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"Oíd": La voz en la épica cidiana, del acorde al desconcierto
"Oíd": La voz en la épica cidiana, del acorde al desconcierto
"Oíd": La voz en la épica cidiana, del acorde al desconcierto
Libro electrónico470 páginas7 horas

"Oíd": La voz en la épica cidiana, del acorde al desconcierto

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"Oíd". La voz en la épica cidiana del acorde al desconcierto se centra en dos de los poemas más importantes de la épica castellana, el Cantar de Mio Cid y las Mocedades de Rodrigo. Tradicionalmente, se ha considerado esta segunda obra como una descomposición o decadencia con respecto a la tradición de poema cidiano. La perspectiva de este trabajo es profundamente innovadora: se propone determinar el "sistema poético" de la épica, haciendo emerger el "paradigma literario" que subyace en cada uno de estos poemas.

Si el alcance político de estas obras queda claramente establecido, el eje sobre el que se basa este estudio es ante todo la voz. De esta forma, se analizan todos los aspectos relativos a esta materia: las modalidades de la toma de palabra, las proporciones, la frecuencia, la duración, el tono, el contexto de intervención, los efectos. Las convergencias y divergencias destacadas y analizadas permiten definir, en base a la variable de la voz, las características evolutivas del paradigma de la gesta cidiana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 feb 2024
ISBN9783968694986
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    "Oíd" - Marta Lacomba

    PRIMERA PARTE

    LA VOZ DEL HÉROE

    I.

    LOS EFECTOS DE LA VOZ DEL HÉROE

    Según el Diccionario de la Real Academia Española, efecto es tanto consecuencia (aquello que sigue por virtud de una causa) como finalidad (fin para que se hace algo) e impresión hecha en el ánimo. Puesto que en los cantares de gesta se narran las hazañas del héroe, no resulta sorprendente que la voz de este último tenga consecuencias, relacionadas o no con acciones directas y concretas.

    En el caso del PMC, el Cid habla en gran medida para planificar el futuro, un futuro que quiere, pues, acorde con su voluntad, mientras que, en las MR, Rodrigo va sobre todo a revelar, y en gran medida denunciar, cómo es la realidad de su presente.

    A. La voz del Cid en el PMC: Hágase mi voluntad

    Lo primero que cabe destacar es que la voz del héroe se hace oír desde los primerísimos versos de la obra. Su primera intervención se produce en el momento en que debe abandonar su casa vacía en Vivar. Recuérdese que el cantar se abre con esta escena¹. Aunque se expresa en modalidad exclamativa no se trata de un lamento, sino de una explicación subjetiva, que liga la situación presente, el destierro, a un pasado cercano: —¡Grado a ti, Señor, Padre que estás en alto!/ ¡Esto me an buelto mios enemigos malos! (8-9)². El vínculo entre presente y pasado queda consolidado por la referencia a Dios, a lo atemporal. Sin embargo, si por un lado esta frase expresa el sentir del héroe, también aporta elementos explicativos.

    En efecto, a pesar de que ninguna de las dos frases contiene en sentido estricto proposiciones causales, con la utilización del verbo volver, que debe entenderse como urdir o tramar, el Cid está dando claramente a entender que el esto del verso 9 —es decir, la ira regia, el destierro, el tener que abandonar su casa— es un efecto cuyo origen, raíz o fundamento es la intervención de sus enemigos malos. Resulta interesante destacar que, a pesar de esta identificación de sus enemigos como causa de sus males, el Cid no va a hacer de la lucha contra ellos una causa, en el sentido de empresa […] en que se toma interés o partido. De hecho, el Cid no abraza más causa que la suya, la de su supervivencia y la de su honra, y hacia esta meta encamina sus acciones, y sus palabras. Su voz va, pues, a ordenar el presente y a proyectar un futuro mejor.

    1. La voz del Cid ordena y manda

    La voz del héroe impera en el PMC ya desde un punto de vista meramente cuantitativo, pues las intervenciones del Cid representan el 38,5% del discurso directo de los personajes³. Inscrita en aquí y ahora de la enunciación, su palabra va a tratar de incidir sobre su entorno. Lo va a hacer de tres maneras diferentes. La primera, haciéndose escuchar y dando órdenes a sus hombres; la segunda, expresando explícitamente su voluntad; la tercera, haciendo ver que sus palabras se transforman en realidades.

    a) Oídme

    Como ya se apuntó en la introducción, el hecho de utilizar el imperativo del verbo oír indica una conciencia de la legitimidad de aquello que se va a expresar, así como una forma de estar presente en la existencia. Se observa pues que de las diecisiete ocurrencias de oíd del PMC, once (casi el 65%) están en boca del Cid. Diez de ellas se dirigen a sus hombres, sobre los que tiene efectivamente autoridad de mando⁴. Antes de analizarlas, cabe señalar que resulta significativo que el destinatario de la undécima, que a la vez es la última (3255), sea la corte. En las vistas convocadas por el rey, el Cid —ya señor de Valencia, pero agraviado por los infantes— toma la palabra, hace escuchar su voz en público para reclamar justicia. Al final de la obra, la conciencia de que su voz es legítima y debe ser escuchada se afirma, puesto que se amplía la esfera de recepción, del círculo semiprivado de sus huestes al ámbito público de la corte regia. Esto se inscribe en el proceso de gradación que va consolidando el prestigio del personaje, a pesar de la adversidad inicial, y de una segunda, causada por los infantes de Carrión⁵.

    De manera general, cuando la voz del Cid recurre al imperativo oíd está expresando, además de su voluntad de ser escuchado, la importancia del mensaje que va a trasmitir y, por ende, la necesidad de asegurarse del buen funcionamiento del canal de comunicación. Esta potencia fática del imperativo oíd, como medio y modo de establecer el contacto, se ve reforzada por el empleo del vocativo tras el imperativo. Así, el Cid exige la atención de sus interlocutores —sus hombres, en el 90% de los casos— nombrándolos: Oíd, varones (313), Oíd, escuelas y Minaya (529), por dar solo dos ejemplos. Es necesario destacar que, si en tres ocasiones se dirige a Minaya, el oíd tiene en la gran mayoría de casos como destinatario a sus mesnadas.

    Este grupo colectivo representa, cuantitativamente, el principal destinatario de la palabra cidiana. Cuando el Cid se expresa, se dirige en el 17% de los casos a sus cavalleros o mesnadas. Si el Cid se dirige a sus hombres, asegurándose a menudo con el uso de oídme de que será escuchado, es porque tiene algo importante que decirles: por ello, el 80% de sus intervenciones destinadas a los oídos de sus tropas son órdenes y contienen al menos un imperativo⁶. Estas órdenes suelen referirse lógicamente a las batallas o a sus preparativos, como, por ejemplo, el grito lanzado antes de la batalla de Alcocer, Firidlos, cavalleros (597), o, más adelante, cuando esta villa es cercada: Quedas sed, mesnadas aquí en este logar (702).

    Pero el Cid también ordena otros aspectos de la vida de sus hombres. Así, antes de salir de Castilla, les indica que el tiempo apremia: non vos tardedes, pensedes de ensellar (317), temprano dat cebada (420). Más más adelante, organiza la comitiva que irá a recibir a su familia rumbo a Valencia: cavalguedes con ciento guisados pora huebos de lidiar (1461). Lógicamente, cuando, como cualquier superior, el Cid se dirige a sus hombres para darles órdenes; no espera respuesta. De hecho, los hombres del Cid no se dirigen a él de manera colectiva más que en tres ocasiones, y en todas ellas para asentir o lanzar una exclamación⁷. Sin embargo, como se verá más adelante, cuando se dirige a sus lugartenientes, principalmente a Álvar Fáñez y a Martín Antolínez, se produce otro tipo de comunicación.

    b) Yo quiero

    Ahora bien, si la voz del Cid debe ser escuchada y obedecida, es porque es capaz de hacer ejecutar su voluntad. No resulta pues sorprendente que casi el 68% de las ocurrencias de quiero (veintitrés de las treinta y cuatro presentes en la obra) tengan al héroe por sujeto. Cuando el Cid utiliza el verbo querer en primera persona del singular del presente de indicativo lo hace —salvo en una ocasión⁸— para expresar su deseo, voluntad y determinación de llevar a cabo acciones que mejoren su situación. El análisis de las veintidós ocurrencias del querer de la voz cidiana permite establecer los objetivos que se fija el héroe. Llama la atención que, en todas ellas, lo que el Cid quiere está relacionado con la supervivencia de su grupo como tal, ya sea a corto plazo, a través de metas concretas y materiales, ya más a largo plazo, estableciendo estrategias estables y duraderas.

    En cuanto a la meta cortoplacista, se trata ante todo de conseguir dinero. Así, el primer quiero del héroe se encuentra en el episodio de las arcas de arena, cuando al salir de Burgos, donde nadie le ha abierto las puertas, debe urdir una estratagema para obtener fondos de los prestamistas Rachel y Vidas: bastir quiero dos arcas (85). Este es el primer plan que elabora el Cid para solventar una situación adversa. El carácter absolutamente necesario de esta argucia queda patente en las palabras que el Campeador le dice a Martín Antolínez: bien lo vedes que yo no trayo nada/ e huebos me serié pora toda mi compaña (82-83).

    La segunda y la tercera ocurrencia de quiero también está relacionada con la protección y salvaguarda de los suyos. El dinero conseguido gracias a esta estratagema de las arcas de arena va a permitir, en efecto, al Cid no causar perjuicio a quienes lo apoyan. En la segunda ocurrencia se trata del abad de Cardeña, que acoge a Jimena y a sus hijas mientras dura el destierro: "non quiero fazer al monasterio un dinero de daño (252). En la tercera ocurrencia, situada antes de marchar de Cardeña, son sus hombres quienes se benefician de la liquidez conseguida por el héroe: poco aver trayo, darvos quiero vuestra part" (314).

    La voluntad de velar por los suyos se extiende, por supuesto, también a su familia, y en concreto a sus hijas. Cuando sus esposos, los infantes de Carrión, le anuncian su deseo de abandonar Valencia y marchar con ellas a sus tierras, el Cid expresa su voluntad de hacerles entrega de una importante suma de dinero: "yo quiéroles dar axuvar tres mill marcos de oro" (2571)⁹. La generosidad del héroe queda además subrayada por la recurrencia del verbo dar, que se repite otras tres veces (2568, 2572 y 2575). Ahora bien, no se trata solo aquí de resaltar la dadivosidad del héroe¹⁰. Voluntad y generosidad se unen aquí para conferir al Cid la capacidad de tomar la iniciativa, en unas circunstancias que aparentemente le son muy desfavorables. Se encuentra, en efecto, abocado a dar una respuesta positiva a la demanda de sus yernos que, como es sabido, con la excusa de enseñar sus heredades a sus esposas, tienen el propósito de agraviarlas. Sin embargo, aun en este momento aciago, en el que solo cabe el asentimiento, es notable que de los quince verbos conjugados que contiene la respuesta del Cid (2568-2582), ocho de ellos lo estén en primera persona y cuatro sean además futuros¹¹. Es decir que, incluso en una situación en la que, aparentemente, son los infantes de Carrión quienes llevan la voz cantante, el héroe sigue ejerciendo su voluntad y su capacidad de proyectarse.

    Esta capacidad es necesaria para llevar a cabo su meta, la defensa y la supervivencia de su grupo, no solo a corto plazo y en un plano concreto, sino también a través de estrategias a largo plazo. Para prosperar, no basta pues con abastecer a los suyos, sino que es necesario establecer buenas relaciones con el entorno, entendido en un sentido amplio. Hacia ese objetivo van dirigidas las demás ocurrencias del quiero del héroe. Este trata, en un primer tiempo, de evitar los enfrentamientos con el rey. Así pues, tras conquistar Castejón, anuncia a sus hombres que en Castejón non podriemos fincar/ cerca es el rey Alfonso e buscarnos verná (531-532). Su objetivo es proteger a los suyos, alejando esta amenaza y por ello expresa claramente su voluntad. En los seis versos siguientes se concentran tres ocurrencias de quiero: "Quitar quiero Castejón (529), mas el castillo non lo quiero hermar/ ciento moros e ciento moras quiérolas quitar" (533-534).

    Pero no se trata solo de querer evitar enfrentamientos con el rey, sino también de propiciar una estrategia de acercamiento. Es notable la regularidad y la coherencia de las ocurrencias del quiero del héroe, que manifiesta de nuevo cuando considera que su posición ha mejorado lo suficiente como para hacérselo saber al rey, enviándole regalos. Así, prepara la primera embajada, de la que queda encargado Álvar Fáñez:

    Enviarvos quiero a Castiella con mandado

    d’esta batalla que avemos arrancado;

    al rey Alfonso, que me á airado,

    quiérol’ enbiar en don treinta cavallos (813-816).

    El objetivo del Cid es doble: quiere por un lado que se propaguen las buenas noticias de sus conquistas y, por otro, para que el rey tenga prueba de ello, dejar constancia de la generosidad del que aún se considera su vasallo. Lo que el Cid desea, sin decirlo aún, es obviamente el perdón regio. Más adelante se verá la importancia que cobra el silencio, el no decir en la caracterización del héroe. Queda aquí puesta de manifiesto la constancia de la voluntad —y de la acción— del Cid, que no cejará hasta lograr su meta. Se encuentra pues de nuevo la misma formulación, con la presencia del verbo querer, cuando el Cid toma la palabra para pedirle a Minaya que se ponga en camino para la segunda embajada: "enbiarvos quiero a Castiella, […]/ al rey Alfonso […]; d’estas mis ganancias […]/ darle quiero ciento cavallos […] (270-1271). Este patrón se encuentra igualmente en los preparativos de la tercera embajada: Tal tienda commo ésta […]/ enbiarla quiero a Alfonso el castellano" (1789-1790).

    Como es sabido, durante la tercera embajada se produce el requerimiento de los infantes de Carrión de casarse con las hijas del Cid que resulta el desencadenante del perdón regio. Sin embargo, la meta del héroe, el objeto de su querer, va a seguir estando orientada a apuntalar sus relaciones con el rey. No se va a tratar ahora de efectuar nuevos regalos, sino de declarar su voluntad de obediencia absoluta a su señor. Este será el sentido de dos nuevas ocurrencias del quiero del héroe. Así, cuando el rey proyecta los matrimonios de sus hijas con los infantes de Carrión, a pesar de su opinión personal (expresada en los versos 1938-1939: ellos son mucho orgullosos […];/ d’este casamiento non avría sabor), el Cid acepta la petición regia: lo que él quisiere, esso queramos nós (1953). Todo este verso está construido en torno a la suerte de duplicación que aquí empieza a operarse. La derivación del verbo querer hace ver que los dos sujetos se encuentran unidos en una misma acción, que parte del rey. El quiasmo (sujeto-verbo/verbo-sujeto) pone de manifiesto esta sumisión. La acción comienza en efecto en el rey, en él, y se transmite a través de su voluntad, una voluntad potencial y absoluta, como muestra el futuro del subjuntivo. La voluntad regia que impregna la del héroe (que emplea aquí la primera persona del plural, que viene a potenciar el campo de acción del imperio del rey, como si no se tratara solo del Cid, sino de todos los de su grupo), y viene a desembocar en el nos, que si gramaticalmente es sujeto de queramos parece quedar convertido en objeto del él, es decir, del rey. El desfase temporal que se produce entre el futuro del subjuntivo del querer del rey y el presente del querer del Cid subrayan que los deseos del primero son realizados por el segundo. Así pues, tras haber recuperado el amor del rey, la voluntad del Cid no es sino el eco de la del rey.

    Así lo va expresar de nuevo de forma explícita ante Minaya: "sabedes que al rey assí ge lo he mandado/ no lo quiero fallir por nada de cuanto á ý parado" (2223-2224). Se está refiriendo aquí a los matrimonios de sus hijas con los infantes de Carrión, a los cuales el Cid ha consentido tan solo por tratarse de una demanda del rey. El sometimiento de la voluntad del Cid no se hace pues sino porque él mismo lo quiere.

    Las ocurrencias de querer muestran que, para asegurar el mantenimiento a largo plazo de su familia y de sus hombres, el Cid considera necesario no solo obtener dinero y conseguir el favor del rey, sino también organizar pertinente y durablemente la vida en la Valencia recién conquistada. Esta voluntad de instalación a largo plazo se manifiesta de varias maneras. Primero, a través del recuento de los hombres presentes, para asegurar su asentamiento: "Si vos quisiéredes Minaya, quiero saber recabdo/ de los que son aquí e conmigo ganaron algo (1257-1258). Segundo, afirmando la pertenencia de la ciudad a los territorios cristianos —así como su potestad de conquistador— nombrando a un obispo: En tierras de Valencia fer quiero obispado (1299). Y, por último, el Cid quiere garantizar la repoblación de la ciudad a través de los matrimonios de las damas del séquito de su esposa e hijas: Estas dueñas que aduxiestes, que vos sirven tanto,/ quiérolas casar con de aquestos mios vassallos" (1764-1765)¹².

    Las ocurrencias del verbo querer en boca del héroe dejan así bien claro que tiene como meta asegurar unas condiciones de vida seguras para él y para los suyos. Se ha visto que, para ello, el Cid ha querido y necesitado dinero, buenas relaciones con el rey, y perdurabilidad de su conquista. Hasta ahora, su voluntad ha bastado para obtener lo que deseaba. Cuando se produce el ataque de los infantes a sus hijas, lo que el Cid quiere es alzar su voz en público, "[…] quiero ir a la cort,/ por demandar mis derechos e dezir mi razón (3078-3079). La defensa de los suyos sigue siendo su primer y único objetivo, hacia el cual están orientados todos sus quiero. Por ello, consciente de que, como se ha visto, la salvaguarda de su grupo puede hacerse a largo plazo únicamente asegurándose el favor del rey, al que ha sometido su voluntad, tan solo cabe aquí remitirse a él. Esta ocurrencia del verbo querer es la única que no se refiere a una acción, sino a tomar la palabra. Porque tomar la palabra va a ser aquí el único medio de que otros actúen. El quiero" del Cid sigue siendo, pues, eficaz.

    Una vez logrado su objetivo, tras haber obtenido reparación y tras haber quedado emplazadas las lides en las cuales los infantes se enfrentan a la acusación de menos valer, el Cid vuelve al emplazamiento seguro que ha creado para él y los suyos: irme quiero pora Valencia, con afán la gané yo (3507). Esta es la última ocurrencia del quiero cidiano: la voluntad del héroe no tiene por objeto el afán de conquista ni de dominación, sino algo mucho más vital: la perduración.

    c) Dicho y hecho

    El Cid tiene la voluntad y la vista puestas en el mantenimiento de sí mismo y de los suyos; por ello, su voz no se vuelve hacia el pasado sino cuando es necesario explicar, y a la vez crear, las condiciones de su presente.

    Así es, en cierto modo, como se abre el PMC. En los versos iniciales, el héroe tiene, en efecto, vuelta hacia atrás la cabeza (tornava la cabeça, 2), como si contemplara un pasado que ha dejado de ser, ya que ve alcándaras vazías, sin pielles e sin mantos/ e sin falcones ni adtores mudados (4-5). Al abandonar su casa, ya vacía, sus ojos parecen seguir viendo aún lo que esta solía contener y que ya no está. Ahora bien, inmediatamente, la voz del Cid se hace oír para anclarse en su presente, haciendo que se esfume este sentimiento de nostalgia: ¡Albricia, Álvar Fáñez, ca echados somos de tierra! (4). Más adelante será preciso detenerse sobre el sentido de este verso. Por ahora interesa ante todo destacar que su fuerza proviene del contraste entre sus dos partes. Por un lado, el final de la frase, a través del uso de la voz pasiva echados somos, insiste tanto en el carácter resultativo —y por lo tanto ineluctable— del destierro como en el hecho de que el Cid y sus hombres son aquí meros objetos, en el sentido gramatical de término de la acción. Así pues, el Cid no es aquí sujeto. No actúa, sino que padece la acción. Por otra parte, la frase se abre con la exclamación ¡Albricia!, utilizada para expresar júbilo¹³. Enfrentado a la condena de destierro, el héroe contrarresta con su voz esa situación, y transforma ese resultado, esa noticia, en regalo, en presente, en su presente. Con esta simple frase, la voz del héroe formula a la vez su aceptación de unos hechos padecidos, que no puede cambiar, y su capacidad y voluntad de aceptarlos y superarlos.

    Cabe además subrayar que el presente de la frase parece casi tratarse de una anticipación. El Cid y sus hombres han sido, en efecto, desterrado, echados […] de tierra, pero físicamente aún se encuentran en tierra, en Castilla, puesto que apenas acaban de salir de Vivar. Sin embargo, de la formulación de la frase parece percibirse una proyección en un futuro cercano en el que, al igual que acaba de perder su casa de Vivar, ya hubiera dejado Castilla tras de sí. Como si, una vez aceptada la situación, tuviera prisa porque fuera realmente efectiva, y hacerle así frente.

    Lo mismo se produce tras recibir el Cid la terrible noticia de lo ocurrido en el robledo de Corpes. Inmediatamente, envía a Muño Gustioz con un mensaje para el rey:

    […] cuemo yo soy su vassallo e él es mio señor,

    d’esta desondra que me han fecha los ifantes de Carrión,

    que.l’ pese al buen rey d’alma e de coraçón (2905-2907).

    La acción sufrida, la desondra que le han causado sus yernos, el Cid la vuelca —con la oportuna justificación— sobre el rey. La aleja de su persona y también de su presente inmediato con el uso del subjuntivo que.l’pese. Como al inicio de la obra, ante el infortunio, el héroe no queda sumido en los hechos adversos, sino que toma la palabra para sacudírselos de encima. En palabras de la voz poética, no.s’ detiene por nada el que en buen ora nació (3084).

    De esta manera, cuando en uno de los momentos más dramáticos de la obra, ante las cortes reunidas en Burgos tras la afrenta del robledo de Corpes, el Cid alza su voz y relata su infortunio, no lo hace sino para mostrar la coherencia de sus propias acciones pasadas: […] cuando sacaron mis fijas de Valencia la mayor,/ yo bien los quería d’alma e de coraçón,/ diles dos espadas […] (3151-3153)¹⁴. Saca a colación su amor (se trata aquí, por supuesto, de un concepto, ante todo, político, no estrictamente afectivo) por los infantes ya que tan solo así se explica que les entregara a Colada y Tizón¹⁵. Refiere pues estos elementos del pasado con la única razón de justificar su acción presente, ya que, una vez expuestos los hechos, presenta su demanda:

    Cuando dexaron mis fijas en el robredo de Corpes,

    conmigo non quisieron nada e perdieron mi amor:

    ¡denme mis espadas cuando mios yernos no son! (3156-3158).

    El héroe hizo entrega de sus espadas a sus yernos por amor. Al desaparecer la causa, al destruir los infantes ese vínculo (perdieron mi amor, 3157), deja de justificarse la consecuencia que conllevara. Así pues, las espadas deben ser restituidas. Obsérvese no solo la rigurosa lógica del razonamiento del héroe, sino igualmente la perfecta simetría de sus palabras. A cada cuando, a cada circunstancia del pasado, corresponde un nivel de amor. Se pasa así del querer d’alma e de coraçón (3152) al perdieron mi amor (3157). Y cada cuando y cada amor determina el sentido del verbo dar. En el pasado, el vínculo de amor justificó el diles dos espadas (3153), en un flujo dirigido del Cid hacia los infantes. En el presente, la ruptura de esa unión motiva el imperativo cidiano, exigiendo que el dar se haga en el otro sentido, denme mis espadas (3158). Es como si la voz del Cid traspusiera los hechos del pasado sobre los del presente, y de la desemejanza entre ambos sacara conclusiones para actuar.

    La capacidad transformadora de la voz del Cid se aprecia asimismo en algunos momentos en los que su decir es hacer¹⁶. La palabra del Cid llega, en efecto, a convertirse en mero relato de sus propios actos. Una vez que ha obtenido el perdón regio y se han celebrado los esponsales de sus hijas con los infantes de Carrión, el Cid se despide del rey:

    […] tráyovos treinta palafrés, éstos bien adobados

    e treinta cavallos corredores, éstos bien ensellados;

    tomad aquesto e beso vuestras manos (144-2146).

    El traer, tomar y besar se producen al tiempo que el Cid pronuncia estas frases, ya que su palabra está creando la realidad al nombrarla. Una realidad que viene por otra parte a corroborar en qué se ha convertido el infanzón injustamente desterrado. El héroe es ahora un caudillo que se ha enriquecido gracias a sus conquistas, consiguiendo ricos caballos, a la par que un vasallo fiel y géneros, pues hace entrega de parte de su botín al rey. Se da pues una doble correspondencia, entre identidad y palabra, entre palabra y hechos: la voz del Cid no es sino un intermediario, como ya se vio anteriormente, entre ser y voluntad, y su manifestación. No se producen fisuras entre estos planos, al igual que no se producen fisuras entre los tiempos. La palabra del Cid los articula y los ordena.

    La claridad expositiva de la voz del héroe es mucho más que una cualidad retórica, ya que implica la coherencia entre la palabra y los hechos. Tras la afrenta de Corpes, el héroe solicita al rey la celebración de unas cortes para demandar mios derechos e dezir mi razón (3079). Cuando, más adelante, tome la palabra en dichas cortes dirá: Esto les demando a los infantes de Carrión (3148). Viene inmediatamente después la exposición de la razón de su demanda. Es decir que, tras anunciarlo, hace exactamente lo que decía que iba a llevar a cabo. Cabe además insistir en que lo que hace es demandar, que como todos los verbos performativos consiste en decir y realizar a la vez. Al pronunciar la palabra demando, el Cid está pues enunciando una fórmula legal que tiene repercusiones reales sobre el mundo. Lo demuestra el hecho de que tras, su exposición, se pronuncian los jueces: Tod esto es razón (3159). Estos no solo expresan que consideran, en efecto, que lo que solicita es justo y que admiten pues su demanda, sino que lo hacen retomando el propio término con el que el Cid denomina su exposición de los hechos.

    Así pues, el Cid expresa primero su voluntad de dezir mi razón; después, la expone (en los versos que siguen al esto demando, 3149-3158) y luego, los jueces corroboran que estos hechos constituyen efectivamente una razón, es decir, que justifican el acto de palabra del Cid, su demanda. El discurso del héroe es así ilocutivo y se convierte aquí en acto legal, que conlleva la exigencia de que se produzcan efectos que sancionen las fechorías de los infantes. A su vez, esta palabra ilocutiva, este hablar para demandar, llevará a que se pongan otras palabras sobre las acciones de los de Carrión, en este caso menos valer, lo cual hará que cambie a su vez su situación efectiva¹⁷.

    La potencia performativa de la voz cidiana se manifiesta de nuevo durante la secuencia de las cortes de Toledo. Tras la primera sentencia, que resuelve que los infantes deben devolverle al Cid sus espadas, escuchamos al héroe dirigirse a Pero Vermúez (Prendetla, 3190) y a Martín Antolínez (prended a Colada, 3194). Se trata de alguna manera de retomar la voz cantante en un momento en el que debería ser tan solo el objeto de la acción de recibir. Por un lado, se revierte esta situación poniéndose en papel del que da, es decir, del que actúa, como lo muestra el empleo de los imperativos para hacer efectiva su entrega. Pero estas órdenes del Cid tienen además un claro carácter performativo, como confirma la voz poética, puesto que van precedidas del gesto de entregar: A so sobrino Pero Vermúez […]/ […] la espada Tizón le dio (3189) y A Martín Antolínez […]/ […] la espada Colada.l’ dio (3192).

    El Cid toma pues la palabra para poner orden en la realidad, haciendo de sus hombres, su voluntad y su palabra los agentes de transformación de su presente. Pero no basta con querer y dar órdenes, para construir un futuro mejor es necesario que la voz del Cid se proyecte en él.

    2. La voz del Cid se proyecta

    Proyectar significa lanzar, dirigir hacia delante o a distancia. En ciertos casos, la voz del Cid no puede hacerse obedecer y tampoco le basta con querer para imprimir su voluntad sobre el presente. En estos casos, se va a tratar de modificar el futuro. Esto se produce de tres maneras: a través de la planificación, de la previsión y de las promesas, según el grado de certeza con el que la voz del Cid es capaz de proyectarse.

    a) El héroe planifica

    Se ha visto que la primera forma que adopta la voz del Cid para incidir en la realidad es a través de las órdenes directas, en las que utiliza el vocativo y el imperativo para dirigirse a sus tropas. Se tratará aquí de analizar no ya la voz de mando del Cid, sino los desarrollos estratégicos que a menudo la acompañan. El Cid es un jefe guerrero y, por lo tanto, le corresponde planificar las batallas. Sin embargo, como ha demostrado el uso del quiero, los planes del Cid contemplan ante todo la salvaguarda de su grupo, y no se reducen a estrategias bélicas.

    Prueba de ello es que el primerísimo plan que la voz del Cid enuncia nada tiene que ver con el campo de batalla. Se trata del engaño a los dos usureros de Burgos, Rachel y Vidas. No se encuentran aquí imperativos directos dirigidos a sus tropas, sino un largo parlamento de diecisiete versos (79-95) en el cual el héroe desterrado expone ante Martín Antolínez tanto la meta de su plan como los detalles necesarios para alcanzarla. Para solucionar su problema, es necesario ante todo definirlo: yo non trayo nada (82). Para poner fin a esta falta de dinero, va a urdir el ardid conocido como el engaño de las arcas de arena. Si bien el Cid insiste en el pesar que le causa recurrir a este tipo de estratagema (ferlo he amidos, 84; amidos lo fago, 95), ultima todos los detalles para que nada pueda fallar en su objetivo de engañar a los usureros:

    […] con vuestro consejo quiero bastir dos arcas,

    inchámoslas d’arena, ca bien serán pesadas,

    cubiertas de guadalmecí e bien enclaveadas,

    los guadamecís vermejos e los clavos bien dorados.

    Por Rachel e Vidas vayádesme privado:

    cuando en Burgos me vedaron la compra e el rey me á airado,

    non puedo traer el aver ca mucho es pesado;

    empeñárgelo he por lo que fuere guisado,

    de noche lo lieven, que non lo vean cristianos (85-95).

    Para que el plan funcione, los prestamistas tienen que creer que la mentira urdida es una verdad. Y tienen que creerlo con sus ojos y con su mente. Para ello, el Cid tiene pues que revestir de verosimilitud no solo el objeto, sino el relato que les va a presentar. La palabra del Cid proyecta pormenorizadamente tanto la descripción material de las arcas (pesadas; 86), con sus adornos (guadamecís y clavos, 88) y sus colores (vermejos y dorados, 89), como los argumentos que deberá esgrimir Martín Antolínez. El término argumento significa razonamiento para probar o demostrar una proposición, o para convencer de lo que se afirma o se niega, pero también sucesión de hechos, episodios, situaciones, etc., de una obra literaria o cinematográfica. El argumento del Cid es a la vez de orden lógico y ficcional. Su voz está urdiendo una trama, una ficción que pueda ser aceptada por los receptores, al estar basada en las creencias y expectativas de estos, que dan por buena la acusación de los malos mestureros.

    La máquina funciona porque el Cid integra en su plan los falsos cargos contra él, y actúa como si de veras se hubiera quedado con parte de las parias. Tan solo así se explica que necesite dinero y que la operación se desarrolle de noche, a escondidas. Se logra por lo tanto un efecto verdadero (conseguir el dinero) a partir de una falsa premisa (el robo de las parias). Lo que va construyendo es una máquina, un artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza. Una máquina también es una tramoya, otro término que, como argumento tiene un sentido relacionado con lo literario y ficcional. Los planes del Cid avanzan paso a paso por las secuencias que lo van a conducir a su meta, aun si estas secuencias son pura maquinación. Más allá de la capacidad urdidora del Cid, me interesa destacar aquí el hecho de que, gracias a su conocimiento de la realidad (que comprende a las personas), es capaz de idear, en sus ínfimos detalles, un plan y de asegurar su realización, su funcionamiento. La voz del Cid construye artefactos.

    Así, cada paso que da lo lleva a una nueva situación, que deberá de nuevo ser analizada para establecer el mejor plan para lograr un nuevo objetivo. El discurso en el que el Cid expone lo que debe hacerse tras la victoria de Alcocer resulta paradigmática de la potencia proyectiva de su voz:

    —Oíd, a mí, Álvar Fáñez e todos los cavalleros;

    en este castiello grand aver avemos preso,

    los moros yazen muertos, de bivos pocos veo;

    los moros e las moras vender non los podremos,

    que los descabecemos, nada non ganaremos,

    cojámoslos de dentro, ca el señorío tenemos,

    posaremos en sus casas e d’ellos nos serviremos (616-622).

    Ya se ha precisado anteriormente que el imperativo del verbo oír y el vocativo (Álvar Fáñez e todos los cavalleros, 616) indican que la voz del héroe exige y considera legítimo ser escuchada. Pasa después el héroe a describir lo que tiene y ve ante sí (veo, 618), estableciendo un vínculo con el pasado inmediato (avemos preso; 617), contemplando las posibilidades de acción y descartando las no viables (non los podremos; 619) o inútiles (nada non ganaremos, 620). Esto le permite determinar la mejor opción, considerada ya como acción en potencia, como lo muestra el uso del subjuntivo con valor imperativo-exhortativo en cojámoslos (621) y establecer las subsiguientes acciones futuras (posaremos, serviremos, 622). El Cid puede proyectarse con seguridad en el futuro porque contempla tanto el presente como el pasado, y aprehende la trabazón entre ambos.

    Se trata de un esquema recurrente, del que se dan varios ejemplos. Así, durante el asedio de Alcocer, el Cid comienza describiendo la situación, que comporta dos elementos, la falta de víveres y la falta de fuerzas: El agua nos han vedada, exirnos ha el pan (667), grandes son los poderes por con ellos lidiar (669). Pasa luego a descartar los planes no viables: Que nos querarmos ir de noch no nos lo consintrán 668). Como en el caso anterior, la solución debe emerger del correcto análisis del presente. En esta ocasión, la voz del Cid parece en un primer tiempo ceder la palabra a sus hombres: Dezidme, cavalleros, cómmo vos plaze de far (670). Pero, si bien Minaya se pronuncia sobre lo que hay que hacer, que far, considerando que lo mejor es presentar batalla (vayásmolos ferir en aquel día de cras, 676), será finalmente el Cid quien exponga el plan de ataque sorpresa para librarse del cerco en Alcocer, dando las órdenes pertinentes para su éxito (685-691).

    Para que un plan sea eficaz y funcione, es necesario como ya se ha visto, contemplar con atención el tablero, medir las posibilidades y argumentar para hallar la mejor solución. En ciertos casos, la voz del Cid recurre a argumentos condicionales para sacar conclusiones certeras, con el fin de llegar a trazar una línea recta entre el presente y el futuro:

    —[…] Los de Valencia cercados non han;

    si en estas tierras quisiéremos durar,

    firmemientre son éstos a escarmentar (1119-1121).

    Se expresa con la fuerza del razonamiento, encaminado siempre a la consecución de una meta: puesto que de lo que se trata es de permanecer en tierras valencianas (1120), deben enfrentarse y vencer a quienes vienen a tratar de impedírselo (1121). La argumentación es el artefacto que lleva a la acción.

    Este mismo patrón se repite más adelante, en el episodio del enfrentamiento con el conde de Barcelona. Al exponer sus planes para la inevitable batalla contra don Remont, el Cid no se limita a impartir las órdenes necesarias para el combate. Como en los casos anteriores, comienza exponiendo la situación: El conde don Remont darnos ha grant batalla (987). Explicita que no caben otras vías y que el enfrentamiento no se puede eludir: a menos de batalla non nos dexarié por nada (988). Tan solo en ese momento comienza a detallar los planes: Antes que ellos lleguen al llano presentémosles las lanzas (996).

    La batalla contra el conde de Barcelona se ha producido porque el Cid, tras haber pasado un tiempo en tierras aragonesas, expresa la necesidad de cambiar de nuevo de escenario, lo que le lleva a los condados catalanes. La presentación de este plan retoma el tipo de esquema ya expuesto anteriormente —análisis de la situación, consideración de las posibilidades, resolución—, pero ofrece una particularidad que merece ser destacada:

    —¡Ya cavalleros! Dezirvos he la verdad:

    qui en un lugar mora siempre lo so puede menguar.

    Cras a la mañana pensemos de cavalgar,

    dexat estas posadas e iremos adelant

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