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Impresiones y paisajes: Con "Un poeta en Nueva York"
Impresiones y paisajes: Con "Un poeta en Nueva York"
Impresiones y paisajes: Con "Un poeta en Nueva York"
Libro electrónico269 páginas2 horas

Impresiones y paisajes: Con "Un poeta en Nueva York"

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Recuerdos, paisajes, figuras, escenas… Es este uno de los textos más hermosos que se ha escrito sobre nuestro país y del que se cumple un siglo desde su publicación. Una rareza en la obra juvenil de Lorca, pues precede al resto de sus obras y en él asoman ya muchos de los temas que llevará a la poesía y al teatro tiempo después: la melancolía de la memoria, el drama de la muerte, la esencialidad de los espacios, la ensoñación, la soledad de la ruina. Ciudades como Ávila o Granada, lugares silentes, casi fantasmales, que salen al paso del caminante, al igual que las iglesias, sepulcros, aldeas austeras o jardines ensimismados; a todo ello cubre con su velo poético este atento viajero que trata de fijar todas esas imágenes que le salen al paso.
Su experiencia neoyorquina, que cristalizará de forma póstuma en el poemario Poeta en Nueva York, el gran libro de viajes de la literatura española del primer tercio del siglo XX, cierra vitalmente su ciclo ambulante. Se incluye, a modo de broche, su propio testimonio en la ciudad y datos extraídos de su correspondencia, pues ambos periplos por España y América, que marcaron el comienzo y el final de su vida, conforman una luminosa oda al placer de viajar que no ha perdido su belleza.
"Los recuerdos de viaje son una vuelta a viajar, pero ya con más melancolía y dándose cuenta más intensamente de los encantos de las cosas..."
Federico García Lorca
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jun 2019
ISBN9788417594374
Impresiones y paisajes: Con "Un poeta en Nueva York"

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    Impresiones y paisajes - Federico García Lorca

    SOBRE LOS AUTORES

    FEDERICO GARCÍA LORCA (Fuente Vaqueros, Granada 1898 - Arroyo Víznar a Alfacar, 1936)

    Es, junto a Valle Inclán, la figura teatral más sobresaliente de su época y la intensidad de su trabajo como poeta y dramaturgo crece con el tiempo. Murió fusilado en los primeros momentos de la Guerra Civil. Su paso por la Residencia de Estudiantes y su amistad con figuras como Buñuel, Dalí o Alberti marcaron una obra profundamente original y grabaron para la posteridad el espíritu de una época, la Generación del 27, que supo retratar de forma intensa y profunda. Algunas de sus obras mas reconocidas son Yerma, Bodas de sangre, Mariana Pineda, La casa de Bernarda Alba o Poeta en Nueva York (póstuma), tras una estancia de la que ofrecemos su poco conocida conferencia «Un poeta en Nueva York». Gran viajero, pasó por también por Cuba, Argentina y Uruguay. En su juventud recorrió gran parte del país a iniciativa de su profesor, Martín Domínguez Berrueta, cuya experiencia impregna estas páginas.

    JOSÉ MANUEL QUEROL Y DANIEL MARÍAS

    Son profesores del Departamento de Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid. Ambos imparten Filosofía, Lenguaje y Literatura, e Historia, Geografía y Arte, respectivamente.

    SOBRE EL LIBRO

    Recuerdos, paisajes, figuras, escenas… Es este uno de los textos más hermosos que se ha escrito sobre nuestro país y del que se cumple un siglo desde su publicación. Una rareza en la obra juvenil de Lorca, pues precede al resto de sus obras y en él asoman ya muchos de los temas que llevará a la poesía y al teatro tiempo después: la melancolía de la memoria, el drama de la muerte, la esencialidad de los espacios, la ensoñación, la soledad de la ruina. Ciudades como Ávila o Granada, lugares silentes, casi fantasmales, que salen al paso del caminante, al igual que las iglesias, sepulcros, aldeas austeras o jardines ensimismados; todo ello lo cubre con su velo poético este atento viajero que trata de fijar todas esas imágenes que le salen al paso.

    Su experiencia neoyorquina, que cristalizará de forma póstuma en el poemario Poeta en Nueva York, el gran libro de viajes de la literatura española del primer tercio del siglo XX, cierra vitalmente su ciclo ambulante. Se incluye, a modo de broche, su propio testimonio en la ciudad y datos extraídos de su correspondencia, pues ambos periplos por España y América, que marcaron el comienzo y el final de su vida, conforman una luminosa oda al placer de viajar que no ha perdido su belleza.

    Los recuerdos de viaje son una vuelta a viajar, pero ya con más melancolía y dándose cuenta más intensamente de los encantos de las cosas...

    FEDERICO GARCÍA LORCA

    Impresiones

    y paisajes

    Con Un poeta en Nueva York

    FEDERICO

    GARCÍA LORCA

    Impresiones

    y paisajes

    Con Un poeta en Nueva York

    FEDERICO

    GARCÍA LORCA

    INTRODUCCIÓN

    DE DANIEL MARÍAS

    Y JOSÉ MANUEL QUEROL

    Colección Solvitur Ambulando | n.° 9

    Impresiones

    y paisajes

    Con Un poeta en Nueva York

    FEDERICO

    GARCÍA LORCA

    Título original: Impresiones y paisajes

    Primera edición original: Tipografía y Litografía Paulino Ventura Traveset, Granada,1918

    Título de esta edición: Impresiones y paisajes. Con Un poeta en Nueva York

    Primera edición en LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES, junio de 2019

    © de esta edición: LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES, 2019

    www.lalineadelhorizonte.com | info@lalineadelhorizonte.com

    © de la introducción: Daniel Marías y José Manuel Querol

    © de la maquetación y el diseño gráfico: Montalbán Estudio Gráfico

    © de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

    ISBN ePub: 978-84-17594-37-4 | IBIC: WTL

    Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    ÍNDICE

    PREFACIO

    Impresiones viajeras de Federico García Lorca

    Daniel Marías y José Manuel Querol

    PRÓLOGO

    MEDITACIÓN

    ÁVILA

    I

    II

    MESÓN DE CASTILLA

    LA CARTUJA

    I

    II CLAUSURA

    SAN PEDRO DE CARDEÑA

    MONASTERIO DE SILOS

    I EL VIAJE

    II COVARRUBIAS

    III LA MONTAÑA

    IV EL CONVENTO

    V SOMBRAS

    SEPULCROS DE BURGOS

    I LA ORNAMENTACIÓN

    II

    CIUDAD PERDIDA

    I BAEZA

    II

    III UN PREGÓN EN LA TARDE

    LOS CRISTOS

    GRANADA

    I AMANECER DE VERANO

    II ALBAYZÍN

    III CANÉFORA DE PESADILLA

    IV SONIDOS

    V PUESTAS DE SOL. VERANO. INVIERNO...

    JARDINES

    I JARDÍN CONVENTUAL

    II HUERTOS DE LAS IGLESIAS RUINOSAS

    III JARDÍN ROMÁNTICO

    IV JARDÍN MUERTO

    V JARDINES DE LAS ESTACIONES

    TEMAS

    RUINAS

    FRESDELVAL

    UN PUEBLO

    UNA CIUDAD QUE PASA

    UN PALACIO DEL RENACIMIENTO

    PROCESIÓN

    AMANECER CASTELLANO

    MONASTERIO

    CAMPOS

    MEDIODÍA DE AGOSTO

    UNA VISITA ROMÁNTICA SANTA MARÍA DE LAS HUELGAS

    OTRO CONVENTO

    CREPÚSCULO

    TARDE DOMINGUERA EN UN PUEBLO GRANDE

    IGLESIA ABANDONADA

    PAUSA

    UN HOSPICIO DE GALICIA

    ROMANZA DE MENDELSSOHN

    CALLES DE CIUDAD ANTIGUA

    EL DUERO

    ENVÍO

    APÉNDICE

    Nueva York y la experiencia americana

    Daniel Marías y José Manuel Querol

    CONFERENCIA

    Un poeta en Nueva York

    Federico García Lorca

    NOTA A ESTA EDICIÓN

    PREFACIO

    IMPRESIONES VIAJERAS

    DE FEDERICO GARCÍA LORCA

    DANIEL MARÍAS

    Y JOSÉ MANUEL QUEROL

    «Moreno oliváceo, ancha la frente, en la que le latía un mechón de pelo empavonado; brillantes los ojos y una abierta sonrisa transformable de pronto en carcajada; aire no de gitano, sino más bien de campesino, ese hombre, fino y bronco a la vez, que dan las tierras andaluzas. […] Había magiri, duende, algo irresistible en todo Federico. ¿Cómo olvidarlo después de haberlo visto o escuchado una vez? Era, en verdad, fascinante: cantando, solo o al piano, recitando, haciendo bromas e incluso diciendo tonterías». Así describe en La arboleda perdida Rafael Alberti a Federico García Lorca

    —que

    decía de sí mismo que había heredado de su padre la pasión y de su madre la inteligencia, según le confesó a Ernesto Giménez

    Caballero—,

    autor de una singularísima obra, en la que, por fortuna, es posible sumergirse una y otra vez con fruición, hasta en sus creaciones de juventud y consideradas menores o de escaso valor literario por la crítica especializada.

    Un siglo después de su primera edición, y pese a la existencia de otras posteriores, e incluso de alguna reciente que coincide en el tiempo con este homenaje centenario, La Línea del Horizonte ha decidido dar de nuevo a la imprenta Impresiones y paisajes (1918), primer libro de Federico García Lorca. Ello obedece a que, pese a todo, sigue siendo un texto poco conocido e insuficientemente leído por el gran público, incluso entre los amantes de los libros de viajes.

    ¿Ante qué nos encontramos? Por lo pronto, como ya se ha apuntado, ni más ni menos que ante la primera obra publicada por García Lorca; se trata, por tanto, del más temprano fruto de «uno de los seres humanos más artísticamente dotados de todos los tiempos», como apostillaba su biógrafo, Ian Gibson, y que marca un nuevo periodo vital y creativo y anticipa y condensa la evolución literaria de su autor¹. Es, además, el único libro de este género, escrito en prosa lírica, por el poeta y dramaturgo granadino, entonces veinteañero, y poco tiempo después genio de las letras, mundialmente conocido por monumentos literarios como el Romancero gitano (1928), Bodas de sangre (1933), La casa de Bernarda Alba (1936) o Poeta en Nueva York (1940), obra de viaje póstuma en torno a la que también se aportan algunos materiales de interés en la presente edición².

    Entre las páginas de Impresiones y paisajes es posible asistir, de modo práctico, a la gestación literaria del escritor, y encontrar influencias impresionistas y simbolistas

    —de

    gran importancia en nuestros autores de la primera mitad del siglo XX— tanto como modernistas, pero también la impronta que la denominada generación del 98 y el Regeneracionismo dejaron bajo la línea de flotación de la generación lorquiana, así como las ideas y los modos de hacer de la generación de 1914.

    Entre otras cosas, como ejemplo diáfano de lo que será la madurez literaria de Lorca, en Impresiones y paisajes están inscritas, de un modo u otro, las notas compositivas de muchos de los más relevantes textos lorquianos, tal y como apunta Pablo Valdivia³; Mariana Pineda o Yerma tendrían su germen en las descripciones sobre las convenciones sociales que aparecen en la descripción de las muchachas castellanas, de igual modo que el personaje de Martín de El lenguaje de las flores tiene notas que parecen ser la transposición literaria evocativa de Martín Domínguez Berrueta, el profesor de Lorca y guía de viaje; el silencio de los claustros y las calles castellanas, y su ambiente opresivo, quizás fueran el origen del silencio triste de La casa de Bernarda Alba, como aquel aire de hierro de Ávila o Zamora se reconstruyen en aurora con columnas de cieno en Poeta en Nueva York. Hasta Mariana Pineda tiene su avatar en la Doña Jimena de Impresiones y paisajes, quizás derivada de la ósmosis regeneracionista lorquiana.

    De igual modo, la clasificación de cada una de las estampas como «escena» acerca la concepción poética lorquiana primera al teatro tardorromántico modernista, a Marquina y a Villaespesa, que él aplica en el atrezo del decorum y en el tono (entre descriptivo y elegíaco); si bien, y de acuerdo con Ramón Asquerino, quizás el término más apropiado para cada escena sea el de «estampa», y entonces aparecen de modo claro en Impresiones y paisajes textos de Gabriel Miró (tan olvidado hoy), como El humo dormido⁴, que también se mira en la prosa de Azorín

    —sobre

    todo en la lentitud del tempo de las

    descripciones—

    y en la pintura impresionista de Joaquín Sorolla o Darío Regoyos; melancolía y misticismo mironianos, entre románticos y modernistas, a los que dota Lorca de una modulación simbolista a través del uso de la sinestesia para muchas de las descripciones; no en vano Lorca es también músico, y por eso todo suena, ya se trate de ruidos, melodías o voces. Incluso «suena» el silencio

    —con

    gran protagonismo en el

    libro—

    , y no digamos los ecos.

    Indudablemente, todas estas cosas

    —la

    personalidad y precocidad de su autor, así como la singularidad del

    texto—

    confieren a esta obra un valor intrínseco; pero, además, Impresiones y paisajes es un hermoso compendio de vigorosas y originales descripciones y evocaciones de distintos rincones y gentes de nuestro país, que nos transportan a una época ya fenecida

    —evocada

    por las postales en color

    sepia—

    y en nuestra humilde opinión nos sumergen, pese la bisoñez de Lorca, en el fascinante y gozoso mundo de la literatura con mayúscula.

    Según García Lorca, «la ornamentación es el ropaje y las ideas que envuelven a toda obra artística. La idea general de la obra son las líneas y por lo tanto su expresión. El artista lo primero que debe tener en cuenta para la mejor comprensión de su alma es el primer golpe de vista, o sea el conjunto del monumento, pero para expresar sus pensamientos y su intención filosófica se vale de la ornamentación, que es lo que habla gráfica y espiritualmente al que lo contempla»⁵. Pues bien, la ornamentación cobra un gran protagonismo en Impresiones y paisajes y es sumamente rica. Tanto, que podríamos decir, sin exageración, que nos hallamos ante una geografía lírica, prosa poética, musical y pictórica, impresionista y simbolista, de gran plasticidad. El autor trata de expresar de dicha forma lo que siente, de compartir, no sin cierto pudor, los ecos que las cosas hacen resonar en su interior; como subraya en el prólogo, «hay que interpretar siempre escanciando nuestra alma sobre las cosas»⁶. García Lorca no pretende describir las cosas tal y como son, sino tamizadas y a través de las emociones y sentimientos que le provocan. En este sentido, nada le es ajeno ni le deja indiferente. Su deseo es «verlo todo, sentirlo todo».

    Geografía lírica en la que el poeta se hace acompañar de otros artistas viajeros que dormitan en su memoria, en sus lecturas y en su retina, y se filtran en las líneas que va escribiendo. Azorín

    —pese

    a que García Lorca lo

    aborrece—

    se cuela en la identificación de Castilla y España, y en la construcción de oraciones cortas, en el decadentismo manifiesto, como en La ruta de Don Quijote (1905), del mismo modo que se deja ver la desolación machadiana de Campos de Castilla (1912), que incluso recuerda temáticamente en la escena «Un hospicio en Galicia», que Lorca introduce en la tercera parte del texto («Temas»); también Baroja y su mística (Camino de perfección, 1902), la visión romántica de Regoyos

    —al

    que García Lorca califica de genial en su

    libro—

    y su reivindicación de la justicia social, los crepúsculos de Unamuno

    —apreciado

    por

    Lorca—

    en sus viajes Por tierras de Portugal y España (1911), los jardines solitarios de Juan Ramón Jiménez

    —también

    elogiado en Impresiones y paisajes—, y hasta Paul Verlaine (a través de Rubén Darío), el conde de Lautréamont e incluso Maurice Maeterlinck

    —asimismo

    alabado en dicha

    obra—

    , el Valle-Inclán

    —otro

    autor despreciado por García

    Lorca—

    de las Sonatas (1902-1905) y la melancolía mediterránea de la pintura de Santiago Rusiñol

    —ni

    siquiera escapará la impronta de Zuloaga en la descripción de los cristos lorquianos o El

    Bosco—.

    Pintura y música, música y pintura, para hacer literatura con toda su biblioteca a disposición de lo que su mirada le devuelve del paisaje. Lorca, nacido en 1898, el «año del desastre», de la pérdida de Filipinas y de las últimas colonias americanas, se impregnó de la cultura y el pensamiento finiseculares y de principios del siglo XX, pese a que nunca fue lo que se dice un buen estudiante. Sin embargo, parece ser que sí que fue un voraz lector. Pepín Bello, conocido por la íntima amistad fraguada en la Residencia de Estudiantes con Dalí, Buñuel y García Lorca, comentaba respecto a este último que «lo había leído todo. No sé si se lo había imbuido Dios, pero lo había leído todo, y eso que nunca fue un beato con libros, nunca fue bibliófilo y su biblioteca era más bien escasa»⁷.

    El viaje no lo es si no se acompaña de la experiencia, y la experiencia lorquiana es libresca y plástica, es musical, y es capaz de sustanciar y reorganizar su memoria como memoria cultural que impregna la visual, enriqueciéndola, de modo que el paisaje, los edificios, los personajes que ve pasar, son suyos, pero también de Machado, Unamuno o Miró. Pero también Lorca viaja consigo mismo desde Impresiones y paisajes; la «sangre de pámpanos» de El Público está ya en «Sepulcros de Burgos», el bestiario lorquiano, las vacas, las palomas, los perros, los caballos, la geografía de acequias, de ruinas, de balcones, de calles, de yedras…, que parecen acompañar a su retina desde los viajes con Berrueta hasta que se apagara cuando, como él decía, «Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes». La gran sensibilidad de García Lorca —no nos cabe duda de que fue lo que algunos psicólogos denominan hoy día «persona altamente sensible»⁸— se percibe con claridad en esta obra de juventud, quedando materializada en vívidas descripciones que ponen en juego los sentidos de una forma rotunda.

    Los viajes en grupo realizados por García Lorca, y que constituyen el alimento que nutre Impresiones y paisajes, tenían como nodos e hitos principales algunas ciudades españolas, si bien esto no queda tan claramente evidenciado en el libro por el protagonismo concedido a cada descripción; algunas descripciones son breves, y otras directamente inexistentes. Además, de lo escrito a lo finalmente publicado en forma de libro, se observan variaciones y omisiones.

    Para evidenciar esto aludiremos al caso de la ciudad de Ávila, con la que prácticamente se inicia la obra. Le causa una muy buena impresión, pese a lo cual no se extiende demasiado. Dirá de ella que se trata de «la ciudad más castellana y más augusta de toda la meseta colosal». La buena conservación de su casco histórico le lleva a resaltar la presencia en su interior de un «espíritu antiquísimo». Su urbanismo le invita a viajar en el tiempo varios siglos atrás. A sus padres les escribirá el 19 de octubre de 1916 contándoles con emoción: «es como si la Edad Media se hubiera levantado del suelo»⁹. Y en su obra dirá en el mismo sentido que es como si se hubiera hecho realidad el escenario de un cuento infantil. En unas notas manuscritas que quedaron sin publicar insistirá en que «Ávila es una ciudad de ensueño y poesía», en la que su glorioso pasado tiene gran protagonismo.

    Llama la atención el hecho de que omita en su libro algunas cosas que le causaron una honda impresión, y de las que por fortuna tenemos testimonio tanto por la correspondencia como por las mencionadas notas inéditas. Curiosamente no referirá en su libro algo que le parece «de lo más interesante de Ávila», la oportunidad de ver a la gente ataviada con trajes típicos y de poder intercambiar impresiones: «Los campesinos visten como antiguamente, las mujeres con faldas enormes de anchas y de muchos colorines, con grandes pañuelos de flores y preciosos aretes; hombres, pantalón corto. Chaquetilla corta y sombrero calañés. Hablan divinamente y están enormemente educados». Más llamativo aún resulta que, aunque en su libro dirá que «nadie debe de hablar ni de pisar fuerte para no ahuyentar al espíritu de la sublime Teresa», no aludirá más a la santa pese a que, según él, «el alma de la dulcísima Teresa está suspendida sobre la ciudad» y pese a que, como ha quedado evidenciado, estuvieron en Ávila coincidiendo con las fiestas dedicadas a la abulense más universal y tuvieron la oportunidad no solo de empaparse del ambiente reinante, sino también de hacer exhaustivas visitas guiadas y con trato de privilegio. Es más, ni siquiera alude en su libro a un episodio verdaderamente singular, vivido gracias a las gestiones

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