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Victoria Díez y Bustos de Molina: Una por todas
Victoria Díez y Bustos de Molina: Una por todas
Victoria Díez y Bustos de Molina: Una por todas
Libro electrónico554 páginas6 horas

Victoria Díez y Bustos de Molina: Una por todas

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María Victoria Díez y Bustos de Molina (1903-1936), en proceso de canonización, hoy beata, sevillana hasta la médula, fue una excelente y simpática maestra nacional que supo aunar en admirable sintonía su vocación artística y su profesión docente, ejercida en pueblos de Extremadura y Andalucía. No salió nunca de España pero su mente, su corazón y su entusiasmo traspasaron mares y fronteras porque, crecida siempre en aspiraciones, iría hasta "el fin del mundo" para comunicar a todos el móvil de su existencia, su amor, la pasión que de por vida la acompañó.

Desde niña Victoria fue piadosa, como lo era su familia, y pronto emergió en ella una clara vocación apostólica, fruto de su consolidado amor a Jesucristo. Amable y servicial, libre y cercana a todos, atenta a los necesitados, de reconocido prestigio profesional, siendo Presidenta del Consejo Escolar de Primera Enseñanza de Hornachuelos (Córdoba), no dudó en entregar su joven vida en la madrugada del 12 de agosto de 1936 a causa de su fe.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 feb 2024
ISBN9788427729704
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    Victoria Díez y Bustos de Molina - María Encarnación González

    SIGLAS Y ABREVIATURAS

    AGGCE = Archivo General de la Guerra Civil Española.

    AHIT = Archivo Histórico de la Institución Teresiana.

    ASOC = Archivo Secreto del Obispado de Córdoba.

    AV = Archivo Vaticano.

    Ant. Escr. = Antología de Escritos.

    BAT = Boletín de las Academias Teresianas.

    BIT = Boletín de la Institución Teresiana.

    CSIC = Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

    DIT = Diario de la Institución Teresiana.

    O. = Orden ministerial.

    PAIT = Publicaciones del Archivo de la Institución Teresiana.

    R.D. = Real Decreto.

    R.O. = Real Orden.

    S.f. = Sin fecha.

    INTRODUCCIÓN

    Hace bastantes años se me acercó Paula Marchena, discípula, amiga y entusiasta admiradora de Victoria Díez, y me dijo en tono confidencial: quiero que entiendas bien lo que voy a confiarte, que no es atenuar la alta valoración que tenemos de Victoria; todo lo contrario. Debes saber que todas estábamos preparadas para el martirio; el nivel espiritual de los miembros de la Institución Teresiana era ese; comprendíamos bien que una fe profunda y coherente implicaba la posibilidad de dar la vida, no solo como actitud espiritual, sino como hecho real. En este sentido nos orientaba el fundador, san Pedro Poveda, y cuando la situación se puso difícil, leíamos las Actas de los mártires y esto nos fortalecía ante la eventualidad de un martirio cruento. Ninguna, lo mismo que hizo Victoria, ninguna lo hubiéramos eludido. Ella nos representa y honra a todas, así como pone en evidencia la verdad de un carisma cuya referencia esencial son los primeros cristianos. Paulita hablaba convencida, enfatizando las ideas que hemos subrayado.

    Desde el 17 de julio de 1936, un buen grupo de estas maestras del núcleo de la Institución, unas sesenta, estaban reunidas en Madrid comenzando un curso de formación. Después de cualificadas consultas a causa del tenso y confuso contexto, don Pedro Poveda se había decido a convocarlo. Por este motivo muchas de ellas no corrieron la misma suerte que Victoria; además de que los meses de julio y de agosto, cuando más virulenta fue la persecución religiosa, eran de vacación escolar y no estaban en los pueblos. Una por todas.

    Historiamos, pues, la biografía de María Victoria Díez y Bustos de Molina (1903-1936), sevillana, hija única de una familia sencilla que le dio la carrera de Magisterio en la Escuela Normal y, a la vez, estudios muy completos de dibujo y pintura en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, y ejerció como maestra nacional.

    Piadosa desde niña, como lo eran sus padres, descubrió pronto su vocación de entrega al Señor y encontró su molde, como dice una de sus compañeras y amigas, en el núcleo de la Institución, cuando en el curso 1925-1926, para preparar las oposiciones al magisterio nacional, acudió a la Academia Teresiana recién fundada en Sevilla. Un curso como alumna opositora y otro dando clases de ingreso en la Escuela Normal y repasos de algunas asignaturas de 1º de Magisterio mientras le adjudicaban la plaza, fueron modelando su espíritu y preparándola pedagógicamente para la que había de ser su profesión de educadora.

    Estrenó sus primeras clases en un pueblo extremeño, Cheles (Badajoz), durante el curso 1927-1928. Pasó al siguiente a Hornachuelos (Córdoba), localidad más cercana y mejor comunicada con su Sevilla natal. Ocho cursos académicos en esta villa situada en la comarca del Valle Medio del Guadalquivir, recostada en una terraza de la Sierra Morena, pusieron bien de manifiesto su óptima preparación profesional –perfecta simbiosis entre la pedagogía actualizada, el arte, y su talante humano atento a toda necesidad– y una vida espiritual recia, sólida, profunda, bien acrisolada en esta joven maestra cuya íntima vocación y apasionado deseo era evangelizar.

    Coincidió la vida de Victoria con un ciclo de la Historia de España. En 1902, un año antes de su nacimiento, comenzaba a reinar Alfonso XIII. Culminó su infancia en los días de la I Guerra Mundial (1914-1918) y, entre 1919 y 1923, mientras quebraban los partidos políticos, cursó la carrera de Magisterio en la Escuela Normal Superior de Maestras de Sevilla y los estudios de Dibujo y Pintura en la Escuela de Artes y Oficios de esta misma ciudad. Cuando España se embarcaba en el régimen dictatorial de Primo de Rivera, Victoria preparaba las oposiciones, y a la par que iban decayendo los felices años veinte hasta desembocar en la II República, la entusiasta maestra ejerció en los pueblos citados.

    La cruel persecución religiosa que se desencadenó a la vez que el golpe militar del 18 de julio de 1936, segó su joven vida por martirio cuando iba a cumplir 33 años de edad.

    Su santidad de vida y su muerte heroica han hecho pervivir a Victoria en el tiempo mucho más allá que su estricta cronología, y la han desplegado en el espacio superando con alcance universal el ámbito concreto de su Andalucía natal.

    El 1993 fue beatificada en Roma, junto al hoy san Pedro Poveda, también mártir a causa de la fe. Y, por ejemplo, cuando en 1998-1999 se organizó en la Biblioteca Vaticana la Exposición Diventare Santo (Llegar a ser santo) como uno de los principales eventos del gran Jubileo del año 2000, allí estuvo la sonrisa de Victoria. Sorprendió de nuevo su presencia en otra importante Exposición: La Santità ieri, oggi e sempre (La Santidad ayer, hoy y siempre) que, organizada por el movimiento Pro Sanctitate, pudo visitarse en una céntrica basílica romana durante todo el año jubilar. Victoria fue elegida como exponente de la santidad laical.

    ¿Por qué este atractivo de Victoria? Nos estamos refiriendo a una sencilla maestra de pueblo, bajita de estatura y frágil de salud. Nada relevante a primera vista y, sin embargo, es hoy celebrada al menos en treinta países de cuatro continentes. Una mujer que ha hecho historia, una eficaz y relevante historia que tipifica un modo de ejercer la profesión y de vivir con hondura y seriedad un compromiso de fe. Como muchas otras.

    Son numerosas las fuentes con que hemos contado para elaborar esta biografía. Josefa Grosso, iniciadora y directora de la Academia para el magisterio de Sevilla, donde Victoria dio sus pasos iniciales en la Institución Teresiana, escribió su primera biografía. Para ello visitó Hornachuelos el 11 de septiembre de 1937 y entrevistó a unos y a otros. Ese mismo mes solicitó por carta informaciones sobre Victoria a personas que la habían conocido, y recibió bastantes respuestas. En agosto de 1938 volvió a Hornachuelos para solicitar nuevos testimonios, avalados algunos por un notario eclesiástico.

    La directora general de la Institución Teresiana, Mª Josefa Segovia, solicitó datos biográficos de Victoria en primer lugar a su madre, doña Victoria Bustos de Molina que, en cartas sucesivas a partir de diciembre de 1936, los fue aportando. Y en mayo de 1962, con vistas a la Causa de Beatificación y Canonización de la maestra mártir, la nueva directora de la Institución, Carmen Sánchez Beato, dirigió una circular solicitando informaciones sobre ella a quienes pudieran aportarlas. Como es normal en el ejercicio de la memoria, que siempre es selectiva y de algún modo se reelabora, no siempre coinciden los datos aportados, pero no son muchas las divergencias.

    Una por todas fue Victoria tanto en el modo de vivir la fe y en el ejercicio de la profesión como en haber entregado la vida en martirio al que, sin excluir a ninguna, todas estaban dispuestas. Una venturosa y dolorida historia que marcó a una generación de sencillas y valientes mujeres entregadas de por vida a una vocación y una misión.

    M.ª Encarnación González Rodríguez

    LA PERSONA Y EL TIEMPO

    1. EL IMPLACABLE CONTEXTO

    En un ciclo de la Historia de España

    La breve vida de Victoria Díez, de solamente 32 años, coincidió con un ciclo de la Historia de España (1903-1936), país del que nunca salió, aunque desde muy niña afloró en ella cierta vocación a lo universal, manifestada en su ansia de ser misionera, y que después, ya con su título de maestra, ejemplificó en expresiones como no me importa ir, aunque sea al fin del mundo…¹. Pero su mundo quedó circunscrito a su Sevilla natal y a los dos pueblos en que ejerció su profesión en escuelas nacionales de niñas: Cheles (Badajoz), casi tocando a Portugal, y Hornachuelos (Córdoba), recostado en la Sierra Morena. Viajó en algunas ocasiones a Madrid, donde residió algunas semanas; estuvo también en León y en Asturias, y no le faltaron desplazamientos al entorno cercano de los citados lugares en que se desarrolló su existencia.

    Pero Victoria no era persona de mirada corta, ni de menguada formación, ni limitada de ideales. Supo volar sin despegar los pies de la tierra concreta en que debía ejercer su misión de educadora y, seguramente los pájaros que ella dibujaba, inspirados en los mosaicos romanos de la cercana Itálica, eran signo de su libertad interior, de su voluntad de desplegar las alas y alcanzar horizontes siempre distintos y nuevos.

    Afectó a la historia de España la proclamación de la mayoría de edad del rey Alfonso XIII, al cumplir 16 años, el 17 de mayo de 1902. Su padre, Alfonso XII, había fallecido, a los 27 años, el 25 de noviembre de 1885, cuando él no había nacido todavía, por lo que su madre, María Cristina de Habsburgo, ejerció la regencia. A ella le tocó vivir momentos difíciles, como las ansias de regeneracionismo que se pregonaban por doquier; como la conocida crisis de 1898, a la que puso palabras, ingenio, emoción e incluso indignación, la espléndida generación de literatos y artistas de esa misma fecha, quienes supieron expresar con maestría, arte y agudeza el llamado problema de España. Fue cuando se perdieron las últimas provincias de ultramar, cuando emergieron inaplazables cuestiones sociales derivadas de las distintas fases de la Revolución Industrial, cuando había que afianzar un sistema político –la Restauración monárquica– en pleno proceso de consolidación y cuando el cambio de siglo despertó las esperanzas y las ilusiones que a esta circunstancia suelen acompañar.

    Algo más de un año después de que, según la vigente Constitución de 1876, el jovencísimo rey asumiera la jefatura del Estado, el 11 de noviembre de 1903, nacía en Sevilla Victoria Díez y Bustos de Molina, hija única de un matrimonio modesto. Poco le afectaría en su infancia y juventud el sucederse, en rigurosos y continuos turnos de gobierno, de los partidos de la izquierda y de la derecha liberal, abocados ambos a la inevitable fragmentación nacida de divergencias internas, y obligados a compartir el espacio político con los nuevos partidos que iban emergiendo, como el socialista, el reformista y el comunista después, y contando siempre con el persistente republicanismo y con los focos anárquicos, presentes en definidos ámbitos de la sociedad.

    Una familia con escasos recursos económicos y con honda religiosidad cristiana, como fue la de Victoria, a pesar de vivir en la cosmopolita y polifacética Sevilla, ciudad abierta a todas las corrientes políticas y culturales, no parece que tuviera más preocupación que sobrevivir con el reducido sueldo de un sencillo empleado en pequeñas empresas y dotar de una carrera a su hija. Era el modo de promocionarle a ella, de aumentar los ingresos domésticos cuando ejerciera su profesión y también, en cierto modo, el de asegurarse todos un discreto futuro.

    ¿Hacerla maestra? Seguramente era a lo más y lo mejor a que podían aspirar. Terminados los estudios primarios, accedería, mediante un examen de ingreso, a la carrera de Magisterio, que constaba de cuatro cursos. Vendrían después las oposiciones al magisterio nacional y, aunque era proverbial –y real– el menguado sueldo de los maestros, para una mujer lista, trabajadora y con pocos medios de fortuna, era la salida profesional más al alcance inmediato.

    Pero a Victoria, en principio, no le atraía demasiado ser maestra. En ella destacó pronto su evidente vocación artística –¡estaba en Sevilla, cuna y exponente de los más logrados modelos!–, afición entrecruzada con la profunda vivencia cristiana de la familia y de los ambientes que de niña frecuentó, que parecían inclinarla a la vida religiosa y a soñar incluso con ser misionera. También Sevilla había sido pródiga en este género de opciones.

    Sí que pudo cursar con éxito estudios muy completos en la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos de Sevilla, simultaneados con el final de los primarios y con los de la Escuela Normal de Maestras, que concluyó en 1923, precisamente cuando sucumbía un ciclo político en España, y se abría paso otro muy distinto, inicialmente tan lleno de esperanzas como de interrogantes.

    Entre 1914 y 1918, a pesar de contar solo con 11 a 15 años de edad, no le pasarían desapercibidas a Victoria las noticias de la I Guerra Mundial, que estaba sembrando Europa de muertos y de ruinas. Porque, aunque España permaneciera neutral en la contienda, las columnas de los periódicos apasionaban a los lectores alineados en uno o en el otro bando, lo que provocaba inevitables y acaloradas discusiones en distintos ámbitos de la vida de la nación. Sevilla no era precisamente un rincón del mundo, por lo que, en este tramo de su joven vida, Victoria no pudo permanecer ajena a lo que estaba sucediendo más allá de las fronteras. Y tampoco dentro, porque las huelgas y las movilizaciones sociales provocadas por el alza de los precios no acompañada de la subida de los salarios; la progresiva crisis de los partidos políticos que derivó en un continuo sucederse de gobiernos incapaces de controlar la situación; y la decepción que reinaba por doquier, no es posible que dejaran indiferente a esta afanosa estudiante, que siempre permaneció tan atenta a su entorno inmediato.

    Algunos acontecimientos puntuales debieron grabarse bien en su alma. Así, la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, realizada por el rey Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid), centro geográfico de la nación, el 30 de mayo de 1919. Durante 1900, la Iglesia universal había celebrado el año jubilar que coincidía con el cambio de siglo. El Papa León XIII, que en 1891 había sorprendido al mundo con la encíclica Rerum Novarum encareciendo el acercamiento de las clases sociales como única vía de solución para los gravísimos problemas planteados, volvió sobre el tema, aunque con distinto matiz, publicando la encíclica Annum sacrum el 25 de mayo de 1899. Preparó así la consagración que ese Año Santo, 1900, había del hacer del género humano y de la acción social de los cristianos al Sagrado Corazón de Jesús. Desde entonces, prácticas piadosas como la entronización del Corazón de Jesús en los hogares, en las escuelas y en otros centros públicos, estaban atrayendo la devoción de los creyentes. También la de Victoria.

    Tampoco debió pasarle desapercibida la publicación, el 30 de noviembre de 1919, a sus 16 años, de la encíclica Maximum Illud del papa Benedicto XV, dedicada a fomentar el movimiento misional en el contexto de universalismo suscitado a raíz de la I Guerra Mundial. ¿Se la explicarían en la parroquia, o en las actividades promovidas por las Reparadoras, donde solía acudir los domingos, y sintió el latido de esa íntima fibra que le hacía proyectarse aunque sea al fin del mundo? Porque nunca fue corta Victoria en sus aspiraciones y jamás permitió que le menguaran los anhelos que en su alma se iban despertando.

    Lo que, igual que a toda la nación, conmovió sin duda a Victoria, ya con casi veinte años y con la carrera de Magisterio recién concluida, fue el golpe de estado del capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, que suprimió los muy debilitados partidos políticos –con vistas a renovarlos, decía– por un Directorio militar, y dos años después por uno civil. En principio, la Dictadura fue bastante bien recibida por todos, incluso valorando el acierto de Alfonso XIII de haber aceptado esta solución que salvaba la monarquía y pretendía restaurar la muy deteriorada democracia. Pero, como es bien sabido, el problema de las dictaduras no es comenzar, sino concluir y no tardaron en mostrar su impaciencia los intelectuales, los políticos, los militares, los obreros, los estudiantes…, y cuantos veían desvanecerse las ilusiones primeras.

    Pero, de hecho, en los llamados felices años veinte, al haberse suprimido la quebrantada vida política de los partidos, sin tantos debates ideológicos y con más atención a los problemas reales, se elevó el nivel económico y cultural de las clases medias y, en general, se gozó de cierta prosperidad en la nación. En este ambiente gratamente vividero, como lo calificaron algunos, fue cuando Victoria, que preparaba las oposiciones al magisterio nacional, de improviso, tuvo noticia de que la Institución Teresiana acababa de inaugurar en Sevilla una Academia para estudiantes de magisterio y, precisamente, para preparar oposiciones; y, en noviembre de 1925, comenzó a frecuentarla. Unos meses después, una conferencia de la directora de esta Academia, Mª Josefa Grosso, el 25 de abril de 1926, sobre Algunos rasgos pedagógicos de Santa Teresa de Jesús, despertó en ella la vocación a la enseñanza y… a la Institución Teresiana.

    Compenetrada con su profesión de maestra, fue cualificando su hacer con la más completa preparación pedagógica, y encontró la felicidad en una vida cristiana seria, profunda, comprometida, coherente con la formación recibida desde niña. Fe y ciencia, piedad y cultura caracterizaron a la maestra novel deseosa de que, al fin, le adjudicaran mi pueblo ².

    Comenzó Victoria su andadura docente, a los casi 24 años, en el curso 1927-1928. ¿No quería ir al fin del mundo? Allí estaba, para ella, el pueblo extremeño Cheles, al que, desde Olivenza, no se sabe cómo se llega³. Pero llegó y permaneció gratamente todo ese curso junto a la frontera con Portugal, pasando al siguiente, 1928-1929, a su destino definitivo, Hornachuelos, en la sierra cordobesa.

    Pero justamente en ese momento, de pronto todo cambió. Traspuesto el cabo de 1928, año terminal de la bonanza, la vida de España se hizo extrañamente insegura⁴. La Dictadura no había conseguido abrir cauces a la deseada nueva política que ofreciera garantías de estabilidad y de futuro; tampoco había resuelto satisfactoriamente el problema social; comenzaba, además, a golpear la gran depresión de 1929, mientras España paliaba sus fracasos con la grandiosa Exposición Iberoamericana de Sevilla y la Universal de Barcelona. Pero, sobre todo, no se sabía cómo ni cuándo iba a terminar ese régimen dictatorial que, en principio, se consideró provisional. Así, pasadas las expectativas de los primeros años, de los ateneos, de los claustros universitarios y de los colegios de abogados comenzaron a partir las voces que agitaron las algaradas callejeras estudiantiles y que pronto conectaron con los militares y con otras fuerzas vivas del país.

    Para paliar el evidente declive, el 31 de enero de 1930 el rey Alfonso XIII sustituyó a Miguel Primo de Rivera por el general Dámaso Berenguer, que debería restablecer el régimen democrático constitucional. Pero no fue así. Crecía el descontento, proliferaban las manifestaciones, se ponía en juego la propia figura del rey por haber aceptado el régimen dictatorial, y acabaron uniéndose todos los republicanos en el conocido Pacto de San Sebastián. El 15 de febrero de 1931 el general Berenguer se vio obligado a dimitir y fue sustituido por el almirante Juan Bautista Aznar.

    El nuevo presidente del Consejo de Ministros se limitó, prácticamente, a convocar unas elecciones municipales para el domingo 12 de abril de ese año 1931. Al haber triunfado en las grandes ciudades las candidaturas republicanas, parece que sin haber concluido el recuento de votos, el 14 de abril fue proclamada la II República. Para evitar los previsibles enfrentamientos, e incluso el riesgo de una guerra civil, ese mismo día Alfonso XIII renunció a la Jefatura del Estado y abandonó España. La familia real lo hizo un día después.

    Proclamado Niceto Alcalá-Zamora presidente del gobierno provisional de la II República, pronto, el 1 de mayo, el cardenal Segura, primado de España, escribió una carta pastoral a los fieles solicitando el acatamiento al poder constituido y rogándoles que se mantuvieran unidos por encima de las discrepancias políticas. Muy poco después el día 9, en una declaración colectiva, los metropolitanos expresaron la misma actitud y ofrecieron orientaciones ante esta circunstancia.

    No tardó el nuevo régimen en manifestar su verdadero rostro. Es cierto que la República nació en un momento desfavorable por la crisis económica de Occidente y que tuvo que afrontar no pocos problemas reales. Pero innecesariamente planteó uno, el religioso –error de demagogia para algunos–, que trajo consigo manifestaciones anticlericales y de abierta hostilidad a la Iglesia en sus obras y en sus personas. Que el 6 de mayo de 1931, al poco de proclamada la República, se decretara la no obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas no era un hecho persecutorio en sí mismo, pero sí que los días 11 y 12 del mismo mes ardieran templos y conventos en distintos puntos de la geografía nacional, que el día 17 se expulsara al obispo de Vitoria y el 15 de junio al cardenal primado..., ya tenía otro carácter. Además, con el fin de demostrar que España ha dejado de ser católica, muy pronto se anunciaron nuevas medidas hostiles a la Iglesia, como la secularización de los cementerios. Tampoco hubiera tenido carácter persecutorio la efectiva separación de la Iglesia y el Estado si no la hubieran acompañado de una legislación abiertamente tendenciosa, como la contenida en la propia Constitución republicana, de 9 de diciembre de ese año 1931, cuyo artículo 26 establecía, además del laicismo del Estado, la disolución de determinadas órdenes religiosas. Y la subsiguiente ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, de 2 de junio de 1933, igualmente hostil sobre todo para las dedicadas a la enseñanza. Confirmado Alcalá-Zamora en la presidencia de la República, con Manuel Azaña como presidente del Consejo de Ministros, Fernando de los Ríos ministro de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis director general de primera enseñanza, el objetivo de la escuela como vía preferente para descristianizar España, estaba plenamente marcado. La circular del Ministerio de Instrucción Pública, de 16 de enero de 1932, ya obligó a retirar todo signo religioso de la escuela por ser laica la enseñanza, y enseguida, el 11 de abril, quedaron suprimidas las clases de Religión.

    La entrada en el gobierno el 4 de octubre de 1934 de algunos ministros de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) por haber ganado las elecciones del 19 de noviembre de 1933, provocó una huelga general revolucionaria en la que no faltaron violencias de todo género a lugares y personas de Iglesia, llegando incluso a quitar la vida por cruentos martirios a varios religiosos. Superada esta aguda crisis, que se manifestó con mayor crudeza en Asturias y Cataluña, siguió un bienio de relativa paz. Pero se saldó con el triunfo del Frente Popular (alianza de las izquierdas para ganar en las elecciones) en la jornada electoral del domingo 16 de febrero de 1936. Una vez en el poder la extrema izquierda, y más desde el 19 de febrero en que, depuesto por la Cortes Alcalá Zamora ocupó Azaña la presidencia de la República, se restauró en todo su vigor la legislación sectaria de 1931-1933 y, como entonces, se radicalizó el tema de la enseñanza, se hicieron frecuentes los tumultos callejeros y se multiplicaron las agresiones a las personas y a los edificios religiosos.

    Incendios, profanaciones, asaltos a iglesias y conventos menudearon por doquier. Innecesaria violencia, exacerbado extremismo en tantas áreas de la vida de la nación, que trajo como consecuencia, el 17-18 de julio de 1936, el golpe de Estado militar contra el gobierno de la República. España quedó dividida en la zona que continuó controlando el gobierno vigente y la que se adhirió a los sublevados del llamado movimiento nacional.

    En la zona republicana, en la que por poco tiempo quedó Hornachuelos, pronto se organizaron Comités de defensa de la República que proporcionaron armas a milicias incontroladas; se cometieron todo género de altercados y desmanes y se desencadenó una cruel persecución religiosa, simultánea, pero distinta, a la lucha entre los dos bandos enfrentados, que, al no triunfar de momento ni uno ni otro, derivó en una dolorosa y prolongada guerra civil.

    No fueron caídos en la contienda, ni víctimas de represiones políticas los que, como Victoria Díez, sufrieron un cruento martirio a causa de sus convicciones religiosas. La maestra fue detenida en su casa en la tarde del día 11 de agosto y, en la madrugada del 12, única mujer junto con 17 compañeros, entre ellos el párroco, después de una larga caminata y un simulacro de juicio, caía abatida, la última, por disparos de bala, en el pozo de una mina abandonada, después de haber confesado en alta voz, con toda decisión y firmeza, su fe en Jesucristo y en la Virgen María.

    El contexto histórico, la peculiar circunstancia que le tocó vivir, modeló y segó la joven vida de Victoria cuando estaba a punto de cumplir 33 años de edad. Pero lo cotidiano, el vivir de cada jornada entre 1927 y 1936, fue ser maestra de pueblo, excelente maestra, durante nueve años consecutivos en un ambiente muy conflictivo y difícil. España se desmoronaba en continuos conflictos políticos e ideológicos, a la vez que los maestros de escuela, con frecuencia en condiciones muy penosas, trataban de redimir al pueblo más pueblo liberando de la ignorancia y la postración a los niños, no pocos de ellos hambrientos de pan, y todos ávidos de una instrucción y de una formación que les proporcionara un futuro mejor.

    ¿Un país culturalmente en vías de desarrollo?

    Al biografiar a una maestra de pueblo, hemos de preguntarnos por la realidad cultural del país. A primera vista parece que las estadísticas del analfabetismo tendrían que proporcionarnos la respuesta, pero no sin tener en cuenta previamente que, en las primeras décadas del siglo pasado, el concepto de alfabetización sufrió notables variantes, cediendo el paso al de educación fundamental. Otro hecho a considerar es que, con vistas a la incorporación de los ciudadanos a la vida cívica del país, los gobiernos de toda Europa prestaron mayor atención a la cultura popular: el Estado tomó sobre sí el deber de elevar el nivel cultural de los ciudadanos, a la vez que estos comenzaron a reclamar el derecho a recibir una instrucción adecuada⁵.

    Ateniéndonos a los datos que, desde 1900, proporcionan cada diez años los Censos, y también a los Anuarios Estadísticos⁶, en 1920, cuando Victoria estaba estudiando Magisterio, el porcentaje de los no alfabetizados en España alcanzaba una media del 52,23% (el 46,33% hombres y el 57,78% mujeres). Diez años después, en 1930, cuando Victoria se hallaba en pleno ejercicio de su profesión, las cifras habían decrecido a un ritmo algo superior al de décadas anteriores: había un total de 44,47% sin alfabetizar repartidos entre el 38,61% de hombres y el 48,14% de mujeres⁷. Aunque estas estadísticas no son aplicables por igual a todas las zonas del país, reflejan, sin embargo, una realidad que no puede calificarse de optimista: en torno a la mitad de los españoles no sabía leer ni escribir.

    En 1900 se había creado el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, desglosándolo del de Fomento. Pero debido a la inestabilidad política del país, entre 1900 y 1915 pasaron veintiséis ministros, y entre esta fecha y 1931, veintisiete, de muy diversas tendencias. A ellos hay que añadir los dos que ocuparon este cargo durante la República, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos, ambos a las órdenes del director general de Instrucción Pública, Rodolfo Llopis.

    De todos modos, algunos organismos prestaron una acción continuada a favor de la alta cultura y de la instrucción y la enseñanza en todos sus grados y formas. Desde fecha muy anterior a la creación del Ministerio, existía el Consejo de Instrucción Pública, órgano consultivo al servicio del Ministerio desde que este se creó, aunque tampoco se vio exento de los vaivenes políticos. Por R.D. de 1 de enero de 1911 se inició en el Ministerio la Dirección General de Primera Enseñanza, una de cuyas actividades fue apremiar a los Ayuntamientos para que proporcionaran lugares adecuados a las escuelas, organizando incluso una Oficina dedicada a las Construcciones Escolares. Aunque algo más reciente, mucho más consolidada y definida estaba la Inspección de Enseñanza, creada en 1913 con la primera promoción de los alumnos y alumnas de la Escuela Superior del Magisterio, pero también se vio mediatizada por la incidencia de los gobiernos, sobre todo en la etapa de la Dictadura de Primo de Rivera y durante la II República.

    Estos organismos, ninguno de ellos ajeno a los duros enfrentamientos ideológicos que caracterizaron la etapa que nos ocupa, intentaron mejorar una realidad lamentable en cuanto a la educación fundamental y, obviamente, se ocuparon también de los niveles superiores de enseñanza y de los organismos de promoción artística o científica, ya que el elevado analfabetismo no es incompatible, en sí mismo, con un alto grado de cultura creadora. Prueba de ello es la espléndida generación literaria de 1927 y los notables progresos científicos realizados, de modo que esas décadas pudieron calificarse como el Medio Siglo de Plata de las Ciencias y las Letras Españolas. Así, a pesar de considerar en toda su gravedad el problema de la educación fundamental, afirmaba Lorenzo Luzuriaga:

    No quiere esto decir que entre analfabetismo y cultura exista una relación tan íntima, que el desarrollo de ésta se halle absolutamente condicionado por aquél, o viceversa. Francia e Inglaterra, por ejemplo, tienen mayor proporción de analfabetos que Holanda y Suiza y, sin embargo, no se puede afirmar que su desarrollo cultural –ciencia, arte, política...– sea inferior a la de aquellos países. En cambio, países de mínima proporción de analfabetos, como los países escandinavos, no han alcanzado, en ciertas manifestaciones de la cultura, la elevación de otros de máxima densidad, como Italia y España⁸ .

    Pero dejamos estas realidades y nos ceñimos al analfabetismo como índice revelador de la cultura media del país. Refiriéndose solo a España, observó también Luzuriaga en uno de sus primeros estudios sobre el tema:

    En general éste [el analfabetismo] tiende a aumentar de norte a sur y, con menos regularidad, de oeste a este, siguiéndose así, también, la misma dirección que en Europa se observa. Geográficamente, la zona de mínima intensidad analfabética en España es la vertiente del Cantábrico, especialmente en su parte Central y Oriental; la zona de mayor proporción es, por el contrario, la vertiente sureste del Mediterráneo y las cuencas del Guadiana y Guadalquivir. Castilla la Vieja en el Atlántico, y Cataluña en el Mediterráneo siguen en orden de menor intensidad a la primera zona; todo esto en términos generales⁹.

    Pero, también en términos generales, ¿a qué causas podía atribuirse tan elevado índice de analfabetismo? Aunque inicialmente se apuntó como casi determinante la falta de escuelas, aun sin menospreciar este dato, no parece que sea el motivo más relevante¹⁰. Influyen también, por ejemplo, el índice de asistencia a clase y el abandono de los estudios tan acusado en ambientes rurales, lo cual se explica por la dificultad de trasladarse a la escuela en zonas de población dispersa y por los condicionamientos económicos y sociales que a veces impiden a los niños acudir al centro docente. Puede incidir también la falta de interés por adquirir las nociones elementales de lectura y escritura. Y a todo ello hay que añadir las razones históricas que inciden en cada situación.

    ¿Y qué soluciones se fueron arbitrando para erradicarlo? El aumento de escuelas, el perfeccionamiento de los métodos de enseñanza y, sobre todo, el estímulo despertado en todas las clases sociales, se dieron cita para elevar la cultura media nacional. Contribuyó a ello la sucesión de disposiciones legales que, a partir de la Ley Moyano de 1857, que estableció los principios de obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza primaria, fueron apremiando a construir escuelas y a asistir a ellas. Desde 1909 debían estar escolarizados todos los niños entre los 6 y los 12 años de edad; tramo que el Estatuto de Primera Enseñanza, de 1923, amplió a los 14 años. Y, tanto durante la Dictadura como en la II República, aumentó de modo considerable el número de escuelas para acogerlos.

    Factor a tener en cuenta fue la creación, por Real Decreto de 31 de agosto de 1922, de la Comisión Central contra el Analfabetismo, que contaba con comités ejecutivos provinciales y con colaboradores para cumplir su misión de vigilar la asistencia de los niños a las escuelas, velar por la educación de los analfabetos en desuso y hacer cumplir la ley de enseñanza obligatoria de 1909. Sin embargo, su labor fue bastante limitada tanto por la escasez de recursos disponibles como por la falta de continuidad en su actuación, que se limitó, sobre todo, a los años 1923 y 1924.

    A disminuir el analfabetismo contribuyeron también, y de modo bastante eficaz, las clases nocturnas para adultos, que, salvo excepciones, se impartían en las escuelas públicas de primera enseñanza en los mismos locales y por el mismo profesorado de la escuela primaria. Desde 1902 se había declarado obligatoria la enseñanza de adultos, pero las clases destinadas a ellos fueron aumentando muy despacio. A partir de 1913 se organizaron también algunas escuelas para adultos en las grandes ciudades, y no pocas entidades de carácter privado, regidas principalmente por religiosos que incorporaron estas enseñanzas en sus centros escolares.

    También la Extensión Universitaria llevada a cabo por algunas universidades aportó su específica contribución, y las Misiones Pedagógicas creadas por el gobierno de la II República a partir de 1931, que, de modo itinerante, se proponían alfabetizar en los lugares más desfavorecidos, promoviendo la escolarización de los niños y la asistencia de los mayores a las clases para adultos. Para crear o ampliar las bibliotecas en las escuelas de los pueblos, les donaban libros.

    Con todo, en el Censo de la población en España de 1930, el índice medio de no alfabetizados alcanzaba en la nación, como sabemos, la elevada cifra del 44,47%. Pero en la provincia de Badajoz era superior, llegando al 51,83%, y aún mayor en la de Córdoba: el 55,62%. Además, en Cheles y en Hornachuelos, el porcentaje de carentes de educación elemental

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