original

    La saga des intellectuels français II. L’avenir en miettes (1968-1989)

    © Éditions Gallimard, 2018

    © Ediciones Akal, S. A., 2023

    para lengua española

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 978-84-460-5340-8

    Introducción[1]

    Conjurar la catástrofe

    El acontecimiento 68 relanza las utopías y las locas esperanzas depositadas en las potencialidades de la historia. El marxismo experimenta entonces un interés renovado y nutre un pensamiento hipercrítico, profundamente contestatario. Es también el gran momento del feminismo, que recupera por su cuenta la herencia de Simone de Beauvoir[2], aunque desmarcándose para insistir en la singularidad de la condición femenina. Las intelectuales de ese movimiento de mujeres están entonces en los puestos avanzados en la teorización de un movimiento social que cambiará profundamente la sociedad francesa. Después, poco a poco, la ola del 68 refluye, y las revelaciones de los disidentes de los países del Este, con el testimonio de Solzhenitsyn en 1974 como punto culminante[3], disuadirán a los intelectuales de esperar un futuro mejor, sobre todo porque en el horizonte, incluso lejano, ninguna experiencia parece encarnar ya las aspiraciones hacia las potencialidades revolucionarias. Los boat people vietnamitas y el genocidio camboyano ultimarán la desesperanza colectiva y disuadirán a toda una generación de creer en un curso de la historia emancipador.

    Con el fin de los Treinta Años Gloriosos en Francia (1946-1975) y el aumento de la inquietud nace la convicción de que el sentido de la historia se ha invertido; la seguridad de un porvenir radiante cede el lugar a la espera y el temor de una catástrofe futura que conviene conjurar. La principal preocupación es completamente distinta, como decía Albert Camus en 1957 con ocasión de la entrega del premio Nobel en Oslo: «Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga»[4]. Todos estos elementos contribuyen en la década de 1980 a ratificar la crisis de historicidad, caracterizada por una conciencia diferente del presente a menudo recurriendo al instantaneísmo. Al mismo tiempo, esta opacidad del futuro es vivida por muchos como una desintoxicación, una liberación del manto de plomo que pesaba sobre el pensamiento. La crisis del futuro, tanto si nos alegramos de ella como si la deploramos, modifica radicalmente la relación con el pasado, que deja de concebirse como un recurso del que se nutrirá el presente para construir el futuro. A continuación, nos dirigimos a un pasado del presente tan indeterminado como pletórico, que sirve para alimentar el presente. En este nuevo contexto, la memoria «ya no es lo que hay que recordar del pasado para preparar el futuro que queremos; es lo que hace que el presente se presente a sí mismo»[5]. Como señala François Hartog, esa autosuficiencia del presente, o «presentismo», se extiende tanto hacia el pasado como hacia el futuro, cargando a la vez con la responsabilidad de los dispositivos de vigilancia y el peso de la deuda y de la conservación del patrimonio. El presente «es a la vez todo (solo hay presente) y casi nada (la tiranía de lo inmediato)»[6].

    En ese contexto, el electroshock de 1989 pone fin no a la historia, como ha propuesto Fukuyama[7], sino a este trágico siglo XX que debe dejar lugar a un siglo XXI abierto a conceptualizaciones completamente nuevas para pensar un mundo convertido en otro, obligado a desembarazarse de las ilusiones de ayer y a reconstruir un nuevo horizonte de espera. El trabajo intelectual se vuelve aún más necesario en un momento en que las elecciones ya no se hacen entre el negro y el blanco, sino más a menudo, como decía Paul Ricœur, entre el gris y el gris. A falta de un proyecto de emancipación, el demonio inmoderado del entorno y la proliferación de medios de destrucción masiva transforman el futuro en amenaza para el equilibrio del ecosistema. Prometeo desencadenado puede rebelarse contra los magos que lo gobiernan y la inquietud por el futuro replegarse sobre la de preservar el patrimonio existente por decisiones preventivas para evitar catástrofes de alcance planetario. Una ética del futuro sustituye entonces a una política de la utopía y encuentra sus fuentes en el filósofo Hans Jonas y su «principio de responsabilidad»[8].

    Si el intelectual que se pone al servicio de una causa histórica ha muerto hace ya tiempo, la inteligencia hipercrítica conoce entonces una crisis de decaimiento. No es de extrañar que haya podido hablarse del «silencio de los intelectuales», acentuado incluso tras 1981 y la victoria de la izquierda política con un programa al que no se adhieren verdaderamente los intelectuales, que se apropian más bien de las tesis críticas del marxismo expresadas por Raymond Aron en 1955 en L’Opium des intellectuels[9]. La controversia suscitada por ese «silencio» fue particularmente ruidosa. Para Jean-François Lyotard, esta anuncia la entrada a la «tumba de los intelectuales»[10]. Maurice Blanchot, por su parte, sale de su reserva acostumbrada para advertir contra la idea de un descanso eterno de los intelectuales, ya que, en la hipótesis en que, como los cruzados que partieron para «liberar al Cristo en el sepulcro venerable», pusieran la mano en una tumba que saben vacía, no estarían «al final, sino al comienzo de su pena, al haber tomado conciencia de que solo habría ociosidad en la búsqueda infinita de las obras»[11]. Maurice Blanchot, al constatar que el término «intelectual» tiene mala reputación y es cada vez mayor fuente de injurias, pretende perseverar en una función crítica que prohíbe a los intelectuales huir de sus responsabilidades: «No me cuento entre quienes depositan con el corazón satisfecho la losa funeraria sobre los in­te­lec­tua­les»[12]. Les aconseja mantenerse en un espacio de retirada de la política que les permita pensar la acción social y evitar así la jubilación. Se invita al intelectual a mantenerse vigilante y a ser consciente de sus límites como «el obstinado, el resistente, pues no hay mayor coraje que el coraje del pensamiento»[13].

    El nacimiento de la revista Le Débat en 1980 puede aparecer como la señal o el hito simbólico de un retorno de la coyuntura intelectual. Esta nueva publicación no pretende apoyar un sistema de pensamiento, un método de vocación unitaria, sino que invita a pasar de un compromiso político a un compromiso de tipo intelectual. Sustituyendo una comunidad de opinión por una comunidad de exigencia, invita a una pluralidad de autores de convicciones diferentes a sus columnas, convirtiéndose así en una encrucijada de ideas. Pierre Nora, su director, se plantea entonces la pregunta: «¿Qué pueden los intelectuales?», seguro de que el desplazamiento del centro de gravedad desde la literatura hasta las ciencias humanas está invirtiéndose. Las ciencias sociales han entendido que se habla un lenguaje distinto del que se cree hablar, que se ignora los motivos por los que se actúa y que el resultada escapa al proyecto inicial. Si esa tesis ha convencido y se ha impuesto, en adelante importa construir una nueva relación con el saber, ya que «al abrigo de la función crítica funciona de lleno la irresponsabilidad política de los intelectuales»[14].

    ¿Siglo de la irresponsabilidad? ¿Siglo de los trágicos o tragicomedia? Raymond Aron reprochaba al presidente Valéry Giscard d’Estaing su «ignorancia de que el mundo es trágico». Lo que aquí se relata es una crónica de los intelectuales franceses en lucha con la historia durante este segundo siglo XX, una manera de honrar el pasado y de construirle una «tumba» para volver a dar lugar a posibles reaperturas de proyectos de futuro liberados de los errores de ese pasado.

    Sin pretender privilegio alguno en la competencia interpretativa, debo situarme en esta historia como alguien perteneciente a una generación que creyó no tener que hacer el duelo que condujo a la generación precedente, la de la posguerra, y entre ella a muchos historiadores que habían pasado por el Parti communiste fran­çais (François Furet, Denis Richet, Jacques Ozouf, Mona Ozouf, Emmanuel Le Roy Ladurie…) a separarse del objeto de su adoración. Al contrario, hubo que pasar también por ese trabajo de duelo de lo que para muchos de nosotros fue su identidad política, la de nuestra juventud, nutrida por una fe inquebrantable en los mañanas que cantan, consagrando todos sus esfuerzos a hacer cantar la historia con ocasión de una próxima Gran Noche.

    Hubo que transigir con la muerte de la idea de ruptura salvadora al ritmo de los descubrimientos de lo que recubría. En un ataque polémico, Pierre Viansson-Ponté, cronista de Le Monde, a propósito de la irrupción de los nuevos filósofos[15], estigmatizó a esos «niños consentidos», a esos «pobres gatitos extraviados». En efecto, hubo que vivir «años huérfanos»[16] y reencontrar otras vías de esperanza. El camino seguido fue el de un laborioso trabajo de catarsis y anamnesis para someter a crítica lo que había sido objeto de creencia y captar sus límites y aporías, evitando abandonarse a los demasiado famosos giros de 180 grados que conoce en general la vida intelectual francesa. Recuperando la bella metáfora de Michel de Certeau, podría decirse que los recorridos singulares que ya ha rastreado, los de Paul Ricœur, Michel de Certeau, Félix Gua­ttari, Gilles Deleuze, Pierre Nora y Cornelius Castoriadis, son un poco una manera de honrar el pasado poniendo en su lugar sus ilusiones, para que no vengan a rondar el presente a nuestras espaldas. Acompañando esos recorridos biográficos, mis investigaciones sobre la evolución de la escuela histórica francesa, y después sobre las de las ciencias sociales en general, participaban en la búsqueda de un nuevo acercamiento, ajeno a las simplificaciones del reduccionismo. Ha llegado el momento de hacer una síntesis de todo ese periodo para mejor dominar las pulsiones colectivas.

    * * *

    Esta crónica de los grandes retos que movilizaron a los intelectuales franceses entre 1944 y 1989, tanto en el plano político como en el cultural y el teórico, hace que la noción de generación resulte iluminadora, siguiendo el ejemplo dado por Jean-François Sirinelli en su tesis[17]. Las generaciones intelectuales que se han sucedido desde la posguerra se han adherido al momento existencialista, y después al estructuralista, para finalmente dar un giro que puede calificarse de reflexivo y orientado por el sentido de la acción del ser humano[18]. La noción de generación, más lábil y desaparecida en ciertas circunstancias históricas, cristaliza con mayor facilidad cuando define la identidad colectiva en torno a un acontecimiento que movilizó con gran intensidad a los espíritus. Así ocurrió con la generación revolucionaria de 1789, luego con las de 1830 y 1848, los partidarios de la Comuna, los antiguos combatientes de la Primera Guerra mundial, de la Resistencia. Si seguimos las enseñanzas de Hegel interpretadas por Kojève, 1968, al no dejar víctimas, sería un no-acontecimiento; pero ¿debe juzgarse lo que es un acontecimiento solo a la luz de sus cadáveres? 1968 fue uno de esos momentos de cristalización generacional[19]. Este acontecimiento enigmático sirve aquí de escansión mayor entre dos periodos, divididos en dos volúmenes, que delimitan, como toda ruptura, un antes y un después.

    Ese acontecimiento, fue, en lo que me concierne, tanto más poderoso cuanto que, con 17 años, todavía no se tiene una visión trágica de conjunto de lo que ocurre, sino que se atraviesa el acontecimiento recibiendo de lleno su parte subversiva y creadora. Michel de Certeau percibió con tino mayor de 1968 en un texto escrito en caliente, en el mes de junio[20]. Analizó lo que expresaba una generación que no se satisfacía con la circulación mercantil del sentido y manifestaba un espíritu de fraternidad, de sociabilidad abierta a favor de un deshielo de la palabra, abriendo puertas y ventanas de habitáculos privados para dar cabida al otro y al diálogo. Eso dio lugar a un temblor de la historia, a una revuelta de orden esencialmente existencial.

    Por mi parte, esa irrupción del año 1968 fue memorable, como para muchos, ya que en pocos meses tuve la ocasión de vivir tres experiencias intensas en diversos lugares. Primero en mayo, en las calles de París, donde ese movimiento que «desplazaba las líneas» y liberaba una palabra confiscada ponía fin a la clase magistral impartida por un poder que imponía su sola vía/voz. Mientras descubría apenas, aún adolescente, la fuerza irruptora de esa primavera, iba a encontrarme fortuitamente, en el mes de agosto de 1968, en Praga, donde viví los diez primeros días de la ocupación por las tropas soviéticas. Ver a tanques imponer su ley, en nombre del comunismo, a un pueblo unánime y conseguir quebrar esa resistencia fue una segunda lección de historia precoz. El tercer momento constitutivo de ese año 1968 comenzó con mi vida estudiantil en el microcosmos muy singular de la universidad experimental de Vincennes, alto lugar de la modernidad y de fijación del izquierdismo, situado fuera de la ciudad, en pleno bosque. Si hubo un lugar de la palabra, estuvo ahí. Fuera de todo academicismo, la Universidad de Vincennes hizo de la pluridisciplinaridad su religión. A una efervescencia intelectual espectacular se unía una agitación política permanente, con la idea de que Mayo de 1968 no era más que un «ensayo general» de una revolución por llegar, muy próxima, cuyos comienzos no había que perderse. Deseoso de dar una dimensión colectiva a mi compromiso político, me adherí entonces a la naciente Ligue communiste révolutionnaire (LCR), que, a comienzos de 1969, contaba en el campus con cierto número de estrellas, entre las que se contaba Henri Weber, entonces miembro de la oficina política, que llegaría a senador, así como el antiguo dirigente de los Comités d’action lycéens (CAL) de Mayo de 1968, Michel Recanati, también miembro de la oficina política y que se suicidaría algunos años más tarde[21]. Para nuestra generación, por lo tanto, también fue imperativo hacer ese trabajo de duelo y unirse así, de manera diferida, a la generación que nos había precedido.

    * * *

    Esta historia de los intelectuales se ha concebido como una puesta a prueba de los esquemas de explicación reductores. Hace necesaria una verdadera cura de adelgazamiento de los argumentos explicativos. Ciertamente, determinado número de instrumentos metodológicos son útiles para dar cuenta de lo ocurrido, pero no pueden ser más que mediaciones imperfectas que dejan escapar una buena parte de lo que da su sabor a la historia intelectual. Esta historia constituye un dominio incierto, un entrelazado de aproximaciones múltiples a las que se asocia la voluntad de volver a dibujar los contornos de una historia global. De ahí resulta una forma de «indeterminación teórica» que postulo como un principio de investigación y de conocimiento en el ámbito de la historia intelectual.

    Esa indeterminación remite a ese entrelazado necesario de un recorrido puramente interno que solo tomaría en consideración el contenido de las obras y las ideas y de un recorrido externo que se contentaría con una explicación de los contenidos en función de su contexto. La historia intelectual solo es posible si supera esa engañosa alternativa y piensa juntos los dos polos. Por lo tanto, es inútil plantear una crónica que se detendría en el umbral de las obras, privilegiando las meras manifestaciones históricas y sociales de la vida intelectual.

    El estudio de los modos de compromiso político de los intelectuales es indispensable, pero solo da cuenta parcialmente de la mayor parte de la propia actividad intelectual, nutrida de visiones del mundo, de representaciones, de prácticas llevadas a cabo por escuelas de pensamiento, de paradigmas en sentido amplio que inspiran orientaciones convergentes vinculadas a momentos singulares. La toma en consideración conjunto de un punto de vista a la vez interno y externo permite dar testimonio de la complejidad de las situaciones y de liberarse de relaciones causales estrechas, como, por ejemplo, la que preside una lógica de la sospecha que reduce al otro a su posicionamiento social, espacial, o a su personalidad psicológica. Semejante enfoque ha servido en demasía a empresas de descalificación que, movidas por la pereza, se arrogan el derecho de juzgar sin entender, de desconocer el contenido en nombre de lo que habla a sus espaldas. Jean-François Sirinelli ha puesto justamente en guardia contra toda tentación de eludir el «corazón del acto de inteligencia» en estudios que se limitarían a restituir los efectos microsociales de las redes de sociabilidad intelectuales: «Hay un imperativo categórico de la historia de las elites culturales: no debe pasar por alto el estudio de las obras y las corrientes»[22].

    Semejante aproximación supone una entrada en el discurso mismo, una inmersión en las obras al mismo tiempo que un distanciamiento en una búsqueda constante de comprensión del otro. Es la actitud que adopta, por ejemplo, Olivier Mongin, director de la revista Esprit, cuando publica una obra que abarca el periodo 1976-1993[23]. Su mérito es tomarse en serio a los agentes de la vida intelectual, penetrar en sus obras para rastrear en ellas las apuestas teóricas que oponen a las diversas corrientes que animan la vida de las ideas. Pues, como subraya Marcel Gauchet, «las ideas no engendran la realidad histórica ni son secretadas por ella: viven en la historia»[24].


    [1] Las referencias completas de las obras mencionadas en nota se consignan en las fuentes citadas que se encuentran al final del volumen.

    [2] Beauvoir, 1949 [ed. cast.: El segundo sexo, trad. Alicia Martorell, Madrid, Cátedra, 2005].

    [3] Soljenitsyn, 1974 [ed. org.: Архипела́г ГУЛА́Г, 1973; ed. cast.: Archipiélago Gulag, 3 vols., trad. Josep Güell, Barcelona, Tusquets, 2015].

    [4] Camus [1957], 1997, pp. 17-18.

    [5] Nora [2002], 2011, p. 412.

    [6] Hartog, 2003, p. 217.

    [7] Fukuyama, 1992.

    [8] Jonas, 1990 [ed. org.: Das Prinzip Verantwortung, Insel-Verlag, 1979; ed. cast.: El principio de responsabilidad, trad. Javier María Fernández, Barcelona, Herder, 2005].

    [9] Aron [1955], 2002.

    [10] Lyotard [1983], 1984.

    [11] Blanchot, 1984, p. 4.

    [12] Ibid., p. 5.

    [13] Ibid., p. 6.

    [14] Nora, 1980 (a), p. 17.

    [15] Viansson-Ponté, 1977, pp. 15-16.

    [16] Guillebaud, 1978.

    [17] Sirinelli, 1988.

    [18] Véase Gauchet, 1988 (a); Dosse [1995], 1997.

    [19] Véase Hamon y Rotman, 1987-1988.

    [20] Certeau, 1968.

    [21] Véase el bellísimo filme que le dedicó su amigo Romain Goupil, que obtuvo el premio Caméra d’or en el Festival de Cannes con Mourir à trente ans.

    [22] Sirinelli, 1997, p. 288.

    [23] Mongin, 1994.

    [24] Gauchet, 1988 (a), p. 169.

    PRIMERA PARTE

    EL ACONTECIMIENTO 68

    1. Los intelectuales en el punto de mira

    La protesta universitaria, especialmente activa desde el inicio del año 1968 en el campus universitario de Nanterre, desembocó en la constitución del Mouvement autonome du 22 Mars, comprometido principalmente en el apoyo a la lucha del pueblo vietnamita. La primera acción transgresora estudiantil del Mouvement du 22 Mars, a la que debió su popularidad inmediata, fue el asedio y la ocupación de los locales administrativos para exigir la liberación de Xavier Langlade, militante de la Jeunesse communiste révolutionnaire (JRC) detenido en el curso de una acción contra la embajada americana. En Nanterre se interrumpieron las clases hasta principios de mayo y, cuando el historiador René Rémond trató de garantizar la suya en uno de los grandes anfiteatros de la universidad, se encontró la sala ocupada por la organización de dos jornadas antiimperialistas. Considerando que la enseñanza tenía prioridad sobre la agitación política, René Rémond se negó a ceder: «Protesté ante el decano Grappin: este hecho, junto a otros, le llevó a pedir una vez más el cierre de la Facultad. Este cierre, que se hizo efectivo la tarde del jueves 2, es lo que produjo el desplazamiento de los estudiantes de Nanterre a París al día siguiente»[1]. En París, esta protesta adoptó una nueva dimensión cuando el rector Roche, transgrediendo la «franchise universitaire»[2], recurrió a la policía: «La intervención de las fuerzas policiales el 3 de mayo de 1968 en la Sorbona constituye, para la inteligentsia –y para los profesores universitarios en especial– más que un error, político, la violación de un «territorio sagrado»»[3]. Esta torpeza suscitó el rechazo del conjunto de los profesores universitarios y alimentó la popularidad creciente del Mouvement, que se enfrenta a la brutalidad policial, exagerada en esa época de paz civil.

    El cierre de la Sorbona, la detención y la condena de manifestantes a penas de cárcel exacerbaron la protesta, que reclamó con insistencia la anulación de estas medidas. En un primer momento, los profesores universitarios se colocaron en primera línea de defensa de sus estudiantes. El lunes 6 de mayo prometía ser una nueva jornada caliente. Cohn-Bendit, junto con siete compañeros, debía comparecer ante una comisión disciplinaria que se había reunido en la Universidad de París. A las 10 estaba prevista una manifestación, a la hora en la que tendría que comenzar la vista con los estudiantes. Daniel Cohn-Bendit, Jean-Pierre Duteuil, Yves Fleisch y sus camaradas suben relajados por la rue Saint-Jacques, cantando la Internacional, seguidos de una nube de periodistas. La comisión, presidida por el director de la École normale supérieure, Robert Flacelière, y compuesta por los decanos de las facultades y el rector Roche, se instaló en una Sorbona vacía, cerrada por la policía, en una atmósfera irreal: «En principio, los estudiantes debían comparecer de manera individual. Pero desde el inicio de la sesión se empezaron a juntar delante de la Sorbona»[4]. Entre los «abogados» de los estudiantes acusados, Henri Lefevre, Alain Touraine y Paul Ricœur se presentaron en la vista, que se tornó en parodia antes de autodisolverse de manera poco gloriosa: «Hacia las 12 horas 30 minutos, el presidente de la sesión me señala que, incluyéndose a él, solamente quedan dos jueces de los cinco previstos y que, por ello, no nos encontrábamos en situación de tomar ninguna decisión. El rector no ha vuelto a presentarse»[5]. A la salida, delante de los micrófonos de la prensa, Cohn-Bendit pudo declarar triunfante: «Nos hemos divertido mucho». El día acababa de empezar: es el preludio a la noche de los enfrentamientos más violentos, que dejará más de 400 heridos del lado de los manifestantes y 200 entre la policía. Mientras que el malestar universitario se convertía en un «cataclismo nacional», como temía Ricœur en 1964[6], parte del profesorado del departamento de Filosofía compartía las esperanzas de cambio radical de los estudiantes, especialmente Henry Duméry, Jean-François Lyotard y el amigo de Ricœur, Mi­kel Dufrenne.

    A partir del 7 de mayo, la solidaridad con los estudiantes se amplió y concentró a sensibilidades políticas muy diversas. La llamada a la solidaridad publicada en Le Monde el 7 de mayo decía: «alzarse con energía contra la violación del territorio universitario de la que la Sorbona ha sido, por primera vez, el escenario»[7], y revelaba este ensanchamiento al mundo intelectual. Al mismo tiempo, para evitar que los estudiantes se queden solos frente a las fuerzas de la policía, un buen número de universitarios se manifiestan junto a ellos. Mientras que la represión policial causaba estragos y el gobierno no cedía ante ninguna de las reivindicaciones, el 8 de mayo se constituyó un «Comité de apoyo a los estudiantes golpeados por la represión», formado por el grueso de los colaboradores de Les Temps modernes y de los de la antigua revista Arguments, y que pedía la extensión de la movilización y el apoyo de los obreros[8]. Incluso Raymond Aron, que posteriormente criticará con dureza el Mouvement de Mai, critica ahora una «falsa maniobra del gobierno»[9] que despierta un impulso solidario hacia los «indignados». El 8 de mayo, cinco premios Nobel firmaron conjuntamente un telegrama enviado al presidente de la República: «Pedimos hacer gesto personal rápidamente apaciguar revuelta estudiantes. Amnistía para estudiantes condenados. Reapertura de facultades. Con todo respeto»[10]. El 9 de mayo, a pesar de las múltiples intervenciones que piden calma, el ministerio de Educación Nacional anunció que «la Sorbona seguirá cerrada hasta que vuelva la paz»[11]. Los estudiantes recibieron el espaldarazo de una nueva declaración de intelectuales, entre los cuales se cuentan numerosos gaullistas de izquierdas[12], que pedían la dimisión del rector Roche, la amnistía de los estudiantes y la reapertura de la Sorbona. Reciben también el apoyo decidido de los surrealistas, que desde el 5 de mayo han distribuido un panfleto redactado por su jefe de filas, Jean Schuster, en nombre de un «colectivo de vanguardia contra la represión»: «¡Ningún Pasteur para esta rabia!»[13]. El movimiento surrealista había presentido y deseado esa explosión de la juventud, y se siente arropado por el acontecimiento. Recordemos que Jean Schuster ya había denunciado en 1958, junto con Mascolo, al golpe en Argelia creando una efímera revista, Le 14 Juillet, que denunciaba la fascistización de la vida política francesa. La revista del movimiento surrealista, L’Archibras, se reconocerá plenamente en la desacralización del escritor, en la primacía acordada a la imaginación y en otra relación con la realidad como forma de salir de la alienación. Poco antes de los acontecimientos de Mayo, los surrealistas se reafirmaban en que la misión del pensamiento poético era «ofrecer al hombre el poder de la profecía». El movimiento que se expresa en Mayo del 68 es por lo tanto para ellos una sorpresa divina que reabre el campo de lo posible: «Colma las esperas del movimiento antaño encarnado por André Breton y satisface el profetismo»[14].

    También el 9 de mayo Aragon se reunió con los estudiantes contestatarios en el Barrio Latino entre las pullas, los insultos y los pitidos. Aragon encarna al PCF (Parti communiste français) que los estudiantes desprecian, pilar entre otros del orden establecido y vector de todas las mentiras que pululan sobre el bloque del Este. Aragon no está, por lo tanto, en terreno conquistado. La posibilidad de expresar su apoyo al movimiento estudiantil se la debe a Daniel Cohn-Bendit, que, señalando que incluso los traidores tienen derecho a expresarse, obtuvo un silencio: «Apreciamos el valor que Aragon requiere para enfrentarse a la multitud y hacerle llegar su discurso en medio de la hostilidad generalizada»[15]. Delante de la Sorbona, Aragon consiguió decir que apoyaba a los estudiantes y les prometió dedicarles el siguiente número de Les Lettres françaises: «¡Estoy con vosotros! Pensad lo que queráis. Yo haré cuanto pueda para traer todos los aliados posibles»[16]. Aragon cumplirá su promesa, aportando un apoyo ferviente al movimiento estudiantil en el número del 15 de mayo de su revista, donde publicó los testimonios estudiantiles sobre las violencias policiales, así como una mesa redonda con los militantes del Mouvement du 22 Mars y los de la Union nationale des étudiants de France (Unef).

    Ese mismo día se publicó un nuevo manifiesto, inscribiendo el movimiento de los estudiantes en el marco de la protesta global, que había adquirido desde hace algún tiempo una dimensión internacional. El comunicado se publicó en Le Monde y lo firmaron «Jean-Paul Sartre, Henri Lefebvre y un grupo de escritores y filósofos». Denuncia con energía la represión, como síntoma de la violencia propia a todas las sociedades contemporáneas. Apela a un rechazo radical, lo único que puede evitar el escollo del desfallecimiento o de la apropiación. Así pues, «tiene una importancia capital, quizás decisiva, que el movimiento de los estudiantes, sin hacer promesas sino, al contrario, rechazando toda afirmación prematura, se oponga y conserve una potencia de negación capaz, en nuestra opinión, de abrir un porvenir»[17].

    La política de fuerza se impondrá y provocará la ruptura decisiva. En directo, en las ondas de Radio Luxembourg, tuvo lugar una última negociación entre el rector Chalin y el secretario general del Syndicat national de l’enseignement supérieur (SNESUP), Alain Geismar, mientras que, a un lado y al otro de las barricadas, se contiene el aliento. Chalin afirmó que no estaba autorizado más que a reiterar lo que ya había dicho el rector Roche. El enfrentamiento se hace inevitable y la manifestación del 10 de mayo, después de que Louis Joxe, primer ministro interino, hubiera dado la orden de evacuar el Barrio Latino, se saldó con muchísimos heridos. Los intentos de conciliación por parte de profesores universitarios como Alain Touraine, que negoció con el rector Roche, o de Jacques Monod, François Jacob, Alfred Kastler o Antoine Ciulioli, que pasaron la noche haciendo urgentes llamadas telefónicas, no sirvió de nada. La decisión del enfrentamiento se impuso:

    Un erudito ilustre –al que conozco y admiro– me llamó por teléfono, a las tres de la mañana, para pedirme que pusiera fin a esta «carnicería». «Pero ¿de quién me habla usted, profesor? ¿De los jóvenes que atacan a los guardianes del orden con adoquines que podrían ser armas mortales y que levantan barricadas en pleno París, o de los guardianes del orden que intentan restablecerlo?»[18].

    Los enfrentamientos de esa noche fueron especialmente cruentos y, al amanecer, se contaron 367 heridos entre los manifestantes y las fuerzas policiales. Milagrosamente, o gracias a la sangre fría y la mesura del comisario de policía de París, Maurice Grimaud, esa noche de barricadas terminó sin tener que lamentar ningún muerto[19]. En los ambientes universitarios la emoción se desborda. Al día siguiente, Jacques Monod, ante 200 profesores reunidos en asamblea general, de las facultades de ciencias de París y Orsay, sometió a votación una moción que declaraba que «el ministro de Educación Nacional ya no goza de nuestra confianza»[20]. También en la Sorbona se exigió que se cumplieran las reivindicaciones de los manifestantes: liberación de los estudiantes detenidos, reapertura de la Sorbona, salida de las fuerzas policiales del Barrio Latino. Rápidamente, todas las instituciones universitarias se unieron a la revuelta, incluso la ENA, donde los alumnos votaron una moción de censura contra los métodos empleados por las fuerzas del orden. La crisis abierta desbordó a partir de ese momento el marco universitario. Se desencadenaron huelgas obreras en sectores punteros como Sud-Aviation y después; a todo lo largo del mes de mayo, el movimiento se extendió al conjunto de la sociedad francesa en huelga y en crisis de régimen político.

    Los medios de comunicación contribuyeron en buena medida a ampliar el acontecimiento. Pierre Nora, en 1972, expondría la gravedad de la brecha abierta con ocasión de Mayo del 68, que contempló la aparición del «acontecimiento monstruo» en la historia y consagró «el regreso del acontecimiento»[21]. En las raíces de esta reflexión está la experiencia que vivió acogiendo a un periodista de Europe I en su balcón del bulevar Saint-Michel durante la noche de las barricadas del 10 de mayo. Pierre Nora asistió como testigo directo a las explosiones de las granadas ofensivas acompañadas de su reverberación hasta el infinito. Comprendió sobre todo la capacidad extraordinaria de amplificación que posee el medio radiofónico para hacer vivir el acontecimiento en una relación de inmediatez sobre todo el territorio francés, hasta sus rincones más recónditos. Concluyó de esto que, en la era moderna, no se puede separar de manera artificial un acontecimiento de sus medios de producción y difusión. Lejos de mantenerse en una relación de exterioridad, los medios de comunicación de masas participan plenamente en la naturaleza de lo que transmiten. Incluso se podría decir que el acontecimiento existe gracias a ellos. Para que lo sea, el acontecimiento debe ser conocido y los medios de comunicación asumen cada vez más ese papel de vectores de esa toma de conocimiento: «El monopolio de la historia empezaba a volcarse en los medios de comunicación de masas. Ahora les pertenece por completo. En nuestras sociedades contemporáneas el acontecimiento nos impresiona y no lo podemos soslayar gracias a ellos y solo a ellos»[22]. El primer acontecimiento moderno, el caso Dreyfus, fue orquestado por la prensa y le debe todo a ella, hasta el punto de que se puede afirmar que sin la prensa es posible que hubiera habido una injusticia penal, pero no un asunto nacional. A la prensa se le asoció la radio, que había desempeñado un papel tan importante durante la Segunda Guerra Mundial, cuando escuchar Radio Londres ya era en sí un acto de resistencia. Justamente porque había calibrado bien la dimensión de esa potencia de amplificación, que sufrió a sus expensas a lo largo de todo el mes de mayo de 1968, el general De Gaulle consiguió darle por completo la vuelta a la situación el 30 de mayo, con un discurso vigoroso y difundido exclusivamente por la radio, llevado por todos los transistores a cada lugar de trabajo en pleno mediodía, recordando en la conciencia colectiva a aquella famosa alocución del 18 de junio de 1940. Con el medio televisivo, esta centralidad en la fabricación del acontecimiento no dejó de aumentar. Las imágenes de los primeros pasos del ser humano sobre la Luna fueron la ocasión de un acontecimiento de dimensiones mundiales gracias a la retransmisión en directo por la televisión.

    Le Monde y Le Nouvel Observateur no escondían sus simpatías por el movimiento estudiantil. Denunciaban la política represiva que llevaba a cabo el gobierno y abrieron sus columnas a los intelectuales, que expresaron su entusiasmo ante lo que parecía ser una reapertura de la historia. En el mundo editorial, la euforia se desbordaba en algunas editoriales. Es el caso de Paul Flamand, fundador junto con Jean Bardet de la editorial Seuil, que vivió con pasión los acontecimientos de Mayo del 68: «¡No era fácil evocar con Paul aquellos días de la primavera del 68! ¡Se quedó he­chi­za­do!»[23]. Veía en ellos la expresión de un deseo de reconquista del sentido por parte de la nueva generación que le recordaba sin duda sus primeros compromisos personalistas. Le encantaba ese desbordamiento de ideas en la calle, a distancia del saber académico confinado de la universidad y en ruptura con este, porque no había olvidado que su posición de culto autodidacta le debía mucho a los encuentros, al intercambio fraternal de palabras. Buscó editores en su empresa para acompañar el movimiento de reflexión, de interpretación, de perfeccionamiento de las herramientas militantes y los primeros dossiers fácticos para construir con ellos la historia. Fue en especial el caso de Claude Durand, que entró en Seuil en 1965 a través de la revista Écrire y de la colección del mismo nombre, ambas dirigidas por Jean Cayrol. Durand creó en 1968 la colección «Combats» a partir del cuestionamiento de la evolución demasiado neouniversitaria de la editorial y acompañó con la colección las luchas más radicales de todo el mundo. Pero Claude Durand no fue el único en llevar a Seuil el estado de ánimo sesentayochista. Jean Lacouture, a pesar de sus profundas reticencias ante el movimiento de Mayo, se hizo en seguida un portavoz de este en su colección «L’histoire inmédiate», donde volvemos a encontrarnos con Alain Touraine, Pierre Vidal-Naquet y también con Edgar Morin. Más de cien publicaciones puntuarán «el espíritu de Mayo» hasta diciembre de 1968. También fue Seuil quien editó Le Petit Livre Rouge des citations du président Mao en circunstancias rocambolescas. Como China no había firmado la convención universal sobre los derechos de autor de 1952, este superventas estaba libre de derechos. La cuestión de su eventual publicación se discutió en Seuil en un comité de lectura. La mitad del comité, liderado por Luc Estang, rabiaba: ¿Cómo se podía publicar un instrumento de propaganda así de un régimen totalitario? Y añadía que la ética editorial impedía hacerlo. ¿Habríamos editado Mein Kampf? La otra mitad del comité pensaba, por el contrario, que el deber de Seuil era hacer público ese libro del que todo el mundo hablaba y que eso no implicaba adhesión ninguna a las tesis del Gran Timonel. El tono se elevaba, la situación amenazaba con degenerar y, en un momento dado, el codirector de Seuil, Jean Bardet, se ausentó. Había ido a llevar el texto a la imprenta. Ese golpe de mano le permitió vender unos 170.000 ejemplares y eso hizo que se reconstruyera rápidamente el consenso en torno a la dirección de la editorial. Esas utopías de Mayo suscitaron el entusiasmo de Flamand, que tuvo también la inteligencia de recuperar en Seuil, a finales de la década de 1970, a muchos de los huérfanos de Mayo, exmilitantes de extrema izquierda reciclados[24]. Entre esos jóvenes contestatarios que se habían dado una cultura ligada a sus esperanzas, Flamand recuperaba ecos de su trayectoria al margen de las instituciones académicas.

    Epicentro de esta efervescencia de la expresión de quienes no tienen voz y de esa voluntad de tomar la palabra, el editor François Maspero no podía sino vibrar en el corazón del movimiento de Mayo de 1968. Su editorial y su librería se consideraban ahora más que nunca el lugar mismo de la enunciación de la nueva sensibilidad que surgía en estos tiempos de protesta frontal. La librería vuelve a ser, como lo fue durante la Guerra de Argelia, un lugar de batalla. El 6 de mayo, después de que se dispersara la manifestación por el bulevar Saint-Michel numerosos manifestantes se refugiaron en la librería La Joie de lire, seguidos hasta el interior por la policía, y sufrieron el lanzamiento de granadas que soltaban un gas no identificado. Varios libreros, entre ellos Georges Dupré y Claire Grima, perdieron la vista durante muchos días después de una estancia en el hospital.

    Después de Mayo del 68, Maspero podía felicitarse del innegable éxito de su editorial, cuyas ventas y el número de colecciones no dejaba de crecer[25]. El éxito y la afluencia del público fueron tales que los locales de la librería pronto se quedaron pequeños. Maspero decidió entonces invertir, endeudarse y, con la ayuda de Jérôme Lindon, adquirió un local enfrente de su librería, en el 19 de la rue Saint-Séverin. Abrió ahí una segunda librería en la que exponía los libros de filosofía, de las diversas corrientes del marxismo, las ciencias humanas, los libros de bolsillo, así como la biblioteca extranjera, mientras que la librería madre del número 40 de la misma calle se quedó con la literatura, el arte y las revistas. Llevado por el entusiasmo sesentayochista, Maspero, mientras seguía con la edición de todas las corrientes del marxismo, se adhiere en 1969 a la Ligue communiste, dirigida por Alain Krivine, en la sección francesa de la Cuarta Internacional, una de las organizaciones trotskistas menos sectarias. Las publicaciones militantes se multiplicaban, se crearon nuevas colecciones[26]. La radicalización de la orientación política de la editorial se expresaba con claridad: «Al estilo en buena medida abierto (universitario) de las Éditions Maspero debe sucederle un estilo más directamente político, ahora que la repu­tación de la editorial está bien asentada»[27]. Su intención era convertir la editorial en un lugar de confluencia de los diversos componentes de la extrema izquierda, Togliatti tanto como Castro o Mao, mientras que todo ese mundo político estaba en aquella época terriblemente enclaustrado en fronteras que se cuidaban mucho de franquear.

    UN VIENTO DE REVUELTA QUE SOPLA DESDE MUY LEJOS

    Cuando estallan los acontecimientos de Mayo del 68, destrozando gravemente el gaullismo y dando lugar al movimiento social más grande que haya conocido Francia, con sus diez millones de huelguistas y un país paralizado durante casi un mes, a todo el mundo le sorprendió la potencia de esa ruptura. Ese viento de revuelta sin embargo se había apoderado de buena parte de la juventud escolarizada desde mediados de la década de 1960. Algunos grupitos, sin duda muy marginales, habían detectado los signos precursores, como Socialisme ou barbarie, que editaba una revista con el mismo nombre. Los pocos supervivientes de ese periódico, que ya no había publicado más números desde 1965 y que se autodisolvió en 1967, asombrados de que lo que habían analizado como una apatía bien anclada en el tiempo se transformara de repente en deseo de acción y de creación colectiva, con una juventud que colocaba la imaginación al poder, siguieron con fervor el movimiento.

    Mientras que toda una construcción mitológica conservará el impacto de la Internationale situattioniste sobre la eclosión de este movimiento de protesta, la realidad se sitúa más bien del lado de Socialisme ou barbarie. Daniel Cohn-Bendit, líder e incluso símbolo de Mayo del 68, figura emblemática y carismática del Mouvement du 22 Mars, así lo atestigua. Estudiante de sociología en la Universidad de Nanterre, allí atendía, entre otras, las clases de Henri Lefevbre y de Alain Touraine, y usaba los argumentos que encontraba en Socialisme ou barbarie para contestar a este último: «Touraine examinaba el desarrollo de la sociedad francesa y hablaba del fin del proletariado y entonces fue cuando le dije: "Haría bien en leer Socialisme ou barbarie, porque esa revista demuestra que el proletariado existe, que no es un fantasma intelectual"»[28]. Daniel Cohn-Bendit conocía la revista a través de su hermano Gabriel, nueve años mayor que él y que pertenecía entonces a la minoría de un grupúsculo de mayoría anarquizante que quería reconciliar un marxismo abierto con las ideas libertarias: «Saqué un poco de todo lo que existía en los márgenes de las grandes escuelas de pensamiento, que eran bastante totalitarias, así que para nosotros Socialisme ou barbarie ha sido muy importante»[29].

    Por su parte, Socialisme ou barbarie había sido una de las primeras corrientes que se hizo eco en Francia de los acontecimientos de Berkeley de 1962-1963 y que los interpretó como una revuelta significativa de la juventud contra el orden establecido. A Daniel Cohn-Bendit le sedujo la revista, cuya concepción de la política anticipa lo que será más tarde una revolución cultural sin necesidad de recuperarla dentro de los esquemas tradicionales del marxismo leninismo, y que consideraba que estos movimientos de las universidades americanas eran acontecimientos sociales de un tipo nuevo. En su libro Le Gauchisme. Remède à la maladie sénile du communisme, publicado inmediatamente después de Mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit subraya esta cercanía entre las tesis de Socialisme ou barbarie y lo que expresaba la protesta sesentayochista:

    El movimiento estudiantil es revolucionario y no universitario. No se niega a las reformas (su acción las provoca…) pero intenta, más allá de las satisfacciones inmediatas, elaborar una estrategia que permita un cambio radical de la sociedad. Estas tesis, expresadas en 1963 por Socialisme ou barbarie, se han revelado, a la luz de los acontecimientos recientes, como justas e ineluctables[30].

    Daniel Cohn-Bendit confirmará esa influencia en un debate público con Castoriadis en Lovaina en 1981:

    No hay mucha gente que entienda por qué me avergüenza hablar después de Castoriadis. Si hay alguien que me haya influido y que haya evitado que cometa no pocas tonterías políticas antes de empezar a hacer política, es gente como Castoriadis y ese grupo que ha mencionado, Socialisme ou barbarie, y también mi hermano, que leía su revista y que formó parte de rebote de ese grupo. Y ahora me encuentro un poco en la situación de un marxista que se hubiera pasado años leyendo a Marx y que una tarde se encuentra debatiendo con Marx. Les aseguro que no me es fácil […]. Leíamos Socialisme ou barbarie, sacamos nuestros ejemplos de la historia: los consejos obreros húngaros, los consejos obreros alemanes[31].

    En el seno de esta revolución de un tipo nuevo que había deseado sin cesar después de la posguerra, Castoriadis, solo, sin una revista a su disposición, se dedica a reunir de nuevo a sus camaradas dispersados para enseñarles un texto de análisis en caliente de los acontecimientos en curso. Una docena escasa de los antiguos miembros de Socialisme ou barbarie se reúnen varias veces en casa de Castoriadis durante los meses de mayo y junio de 1968, debatiendo este texto y preguntándose si no sería oportuno volver a la acción y relanzar el grupo. En el bastión de la clase obrera, siempre en Renault-Billancourt, en 1968, Daniel Mothé, arrastrado por los acontecimientos, rompió su aislamiento: asumió la cabeza del movimiento obrero que había decidido hacerle una huelga a la dirección sin esperar las consignas sindicales.

    Castoriadis, que aún no tiene la nacionalidad francesa, debe cuidarse de no dar un mal paso que pudiera exponerle a la extradición: no firmaría su texto. Como tampoco podía firmarse con el nombre de un grupo difunto, redactó, después de los debates con los miembros del grupo, un panfleto bajo el pseudónimo de Jean-Marc Coudray. Ese texto, listo hacia el 20 de mayo, es excepcionalmente largo para ser un panfleto: 26 páginas. Primero mimeografiado con los medios a su disposición, pronto se difundió como un texto de intervención en el seno del movimiento. Por su parte, Edgar Morin insistía sobre todo en el surgimiento de una nueva fuerza política y social, la de la juventud contestataria frente al mundo adulto, en una especie de lucha de clases de edad desencadenada contra la autoridad que da la experiencia. Retoma estos análisis en caliente en Le Monde, que los publica durante el mes de mayo[32].

    Poco después, al principio del verano de 1968, el trío de amigos –Morin, Castoriadis y Lefort– publican La Brèche en Fayard. El libro está formado por las «tribunas» de Morin publicadas en mayo en Le Monde y por el texto mimeografiado de Castoriadis firmado como Coudray, con el añadido de una segunda parte para esta publicación y un texto de Claude Lefort. Es, sin apenas dudas, junto con el de Michel de Certeau publicado en la revista Études en junio de 1968, el mejor análisis del movimiento, el más cercano a sus actores. El libro tiene enseguida un enorme éxito: «El número de lectores de La Brèche aumenta sorprendentemente. Orengo me anuncia una segunda reimpresión»[33].

    En su aportación, Castoriadis, a la escucha de lo que ocurre y de un sentido en construcción, situó el movimiento de Mayo del 68 en la línea de los que le precedieron: 1871, 1917, 1936, 1956… sin por ello plegar la novedad a la tradición, por muy revolucionaria que fuera. Porque, defiende Castoriadis, «es la primera vez que, en una sociedad burocrática moderna, estalla a ojos de todo el mundo y se propaga en todo el mundo ya no solo la reivindicación sino una afirmación revolucionaria completamente radical»[34]. En esa explosión del movimiento él veía el surgimiento de potencialidades de creatividad hasta ese momento contenidas por el sistema. Expresa su entusiasmo ante un movimiento que tiene su dinámica propia y autónoma, protegida de las manipulaciones de los aparatos, todos ellos desbordados y desconcertados, lo que atestigua, en su opinión, la precisión del análisis que hacía Socialisme ou barbarie, sin citar en ningún momento esa corriente. En su opinión, la línea de ruptura que divide la sociedad moderna no separa a propietarios y fuerza de trabajo, sino a dirigentes y ejecutores. Castoriadis se lamentaba por el contrario de lo que él conocía bien por haberlo vivido en el interior del movimiento trotskista: la rutinización ideológica de los grupos de extrema izquierda encerrados en su dogma, incapaces de no hacer nada más que «desenrollar interminablemente las cintas magnéticas grabadas de una vez para siempre y que ocupan el lugar de los intestinos»[35].

    En esa misma obra, Claude Lefort insistía en la novedad del acontecimiento ocurrido: «Ese acontecimiento que ha sacudido a la sociedad francesa, cada cual trata de nombrarlo, cada cual trata de llevarlo a lo conocido, cada cual busca prever sus consecuencias. […] En vano»[36]. Él lo interpreta como un movimiento de protesta de las relaciones jerárquicas y de la división entre dirigentes y ejecutores, separación que Socialisme ou barbarie ya había diagnosticado como constitutiva del sistema burocrático. En cambio, aunque Castoriadis considera que Mayo del 68 es una revolución frustrada, abortada por falta de organización, Lefort la considera más bien una revuelta conseguida, que conjuga audacia y realismo, en la medida en la que, en su opinión, el poder no es algo que hay que tomar, sino que protestar. Encontramos aquí su teoría de la indeterminación del poder político en una democracia, del agrupamiento en torno a un lugar vacío. Mayo del 68, «revolución política para Castoriadis, apoyada por la organización de un movimiento revolucionario orientado hacia la toma del poder, revolución simbólica para Lefort»[37].

    Un foco de efervescencia especial surgió en 1968 en el campus universitario de Caen, donde Lefort era profesor asociado de sociología desde 1966. Lefort le pidió a un joven y brillante socio economista, Alain Caillé, que fuera su ayudante. Este último preparaba entonces una investigación destinada a deconstruir el mito de la planificación como «ideología de la burocracia», tesis muy cercana a las de Socialisme ou barbarie, que Caillé descubre con mucho interés. Con la excepción de los historiadores, bajo la influencia de Pierre Chaunu, estrechamente vinculados con la defensa del poder actual, todo el campus de Caen optó por el bando de la protesta a partir de un discurso determinante de Lefort. El 12 de mayo, Alain Caillé estaba almorzando con él cuando escucharon por la radio que la policía podría intervenir en las universidades. Ante dos o tres mil estudiantes reunidos en asamblea general, Lefort intervino y anunció en dos minutos la necesidad de organizarse, ocupar los locales, hacer barricadas; todo el mundo se puso manos a la obra. En Caen, el estudiante con mayor talento y más apreciado por Lefort es Marcel Gauchet. Nacido en 1946 en la aldea de Poilley, en la Mancha, es hijo de un peón caminero y una costurera. En 1961 ingresó en la École normale de instituteurs de Saint-Lô y a los 16 años conoció a Didier Anger, militante activo de la École emancipée, que le inicia en las tesis defendidas por su organización, Pouvoir ouvrier, una escisión de Socialisme ou barbarie de 1963. Su primera acción política fue una huelga de hambre para protestar por la represión policial en el metro de Charonne en 1962. El ambiente muy politizado de la École normale, dividido entre los comunistas y este grupito de antiestalinistas apiñado en torno a Daniel Anger, llevó a Marcel Gauchet a la lectura de Socialisme ou barbarie, cuyos números, a pesar de la escisión, eran considerados documentos sagrados y conservados como tales con toda devoción. Marcel Gauchet descubrió los artículos de Castoriadis bajo los nombres de Chaulieu o de Cardan, especialmente su conocido artículo sobre las relaciones de producción en Rusia, que consideró, desde su primera lectura, como un texto fundacional.

    La primacía de la política empujó a Marcel Gauchet a una auténtica bulimia de saber. Se lanzó a estudiar tres grados a la vez: filosofía, historia y sociología. Buscando radicalizar su ruptura con la vulgata marxista, entiende que Lefort está demasiado apegado a Marx, que supone todavía lo esencial de su enseñanza. Marcel Gauchet no dudó en tirar al bebé con el agua del baño, es decir, a Marx con Stalin: veía la verdadera respuesta en el lado de la historia, en pensar la construcción de una teoría alternativa de la historia. Mayo del 68 lo llenó de alegría, porque enseguida reconoció en él la expresión misma de su pensamiento. Participó plenamente del movimiento en su componente dominante, espontaneísta, y viajó regularmente entre Caen y París, disfrutando la caída de los aparatos institucionales, ya fueran gaullistas o comunistas. En torno a Marcel Gauchet, se formó una banda de estudiantes de Caen en la misma longitud de onda: Marcel Jaeger, Jean-Pierre Le Goff, Paul Yonnet, Pierre Boisard…

    En Nanterre, en el pletórico departamento de Sociología, verdadero absceso en el que se fija la enfermedad estudiantil, entre las posiciones más dubitativas y menos comprometidas, dominaba la figura del profesor Alain Touraine. Este último privilegia, en el saber que transmite, el papel de la acción y las posibilidades del cambio, la función de los individuos y de las categorías sociales en estas transformaciones. Establece un paralelismo entre los movimientos estudiantiles de la década de 1960 y los movimientos obreros del siglo XIX, valorando así la institución universitaria como el lugar decisivo del cambio. Su crítica de la sociedad francesa en nombre de una modernización necesaria estuvo en sintonía con buena parte del movimiento estudiantil, un verdadero movimiento social al que dedicará en 1968 su obra Le Mouvement de mai ou le communiste utopique[38]. La otra personalidad del campus de Nanterre que impartía un saber crítico era el filósofo Henri Lefebvre. Su enseñanza en Nanterre se centra en una crítica de la sociedad bajo sus diversos aspectos. Su mérito esencial fue haber sabido superar el nivel exclusivamente economicista para incluir en su análisis los diversos aspectos de la vida cotidiana de la población: su marco de vida, el urbanismo, las creencias. Henri Lefebvre puso en funcionamiento los conceptos de forma, de función y de estructura sin privilegiar ninguno de ellos, y reprochó al estructuralismo que destacara este último en detrimento del resto de niveles de análisis. Primero en el CNRS, después en la facultad de Estrasburgo, lugar de nacimiento del situacionismo y del opúsculo De la misère en milieu étudiant, entre 1958 y 1963, Henri Lefebvre obtuvo plaza en Nanterre en 1964, en el momento de la creación de la universidad. Su trabajo crítico es transmitido por sus dos ayudantes: Jean Baudrillard y René Lourau. Encontramos un sincretismo semejante en Jean Baudrillard, que se inscribe en doctorado con Pierre Bourdieu en 1966-1967 y cuyo trabajo crítico se asemeja mucho al de Roland Barthes. En la continuidad del trabajo inacabado de Mythologies, Jean Baudrillard prosigue con el decapado crítico de la ideología de la sociedad de consumo en una perspectiva socio-semiológica cuando publica en 1968 Le Système des objets[39] y, en 1969, un artículo en Communications en el que critica el concepto habitual de necesidad, de valor de uso de los objetos de consumo, para reemplazarlo por su función de signo[40].

    El departamento de Filosofía de Nanterre está también dominado por dos personalidades que escuchan a la juventud: Paul Ricœur y Emmanuel Levinas, partidarios de un enfoque fenomenológico. En cuanto al departamento de Psicología, dos de sus cuatro docentes, Didier Anzieu y Jean Maisonneuve, practican la psicología social clínica, rodeados de ayudantes con experiencia en dinámicas de grupo y sobre todo con teóricos americanos entre sus referentes: Jacob Levy Moreno, Kurt Lewin, Carl Rogers. Didier Anzieu, que publicaba entonces bajo el pseudónimo de Épistémon, ve en la protesta en aumento de la facultad de Nanterre una extensión de esas dinámicas de grupo: «Lo que la psicología social concebía como la dinámica de los grupos limitados se convertía bruscamente en la dinámica de los grupos generalizados»[41].

    LA REVANCHA DE SARTRE

    Ataque de fiebre existencial por parte de una juventud exigente, este movimiento es para Sartre una revancha que saborea aún más después de que hubieran creído poder enterrarlo dos años antes, cuando Michel Foucault lo presentaba como un viejo filósofo del siglo XIX. Como escribía Épistémón (Didier Anzieu): «El motín estudiantil de Mayo experimentó de primera mano la verdad de la fórmula sartriana: El grupo es el comienzo de la hu­ma­ni­dad»[42]. De hecho, el análisis sartreano de la alienación del individuo atrapado en lo práctico-inerte, que ponía en valor su capacidad de imponer la libertad mediante el compromiso, constituyéndose en grupos fusionados en una dialéctica que empuja a salir de la serialización, de la atomización, permite comprender mejor esta irrupción del movimiento de Mayo del 68.

    El movimiento de Mayo no se confunde y el único gran intelectual al que se le permitió hablar en el anfiteatro de la Sorbona en el momento de los acontecimientos es a Jean-Paul Sartre, reconciliado así con la juventud. El 20 de mayo tomó la palabra en una universidad ocupada día y noche por los estudiantes desde hace una semana: «Ante el anuncio de la llegada de Sartre, miles de jóvenes tomaron literalmente por asalto ese magnífico lugar de artesonados dorados; y como nada ni nadie podía ya impedirles superar el aforo, desafiaron todas las instrucciones de seguridad»[43]. Fue un alborozo, una comunión excepcional, preguntas que volaban desde todos los rincones y Sartre prestándose al ejercicio en medio de una marabunta indescriptible. La curiosidad y el entusiasmo fueron tan grandes que se instalaron altavoces en los pasillos y en el patio central de la Sorbona, donde numerosos grupos se apiñaron para oír la voz de Sartre. Olvidados quedaron sus años de compañero de viaje del PCF, entre 1952 y 1956. Apoyó el movimiento de protesta estudiantil, criticó las posiciones adoptadas por el PCF y la CGT, opuso a estas el modelo de democracia directa que practicaba el Mouvement du 22 Mars y afirmó el carácter revolucionario de la situación. En las ondas de la radio explicó que a la juventud no le queda sino la violencia para expresarse en una sociedad que rechaza dialogar con quien no quiere el modelo adulto que se les ofrece. En la víspera de la famosa noche de las barricadas del 10 de mayo de 1968 en Le Monde se publicó un texto firmado por Jean-Paul Sartre, Maurice Blanchot, André Gorz, Pierre Klossowski, Jacques Lacan, Henri Lefebvre y Maurice Nadeau que tomaba partido claramente por el movimiento estudiantil:

    La solidaridad que afirmamos aquí con el movimiento de los estudiantes en el mundo –ese movimiento que viene bruscamente, en horas fulgurantes, a romper la sociedad que se dice de bienestar, perfectamente encarnada en el mundo francés– es en primer lugar una respuesta a las mentiras mediante las cuales todas las

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