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Nailuj y el secreto de Airegin
Nailuj y el secreto de Airegin
Nailuj y el secreto de Airegin
Libro electrónico305 páginas4 horas

Nailuj y el secreto de Airegin

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Información de este libro electrónico

Nailuj es un joven muchacho que se ve envuelto en una extraordinaria aventura. Elegido como el Libertador, deberá recorrer lugares mágicos que albergan monstruos y nigromantes. Acompañado por su fiel amigo Ainos, emprenderá un viaje donde tendrá que poner fin a una herejía que lleva oculta cientos de años. Descubrirá secretos inimaginables sobre su comarca, descifrará misteriosos acertijos. Su andadura lo llevará a través de mundos ocultos llenos de peligros. Toda esta aventura pondrá al límite sus miedos, inquietudes y el valor de la amistad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2024
ISBN9788410680227
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    Nailuj y el secreto de Airegin - Raquel Martín

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Raquel Martín Fernández

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1068-022-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mis padres

    Capítulo 1

    —¿Dónde estará este muchacho? —se preguntaba Maeba girando la cabeza de un lado a otro intentando descubrir dónde se había metido su hijo—. ¡No creo...! ¿No habrá sido capaz...? —dijo con preocupación.

    —¿Qué ocurre, madre? —preguntó perplejo Bailum al verla zarandear la cabeza con desesperación—. Nailuj otra vez… ¿verdad? —afirmó con contundencia.

    —¿Cómo es posible que haya vuelto a hacer de las suyas? Sabe con seguridad que dentro de cinco días será su Dafna¹ . Debe partir al anochecer para conseguir la flor de la cumbre. Es consciente de que, sin ella, su continuación aquí con nosotros... sería imposible. —Cerró los ojos.

    Bailum se acercó con lentitud y miró con seriedad a su madre. Dispuso sus curtidas manos sobre los hombros de ella y, con voz firme y segura, pronunció:

    —Saldré en su busca.

    Maeba suspiró con tranquilidad. Sabía que Bailum lo encontraría subido a algún árbol contemplando el horizonte, sentado sobre alguna roca del río observando el aleteo de los peces o, lo que más temía, espiando a las muchachas en el río. Aun estando segura de ello, no podía dejar de frotarse las manos con nerviosismo.

    ************

    Nailuj era el último descendiente de Maeba, de la aldea Airegin. Nació en una oscura noche de verano tan solo iluminada por una portentosa lluvia de estrellas. Posiblemente, por este motivo, Nailuj siempre se dedicaba a observar el cielo al anochecer anhelando ver alguna estrella fugaz.

    Muchacho alegre y vital, sin temor alguno, que disfrutaba con un buen asado preparado por su madre. Moreno de tez oscura, labios gruesos y ojos color canela, pelo liso y largo que él solía recoger con el tallo de algunas flores. Siempre acompañado por Ainos, también moreno —al igual que sus ojos—, algo tímido y amante de los animales. Desde la niñez, siempre habían permanecido juntos. Si alguno decidía hacer alguna travesura, el otro lo acompañaba, por lo que era bastante difícil imponer un castigo si no se conocía al verdadero culpable; siendo este el motivo por el cual ambas madres dispusieron que siempre serían castigados los dos. La madre de Ainos no le permitía cuidar de sus numerosos animales (algo que a él le enojaba muchísimo), ya que los llevaba a casa de un familiar muy dado a patearlos. Maeba, en cambio, obligaba a Nailuj a traer agua del manantial, limpiar con sus manos el verdusco y darle friegas de agua de loto en sus doloridos pies; algo que a Nailuj le desagradaba en exceso. Y, aun así, sabiendo lo que les depararían sus travesuras, raro era el día que no hicieran una.

    ************

    Nailuj se encontraba escondido en la abertura de una cueva, mientras que Ainos permanecía en cuclillas bajo él, observando cómo las muchachas de la aldea se bañaban bajo la pequeña cascada del río. El temor de Maeba no era infundado, habían vuelto a ir.

    Bailum, acercándose con gran sigilo y presteza, estiró ambos brazos y le dio un pescozón a cada uno de ellos, al mismo tiempo que alargaba una pierna para sacarles a puntapiés.

    —¿No os da vergüenza? —espetó—. ¿No pensáis que ya estáis mayorcitos para seguir con esto? ¿Cuántas veces tendré que venir a buscaros? —Paró el interrogatorio para tragar saliva, miró a uno y a otro como esperando respuesta y prosiguió—: Vayámonos, madre nos está esperando —ordenó.

    Los dos jóvenes caminaban en silencio detrás de Bailum. Nailuj miraba con picardía a su amigo; sabía que su hermano no los delataría.

    Maeba alzó los brazos con exaltación, profiriendo varios insultos que tan solo eran interrumpidos por las disculpas de su hijo.

    —Lo siento, madre, no volverá a ocurrir. ¡El tiempo se me pasó volando, creí que era más temprano! —se disculpó el muchacho cubriéndose la cabeza con ambas manos, temiendo recibir algún que otro pescozón.

    —Sabes que debes partir esta misma noche, ¿cómo se te ha ocurrido desaparecer así, sin previo aviso? ¿No sabes que el guardián está al acecho de muchachos jóvenes como tú? Recuerda lo que le pasó a Bebet, salió una mañana y nunca se le ha vuelto a ver; de eso hace ya varios meses. —Se repuso y bebió un sorbo de té de flores, se atusó el pelo con ambas manos y prosiguió—: Hijo…—su voz se tornó temblorosa—, vosotros dos sois lo único que tengo que me recuerda a vuestro padre, por favor, no vuelvas a angustiarme de este modo. Demasiado temor recorre ya mi alma, sabiendo que esta noche debes irte.

    El muchacho miró a su madre con ternura; nunca había sentido temor por nada, pero verla tan asustada y con varias lágrimas recorriendo sus mejillas, le hizo recapacitar. ¿Qué sería de ella si le ocurriese algo? Posiblemente el dolor y la pena la inundarían llevándola a un lugar del cual no podría salir.

    —Serénate, madre, no va a ocurrirme nada malo, volveré con la flor de la cumbre y te sentirás orgullosa de mí. ¡Te lo prometo! —finalizó acariciando la sonrosada mejilla de su madre.

    Maeba tomó con ambas manos la cara de su hijo menor, acercó sus labios a su frente y, dándole un tierno beso, sonrió.

    El muchacho alzó su mirada y la depositó sobre los ojos de su madre. La abrazó firmemente y se marchó a su estancia.

    Sobre una gran alfombra de piel, tenía todo lo indispensable para su largo viaje: ropa, cuerda, comida, un gran cuchillo y un pequeño mapa escrito con sangre de cerdo hecho por Bailum.

    —Este mapa te ayudará en tu búsqueda, indica los caminos más seguros por los que debes ir. Jamás cambies de recorrido aunque pienses que es el más indicado, cualquier despiste puede traerte graves consecuencias. El camino es largo y angosto; ten confianza en ti mismo, sabes que tienes muchas posibilidades de conseguirlo. No recojas nada que no te sea de utilidad, ya que podría ser un lastre. —Bailum intentaba disuadir a Nailuj de cualquier intento que pudiera ser temerario; sabía que era impulsivo y bastante imprudente, como lo era su padre. Recogió el mapa y lo enrolló con un torzal que previamente había arrancado de su ropa. Observó la vestimenta de su hermano y lo depositó en uno de los laterales de la casaca.

    Ambos hermanos se acercaron a la abertura de la tienda. Bailum señaló la cima de la montaña Sombría al mismo tiempo que miraba a su hermano.

    —¿Ves la oscuridad?

    —Sí.

    —Nunca penetres en ella, es muy peligrosa. Allí viven seres extraños que se ocultan en la maleza; temibles animales que nunca querrías encontrar ni en tus peores pesadillas… —Posó sus ojos en los de Nailuj y puntualizó—: No pierdas nunca el norte. Ten confianza en ti mismo y cuídate las espaldas.

    —Ten por seguro que lograré mi propósito. Cuando toquen los tambores, ya estaré de regreso. Tú y madre os sentiréis orgullosos de mí. —Retrocedió dos pasos, posó sus ojos en sus pertenencias y corrió veloz en busca de su amuleto; una pequeña piedra de color ceniza tallada a mano por su padre—. Este colgante me ayudará en la travesía. Desde que la talló nuestro padre, nunca he sufrido daño alguno, estoy convencido de que me protegerá —afirmó con rotundidad al mismo tiempo que depositaba el colgante sobre su cuello. Suspiró largamente, fijando su mirada en la montaña.

    ************

    Maeba asaba con esmero la carne que más le gustaba a su hijo. Deseaba que se marchara bien alimentado; era consciente de que le costaría bastante trabajo encontrar alimento por los lugares en los que debía caminar. Trituró con una enorme piedra las hojas y flores que Nailuj adoraba en la carne. Después, con un cuenco hecho de albardilla, recogió la grasa sobrante y luego añadió en él la mezcla de las flores para echarla sobre el asado. Durante dos largas horas, repitió la misma operación. Así conseguiría tener una carne más jugosa y sabrosa. Cuando la carne estuvo hecha, los tres se dispusieron a cenar.

    Durante largos minutos, ninguno se atrevió a romper el silencio que reinaba en la tienda. Maeba no pudo evitar que algunas lágrimas recorrieran su rostro, Bailum movía incesantemente los pies y Nailuj mordisqueaba la carne con tanta desesperación que parecía no haberse dado cuenta de que estaba royendo un hueso. Al fin, Maeba rompió el silencio, dándole un sabio consejo a su hijo:

    —Hijo, ten fe y esperanza en lo que puedas lograr, desconfía de seres desconocidos, misteriosos, herméticos… —guardó un breve silencio—, pueden malversar tu alma y anegar tu corazón de vanidades.

    Nailuj asintió con la cabeza pese a que, en el fondo, no entendía las palabras de su madre. Encogió los hombros hasta que comenzó a sentir temblores en los brazos; los dejó caer pesadamente sobre sus piernas y suspiró.

    ************

    Se acercaba la hora de partir y Nailuj decidió ir a despedirse de su amigo. Caminó cabizbajo por la aldea hasta llegar a la tienda de Ainos. Silbó y esperó respuesta.

    Ainos salió raudo a su encuentro.

    —¿Cuándo te vas? —preguntó sin vacilación.

    —Cuando la luna se pose sobre la montaña –—respondió.

    —¿Estás nervioso?, ¿tienes miedo?, ¿necesitas algo?, ¿puedo...?

    —¡Cálmate, Ainos! —interrumpió el muchacho alzando la voz—. Estás tú más nervioso que yo. Además..., no tendrás la inmensa suerte de perderme de vista —añadió con sorna.

    —¡No digas estupideces! ¿Cómo se te ocurre gastar una broma en un momento tan delicado? —Ainos le lanzó una furiosa mirada—. Serás besugo… —susurró, creyendo no ser escuchado.

    —¿Besugo yo? —pregutnó carcajeándose—. No pretenderás que me eche a llorar, es algo por lo que tenemos que pasar; ahora es mi turno, pero el tuyo llegará pronto. —Continuó acercando la cara a la de su amigo—. No pienses en ningún momento que no estoy nervioso.

    —Me lo suponía, pero intentas esconderlo tras esa risa burlona.

    —Estoy convencido de que lo podría hacer hasta con los ojos vendados —dijo al mismo tiempo que alargaba uno de sus brazos en señal de victoria.

    —Qué optimista eres —musitó torciendo el gesto—. Más que optimista, yo creo que eres un insensato.

    —¡Carajo, no puedo ni bromear contigo! —exclamo burlón—. ¿Qué tengo que hacer para que te animes un poco? —inquirió.

    Negó ampliamente con la cabeza mientras se despojaba de su colgante. Lo miroó brevemente, muequeó la nariz y se lo ofreció a su amigo—. Ten, te traerá suerte. Y recuerda, esperaré tu regreso en el árbol Babati.

    —Gracias, amigo mío. —Lo cogió con cuidado y lo depositó sobre su cuello, junto a su amuleto—. Descuida, siempre lo llevaré conmigo.

    Ambos amigos se despidieron con un fuerte abrazo.

    ************

    Nailuj regresó para recoger su alforja y despedirse de su familia.

    —¡Madreeeeee! —clamó fuertemente—. No te angusties por mi —dijo intentando tranquilizarla—. Tendré cuidado y te llevaré en mis pensamientos. ¡Bailum, hermano mío! Cuida de nuestra madre, que le hará falta —expresó seriamente.

    —Descuida, lo haré gustoso.

    Desde la llanura, madre e hijo contemplaban cómo Nailuj caminaba en la oscuridad.

    —Ten cuidado, hijo mío —musitó la mujer alzando la cabeza para observar las estrellas. Una de sus manos buscó la de su hijo mayor esperando consuelo.

    ************

    Nailuj comenzó su andadura por el bosque; sabía que era un lugar habitado por animales peligrosos. La oscuridad y el silencio tan solo eran rotos por el sonido de algún búho al acecho de su cena. Podía oír los aullidos de los lobos y el correteo de las ratas. Se despojó de una de sus ropas, la ató fuertemente sobre un gran listón de madera e hizo un pequeño fuego con la ayuda de dos piedras.

    —Por lo menos, así podré ver por dónde piso —murmuró sin dejar de mirar al suelo.

    Durante varias horas, anduvo sin descanso, observando con detenimiento todo con lo que se cruzaba. Optó por descansar al amanecer.

    ************

    Se despertó al percibir un ruido que provenía de unos arbustos. Algo o alguien lo vigilaba. Se repuso con un pequeño salto, agarró el cuchillo y salió a su encuentro. Caminó lentamente intentando no hacer ruido, se agazapó sobre el verde y, tímidamente, se arrastró, deslizándose hasta los arbustos, y separó con la mano las hojas. Se lanzó a sus adentros con el cuchillo.

    —¡Para, detente! —se oyó de pronto.

    Nailuj desistió de intentar separar unos brazos que se cubrían el rostro.

    —¿Quién eres? —preguntó con la respiración entrecortada debido a la lucha.

    La persona allí escondida dejó caer los brazos lentamente sobre la maleza, dejando al descubierto su rostro.

    —¡Soy yo... Ainos!

    Nailuj lo miró con sorpresa.

    —¡Podría haberte matado! —profirió enfadado fulminándolo con la mirada—. ¿Qué haces aquí?

    —No podía dejar que a mi mejor amigo le ocurriese algo —dijo con voz entrecortada—. Me mantendré a tu lado todo el camino. Lamento haberte asustado, no era mi intención. Pretendía estar contigo, pero sin que lo supieses. Salvaguardar tus espaldas, ayudar en todo lo que estuviera en mi mano…

    —¡Sabes que no deberías estar aquí! —Vaciló un instante, puso ambas manos sobre su cabeza y comenzó a zarandearla en sintonía con su negativa. Suspiró prolongadamente.

    Ainos afirmó con la cabeza. Se puso en pie y sacudió sus pantalones, cerró los ojos y dijo sin vacilación:

    —¡Iré contigo quieras o no quieras!, ¿entendido? Prefiero ir contigo que esperarte en Babati.

    —Si no tengo más remedio… —farfulló jocosamente.

    —No, no tienes más remedio —concluyó Ainos clavando la mirada sobre la de su amigo.

    ************

    Nailuj recogió sus pertenencias y desenrolló el mapa. Ambos muchachos lo estuvieron observando durante varios minutos hasta creer saber por dónde debían proseguir. Concluyeron que seguirían por el sendero de los árboles, muy cerca del río.

    Caminaban en silencio intentando no hablar sobre lo ocurrido horas antes. Observaban cómo el cielo comenzaba a oscurecerse; en breves momentos, caería una gran tormenta y debían encontrar un lugar para guarecerse. Sus pasos se tornaban más veloces a cada minuto que trascurría. Pronto comenzó a llover. No localizaban ningún lugar que les pareciera seguro; temían protegerse bajo un árbol por miedo a que un rayo cayera sobre él. Tan pronto como la lluvia se hizo más enérgica, la tierra empezó a abrirse bajo sus pies; tenían que darse prisa. La superficie que pisaban comenzó a deslizarse hacia el interior. Nailuj notó cómo algo le sujetaba los pies y tiraba de él. Inició una homérica lucha por intentar mantenerse en pie, pero le era imposible.

    —¡Ainoooos! —clamó fuertemente—. ¡Ayúdame, no puedo soltarme, algo tira de mí! ¡Por favor, date prisa! —exclamó pidiendo auxilio.

    El muchacho intentó llegar con desesperación hasta donde se encontraba Nailuj. Se arrastraba por el barro con ambas manos, sujetándose con fuerza sobre rocas y raíces, pero algo se entrelazó por su cintura y, con una fuerte propulsión, lo hundió en el lodo. En breves segundos, nada quedó de él.

    —¡Nooooooooo! —gritó Nailuj desesperado al ver como su amigo desaparecía. Chillaba moviendo su cuerpo de un lado a otro, intentando zafarse de sus ataduras. Logró alcanzar su cuchillo, pero, al primer intento de cortarlas, estas desaparecieron en el fondo del barrizal.

    El muchacho respiraba agitadamente, tragaba saliva y apretaba sus puños con fuerza; sabía que su amigo estaba allí dentro. No cesaba de llover y el barro comenzaba a empantanarlo todo. Tenía que darse prisa si quería salvar a su amigo. Sin dudarlo un instante, se lanzó al centro del lodazal, desapareciendo en su interior.

    Cayó sobre unas rocas cubiertas de un musgo muy verde. Miró hacia arriba y se quedó perplejo al ver flotar el lodo. En ese mismo momento, se dio cuenta de que estaba en un lugar completamente desconocido para él. Se miró el cuerpo, comprobando que no estaba herido, tan solo tenía pequeñas magulladuras. Miró a su izquierda y a su derecha, pero no vio a su amigo. Se apresuró a recoger su cuchillo, agarrándolo con fuerza; estaba seguro de que lo terminaría necesitando. Observó en uno de los laterales un camino y fue entonces cuando decidió comenzar su búsqueda.

    Con extremo sigilo y precaución, deseó no ser descubierto por los seres que allí habitaban. Se topó con araujas, una planta trepadora de flores blancas y olorosas, que estaban cubiertas por muchos arañuelos. Sin pensárselo dos veces, comenzó a cortar la trepadora con el cuchillo; era la única forma posible de proseguir. Consiguió llegar hasta un pasadizo oscuro en el cual había una inscripción tallada: Abyssus abyssum invocat. «¿Qué demonios significará?», pensó para sí mientras observaba con detenimiento toda la abertura.

    Nailuj se introdujo con cautela, por temor a que esa inscripción fuera un aviso para quienes osaran penetrar en él. Contempló cómo, a cada paso que daba, el suelo cambiaba su irisación. La angustia comenzó a recorrer su cuerpo y notaba cómo su garganta comenzaba a resecarse. Movía su cabeza a gran velocidad, girándola de izquierda a derecha y de arriba abajo, intuyendo que algo iba a ocurrir, por lo que decidió apresurar el paso. De las paredes, comenzó a rezumar un líquido verdoso, el cual, al llegar al suelo, se convertía en bellos cristales de colores. Nailuj tomó uno de color verde y lo depositó en su otra mano, observándolo con detenimiento. A los pocos segundos, notó una pequeña quemazón en uno de sus dedos; el cristal estaba siendo resquebrajado por un pequeño parásito.

    —¡Demonios! Me ha clavado el aguijón —masculló tirando el cristal al suelo.

    Permaneció inmóvil mirando cómo afloraba sangre de la picadura.

    En breves momentos, el pasadizo se inundó de cristales.

    —Debo salir de aquí rápidamente —dijo para sí.

    Nailuj corrió a gran velocidad. Miró hacia atrás, comprobando cómo era perseguido por esas criaturas de los cristales; pequeños animales con tan solo un ojo, velludas y grandes patas de pardusco color y tres largos aguijones. Saltaban con gran presteza al mismo tiempo que emitían un chirrío. La mano le ardía y, poco a poco, comenzó a inflamarse; la picadura era, sin ninguna duda, venenosa. Vio luz al fondo del pasadizo y pensó que pronto llegaría al final, pero… ¡nada más lejos de la realidad! Cuando llegó, tuvo que agarrarse con todas sus fuerzas a dos riscos de la pared para no caer en las profundidades de un abismo.

    Miró hacia atrás, contemplando con horror cómo centenares de esos bichos saltaban en su dirección. Sin pensárselo dos veces, se lanzó a las profundidades del abismo. Cerró los ojos con desesperación, temiendo su trágico final.

    Advirtió que no descendía a gran velocidad; su cuerpo se despeñaba con extraña lentitud. Abrió los ojos y descubrió un hermoso lugar con miles de piedras preciosas que invadían las paredes, hermosas flores cubriendo cientos de grutas, antorchas que iluminaban cada uno de los murallones del abismo, cientos de mariposas de vivos colores volando a su alrededor, canales de magma fluyendo por las laderas y desapareciendo en las profundidades. Percibió cómo su anatomía se paralizaba y flotaba por un instante ante una de las grutas. Arqueó el tronco para intentar agarrarse a un saliente, pero descendió hasta la situada unos metros más abajo. El cuerpo de Nailuj, cobrando vida propia, levitaba en dirección a la gruta al mismo tiempo que comenzaba a invertirse.

    —¿A dónde me conducirá? —murmuró mientras era depositado en la abertura. Notó un agudo dolor en el brazo; la infección había cubierto casi toda su totalidad. Lo miró con preocupación y se sugirió—: Debo encontrar el antídoto.

    Frente a la abertura, encontró otra inscripción tallada: mutatis mutandis (cambiando lo que hay que cambiar). El muchacho supuso que sería una advertencia. «Tendré que tener cuidado e ir con cautela», pensó mientras se frotaba la extremidad dañada.

    Observaba cada rincón de la gruta con pulcritud, escudriñando los peligros adyacentes. Comenzó a sentir frío en las extremidades y un fuerte hedor proveniente del interior. Se topó con una gran puerta de piedra calcárea, cubierta por corvas que obstaculizaban el camino. Por la parte superior, sobresalía un pequeño mosaico, con cientos de incrustaciones de lo que parecía ser cristal. Estas taraceas eran de color rojo y negro y se sucedían alrededor de un gran óvalo ambarino. Contempló con absoluta dedicación cada milímetro del mosaico, rozó uno de los cristales de color negro e, instantáneamente, se elevó. Nailuj retrocedió para observarlo con detenimiento; supuso que tendría que variar la posición de algunos cristales para abrir la puerta. A continuación, tocó uno rojo y ambos se intercambiaron; el óvalo comenzó a introducirse en el interior.

    —Tiene que ser algo relacionado con el abismo, ¡estoy seguro! —exclamó. Pensó largamente en lo que había visto mientras caía por el despeñadero y comenzó a tocar varios cristales hasta formar el dibujo de una mariposa; el óvalo continuaba en su misma posición. Escuchó un pequeño estruendo procedente de la gruta, giró su cabeza y contempló con horror cómo las paredes del pasadizo comenzaban a acercarse peligrosamente a él. Nailuj tragó saliva; le quedaba poco tiempo. Formó

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