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La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas
La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas
La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas
Libro electrónico1199 páginas18 horas

La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas

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Dijo el filósofo Esteban de Alejandría (550 – 620): "Existe en nosotros un alma superior, la intelectual, que aparece cuando actuamos sobre la realidad. Y es eterna, pasa de un humano a otro en la forma de conocimiento; así se produce y se transmite la filosofía, es el verdadero proceso de actualización del intelecto".

"La Pascua de Lavoisier" cuenta cómo hemos construído nuestro conocimiento del mundo. Es un viaje por las extensas bambalinas del trabajo científico, iniciado antes aún del origen de la civilización, y llegando hasta los prolegómenos de la 2da guerra mundial. 


Del hacha de piedra a los aceleradores de partículas, personajes, ideas, y contextos conectan entre sí en anécdotas sorprendentes . Algunas, de tantas: 

  • Un dios sumerio está involucrado en la óptica y la termodinámica modernas.
  • El griego Tales no solo fundó la ciencia como disciplina, también salvó a su ciudad, Mileto, pero solo por azar.
  • Todo venía bien en Alejandría, hasta que los sabios decidieron meterse con la metalurgia egipcia y la Torá hebrea.
  • Una obsesión medieval por el "Fin del Mundo" trajo la primera explicación científica del cosmos.
  • Según cierto sabio italiano del siglo XVI, las brujas no vuelan; sueñan que lo hacen porque ellas también se drogan.
  • Pitágoras fue el primer hippie de la historia.
  • Los problemas de la navegación marítima abrieron la puerta a la revolución científica del siglo XVII.
  • Una organización clandestina de filósofos operó en los tres eventos del siglo XVII que modelaron nuestro mundo contemporáneo.
  • Isaac Newton recibió ayuda de su profesor de geometría, de su enemigo jurado y de un joven playboy; también la de cierto árabe, que vivió 700 años antes y se hizo pasar por loco para evitar que lo ejecutaran.
  • La gloria que coronó a Lavoisier, también lo llevó al cadalso.
  • El pleito más famoso entre ciencia y religión terminó finalmente en un empate.
  • Victor Frankenstein existió de verdad, pero tuvo otro nombre.
  • Las primeras investigaciones con gases, magnetismo y electricidad, derivaron en escándalos sociales.
  • Lord Kelvin, dios viviente de la ciencia victoriana, destruyó la esperanza de Darwin.
  • Hertz tuvo su inspiración más genial seduciendo a la hija de un colega.
  • Un puñado de físicos y químicos nucleares evitó por los pelos que el nazismo tuviera su bomba atómica.

La ciencia como novela histórica.

 

Crónicas minuciosas y análisis exhaustivos dan carnadura a este texto, que invita a ponerse cómodo y disfrutar de su prosa ágil, ocurrente. "La Pascua de Lavoisier" es una estimulante lectura de divulgación científica, al tiempo que un excelente complemento curricular, por tanto, digno de ser visitado varias veces. Está especialmente dedicado a los jóvenes, curiosos irredentos, y en general, a todo humanista apasionado por las andanzas del alma intelectual.

 

Versión ebook: 1085 páginas (aproximado)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 feb 2024
ISBN9798224159499
La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas
Autor

Luis Gustavo Dran

Luis Gustavo Dran tiene 62 años, dos hijos y vive en Buenos Aires, Argentina. Estudió Ingeniería Mecánica en UTN, Facultad Haedo, y Profesorado de Ciencias Naturales en ISFD N° 46, de la ciudad de Ramos Mejía. Es profesor de ciencias físicas, biológicas y matemática, directivo e inspector de escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires, acumulando más de 35 años de experiencia docente. Además, fue secretario de asuntos estudiantiles en la citada Universidad, e investigador en su Grupo de Estudios Sobre Energía (GESE), realizando aportes en la modelización matemática de las transferencias de energía, y en la obtención de hidrógeno por Energía Solar. Ha trabajado en empresas públicas y privadas del área energética, realizando análisis y diseños de instalaciones térmicas, convencionales y no convencionales, consultorías en el Uso Racional de la Energía y capacitación en la gestión de los recursos energéticos. Actualmente está retirado de la actividad profesional, aunque colabora como disertante y facilitador en talleres sobre Cambio Climático en organizaciones sin fines de lucro..

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    La Pascua de Lavoisier, y otros relatos de las ciencias físicas - Luis Gustavo Dran

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    Luis Gustavo Dran

    La Pascua de Lavoisier

    Y otros relatos de las ciencias físicas

    Buenos Aires

    Diciembre 2023

    Derechos reservados.

    Imagen de tapa: AnataNsg

    A mis padres, Chiche y Mende

    Prólogo

    Allá por la mitad de su carrera, mi hijo Martín llegó de la facultad más extenuado que de costumbre. Saludó, avisó un par de veces que nadie lo molestara, y se encerró en su habitación... A la mañana siguiente, ya un poco más compuesto, anunció que abandonaría los estudios. Se sentía un tipo poco anecdótico; mientras sus amigos hablaban de departamentos en alquiler, de viajes y aumentos de sueldo, él seguía corriendo entre aulas, laboratorios y libros. Las calificaciones de Martín eran excelentes, pero se había impuesto un ritmo endemoniado y las peores cursadas aún estaban por venir; entonces encendió la alarma IMPOSIBLE en su cabeza. Conversamos un rato. Yo recordé a Perogrullo, le propuse que hiciera un balance del esfuerzo invertido hasta ahora, y que considerara otras alternativas. Pues, observé, la vocación y la capacidad seguían intactas, pero nadie lo estaba corriendo; si se relajara un poco, echando de vez en cuando algún disfrute encima, sin dudas conseguiría grado y anecdotario al mismo tiempo. Todos necesitamos a veces que nos digan aquello que ya sabemos.

    Poco anecdótico... La frase resonó en mi cabeza con un viejo proyecto que tenía entre manos, transformar los apuntes de mis clases en un pequeño libro de texto. Había escrito algunas buenas exposiciones, pero al conjunto le estaba faltando espíritu; es lo que pasa con esta clase de libros, pensé. En aquel momento supe que yo también debía contar historias; retratar los personajes de la ciencia, buscarles su costado humano, narrar cómo hicieron sus aportes, cuáles fueron los dilemas que enfrentaron. Y para ello -gracias, hijo- nada mejor que las anécdotas, pues a más de resultar atractivas por sí mismas, son útiles a varios propósitos. Por ejemplo -ahora me había entusiasmado en serio-, organizar las historias en genealogías de maestros y discípulos, permite apreciar no solo el recorrido evolutivo de las ideas, también la forma en que éstas interactúan con los climas de época, y hasta la misma transformación del oficio en ciencias. El resultado es un paisaje cultural en cambio constante; recorrerlo significa ir tras las huellas del mismísimo conocimiento, aquella multifacética alma intelectual de la que había hablado Esteban de Alejandría, que crece y se actualiza pasando de un humano a otro... Gran ataque de ambición; mi humilde librito acababa de mutar en una crónica, y a juzgar por las consideraciones previas, en una bien complicada. Sin embargo, el desafío era más entretenido... ¿Por qué no?

    Es evidente que las ciencias físicas se han metido en la vida de todos, al mismo tiempo, sus prácticas, lenguajes y objetos de interés han ido alejándola del público no iniciado. Sin embargo, siguen fundadas en las mismas bases que conocemos todos, aunque sea, de oídas. Este libro pasa revista minuciosa a esas conquistas de la física clásica y moderna, con la intención de mostrarlas bullendo aún en el mundo actual. Los relatos contienen unas pocas fórmulas; creo que quedaron bonitas, e incluso, que ejemplifican cómo se expresan las relaciones causa / efecto en ese elegante lenguaje de las ciencias que es la matemática. Cada una de ellas quedó explicada con detenimiento, así como también sus tecnicismos.

    Solo un puñado de científicos (o filósofos naturales, como gustaron de llamarse en un principio) califica para la categoría de superdotados; la enorme mayoría es y ha sido gente común y corriente. Todos poseyeron, eso sí, grandes cuotas de curiosidad e imaginación, domesticadas a fuerza de buscar soporte en la evidencia empírica. Me interesa destacar este punto, por eso incluí descripciones de experimentos y pruebas observacionales, y de los modelos que dieron cuenta de sus resultados; todos fueron importantes en la construcción posterior de las leyes naturales.

    Descubrir una ley implica alcanzar gran refinamiento en el empleo de la mente, bien merece la posteridad quien haya conquistado un logro semejante. Las leyes y los principios deben explicarse, por supuesto, pero también es entretenido hurgar entre bambalinas; ver a los científicos improvisando en medio de precariedades increíbles, averiguando y discutiendo datos, sorprendiéndose con una inspiración o con un golpe de suerte... Hay prima donnas que acaparan la atención con peleas de antología, pero el buen observador también advierte a los abnegados que trabajan, silenciosos, en algún rincón. Las puestas en escena de la ciencia tienen historias sabrosas detrás, hay en ellas humor, conflictos, filantropía, egoísmo, amor y hasta algo de sexo; parafraseando al filósofo, nada de lo que aquí divulgo le será ajeno. Además están llenas de enigmas, y no hay científico que haya desarrollado inmunidad a la adicción por resolverlos. Muchos evocan al famoso personaje a A. Conan Doyle, y hasta hay detectives místicos, que respondieron al llamado de Dios para leer Su mente.

    La temática que combina historia y ciencia es muy atractiva para una persona curiosa, pero eso Ud. ya lo sabe porque ha elegido este libro. Y puesto que mi intención original fue complementar currículos, también cuidé el aspecto didáctico. La organización escolar no tiene entre sus misiones más importantes crear productores de ciencia. No realmente; atenazada por limitaciones presupuestarias y de calendario, solo expone recortes en forma inconexa, y casi siempre, reiterativa (los pedagogos saben esto, por eso utilizan el eufemismo trasposición didáctica). Cómo hacer que las instituciones educativas enseñen la ciencia sin recurrir a "mentiritas piadosas", enseñarla en su disciplina, digo, es materia a resolver por nuestras intelligentsias; vamos, que para eso las tenemos. Por mi parte, aquí he podido explorar temas en su extensión, buscar profundidad, perspectiva, y producir explicaciones claras. Apliqué estos propósitos a cada uno de los contenidos de física y química de la escuela secundaria, a varios de los que se ven en la universidad, a los principios filosóficos que les dieron sustento y a las herramientas tecnológicas que se derivaron de ellos. Como resultado surgió un texto entretenido de prinicipio a fin. La primera sección abarca desde la prehistoria hasta las revoluciones americana, industrial y francesa; cubre las nociones más simples, magnitudes, movimiento, óptica geométrica, astronomía, mag-netismo, físico-química de los gases, química básica, mecánica, los principios del calor y la teoría cinética. La segunda recorre en completo el siglo XIX, y llega hasta bien entrado el siglo XX; sus temas más relevantes son electricidad, electromagnetismo, energía, óptica física, química general, termodinámica, astrofísica, teoría atómica, mecánica cuántica, relatividad y física nuclear.

    Como cualquier aspecto de la experiencia humana, la ciencia es producto del aporte mancomunado de generaciones de trabajadores, y de pautas que fueron sofisticándose con el tiempo. Ordenar los relatos me ha permitido, de paso, capturar cómo pasó de ser una práctica personalísima, peligrosa en ocasiones, a este poderoso conglomerado supranacional de hoy en día; mezcla de corporación y república, que monopoliza la producción de saberes útiles, y ejerce una influencia decisiva en los destinos de nuestra civilización.

    Sin embargo, he tomado licencias. A veces cambié el orden e hice digresiones por motivos didácticos, otras veces, busqué simplemente un efecto literario. Varios hechos y protagonistas han quedado sin el desarrollo que hubiesen merecido, a algunos directamente los pasé de largo. Justifico, prioricé aquellos que me acercaban al meollo de los asuntos pues la intención no fue escribir una enciclopedia -al cabo, las historias siempre son incompletas y admiten versiones-. Lo cierto es que queda una enorme cantidad de anécdotas por divulgar; hechos y personajes que conectan en formas curiosas, sobre todo, en ciencias biológicas y médicas, astrofísica, bioquímica, física cuántica y modelo estándar, informática, tecnología... Le quedo debiendo.

    Los datos y opiniones que acopié son de dominio público, resultado de haber investigado en tratados, documentos académicos, comentarios calificados, charlas y clases sobre historia de la ciencia, y hasta en los archivos de la Royal Society de Londres. También hice mis propias conjeturas y las indiqué con claridad; me responsabilizo por ellas y por cualquier otra equivocación que pueda haber cometido. Enumerar con detalle mis fuentes sería en gran medida un despropósito, pues me he pasado la vida leyendo. Además, existen numerosos repositorios y sitios on line que publican y guardan investigaciones sobre historia, epistemología, didáctica y otras disciplinas aplicadas al conocimiento científico, sus aspectos sociológicos, económicos y tecnológicos, y biografías de los protagonistas. Ojalá el libro lo lleve a indagar en ellos, son muy interesantes y aportan múltiples enfoques. Pero de cualquier forma, y para abundar, agregué una extensa selección de textos, sitios de internet y vídeos, en los cuales me he basado, y que complementan cuanto escribí. Se los recomiendo con entusiasmo.

    Gracias a Mrs. Viginia Mills, directora de la biblioteca de la Royal Society, por su entusiasmo (¡They´re all connected!), su predisposición y sus valiosos puntos de vista acerca de los comienzos de esa institución. También al doctor Antonio Castro Lechtaler, por sus inestimables consejos de profesor entrañable, investigador tenaz y experimentado escritor de la ciencia. Al ingeniero Gabriel Volpi, por el generoso comentario que ha realizado de este trabajo y por su imperecedera amistad. Mi compañera, la profesora de Lengua y Literatura Andrea Castañeda, puso su sensibilidad y talento en numerosas correcciones de estilo; el licenciado en Física, Martín Dran, aportó claridad y rigor en los pasajes complicados del texto, y la licenciada en Gestión Ambiental, Ayelén Dran, hizo lo propio con la energía, la evolución y el medio ambiente. Gracias a los tres por el amor y la paciencia, tenerlos es mi orgullo. Muchos familiares, amigos y compañeros han condescendido en leer algún boceto, o escucharon mis peroratas con abnegada resignación. A todos pido disculpas por el descaro, y les agradezco de corazón cuanto hicieron por ordenar mis pensamientos.

    ¡Que disfrute la lectura!

    1ra Parte

    "El primer principio es que no debes engañarte a

    ti mismo, y eres la persona más fácil de engañar."

    Richard Feynman

    Capítulo 1: La imaginación al poder

    Trucos de la mente

    Un buen profesor me dijo alguna vez, Ciencia es la parte de  nuestra cultura que produce conocimiento objetivo del mundo real. A este conocimiento llegamos aplicando un método, llamado científico, que no es sino una colección de técnicas para observar, formular hipótesis, realizar pruebas experimentales, obtener conclusiones, comunicar éstas con un lenguaje adecuado y someterlas por último a más comprobaciones independientes. La historia enseña que el primer ejemplo registrado de conocimiento científico apareció en Mileto, una ciudad de la Grecia antigua que hoy es parte de Turquía. Allí vivió el ciudadano Tales (624-545 AC), quien decidió explicar algunos fenómenos de la Naturaleza usando su razonamiento, en vez de recurrir a mitos, leyendas o poderes sobrenaturales. Quiso la suerte que Tales influyera notablemente en la vida de su pueblo con uno de sus varios trabajos, y así su nombre pasó a la posteridad; de hecho, un filósofo e historiador neoplatónico llamado Simplicio de Cilicia (Alejandría, 490-560), escribió que la fama alcanzada por este sabio condenó al olvido a todos los anteriores.

    Seguramente los humanos hicimos algo de ciencia mucho tiempo antes que Tales, sin saber en qué clase de predicamento nos estábamos metiendo. Las herramientas de piedra son un buen ejemplo de inventos que perfeccionamos por ensayo y error, a partir de descubrimientos sucesivos. Y el fuego: ¿cuánta mente inquisidora habrá requerido Homo erectus para encender una pajita con el golpe exacto de dos pedernales? Tomada en su conjunto, la tecnología lítica ocupó casi toda nuestra historia evolutiva, alrededor de 3,3 millones de años. Pero teniendo causas y efectos materiales literalmente en nuestras manos, en cambio, derivamos por otros caminos, concibiendo razones de todo tipo y color con tal explicar el mundo alrededor y abrirnos paso en la lucha por la subsistencia. Fue tal el estado de necesidad, y tan precarias nuestras aptitudes físicas, que el pensamiento racional quedó fatalmente subsumido en otro, sin las limitaciones formales de éste e igualmente eficaz: el pensamiento mágico. Cual hachas de piedra, las ficciones nos permitieron lidiar con un entorno incomprensible; por qué se acaba el alimento, cuál es la causa de que nuestro cuerpo se deteriore, quiénes hacen esas cosas terribles que se ven en un cielo tormentoso... A resolver estos desafíos de vida, y de muerte, dedicamos la más portentosa aplicación instalada en el hardware de nuestro cerebro, la imaginación. No importó mucho que lográsemos explicar realmente las cosas, en cambio, fue fundamental superar conflictos entre nosotros, protegernos, y a veces, sacar provecho de la adversidad. Por ejemplo, supongamos que soy el viejo de una tribu del paleolítico, e invento un espíritu astuto que acecha entre las salientes filosas de los montes, listo para tomar la vida de torpes e incautos. Los años –digamos unos 40- han llenado mi mente con trucos, y se me da bien contar historias; hasta refuerzo el mensaje con alguna anécdota personal, cosa que nadie termine hecho una desgracia como yo. Mi intención es cuidar el recurso más valioso que tenemos en la tribu; debo hacer que nuestra fuerza de choque, aquel puñado de jóvenes llenos de testosterona pero inexpertos, cace su presa sin lastimarse entre las piedras. Para eso acabo de inventar un mito, exactamente la clase de relatos que nos hicieron funcionar colectivamente, y de los cuales derivamos luego nuestros valores y principios. No creo que Tales haya desdeñado los mitos, bellos y cargados de moralejas como son,  simplemente entrevió otro camino: si queremos entender el mundo material, domestiquemos nuestra imaginación con reglas.

    Gracias a las herramientas y al fuego, nuestra mente se alimentó mejor y adquirió la capacidad de imaginar trucos a modo de soluciones nuevas. Dos de ellos quizás hayan surgido a partir del primer conflicto existencial que sentimos como especie, la muerte. Tarde o temprano, el juego termina y nada hay que podamos hacer al respecto. ¿O sí lo hay? Primer truco: puesto que jamás muerto alguno ha declarado en contrario, por qué no suponer que la vida sigue pero en otro lugar. Lo llamamos culto funerario. Nadie se preocupa en acondicionar tumbas y cadáveres si está convencido que el destino último son los gusanos; quienes realizaron las primeras ceremonias fúnebres debieron pensar la muerte como una transición y no como un final. El sepulcro arreglado más antiguo descubierto hasta ahora está en la Cima de los Huesos (Atapuerca, España), tiene unos 500.000 años y por toda novedad exhibe cuerpos que se dispusieron parados y no acostados; tal vez los deudos desearon que sus compa-ñeros siguieran caminando con ellos por la Cantabria... Los cultos funerarios son el paso previo al chamanismo, y de éste llegamos sin escalas a las religiones politeístas. Segundo truco: un muerto deja su obra y ésta sí perdura, quiere decir que, en cierto sentido, nadie muere del todo. A este truco le llamamos arte y apareció para esa misma época. En la isla de Java, los arqueólogos encontraron una concha de almeja de 0,5 Ma (Mega-años) de antigüedad, cuya superficie exterior fue tallada con líneas rectas de 1,5 cm de largo en forma de zigzag. El orfebre habrá expresado su visión de alguna parte del mundo, o acaso garabateó al descuido, absorto en sus propias reflexiones. Con esa misma datación, en Austria fue desenterrada una modesta piedra de mortero; su superficie exhibe restos de ocre que dibujan la silueta de un dedo. El ocre se forma por oxidación atmosférica, en yacimientos de hierro de todo el mundo, y aparece en la naturaleza como una masa de tierra muy fina y compactada; es fácilmente pulverizable y soluble en agua, por lo que cualquiera de sus versiones, amarilla, anaranjada o roja, sirve como pintura. Ahora bien, más o menos desde esa fecha en adelante, todo el arte rupestre prehistórico incluye ocre; cuando un arqueólogo lo encuentra asociado a restos provenientes de humanos, deduce que allí alguien  pintó algo. Conclusión: esa piedra de mortero fue la herramienta de un artista. Y en Berekhat Ram, Israel, fue desenterrada otra piedra con evidentes signos de habérsele practicado incisiones para volverla más semejante a una mujer con caderas amplias y grandes senos; al parecer, también fue pintada. Su fecha es difícil de precisar, en todo caso tendría entre 233.000 y 800.000 años, y es considerado el primer símbolo de maternidad o fertilidad. Trascender, no para otra cosa expresamos nuestro mundo interior, pedimos por nuestros muertos a un poder que nos excede, criamos hijos... y hacemos ciencia. Todo va a parar a hombros de la cultura; sabemos que nuestro aporte es limitado, pero lo hacemos igual porque confiamos que ella nos llevará de viaje y así no seremos  olvidados.

    La cultura también necesita un vehículo entre los vivos, el lenguaje. Con él procesamos nuestros saberes, creencias y valores comunes. Por supuesto, carecemos de registros acerca de cuándo dimos con este fenomenal truco, pues la palabra no fosiliza. Así que solo podemos aventurar la época en que se reunieron  en  un  misma  plantilla humana todas y cada una de las condiciones mínimas  necesarias para  que pueda formarse. Sabemos que tal plantilla apareció completa en el Homo heidelbergensis, una variedad avanzada de Homo erectus, que vino al mundo hace unos 600.000 años: laringe baja, hueso hioides moderno, flexión en huesos de la base del cráneo, estructura del oído interno adecuada, canales óseos ampliados, buen control nervioso de los músculos del habla y un alto grado de especialización en el córtex, vital para crear lazos de conexión entre individuos (mediante gestos, posiciones corporales, tonos e inflexión de sonidos, etc.). Homo heidelbergensis debió emplear estas configuraciones con éxito, pues continuaron progresando y perfeccionándose en nosotros, la descendencia Homo sapiens, y en nuestros primos neandertales y denisovanos. Los científicos nos enseñan también de un gen, FOXP2, que está estrechamente relacionado con la capacidad de hablar. FOXP2 pertenece a la clase de los genes maestros o reguladores (homeobox, o más simple, HOX), y comanda la expresión de otros genes  durante  el  desarrollo de los embriones, los que a su vez definen las características físicas; no solo se encuentra en primates pero también en mamíferos y aves, por esta razón se deduce que posee gran antigüedad evolutiva, algunas estimaciones llegan a los 100 millones de años. Su función ha sido siempre la misma, controlar el desarrollo de los pulmones,  corazón, intestinos,  y el de varias  zonas de la corteza  cerebral, haciendo que cada grupo de células se diferencien entre sí fabricando sus proteínas específicas. En humanos, estas áreas del cerebro proveen control fino a los músculos involucrados en la modulación de la voz, coordinan sus movimientos en secuencias correctas, y mientras tanto, mantienen activa la conciencia. FOXP2 sería entonces el director cuya impronta otorga estilo a la orquesta sinfónica de órganos que articulan palabras, y en efecto, estas funciones son tan críticas como estable ha sido su estructura química en la historia evolutiva. Dueño de un registro casi inmaculado, FOXP2 experimentó solo 2 mutaciones en la línea genética humana, la primera, hace unos 6 Ma, hizo de nosotros una especie nueva; la segunda coincide con el advenimiento de Homo heidelbergensis, unos 0,6 Ma atrás. Otro detalle importante, los genes HOX se activan o desactivan según el estrés que imponga el medio ambiente; eso quiere decir que las relaciones con el entorno sí influyen en cómo se desarrollará la descendencia. El lenguaje habría surgido como una reestructuración del córtex, que fue ordenada por esta segunda mutación exitosa de FOXP2, pero esta mutación sería resultado a su vez de una presión selectiva, acumulada durante el largo vals coevolutivo que la mente de nuestro abuelo Homo erectus, bailó con el medio ambiente. Me gusta un tono dramático aquí: la mente de erectus buscó expresarse por más de un millón de años, hasta encontrar el camino correcto, evolucionar a heidelbergensis. Habrá sido un idioma elemental, al mejor estilo Tarzán, sin preposiciones, tiempos verbales ni los demás refinamientos modernos; solo palabras como imágenes, y quizás, hasta secuenciadas en frases breves: tú–yo–río, hijo–frío–fuego, tú–montaña–no. Sumado a la expresividad y a los gestos, fue suficiente para transmitir conocimiento.

    Aún cuando hemos buscado mucho, y muy concienzudamente, los testimonios que dejaron nuestros antepasados remotos respecto de su cultura son escasos. Hasta más o menos el 70.000 AC, época en que ocurre un punto de inflexión en los registros arqueológicos; a partir de entonces se vuelven mucho más abundantes y ubicuos, tanto en variedad como en complejidad. Herramientas en forma de hachas, mazos, cuchillos, morteros, martillos, navajas, puntas, punzones, anzuelos, agujas de coser y hoces para segar, se combinan con cuentas engarzadas a modo de collares, adornos y hasta juguetes. Madera, hueso, marfil, piedras y caparazones son la materia prima de tecnologías con precisión nunca antes alcanzada. También aparecen tientos y cuerdas, zapatos, cestos, bolsos, canastos y pieles curtidas, y las primeras viviendas comienzan a fabricarse con materiales procesados. Hasta es posible que el fuego haya sido utilizado como recurso masivo en una agricultura de desastre, el quemado intencional de campos y la recolección posterior de animales incinerados. La misma aceleración puede observarse en el arte; los viejos ornamentos de ocre y las conchas marinas se vuelven pinturas rupestres simples y luego escenas con leones, osos, hienas, rinocerontes, caballos y bisontes, participando junto con humanos en actividades de caza y pastoreo. Grabados de animales, esculturas de personas pensando y haciendo sus necesidades, figuras híbridas (representando deidades, quizás), símbolos fálicos, las llamadas Venus del paleolítico, y demás talismanes y amuletos, fueron replicándose en todas las geografías –con variantes de estilo, por supuesto-, y a ellos se le sumaron instrumentos musicales de  viento y percusión.

    Algo pasó entonces. Los especialistas señalan que Homo sapiens creó el lenguaje moderno en algún momento entre 100.000 AC y 70.000 AC, y llaman al conjunto Revolución del Paleolítico Superior o Revolución Cognitiva. No pueden decidir aún si el lenguaje moderno llegó como un producto de la evolución cultural, de una mutación genética o de las dos cosas a la vez, pero tienen claro lo siguiente: 1) una vez que alguien inventó el primer adjetivo (o verbo, o adverbio), las compuertas se abrieron y en poco tiempo habría aparecido un idioma completo; 2) sin el lenguaje, Homo sapiens jamás habría podido completar el salto tecnológico – cultural ni expandirse como lo hizo. ¿Quién pudo inventar, por ejemplo, el primer adverbio? No hay que hilar tan fino para encontrar una respuesta, lo más probable es que haya sido un niño. Los chicos están llenos de trucos; ¿Ud. no jugaba a inventar palabras? Un lenguaje acabado, o lanzado de lleno al proceso, no solo es capaz de evocar cosas que no están presentes, además construye infinitas historias por combinación de secuencias de palabras. A algo capaz de obrar esos milagros lo llamamos lenguaje recursivo o sintáctico, y hace cosas como esta: El perro que paseaba conmigo el Lunes pasado, día destemplado para andar por la calle, ahora que recuerdo, parecido al de tu cumpleaños, ese perro digo, no es mío sino de mi hermano, Juan, quien me pidió que se lo cuidara pues iba a ayudar al farmacéutico de la esquina con el auto que quiere comprar; tú sabes que Juan entiende bastante de mecánica y a nadie niega una mano, ya que....

    El lenguaje recursivo nos permitió transmitir el conocimiento, y para esta tarea no tuvimos mejor idea que elevar ese conocimiento a la categoría de sagrado, proveniente de los propios dioses. Como los mitos y las leyendas, las doctrinas religiosas primitivas, sus ceremonias y sus ritos, sirvieron además para cohesionar y dar seguridad a la gente, pues operaban sobre las dudas, misterios y deseos que todo el mundo compartía. A cargo del conocimiento natural elegimos nuestras personas más ecuánimes, inteligentes, ingeniosas y de mayor experiencia, los chamanes. En esa época, dedicarse a saber de la Naturaleza (incluida la humana, en toda su dimensión) significaba lisa y llanamente hablar en línea directa con los dioses; así era la creencia compartida por todos. El chamanismo tiene 30 a 40.000 años de edad, puede que muchos más, y gira alrededor del concepto de animismo: existen espíritus (o ánimas) que habitan adentro de las cosas del mundo material; no podemos apreciarlos con nuestros sentidos pues pertenecen a otro plano de la realidad (el mundo espiritual o del más allá), pero cada una de las circunstancias que disfrutamos o padecemos en nuestra vida ocurren gracias a ellos. Los chamanes deben haber advertido muchas relaciones causa – efecto en las regularidades del mundo natural, pero tanto ellos como sus sociedades quedaron atrapados en una retórica de la divinidad que fue circular y expansiva: si te lastimas con una roca, el espíritu que habita en ellas vio que estabas desprevenido y te castigó; si no te lastimas, ha premiado tu precaución. Ahora probemos el razonamiento con ese niña que acaba de meterse en el río, y... ¡Voilà!, funciona igual de bien.

    ¿Cómo tratar con semejantes seres? Bueno, designando a los mejores para empezar. El pensamiento mágico tiene su base en el mundo natural; nos ha servido tan bien que aún perdura en religiones y experiencias místicas, y sus cultores exigen de quienes consideran guías los mismos atributos de sabiduría y conducta.

    Civilización

    Lenguaje recursivo es la clase de herramienta que necesitábamos para transmitir cadenas de causas y efectos naturales, descripciones  sobre las técnicas que empleamos, etc. Pero tampoco alcanza si pensamos en la ciencia; falta, obviamente, que el lenguaje quede registrado en un medio físico concreto. Nuestra mente debió crear trucos formidables para llegar a la escritura, cada uno trajo nuevos desafíos y oportunidades que prepararon el advenimiento del siguiente, en el transcurso de milenios. La primera serie de trucos tiene por nombre agricultura.

    Considerando que los humanos construimos nuestro comportamiento moderno en plena Edad de Hielo, no nos fue nada mal. Entre los 110.000 AC y 17.000 AC, el período glacial conocido como Würm ubicó las temperaturas medias en apenas 8°C, casi la mitad que en la actualidad. Glaciares de hasta 3 km de espesor avanzaron hasta bien entrados los continentes de América del Norte y Eurasia, consecuentemente, hubo una retracción en el nivel de los océanos de 125 m, frío, y una extraordinaria aridez. Los desiertos se volvieron más grandes y las selvas tropicales quedaron reducidas a pequeños focos verdes ajustados alrededor del ecuador. Una llanura baja –Doggerland- conectó las islas británicas con Europa; las de Indonesia y Malasia formaron una única masa de tierra emergida que quedó como extensión entre Asia y Australia –Sundaland-, y América del Norte se unió a Asia por un puente terrestre en el lugar que hoy ocupa el estrecho de Bering.

    Se estima que al término del Würm, la población humana no superaba los 2 millones de personas; fue entonces, entre el 19.000 y el 17.000 AC, cuando comenzamos a manipular el recurso natural. La proto – agricultura apareció independientemente en diversas zonas del planeta y en varios momentos de la historia; medio oriente, Egipto, el valle del río Yang Tse, Mesoamérica y los Andes sudamericanos. La más temprana proviene del cercano oriente, la zona ubicada al Oeste de la Medialuna Fértil, que gozaba de un clima bastante más benigno. Bosques y montes coexistían allí con ríos, arroyos y extensos pastizales, ofreciendo abundante variedad y cantidad de alimentos al alcance; fue entonces cuando decidimos sentar nuestros reales y construir chozas simples, con ramas, pieles y piedras. El cuidado y aprovechamiento selectivo de cereales, legumbres, tubérculos y frutos, fue la primera práctica agrícola. Consistió simplemente en atender solo las plantas que deseábamos, y tal vez, en acondicionar un poco el lugar donde crecían; despedrar el suelo, quitar malezas y otras plantas, armar cercos de protección... Y también habrá sido sencillo aprender qué variedad de una misma planta era la que más nos convenía atender. Veamos el caso del trigo. Cuando están listas, las espigas liberan sus semillas al más leve movimiento, esta es la forma en que Madre Natura proveyó a la especie con un método de reproducción eficaz. Algunos especímenes, no obstante, poseen sus granos más sujetos a la espiga gracias a un cordón de células, y lógicamente, se reproducen menos. Llamamos a esta última clase de trigo recesiva, y a la variedad más común, dominante. Nuestros antepasados habrían elegido favorecer el crecimiento de la variedad recesiva, simplemente, porque así podían controlar mejor el trabajo que les costaba: resulta más eficiente segar las espigas y luego sacudirlas hasta que suelten los benditos granos, que romperse la espalda juntando grano por grano del suelo (el método golpeado de espigas contra una superficie dura puede apreciarse aun hoy en pueblos agrícolas sin tecnología). Otro ejemplo lo presenta la cebada; gracias a una mutación genética común, algunas plantas no poseen 2 hileras de granos en sus espigas sino 6; la elección de esta última clase habría sido inmediata. Y también pudimos adaptar lo que ya teníamos a tareas nuevas pero parecidas; las mismas piedras que tan bien nos habían servido para fabricar pigmentos, podrían servir ahora para moler el grano.

    El aporte extra de nutrientes de fácil acceso produjo un crecimiento de la población así como nuevas tareas que debieron sostenerse en el tiempo, entonces, quedarnos cerca de las fuentes de alimento dejó de ser una opción y se volvió necesidad. La vida nómade seguía en líneas generales las rutas de los grandes herbívoros, pues la misma jornada de caza colaborativa alimentaba más bocas de una sola vez, sin embargo, irse demasiado lejos del vergel plantearía disyuntivas respecto del alimento seguro. Solución: caseríos de viviendas semipermanentes, fáciles de reconstruir una y otra vez, y cercanos a los plantíos. Allí habitaríamos durante la época de cosecha y buena parte del año a continuación, dedicados a procesar comida y herramientas, a descansar, criar hijos y practicar nuestros cultos. Este panorama surge de una serie de hallazgos arqueológicos realizados en sitios del cercano oriente, por ejemplo, el llamado Ohalo II, en la costa suroeste del Mar de Galilea (unos 50 km de la actual Haifa). Hoces de pedernal, morteros, granos y plantas a medio procesar, caparazones, huesos de animales terrestres y peces, hornos, hogares y demás restos, formaron el día a día de Ohalo II. Pero solo en forma intermitente, pues fue abandonado y reconstruido varias veces, hasta que lo destruyó un incendio. Si sus habitantes se volvieron agricultores de ciclo completo, agregando a los trabajos anteriores la siembra, el abono, el riego, etc., no lo sabemos con certeza; en todo caso, dichas prácticas no prosperaron.

    Entre el 19.000 AC y el 11.000 AC, otra cultura semiseden-taria, la Kebariense (su nombre viene de un sitio arqueológico en El-Kebarah, Jordania), se extendió desde el Negev hasta el Líbano, y de ella se derivará la Natufiense (10.500 AC al 8.300 AC), primera en asentarse de forma permanente. Los natufienses habitaron varias zonas entre el río Éufrates y el Norte de Egipto, llegaron incluso hasta la isla de Chipre hacia el 10.000 AC, donde construyeron caseríos e introdujeron el jabalí (los animales debieron estar domesticados antes de subir a los botes). El yacimiento arqueológico más importante de esta cultura se encuentra en Uadi–en–Natuf, muy cerca de donde nacerá Jericó, la ciudad más antigua en ser habitada hasta la  actualidad. Además de chozas, en Natuf se encontraron construcciones comunales de piedra para el acopio de granos, evidencias de la producción de pan (trigo), de cerveza (cebada), y de los famosos microlitos. Estas talladuras de sílex fueron exquisitamente delgadas y pequeñas, de 1,5 a 3 cm de tamaño, algunas con diseño geométrico muy logrado (triángulos, cilindros, rectángulos, trapecios), y se emplearon en arpones, anzuelos, lanzas, hoces, y más tarde, en puntas de flechas. La estructura social de  los natufienses tuvo una dimensión privada y otra pública, lo sabemos por sus ritos; ellos enterraron sus muertos en la intimidad del hogar, pero una chamana fue sepultada con gran pompa junto con sus adornos y 50 caparazones de tortugas. Al parecer las exequias incluyeron una comilona, y en ella seguramente no habrá faltado ni el pan ni la cerveza. ¿Habrán sido los natufienses quienes desarrollaron la agricultura en completo? También aquí nos falta evidencia. Pero aunque su gestión de los alimentos fue avanzada y amplia, puede que no; de otra forma, quedaría sin explicar por qué abandonaron sus asentamientos y volvieron al nomadismo, migrando incluso afuera de cercano oriente, por razones que veremos en seguida. Ambas culturas, Natuf y Ohalo II, son consideradas hoy de transición o precursoras.

    El Edén de nuestra especie se situó al oriente de la medialuna fértil; decenas de poblados de transición fueron dejando testimonio de vidas y costumbres allí, y transmitieron sus prácticas hacia el resto de Anatolia y Europa. En occidente, la extendida cultura Magdaleniense (milenios XV a VIII AC) también enterró sus chamanes con ritos elaborados, mientras que al resto de los muertos, en forma más sencilla y privada. Estas tribus también produjeron microlitos, explotaron semillas silvestres, las procesaron con muelas de mano, y hasta es posible que conocieran las bebidas fermentadas a base de frutas y miel. Al menos una planta fue cultivada primero en Europa y luego hizo el camino inverso a oriente, a contramano de la revolución agrícola; se trata de la amapola silvestre, oriunda de la península ibérica (posiblemente otra haya sido la avena aunque no es seguro). Sus semillas son ricas en aceites comestibles y han sido consumidas solas o como ingrediente de un producto parecido al pan; una variedad de esta planta tiene el bonito nombre botánico Papaver Setígerum o Papaver Somniferum, la conocemos como adormidera y produce opio. En la cueva de Juyo, Cantabria, se desenterraron dos semillas de papaver somníferum cuya antigüedad es de casi 14.000 años. Lo notable del hallazgo es que una de ellas estaba quemada, y considerando el contexto, deben haber estado relacionadas con alguna forma de rito, pues parte del estrato que las contenía era un altar simple; rampa de tierra apisonada, base de piedras aplanadas, mesita en el centro y 2 bases de piedra a sus costados. Es el más antiguo conjunto de indicios sobre un consumo de opio; quizás aquí se haya iniciado la costumbre de llegar a los dioses subidos a volutas de humo. Sabemos que la droga fue empleada profusamente en casi todo tipo de rituales desde al menos el 8000 AC, como muestran varios yacimientos en Andalucía. Las dataciones se vuelven más y más recientes a medida que se avanza entre depósitos arqueológicos por el corredor de los ríos Rin, Ródano, Po y Danubio, el lago Bracciano, Alemania, Grecia, y así hasta llegar a oriente; una sola semilla de adormidera fue hallada entre los detritos de la cueva Atlit-Yam, Israel, y data del 5.200–6.000 AC. Opio, marihuana[1], mandrágora, mirra, incienso, mimosa, belladona, y por supuesto bebidas alcohólicas, fueron intensamente consumidas por todas las culturas sin excepción, desde el mesolítico en adelante. Su manejo siempre quedó puntillosamente a cargo de personas consideradas sabias, porque además de modificar temporalmente la conciencia en rituales, y de liberar frenos inhibitorios en alguna que otra festichola, su otra función clave fue aliviar el dolor. Menos mal, pues como bien dijo el filósofo Tomas Hobbes (siglo XVII), la vida de nuestros antepasados fue pobre, asquerosa, brutal y corta.

    Volvamos al Edén. En Anatolia destacan pequeñas colinas artificiales, de algunos cientos de metros de circunferencia y entre 10 y 50 m de elevación. Son los llamados Tell (del acadio Tilu, también Tel en hebreo, Höyük en turco o Tepe en persa). Son los restos arqueológicos de asentamientos semipermanentes, formados por niveles o estratos de viviendas, las cuales se alzaron utilizando como basamento los escombros compactados de las anteriores (piedras, argamasa, utensilios, esqueletos y demás). Nos cuentan la historia de comunidades que pervivieron por miles de años, alternando vida nómade y sedentaria. Un detalle importante, no poseen fortificaciones de defensa, ni siquiera una demarcación clara; ello refuerza la idea de que existía una extraordinaria abundancia de recursos, incluso para abastecer a las numerosas tribus que aún eran por completo nómade. Y de hecho, todas se organizaron con el fin de construir centros sociales que aprovechaban en común; son los primeros que se tenga noticia. De entre los varios que conocemos, la ciudadela Gobekli Tepe se ha estudiado mejor pues fue descubierta hace 30 años, cuando el arqueólogo Klaus Schmidt investigaba un gigatesco túmulo de escombros, lleno de lascas de pedernal, que se creía eran los restos de un cementerio neolítico. Gobekli está situada en el punto más alto de una cadena montañosa del Sudeste de Turquía, cerca de la frontera con Siria; data del 9.600 AC, ocupa una superficie de 13 hectáreas y fue construida por completo en piedra caliza tallada[2]. Tuvo casitas bastante parecidas a las natufienses, también un sistema de recolección de agua y cisternas, templos de 20 m de diámetro con gradas y columnas en forma de T; éstas se fabricaron de una sola pieza, pesan 50 toneladas, alcanzan los 6 metros de altura, y están ornamentadas con tallas alegóricas de animales, símbolos y personas. A Gobekli no la habitaron en forma permanente -salvo quizás los sacerdotes-, y en su construcción y mantenimiento debieron trabajar varias decenas de personas en simultáneo; fue centro de cultos, salón de fiestas, galería de arte, depósito y hasta hotel. Tanto éste como los otros sitios similares, que aún se excavan febrilmente en Anatolia y el levante, continúan brindando sorpresas a los arqueólogos. Tal vez la más asombrosa sea el hecho de que fueron sepultados deliberadamente hacia el 8000 AC. ¿Cuál fue la causa? El doctor Schmidt aventura una respuesta, ahora sí, la revolución agrícola.

    El abandono del forrajeo y la caza en favor de la domesticación de plantas y animales fue resultado de un gradiente cultural que duró milenios, aún así, necesitó de cierto empujoncito más hacia el final. Entre 10900 AC y 9700 AC, una reversión abrupta del clima hizo que el frío y la aridez se abatieran de nuevo sobre Norteamérica, Europa, Norte de África, y un poco menos, Asia occidental (en otras partes del mundo el clima no fue afectado). En el transcurso de pocas décadas[3], las temperaturas medias de esas zonas, que venían incrementando en forma paulatina, volvieron a caer entre 5 y 7°C; se trató de un evento lo suficientemente masivo y repentino como para ponerle un nombre, Younger Dryas, y buscar sus causas. Hasta la fecha, se han encontrado indicios que apuntan en tres direcciones. Una nos conduce al colapso del ventisquero que formaba la pared Este de un gigantesco lago de deshielo (Agassiz), el cual se extendió por toda la zona de los Grandes Lagos de Norteamérica, alimentado con agua de glaciares en retroceso. Otra hipótesis en ese mismo sentido nos habla de un hipotético cometa (Clovis), que habría caído sobre tales glaciares, acelerando su derretimiento. Con o sin la ayuda del cometa, el derrame súbito de agua fría al Atlántico Norte debió detener en seco esas formidables cadenas transportadoras de calor que son las corrientes marinas. Y una tercera contribución puede haber llegado con la explosión del súper volcán Laacher, en la región montañosa Eifel, Alemania, cuya magnitud fue comparable a las del Pinatubo y Krakatoa (hoy puede verse un lago en lo que antes fue su caldera). Estos 3 eventos han sido datados alrededor del 11.000 AC, fecha que coincide con los inicios de la reversión climática.

    Con el Dryas, los ecosistemas de bosques exuberantes de Anatolia y cercano oriente comenzaron a retraerse, dando paso otra vez a las pasturas de gramíneas que son más resistentes. Los santuarios comunitarios y asentamientos estaban en esas zonas, y como las tribus habían crecido en tamaño, sobreexplotaron el recurso hasta agotarlo. ¿Qué hacer? Una alternativa fue volver al nomadismo, como hicieron los natufienses, quienes hacia el 8300 AC migraron a Europa y Asia en busca de mejores condiciones. Otra alternativa fue pegar el salto hacia la agricultura.

    Conjeturemos. Nuestros ancestros de Anatolia habrán ingerido algunos granos tal como los sacaban de la planta, es decir con la cáscara, de modo que éstos habrían pasado por sus tractos sin ser digeridos, hasta quedar en el suelo rodeados de abono fresco. Luego de cierto tiempo, quienes los comieron vuelven a sus excusados habituales y se encuentran con plantas de trigo creciendo en todo  su esplendor. Entonces piensan: Qué raro, esto no estaba aquí antes; ¿cómo llegó?. El más ramplón de los apuros habría bastado para hacernos relacionar semillas, tierra, abono y plantas, y lo mismo podría haber sucedido en cualquier otra situación. Luego, la escasez les llevó a reproducir formas parecidas y mejores. Otro tanto con el riego; ríos, lagunas y arroyos deben haber retraído sus niveles en respuesta al avance rápido del Dryas, sin embargo, habría habido tiempo suficiente como para que alguien piense en traer un poco del agua que ahora estaba más lejos. Ayudándose con una simple piel de animal, quién sabe, pero si uno repara en la relación agua - plantas (inmediata, por otra parte), el medio aparece solo.

    A trabajar, pues, que se acabó la abundancia. Los animales grandes migraron y la recolección ya no alcanza; de ahora en más, tampoco habrá tiempo ni ánimo para festejos masivos, pues las tareas en los cultivos y corrales demandan trabajar de Sol a Sol. Tan pronto el rigor de la vida agropecuaria se hizo evidente, las tribus debieron convenir que ya no tenían forma de seguir manteniendo sus templos comunitarios, entonces se reunieron en ellos por última vez, para llevar a cabo la ceremonia que mejor sabían...

    Aunque no con sus peores modales, el Younger Dryas terminó por expulsarnos del Edén y nos dejó sin otro remedio que aprender a ganarnos el pan con el sudor de la frente. Pero atención al detalle: a ese sudor lo invertimos primero en satisfacer las necesidades de otras especies, para hacer lo propio con las nuestras después. La versión original del mega truco que llamamos agricultura consistió en integrar a las técnicas preexistentes otras como siembra, riego, pastoreo, labranza, protección. Por revolución agrícola, sin embargo, referimos no solamente al manejo completo de ciclos animales y vegetales, también a la adopción de este sistema en forma definitiva, y para ello debe pensarse en sofisticaciones como acopio, reservas, cruzamiento... Nuestros mejores análisis comparativos de ADN dicen que la revolución se montó sobre aquella variedad recesiva de trigo y nunca se detuvo; su origen ha sido rastreado hasta un sitio que queda a escasos kilómetros de Gobekli Tepe, y hasta una época concomitante con la sepultura del complejo, 10.000 años atrás. Es tentador pensar que los santuarios fueron sus impensados catalizadores; tal vez aquellas festividades masivas que celebrábamos hayan creado un ambiente propicio para compartir también nuestras preocupaciones, y que en ellas se nos ocurrieran soluciones nuevas.

    Combinar la agricultura con el sedentarismo no significó el fin de todos los problemas, y más aún, trajo otros nuevos. Tener la fuente de alimento en casa nos permitió lograr excedentes, pero a costa de relegar la variedad nutricional que provenían del forrajeo y la caza. Existe un pool limitado de especies pasibles de ser domesticadas; cerdos, ovejas y vacas se llevan mejor con los corrales que ciervos, antílopes y venados, y lo mismo podríamos decir de las plantas. Los fiascos deben haber sido numerosos en aquellas primeras épocas, y no solo porque el clima tiene sus imprevistos; obtener una característica deseable en la especie domesticada –por ejemplo, el pelaje largo en las ovejas o un sabor particular en la legumbre- es algo que ocurre al final, a veces luego de varias generaciones, y no había forma de saber de antemano si íbamos a lograrla o no. Y consideremos, cada etapa del ciclo agrícola demandó un gasto de energía mayor, y en su conjunto, resultó ser menos atractivo que las expediciones de antaño. Hay que trabajar contra reloj y en varias cosas al mismo tiempo, preparar campos para la nueva siembra de otoño, atender cultivos y animales, acondicionar corrales y suelo, sembrar, cosechar, faenar, procesar, cocer y preparar la conserva, todo ello, cuidando hijos y viejos. Por último, más tiempo en familia trajo nuevas enfermedades y conflictos.

    Los asentamientos, plantíos y rediles nos hicieron interactuar con la Naturaleza en formas nunca antes experimentadas. El ritmo de una granja es el de las estaciones; debimos sintonizar con los regímenes de temperaturas, vientos, lluvias, flujo y reflujo de los ríos en cada región que habitamos, de otra manera, jamás hubiésemos prosperado. Para el historiador israelí Yuval Harari, los humanos no domesticamos a las plantas y los animales; al revés, ellos nos domesticaron a nosotros. Muy bien; es cierto que atender a estas especies hizo que nos adaptáramos a sus características y sus ritmos, pero recíprocamente, también ellas fueron respondiendo a nuestras necesidades. Creo que en todo caso hubo una domesticación mutua, y lo prueba el hecho de que significó una ventaja en términos de proliferación para todas las que pudimos adaptarnos al proceso. Ahora formamos una sociedad, la parte biológica del sistema agropecuario, con los humanos como sus socios gerentes.

    En el juego de azares y necesidades que es la Vida, este sistema se impuso porque nuestro gerenciamiento le incorporó tecnologías que maximizaron la obtención de energía potencial[4].  En las condiciones adecuadas, como las que ofrece nuestro planeta, la Vida cataliza el aumento de la entropía, es decir, hace que este aumento se produzca más rápido. Al utilizar tecnología, los humanos -y otros animales- proliferan obteniendo recursos con menos gasto. Pero más temprano que tarde, ello produce un mayor número de individuos que utilizan tecnología, y aunque cada uno haga su trabajo más eficientemente, la cantidad total de energía degradada termina aumentando. Sin tecnología, la Vida y el medio ambiente terminan en un  equilibrio dinámico, pues aquella prolifera en la medida que éste se lo permite. Con tecnología, la vida corre el punto de equilibrio en su favor, aunque debe buscar nuevos ambientes cuando los recursos se agotan. Las especies del sistema agropecuario ocupamos todos los ambientes posibles, los modificamos a conveniencia y erradicamos  de ellos a otras especies, simplemente, porque tributamos mejor al 2do principio de la Termodinámica; degradamos más y mejor la energía potencial guardada en los recursos del ambiente. Muy pocos en la gerencia nos detuvimos a considerar costos ambientales a la hora de escalar el sistema, pues la degradación de los recursos naturales no fue un problema hasta bien entrado el siglo XX. Hoy el juego ha cambiado; nuestra manera de producir alimentos pone sobre la mesa varios problemas, además del  plato de comida: genera entre el 10 y el 15% de los gases de  efecto  invernadero, atenta  contra la biodiversidad, agota y contamina suelos y agua, produce resistencia a plagas y antibióticos, favorece la circulación de noxas, maltrata animales... Son algunos de los costos biológicos, sociales y éticos de degradar energía potencial a escala planetaria. Por esta razón buscamos nuevos trucos que los mitiguen o eliminen; algunos ejemplos son el control de plagas y enfermedades, las regulaciones sobre bienestar animal, la rotación de cultivos, el barbecho, la tecnología transgénica y hasta el cultivo de carne sintética.

    Una segunda serie de trucos mentales aparece poco después de iniciada la proto-agricultura de excedentes; se trata de la tecnología alfarera. Si bien la evidencia más antigua proviene de China (antes del 9000 AC), en nuestra zona de análisis se remonta al 8800 AC; la encontramos, por ejemplo, en el Tell Abu Hureyra, Siria, a unos 100 km del río Eufrates. Este sitio arqueológico proporciona una de las primeras ventanas para entrever cómo se desarrollaron las prácticas agrícolas incipientes, pues comenzó como asentamiento de cazadores - recolectores, quienes se convirtieron a sociedad sedentaria. El área alrededor era más húmeda y fértil que en la actualidad; un lago o pantano de sus cercanías proveyó arcilla, y con ella los habitantes construyeron casas semienterradas de adobe, y cerámicas cuyas facturas acompañaron la transformación del sitio. Otra comunidad, Çatal Höyük (Tell de Çatal), también trabajó arcilla desde el 8800 AC, extrayéndola de ríos y arroyos próximos, y produjo utensilios y objetos funerarios más delicados. La importancia de Höyük es que está en Anatolia, la cuna de la revolución agrícola. No sabemos si desde allí la tecnología alfarera irradió a medio oriente y Europa, pero si sabemos que su evolución siguió hacia el Este y luego al Sur, por el valle de los ríos Tigris y Eufrates, y que fue combinándose con la agrícola mientras avanzaba, hasta darnos la civilización.

    La Mesopotamia era una amplia planicie aluvial, fertilizada gracias al sedimento que traían esos cursos de agua desde los montes Tauro, en Turquía oriental; algo parecido al caso del Nilo, salvo que las inundaciones eran menos tranquilas y no llegaban en sincronía con el ciclo natural de las plantas. También a diferencia de Egipto, aquí no hubo abundancia de piedra sino de arcilla, de suerte que todas las construcciones humanas fueron realizadas con ese material. En el Norte del valle, los asentamientos agrícolas y ganaderos de la cultura Halaf (6500 AC) se caracterizaron por producir cerámicas de mayor variedad y calidad, ornamentadas con colores vivos, y con éstas influenciaron a otros poblados que ocuparon el centro del valle. La cultura Hassuna–Samarra, oriunda de esa zona, adornó sus cerámicas con sellos prediseñados, y también mejoró dramáticamente su agricultura cavando pequeños canales de riego (para ello adaptó otra tecnología previa de los Halaf, el arado tirado por animales). Cada aldea Hassuna–Samarra terminó teniendo sus propios estilos de cultivo y de cerámicas, todo lo cual sugiere la posibilidad de que hayan practicado una forma incipiente de comercio o intercambio. Eventualmente, una cultura subsumió a todas las que proliferaron en el valle; se trata de la Ubaid (u Obeid), cuyos poblados, de algunos cientos de habitantes cada uno, ocuparon la zona Sur inmediatamente arriba de donde se ubicaban las antiguas desembocaduras de los ríos en el golfo pérsico, que estaban llenas de pantanos. Sus casas siguieron un mismo patrón arquitectónico tripartito, con 3 sectores o habitaciones diferenciadas, y una técnica constructiva basada asimismo en la arcilla y el adobe. Los Ubaid aprovecharon dos ventajas, napas freáticas más cerca de la superficie y un clima influenciado por el monzón de la India, razones por las cuales pudieron construir acequias para favorecer el riego, y con el tiempo, las transformaron en una intrincada red de canales navegables interconectados. Además, crearon la rueda o torno de alfarero (¡las primeras ruedas no fueron a parar a un carro!), y con éste pudieron fabricar cerámicas más finas y prolijas. Los Ubaid impusieron su cultura y sus productos en todo el valle, mercadeando incluso en cercano oriente y Anatolia por cobre, obsidiana, betún, lapislázuli y demás piedras. El más importante de los primeros asentamientos Ubaid fue Eridu, fundado en el 6° milenio AC, sobre la antigua costa del golfo. Eridu tuvo una población de entre 2000 y 4000 habitantes[5] un pequeño puerto, cementerio, templo comunitario y una organización basada en el igualitarismo y la jerarquía sacerdotal. Una ciudad muy pequeña comparada con las que le siguen, pero aún así, dotada de urbanismo; sus habitantes compraron y vendieron entre los amarraderos del puerto, chismearon en una esquina, atendieron actos callejeros, misas, trámites, funerales y pasearon por la costa... El templo original, una pequeña caseta de escasos 10 m2, con altar y mesa de ofrendas (los fieles debieron haber entrado de a uno), fue ampliada con el correr de los siglos hasta volverse el primer zigurat de la historia (todos los templos a continuación copiaron ese estilo arquitectónico, hasta la misma Torre de Babel). Además de encargarse del culto, es natural pensar que los sacerdotes cde Eridu interviniesen en otros asuntos más mundanos; uno de ellos debió ser el tema de las propiedades. Arbitrar sobre a quién pertenece una posesión debe haber sido la primera función de estado pues neutraliza conflictos. Y en el caso de las mercancías que entran, salen y circulan por la ciudad, también sirve para establecer cuánto debe contribuir cada uno.

    Nuestro viaje al Sureste termina en Eridu. Las excavaciones del sitio han revelado fichas o sellos de cerámica, con diferentes signos tallados. Son parecidos a los Halaf, pero en este caso hay multitud de ellos, incluso cilíndricos, y no se utilizaron en decoraciones sino para grabar bienes personales. La tecnología alfarera ha evolucionado a la escritura, porque técnicamente hablando, estas fichas constituyen una forma primitiva de textos simbólicos, aunque desprovistos de gramática[6]. Puesto que los pueblos Ubaid no dejaron registros de su cultura, deberán quedar en el sector prehistórico de nuestra cuenta. Sí podemos leer algunas crónicas de ellos; son las que escribieron quienes se consideraron sus herederos directos, los sumerios, fundadores del período que llamamos historia y de la civilización humana.

    En realidad, el nombre Sumer aparece en textos de sus conquistadores posteriores, los babilonios o acadios; ellos se llamaron a sí mismos sag-giga, que significa hombres de cabeza negra. Nadie sabe de dónde vinieron los sumerios, no están relacionados con ninguna de las etnias de la región y su lenguaje tampoco encaja. Se piensa que formaban uno o varios de los grupos nómades de la Mesopotamia, que fueron asentándose no muy lejos de Eridu; quizás hayan habitado más al Sur, sobre tierras que quedaron bajo el mar cuando el fin de glaciación, o llegaron desde la India... Sí sabemos que, en algún momento del 5° milenio AC, se incorporaron a los asentamientos Ubaid en forma no violenta, y que tomaron esa cultura como parte de la propia. Para los sumerios, Eridu fue una ciudad sagrada; su dios, Enki (del agua dulce, las instituciones y las técnicas; en una palabra, de la civilización), tuvo un lugar preferencial en el panteón pero no el principal, pues formaba una tríada con Anu (el rey de los dioses) y Enlil (el principal, padre de todos los dioses). Hacia el 5300 AC, los sumerios unieron dos caseríos Ubaid y produjeron un impresionante salto de imaginación: Uruk, la primera ciudad-estado hecha y derecha de la historia[7] Flanqueada por las importantes Nippur (80 Km al NO) y Eridu (40 Km al SE), que en ese entonces cubrían unas 80 hectáreas cada una, la novedad de vivir en una metrópoli trajo a Uruk migraciones que impulsaron su crecimiento, pasando de 70 a 250 hectáreas (unos 80.000 habitantes), en el período que va desde el 4000 al 3600 AC. Uruk tuvo un trazado urbano, con distritos comercial, religioso, residencial y administrativo; en ella florecieron las artes y los oficios, y también los conflictos sociales. Un sistema de irrigación y transporte de mercancías, formado por cientos de canales y acequias, conectaba sus alrededores con el Eufrates, rodeando las granjas como si de una Venecia primitiva se tratara. Con Uruk, los sumerios reunieron todos los elementos necesarios para la civilización: ciudad con gobierno central, sistema económico de base agrícola-ganadero, instrucción, tecnología, comercio, e influencia cultural en una vasta región, prácticamente, todo el valle mesopotámico. Entonces llegó la escritura. El incremento en la actividad mercantil trajo una sofisticación al problema de la propiedad; funcionarios y comerciantes no solo debieron ponerse de acuerdo sobre a quién le corresponde tal cual cargamento, ahora precisaron atender además a las cantidades. Sobre todo, en cuestiones tan sensibles como la importación de cobre, oro y piedras semipreciosas. Un método temprano de fiscalizar bienes consistió en acompañar éstos con los sellos del propietario, pero además con token, o fichas cerámicas que simbolizaban la cantidad, que venían adentro de bolsas o vasijas de cerámica cerradas. Así pues, cuando todo llegaba a destino, la cantidad que representaban esas fichas juntas debía coincidir con la cuenta a mano del producto.

    Los token tenían la forma que se observa en la 3ª columna del cuadro siguiente. El número 357, por ejemplo, quedó armado primitivamente con 5 conos grandes, 5 bolas y 7 conos pequeños. Más tarde, a alguien se le ocurrió presionarlas sobre la arcilla fresca de la bolsa para dejar sus huellas como testimonio de lo que había en el interior. El paso a continuación habrá llegado con el aumento en los volúmenes del comercio, allá por el 3200 AC. En vez de tener tantas fichas dando vueltas, éstas se dibujaron con una maderita, y pronto las bolsitas con fichas también fueron reemplazadas por tablillas de cerámica, más simples de fabricar. La maderita para grabar también se estandarizó, llevándose a la forma de buril, con su extremo terminado en cuña. Ahora el buril se presionaba contra la tablilla fresca y grababa una cuña; se arrastraba y grababa una línea; se apretaba y giraba, y grababa un círculo... Es la escritura cuneiforme; una cuña pequeña para el 1, un círculo pequeño para el 10, una cuña grande para el 60, cuña y círculo pequeños para el 600, círculo grande para el 3.600, círculos grande y pequeño para el 36.000, y tal vez alguna otra combinación de cuñas y círculos para el 216.000 (=603).

    Registros de diferentes mercancías comenzaron a incluirse en una misma tablilla hacia el año 3100 AC, cada una con su pictograma representativo; cereales, ovejas, jabalíes, pan, ropa... Pronto los pictogramas se habrían estilizado en combinaciones de cuñas y líneas simples, otros siguieron para significar acciones y demás elementos sintácticos, y finalmente, a partir del 2800/2700 AC, los signos cuneiformes representaron sílabas del lenguaje hablado. Esta fue la serie de trucos que culminaron en la primera forma de escritura sintáctica o recursiva.

    Cifras básicas sumerias. Observe cómo se construyen las cifras cuneiformes para representar el número de la última columna. Imagen extraída del libro Historia universal de las cifras, de Georges Ifrah.

    Antes de introducirnos de lleno en la ciencia, y ya que lo mencionamos hace un rato, ¿qué más nos dice la historia del opio? La primera referencia escrita de su empleo data de esa misma época, principios del 3er milenio AC. Se nota que había urgencia por dejarlo registrado. En las excavaciones de Nippur, ciudad que por ese entonces se había vuelto el centro de la espiritualidad sumeria, se halló una tablilla que instruye cómo cultivar la adormidera, o Hull- Gill (planta de la alegría), también, cómo cosechar la savia y preparar la bebida correspondiente. El conocimiento sobre este cultivo fue traspasado a los asirios, a los babilonios y, finalmente, a los egipcios. En el 1300 AC, Egipto cultivaba una variedad de papaver que los romanos llamaron luego opium thebacium (por Tebas, desde donde los egipcios exportaban las flores de amapola). Un texto médico (papiro de Ebers) prescribía la administración de opio para aliviar dolores severos, conciliar el sueño, acallar el llanto de los bebés... y serenar las crisis femeninas. También por el 1300 AC, los cretenses tomaban opio en una bebida, el Nepente, que produce olvido del dolor y el infortunio. La isla de Creta tenía su diosa de la Adormidera personificada en Mnemósine (actualmente se conserva la estatuilla en el Museo de Heracleion de esa ciudad), hermana de Cronos y de Océano. Y vea Ud., la diosa era, justamente, madre de las Musas. Los antiguos griegos sí sabían cómo inspirarse... Siglos más tarde, el médico griego Hipócrates definió al opio como analgésico y antihemorrágico, mientras que el filósofo y botánico Teofrasto, amigo de Aristóteles (capítulo siguiente), dijo de él que era benditamente beneficioso aunque ocasionalmente letal; Alejandro Magno lo llevó a Persia y la India, y de estos países finalmente se introdujo en China.

    El conocimiento pre científico

    Puede apreciarse en la tabla anterior que la escritura cuneiforme temprana utilizó combinaciones de solo 2 símbolos para expresar sus  números; uno parecido a una T pequeña para el 1, otro similar al > para el 10, y una T más grande para el 60. Con ellos les bastó a los sumerios para dar el extraordinario paso de la notación posicional, en la cual cada símbolo representa un valor mayor o menor, según qué posición ocupa en la cifra completa (cosa curiosa, nuestra numeración es posicional pero fue redescubierta por hindúes y árabes, y no la tuvieron ni los egipcios ni los romanos).

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