En el complejo universo de amistades lorquianas aparece un extraño personaje que apenas merece unas escuetas líneas en las biografías del poeta granadino Federico García Lorca (1898-1936). Se trata de un tal José Murciano Murciano, de cuya vida y personalidad solo se conocen escasos retazos, que habrían pasado completamente desapercibidos si no hubiera sido por el interés que merece su figura por su estrecha vinculación con Lorca. Ambos debieron coincidir a principios de la década de 1920 –aunque su amistad debía remontarse a la adolescencia– en las tertulias de El Rinconcillo, que reunía a intelectuales y literatos de la Granada de la época en el célebre Café Alameda (hoy desaparecido y cuyo emplazamiento actual ocupa el restaurante Chikito), en la Plaza del Campillo. En la correspondencia que el autor de Yerma mantiene con Murciano, durante las semanas que veranea con su familia en Málaga, éste se dirige a él como «querido Pepito». ¿Quién fue este extraño personaje?
En cierta ocasión, García Lorca quiso investigar los supuestos fenómenos paranormales protagonizados por una monja que, decían, era capaz de volar y desaparecía del convento durante horas
De José Murciano no consta ninguna fotografía, ni siquiera se conoce su fecha de nacimiento. Solo se sabe –por una nota manuscrita de Lorca– que debió ejercer la medicina en la localidad granadina de Lanjarón, aunque residiría en el centro de Granada; que su caligrafía debía ser ilegible, como corresponde a su profesión; que debió tener alma de poeta y que falleció siendo todavía joven, muy probablemente hacia marzo de 1927 (alguna fuente sitúa con interrogación su muerte en 1929). Si hemos de creer el testimonio del profesor de Filosofía Luis Jiménez Pérez –del círculo literario lorquiano y amigo de ambos–, entrevistado por Molina Fajardo (1983), Murciano tuvo un desengaño amoroso que pudo haber sido el detonante para su adicción a las drogas, lo que precipitaría su repentina muerte (aunque se sabe que Murciano dejó viuda).
