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El hastío
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Libro electrónico361 páginas5 horas

El hastío

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"Cuatro años después del acuerdo que cambiaría para siempre la historia de Chile, aquel de noviembre de 2019, estamos en el mismo punto", dice Daniel Matamala en la introducción de este libro. "Como niños que ven fantasmas en las sombras de la noche, terminamos resguardándonos bajo la cobija anticuada y desvencijada de la Constitución vigente".

En las siguientes páginas, Matamala pasa revista a los años más vertiginosos de nuestra historia contemporánea. Desmenuza los dos fallidos procesos constituyentes, advierte del auge de la ultraderecha, denuncia la persistencia del poder del gran dinero y la corrupción, alerta sobre la degradación del debate político, explica los tropiezos del gobierno del presidente Boric y profundiza en las heridas abiertas a 50 años del golpe de 1973. "Un viaje que nos ha costado caro", concluye el autor. Porque "aunque el horizonte siga a la misma distancia que antes, ya no queremos salir a buscarlo. Porque nos cansó el vagar, nos derrotó el camino, se nos agotó la esperanza. Nos ganó el hastío".
Pero también hay luces: hitos como los Panamericanos 2023 muestran un camino para, desde las más diversas formas de ser chilenas y chilenos, construir un nuevo sentido de comunidad, un renovado "nosotros".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2024
ISBN9789564150826
El hastío

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    El hastío - Daniel Matamala

    Matamala, Daniel

    EL HASTÍO

    Santiago de Chile: Catalonia-Un día en la vida, 2023

    264 pp. 15 x 23 cm

    ISBN: 978-956-415-081-9

    ISBN Digital: 978-956-415-082-6

    HISTORIA DE CHILE

    CH 983

    Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

    Dirección colección Un día en la vida y edición: Andrea Insunza y Javier Ortega

    Corrección de textos: Hugo Rojas Miño

    Diseño de portada: Agencia Drilo

    Ilustración de portada: Harol Bustos

    Composición: Salgó Ltda.

    Editorial Catalonia apoya la protección del derecho de autor y el copyright, ya que estimulan la creación y la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, y son una manifestación de la libertad de expresión. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar el derecho de autor y copyright, al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo ayuda a los autores y permite que se continúen publicando los libros de su interés. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información. Si necesita hacerlo, tome contacto con Editorial Catalonia o con SADEL (Sociedad de Derechos de las Letras de Chile, http://www.sadel.cl).

    Edición: diciembre, 2023.

    ISBN: 978-956-415-081-9

    ISBN Digital: 978-956-415-082-6

    RPI: Trámite kfjdqr

    © Daniel Matamala, 2023.

    © Un día en la vida, 2023.

    www.undiaenlavida.cl

    © Editorial Catalonia Ltda., 2023.

    Santa Isabel 1235, Providencia, Santiago de Chile.

    www.catalonia.cl

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Índice

    EL HASTÍO

    50 años del golpe:

    ESA LUZ AL FONDO DEL CORAZÓN

    Traidor. Asesino. Terrorista. Ladrón. Cobarde

    Marcas bautismales

    Espanto

    Humanidad

    El auge de la ultraderecha:

    CÓMO MATAR UNA DEMOCRACIA

    Libertad

    ¿Extremo en qué?

    El porvenir de la patria

    Pro-vida

    Se llama misoginia

    La conjura contra la democracia

    Ultraderecha

    Paparruchadas

    Poder económico:

    QUIEREN (MÁS Y MÁS) DINERO

    Cómo desplumar un ganso

    Capitalismo a la chilena

    Todo lo demás es música

    Mitocracia

    Gary tiene razón

    Hacer la pega

    Chantaje

    A ver si se nos ocurre algo

    Amigos y sirvientes

    Derrocar al capitalismo

    La memoria del agua

    Corrupción:

    SIEMPRE VIVALDI, NUNCA PAVAROTTI

    Anatomía de la impunidad

    Prontuario

    Pónganme donde haiga

    Gente como uno

    Democracia Vivaldi

    Manos al fuego

    Esta huevá es delito

    La degradación de la política:

    CIRCO POBRE

    Matasanos

    Dónde está el piloto

    4.350 días

    Unos perros

    Una mera sombra

    "Las prisas pasan…

    Pensamiento mágico

    Cómo mentir con estadísticas

    Cacofonía

    La madre del cordero

    Circo

    Sí se puede

    El gobierno de Boric:

    AMATEUR

    La zanja

    Sobre hombros de gigantes

    Colores

    Esclavo de sus palabras

    Talón de Aquiles

    Amateur

    Boric versus Boric

    Pasó la vieja

    Chapucería

    Sin llorar

    El fracaso de la Convención Constitucional:

    LA GRAN FARRA

    Esa gente

    La luz del sol

    Baile de máscaras

    Todo vale

    La quema de Judas

    La industria del miedo

    Mapuches millonarios

    Una ancha ventana

    Cielo o infierno

    Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario

    El gran roteo

    Santiago 2023:

    LO MEJOR DE NOSOTROS

    Nuestro sueño americano

    Lo dimos vuelta

    65 formas de ser chileno

    El fracaso del Consejo Constitucional:

    UN PUENTE HACIA NINGUNA PARTE

    De amarillos, nada

    Guzmán ya ganó

    Caballo de Troya

    Un puente hacia ninguna parte

    Que se jodan

    Rabia

    Una plaza vacía

    El hastío

    ¡Qué viaje! Por cuatro años recorrimos kilómetros, compartimos emociones, momentos que parecían decisivos. Abusamos hasta desgastarla de la palabra histórico. Creímos, a veces con esperanza, otras con temor, que la rueda de la fortuna se clavaba en algún espectro ideológico. Supusimos estar del lado correcto, o del incorrecto, o del correcto de nuevo, de la historia.

    Sin mapa, sin brújula, nuestra sociedad acometió un viaje que parecía iniciático, decisivo. Y después de demasiados días y demasiadas noches, terminamos descubriendo que dimos vueltas en círculos.

    Que el lugar de llegada es demasiado parecido al punto de partida.

    Por lo pronto, en el tema que tanto nos ocupó, la Constitución, dimos una gigantesca vuelta en 360 grados.

    ¿Tiene un compás a mano, estimado lector, estimada lectora?

    Parta de un punto y vaya moviendo el compás a la izquierda. O hágalo con un vaso y mueva el lápiz por el contorno, en la misma dirección. Y vea cómo, mientras usted sigue empujando, el trazado alcanza su punto más izquierdo, baja hasta volver al medio, arremete por el lado contrario hacia la derecha, y finalmente termina cerrando el círculo.

    Exactamente en el mismo lugar en que partió.

    Sí, cuatro años después del acuerdo que cambiaría para siempre la historia de Chile, aquel de noviembre de 2019, estamos en el mismo punto. La Constitución de 1980 no solo sigue vigente, sino que además la posibilidad de reemplazarla nunca había estado tan lejos.

    Asustados en la izquierda y en la derecha por los demonios que se desataron en ambos procesos constituyentes, huimos de esos fantasmas, de esas sombras. En 2020, pletóricos de confianza, gritamos Apruebo y empezamos a mover el compás. Asustados por el resultado, dijimos Rechazo en 2022, y luego En Contra en 2023.

    Como niños que ven fantasmas en las sombras de la noche, terminamos resguardándonos bajo la cobija anticuada y desvencijada de la Constitución vigente.

    Un lugar incómodo, inadecuado. Pero al menos conocido.

    Y en tiempos de incertidumbre, usted conoce el refrán: Mejor diablo conocido….

    Claro que centrar todo en la Constitución es un error. Porque el proceso constituyente no fue más que un inadecuado e insuficiente sucedáneo para algo mucho más grande, más relevante: un pacto social. Mejor escribámoslo con solemnidad, con mayúsculas: un Pacto Social.

    Como recordaremos en las siguientes páginas, era esa la demanda que latía, indefinida, amorfa, bajo el estallido. La Constitución era parte de esa demanda, pero al final, en una desafortunada cadena de eventos, el todo fue sustituido por la parte.

    Y bueno, ya sabemos cómo terminó eso.

    Observe de nuevo el dibujo que ha trazado. Sí, el círculo se cerró. Estamos otra vez en el punto de partida. Pero ese punto inicial está ahora rayado, remarcado por la fuerza con que el lápiz marca el comienzo y la llegada.

    Es un punto estresado, gastado.

    Y es que, aunque estamos en el mismo lugar desde el punto de vista constitucional, el viaje nos ha costado caro. Estamos frustrados, agotados, molestos. ¿Con la brújula que no nos guio? ¿Con el mapa de la historia que, a diferencia de lo que nos prometieron, era un mapa en blanco? ¿Con los líderes que no encontraron la ruta en medio de la noche? ¿Con nosotros mismos?

    Física y emocionalmente, es un peor lugar.

    Aunque el horizonte siga a la misma distancia que antes, ya no queremos salir a buscarlo.

    Porque nos cansó el vagar, nos derrotó el camino, se nos agotó la esperanza.

    Nos ganó el hastío.

    I. Non cogito, ergo sum

    Cogito, ergo sum (Pienso, por lo tanto soy) decía hace 400 años René Descartes, celebrando a la suprema deidad de la razón; a la reflexión que nos sacaría de una era de ignorancia y oscuridad.

    Una reflexión que es más indispensable que nunca. El filósofo alemán Peter Sloterdijk diagnostica que la sociedad actual, en medio de la terrible crisis de sus clases políticas, no puede hacer nada mejor que darse una pausa para la reflexión sobre cuestiones fundamentales.

    La pausa.

    Una aspiración, advierte el mismo Sloterdijk, muy difícil de cumplir, considerando que las sociedades modernas son comunidades dominadas por un nerviosismo crónico. En verdad, toda la maquinaria de la sociedad contemporánea nos empuja a exactamente lo contrario de la pausa: al vértigo, a la aceleración.

    Los ritmos se han vuelto cada vez más frenéticos. En Occidente, la democracia creció y se desarrolló al ritmo del ciclo de noticias de 24 horas. Primero el periódico diario, luego la radio y después el informativo nocturno de la televisión marcaban el compás de la realidad.

    Más ampliamente, los grandes temas tenían un ciclo de siete días. El diario del domingo y el programa de debate dominical de la TV establecían el ritmo de la semana, mientras los actores políticos se coordinaban los lunes para seguir la estrategia semanal, que sería ajustada y revisada siete días después.

    Esos ritos siguen existiendo, pero su relevancia se ha perdido. Es que ese tempo fue triturado por las redes sociales. Facebook, Instagram, Twitter y TikTok han acelerado la pauta a un ritmo cada vez más vertiginoso, comprimiendo todo a los escasos segundos que nos demoramos en dar un like o en descartar un video de TikTok.

    No se trata solo de la creciente velocidad con la cual nos enteramos de los acontecimientos, a tiempo real. Hay algo mucho más profundo: la lógica de las redes nos obliga a opinar y reaccionar con esa misma celeridad. Para mantenernos a flote en esa marea, debemos adiestrarnos en lograr reacciones automáticas que sirvan de atajo cognitivo, y bloqueen preventivamente cualquier tipo de reflexión.

    No es tiempo de reflexiones, sino que de convicciones.

    Hay un momento de la película de Los Simpsons que adelanta ese espíritu de los tiempos. En él, el presidente Arnold Schwar­zenegger debe enfrentar una crisis de contaminación en Springfield. Su asesor le acerca cinco informes con distintas opciones, ante lo cual el presidente de inmediato dice: ¡Número 3!. Cuando su asesor le pregunta si no quiere leer las alternativas antes de decidir, Schwarzenegger responde en tono terminante: I was elected to lead, not to read (Me eligieron para decidir, no para leer).

    En 2007, cuando se estrenó la película, la perspectiva de un presidente Schwarzenegger era lo bastante excéntrica como para causar gracia. Hoy, en cambio, nos parece casi una utopía, un mundo alternativo infinitamente mejor que el que nos tocó. ¿Un exgobernador de California, liberal, pro-elección en asuntos como el aborto, preocupado del cambio climático y las energías limpias, como líder del Partido Republicano? ¿Dónde firmo?

    Más allá de ese detalle, el to lead, not to read no solo es aplicable a nuestros líderes. También a cada uno de nosotros. El mecanismo de las redes sociales funciona en base al vértigo. Se te presenta una noticia (verdadera, engañosa o del todo falsa, ese es otro tema) y, junto con ella, la necesidad de tomar una posición inmediata al respecto. La reflexión no es posible, porque significa perder tiempo vital. Mientras más inmediata –mientras más automática– sea la respuesta, mayor es la recompensa asociada.

    Como en el Viejo Oeste los que sobreviven en algoritmo-landia son los que disparan más rápido. Si eres lo suficientemente veloz, tu comentario te entregará mayor gratificación, medida por likes, respuestas favorables y reposteos. La recompensa de dopamina subirá al máximo.

    Al contrario, una respuesta demorada será menos efectiva. Otros se habrán adelantado con su comentario, y se habrán llevado una porción de esa dopamina que te pertenecía. Si la demora es mayor, el tema ya habrá pasado de moda. Esperar a que termine el día para reaccionar es el equivalente a desaparecer de escena. Ni hablar de hacer una pausa hasta el domingo. Esperar es condenarse a morder el polvo, acribillado por un cowboy más ducho en el manejo de su smartphone.

    En esta montaña rusa de recompensas y castigos digitales, la reflexión solo trae desventajas. Porque las respuestas reflexionadas son, por su propia naturaleza, más matizadas. El tiempo, el pensamiento, la conversación sacan a la luz los ángulos y contornos al principio invisibles de la realidad. Cuando reflexionamos sobre un asunto, cuando nos damos el tiempo para pensarlo en profundidad, perdemos la inocencia primaria de la ignorancia. Y es esa inocencia la que nos permite, con perfecta buena fe, dividir al mundo fácil y rápidamente: buenos versus malos, blancos contra negros.

    Como los algoritmos están diseñados para premiar nuestra sintonía con la tribu, introducir tales matices en el debate será castigado. La reflexión estimula la herejía, el pensamiento heterodoxo. Todo lo opuesto al like, al dislike, al emoticón automático y al sticker al alcance del dedo que son, precisamente, un atajo para optimizar el tiempo de respuesta y eludir la reflexión.

    Por eso el sicólogo social estadounidense Jonathan Haidt, tras una vida estudiando cómo los seres humanos reaccionamos a estímulos y formamos nuestras opiniones, considera que las redes sociales muestran lo peor de la psicología moral humana. El efecto de apelar a nuestros instintos, a nuestras emociones negativas y nuestra identidad tribal es tan fuerte, que Haidt advierte que las redes sociales pueden no ser compatibles con la democracia como la conocemos.

    Darse una pausa para reflexionar es condenarse a la invisibilidad, dejar de existir. Hoy la clave para ser alguien en el mundo digital es la opuesta a la que recetaba Descartes. Para el homo digitalis, la fórmula es non cogito, ergo sum.

    II. Deus ex machina

    En 2016, Chile diseñó un experimento que, visto en perspectiva, se erige como una forma de resistencia institucional al nerviosismo crónico.

    Un intento nacional de tomarse una pausa.

    A lo largo y ancho del país, grupos de personas (familiares, amigos, colegas, vecinos, y también desconocidos) se reunieron en sedes sociales, gimnasios, calles y casas, para participar en los Encuentros Locales Autoconvocados (ELA).

    El formato era exigente, casi heroico en tiempos del non cogito... Se trataba de destinar varias horas a conversar y escucharse, en base a una metodología estandarizada, para discutir sobre los fundamentos de una nueva Constitución.

    Fue una experiencia enriquecedora. Juntarse, conversar y escucharse. Una rebeldía a la dictadura del like. 204.402 personas participaron formalmente en los ELA, cabildos provinciales, cabildos regionales y consultas individuales. La promesa era que las conclusiones serían sistematizadas por una comisión transversal, para reflejarse en una nueva Constitución.

    El sistema político diseñó el experimento, pero el mismo sistema terminó por bloquearlo. El gobierno de la presidenta Michelle Bachelet perdió su convicción en el proceso mientras se hundía en las aguas del caso Caval y el desguace de la Nueva Mayoría. Finalmente, el proyecto de nueva Constitución basado en las conclusiones de los cabildos llegó al Congreso Nacional el 7 de marzo de 2018, cuatro días antes del fin del gobierno.

    Era solo un saludo a la bandera. El documento fue archivado sin que siquiera se discutiera en el Congreso Nacional. El nuevo gobierno lo trató con sorna. El 15 de marzo de ese año, ante el gran empresariado reunido en Icare, el ministro del Interior de Sebastián Piñera, Andrés Chadwick, anunció que no queremos que avance el proyecto de nueva Constitución presentado por Michelle Bachelet. Una Constitución no es un juego, concluyó, ante una ovación cerrada de los dueños del poder económico.

    El viejo orden sufría síntomas alarmantes de arterioesclerosis. Sus venas, obstruidas y gastadas, le quitaban la flexibilidad necesaria para renovarse y atender las demandas ciudadanas. Esa cita en Icare mostró la orgullosa resistencia del poder a abrir cualquier vía de participación popular. Un año y medio después, casi todos los que aplaudieron esa noche estarían rogando por una Constitución como la de Bachelet y los cabildos.

    Es que, con el estallido social, los cabildos, con su promesa de agregar voces individuales y convertirlas en una sola, resurgieron, pero ahora diseñados desde abajo hacia arriba. La primavera de 2019 y el verano de 2020 estuvieron marcados por masivas movilizaciones pacíficas, además de graves actos de violencia callejera y represión policial. Pero también por discusiones espontáneas que poco a poco comenzaron a sistematizarse, en las más diversas ciudades y comunas de Chile. El hambre por verse cara a cara, discutir y reflexionar se extendió como la fiebre por el país.

    En febrero de 2020, se contaban asambleas y coordinadoras en lugares como Antofagasta, La Serena, Valparaíso, Chillán, Pudahuel, Santiago, La Florida, Puente Alto, La Granja, Maipú, Concepción, San Pedro de la Paz, Temuco y Panguipulli.

    Una Coordinadora de Asambleas Territoriales (CAT), de la Región Metropolitana, reunía a 118 asambleas. En el Zonal Norte (que agrupaba ciudades de las regiones de Tarapacá y Antofagasta) eran 43; en Concepción, 18; en Valparaíso, 20.

    Cada uno de estos cabildos barriales reunía a cientos de vecinos. Lo más notable era que estos espacios no eran digitados por partidos políticos. Más bien sus participantes se negaban a que militantes tuvieran protagonismo.

    En Puente Alto los vecinos se preguntan cómo organizarse a pesar del narcotráfico y en San Pedro de la Paz reclaman tratamiento para los que son adictos. En La Serena exigen la protección de terrenos ancestrales diaguitas. En Puente Alto, Temuco y Panguipulli se defienden las demandas históricas del pueblo mapuche. En todas se ha discutido qué hacer frente al proceso constituyente, relataba un reportaje de Catalina Albert y Tamara Köhler para Ciper.

    Los municipios tomaban la batuta, aprovechando su condición como el ente estatal más cercano y que despierta mayor confianza en los ciudadanos. El último mástil aún en pie ante el hundimiento de la credibilidad de las instituciones políticas.

    El 7 de noviembre de 2019, una semana antes del acuerdo de los partidos para una nueva Constitución, la Asociación Chilena de Municipalidades (AChM) anunció una consulta nacional sobre un proceso constituyente y otros temas. 330 de las 345 municipalidades, incluyendo alcaldes de derecha, centro e izquierda, adherían al proceso.

    Finalmente, 225 municipios participaron en la consulta, con una mezcla de voto presencial y electrónico, y sin la supervisión del Servel. Más de 2 millones 300 mil personas votaron: el 92,2% se pronunció a favor de una nueva Constitución, y el 73,1% apoyó que esta fuera redactada por una Convención íntegramente electa.

    También hubo respaldo abrumador para la implantación del voto obligatorio, la entrega de más atribuciones y recursos a los municipios, la implantación de un IVA diferenciado para productos de primera necesidad y la inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos a personas condenadas por corrupción, lavado de dinero o narcotráfico.

    Además, en un ejercicio inédito en la democracia chilena a nivel nacional, se permitió a los votantes listar las tres demandas sociales que más les preocupaban. Las pensiones, la salud pública y la educación pública fueron las más mencionadas, seguidas por la desigualdad y la delincuencia.

    Todo eso estaba pasando en Chile en el verano de 2020, antes de que el Covid sacudiera nuestras vidas.

    Nunca sabremos qué giro habría tomado la historia. Podemos imaginar un vibrante proceso constituyente, con cabildos floreciendo en todo el país para acompañar el plebiscito de entrada de abril de 2020, y la elección y trabajo de los convencionales elegidos ese mismo año, hasta un plebiscito ratificatorio en febrero o marzo de 2022.

    O tal vez hay que asumir que eso siempre fue un sueño imposible, y que el proceso era una utopía destinada a naufragar, más tarde o más temprano.

    Los dramaturgos clásicos usaban el recurso del Deus ex machina (Dios desde una máquina); literalmente, un dios que bajaba de las alturas en una polea al escenario y transformaba los acontecimientos. Una expresión que se sigue usando cuando se introduce de pronto un elemento externo, sea divino, natural o humano, totalmente ajeno a la línea narrativa que se estaba contando.

    Deus ex machina: ataca una pandemia.

    Los cabildos se acabaron, el país completo se encerró, y el clima nacional se avinagró. Ya estábamos estresados por la confusa mezcla de esperanza y miedo, de alegría y violencia, de abrazos y bombas molotov. Y entonces, de súbito, la posibilidad de reunirnos cara a cara para juntar sueños y aquietar temores se clausuró.

    Todo el proceso constituyente estuvo cruzado por medidas de distanciamiento social, sesiones por Zoom y mascarillas. Cuando más debíamos juntarnos y mirarnos a los ojos, se nos prohibió hacerlo. Una época oscura con su propia épica, aquella de aislarnos para cuidarnos, pero que vació al proceso de gran parte de su sentido.

    También los tiempos se alteraron. Con el cronograma original, el plebiscito de salida habría ocurrido justo cuando un nuevo gobierno asumía, en medio de una boricmanía que, aun con el mismo texto propuesto por la Convención Constitucional, habría generado una campaña muy diferente. En cambio, el plebiscito ocurrió en septiembre, cuando el gobierno ya se había desfondado de su efímero apoyo inicial. El plebiscito se transformó en un referéndum contra un gobierno minoritario y el voto de protesta se impuso.

    Pero debemos insistir en un punto. La nueva Constitución era solo una parte de una tarea mucho más ambiciosa para rearticular el tejido de Chile: un Pacto Social.

    ¿Qué significa eso?

    III. El pacto que no fue…

    El sábado 19 de octubre de 2019, en las primeras horas del estallido, y con un país bajo toque de queda, desde esta tribuna se proponía ante la anomia, participación ciudadana; ante el derrumbe del viejo pacto, la construcción participativa de uno nuevo. Eso significaba

    un rebaraje del poder. Significa que la clase dirigente ceda privilegios en beneficio de la ciudadanía. En una democracia plena, esos privilegios se mantienen a raya. No porque la élite no quiera tenerlos, sino porque la presión ciudadana obliga a la prudencia (…) Esa es la esperanza en estas noches terribles: que sirvan para tomar conciencia de la necesidad de resetear nuestra convivencia. Que a la noche de toque de queda siga el día cero en que, desde las cenizas, empecemos a levantar un nuevo y legítimo pacto social. (El pacto, octubre de 2019).

    El ambiente parecía propicio. El lunes 21 de octubre, la mayor fortuna de Chile, Andrónico Luksic, anunció que subiría el sueldo a todos los trabajadores de su holding Quiñenco a al menos 500 mil pesos. Otros empresarios se sumaron a estos anuncios públicos. En los días siguientes, la startup Compara, la firma de servicios financieros Tanner, y Crystal Lagoons se comprometieron a un piso de sueldo líquido para todos sus trabajadores de entre $500 mil y $600 mil.

    Ese mismo 21 de octubre, el Grupo de Empresas B y los empresarios del G 100 relanzaron el Desafío 10X, llamando a que las empresas redujeran la diferencia entre sus sueldos máximos y mínimos a 10 veces y/o fijar un sueldo mínimo de 22 UF brutas (unos $800.000 de hoy).

    Según la consultora Mercer, en Chile el sueldo de un gerente general supera en 30 veces al de sus operarios. En un contexto en el que se reclama, entre otras cosas, mayor igualdad, estas cifras son parte del vaso que se rebasó con una gota de 30 pesos, decía en esos días una nota de la agrupación empresarial Icare, en referencia al alza de 30 pesos del Metro, que en octubre de 2019 se convirtió en uno de los detonantes de la movilización social.

    Apenas 26 empresas se habían sumado al Desafío 10X antes del estallido. Pero entre el 22 y el 28 de octubre, mil empresas se anotaron en la iniciativa. Luego se llegó a 2.247 compañías, que empleaban a 69.800 trabajadores.

    Hay décadas donde no pasa nada y hay semanas donde pasan décadas, dijo Lenin. Los empresarios chilenos parecían de acuerdo. Tras décadas de autocomplacencia con el modelo del chorreo neoliberal tomaban súbita conciencia de su responsabilidad social.

    Esa misma semana, Alfonso Swett, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), la patronal del gran empresariado, reconocía que este es un país distinto y que no vamos a volver al Chile del jueves pasado (el día previo al estallido). Hacemos un mea culpa por la desconfianza que se ha generado", decía Swett.

    Tras una reunión de la CPC, Swett comprometía su participación en un nuevo pacto social, junto con reconocer que un crecimiento económico que no considera el crecimiento de las remuneraciones es un crecimiento de corto plazo.

    La mesa estaba servida para un nuevo acuerdo.

    En concreto, este pacto significaría, según los investigadores Juan Pablo Luna y Fernando Rosenblatt, un acuerdo entre empresarios, trabajadores y el Estado respecto al modelo de producción y protección social que requiere el país. Según ellos, un primer paso podría ser convocar a la Mesa de Unidad Social, la entidad que en esos días agrupaba a actores como la CUT y la Confech, a conversar con las organizaciones gremiales y empresariales.

    Hay que establecer mesas de diálogos, sistemas de deliberación, foros comunales, en los cuales el estamento político invite y pueda conocer a estos distintos actores, decía el investigador del CEP Aldo Mascareño.

    Mi diagnóstico, desde el inicio, es que aquí teníamos una calle empobrecida, unida, que estaba desafiando a una élite dividida y llena de privilegios, decía Swett, a la vez que coincidía con las demandas de mayor justicia. Es muy poco digerible para cualquier sociedad que una persona que vende CDs en la calle se vaya a la cárcel y muera quemada, mientras que una persona de cuello y corbata, nada, agregaba, en alusión a Bastián Arriagada, el joven que en 2010 murió en el incendio de la cárcel de San Miguel, junto a otros 80 reclusos, cuando cumplía condena por vender películas piratas.

    ¿Cuál era ese pacto social por el que clamaban todos, incluso los grandes empresarios?

    Puede ser un mecanismo de negociación institucionalizado, a partir del cual empresarios, sindicatos y el Estado negocian parámetros que condicionan su actividad, en el marco de un modelo de desarrollo.

    El ejemplo clásico es el modelo nórdico, surgido como una serie de acuerdos ante el temor provocado por el avance del socialismo en Europa. En Noruega se habló de un gran compromiso en la década de 1930 entre empresarios y sindicatos para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. En Suecia fue el Acuerdo de Saltsjöbaden, firmado en 1938 entre asociaciones patronales y sindicales. En Dinamarca se remite al Acuerdo de Kanslergade, de 1933.

    La idea, replicada de distintas

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